Sólo me quedaban unos segundos para admirar la espléndida reproducción de mí mismo. Y después, en rapidísima sucesión, Cody dijo, «Guay», Rita dijo, «Déjame ver» y, lo mejor de todo, llegó la ambulancia. En la confusión que siguió conseguí deslizar el retrato dentro del cuaderno y acompañar a mi familia hasta los paramédicos para que fueran sometidos a una breve pero concienzuda exploración. Y si bien tuvieron que admitirlo a regañadientes, no pudieron encontrar miembros amputados, cráneos desaparecidos ni órganos internos reventados, de modo que, al final, no tuvieron otro remedio que dejar marchar a Rita y a los niños, con siniestras advertencias sobre la obligación de estar alertas, por si acaso.
Los daños sufridos por el coche de Rita eran en su mayor parte superficiales (un faro roto y el guardabarros hundido), de modo que los metí a los tres dentro. En circunstancias normales, Rita les habría dejado en alguna actividad extraescolar y habría vuelto a trabajar, pero existe una ley no escrita la cual te garantiza que puedes tomarte el resto del día libre cuando tú y tus hijos habéis sido atacados por un maníaco, así que decidió llevarles a casa a todos para que se recuperaran del trauma. Y como Weiss seguía suelto, decidimos que, en mi caso, también era mejor que hiciera lo mismo y fuera a casa para protegerles. De modo que me despedí de ellos con la mano mientras se internaban en el tráfico, y yo emprendí el largo y cansado paseo hasta el lugar donde había dejado el coche.
Me dolía el tobillo y el sudor resbalaba sobre mi espalda irritada por las mordeduras de hormigas, de modo que para apartar mi mente del dolor abrí el cuaderno de Weiss y pasé las páginas mientras andaba. La sorpresa de mi dibujo se había desvanecido, y necesitaba averiguar qué significaba, y cuáles eran los objetivos de Weiss. Estaba bastante seguro de que no era un simple garabato, algo que había esbozado distraído mientras hablaba por teléfono. Al fin y al cabo, ¿quién le quedaba para hablar? Su amante, Doncevic, había muerto, y él había matado a su querido amiguete Wimble. Además, todo cuanto había hecho hasta el momento iba dirigido a un propósito muy concreto, y se trataba de un propósito del cual yo habría podido pasar alegremente.
De modo que volví a estudiarlo. Estaba idealizado, supongo. La última vez que miré, no recordaba haber reparado en que tenía unos músculos abdominales tan bien definidos. Y la impresión general de inmensa y feliz amenaza era, aunque tal vez acertada, algo que yo siempre me había esforzado por ocultar. Pero debía admitir que había capturado algo, hasta digno de enmarcarse tal vez.
Pasé las otras páginas. Era un material muy interesante, y los dibujos eran buenos, sobre todo aquellos en que aparecía yo. Estaba seguro de que mi aspecto no era tan noble, feliz y salvaje, pero quizá se tratara de una licencia artística. Mientras los examinaba todos y empezaba a hacerme una idea de hacia dónde apuntaban, también estaba muy seguro de que no me gustaba, por halagador que fuera. En absoluto.
Muchos dibujos plasmaban ideas para decorar cuerpos anónimos en el espíritu que Weiss ya había demostrado. Había uno de una mujer con seis pechos. No explicaba de dónde habían salido los suplementarios. Llevaba un vistoso sombrero de plumas y un tanga, el tipo de indumentaria que habíamos visto en el Moulin Rouge de París. No ocultaba casi nada, y el efecto del sujetador de lentejuelas que apenas cubría los seis pechos era absolutamente fascinante.
La siguiente página llevaba un fragmento de papel tamaño carta encajado en la encuadernación. Lo saqué y desdoblé. Era un horario de vuelos de Cubana de Aviación, impreso por ordenador con la lista de los vuelos entre La Habana y México D.F. Iba acompañado de un dibujo que plasmaba a un hombre con sombrero de paja y sosteniendo un remo, en el que habían escrito en letras mayúsculas ¡Refugiado! Pasé la página. La siguiente mostraba a un hombre con la cavidad corporal abierta y rellena de lo que parecían puros y botellas de ron. Estaba apoyado en un coche descapotable antiguo con la capota bajada.
Pero los dibujos más interesantes, al menos para mí, formaban la serie protagonizada por una potente imagen central del Intrépido Dexter. Tal vez no diga gran cosa de mí que considerara aquellas imágenes mucho más atractivas que las que presentaban a desconocidos destripados, pero hay algo fascinante en mirar dibujos de ti descubiertos en el cuaderno de un homicida psicópata. En cualquier caso, fue esta última serie la que me dejó sin aliento. Y si Weiss era su creador, me quitaría el aliento definitiva y literalmente.
Porque estos dibujos, ejecutados con mucho más detalle, estaban extraídos del bucle que me plasmaba trabajando con Doncevic. Estaban muy bien copiados, y reproducían casi con exactitud lo que yo recordaba tras haber visto el vídeo muchas veces; casi. En varios de ellos, Weiss había esbozado un leve cambio de ángulo para que se viera bien la cara.
Mi cara.
Sujeta al cuerpo ocupado en el picadillo.
Y para subrayar la amenaza, Weiss había escrito Photoshop debajo de los dibujos, subrayado. No estoy muy al día en las tecnologías de la imagen, pero sé sumar dos y dos tan bien como cualquiera. Photoshop es un programa para manipular imágenes filmadas, y se podía utilizar para alterarlas, para añadir cosas que no salían. Debía asumir que podía hacerse con idéntica facilidad en un vídeo, Y yo sabía que Weiss tenía suficiente metraje de vídeo para varias vidas malvadas, vídeos de mí, de Cody, de mirones en las escenas del crimen, y de sabe el Oscuro Pasajero cuántas cosas más.
Por lo tanto, estaba claro que iba a modificar el clip en el que aparecía yo trabajando con Doncevic, de forma que apareciera mi cara. A medida que iba conociendo a Weiss, o al menos su obra, sabía que esto no sería un proyecto sin un fin productivo. Iba a utilizarlo para crear una obra decorativa capaz de destruirme. Y todo por culpa de una hora de retozos con su querido Doncevic.
Yo lo había hecho, por supuesto, y bien que me lo había pasado, pero esto se me antojaba una engañifa. Era injusto poner mi cara después del acto, ¿no? Sobre todo porque, añadida después o no, sería suficiente para lanzar en mi dirección una serie de preguntas muy indiscretas.
El dibujo final era el más aterrador de todos. Mostraba a un gigantesco Dexter, provisto de una sonrisa demoníaca, alzando la sierra eléctrica, proyectado sobre la fachada de un gran edificio, mientras en el suelo había acurrucados tal vez media docena de cadáveres ornamentales, todos adornados con el tipo de accesorios que Weiss había utilizado hasta el momento en los demás. El conjunto estaba enmarcado por una doble fila de palmeras reales, y era una imagen tan hermosa de esplendor artístico y tropical, que tal vez me habría hecho derramar una lagrimita si la modestia no se hubiera entrometido.
Todo tenía su lógica, la propia de Weiss. Utilizar la película que ya había filmado, sutilmente alterada para presentarme a moi en el papel principal, y proyectarla sobre un edificio muy público para que no cupiera duda de que estábamos viendo a Dexter el Decapitador en plena faena. Arrojarme a los tiburones y, al mismo tiempo, crear una inmensa obra de arte comunitaria que todo el mundo pudiera admirar. Una solución perfecta.
Llegué a mi coche y me senté en el asiento del conductor, repasando el cuaderno una vez más. Era posible que sólo se tratara de bocetos, por supuesto, una fantasía en papel y lápiz que jamás vería la luz del día. Pero todo esto había empezado cuando Weiss y Doncevic se dedicaron a efectuar exposiciones públicas de cuerpos, y la única diferencia aquí era la escala…, eso y el hecho de que, en algún momento de los últimos días, Dexter se había convertido en el proyecto de la feria de arte de Weiss. La Mona Dexter.
Y ahora, Weiss planeaba convertirme también en un gran proyecto de obras públicas. Dexter el Magnífico, que domina el mundo como un coloso, con muchos cuerpos encantadores a sus pies, reproducido en vivos colores a tiempo del telediario de la noche. Oh, mamá, ¿quién es ese hombre grande y apuesto de la sierra ensangrentada? Caramba, es Dexter Morgan, querido, el horrible hombre que detuvieron hace un rato. Pero mamá, ¿por qué sonríe? Porque le gusta su trabajo, querido. Que esto sea una lección para ti: busca siempre un trabajo digno que te haga feliz.
Había aprendido lo suficiente en la universidad para apreciar el hecho de que se juzga a una civilización por su arte. Era humillante pensar que, si Weiss triunfaba, las futuras generaciones estudiarían el siglo XXI y sopesarían sus logros con mi imagen. Este tipo de inmortalidad era una idea muy tentadora, pero había algunos inconvenientes para esta particular invitación a la fama eterna. En primer lugar, soy demasiado modesto, y en segundo… Bien, estaba el asunto de que la gente descubriera que soy en realidad. Gente como Coulter y Salguero, por ejemplo. Cosa que harían sin la menor duda, en caso de que el vídeo de mi imagen fuera proyectado sobre un gran edificio público con una pila de cadáveres a sus pies. Una idea encantadora, pero por desgracia conduciría a esta gente a formular determinadas preguntas, atar cabos sueltos, y al poco el plato del día sería Crema de Sopa de Dexter, preparada con amor en la Freidora y servida en la primera plana del Herald.
No, esto era muy halagador, pero yo no estaba preparado para convertirme en un icono del arte del siglo XXI. Con toda la reticencia posible, tendría que disculparme y declinar el honor.
¿Y cómo?
Era una buena pregunta, al fin y al cabo. Las imágenes me revelaban lo que Weiss quería hacer, pero no me decían nada sobre hasta qué punto estaban avanzados sus planes, o cuándo quería llevarlos a la práctica, y ni siquiera dónde…
Pero espera un momento. Sí me decían dónde. Volví a la última imagen, la que plasmaba el proyecto lunático en detalles de alegres colores. El dibujo del edificio que hacía las veces de pantalla de proyección era muy concreto y me sonaba, además de que había visto las dos hileras de palmeras reales, de eso estaba muy seguro. Un lugar en el que había estado, pero ¿dónde y cuándo? Miré el dibujo y dejé que mi cerebro diera vueltas. Había estado allí en un pasado no muy lejano. ¿Tal vez hacía un año o así, antes de casarme?
Y con esa palabra, «casarme», me acordé. Había sucedido hacía un año y medio. Una amiga del trabajo de Rita, Anna, se había casado. Había sido una boda muy cara y fastuosa, acorde con la riqueza de la familia de la novia, y Rita y yo habíamos asistido a la fiesta celebrada en un antiguo hotel, ridículamente pijo, llamado The Breakers, en Palm Beach. La fachada plasmada en el dibujo era inconfundible: The Breakers.
Maravilloso. Ahora sabía con exactitud dónde pensaba Weiss montar esta noble Dexter-ama. ¿Qué hacía con esta información? No podía vigilar el hotel día y noche durante los siguientes tres meses, a la espera de que Weiss apareciera con su primer cargamento de cadáveres. Pero tampoco podía permitirse el lujo de no hacer nada. Tarde o temprano montaría el número o… ¿Era posible que fuera otra trampa, con la intención de arrastrarme hasta Palm Beach, mientras él hacía algo diferente aquí, en Dade County?
Pero eso era una estupidez. No había planeado alejarse hacia el horizonte cojeando, con un lápiz clavado en la pierna y la huella de un pequeño puño en la ingle, abandonando sus dibujos. Éste era su plan, para bien o para mal, y yo debía creer que era para mal, al menos en lo tocante a mi reputación. Por lo tanto, la única pregunta que quedaba era: ¿cuándo pensaba hacerlo? La única respuesta que se me ocurrió fue «pronto», cosa que tampoco me pareció muy concreta.
No había otro remedio: tendría que ausentarme un tiempo del trabajo y esperar en el hotel. Eso significaba abandonar a Rita y a los niños a su suerte, lo que no me gustaba, pero no se me ocurría otra cosa que hacer. Weiss había actuado muy deprisa, de una idea había saltado a la siguiente, y yo pensaba que, lo más probable, se iba a concentrar en este único proyecto y actuaría con rapidez. Era una apuesta enorme, pero valía la pena si con eso le impedía proyectar una imagen gigante de mí sobre la fachada de The Breakers.
Muy bien: lo haría. Cuando Weiss empezara en Palm Beach, yo estaría esperándole. Y con eso decidido, abrí el cuaderno para echar un último vistazo al bonito Comic Book de Dexter. Pero antes de que pudiera sumirme en un trance de autoadmiración, un coche frenó junto al mío y un hombre descendió.
Era Coulter.