El capitán Émeri entró en la habitación y sacudió el brazo a Adamsberg, con el rostro descompuesto.
– Mortembot acaba de encontrar a su primo Glayeux muerto, asesinado.
– ¿Cuándo?
– Aparentemente, esta noche. La forense está en camino. Y no sabes lo peor, tiene la cabeza partida. Con un hacha. El asesino vuelve a su primer método.
– ¿Hablas del padre Vendermot?
– Claro, está en el origen de todo. Quien siembra barbarie cosecha bestialidad.
– Tú no estabas aquí cuando mataron a ese tipo.
– Es igual. Pregúntate por qué no detuvieron a nadie en esa época. Por qué quizá no quisieron detener a nadie.
– ¿Quiénes no quisieron?
– Aquí, Adamsberg -dijo Émeri con dificultad, mientras Danglard se llevaba a Valleray, con el torso desnudo-, la verdadera ley, la única ley, es la que desea el conde de Valleray de Ordebec. Derecho de vida y muerte sobre sus tierras y mucho más, si supieras…
Adamsberg dudó, recordando las órdenes que había recibido la noche anterior en el castillo.
– Constata tú mismo -añadió Émeri-, ¿Necesita a tu prisionero para curar a Léo? Lo tiene. ¿Necesitas una prórroga para tu investigación? La obtiene.
– ¿Cómo sabes que me han dado una prórroga?
– Me lo ha dicho él. Le gusta dar a conocer la extensión de su poder.
– ¿A quién habría protegido?
– Siempre se pensó que uno de los críos había matado al padre. No olvides que encontraron a Lina limpiando el hacha.
– Ella no lo oculta.
– No puede, se dijo en la investigación. Pero pudo limpiar el hacha para proteger a Hippo. ¿Sabes lo que le hizo su padre?
– Sí, los dedos.
– Con el hacha. Pero Valleray también podría haberse encargado de matar a ese demonio para proteger a los críos. Supón que Herbier lo supiera. Supón que se hubiera puesto a hacer chantaje a Valleray.
– ¿Treinta años después?
– El chantaje pudo empezar hace años.
– ¿Y Glayeux?
– Una pura puesta en escena.
– Supones que Lina y Valleray se entienden. Que anuncia el paso del Ejército para que Valleray pueda deshacerse de Herbier. Que el resto, Glayeux, Mortembot, sean un simple decorado para hacerte buscar a un demente que cree en la Mesnada Hellequin y ejecuta las voluntades de su señor.
– Encaja, ¿no?
– Quizá, Émeri. Pero yo creo que existe realmente un demente que teme al Ejército. Ya sea uno de los prendidos que trata de salvar el pellejo, o un futuro prendido que trata de congraciarse con Hellequin haciendo de sirviente.
– ¿Por qué lo crees?
– No lo sé.
– Porque no conoces a la gente de aquí. ¿Qué te ha prometido Valleray si sacas a Léo de ésta? ¿Una obra de arte acaso? No cuentes con ella. Siempre lo hace. ¿Y por qué quiere a toda costa que se cure Léo? ¿Te lo has preguntado?
– Porque le tiene cariño, Émeri, lo sabes.
– ¿O para saber qué es lo que sabe ella?
– Joder, Émeri, acaba de estar a punto de desmayarse. Quiere casarse con ella si sobrevive.
– Le convendría. El testimonio de una esposa no vale nada ante la justicia.
– Decídete, Émeri. ¿Sospechas de Valleray o de los Vendermot?
– Vendermot, Valleray, Léo, son el mismo batallón. El padre Vendermot y Herbier son la cara diabólica. El conde y los niños, la cara inocente. Mezclas ambas y obtienes una maldita calaña incontrolable.