Zerk y Mo habían salido por la puerta de emergencia que daba a la escalera del hotel, y ganaron la calle sin encontrarse con nadie.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Mo subiéndose al coche.
– Vamos a buscar un pueblo al sur, a dos pasos de África. Con montones de barcos y de marineros dispuestos a llegar a un acuerdo para llevarnos al otro lado.
– ¿Tienes intención de cruzar?
– Ya veremos.
– Joder, Zerk. He visto lo que has metido en la bolsa.
– ¿La pistola?
– Sí -dijo Mo con aire descontento.
– Cuando hicimos un alto en el Pirineo y te dejé dormir, estábamos a un kilómetro de mi pueblo. No tardé ni veinte minutos en ir a buscar el arma de mi abuelo.
– Estás pirado, ¿qué coño quieres hacer con un revólver?
– Con una pistola, Mo. Una automática 1935A, calibre 7,5 mm. Es de 1940, pero créeme, funciona.
– ¿Y municiones? ¿Tienes municiones?
– Una caja llena.
– Pero ¿para qué, hostia?
– Porque sé disparar.
– Pero, joder, no irás a disparar a un policía, ¿o sí?
– No, Mo. Pero habrá que cruzar, ¿no?
– Yo creía que eras un tipo tranquilo. No un pirado.
– Soy un tipo tranquilo. Mi padre te ha sacado de la trampa, ahora nos las tenemos que ingeniar para no volver a caer en ella.
– ¿Vamos a pasar enseguida a África?
– Empezamos negociando con los barcos. Si te pillan, Mo, mi padre cae. Aunque no lo conozca, no es una idea que me guste.