Ramone bajó por Oglethorpe Street y aparcó el Tahoe detrás del Town Car negro de Holiday, enfrente del refugio de animales. Holiday estaba en el jardín comunitario, junto a la cinta policial que todavía rodeaba la escena del crimen. Con él se veía a un hombre mucho mayor. El sol se había puesto y la temperatura había bajado. Partes del jardín estaban envueltas en sombras, mientras que la luz del ocaso teñía de dorado otras zonas.
Al acercarse Ramone reconoció al otro hombre. Su fotografía había aparecido en los recortes del expediente que había copiado en la unidad de Casos Abiertos. En el Post sobre todo había mucha información de cuando lideraba la brigada que investigaba los Asesinatos Palíndromos, así como en el artículo del City Paper. Y luego estaba el sombrero Stetson, que Ramone no había olvidado.
Cook no había envejecido bien, seguramente por problemas de salud. Tenía la boca torcida a un lado, señal de un derrame cerebral.
– Sargento Cook -saludó Ramone, tendiendo la mano-. Soy Gus Ramone, me alegro de verle de nuevo.
– Debía de ser usted muy joven cuando nos conocimos.
– La verdad es que nunca nos presentaron oficialmente. Yo acababa de salir de la academia, pero le conocía por su reputación. -A continuación saludó a Holiday-: Dan.
– Gus.
De cerca Holiday tampoco se conservaba demasiado bien. Tenía la piel cetrina del bebedor, arrugas de fumador, y una barriga que destacaba en su cuerpo flaco.
Ramone y Holiday no se dieron la mano.
– Tú fuiste el que encontró el cadáver -dijo Ramone.
– Sí.
– Dime cómo fue.
– Pues, para resumir, entré en esta calle algo después de medianoche, digamos la una y media.
– ¿Habías bebido mucho?
– Un poco. Me quedé dormido en el coche, me desperté unas horas más tarde, salí a echar una meada y me encontré con el cuerpo. Subí a Blair Road y llamé desde una cabina junto a la tienda de licores.
– ¿Tocaste el cadáver? ¿Contaminaste de alguna manera la escena del crimen?
Holiday esbozó una tensa sonrisa.
– Para nada.
– Te lo pregunto porque como estabas… adormilado…
– La respuesta es no.
– ¿Oíste algún disparo?
Holiday negó con la cabeza.
– ¿Qué más? ¿Qué recuerdas haber visto esa noche?
Holiday miró a su alrededor.
– Díselo-le apremió Cook.
– Antes de eso me desperté un par de veces. Es lo que ocurre cuando te espabilas un poco pero luego te vuelves a dormir. No miré el reloj ni nada, es todo un poco brumoso.
«Porque estabas borracho.»
– Dime lo que viste -pidió Ramone.
– Pasó un coche patrulla, venía desde la calle cortada. En el asiento de atrás iba un detenido, detrás de la reja, de hombros delgados y cuello fino.
– ¿El policía era hombre?
– Un hombre blanco.
– ¿Se paró a echarte un vistazo?
– No.
– ¿Tomaste la matrícula?
– No.
– ¿Cómo sabes que el pasajero era un detenido?
– No lo sé.
– ¿Qué más?
– Más tarde vi a un tipo con aspecto de ser un semental que cruzaba el jardín. Yo diría que era joven, por la energía que ponía al andar.
– ¿Por qué sabes que era negro?
– Todavía no había amanecido, pero el cielo empezaba a aclararse. Lo que sí te digo es que no era blanco. También por su pelo. Y porque andaba doblando mucho las rodillas… Vaya, que lo sabía.
– Dices que a éste le viste más tarde. ¿Cuánto tiempo pasó entre el coche patrulla y el joven negro?
– No lo sé.
– Vale. Y luego, ¿qué? Te dormiste otra vez, te despertaste y fuiste a hacer pis.
– Eso es todo. Llevaba una linterna pequeña. Leí el nombre del chico en su carnet del colegio, reuní todos los elementos y llamé al sargento Cook.
– Llamaste al sargento Cook por lo de los Asesinatos Palíndromos.
– Exacto.
– ¿Por eso está usted aquí? -preguntó Ramone, mirando a Cook.
– No se pueden pasar por alto los puntos en común -respondió Cook.
– Ni las diferencias -repuso Ramone.
– ¿Que son…?
– Ya hablaremos luego de eso. -Ramone se volvió hacia Holiday-. Doc, me imagino que podrías demostrar dónde estuviste esa tarde, antes de venir a Oglethorpe, y que otros podrán confirmarlo.
Holiday pensó en el bar de Reston, en el joven representante con el que había bebido, y en la mujer, registrada en el hotel. También estaban los dos hombres que discutían sobre el disco de Paul Pena, y el camarero con el que había hablado en el Leo's.
– Pues sí. Pero no soy sospechoso, ¿no, Gus?
– Sólo intento protegerte.
– Quieres cuidarme, ¿eh?
Ramone se mordió el labio. Ya se esperaba aquella actitud, y en cierto modo se lo merecía. Pero no pensaba tolerar más de lo indispensable.
– ¿El caso lo lleva usted? -preguntó Cook.
– No, sólo echo una mano. Bueno, en realidad es algo más complicado. El fallecido era amigo de mi hijo, un chico del barrio, y conozco a sus padres.
– ¿Han averiguado algo de momento?
– No se ofenda, pero le voy a pedir que hable usted primero.
– No es muy deportivo por su parte.
– ¿Qué habría hecho usted en su día? Soy oficial de policía, trabajo en un caso y ustedes son civiles. Vale, ex policías, pero eso no servirá de nada si se presentan cargos o si esto se jode en el juicio. Ya conoce las reglas.
– Gilipolleces -masculló Holiday entre dientes.
Ramone siguió con la mirada fija en Cook, sin hacer caso.
– No… no tenemos nada nuevo -contestó Cook por fin-. En su día tuve un sospechoso muy probable para los asesinatos. Un tal Reginald Wilson. No había pruebas consistentes, era sólo una corazonada.
– El guarda de seguridad -dijo Ramone-. He leído los informes.
Cook lo evaluó con la mirada.
– Ingresó en prisión hace veinte años por meterle mano a un chico -dijo-, y se alargó su condena por comportamiento violento. Salió hace poco. Todavía me gustaría atraparle por aquellos asesinatos. Creo que habría que investigarlo.
– ¿Nada más?
– De momento, no. -Cook le señaló con el mentón-. Ahora usted.
– Aquí es donde normalmente digo «gracias por la charla, pero cualquier información sobre el caso es confidencial».
– ¿Pero?
– Por respeto a usted, sargento, le voy a contar algo. Y también porque quiero que ambos se olviden del asunto y dejen que la policía haga su trabajo.
– Me parece justo -respondió Cook.
– En primer lugar -dijo Ramone-, los puntos en común. El nombre de Asa es un palíndromo, evidentemente, y se encontró el cuerpo en un jardín comunitario, como los otros. Como ya sabe, murió de un tiro en la cabeza.
– ¿Qué dice la autopsia? -preguntó Holiday-. ¿Abusaron de él?
Ramone vaciló.
– ¿Y bien? -insistió Cook.
– Se halló semen en el recto. Los padres no lo saben…
– Esto no va a salir de aquí -se impacientó Cook-. ¿Fue violación?
– No había desgarros, y muy pocas magulladuras. Al parecer se utilizó lubricante. Es posible que el sexo fuera consentido. También es posible que ocurriera después de la muerte. Posible.
– Como con los otros -dijo Cook.
– Pero no se pueden pasar por alto las diferencias -repuso Ramone-. A Asa Johnson no lo mataron en otra parte para luego dejar el cuerpo en el jardín. No lo tuvieron prisionero varios días antes de su muerte, y no le habían puesto ropa limpia. Tampoco provenía de familia pobre. Vivía en un barrio de clase media, y no en Southeast, sino en la otra punta de la ciudad.
– ¿Le faltaba pelo de la cabeza?
– La autopsia no decía nada.
– Aun así tienen que echar un ojo a Reginald Wilson -declaró Cook-. Hay que investigarlo. Con las pruebas de ADN que hay ahora, si tuvieran una muestra suya se podría comparar con las que se encontraron en el cuerpo del chico.
– O también podrían exonerarlo -repuso Ramone.
– ¿Y qué? ¿No tiene curiosidad? -respondió Cook.
– No se le puede obligar a que dé una muestra. Habría que tener alguna prueba que lo relacionara con Johnson de alguna forma. Con una corazonada no basta.
– Eso no hace falta que me lo diga, joven.
– Lo que digo es… Mire, nada de esto tiene importancia si el hombre no pudo haber cometido el crimen, ¿no es así?
– Quiere decir si tiene una coartada sólida.
– El tío trabaja de noche -terció Holiday. El comentario le valió una gélida mirada de Cook.
– ¿Sabe dónde trabaja? -preguntó Ramone a Cook.
– Sí. En Central Avenue, en P.G.
– Pues, para que se quede tranquilo, estoy dispuesto a comprobarlo.
– ¿Ahora?
Ramone se miró el reloj.
– Muy bien. Ahora mismo, y así nos olvidamos del tema.
Echaron a andar los tres, por delante del caprichoso huerto de las banderas y los carteles de «I Heard It Through the Grapevine», «Let It Grow»y «The Secret Life of Plants».
– El pequeño Stevie Wonder -dijo Cook de pronto, traicionando sin darse cuenta su edad-. Si iban a mencionar uno de sus discos, podían haber elegido uno bueno.
– Para mí que es por el tema del jardín -sugirió Ramone.
– ¿Ah, sí?
Holiday, notando aquel toque gélido en el hombro, se detuvo para mirar un momento los carteles. Luego siguió a los otros hasta los coches.
– ¿Te importa conducir? -preguntó Ramone a Holiday.
Doc quitó la gorra del asiento de al lado del Town Car para ponerla en el suelo, tras sus pies.
La gasolinera estaba en el tramo de la Ruta 214 conocido como Central Avenue, que salía del distrito por East Capitol en dirección a P.G. County. Al otro lado de la calle había un centro comercial que había visto mejores tiempos. Había caído la noche, pero el aparcamiento estaba tan iluminado como si fuera de día. Ante los surtidores se veían SUVs trucados y vehículos de importación. En uno de los coches se oía un tema go-go que Ramone reconoció porque su hijo lo ponía mucho últimamente. Era de un grupo llamado UCB. Ramone se preguntó si Diego habría vuelto ya a casa, como prometió.
– ¿Vas a entrar? -preguntó Holiday.
– Sí -contestó Ramone, recordando por qué estaba allí-. Se llama Wilson, ¿no?
– El nombre es Reginald, no Reggie -apuntó Cook.
– No creo que tarde mucho.
Ramone salió del asiento trasero y se acercó hacia el supermercado con los hombros cuadrados y el pecho fuera. La Glock le marcaba un visible bulto en la chaqueta del traje azul.
– Ese Ramone -dijo Holiday-. El cabrón es más tieso que un palo, ¿a que sí?
– Los hay que tienen pinta de polis -replicó Cook-. Yo también era así.
– Pues no todo son las pintas.
Se quedaron un rato en silencio. Holiday fue a sacarse el tabaco del bolsillo, pero pensó en la salud del viejo y lo dejó estar.
– Joder, ese tío debe de estar metiendo ahí como sesenta dólares de gasolina -comentó Cook, mirando a un joven que llenaba su Yukon Denali-. A casi un dólar el litro, no sé cómo la gente no compra coches más pequeños.
– En Estados Unidos nunca hay crisis de combustible -comentó Holiday-. Ni siquiera cuando la hay.
– Gasolina y televisión. Dos cosas de las que nadie puede prescindir en este país.
– ¿Sabe los apartamentos esos de Woodland Terrace, en Langston Lane?
– Casas de protección oficial -dijo Cook-. Yo tuve bastantes asuntos por allí.
– Alguna de esa gente está pagando once dólares al mes de alquiler, subvencionado. Y luego se gastan ochenta al mes en los canales de pago de la televisión. Si eso no es chupar del estado…
– ¿Tú tenías esa zona?
– Joder, yo estuve patrullando en la Uno, la Seis y la Siete-D. Me curraba cualquier distrito. La gente me conocía. Veían el número del coche y me saludaban, tanto los camellos como sus abuelas. No como nuestro amigo Ramone, que se quedaba trabajando en el despacho mientras yo me jugaba el tipo por la calle.
Cook se sacó de la chaqueta unos chicles sin azúcar y le ofreció uno a Holiday, que lo rechazó con un gesto.
– ¿Qué pasó entre vosotros dos? -preguntó Cook.
– Un asunto que me pilló de refilón. Un caso gordo que acabó salpicándome.
– ¿Cómo te salpicó, exactamente?
– A ver, Ramone tenía un caso de Asuntos Internos. Estaban investigando a un grupo de polis a los que unos chulos pasaban pasta para que dejaran en paz a sus chicas. Los infiltrados tenían problemas para hacer detenciones porque a las putas las avisaba alguien.
– ¿Sí?
– Bueno, yo ya había oído que algunos aceptaban sobornos, sí.
– Los de Asuntos Internos andaban vigilando la calle que hacían esas chicas, sacando fotos desde los coches y esas historias. Y me sacaron en una, hablando con Lacy, una chica blanca. Más de una vez.
– ¿Y qué hacías con ella?
– Hablaba con ella habitualmente, para conseguir información. Era mis oídos en la calle. Las prostitutas ven muchas cosas, eso ya lo sabe. Además, éramos amigos, más o menos.
– Dudo que a su chulo le hiciera mucha gracia.
– Si se hubiera enterado se habría cabreado bien. El tío no se andaba con chiquitas. Era un tal Mister Morgan, un asesino a sangre fría.
– ¿Y Lacy era su «favorita»?
– Eso le decía. Pero se ponía violento con ella, y a veces la chica necesitaba escaparse un poco. Yo la invitaba de vez en cuando a un café, esas cosas.
– ¿Y qué pasó?
– Pues que Ramone no sé cómo consiguió que Lacy testificara contra los polis corruptos. Era una yonqui, y estaba cansada de la droga y de hacer la calle. Lacy sabía exactamente quién estaba pringado y quién no en la brigada Antivicio, y era la testigo estrella de Ramone. Él le ofreció la protección de testigos y toda la pesca. Pero la chica la jodió. Deberían haberla hecho declarar ante el gran jurado cuando la tenían en las oficinas, pero la dejaron volver a su casa a por sus cosas. Había un coche patrulla delante de su casa, pero la chica debió de salir por el callejón o algo.
– Total, que la perdieron.
– Pues sí. Ramone y su gente encontraron a un testigo que me había visto hablar con Lacy ese mismo día, y aquélla fue la última vez que fue vista.
– ¿Y de qué hablasteis Lacy y tú?
– De nada importante. Oiga, yo no era un poli corrupto, no recibía sobornos. Lo único que puedo decirle sobre esa chica es que hice lo correcto.
– ¿Y Ramone te iba a acusar?
– Pues sí, así que me largué. Que le den por culo. -Ahí está.
Ramone se acercaba al coche.