Bill Wilkins estaba en el Impala, con la puerta abierta y un pie ya fuera del coche. Fumaba un cigarrillo exhalando el humo lejos de Ramone, que en el asiento del pasajero miraba los papeles que Wilkins le había dado en un sobre marrón.
– ¿De dónde dices que has sacado esto? ¿De los archivos del historial del ordenador? -preguntó Ramone.
– Básicamente son las páginas por las que estuvo navegando la semana antes de su muerte. Tenía programado borrar el historial una vez a la semana.
– Esto es…
– Son sólo ejemplos de las páginas de inicio. Si te metes un poco más, la cosa se pone bastante fuerte. Explícito del todo, créeme. Rollo homosexual, básicamente. Primeros planos de pollas, penetración anal, mamadas. También muchas pajas.
– Asa era gay.
– Seguro.
Ramone se acarició el bigote.
– Yo creo que ya me lo imaginaba desde el informe de la autopsia. No sé por qué no me centré más en ello. Supongo que no quería que fuera verdad.
Wilkins tiró el cigarrillo al suelo.
– No quiero quitarle importancia. La verdad es que me llevé un palo al ver los archivos, sabiendo que conoces al chico y todo eso.
– Buen trabajo.
– Ojalá hubiera averiguado más. Quiero decir que no había nada de correspondencia. O tenía mucho cuidado con los e-mails o no utilizaba el correo electrónico. Los adultos pescan a los chicos en los chats, así conectan con ellos. Yo mismo lo he hecho. -Wilkins advirtió la mirada de Ramone-. Con mujeres, Gus. Mujeres casadas, en su mayoría, si quieres saberlo. Son las más fáciles de… conocer. Las maravillas de Internet.
– ¿Has hablado con Terrance Johnson?
– Joder, no. De esto no. De todas formas estaba borracho. No hacía más que preguntarme por el caso, si hemos encontrado ya el arma, todo eso. Yo me largué echando chispas con los papeles bajo el brazo.
– Borracho a las nueve de la mañana.
– La verdad es que lo entiendo -comentó Wilkins.
– ¿Sabes? A mí también me preguntó si habíamos encontrado el arma.
– ¿No creerás…?
– No. ¿Con qué motivo? Terrance Johnson puede ser un auténtico gilipollas, pero es imposible que matara a su hijo. -Ramone miró a través del parabrisas-. Pero eso sí explica lo de la guerra civil.
– ¿Cómo?
– Los sitios esos que Asa visitaba sobre los fuertes y cementerios locales.
– Ya. Sitios de encuentro y de ligue.
– Ya me los imagino quedando por Internet. Un adolescente no tiene casa propia, y supongo que muchos de los adultos no quieren que la gente vea a un niño entrando en su casa. Seguro que la mayoría de esos pedófilos están casados.
– Fort Stevens sería un buen sitio. Entre la Trece y Quackenbos, no lejos de la casa de Johnson. Y con todos esos terraplenes y, ¿cómo se llaman?, parapetos para esconderse.
– ¿No habrá allí un monumento a Lincoln-Kennedy?
– Que yo sepa no. Aunque bueno, al presidente Lincoln le dispararon durante la famosa batalla que hubo allí. La única vez que estuvo en un campo de batalla durante toda la guerra civil. Pero no hay ningún monumento, que yo recuerde. Igual en ese cementerio nacional que hay un poco más arriba.
– ¿En Georgia Avenue?
– El que da con Venable Place. Es un cementerio pequeño, donde enterraron a los soldados caídos en aquella batalla.
– Bill, eres…
– Ya lo sé. Vosotros pensáis que a mí sólo me interesan las tías y la cerveza. Pues que sepáis que me gusta leer. Te juro que cuando estoy en casa no hago otra cosa.
Ramone ordenó sus pensamientos.
– Tú sabes lo que me preocupa, ¿no?
– ¿Qué?
– Vale, Asa era gay. Pero ¿tiene eso algo que ver con su asesinato?
– ¿No crees que estamos algo más cerca?
– Sí, pero no lo veo.
– ¿Y el sospechoso de Rhonda?
– Ahí está la cosa. La novia de Dominique Lyons lo está acusando del asesinato de Jamal White. Pero dice que Dominique no compró el arma hasta la noche que mató a Jamal. A Asa lo mataron la noche anterior.
– Así que hay que encontrar al tío que le vendió a Lyons la pistola.
– Rhonda está en ello.
– ¿Sargento?
– Dime.
– Has dicho que estoy haciendo un buen trabajo. -Es cierto.
– Estoy haciendo muchas horas extras.
– Vale.
– ¿Me firmarás el once-treinta cuando entremos?
– Bésame el culo.
Ramone se miró el reloj. Eran más de las doce.
Ramone y Wilkins entraron en la sala de vídeo. Bo Green y Antonelli miraban, en la pantalla dos, a Rhonda Willis y a Darcia. En la uno estaba Dominique Lyons solo en el box, con la cabeza en la mesa y los ojos cerrados.
– ¿Qué pasa? -preguntó Ramone.
– Bo ha dejado al chulo por imposible -contestó Antonelli-. Pero Rhonda ha conseguido que la chica cante.
– ¿Y el arma?
– Dominique sacó el tambor del revólver y lo tiró por el puente Douglass. Luego tiró el resto en el Sousa. Así que está en pedazos en el río Anacostia, para siempre. Pero la chica nos ha dado el nombre y dirección del vendedor. Un tal Beano. Eugene está ahora buscando la ficha.
– Mira a Dominique -comentó asqueado Green.
– El hijoputa se está echando la siesta.
– Ya sabéis lo que dice el capitán -apuntó Wilkins-. Si pueden dormir en el box es que son culpables. Porque si no estarían berreando su inocencia a grito pelado.
– Deja que duerma -dijo Green-. El tío se cree que se va a ir de rositas. Pero ése a donde va a ir es al talego. Y yo pienso quedarme aquí sólo para verle la cara cuando se lo digamos.
– ¿Y la chica? -preguntó Wilkins-. ¿La van a acusar también?
– Tenemos que hablar con el fiscal -dijo Green-. Pero me imagino que con lo que ha cooperado, y con su testimonio, quedará en libertad condicional. Rhonda le ha prometido protección de testigos. Es un comienzo.
– Parece que la putilla va a quitar el culo de la calle justo a tiempo para el día de la madre -saltó Antonelli.
– ¿Tú es que nunca te callas? -le espetó Ramone.
Mientras Rhonda grababa la hora para la cámara, Ramone y Wilkins salieron. Antonelli se volvió hacia Bo Green.
– ¿Yo qué coño he hecho?
– Supongo que es que no le gustan los gilipollas. No sé por qué, la verdad.
Ramone y Wilkins se encontraron con Rhonda en su cubículo. Ramone le tocó el brazo.
– Buen trabajo.
– Gracias.
– Tú ya terminas por hoy, ¿no?
– Sí. ¿Y tú, qué tal?
– De momento ha sido un día interesante. A mi hijo lo han echado del colegio, así que me planté allí, le monté un pollo a la directora y luego cuestioné la hombría del subdirector.
– Todo un diplomático.
– Además Bill ha encontrado cosas en el ordenador de Asa Johnson que vienen a demostrar que el chico era gay.
– Seguro que tú ya te lo imaginabas.
– Sí.
– Pero ¿qué tiene eso que ver con su muerte?
– Pues no sé si tendrá algo que ver. Espero que entre los dos podamos localizar al tío que le vendió a Lyons la pistola a ver si averiguamos de una vez qué ha pasado.
Eugene Hornsby se unió al grupo. Había buscado en la base de datos el nombre de Beano. El programa era capaz de localizar el apodo callejero y dar el nombre real, la última dirección conocida y los antecedentes. Hornsby pasó copias de la información. Había encontrado dos Beanos, pero uno estaba en la cárcel.
– Aldan Tinsley. Nuestro hombre tiene antecedentes por haber recibido y vendido propiedades robadas. Además de una detención reciente por conducir borracho.
– Darcia ha dicho que fueron con Dominique a un callejón detrás de una calle perpendicular a Blair Road -informó Rhonda-. No recordaba el cruce.
– Su última dirección conocida está en una manzana de Milmarson -comentó Hornsby.
– Eso está al lado de Fort Slocum, donde encontraron a Jamal.
– Y a tiro de piedra del jardín comunitario de Oglethorpe -dijo Ramone.
– Tengo que llamar a mis hijos, que no se me desmanden -advirtió Rhonda.
– Nos vemos en el parking.
Ramone y Rhonda Willis fueron a la parte alta de la ciudad en el Taurus. Iban por South Dakota Avenue en dirección a North Capitol pasando por Michigan, la mejor ruta hacia el norte a través de Northeast. Rhonda se estaba pintando los labios mirándose en el espejo de cortesía.
– Es una pena lo de Asa -comentó-. Es una pena que los padres, encima, tengan que lidiar con esto.
– Y eso no es lo peor -dijo Ramone-. Una de las muchas cosas que le hizo Terrance Johnson a su hijo fue llamarle maricón. A ver ahora cómo lo asimila.
– ¿Tú crees que Johnson lo sabía?
– No. No se enteraba de nada.
Milmarson Place era una manzana de casas coloniales de ladrillo y piedra, bien conservadas, que iba de Blair Road a la calle Primera, entre Nicholson y Madison. Era una calle de dirección única, de manera que tuvieron que entrar desde Kansas Avenue y Nicholson. Un complicado sistema de circulación conectaba una calle con otra. Ramone seguía una de estas calles que trazaba un semicírculo. Pasaron por delante de varios garajes, verjas de madera y metálicas, cubos de basura volcados y varios perros mezcla entre pitbull y pastor alemán, bien ladrando o bien tirados en silencio en pequeños jardines. Aquella parte de la calle salía cerca de Blair. En cuanto llegaron vieron un coche patrulla del Distrito Cuatro mirando hacia el oeste. Ramone aparcó el Taurus detrás. La residencia de los Tinsley estaba en el otro extremo de la calle.
Rhonda se llevó un walkie-talkie. El agente de uniforme salió de su Ford para acercarse a ellos. Era joven y tenía el pelo rubio, muy corto, con un remolino. En la placa del pecho anunciaba su nombre: Conconi. Rhonda había llamado pidiendo asistencia.
– Arturo Conconi -se presentó el agente, tendiendo la mano.
– Detective Ramone. Ésta es la detective Willis.
– ¿Qué tenemos?
– Un tal Aldan Tinsley. Creemos que puede haber vendido una pistola que más tarde se usó en un homicidio. No tiene antecedentes violentos.
– No es razón para correr riesgos -dijo el joven.
– Exacto. ¿Cómo andas de la vista?
– Muy bien.
– Pues vigila la casa desde aquí. Si te llama la detective Willis, entra en el callejón.
Conconi se sacó la radio del cinto para ajustar las frecuencias con Rhonda.
– ¿Te llaman Art o Arturo? -preguntó ella.
– Turo.
– Muy bien.
Ramone y Rhonda echaron a andar por la calle.
– Un compatriota tuyo.
– No se lo tengas en cuenta -dijo Ramone.
Subieron unos escalones de cemento hasta el patio de una casa de ladrillo al final de Milmarson. Rhonda señaló la puerta con el mentón.
– Dale el toque policial, Gus.
– ¿Todavía te duele la mano?
– De contar todo el dinero que tengo.
Ramone golpeó la puerta con el puño, dos veces, hasta que le abrieron.
Apareció un veinteañero de la altura de Ramone, de cabeza grande, brazos largos y estrecho de pecho. Llevaba una camiseta We R One y unos tejanos, y un móvil pegado a la oreja.
– Un momento -dijo al teléfono, antes de dirigirse a Ramone-. ¿Sí?
Ramone y Rhonda se adentraron un paso. Ramone enseñó la placa mientras su compañera echaba un vistazo sobre su hombro queriendo ver si había alguien más en la casa. Le pareció oír movimientos al fondo.
– Soy el detective Ramone y ésta es la detective Willis. ¿Es usted Aldan Tinsley?
– No. Ahora mismo no está.
– ¿Y quién es usted?
– Su primo.
Ramone le miró, recordando la fotografía que había visto en la ficha. Parecía Aldan Tinsley, pero también podía haber sido su primo.
– ¿Tiene alguna identificación? -preguntó Rhonda. -Eh, ¿sigues ahí? -dijo el joven al teléfono.
– Le tengo que pedir que termine con esa llamada.
– Te llamo luego, está aquí la policía. Buscan a mi primo.
– ¿Podemos ver alguna identificación? -insistió Rhonda.
– ¿De qué va todo esto?
– ¿Es usted Aldan Tinsley? -repitió Ramone.
– Oigan, ¿tienen una orden? Porque, si no, se han metido en mi casa y eso es allanamiento.
– ¿Es usted Aldan Tinsley?
– Que les den por culo. Ya le digo que mi primo no está.
– ¿Que nos den por culo? -sonrió Ramone.
– Lo que digo es que no tienen derecho a entrar así y yo no tengo tiempo para estas chorradas, así que tendrán que perdonarme.
El joven intentó cerrar, pero ellos no se movieron, de manera que la puerta le dio a Rhonda en el hombro, haciéndole perder el equilibrio. Ramone abrió de nuevo con una violenta patada y entró del todo en la casa.
– Eso ha sido agresión.
Agarró al hombre por la camiseta y lo puso contra la pared. El otro se debatió intentando liberarse, pero Ramone lo levantó en el aire para tirarlo al suelo, y mientras caía, echó su peso sobre él y lo estampó contra el suelo de madera. Mientras tanto Rhonda llamaba al agente de uniforme por la radio. Ramone sacó las esposas e hizo girarse al tipo, advirtiendo que tenía sangre en los labios y los dientes. Se había dado un golpe en la cara al caerse. Con una rodilla en su espalda, le puso las esposas, mientras el otro mascullaba alguna obscenidad.
– Cierra la boca.
En ese momento entró en la sala una mujer mayor, secando un plato con un trapo, y se quedó mirando al hombre esposado y ensangrentado.
– Beano -dijo, con tono decepcionado-, ¿qué has hecho ahora?
– ¿Es éste Aldan Tinsley, señora? -preguntó Ramone.
– Mi hijo.
Ramone miró a Rhonda, que no se había molestado en sacar la Glock. Ella le hizo un gesto con las cejas, indicándole que estaba bien.
Arturo Conconi apareció en la puerta con la mano en el arma.
– Mete a este caballero en el coche y síguenos hasta la VCB.
– ¿Por qué me ha tenido que pegar? -se quejó Tinsley-. Me ha partido el labio, joder.
– Deberías habernos dicho tu nombre. Te lo preguntamos muy educadamente.
– Te habrías ahorrado todo esto -dijo Rhonda.
Pidió perdón a la madre por las molestias y se llevaron a
Tinsley.