San Sebastián, agosto de 1878
Se levantó temprano y, tras vestirse con cuidado para no despertar a Clara, salió a caminar un rato.
Fue al paseo de La Concha, a admirar una vez más la hermosa playa bañada por el frío Cantábrico. No podía sustraerse a su hipnótico sonido arrullando aquella ciudad mimada por el océano, donde la lluvia y el viento creaban una verde y fértil tierra donde el verano era fresco y agradable. Permanecía sentado una hora en el mismo banco cada mañana, absorto en la contemplación de las olas que rompían en la orilla, hasta que Clara pasaba a recogerle y acudían a tomar café y charlar con las amistades.
Pensó que aquel otoño haría un año exacto de la resolución de los dos casos que lo habían convertido en un detective famoso. Un escalofrío le recorrió la espalda. A veces tenía la sensación de no haberse recuperado del todo de aquellas tortuosas vivencias.
– ¿Don Víctor? -preguntó un botones del hotel, portador de una bandejita en la mano con un sobre.
– Sí, soy yo.
– Ha llegado esto para usted. Es urgente.
El policía dio una generosa propina al joven y quiso saber antes de despedirle:
– ¿Qué hora es, hijo?
– Deben de ser las nueve y media, señor.
– Gracias -contestó abriendo el sobre.
Leyó el telegrama y sonrió. Vio cómo Clara se acercaba por el paseo. En un instante, la joven llegó a su lado y tomó asiento mientras preguntaba:
– ¿Eso es un telegrama?
Él asintió, dejándose acunar por la brisa marina.
– No requerirán tu presencia por algún caso…
– No, tranquila, no es nada, sólo que estás casada con el inspector más joven de la historia de la policía española.
Ella sonrió abrazándolo con ternura:
– ¡Te han ascendido! -exclamó jubilosa a la vez que lo besaba y le susurraba al oído-: Pues te diré que ésa no va a ser la única buena noticia del verano.
Él la miró sorprendido.
– ¡Estás embarazada!
Clara asintió confirmando la noticia:
– Vaya, qué perspicaz. ¡Menudo detective!
– Pero ¿estás segura? -preguntó él incrédulo.
Clara abrazó a su marido y lo besó por toda respuesta.