Mary necesitaba café. Se levantó de la cama, fue a la cocina y puso la cafetera en marcha. Luego entró en el salón y pulsó el botón de reproducción de su contestador automático, un viejo y fiel Panasonic que emitía fuertes chasquidos cuando arrancaba y terminaba de rebobinar su cinta.
—Cuatro mensajes nuevos —anunció la voz masculina, fría y carente de emoción, y entonces el aparato empezó a reproducirlos.
—Qué tal, hermanita, soy Christine. Tengo que contarte lo de este tipo nuevo con el que estoy saliendo… lo conocí en el trabajo. Sí, lo sé, lo sé, siempre dices que no me líe con nadie de la oficina, pero de verdad, es tan guapo y tan simpático, y tan gracioso. ¡Te lo juro por Dios, hermanita, es un verdadero hallazgo!
Un verdadero hallazgo, pensó Mary. Santo cielo, otro verdadero hallazgo.
La voz mecánica de nuevo:
—Viernes, 9.04 p.m.
Eso era poco más de las seis en Sacramento. Christine debía de haber llamado en cuanto volvió a casa de la oficina.
—Hola, Mary, soy Rose. Hace siglos que no te veo. Vamos a almorzar juntas, ¿eh? ¿Tienen un Blueberry Hill en York? Me acercaré e iremos… cerraron el que tengo cerca. De todas formas, supongo que ahora estás fuera… espero que te lo estés pasando genial, sea lo que sea que estés haciendo. Dame un toque.
La voz de la máquina:
—Viernes, 9.33 p.m.
Dios, pensó Mary. Santo Dios. Eso debió de ser exactamente cuando… cuando…
Cerró los ojos.
Y entonces se reprodujo el siguiente mensaje.
—¿Profesora Vaughan? —dijo una voz con acento jamaiquino—. ¿Es el domicilio de la profesora Mary Vaughan, la genetista? Lo siento si no lo es… y odio tener que llamar tan tarde. Lo intenté en el campus de York, por si todavía estaba usted allí, pero se puso el contestador. Hice que información telefónica me diera los números de todas las M. Vaughan de Richmond Hill… hay un artículo en la red sobre usted que dice que es ahí donde vive.
El mensaje contestador de Mary sólo decía «Soy Mary», pero quien llamaba presumiblemente no se había contentado con eso.
—De todas formas… Dios, espero que no se me corte aquí… mire, me llamo Reuben Montego, soy médico, trabajo en la mina Creighton de Inco, en Sudbury. No sé si habrá visto ya las noticias, pero hemos encontrado un…
Hizo una pausa, y Mary se preguntó por qué. Hasta ahora había estado farfullando.
—Bueno, mire, si no ha visto las noticias, digamos que hemos encontrado lo que creemos que es un espécimen de Neanderthal en, ah, un estado notable.
Mary sacudió la cabeza. No había ningún fósil de Neanderthales en América del Norte. El tipo debía de haber encontrado los restos de algún viejo canadiense nativo…
—Hice una búsqueda en la red con «Neanderthal» y «ADN», y su nombre no dejaba de aparecer. ¿Puede…?
Bip. El tipo había sobrepasado el tiempo máximo de grabación de los mensajes.
—Viernes, 10.20 p.m. informó la voz robótica.
—Maldición, odio estas cosas —dijo el doctor Montego, cobrando otra vez vida—. Mire, lo que iba a decir es que nos gustaría que autentificara usted lo que tenemos aquí. Llámeme… en cualquier momento del día o de la noche, a mi móvil en…
Mary no tenía tiempo para eso. Ni ese día ni ningún otro por el momento. Además, los Neanderthales no eran su único interés; si se trataba de un hueso de nativo antiguo bien conservado, eso sería intrigante, pero la conservación tendría que ser verdaderamente notable para que el ADN no se hubiera deteriorado y…
Sudbury. Eso estaba en la zona septentrional de Ontario. ¿Podrían haber…?
Eso sería fabuloso. Otro hombre helado, petrificado, tal vez encontrado en las profundidades de una mina.
Pero, por Dios, ella no quería pensar en eso ahora mismo. No quería pensar en nada.
Mary regresó a la cocina y llenó un tazón del café ya preparado al que añadió un poco de batido de chocolate de un cartón de medio litro; no conocía a nadie más que hiciera eso, y había renunciado a intentar que se lo sirvieran en los restaurantes. Volvió luego al salón y puso la tele, un aparato de catorce pulgadas que normalmente no usaba mucho: prefería entretenerse con una novela de John Grisham, o, de vez en cuando, un romance de Harlequin, cuando volvía a casa por las noches.
Usó el mando a distancia para sintonizar CablePulse 24, un canal permanente de noticias que dedicaba sólo parte de su pantalla a los noticiarios: la parte derecha mostraba información meteorológica y financiera, y la inferior los titulares de The National Post. Mary quería ver cuál sería la temperatura ese día, y si iba a llover, a ver si desaparecía parte de la horrible humedad del aire, y…
—… la destrucción del Observatorio de Neutrinos de Sudbury —decía la Mujer Mofeta; Mary nunca recordaba su nombre, pero tenía una incongruente veta blanca en el pelo oscuro—. Se conocen pocos detalles, pero las instalaciones, situadas a más de dos kilómetros de profundidad, al parecer sufrieron un grave accidente alrededor de las 3.30 de la tarde. No se produjeron víctimas, pero el laboratorio de 73 millones de dólares está de momento clausurado. El detector, que apareció en todos los titulares el año pasado al resolver el llamado Problema de Neutrinos Solares, sondea los misterios del universo. Se inauguró con gran boato en 1998, con la visita del famoso físico Stephen Hawking. —Aparecieron imágenes de archivo de Hawking en su silla de ruedas recorriendo un pozo minero para acompañar el plano de la Mujer Mofeta—.Y hablando de misterios, un hospital de Sudbury sostiene que se halló un Neanderthal vivo dentro de la mina. Tenemos conexión con Don Wright. ¿Don?
Mary se quedó mirando, absolutamente asombrada, mientras un periodista nativo canadiense daba un breve informe. El tipo que mostraban en pantalla tenía en efecto arcos ciliares y…
Dios, el cráneo, visto fugazmente en una radiografía que alguien alzaba contra una ventana… Parecía Neanderthal, pero…
Pero ¿cómo podía ser? ¿Cómo era posible? Por el amor de Dios, estaba claro que el tipo no era un salvaje, y llevaba un corte de pelo curioso. Mary veía a menudo CanalPulse 24; sabía que no desdeñaban emitir de vez en cuando reportajes que eran poco más que anuncios poco disimulados de películas, pero…
Pero Mary estaba suscrita a una lista de correos sobre homínidos; había suficientes temas aburridos allí para que fuera imposible que se le hubiera pasado por alto si alguien fuera a hacer una película sobre los Neanderthal en Ontario…
Sudbury… Ella nunca había estado en Sudbury y…
Y, Cristo, sí, le haría bien marcharse una temporada. Pulsó el botón de memoria de llamadas de su contestador. El primero en aparecer fue un número con el código 705. Pulsó el botón de llamada y se acomodó en su asiento de Morticia, una silla de mimbre de alto respaldo que era su favorita. Después de tres llamadas, la voz que ella ya había escuchado contestó:
—Montego.
—Doctor Montego, soy Mary Vaughan.
—¡Profesora Vaughan! Gracias por llamar. Tenemos…
—Doctor Montego, mire… no tiene ni idea de lo… de lo ocupada que estoy ahora mismo. Si se trata de una broma o…
—No es ninguna broma, profesora, pero no queremos llevar a Ponter a ninguna parte todavía. ¿Puede venir usted a Sudbury?
—¿Están absolutamente seguros de tener algo real?
—No lo sé; eso es lo que queremos que nos diga usted. Mire, también estamos intentando contactar con Norman Thierry, de la UCLA, pero allí todavía ni siquiera son las ocho de la mañana y…
Jesús, ella no quería a Thierry metido en eso. Si era cierto (aunque, Dios, ¿cómo podría serlo?), sería una absoluta bomba.
—¿Para qué me quieren allí? —preguntó Mary.
—Quiero que tome usted directamente las muestras de ADN. Quiero que no haya ninguna duda sobre su autenticidad ni sobre su procedencia.
—Hacen falta… Dios, no sé, tal vez cuatro horas de carretera para llegar a Sudbury desde aquí.
—No se preocupe por eso —dijo Montego—. Tenemos preparado un avión de la corporación en Pearson desde anoche, por si llamaba usted. Tome un taxi al aeropuerto y podemos tenerla aquí antes de mediodía. No se preocupe; Inco le reembolsará todos los gastos.
Mary miró su apartamento, con sus estanterías blancas y sus muebles de mimbre, su colección de figuritas Royal Doulton, las láminas enmarcadas de Renoir. Podía pasarse por la Universidad de York para recoger el material adecuado, pero…
No. No quería volver allí. Todavía no… tal vez en septiembre, cuando tuviera que volver a dar clases.
Pero necesitaría el material. Y ahora era de día. Podía dejar el coche en el Aparcamiento DD, acercarse al Edificio Farquharson desde una dirección completamente distinta, sin pasar por donde…
Donde…
Cerró los ojos.
—Tendré que pasarme por York para recoger algunas cosas, pero… sí, muy bien, lo haré.