36

Reuben, Louise, Ponter y Mary estaban sentados a la mesa de la cocina de Reuben. Todos menos Louise comían hamburguesas; Louise picoteaba un plato de ensalada.

Al parecer, en el mundo de Ponter, la gente comía con guantes en las manos. A Ponter no le gustaba usar cubiertos, pero la hamburguesa parecía un buen término medio. No se comió el pan, pero lo utilizó para manipular la carne, apretándola constantemente hacia delante y mordiendo la parte que asomaba entre las rebanadas.

—Bueno, Ponter dijo Louise, por empezar una conversación ¿vives solo? En tu mundo, quiero decir.

Ponter negó con la cabeza.

—No. Vivía con Adikor.

—Adikor —repitió Mary—. Creí que era la persona con la que trabajabas.

—Sí —dijo Ponter—. Pero también es mi compañero.

—Tu compañero de trabajo, quieres decir.

—Bueno, eso también, supongo. Pero es mi «compañero»: ésa es la palabra que nosotros utilizamos. Compartimos un hogar.

—Ah —dijo Mary—. Un compañero de habitación.

—Sí.

—Compartís los gastos de la casa y las tareas.

—Sí. Y las comidas y la cama y…

Mary se enfureció consigo misma por la manera en que su corazón dio un brinco. Conocía a montones de hombres gay: estaba acostumbrada a que salieran del armario, no a que atravesaran un portal transdimensional.

—¡Eres gay! —dijo Louise—. ¡Qué guai!

—La verdad es que era más feliz en casa —dijo Ponter.

—No, no, no —dijo Louise—. Feliz no. Gay, pero no alegre. Homosexual.

Bliip.

—Tener relaciones sexuales con un miembro de tu mismo género: hombres que tienen sexo con otros hombres, o mujeres que tienen sexo con otras mujeres.

Ponter parecía más confundido que nunca.

—Es imposible tener sexo con un miembro del mismo sexo. El sexo es el acto de procreación potencial y requiere un macho y una hembra.

—Bueno, sí, no sexo como en una relación sexual —dijo Louise—. Sexo como contacto íntimo, como en… ya sabes, caricias afectivas de… de los genitales.

—Oh —dijo Ponter—. Sí, Adikor y yo hacíamos eso.

—Eso es lo que nosotros llamamos ser homosexual —intervino Reuben—. Tener ese contacto sólo con miembros de tu mismo género.

—¿Sólo? —dijo Ponter, sobresaltado—. ¿Quieres decir exclusivamente? No, no, no. Adikor y yo nos hacíamos mutua compañía cuando Dos estaban separados, pero cuando Dos se convertían en Uno, teníamos por supuesto… ¿Cómo lo llamaste, Lou? «Caricias afectivas de los genitales» con nuestras hembras respectivas… o al menos yo lo hacía hasta que Klast, mi mujer-compañera, murió.

—Ah —dijo Mary—. Eres bisexual.

Bliip.

—Tienes contacto genital con hombres y mujeres.

—Sí.

—¿Todo el mundo es así en tu mundo? —preguntó Louise, trinchando lechuga con el tenedor—. ¿Bisexual?

—Casi todos. —Ponter parpadeó, comprendiendo por fin—. ¿ Quieres decir que aquí es diferente?

—Oh, sí —explicó Reuben—. Bueno, para la mayoría de la gente, al menos. Quiero decir, claro, hay gente bisexual, y montones y montones de gente gay…, homosexual. Pero la enorme mayoría es heterosexual. Eso significa que tiene contacto afectivo sólo con miembros del género opuesto.

—Qué aburrido —dijo Ponter.

Louise se echó a reír. Luego, conteniéndose, dijo:

—¿Y tienes hijos?

—Dos hijas —asintió Ponter—. Jasmel y Megameg.

—Qué nombres tan bonitos.

Ponter parecía triste, pensaba obviamente en el hecho de que era probable que nunca volviera a verlas.

Reuben lo advirtió también y trató de dirigir la conversación hacia algo menos personal.

—¿Y cómo, um, es eso de «Dos que se convierten en Uno» que has mencionado? ¿De qué se trata?

—Bueno, en mi mundo, los varones y las hembras viven principalmente separados, así que…

—¡Binford! —exclamó Mary.

—No, es cierto —dijo Ponter.

—Eso no era un taco —dijo Mary—. Es el nombre de un hombre. Lewis Binford es un antropólogo que argumenta lo mismo: que los hombres y las mujeres Neanderthales vivían vidas separadas en esta Tierra. Lo basa en los yacimientos de Combe Grenal, en Francia.

—Tiene razón —dijo Ponter—. Las mujeres viven en el Centro de nuestros territorios, y los hombres en los Bordes. Pero una vez al mes los hombres vamos al Centro y pasamos cuatro días con las hembras. Decimos que «Dos se convierten en Uno» durante ese tiempo.

—¡Fiiiestaaa!—dijo Louise, sonriendo.

—Fascinante —comentó Mary.

—Es necesario. No producimos comida como hacéis vosotros, así que el tamaño de la población tiene que ser controlado.

Reuben frunció el ceño.

—¿Entonces eso de «Dos se convierten en Uno» es para controlar la natalidad?

Ponter asintió.

—En parte. El Gran Consejo Gris, el cuerpo gobernante de ancianos, fija las fechas en las que nos unimos, y Dos normalmente se convierten en Uno cuando las mujeres son incapaces de concebir. Pero si es el momento de concebir una nueva generación, entonces las fechas se cambian y nos unimos cuando las mujeres son más fértiles.

—Dios santo —dijo Mary—. Un planeta entero siguiendo el método Ogino. Le caeréis bien al Papa, chicos. Pero… ¿pero cómo puede funcionar eso? Quiero decir, vuestras mujeres no tendrán el periodo… sus menstruaciones todas a la vez, ¿no?

Ponter parpadeó.

—Por supuesto que sí.

¿Pero cómo…? Oh, espera. Ya veo. —Mary sonrió—. Esa nariz tuya: es muy sensible, ¿verdad?

—A mí no me lo parece.

—Pero lo es… comparada con las nuestras, quiero decir. Comparada con las narices que tenernos nosotros.

—Bueno, vuestras narices son muy pequeñas —dijo Ponter—. Son, ah, bastante desconcertantes al mirarlas. Siempre pienso que os asfixiaréis… aunque he advertido que muchos de vosotros respiráis por la boca, presumiblemente para evitarlo.

—Nosotros siempre hemos supuesto que los Neanderthales evolucionaron como respuesta a las condiciones de la Era Glacial —dijo Mary—. E imaginábamos que vuestras narices grandes os permitían humidificar el aire frío antes de llevarlo a los pulmones.

—Nuestros… los científicos que estudian a los antiguos humanos creen lo mismo —dijo Ponter.

—El clima se ha calentado mucho desde que vuestras narices evolucionaron —dijo Mary—. Pero vosotros habéis conservado ese rasgo quizá porque tiene el efecto colateral beneficioso de daros un sentido del olfato mucho mejor.

—Sí —dijo Ponter—. Puedo oleros a todos, y todas las comidas diferentes de la cocina y las flores de allá atrás, y esa cosa acre que Reuben y Lou han estado quemando abajo, pero…

—Ponter —dijo Reuben rápidamente—, nosotros no podemos olerte.

—¿De verdad?

—Sí. Oh, si metiera la nariz en tu sobaco, podría oler algo. Pero normalmente los humanos no nos olemos unos a otros.

—¿Cómo os encontráis unos a otros en la oscuridad?

—Por la voz —dijo Mary.

—Qué extraño.

—Pero puedes hacer más que detectar la presencia de una persona, ¿verdad? —dijo Mary—. Esa vez que me miraste. Pudiste… —Tragó saliva, pero bueno, Louise era mujer también, y Reuben era médico—. Te diste cuenta de que yo tenía el periodo, ¿verdad?

—Sí.

Mary asintió.

—Incluso las mujeres de nuestra especie, si viven juntas el tiempo suficiente en la misma casa, pueden acabar sincronizando sus ciclos menstruales… y tenemos un sentido del olfato penoso. Supongo que tiene sentido que ciudades enteras de vuestras mujeres lleven el mismo ciclo.

—No se me había ocurrido nunca que pudiera ser de otra forma —dijo Ponter—. Me pareció extraño que tú estuvieras menstruando pero Lou no.

Louise frunció el entrecejo, pero no dijo nada.

—Bueno, ¿alguien quiere algo más? —preguntó Reuben—. Ponter, ¿otra Coca-Cola?

—Sí. Gracias.

Reuben se levantó.

—¿Sabes que esa bebida tiene cafeína? —dijo Mary—. Es adictiva.

—No te preocupes —dijo Ponter—. Sólo estoy bebiendo siete u ocho latas al día.

Louise se echó a reír y continuó comiendo su ensalada.

Mary le dio otro bocado a su hamburguesa, aplastando con los dientes las rodajas de cebolla.

—Espera un momento —dijo, una vez que tragó—. Eso significa que vuestras hembras no tienen ovulación oculta.

—Bueno, está oculta a la vista.

—Sí, pero… bueno, ya sabes, yo coordinaba un curso con el departamento de Estudios Femeninos: «La biología de las relaciones de poder sexual.» Habíamos supuesto que la ovulación oculta era la clave para que las hembras obtuvieran protección constante y manutención por parte de los machos. Ya sabes: si no puedes decir si tu hembra es fértil, será mejor que seas atento con ella todo el tiempo, no vayan a ponerte los cuernos.

Hak pitó.

—Los cuernos —repitió Mary—. Decimos que un marido es un cabrón cuando invierte sus energías manteniendo hijos que no son biológicamente suyos. Pero con la ovulación oculta…

La risa de Ponter hendió el aire; su enorme pecho y su profunda boca emitieron una carcajada grave y atronadora.

Mary y Louise lo miraron, aturdidas.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Reuben, colocando otra Coca-Cola delante de Ponter.

El hombre de Neanderthal alzó una mano: intentaba dejar de reír, pero no podía conseguirlo. Aparecieron lágrimas en la comisura de sus ojos hundidos, y su piel normalmente pálida se puso bastante roja.

Mary, sentada a la mesa, se llevó las manos a las caderas… aunque inmediatamente fue consciente de su lenguaje corporal: las manos en las caderas aumentan el tamaño aparente de la persona, para intimidar. Pero Ponter era mucho más fornido y musculoso que ninguna mujer (o que cualquier hombre), así que era un gesto ridículo. Con todo, exigió:

—¿Bien?

—Lo siento —dijo Ponter, recuperando el control. Usó su largo pulgar para secarse las lágrimas de los ojos—. Es que a veces vuestra gente tiene ideas ridículas. —Sonrió—. Cuando hablas de ovulación oculta, ¿te refieres a que las hembras humanas no tienen hinchazón en los genitales cuando están en celo?

Mary asintió.

—Los chimpancés y los bonobos sí, al igual que los gorilas y la mayoría de los otros primates.

—Pero los humanos no dejaron de tener esa hinchazón para ocultar la ovulación —dijo Ponter—. La hinchazón genital desapareció cuando ya no resultó una señal eficaz. El clima se hizo más frío y los humanos empezaron a llevar ropa. Ese tipo de exhibición visual, basada en engordar los tejidos con fluido, es costosa desde un punto de vista energético: ya no tenía razón de ser el mantenerla una vez que cubrimos nuestros cuerpos con pieles de animales. Pero, al menos para mi gente, la ovulación siguió siendo obvia gracias al olor.

—¿Puedes oler la ovulación, además de la menstruación? —preguntó Reuben.

—Los… componentes químicos asociados con ella, sí.

—Feromonas —apostilló Reuben.

Mary asintió lentamente.

—Y por eso —dijo, tanto para Ponter como para sí misma— los varones podían marcharse durante semanas seguidas sin preocuparse de que sus hembras quedaran preñadas por otro.

—Eso es —dijo Ponter—. Pero hay algo más.

—¿Sí?

—Ahora decimos que el motivo por el que nuestros antepasados masculinos…, creo que entenderéis la metáfora, «se fueron a las montañas» es por lo, ah, desagradables que son las hembras durante Últimos Cinco.

—¿Últimos Cinco? —dijo Louise.

—Los últimos cinco días del mes; ese momento conduce al principio de su periodo.

—Oh —dijo Reuben—. SPM. Síndrome premenstrual.

—Sí —dijo Ponter—. Aunque, por supuesto, ése no es el verdadero motivo. —Se encogió un poco de hombros—. Mi hija Jasmel está estudiando historia pregeneración uno: ella me lo explicó. Lo que sucedió realmente es que los hombres solían pelear constantemente para poder acceder a las mujeres. Pero, como Mare ha advertido, el único momento de acceso a las mujeres que es evolutivamente importante es durante la parte de cada mes en que pueden quedarse embarazadas.

—Como los ciclos de todas las mujeres estaban sincronizados, los hombres se llevaban mucho mejor durante la mayor parte del mes si se alejaban de las hembras y regresaban luego en grupo sólo cuando era importante hacerlo para la reproducción. No fue lo desagradables que son las mujeres lo que llevó a la división: fue la violencia masculina.

Mary asintió. Habían pasado años desde que compartió aquel curso de relaciones de poder sexual, pero era típico: los hombres causando problemas y echando la culpa a las mujeres por ello. Mary no creía que fuese a conocer jamás a una hembra del mundo de Ponter, pero, en ese momento, sintió auténtica afinidad con sus hermanas Neanderthales.

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