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A primera hora de la tarde, Reuben Montego pudo darles una buena noticia. Había estado comunicándose por teléfono y e-mail con varios expertos de las sedes del CLCE y el CDC, así como del laboratorio de emergencias de Winnipeg.

—Ya te habrás dado cuenta de que a Ponter no parece gustarle el grano ni los productos lácteos —dijo Reuben, sentado ahora en el sofá mientras bebía el aromático café etíope que Mary había descubierto que le gustaba.

—Sí —dijo Mary, mucho más cómoda después de la ducha, aunque hubiera tenido que ponerse la misma ropa que el día anterior —. Le encantan la carne y la fruta fresca. Pero no parece sentir mucho interés por los productos agrícolas, el pan, ni la leche.

—En efecto. Y la gente con la que he estado hablando me dice que eso es muy positivo para nosotros.

—¿Por qué? preguntó Mary. No soportaba el café de Reuben, aunque había pedido un poco de Maxwell House y, sí, batido de chocolate para que se lo trajeran más tarde, además de ropa. Por el momento, se contentaba con la cafeína que proporcionaban las latas de Coca-Cola.

—Porque sugiere que Ponter no procede de una sociedad agrícola explicó Reuben. Lo que he averiguado gracias a Hak lo confirma, más o menos. La versión de la Tierra de Ponter parece tener una población mucho más baja que ésta. Por tanto, no practican la agricultura ni la ganadería, al menos no a la escala que nosotros hemos estado haciendo los últimos miles de años.

—Yo creía que esas cosas eran necesarias para mantener cualquier tipo de civilización, no importa cuál sea la población —dijo Mary. Reuben asintió.

—Me muero de ganas de que Ponter pueda responder a esas preguntas. De todas formas, me dicen que la mayoría de las enfermedades serias que nos afectan empezaron en animales domésticos, y luego pasaron a las personas. El sarampión, la tuberculosis y la viruela proceden todas del ganado vacuno; la gripe procede de los cerdos y los patos, y la tos ferina de los cerdos y los perros.

Mary frunció el entrecejo. Por la ventana vio pasar un helicóptero: más periodistas.

—Es verdad, ahora que lo pienso.

—Y —continuó Reuben— las epidemias sólo evolucionan en áreas de gran densidad de población, donde hay muchas víctimas potenciales. En zonas de baja densidad, los gérmenes de esas enfermedades no son evolutivamente viables: matan a sus propios anfitriones, y luego no tienen otro sitio al que ir.

—Sí, supongo que eso también es cierto —dijo Mary.

—Probablemente es demasiado simplista decir que si Ponter no procede de una sociedad agrícola, entonces debe de pertenecer a una sociedad de cazadores-recolectores —dijo Reuben—. Sin embargo, ese parece ser el modelo que más se ajusta, al menos según entendemos en nuestro mundo, a lo que Hak ha tratado de describir. Las sociedades cazadoras-recolectoras sí que tienen densidades de población mucho más bajas, y también muchas menos enfermedades.

Mary asintió.

—Me han dicho que el mismo principio es aplicable a los primeros exploradores europeos y los nativos, aquí en las Américas —continuó Reuben—. Todos los exploradores procedían de sociedades agrícolas y muy pobladas, y rebosaban de gérmenes epidémicos. Los nativos pertenecían todos a sociedades de baja densidad, con poca o ninguna ganadería: no tenían gérmenes epidémicos propios, ni ninguna de las enfermedades que pasan del ganado a los humanos. Por eso la devastación se produjo sólo en un sentido.

—Yo creía que la sífilis llegó al Antiguo Mundo desde el Nuevo —dijo Mary.

—Bueno, sí, hay algunas pruebas de eso —dijo Reuben—. Pero aunque la sífilis se originó tal vez en América del Norte, aquí no se transmitía sexualmente. Fue sólo cuando llegó a Europa que aprovechó la oportunidad de ese medio de transmisión y se convirtió en una causa importante de mortandad. De hecho, la forma endémica y no venérea de la sífilis todavía existe, aunque ahora se da principalmente sólo en las tribus beduinas.

—¿De verdad?

—Sí. Así que, en vez de ser un ejemplo para rebatir la forma en que se contagian las epidemias, la sífilis confirma que el desarrollo de las epidemias requiere condiciones sociales típicas de civilizaciones superpobladas.

Mary digirió esto durante un momento.

—Eso significa que nosotros tres vamos a estar bien, ¿no?

—Ésa parece la conclusión más probable: Ponter sufre algo que tenemos aquí, pero probablemente no habrá traído nada de su lado por lo que tengamos que preocuparnos.

—Pero ¿qué pasará con él? ¿Se pondrá bien?

Reuben se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo—. Le he dado suficientes antibióticos de amplio espectro para acabar con la mayoría de las infecciones bacterianas, gram positivas y gram negativas. Pero las enfermedades virales no responden a los antibióticos, ni existe un antiviral de amplio espectro. A menos que tengamos pruebas de que tiene una enfermedad viral concreta, administrarle antivirales al azar probablemente haría más daño que bien. —Parecía tan frustrado como se sentía Mary—. No podemos hacer otra cosa sino esperar y observar.


Los exhibicionistas ocupaban toda la cámara del Consejo, rodeaban a Adikor Huld y le gritaban preguntas, como lanzas arrojadas contra un mamut emboscado.

—¿Le sorprende la decisión de la adjudicadora Sard? —preguntó Lulasm.

—¿Quién va a hablar en su favor delante del tribunal? —preguntó Hawst.

Tiene usted un hijo de la generación 148; ¿es lo bastante mayor para comprender lo que podría sucederles a usted… y a él? —dijo un exhibicionista cuyo nombre Adikor no sabía, un 147 que presumiblemente tenía un público más joven viéndolo con sus miradores.

Los exhibicionistas le gritaron también sus preguntas a la pobre Jasmel.

—Jasmel Ket, ¿cómo son las relaciones entre usted y Daklar Bolbay?

—¿Crees que tu padre puede estar vivo todavía?

—Si el tribunal condena al sabio Huld por asesinato, ¿cómo te sentirás por haber defendido a una persona culpable?

Adikor sintió la furia crecer en su interior, pero luchó, luchó para ocultarla. Sabía que las emisoras. Acompañantes de los exhibicionistas estaban siendo vistas por incontables personas.

Por su parte, Jasmel se negó a responder nada, y los exhibicionistas la dejaron por fin en paz. Al cabo de un rato, los que acosaban a Adikor se hartaron y se marcharon de la sala, dejándolos a Jasmel y a él solos en la enorme cámara. Jasmel miró a Adikor a los ojos un instante, y luego desvió la mirada. Adikor no estaba seguro de qué decirle: sabía leer los estados de ánimo de su padre, pero Jasmel tenía mucho de Klast también.

Finalmente, para llenar el silencio, Adikor dijo:

—Sé que lo hiciste lo mejor posible.

Jasmel miró ahora al techo, con sus auroras pintadas y su reloj montado en el centro. Luego bajó la cabeza, y miró Adikor.

—¿Lo hiciste? —preguntó.

—¿Qué? —El corazón de Adikor redobló—. No, por supuesto que no. Yo amo a tu padre.

Jasmel cerró los ojos.

—No sabía que fuiste tú quien intentó matarlo antes.

—No intenté matarlo. Estaba furioso, eso es todo. Creí que lo entendías, creí…

—¿Porque seguí hablando en tu favor creíste que no me preocupó lo que vi? ¡Ese era mi padre! ¡Lo vi escupir los dientes!

—Fue hace mucho tiempo —dijo Adikor, en voz baja—. Yo, ah, no lo recordaba tan… tan sangriento. Lamento que tuvieras que verlo. —Hizo una pausa—. Jasmel, ¿no lo entiendes? Yo amo a tu padre: le debo todo lo que soy. Después de ese… incidente…, él podría haber presentado cargos; podría haberme hecho esterilizar. Pero no lo hizo. Comprendió que yo tenía, tengo, una enfermedad, una incapacidad para controlar a veces mi ira. Todo lo que soy se lo debo a él; le debo tener un hijo, Dab. Lo que siento hacia tu padre es gratitud. Yo nunca le haría daño. No podría.

—Tal vez te cansaste de estar en deuda con él.

—No había ninguna deuda. Todavía eres joven, Jasmel, y no tienes ningún lazo aún, pero pronto lo tendrás, lo sé. No hay ninguna deuda entre dos personas que se aman. Sólo hay perdón total, y se sigue adelante.

—La gente no cambia —dijo Jasmel.

—Sí que cambia. Yo lo hice. Y tu padre lo sabía.

Jasmel guardó silencio durante largo rato.

—¿Quién va a hablar en tu favor esta vez?

Adikor había ignorado la pregunta cuando se la hicieron a gritos los exhibicionistas. Pero ahora lo pensó seriamente.

—Lurt es la opción natural —dijo—. Es una 145, lo bastante mayor para que los adjudicadores la respeten. Y dijo que haría cualquier cosa para ayudarme.

—Espero… —dijo Jasmel. Continuó un momento más tarde—. Espero que lo haga bien.

—Gracias. ¿Qué vas a hacer tú ahora?

Jasmel miró directamente a Adikor.

—Por ahora… por ahora, necesito alejarme de aquí… y de ti.

Se dio la vuelta y salió de la enorme sala del Consejo, dejando a Adikor completamente solo.

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