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SEIS DÍAS DESPUÉS
VIERNES, 16 DE AGOSTO
148/104/09

Adikor y Ponter llegaron a la casa de Dern, el ingeniero de robótica. Dern los condujo al interior, y luego apagó su mirador; Ponter vio que era fan de Lulasm.

—¡Caballeros, caballeros! —dijo Dern—. Me alegro de veros. —Señaló la pantalla ahora en blanco del mirador—. ¿Habéis visto la visita de Lulasm a la Academia de Economía esta mañana?

Ponter negó con la cabeza. Adikor hizo lo mismo.

—Vuestra amiga Sard ha dejado de ser adjudicadora. Al parecer, a sus colegas les pareció que había sido un poco menos imparcial de lo natural, dada la forma en que salió tu juicio.

—¿Un poco nada más? —dijo Adikor, asombrado—. Eso es quedarse corto.

—En cualquier caso —continuó Dern—, los Grises decidieron que haría una contribución más significativa enseñando mediación avanzada a los 146.

—Probablemente no llamará la atención de ningún exhibicionista —dijo Ponter—, pero Daklar Bolbay está recibiendo ayuda también. Terapia para manejar el dolor, la furia y todo eso.

Adikor sonrió.

—Le presenté a mi antiguo escultor de personalidad, y él la ha puesto en contacto con la gente adecuada.

—Eso está bien —dijo Dern—. ¿Vas a exigir una disculpa pública por su parte?

Adikor negó con la cabeza.

—Ya he recuperado a Ponter —dijo simplemente—. No necesito más.

Dern sonrió y le dijo a uno de sus muchos robots domésticos que trajera bebidas.

—Os doy las gracias a ambos por venir —dijo, tendiéndose en un sofá alargado, cruzando los pies, los dedos entrelazados tras la cabeza, su vientre redondo subiendo y bajando mientras respiraba.

Ponter y Adikor se sentaron a horcajadas.

—Dijiste que tenías algo importante de lo que hablar —instó amablemente Ponter.

—Así es —respondió Dern, girando la cabeza para poder mirarlos—. Creo que tenemos que hallar un medio para conseguir que el portal entre las dos versiones de la Tierra permanezca abierto de manera permanente.

—Parecía estar abierto mientras había un objeto físico atravesándolo —dijo Ponter.

—Bueno, sí, en lapsos de tiempo breves —dijo Adikor—. En realidad no sabemos si puede ser mantenido indefinidamente.

—Si puede, las posibilidades son asombrosas —dijo Ponter—. Turismo. Comercio. Intercambio cultural y científico.

—Exactamente —replicó Dern—. Echad un vistazo a esto.

Puso los pies en el suelo y colocó un objeto sobre la pulida mesa de madera. Era un tubo hueco, hecho de malla de alambre entretejido, un poco más largo que su dedo más largo y no más grueso que el diámetro del más pequeño.

—Esto es un tubo de Derkers —dijo. Usó los extremos de dos dedos para tirar de la boca del tubo, y la abertura se expandió y expandió, y la malla con su membrana elástica se estiró haciéndose cada vez más grande, hasta tener la anchura de la mano abierta de Dern.

Le tendió el tubo a Ponter.

—Intenta aplastarlo —dijo Dern.

Ponter sostuvo el tubo con una mano abierta y lo rodeó con la otra. Apretó entonces, suavemente al principio y luego con todas sus fuerzas. El tubo no cedió.

—Es un tubo pequeño —explicó Dern—, pero en la mina tenemos algunos que se expanden hasta tres brazadas de diámetro. Los usamos para asegurar los túneles cuando parece probable un hundimiento. No podemos permitirnos perder esos robots mineros, después de todo.

—¿Cómo funciona? —preguntó Ponter.

—La malla es en realidad una serie de segmentos articulados de metal, cada uno con extremos dentados. Una vez que lo abres, la única manera de cerrarlo es usar herramientas y desmontar los mecanismos de cierre uno a uno.

—¿Entonces estás sugiriendo que deberíamos volver a abrir el portal al otro universo, y luego colocar uno de estos… ¿cómo lo has llamado? ¿Un «tubo de Derker»? —dijo Ponter—. ¿Meter uno de estos tubos de Derker por la abertura y expandirlo hasta su diámetro máximo?

—Eso es —contestó Dern—. Y entonces la gente podría pasar de este universo al otro.

—Ellos tendrían que construir una plataforma y escaleras al otro lado, para que lleve hasta el tubo.

—Estoy seguro de que será fácil de hacer.

—¿Y si el portal no se abre indefinidamente? —preguntó Adikor.

—No le recomiendo a nadie que se entretenga en el túnel —dijo Dern—, pero si el portal se cerrara, simplemente cortaría el túnel, dividiéndolo en dos partes. O arrastraría al túnel por completo a un lado o a otro.

—Hay cosas que tener en cuenta —dijo Ponter—. Me puse muy enfermo cuando llegué allí. Al otro lado existen gérmenes contra los que no tenemos inmunidad.

Adikor asintió.

—Tendremos que ser cautos. No queremos que agentes patógenos pasen libremente de su universo al nuestro, y los viajeros que vengan hacia aquí sin duda requerirán una serie de inmunizaciones.

—Estoy seguro de que podría resolverse —dijo Dern—. Aunque no sé cuáles deberían ser exactamente los procedimientos. Guardaron silencio un rato. Finalmente, Ponter habló.

—¿Quién toma la decisión? —preguntó—. ¿Quién decide si deberíamos establecer contacto permanente, o incluso reestablecer un con tacto temporal, con el otro mundo?

—Estoy seguro de que no hay precedentes —dijo Adikor—. Dudo que nadie haya considerado jamás la posibilidad de tender un puente hacia otra Tierra.

—Si no fuera por el peligro de los gérmenes, yo diría que debemos continuar y abrir el portal, pero… —dijo Ponter.

Todos permanecieron en silencio, hasta que Adikor habló.

—¿Son… son buena gente, Ponter? ¿Deberíamos entrar en contacto con ellos?

—Son diferentes, en muchos, muchos aspectos. Pero me mostraron mucha amabilidad. Me trataron muy bien. —Hizo una pausa, luego asintió—. Sí, creo que deberíamos entrar en contacto con ellos.

—Muy bien, pues —dijo Adikor—. Supongo que el primer paso es hacer una presentación ante el Gran Consejo Gris. Debemos trabajar en eso.

Ponter había pensado mucho en lo que Mare le dijo en el ascensor del observatorio de neutrinos. Sí, él estaba interesado: ella había leído bien en él. Incluso a través de la barrera entre las especies, incluso a través de las líneas temporales, algunas cosas estaban claras.

El corazón de Ponter latía con fuerza. Parecía que iba a volver a verla de nuevo.

¿Quién sabía qué saldría de ello?

Bueno, sólo había una manera de averiguarlo.

—Sí —dijo Ponter Boddit, sonriendo—. Pongámonos a trabajar.


Normalmente, había que esperar hasta septiembre para que Toronto fuera tan abrumadoramente hermosa, con el cielo claro e inmaculado, la temperatura perfecta y el viento una suave caricia, el tipo de buen tiempo que le recordaba a Mary por qué creía en Dios.

Pero todavía faltaban dos semanas para septiembre, y naturalmente, cuando llegara el Día del Trabajo, ese signo de puntación brusco y final que marcaba el final del verano, Mary tendría que volver al trabajo, de vuelta a su antigua vida de profesora de genética, y a no tener a nadie especial, y a comer demasiado. Pero por ahora, con el maravilloso clima, Toronto parecía el cielo.

Cuando estaba en Ontario Norte, Mary había perdido unos cuantos de los kilos que normalmente tenía, pero sabía que los recuperaría. Todas las dietas que había seguido le recordaban el aceite Crisco: siempre volvía, excepto cuando te hacía falta una cucharada.

Naturalmente, no había seguido una dieta concertada. Simplemente, no había estado comiendo como de costumbre. En parte por el nerviosismo del tiempo que pasó en Sudbury, el tiempo que pasó con Ponter, por todas las cosas increíbles que habían ocurrido.

Y en parte (la parte que no había terminado, que nunca podría terminar) por las secuelas de la violación.

Mary había acordado ir a York ese día, lunes, para tener una reunión del departamento, y así, por primera vez desde aquella horrible noche (e habían pasado de verdad diecisiete días?), tuvo que pasar por el sitio del campus donde había tenido lugar el ataque, la pared de hormigón contra la que la había apretujado el violador, la cabeza cubierta por un pasamontañas negro.

Pero, naturalmente, no había sido violada por culpa de la pared. Había sido por culpa de él, aquel monstruo, y la sociedad enferma que lo había producido. Al caminar, pasó los dedos por la pared, tratando de no romperse las uñas pintadas de rojo y, al hacerlo, se le ocurrió un pensamiento loco. Recordó otra pared de hacía mucho tiempo, donde Colm y ella habían marcado sus iniciales.

Era algo ridículo en una mujer de treinta y ocho años, pero tal vez debiera escribir MV+PB en esa pared… aunque para hacerlo bien suponía que tendría que escribir MV más los símbolos en el lenguaje de Ponter Boddit que representaban su nombre.

De todas formas, sonreiría entonces cada vez que viera la pared, en vez de sentirse disgustada por ella. Cierto, sería una sonrisa triste, pues sabía que probablemente nunca lo volvería a ver. Pero, con todo, sería un recuerdo de… amor, sí: un recuerdo de amor perdido era infinitamente preferible al recuerdo de lo que había sucedido allí.

Mary continuó caminando, hacia delante, hacia el futuro.

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