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La sala de reuniones de la mina Creighton tenía diagramas en las paredes que mostraban la red de túneles y galerías. Un pedazo de mena de níquel ocupaba el centro de una larga mesa de madera. En un extremo de la sala había una bandera canadiense; en el otro, una gran ventana daba al aparcamiento y el agreste paisaje situado más allá.

A la cabecera de la mesa se encontraba Bonnie Jean Mah, una mujer blanca con abundante pelo castaño casada con un chino-canadiense, de allí su apellido. Era la directora del Observatorio de Neutrinos de Sudbury y acababa de llegar en avión de Ottawa.

A un lado de la mesa se sentaba Louise Benoit, la alta y hermosa pos-doctorada presente en la sala de control del ONS en el momento del desastre. Y al otro lado se encontraba Scott Naylor, el ingeniero de la compañía que había fabricado la esfera acrílica situada en el corazón del ONS. Junto a él estaba Albert Shawwanossoway, el principal experto en mecánica geológica de Inco.

—Muy bien —dijo Bonnie Jean—. Para poner a todo el mundo al día, han empezado a secar la cámara del ONS, antes de que el agua pesada se contamine más. La AECL va a intentar separar el agua pesada del agua normal y, en teoría, deberíamos poder montar de nuevo la esfera y cargarla con el agua recuperada, y poner de nuevo el ONS en funcionamiento. —Contempló las caras de la habitación—. Pero sigo queriendo saber qué causó exactamente el accidente.

Naylor, un hombre blanco, regordete y calvo, dijo:

—Yo diría que la esfera que contenía el agua pesada reventó por la presión interior.

—¿Podría haber causado eso el desplazamiento provocado por un hombre al entrar en la esfera? —preguntó Bonnie Jean.

Naylor negó con la cabeza.

—La esfera contenía 1.100 toneladas de agua pesada; si se le añade un ser humano, que pesa cien kilos (un décimo de una tonelada), sólo se incrementa la masa en una diezmilésima. Los seres humanos tienen más o menos la misma densidad que el agua, así que el aumento de desplazamiento sólo sería también de una diezmilésima. La esfera acrílica podría soportarlo fácilmente.

—Entonces debe de haber empleado algún tipo de explosivo —dijo Shawwanossoway, un ojibwa de unos cincuenta años con el pelo largo y negro.

Naylor negó con la cabeza.

—Hemos examinado el agua recuperada del tanque. No hay rastros de ningún explosivo… y no hay muchos que resulten efectivos estando empapados, de todas formas.

—Entonces ¿qué? —preguntó Bonnie Jean—. ¿Podría haber habido, no sé, una incursión de magma o algo así, y que el agua hirviera? Shawwanossoway sacudió la cabeza.

—La temperatura del ONS, y de todo el complejo minero, se vigila continuamente: no hubo ningún cambio. En la caverna observatorio permanecía en su valor normal de 105 grados… Fahrenheit, es decir, 41 °C. Caliente, pero no cercana a la ebullición. Recuerden, también, que la mina está a dos kilómetros de profundidad, lo que significa que la presión del aire es de unos mil trescientos milibares… un 30% más que al nivel del mar. Y a mayor presión, naturalmente, el punto de ebullición sube, no baja.

—¿Y el caso contrario? —preguntó Bonnie Jean—. ¿Y si el agua pesada se congeló?

—Bueno, se habría expandido, igual que el agua normal —dijo Naylor. Frunció el ceño—. Sí, eso habría hecho reventar la esfera. Pero el agua pesada se congela a 3,82 °C. No podría hacer tanto frío allá abajo.

Louise Benoit se unió a la conversación.

—¿Y si entró algo más aparte de un hombre? ¿Cuánto material tendría que haberse añadido antes de que estallara?

Naylor lo pensó un momento.

—No estoy seguro; nunca se ha especificado. Siempre supimos exactamente cuánta agua pesada iba a cedernos la AECL. —Hizo una pausa—. Tal vez…, no lo sé, tal vez el 10%. Cien metros cúbicos, o así.

—¿Y eso es cuánto? —preguntó Louise. Miró la sala de reuniones en la que se encontraban—. Esta sala mide unos seis metros de lado, ¿no?

—¿Veinte pies? —dijo Naylor—. Sí, supongo.

—Y tiene techos de diez pies de altura… es decir, unos tres metros —continuó Louise—. Así que está usted hablando de un volumen de material tan grande como el contenido de esta sala.

—Más o menos, supongo.

—Eso es ridículo, Louise —dijo Bonnie Jean—. Lo único que se encontró allá abajo fue un hombre.

Louise asintió, dándole la razón, pero luego alzó las cejas.

—¿Y el aire? ¿Y si cien metros cúbicos de aire fueran insuflados en la esfera?

Naylor asintió.

—Ya había pensado en eso. Pensé que tal vez una erupción de gas se introdujo de algún modo en la esfera, aunque no tengo ni idea de cómo. Las muestras de agua que tomamos estaban algo aireadas, pero…

—¿Pero qué? —preguntó Louise.

—Bueno, contenían nitrógeno, oxígeno y algo de CO2, además de polvo de roca y polen. En otras palabras, aire de mina corriente.

—Entonces no podían proceder de las instalaciones del ONS —dijo Bonnie Jean.

—Así es, señora —dijo Naylor—. Ese aire es filtrado: está libre de polvo de roca y otros contaminantes.

—Pero las únicas partes de la mina que conectan con la cámara de detección están en las instalaciones del ONS —dijo Louise. Naylor y Shawwanossoway asintieron.

—Muy bien, muy bien —dijo Bonnie Jean, alzando los dedos—. ¿Qué es lo que tenemos? El volumen de material dentro de la esfera se incrementó en, suponemos, un 10% o más. Eso podría haber sido causado por una infusión de cien metros cúbicos o más de aire sin filtrar… aunque a menos que el aire fuera bombeado muy rápidamente, habría sido comprimido por el peso del agua, ¿no? Y, en cualquier caso, no sabemos de dónde vino el aire…, desde luego no del ONS, ni cómo entró en la esfera, ¿cierto?

—Así es, más o menos, señora —dijo Shawwanossoway.

— Y ese hombre… ¿ tampoco sabemos cómo entró en la esfera? —preguntó Bonnie Jean.

—No —respondió Louise—. La compuerta de acceso entre la esfera interior de agua pesada y el tanque externo de agua normal estaba sellada incluso después de que la esfera reventara.

—Muy bien —dijo Bonnie Jean—, ¿sabemos cómo ese… ese Neanderthal, como lo llaman, entró siquiera en la mina?

Shawwanossoway era el único de los presentes que trabajaba para Inco. Extendió los brazos.

—Los de seguridad de la mina han revisado las cintas de seguridad y los archivos de acceso de las cuarenta y ocho horas previas al incidente —dijo—. Caprini… ése es nuestro jefe de seguridad, jura que rodarán cabezas cuando averigüe quién la cagó al dejar entrar a ese tipo, y dice que sucederán cosas aún más terribles cuando descubra a quien ha estado intentando ocultarlo.

—¿Y si no está mintiendo nadie? —dijo Louise.

—Eso no es posible, señorita Benoit —contestó Shawwanossoway—. Nadie puede bajar al ONS sin quedar registrado.

—Nadie podría si utilizara el ascensor —dijo Louise—. Pero ¿y si no llegó de esa forma?

—¿Cree que lo hizo escalando dos kilómetros de conductos de aire en vertical? —preguntó Shawwanossoway, con una mueca—. Aunque pudiera hacer eso, y harían falta unos nervios de acero, las cámaras de seguridad lo habrían grabado de todas formas.

—A eso voy —dijo Louise—. Obviamente no bajó a la mina. Como ha dicho la profesora Mah, lo llaman Neanderthal… pero es un Neanderthal con una especie de implante de alta tecnología en la muñeca. Lo vi con mis propios ojos.

—¿Entonces? —dijo Bonnie Jean.

—¡Por favor! —exclamó Louise—. Todos ustedes deben de estar pensando lo mismo que yo. No tomó el ascensor. No bajó por los conductos de ventilación. Se materializó dentro de la esfera… él, y un montón de aire.

Naylor silbó las primeras notas del tema de Star Trek, la serie original. Todos se echaron a reír.

—Vamos —dijo Bonnie Jean—. Sí, es una situación de locos, y podría ser tentador llegar a conclusiones alocadas, pero mantengamos los pies en la tierra.

Shawwanossoway también sabía silbar. Entonó el tema de Dimensión desconocida.

—¡Ya basta! —exclamó Bonnie Jean.

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