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QUINTO DÍA
MARTES, 6 DE AGOSTO
148/103/28

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Palabra(s) clave: Neanderthal


Un líder espiritual islámico ha denunciado al supuesto hombre de Neanderthal como un claro producto de los experimentos de ingeniería genética occidentales. El Wilayat al Faqih de Irán conmina al Gobierno canadiense a admitir que Ponter Boddit es producto de un procedimiento perverso e inmoral de ADN recombinado…


Ottawa está siendo sometida a presiones para que conceda la ciudadanía canadiense a Ponter Boddit… y las solicitudes proceden de una fuente inusitada. El presidente le pidió hoy al primer ministro de Canadá que acelerara el proceso por el cual el Neanderthal pueda convertirse en canadiense legal. Ponter Boddit ha indicado que nació en una localidad que se corresponde, en su mundo, con Sudbury, Ontario. «Si nació en Canadá —dice el presidente—, entonces es canadiense.»

El presidente está presionando para que se conceda pasaporte canadiense a Boddit, para que el Neanderthal pueda viajar libremente a Estados Unidos una vez levantada la cuarentena, dando fin al debate de Capitol Hill sobre si podría entrar por la aduana norteamericana.

La Sección 5, Párrafo 4 de la Ley de Ciudadanía Canadiense da amplia libertad, que Washington insta a que se invoque: «Para aliviar casos especial e inusitadamente problemáticos o para recompensar servicios de valor excepcional a Canadá, y sin alterar cualquier otra previsión de esta Ley, el gobernante en ejercicio puede, a su discreción, ordenar al ministro que conceda la ciudadanía a cualquier persona…»


Una petición por Internet con más de diez mil firmas recogidas en todo el mundo ha sido cursada al ministro de Sanidad canadiense, exigiendo que Ponter Boddit permanezca permanentemente en cuarentena…


Las acciones de Inco cerraron hoy en su punto más alto tras cincuenta y dos semanas…


«Es un circo mediático —declaró Bernie Monks, de Sudbury—. Ontario Norte no ha visto nada igual desde que nacieron los quintillizos Dionne allá por 1934…»


Continúan lloviendo ofertas de trabajo para Ponter Boddit. El Laboratorio de Investigación Básica de ITT en Japón le ha ofrecido el puesto de director de una nueva unidad de cálculo cuántico. Microsoft e IBM también le han ofrecido contratos con generosas cláusulas adicionales. El MIT, CalTech y otras ocho universidades le han ofrecido puestos docentes. La Corporación RAND le ha hecho igualmente una oferta, así como Greenpeace. No hay noticias todavía sobre cuál de estas ofertas le parece más atractiva al Neanderthal…


Una coalición de científicos franceses ha firmado una declaración diciendo que aunque la llegada de Ponter Boddit a esta Tierra tuvo lugar en suelo canadiense, es evidente que no nació en ese país, y que ningún Neanderthalense vivió jamás en América del Norte. Su ciudadanía, argumentan, debería ser por tanto francesa, ya que los fósiles de Neanderthal más antiguos se encuentran en ese país…


Los defensores de los derechos civiles a ambos lados de la frontera condenan la cuarentena forzosa del llamado hombre de Neanderthal, diciendo que no hay pruebas de que suponga una amenaza médica para nadie…


Uno tras otro, los análisis de sangre fueron negativos. Lo que había contraído Ponter parecía haber remitido, y no había ninguna prueba de que tuviera nada que fuese peligroso para los humanos de este mundo. Con todo, el CLCE no estaba dispuesto a levantar todavía la cuarentena.

Ponter llevaba su propia camisa otra vez, la de cuando llegó. La policía le había traído un pequeño ajuar de ropa adicional, comprada en el Mark's Work Wearhouse local, pero no le sentaba muy bien: parecía imposible comprar ropa de confección para una persona que era una versión levemente aplanada de Mister Universo.

El inglés de Ponter (o de Hak) estaba mejorando ostensiblemente. La Acompañante no tenía la «i» larga en su repertorio preprogramado, pero había registrado tanto a Mary como a Reuben pronunciándola, y reproducía la versión adecuada cada vez que la palabra lo requería y no podía articularla. Pero sonaba gracioso oírse llamar «Marec», la mitad con el tono de voz de Hak y la otra mitad con su propia voz o con la de Reuben, así que Mary le dijo a la Acompañante que no se molestara: la gente solía llamarla «Mare», de todas formas, y no importaba si Hak seguía haciéndolo también. Louise igualmente le dijo a Hak que no pasaba nada si seguía llamándola sólo «Lou».

Finalmente, Hak anunció que había acumulado un vocabulario suficiente para mantener conversaciones verdaderamente significativas. Sí, dijo, habría lagunas y dificultades, pero podrían resolverlas sobre la marcha.

Y así, mientras Reuben estaba ocupado al teléfono obteniendo los resultados de más pruebas con otros médicos, y mientras Louise, la noctámbula, dormía arriba, tras aceptar el ofrecimiento de Ponter de usar la cama cuando él no la empleara, Mary y Ponter se sentaron en el salón y tuvieron su primera charla de verdad. Ponter hablaba en voz baja, emitiendo sonidos en su propio idioma, y Hak, usando su voz masculina, proporcionaba la traducción al inglés.

—Es bueno charlar.

Mary dejó escapar una risita nerviosa. Se había sentido frustrada por su incapacidad para comunicarse con Ponter, y ahora que podían hablar, no sabía qué decirle.

—Sí —dijo—. Es bueno charlar.

—Un día precioso —dijo la voz traducida de Ponter, mientras miraba por la ventana trasera del salón.

Mary volvió a reírse; de buena gana, esta vez. Hablar del tiempo…, un formalismo que trascendía las fronteras entre las especies.

—Sí que lo es.

Y entonces se dio cuenta de que no era ella quien no sabía qué decirle a Ponter. Más bien, tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar. Ponter era científico: debía de tener algún conocimiento de lo que sabía su gente sobre genética, sobre la división entre el género Homo y el género Pan, sobre…

Pero no. No. Ponter era una persona… primero y antes que nada, era una persona, y una persona que había sufrido una ordalía terrible.

La ciencia podía esperar. Ahora, hablarían sobre él, sobre cómo le iba.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Mary.

—Estoy bien —dijo la voz traducida.

Mary sonrió.

—Lo digo en serio. ¿Cómo te encuentras?

Ponter pareció vacilar, y Mary se preguntó si los hombres de Neanderthal compartían con los hombres de su especie esa cierta reluctancia a hablar sobre sentimientos. Pero entonces él resopló por la boca, un suspiro largo y entrecortado.

—Estoy asustado —dijo—. Y echo de menos a mi familia.

Mary alzó las cejas.

—¿Tu familia?

—Mis hijas —dijo él—. Tengo dos hijas, Jasmel Ket y Megameg Bek. Mary se quedó un poco boquiabierta. No se le había ocurrido pensar en la familia de Ponter.

—¿Qué edad tienen?

—La mayor tiene… lo sé en meses, y vosotros contáis el tiempo por años, ¿no? La mayor tiene… ¿Hak?

La voz femenina de Hak intervino.

—Jasmel tiene dieciocho años. Megameg tiene ocho.

—Santo Dios —dijo Mary—. ¿Estarán bien? ¿Y su madre?

—Klast murió hace dos diezmeses —dijo Ponter.

—Veinte meses —añadió Hak—. Uno coma ocho años.

—Lo siento —dijo Mary suavemente.

Ponter asintió.

—Las células de su sangre, cambiaron…

—Leucemia —dijo Mary, proporcionando la palabra.

—La echo de menos cada mes —dijo Ponter.

Mary se preguntó por un instante si Hak había traducido bien. Sin duda Ponter quería decir que la echaba de menos cada día.

—Perder ambos padres…

—Sí —dijo Ponter—. Naturalmente, Jasmel es adulta ya, así que…

—¿Así que ya puede votar y todo eso?—preguntó Mary.

—No, no, no. ¿Ha sumado mal Hak?

—Por supuesto que no —dijo la voz femenina de Hak.

—Jasmel es demasiado joven para votar —dijo Ponter—. Yo soy demasiado joven para votar.

—¿Qué edad hay que tener en tu mundo para votar?

—Debes tener al menos seiscientas lunas… dos tercios del tradicional tiempo de vida de novecientos meses.

Hak, que evidentemente quería disipar la idea de que matemáticamente era incapaz, suministró rápidamente las conversiones.

—Se puede votar a la edad de cuarenta y nueve años; el lapso de vida tradicional es de setenta y tres años, aunque muchos viven más hoy en día.

—Aquí, en Ontario, la gente puede votar cuando cumple los dieciocho —dijo Mary—. Años, quiero decir.

—¡Dieciocho! —exclamó Ponter—. Eso es una locura.

—No conozco ningún lugar donde la edad para votar sea superior a los veintiún años.

—Eso explica mucho sobre vuestro mundo —dijo Ponter—. Nosotros no dejamos que la gente conforme la política hasta que haya acumulado sabiduría y experiencia.

—Pero entonces, si Jasmel no puede votar, ¿qué la convierte en una adulta?

Ponter alzó ligeramente los hombros.

—Supongo que esas distinciones no son tan significativas en mi mundo como aquí. De todas formas, a los 225 meses, un individuo o una individua acepta la responsabilidad legal de sí mismo, y normalmente está a punto de establecer su propio hogar.—Sacudió la cabeza—. Ojalá pudiera hacer saber a Jasmel y Megameg que sigo con vida, y que no paro de pensar en ellas. Aunque no pueda regresar a casa, daría cualquier cosa por hacerles llegar un mensaje.

—¿Y no hay forma de que puedas volver?

—No veo cómo. Oh, tal vez si se pudiera construir aquí un ordenador cuántico, y si las condiciones que llevaron a mi… traspaso… pudieran duplicarse con exactitud. Pero yo soy físico teórico, sólo tengo una idea muy vaga de cómo se construye un ordenador cuántico. Mi compañero, Adikor, sabe cómo, pero no tengo forma de contactar con él.

—Debe de ser muy frustrante.

—Lo siento —dijo Ponter—. No pretendía echarte encima mis problemas.

—No importa —dijo Mary—. ¿Hay… hay algo que nosotros, cualquiera de nosotros, pueda hacer para ayudarte?

Ponter emitió una única y triste sílaba Neanderthal. Hak la tradujo como «no».

Mary quiso alegrarlo.

Bueno, no creo que vayamos a estar en cuarentena mucho tiempo. Tal vez cuando salgas de aquí puedas viajar, ver un poco de mundo. Sudbury es una ciudad pequeña, pero…

—¿Pequeña?—dijo Ponter, los ojos muy abiertos—. Pero hay… no sé cuántos. Decenas de miles de habitantes al menos.

—En el área metropolitana de Sudbury viven unas ciento sesenta mil personas —dijo Mary, que lo había leído en una guía en la habitación del hotel.

—¡Ciento sesenta mil! —repitió Ponter—. ¿Y eso es una ciudad pequeña? Tú, Mare, eres de otra parte, ¿no? Una ciudad diferente. ¿Cuántas personas viven allí?

—La ciudad de Toronto tiene dos millones cuatrocientos mil habitantes. El gran Toronto (una zona urbana continua con Toronto como centro), tiene tal vez tres millones y medio.

—¿Tres millones y medio? —dijo Ponter, incrédulo.

—Más o menos.

—¿Cuántas personas hay?

—¿En todo el mundo?

—Sí.

—Un poco más de seis mil millones.

Ponter se hundió en su asiento.

—Es… es… un número de personas increíble.

Mary alzó las cejas.

—¿Cuántos habitantes tiene tu mundo?

—Ciento ochenta y cinco millones —dijo Ponter.

—¿Por qué tan pocos?

—¿Por qué tantos?

—No lo sé —respondió Mary . Nunca lo había pensado.

—¿No sabéis…? En mi mundo, sabemos cómo prevenir los embarazos. Tal vez podría enseñaros…

Mary sonrió.

—También nosotros tenemos métodos.

Ponter alzó la ceja.

—Tal vez los nuestros funcionan mejor.

Mary se echó a reír.

—Tal vez.

—¿Hay comida suficiente para seis mil millones de personas?

—Comemos sobre todo plantas. Cultivamos…

Un bliip, la señal convenida que Hak empleaba al oír una palabra que no constaba todavía en su base de datos y que no podía deducir por el contexto.

—Las hacemos crecer deliberadamente. He advertido que no parece gustarte el pan…

Otro bliip.

—Una… comida hecha con grano, pero el pan, o el arroz, es lo que comernos la mayoría.

—¿Conseguís alimentar bien a seis mil millones de personas con plantas?

—Bueno, ah, no —dijo Mary—. Unos quinientos millones de personas no tienen suficiente para comer.

—Eso está muy mal —dijo Ponter, simplemente.

Mary no podía estar en desacuerdo. Con todo, advirtió con un sobresalto que hasta el momento Ponter había estado expuesto solamente a una visión parcial de la Tierra. Había visto un poco la televisión, pero no lo suficiente para abrir de verdad los ojos. Sin embargo, parecía que Ponter iba a pasarse el resto de la vida en esta Tierra. Había que hablarle de la guerra, de la tasa de delincuencia, la contaminación y la esclavitud… toda la mancha sangrienta a través del tiempo que era la historia humana.

—Nuestro mundo es un lugar complejo —dijo Mary, como si eso excusara el hecho de que hubiera gente muriendo de hambre.

—Eso he visto —contestó Ponter—. Nosotros sólo tenemos una especie de humanidad, aunque había más en el pasado. Pero vosotros parece que tenéis tres o cuatro.

Mary ladeó levemente la cabeza.

—¿Qué?

—Los diferentes tipos de humano. Tú perteneces obviamente a una especie, y Reuben a otra. Y el varón que ayudó a rescatarme, parecía ser de una tercera especie.

Mary sonrió.

—Eso no son especies distintas. Sólo hay una especie de humanidad aquí también: el Homo sapiens.

—¿Podéis reproduciros unos con otros? —preguntó Ponter.

—Sí.

—¿Y los retoños son fértiles?

—Sí.

Ponter frunció el ceño.

—Tú eres la experta en genética, no yo, pero… —dijo—. Pero… si todos pueden reproducirse unos con otros, entonces ¿para qué la diversidad? ¿Por qué a lo largo del tiempo toda la humanidad no ha acabado por parecer similar, una mezcla de todas las posibles tendencias?

Mary resopló ruidosamente. No esperaba llegar a ese lío concreto tan pronto.

—Bueno, umm, en el pasado… no hoy, entiéndeme, sino… —Tragó saliva—. Bueno, no hoy exactamente, sino en el pasado, la gente de una raza…

Un bliip diferente, una palabra reconocida que no podía ser traducida en ese contexto.

—La gente de un color de piel no quería tener mucho que ver con la gente de otro color.

—¿Por qué? —preguntó Ponter. Una pregunta simple, muy simple en realidad…

Mary se encogió de hombros.

—Bueno, las diferencias de coloración se produjeron originalmente porque las poblaciones estaban aisladas geográficamente. Pero después de eso… después de eso se produjo una interacción limitada debido a la ignorancia, la estupidez, el odio.

—Odio —repitió Ponter.

—Sí, es triste decirlo. —Volvió a encogerse de hombros—. Hay muchas cosas en el pasado de mi especie de las que no estoy orgullosa. Ponter guardó silencio un buen rato.

—Me he estado preguntando por este mundo vuestro —dijo por fin—. Me sorprendí al ver las imágenes de cráneos en el hospital. He visto esos cráneos, pero en mi mundo sólo son conocidos por los fósiles encontrados. Me sorprendió ver en carne lo que hasta entonces sólo había conocido como hueso.

Hizo de nuevo una pausa, mirando a Mary, como desconcertado por su aspecto. Ella se rebulló levemente en la silla.

—No sabíamos nada del color de vuestra piel —dijo Ponter—, ni del color de vuestro pelo. Los… Bliip (Hak también pitaba como un árbitro cuando se omitía una palabra porque el equivalente inglés no estaba todavía en el vocabulario de la Acompañante)—. Los de mi mundo se asombrarían al conocer tanta diversidad.

Mary sonrió.

—Bueno, no todo es natural —dijo—. Quiero decir, mi pelo no es realmente de este color.

Ponter parecía asombrado.

—¿De qué color es de verdad?

—Más o menos de un castaño ratón.

—¿Por qué lo alteraste?

Mary se encogió un poco de hombros.

—Autoexpresión, y… bueno, he dicho que era castaño, pero la verdad es que tiene un poco de gris. A mí… a mucha gente, en realidad, no nos gusta el gris.

—El pelo de mi especie se vuelve gris cuando envejecemos.

—Es lo que nos pasa a nosotros también. Nadie nace con el pelo gris. Ponter volvió a fruncir el ceño.

—En mi lengua, el término para quien tiene el conocimiento que da la experiencia y el que usamos para el color del pelo es el mismo: «Gris.» No me cabe en la cabeza que alguien quiera ocultar ese color.

Mary se encogió de hombros una vez más.

—Nosotros hacemos muchas cosas que no tienen sentido.

—Eso es verdad —dijo Ponter. Hizo una pausa, como considerando si continuar o no—. A menudo nos hemos preguntado qué fue de vosotros… en nuestro mundo, quiero decir. Perdóname. No quiero parecer… —bliip—, pero debes saber que vuestros cerebros son más pequeños que los nuestros.

Mary asintió.

—Un diez por ciento más pequeños, de media, si no recuerdo mal.

—Y parecíais físicamente más débiles. A juzgar por las cicatrices de vuestros huesos, consideramos que vuestra especie tendría la mitad de nuestra masa muscular.

—Yo diría que así es —dijo Mary, asintiendo.

—Y —continuó Ponter— has hablado de vuestra incapacidad para llevaros bien, incluso con otros de vuestra misma especie.

Mary volvió a asentir.

—Hay algunas pruebas arqueológicas de esto entre vuestra especie en mi mundo también —dijo Ponter—. Una teoría extendida es que os destruisteis mutuamente… ya que al no ser tan inteligentes… Verás… —Ponter agachó la cabeza—. Lo siento. No quería molestarte.

—No importa.

—Estoy seguro de que hay una explicación mejor —dijo Ponter—. Sabíamos tan poco de vosotros…

—En cierto modo —dijo Mary—, el hecho de saber que podría haber sido de otra manera, que no tendríamos que haber sobrevivido necesariamente… probablemente sirva de algo. Recordará a mi gente lo preciosa que es la vida.

—¿Es que eso no les parece obvio? —preguntó Ponter, con los ojos muy abiertos de asombro.

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