28

La adjudicadora Sard tenía una expresión en su rostro sabio y arrugado que indicaba: «Será mejor que esto merezca la pena.»

—Muy bien, niña —le dijo a Jasmel, que estaba todavía de pie junto a Adikor en la sala del Consejo—. ¿Qué otra explicación, además de una acción violenta, existe para la desaparición de tu padre?

Jasmel guardó un momento de silencio.

—Se lo diría alegremente, adjudicadora, pero…

Sard se estaba impacientando más que de costumbre.

—¿Sí?

—Pero, bueno, el sabio Huld podría explicarlo mucho mejor que yo.

—¡El sabio Huld! — exclamó la adjudicadora—. ¿Propones que el acusado hable en su propia defensa? —Sark sacudió la cabeza, asombrada.

—No —dijo Jasmel rápidamente, advirtiendo que Sark estaba a punto de prohibir esa escandalosa idea—. No, nada de eso. Él simplemente recalcaría algunos puntos técnicos: información sobre física cuántica.

—¡Física! ¡Física cuántica! —dijo Sard—. ¿Qué puede tener que ver la física cuántica con este caso?

—Puede que de hecho sea la clave —dijo Jasmel—. Y el sabio Huld puede presentar la información de manera mucho más elocuente… —vio que Sard fruncía el entrecejo— y sucinta que yo.

—¿No hay nadie más que pueda proporcionar la misma información? —preguntó la adjudicadora.

—No, adjudicadora —respondió Jasmel—. Bueno, hay un grupo de hembras en Evsoy que están realizando una investigación similar, pero…

—¡Evsoy! —exclamó Sard, como si Jasmel hubiera nombrado la cara oculta de la Luna. Volvió a menear la cabeza— Oh, está bien.

—Fijó una mirada de depredador sobre Adikor—. Sea breve, sabio Huld. Adikor no estaba seguro de si debía levantarse o no, pero se estaba cansando de estar sentado en el taburete, así que lo hizo.

—Gracias, adjudicadora —dijo—. Yo, ah, agradezco que me permita hablar aparte de responder simplemente a las preguntas que se me formulan.

—No me haga lamentar mi indulgencia —dijo Sard—. Adelante.

—Sí, por supuesto. El trabajo que Ponter Boddit y yo estábamos realizando implicaba cálculos cuánticos. Ahora bien, en un cálculo cuántico, al menos según una teoría, se contacta con incontables universos paralelos donde también existen ordenadores cuánticos idénticos. Y todos esos ordenadores cuánticos abordan simultáneamente diferentes porciones de un problema matemático complejo. Al sumar su capacidad, hacen el trabajo de manera mucho más rápida.

—Fascinante, estoy segura —dijo Sard—. Pero ¿qué tiene esto que ver con la supuesta muerte de Ponter?

—Es, ah, mi creencia, digna adjudicadora, que la última vez que realizamos nuestro experimento de cálculo cuántico, un… pasaje macroscópico de algún tipo… pudiera haberse abierto en uno de esos universos, y Ponter cayó por él y…

Daklar Bolbay hizo una mueca despectiva; otros en el público siguieron su ejemplo. Sard sacudió una vez más la cabeza, incrédula.

—¿Espera que me crea que el sabio Boddit desapareció en otro universo?

Ahora que la multitud sabía hacia dónde se inclinaban los sentimientos de la adjudicadora, no tuvieron necesidad de contenerse. De muchos asientos brotó una carcajada.

Adikor sintió que el pulso se le aceleraba y que sus puños se cerraban… cosa que era lo último que debía hacer, lo sabía. No podía hacer nada respecto a la taquicardia, pero lentamente se obligó a abrir las manos.

—Adjudicadora —dijo, consiguiendo adoptar el tono más deferente posible—, la existencia de mundos paralelos subraya gran parte del pensamiento teórico de la física cuántica de hoy en día y…

—¡Silencio!—gritó Sard, y su voz resonó en la sala. Algunos miembros del público se quedaron boquiabiertos de su volumen—. Sabio Huld, en todos mis cientos de meses como adjudicadora, nunca he oído una excusa tan endeble. ¿Cree que los que no acudimos a su vanagloriada Academia de Ciencias somos ignorantes que pueden ser engañados con pura cháchara?

—Digna adjudicadora…

—Cállese —dijo Sard—. Cállese y vuelva a sentarse.

Adikor tomó aire y lo retuvo… como le habían enseñado a hacer en aquellos doscientos veinte meses largos en que recibió tratamiento por haber golpeado a Ponter. Soltó el aire muy despacio, imaginando que su furia escapaba con él.

—¡He dicho que se siente! —exclamó Sard.

Adikor obedeció.

—¡Jasmel Ket! —dijo la adjudicadora, volviendo su feroz mirada ahora hacia la hija de Ponter.

—¿Sí, adjudicadora? —preguntó Jasmel, la voz temblando. La adjudicadora tomó aire también, y se controló.

—Niña —dijo, más calmada—, niña, sé que perdiste a tu madre recientemente a causa de la leucemia. Sólo puedo imaginar lo injusto que debe de haber sido para ti, y para la pequeña Megameg. —Le sonrió a la hermana de Jasmel, y nuevas arrugas se amontonaron sobre las otras más antiguas de su cara—. Y ahora parece que también tu padre ha muerto… y, una vez más, no del modo inevitable que tarde o temprano nos alcanza a todos, sino inesperadamente, sin advertencia, y a una edad temprana. Puedo comprender por qué te sientes tan reacia a renunciar a él, por qué aceptas una explicación absurda…

—No es eso, adjudicadora —dijo Jasmel.

—¿No lo es? Estás desesperada para aferrarte a algo, a algún tipo de esperanza. ¿No es eso?

—Yo… no lo creo.

Sard asintió.

—Hará falta tiempo para aceptar lo que le ha sucedido a tu padre. Eso lo sé. —Contempló la sala, y luego finalmente su mirada se posó sobre Adikor—. Muy bien —dijo. Guardó silencio un momento, reflexionando—. Muy bien —repitió. Estoy preparada para decidir. Creo que es justo y adecuado declarar que se ha encontrado una buena causa circunstancial para el crimen de asesinato, y por tanto ordeno que este asunto sea juzgado por un trío de adjudicadores, suponiendo que alguien aún desee seguir adelante.

Miró ahora a Bolbay.

—¿Quiere continuar presentando cargos, por cuenta de su pupila menor, Megameck Bek?

Bolbay asintió.

—Sí.

Adikor sintió que la cabeza le daba vueltas.

—Muy bien —dijo Sard. Consultó un bloque de notas—. Un tribunal pleno se reunirá en este salón del Consejo dentro de cinco días a partir de ahora, el 148/104/03. Hasta entonces, usted, sabio Huld, continuará bajo escrutinio judicial. ¿Lo entiende?

—Sí, adjudicadora. Pero si tan sólo pudiera bajar a…

—Nada de peros —replicó Sard—. Y una cosa más, sabio Huld. Yo dirigiré el tribunal, e instruiré a los otros dos adjudicadores. Reconozco que ha habido cierto dramatismo en hacer que la hija de Ponter Boddit hable en su favor, pero el efecto no soportará un segundo intento. Le sugiero fervientemente que busque a alguien más apropiado para que hable en su favor la próxima vez.

Загрузка...