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CUARTO DÍA
LUNES, 5 DE AGOSTO
148/103/27

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Palabra(s) clave: Neanderthal

¿Accedió Ponter Boddit a Canadá de manera ilegal? Esa pregunta continúa inquietando a los expertos en inmigración, tanto aquí como en el extranjero. Nuestro invitado de esta noche es el profesor Simón Cohen, que enseña derecho de ciudadanía en la Universidad McGill de Montreal…


Las diez principales razones por las que sabemos que Ponter Boddit debe de ser un Neanderthal auténtico:

• Número diez: Cuando conoció a su primera hembra humana, la golpeó con una porra y se la llevó arrastrándola por los pelos.

• Número nueve: Se le confunde en la penumbra con Leónidas Brezhney.

• Número ocho: Cuando Arnold Schwarzenegger fue a hacerle una visita, Boddit dijo: «¿Quién es ese flacucho?»

• Número siete: Sólo ve las noticias de la Fox.

• Número seis: La publicidad de McDonald's ahora reza: «Miles de millones de Homo sapiens atendidos… más un Neanderthal.»

• Número cinco: Llamó «colega» a Tom Arnold.

• Número cuatro: Cuando le enseñaron una roca rara en el Smithsonian, la talló hasta obtener una punta de lanza perfecta.

• Número tres: Lleva un reloj Fossil y bebe Old Milwaukee muy muy muy antiguo.

• Número dos: Está cobrando royalties por el fuego.

• ¿Y la razón número uno por la que sabemos que Ponter Boddit tiene que ser un Neanderthal? Cachetes peludos… los cuatro.


John Pearce, director de adquisiciones internacionales de Random House Canada, ha ofrecido a Ponter Boddit el mayor anticipo de la historia editorial canadiense por los derechos mundiales de su biografía autorizada, según informa el periódico Quill Quire…


Se rumorea que el Pentágono está interesado en hablar con Ponter Boddit. Las implicaciones militares de la forma en que supuestamente llegó aquí han llamado la atención de al menos un general de cinco estrellas…


Ahora veremos si he cometido el mayor error de mi vida, pensó Adikor Huld mientras se sentaba en el taburete de la cámara del Consejo.

—¿Quién habla en favor del acusado? —preguntó la adjudicadora Sard.

No se movió nadie. A Adikor el corazón le dio un vuelco. ¿Había decidido Jasmel Ket abandonarlo? Al fin y al cabo, ¿quién podría reprochárselo? El día anterior había visto con sus propios ojos que una vez (cierto, hacía mucho tiempo) Adikor había intentado aparentemente matar a su padre.

La sala estaba en silencio, aunque uno de los espectadores, al parecer llegando a la misma conclusión a la que Bolbay había llegado anteriormente, dejó escapar una risita breve y despectiva: nadie iba a hablar en favor de Adikor.

Pero entonces, por fin, Jasmel se puso en pie.

—Yo —dijo—. Yo hablo en favor de Adikor Huld.

Hubo exclamaciones de sorpresa por parte del público.

Daklar Bolbay, que estaba sentada cerca, se levantó, anonadada.

—Adjudicadora, esto no está bien. La muchacha es una de las acusadoras.

La adjudicadora Sard inclinó hacia delante su arrugada cabeza mirando a Jasmel.

—¿Es eso cierto?

—No —respondió Jasmel—. Daklar Bolbay era la mujer-compañera de mi madre; la nombraron mi tabant cuando murió mi madre.

Pero he visto ya doscientas veinticinco lunas y reclamo los derechos de la mayoría de edad.

—¿Eres una 147? —preguntó Sard.

—Sí, adjudicadora.

Sard se volvió hacia Bolbay, que estaba todavía de pie.

—Todos los 147 alcanzaron su responsabilidad personal hace meses. A menos que argumente que su pupila es mentalmente incompetente, su custodia sobre ella terminó automáticamente. ¿Es mentalmente incompetente?

Bolbay se rebullía por dentro. Abrió la boca, sin duda para hacer claramente una observación, pero se lo pensó mejor. Agachó la cabeza.

—No, adjudicadora.

—Muy bien, pues —dijo Sard—. Ocupe su asiento, Daklar Bolbay.

—Gracias, adjudicadora —dijo Jasmel—. Ahora, si puedo…

—Un momento, 147 —dijo Sard—. Habría sido una cortesía por tu parte decirle a tu tabant que ibas a oponerte a su caso.

Adikor comprendía por qué Jasmel había permanecido en silencio. Si hubiera advertido a Bolbay, ésta habría hecho todo lo posible para disuadirla. Pero Jasmel tenía el encanto de su padre.

—Habla usted sabiamente, adjudicadora. Mantendré su consejo bajo mi ceño.

Sard asintió, satisfecha, e indicó a Jasmel que continuara. Jasmel se dirigió al centro de la sala.

—Adjudicadora Sard, ha oído usted muchas insinuaciones de Daklar Bolbay. Insinuaciones y ataques sin fundamento sobre el carácter de Adikor Huld. Pero apenas lo conoce. Adikor era el hombre-compañero de mi padre; cierto, sólo he visto a Adikor brevemente cuando Dos se convertían en Uno… él tiene su propio hijo, el joven Dab, que está aquí en esta sala y su mujer, Lurt, sentada junto a Dab. Pero, con todo, nos veíamos frecuentemente… mucho más frecuentemente que Daklar y él.

Se acercó a Adikor y puso la mano sobre su hombro.

—Me presento aquí, la hija del hombre a quien se le acusa de haber matado, y le digo que no creo que lo hiciera.

Hizo una pausa, miró brevemente a Adikor y luego miró a los ojos a la adjudicadora, sentada al otro lado de la sala.

—Ya has visto el registro de coartadas —insistió Bolbay, sentada a horcajadas cerca, en la primera fila de espectadores. Sard la hizo callar.

—Sí —dijo Jasmel—. Sí, lo he visto. Sabía que mi padre tenía una lesión en la mandíbula. Le dolía de vez en cuando, sobre todo por las mañanas cuando hacía frío. No sabía quién le había causado la lesión: él no lo dijo nunca. Pero sí que decía que había sido hacía mucho, que el responsable se sintió extremadamente arrepentido, y que había perdonado al individuo. —Hizo un pausa—. Mi padre era bueno juzgando caracteres. No habría sido compañero de Adikor si hubiera creído que existía la más leve posibilidad de que Adikor repitiera sus acciones. —Miró a Adikor y luego a la adjudicadora—. Sí, mi padre ha desaparecido. Pero no creo que fuera asesinado. Si está muerto, es a causa de un accidente. Y si no lo está…

—¿Crees que está herido? —preguntó la adjudicadora Sard. Jasmel se sorprendió: no era frecuente que la adjudicadora hiciera preguntas directas.

—Podría estarlo, adjudicadora.

Pero Sard negó con la cabeza.

—Niña, te compadezco. De verdad. Sé bien lo que es perder a un padre. Pero lo que estás diciendo no tiene sentido. Los hombres registraron las minas en busca de tu padre. Las mujeres también se unieron a la búsqueda, aunque era Últimos Cinco. También se utilizaron perros para rastrear.

—Pero si estuviera muerto —dijo Jasmel—, su Acompañante habría emitido una señal localizadora, al menos durante cierto tiempo. Lo buscaron con equipo portátil y no encontraron nada.

—Cierto —contestó Sard—. Pero si su Acompañante se hubiera estropeado o destruido deliberadamente, no habría ninguna señal.

—Pero no hay ninguna prueba…

—Niña —dijo la adjudicadora—, se sabe que han desaparecido hombres antes. Si las circunstancias de su vida son insoportables algunos se quitan el implante y se marchan a los bosques. Se desprenden de todas las ataduras de la civilización avanzada y se unen a una de esas comunidades que eligen vivir según los medios tradicionales, o simplemente se aíslan y viven una vida nómada. ¿Hay algo que pudiera haber impulsado a tu padre a desaparecer?

—Nada —respondió Jasmel—. Lo vi la última vez que Dos se convirtieron en Uno, y estaba bien.

—Brevemente —dijo la adjudicadora.

—¿Perdone?

—Lo viste brevemente. —A Sard no le pasó inadvertido que Jasmel alzaba la ceja—. No, no he mirado tu archivo de coartadas; no has sido acusada de ningún delito, después de todo. Pero sí que hice algunas averiguaciones: es prudente que una adjudicadora lo haga en un caso tan poco corriente como éste. Así que vuelvo a preguntar: ¿había algún motivo para que tu padre optara por desaparecer? Podría simplemente haber eludido a Adikor en la mina, después de todo, y esperado hasta que no hubiera ninguno de los robots mineros cerca y luego haber usado el ascensor.

—No, adjudicadora —dijo Jasmel—. No vi en él ningún síntoma de inestabilidad mental, ningún indicio de que no fuera feliz… bueno, tan feliz como pueda serlo un hombre que ha perdido a una compañera.

—Estoy de acuerdo en eso —dijo Adikor, mirando directamente a la adjudicadora—. Ponter y yo éramos muy felices juntos.

—Su palabra es algo sospechosa, dadas las actuales circunstancias —dijo Sard—. Pero, una vez más, he hecho mis propias investigaciones y confirman lo que dice. Ponter no tenía ninguna deuda que no pudiera controlar, ningún enemigo, ningún nadalp… ningún motivo para dejar atrás una familia y una carrera.

—Exactamente —dijo Adikor, sabiendo una vez más que lo más prudente era callarse pero incapaz de controlarse.

—Así pues —dijo la adjudicadora Sard—, si no tenía ningún motivo para desear desaparecer, y no padecía inestabilidad mental, entonces volvemos a la declaración de Bolbay. Si Ponter Boddit estuviera simplemente herido, o muerto por causas naturales, los equipos de búsqueda lo habrían encontrado.

—Pero… —dijo Jasmel.

—Niña —la cortó Sard—, si tienes alguna prueba, no simples opiniones personales, sino pruebas irrefutables, de que Adikor Huld no es culpable, ofrécenoslas.

Jasmel miró a Adikor. Adikor miró a Jasmel. A excepción de alguno que otro que tosía o se agitaba en su asiento, el gigantesco salón permaneció en silencio.

—¿Bien? —dijo la adjudicadora—. Estoy esperando.

Adikor se encogió de hombros mirando a Jasmel. No tenía ni idea de si plantear aquello era adecuado o no. Jasmel se aclaró la garganta.

—Sí, adjudicadora, existe otra posibilidad…

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