El lunes siguiente, el funcionario de la entrada buscó el nombre de Roz en su lista y entonces cogió el teléfono.
– La directora le quiere ver -dijo, mientras marcaba un número.
– ¿Para qué?
– No se lo sabría decir, señorita. -Luego dijo por teléfono-: La señorita Leigh está aquí para ver a Martin. Hay una nota en la que pone que primero tiene que hablar con la directora. Sí. Vale. -El funcionario señaló con su lápiz-. Vaya todo recto y después de las dos primeras puertas alguien le estará esperando.
Daba la misma horrible sensación como cuando la llamaban ante la directora de la escuela, pensó Roz, esperando nerviosa en la oficina de la secretaria. Intentaba recordar si había transgredido alguna norma. No entrar nada y no sacar nada. No pasar ningún mensaje. Pero ella lo había hecho, cuando habló con Crew sobre lo del testamento. Esa rata asquerosa se debía haber chivado.
– Ya puede entrar -le dijo la secretaria a Roz.
La directora le señaló un asiento.
– Siéntese, señorita Leigh.
Roz se sentó en el cómodo sillón, esperando que no se le notase la sensación de culpabilidad que tenía.
– No esperaba verla.
– No. -La mujer estudió la cara, de Roz durante unos instantes y pareció llegar a una decisión-. No vale la pena ir con rodeos. Le hemos suspendido los privilegios a Olive y creemos que usted es la causa indirecta de esa suspensión. Según el libro de visitas usted no vino la semana pasada y me dijeron que Olive estaba muy afectada debido a eso. Tres días después destrozó su celda y la tuvieron que someter a tranquilizantes. -Se dio cuenta de la sorpresa de Roz-. Desde entonces está muy inestable, y dadas las circunstancias, no me parece buena idea dejarla entrar. Creo que es algo que debo hablar con el ministerio de Interior.
«¡Dios! ¡La pobre Olive! ¿Por qué no he tenido la delicadeza de llamar?» Roz cruzó las manos en el regazo e intentó reponerse.
– Si hizo algo tres días más tarde, ¿qué es lo que le hace pensar que fue debido a que yo no había venido? ¿Se lo dijo Olive?
– No, pero no encontramos ninguna otra explicación y no estoy dispuesta a arriesgar su seguridad.
Roz reflexionó un momento.
– Supongamos por un instante que usted tiene razón, aunque quiero dejar muy claro que no lo creo; entonces, si no me vuelvo a presentar aún se perturbará más. -Roz se inclinó hacia delante-. De cualquier manera será más sensato dejarme hablar con ella. Si realmente tiene que ver con mi ausencia, puedo calmarla y tranquilizarla. Si no tiene nada que ver, no veo ninguna razón para castigarme con retrasos del ministerio de Interior y viajes en balde, pues no soy la causante de la perturbación de Olive.
La directora sonrió ligeramente.
– Tiene usted mucha confianza en sí misma.
– No hay ninguna razón para no tenerla.
Ahora tocaba a la directora reflexionar unos instantes. Observó la cara de Roz en silencio.
– Seamos claros -dijo finalmente- sobre la clase de mujer que es Olive. -Jugaba con el lápiz sobre el escritorio-. Le dije la primera vez que vino aquí que no había ninguna prueba psiquiátrica de psicopatía. Eso era verdad. Significa que cuando Olive mató a su madre y hermana estaba completamente sana. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, comprendía las consecuencias de su acto y estaba dispuesta a seguir adelante a pesar de esas consecuencias. Añadiría más, y tiene que ver especialmente con usted, que no se la puede curar porque no hay nada que curar. Bajo circunstancias similares, infelicidad, falta de amor propio, traición, en otras palabras, cualquier cosa que pudiera desencadenar su rabia, volvería a hacer lo mismo y con la misma indiferencia por las consecuencias, o sea, dicho de manera más sencilla, después de comparar los pros y contras, Olive consideraría que valdría la pena hacerlo a pesar de las consecuencias. Y vuelvo a repetir, y es muy importante para usted, que las consecuencias son mucho menos graves para ella que hace seis años. En general a Olive le gusta su vida en la cárcel. Tiene seguridad, le tienen respeto y la gente habla con ella. Afuera, no tendría nada de todo eso. Y ella lo sabe.
Era como si la hubiera llamado su antigua directora de escuela. La aplastante voz de la autoridad.
– En otras palabras, ¿me está diciendo que Olive no tendría ningún reparo en hacerme daño, porque una sentencia adicional solamente significaría alargar su estancia aquí? ¿A Olive le gustaría eso?
– En efecto.
– Está equivocada -dijo Roz con franqueza-. No en lo que se refiere a su salud mental. Estoy de acuerdo con usted. Olive está tan sana como usted o yo. Pero se equivoca en que Olive representa un peligro para mí. Estoy escribiendo sobre ella y Olive quiere que se escriba ese libro. Si realmente está enfadada conmigo, y vuelvo a subrayar que no creo que lo esté, entonces ella podría interpretar que el hecho de no haber venido yo fuese el que hubiera perdido el interés y sería aplicar una psicología muy burda dejar que continuase pensando eso. -Roz recompuso sus argumentos-. Tienen un letrero en la entrada, supongo que todas las prisiones lo tienen. Es una declaración de normas. Si no recuerdo mal, dice algo sobre ayudar a los presos a llevar una vida intachable tanto dentro como fuera de la cárcel. Si eso tiene algún sentido y no se trata simplemente de una decoración en la pared para tener contentos a los reformistas, ¿cómo podrá justificar entonces la provocación de otros ataques de ira de Olive que se habrían de castigar denegándole las visitas que han sido aprobadas por el ministerio de Interior? -Roz calló, preocupada por haber hablado demasiado. Por muy razonable que fuese la otra mujer, no podría permitir que alguien intentase cuestionar su autoridad. Muy pocas personas podían.
– ¿Por qué quiere Olive que se escriba ese libro? -dijo la directora más calmada-. Hasta ahora no había buscado publicidad y usted no es el primer escritor que muestra interés en ella. Habíamos recibido varias peticiones al principio. Olive las rechazó todas.
– No lo sé -dijo Roz con franqueza-. Quizá tenga algo que ver con la muerte de su padre. Ella dijo que una de las razones para declararse culpable era la de evitar que su padre se viese involucrado en un juicio. -Roz encogió los hombros-. Supongo que pensaba que un libro hubiera sido igualmente nefasto para él, así que esperaría hasta que muriese.
La directora dijo cínicamente:
– Por otro lado, mientras su padre vivía, tenía la posibilidad de contradecir sus declaraciones: una vez muerto ya no puede. De todas maneras, eso no es asunto mío. Mi tarea es vigilar que en esta cárcel todo vaya bien.
La mujer tamborileó con los dedos sobre el escritorio. No tenía interés alguno en verse involucrada en una disputa a tres bandas entre ella, el ministerio de Interior y Roz, pero el lento papeleo administrativo dejaría de tener importancia al lado del asesinato de una ciudadana dentro de los muros de su cárcel. La mujer había tenido la esperanza de poder persuadir a Roz para que dejase de visitar a Olive por propia voluntad. Estaba sorprendida y a decir verdad, bastante intrigada por su propio fracaso. ¿Qué era lo que Rosalind Leigh entendía de su relación con Olive Martin y que las otras personas no entendían?
– Podrá hablar con Olive durante media hora -dijo la directora bruscamente-, en la sala de visitas. Es más espaciosa que la habitación a la que está acostumbrada. Habrá dos funcionarios masculinos durante toda la entrevista. Si usted u Olive violan alguna de las normas de esta prisión, las visitas serán inmediatamente suspendidas y yo personalmente me cuidaré de que éstas nunca más se repitan. ¿Queda entendido, señorita Leigh?
– Sí.
La otra mujer negó con la cabeza.
– Tengo curiosidad, ¿sabe? ¿Quiere darle más esperanzas diciéndole que su libro la sacará de la cárcel?
– No. Entre otras cosas, Olive no quiere hablarme de los asesinatos. -Roz cogió su portafolios.
– Entonces, ¿por qué está usted tan segura de que no corre ningún peligro con Olive?
– Porque, por lo que puedo ver, soy la única persona de fuera que Olive ha conocido, que no le tiene miedo.
Roz dudó, secretamente, de esta afirmación cuando Olive entró en la sala de visitas acompañada de dos fornidos funcionarios, los cuales se situaron en la puerta detrás de Olive, permaneciendo uno a cada lado de la misma. La mirada de disgusto de la mujer era escalofriante y Roz se acordó de lo que Hal había dicho sobre cambiar de idea en cuanto viese a Olive furiosa.
– Hola. -Roz miró a Olive fijamente-. La directora me ha dejado verte, pero las dos estamos a prueba. Si nos portamos mal, hoy mismo se acaban las visitas. ¿Lo entiendes?
– Puta -hizo Olive con la boca, sin que los funcionarios lo vieran-. Asquerosa puta. -Pero ¿se refería a Roz o a la directora? Roz no lo veía claro.
– Me sabe mal no haber podido venir el pasado lunes. -Roz se tocó los labios allá donde aún se veía una fea costra-. El desgraciado de mi marido me ha dado una paliza. -Roz forzó una sonrisa-. No pude salir durante toda una semana, Olive, ni siquiera para ti. Tengo mi orgullo, ¿sabes?
Olive examinó impasiblemente a Roz durante unos instantes y bajó la mirada al paquete de cigarrillos sobre la mesa. Tiró con avidez de un cigarrillo y lo puso entre sus gruesos labios.
– Me han tenido aislada -dijo Olive llevando una cerilla a la punta del cigarrillo-. Los cabrones no me han dejado fumar y me han tenido sin comer. -Lanzó una siniestra mirada hacia atrás-. ¡Cabrones! ¿Le mataste?
Roz la siguió con la mirada. Darían parte de cada una de sus palabras.
– Claro que no.
Olive se apartó el liso y grasiento cabello de su frente con la mano en la que tenía el cigarrillo. Una línea de nicotina a lo largo de la raya mostraba que lo había hecho muchas veces.
– No creí que lo hicieras -dijo Olive con desprecio-. No es tan fácil como parece en la tele. ¿Te han dicho lo que hice?
– Sí.
– Entonces ¿por qué te han dejado verme?
– Porque le dije a la directora que cualquier cosa que hubieras hecho no tenía nada que ver conmigo. ¿Tengo razón, verdad? -Roz tocó el pie de Olive debajo de la mesa-. ¿Seguramente alguien te molestó?
– El idiota del capellán -dijo Olive de mal humor. Guiñó un ojo-. Me dijo que Dios haría un rock and roll en el cielo si me ponía de rodillas diciendo «Aleluya, me arrepiento». El estúpido cabrón. Siempre intenta enchufar la religión a los criminales modernos que tienen un CI bajo. No sabemos hacer frente a «habrá mucho júbilo en el cielo si un pecador se arrepiente» y por eso nos dicen que Dios bailará un jodido rock and roll. -Olive pudo oír, con cierta satisfacción, resuellos divertidos detrás de ella, entonces cerró los ojos-. Confié en ti -articuló con la boca hacia Roz.
Roz movió la cabeza.
– Ya me parecía que sería algo así. -Roz contempló cómo los gruesos dedos de Olive jugaban con el trozo de cigarrillo-. Pero fue poco delicado por mi parte no llamar a la cárcel y pedirles que te pasaran el mensaje. Tuve un inmenso dolor de cabeza durante casi toda la semana. Lo habrás de atribuir a eso.
– Sé que lo tenías.
– ¿Cómo? -Roz frunció las cejas.
Con un rápido movimiento de los dedos, Olive sacó la punta encendida del cigarrillo y la dejó caer en el cenicero de encima de la mesa.
– Elemental, querido Watson. Tu ex te dejó los ojos morados si es que todo ese color amarillo no es una extraña manera de maquillarte. Y los ojos morados normalmente van acompañados de dolor de cabeza. -Sin embargo el tema aburría a Olive y sacó de repente un sobre del bolsillo. Lo movió sobre la cabeza-. Señor Allenby. ¿Me deja que le enseñe esto a la señorita?
– ¿Qué es? -preguntó uno de ellos dando un paso hacia delante.
– Una carta de mi abogado.
El funcionario cogió la carta de su mano estirada, ignorando el saludo que Olive le hizo con dos dedos, y ojeó la carta.
– Ninguna objeción -dijo el hombre, colocando la carta sobre la mesa y volviendo a su sitio al lado de la puerta.
Olive empujó la carta hacia Roz.
– Léala. Mi abogado dice que las posibilidades de encontrar a mi sobrino son prácticamente nulas. -Cogió otro cigarrillo, observando a Roz con atención. Los ojos de Olive tenían una extraña expresión, como si ella supiese algo que Roz desconocía, y esto molestaba a Roz. Parecía como si Olive llevase la iniciativa en esa extraña relación tan frágil, pero Roz era incapaz de recordar cuándo y cómo había ocurrido. Era ella la que había hecho posible esa entrevista aunque pareciese imposible, ¿no?
Sorprendentemente, Crew había escrito la carta a mano con una letra nítida y concisa y la única explicación que Roz podía dar era que la había escrito fuera de horas de oficina para no malgastar el tiempo y dinero de la empresa escribiéndola a máquina. Para Roz era como una ofensa.
Querida Olive,
Según la señorita Rosalind Leigh, conoce algunos de los términos del testamento de su fallecido padre, principalmente aquéllos que se refieren al hijo ilegítimo de Amber. La mayor parte de su patrimonio ha sido dejado en fideicomiso para el niño, aunque también se han hecho otras previsiones en el supuesto caso de que nosotros no le podamos localizar. Hasta ahora mis hombres no han tenido mucho éxito, y honestamente hemos de decir que cada vez somos más pesimistas en lo que se refiere a nuestras posibilidades. Hemos podido concretar que su sobrino emigró a Australia con su familia hace más o menos doce años cuando era poco más que un bebé pero, siguiendo su rastro desde un apartamento alquilado en Sydney, donde vivieron los primeros seis meses, nos perdemos. Desgraciadamente el apellido adoptado del niño es muy común y no tenemos ninguna garantía de que su familia y él se quedasen en Australia. Tampoco podemos descartar la posibilidad de que la familia decidiese añadir otro apellido o incluso lo cambiasen por completo. Anuncios, confeccionados con sumo cuidado, en varios periódicos australianos, no dieron ningún resultado.
Su padre insistió mucho en actuar con cautela para encontrar al niño. Según su punto de vista, con el cual yo estaba totalmente de acuerdo, se podía hacer mucho daño si este asunto salía a la luz. Era muy consciente del shock que su nieto podría tener al saber a través de alguna campaña publicitaria de su trágico parentesco con la familia Martin. Debido a esto, mantenemos y continuaremos manteniendo el nombre de su sobrino en secreto. Seguimos con nuestras investigaciones pero ya que su padre estipuló un período máximo para la búsqueda, es muy probable que yo como ejecutor estaré obligado a llevar a cabo las previsiones alternativas indicadas. Se trata de una serie de donaciones a hospitales e instituciones benéficas, las cuales se ocupan del bienestar y de las necesidades de los niños.
Aunque su padre no me dio nunca instrucciones de que le comentara los términos de su testamento, estaba sumamente preocupado por que éstos no le hiriesen. Por esa razón pensé que sería mejor no decirle nada sobre sus intenciones. Si hubiera sabido que ya conocía algunos hechos, hubiera contestado antes.
Esperando que se encuentre bien,
Mis mejores saludos,
Peter Crew
Roz dobló la carta y la devolvió a Olive.
– La última vez me dijiste que era importante para ti encontrar a tu sobrino pero no me explicaste más. -Roz miró a los dos funcionarios pero éstos mostraron muy poco interés en otra cosa que no fuese el suelo. Roz se inclinó hacia delante y bajó el tono de la voz-. ¿Me lo vas a explicar ahora?
Olive apagó con un movimiento brusco y enfadado el cigarrillo en el cenicero. No hizo ningún esfuerzo para bajar la voz.
– Mi padre era un HOMBRE horrible. -Incluso hablando, la palabra estaba en mayúsculas-. Entonces no lo veía así, pero he tenido tiempo durante todos estos años para pensar y ahora lo veo muy claro. -Olive giró la cabeza hacia la carta-. Su conciencia le molestaba. Por eso escribió el testamento. Era su manera de sentirse bien consigo mismo después de todo el daño que había hecho. ¿Qué otra razón podría tener para dejar su dinero al hijo de Amber cuando Amber le importaba una mierda?
Roz miró a Olive con curiosidad.
– ¿Me estás diciendo que tu padre cometió los asesinatos? -murmuró Roz.
Olive se sonó la nariz.
– Estoy diciendo que ¿por qué utilizar el bebé de Amber para descargar su conciencia?
– ¿Qué había hecho para cargar su conciencia?
Pero Olive no contestó.
Roz esperó unos instantes y entonces optó por otra táctica.
– Dijiste que tu padre siempre que pudiese dejaría dinero a la familia. ¿Significa que hay más familia a la que dejarlo? ¿O tenías la esperanza de que te lo dejaría a ti?
Olive movió la cabeza.
– No hay nadie, y mis padres eran hijos únicos. ¿Y a mí no me lo podía dejar, verdad? -Olive golpeó con el puño la mesa y gritó furiosa-. Entonces todo el mundo mataría a su jodida familia. -La grande y fea cara miraba a Roz-. Lo querías así -articularon sus gruesos labios.
– Baja el volumen, Escultora -dijo el señor Allenby con voz tranquila-, si no, esta visita se acaba ahora mismo.
Roz se tocó los párpados con el índice y el pulgar, sentía cómo volvía el dolor de cabeza. Olive Martin cogió el hacha… Roz intentó deshacerse de esa idea, pero sin éxito. Y golpeó cuarenta veces a su madre.
– No entiendo por qué este testamento te hace enfadar -dijo Roz, forzando la voz para que sonase normal-. Si la familia era importante para tu padre, ¿quién más hay aparte de ese nieto?
Olive no levantó la mirada de la mesa; sus mandíbulas se movían agresivamente.
– Es el principio -murmuró Olive-, papá está muerto. ¿Qué importa lo que la gente piense ahora?
Roz recordó algo que la señora Hopwood había dicho. «Yo siempre pensé que el hombre tenía algún ligue…»
Roz hizo otra tentativa.
– ¿Tienes alguna hermanastra o algún hermanastro en alguna parte? ¿Es esto lo que estás intentando decirme?
A Olive le pareció divertido.
– Difícilmente. Pero eso significaría que mi padre tenía que tener una amante y no le gustaban las mujeres. -Olive rió sarcás-ticamente-. Le gustaban los HOMBRES, eso sí. -Otra vez ese extraño énfasis en la palabra.
Roz se quedó muy sorprendida.
– ¿Estás diciendo que tu padre era homosexual?
– Estoy diciendo -dijo Olive con una paciencia exagerada-, que la única persona capaz de alegrar la cara de mi padre era nuestro vecino, el señor Clarke. -Olive encendió otro cigarrillo-. Entonces pensaba que era muy enternecedor, pero solamente porque era demasiado estúpida para reconocer una pareja de maricones cuando los veía. Ahora pienso que era vomitivo. No me extraña que mi madre odiase a los Clarke.
– Cambiaron de casa después de los asesinatos -dijo Roz pensativa-. Desaparecieron un día sin dejar ninguna dirección. Nadie sabe lo que pasó con ellos o adónde habían ido.
– No me extraña. Creo que ella estaba detrás de todo.
– ¿La señora Clarke?
– Nunca le gustó que su marido viniese a casa. Solía saltar por encima de la valla del jardín de atrás y él y mi padre se encerraban en la habitación de mi padre durante horas. Supongo que estaba muy preocupada después de los asesinatos y con papá solo en la casa.
Imágenes de cosas que le habían comentado acudieron a la mente de Roz. La vanidad de Robert Martin y su aspecto de Peter Pan; él y Ted Clarke juntos como dos hermanos; la habitación en la parte trasera de la casa con la cama; Gwen intentando mantener las apariencias; los fracasados intentos de alejarse de su marido; el secreto que se tenía que guardar. Todo tenía sentido, pensó Roz, pero ¿afectó a Olive de alguna manera si ella en aquella época aún no se había dado cuenta?
– ¿Era el señor Clarke su único amante? ¿Qué te parece?
– ¿Qué sé yo? Supongo que no. -continuó Olive, contradiciéndose a sí misma-. Tenía su propia entrada, por detrás, de la habitación que utilizaba. Podía haber ido a buscar chicos de pago cada noche sin que nosotros lo supiéramos. Le odio. -Parecía que Olive volvía a enfurecerse, pero la mirada de alarma de Roz la calmó-. Le odio -repitió Olive, antes de sumirse en el silencio.
– ¿Porque él mato a Gwen y Amber? -preguntó Roz por segunda vez.
Pero Olive no la tomó en serio.
– Mi padre trabajaba durante todo el día. Es un hecho. Todo el mundo lo sabe.
«Olive Martin cogió un hacha…» «¿Está intentando darle esperanzas diciendo que su libro le dará la libertad?»
– ¿Los mató tu novio?
Roz sabía que era torpe, que preguntaba las cosas que no debía preguntar cuando no las debía preguntar.
Olive disimuló una sonrisa.
– ¿Qué te hace pensar que yo tenía un novio?
– Alguien te dejó embarazada.
– Ah, eso. -dijo Olive con desprecio-. Mentí sobre el aborto. Quería que las chicas de aquí pensasen que yo había sido atractiva. -Olive subió la voz como si quisiera que los funcionarios lo oyeran. La certeza de sus palabras hizo encoger el corazón de Roz. Cuatro semanas atrás, Deedes le había advertido sobre eso.
– Entonces ¿quién era el hombre que te enviaba cartas a través de Gary O'Brien? -preguntó Roz-. ¿No era tu amante?
Los ojos de Olive brillaron como los de una serpiente.
– Era el amante de Amber.
Roz miró fijamente a Olive.
– Pero ¿por qué te enviaba las cartas a ti?
– Porque Amber tenía demasiado miedo a recibirlas ella misma. Era cobarde. -Hubo una breve pausa-. Como mi padre.
– ¿De qué tenía miedo?
– De mi madre.
– ¿De qué tenía miedo tu padre?
– De mi madre.
– ¿Y tú no tenías miedo de tu madre?
– No.
– ¿Quién era el amante de Amber?
– No lo sé; Nunca me lo dijo.
– ¿De qué trataban las cartas?
– De amor, supongo. Todo el mundo quería a Amber.
– ¿Tú también?
– Oh, sí.
– ¿Y tu madre? ¿Ella también quería a Amber?
– Claro.
– La señora Hopwood no dice lo mismo.
Olive se encogió de hombros.
– ¿Qué sabe ella? Casi no nos conocía. Siempre estaba preocupada por su preciosa Geraldine. -Una sonrisa maliciosa llenó los labios de Olive, dándole un feo aspecto-. ¿Cómo es que ahora todo el mundo sabe cosas excepto yo?
Roz notó que poco a poco se le iban abriendo los ojos con una terrible desilusión.
– ¿Y por eso esperaste hasta la muerte de tu padre para empezar a hablar con alguien? ¿Para que no quedase nadie que pudiera contradecirte?
Olive miró a Roz abiertamente, con la cara a rebosar de antipatía y entonces, con un brusco movimiento, a salvo de las miradas de los funcionarios pero muy a la vista de Roz, sacó una diminuta muñeca de barro del bolsillo y giró lentamente el alfiler que atravesaba la cabeza de la muñeca. Pelirroja. Un vestido verde. No hacía falta mucha imaginación para darle al barro una personalidad. Roz sonrió forzadamente.
– Soy muy escéptica, Olive. Es como la religión. Solamente funciona si crees en ello.
– Yo creo en ello.
– Entonces peor para ti.
Roz se levantó rápidamente, se dirigió hacia la puerta moviendo la cabeza hacia el señor Allenby para que le dejara salir. ¿Qué le había hecho creer en la inocencia de esa mujer, en primer lugar? ¿Ypor qué, por el amor de Dios, había escogido una estúpida asesina para llenar el vacío que había dejado Alice en su corazón?
Roz se paró delante de una cabina telefónica y marcó el número del colegio St. Angela. Contestó la propia hermana Bridget.
– ¿En qué puedo ayudarle? -preguntó con su agradable y armónica voz.
Roz sonrió ligeramente al teléfono.
– Podría decir: ven hacia aquí, Roz, dedicaré una hora a escuchar tus penas.
La cálida voz de la hermana no perdió en absoluto a través del teléfono.
– Ven a mi casa, querida. Tengo toda la tarde libre y nada me gusta más que escuchar. ¿Tantas preocupaciones tienes?
– Sí. Creo que Olive es culpable.
– No está mal. Estás peor que cuando empezaste. Vivo en la casa al lado mismo de la escuela. Se llama Donegal. Totalmente inapropiado, claro, pero es agradable. Ven a hacerme compañía en cuanto puedas. Cenaremos juntas.
La voz de Roz sonó preocupada.
– ¿Cree en la magia negra, hermana?
– ¿Debería hacerlo?
– Olive está clavando alfileres en una figura de barro que ha hecho de mí.
– Dios mío.
– Y tengo dolor de cabeza.
– No me sorprende. Si yo hubiera perdido mi fe en alguien también tendría dolor de cabeza. ¡Qué criatura más absurda! Seguramente es su manera de intentar recobrar un poco el control. La cárcel destruye el alma en este aspecto. -La hermana Bridget hizo un sonido de desaprobación-. Qué cosa más absurda, y yo que siempre tuve tanta estima por el intelecto de Olive. Te espero.
Roz escuchó el clic en el otro extremo y entonces meció el receptor contra su pecho. «Gracias, Dios, por la hermana Bridget… -Roz devolvió el receptor con las dos manos temblorosas-. ¡Oh Jesús, Jesús, Jesús! Gracias a Dios por la hermana Bridget…»
La cena consistió simplemente en sopa, huevos revueltos con tostadas, fruta, queso y la contribución de Roz en forma de una botella de vino de aguja. Cenaron en el comedor con vista al pequeño jardín vallado, donde unas plantas trepadoras desparramaban su renovado vigor en brillantes cascadas verdes.
A Roz le costó dos horas repasar todas las notas y relatar cumplidamente a la hermana Bridget todo lo que había descubierto.
La hermana Bridget, con las mejillas más sonrosadas de lo normal, estuvo sentada largo rato en silencio contemplativo después de que Roz acabase. Se percatara o no de los morados en la cara de la otra mujer, la hermana Bridget no hizo comentario alguno sobre ello.
– Sabes, querida -dijo finalmente-, si de algo estoy sorprendida es de tu repentina certeza de que Olive es culpable. No encuentro nada en lo que Olive dijo que pudiera hacerte cambiar tu convicción de que ella era inocente. -La hermana levantó las cejas como preguntando.
– Fue la perversa manera con que sonreía cuando hablaba acerca de que era la única que sabía algo -dijo Roz cansada-. Había alguna cosa tan desagradable en el hecho de saberlo. ¿Tiene eso sentido?
– Realmente, no. La Olive que yo conozco, siempre tenía un aspecto malicioso. Ojalá ella fuera tan abierta conmigo como parece haber sido contigo, pero me temo que siempre me verá como el guardián de su moral. Esto hace más difícil que ella sea honesta. -La hermana Bridget hizo una pausa-. ¿Estás segura de no estar reaccionando por culpa de su hostilidad hacia ti? Es mucho más fácil pensar bien de las personas a las que caemos bien, y Olive dejó claro que le caías bien las dos primeras veces que fuiste a verla.
– Es posible -suspiró Roz-, pero eso significa que soy tan ingenua como cualquiera de los que me acusan de serlo.
«La mayoría de criminales son agradables la mayor parte de las veces», había dicho Hal.
– Creo que probablemente seas ingenua -corroboró la hermana Bridget-, y que es lo que ha hecho que sacaras información que ninguno de los cínicos profesionales creyó que valía la pena sacar. Ser ingenuo tiene sus ventajas, simplemente como todo lo demás.
– No, cuando te ayuda a creer mentiras, no -dijo Roz afectada-. Estaba tan segura de que Olive me había dicho la verdad sobre el aborto…, y eso fue precisamente lo que me hizo dudar más de su culpabilidad. Un amante secreto revoloteando, incluso un violador -Roz se encogió de hombros-, cualquier cosa hubiera cambiado el caso una infinidad. Si no hubiera cometido los asesinatos él mismo, los podía haber provocado de una manera u otra. Se me hundió el suelo cuando Olive me dijo que lo del aborto era mentira.
La hermana Bridget la observó detenidamente por un instante.
– Pero ¿cuándo mintió? ¿Cuando te contó lo del aborto u hoy, cuando lo ha negado?
– No, hoy -dijo Roz sin vacilar-. Su negación tenía un halo de verdad que su admisión no tuvo nunca.
– Yo lo pongo en duda. No olvides que estabas predispuesta a creerla la primera vez. Desde entonces todo el mundo, excepto la madre de Geraldine, ha desechado la idea. Inconscientemente has estado condicionada para rechazar la idea de que Olive pudo haber tenido una relación sexual con un hombre. Esto te ha hecho aceptar muy rápidamente que lo que Olive te había dicho hoy era la verdad.
– Sólo porque tiene más sentido.
La hermana Bridget sonrió.
– Tiene más sentido pensar que la confesión de Olive es verdadera, pero has dado credibilidad a muchas incoherencias para tomarla en serio. Olive dice mentiras, lo sabes. El truco es saber distinguir los hechos de lo ficticio.
– Pero ¿por qué miente? -preguntó Roz con una desesperación súbita-. ¿Qué bien le hace a ella?
– Si supiéramos eso tendríamos la respuesta a todo. Olive mintió como un bellaco para apoyar la imagen que quería dar para protegerse ella y a Amber de la ira de su desengañada madre. Tenía miedo de ser rechazada. Ese es el motivo por el que la mayoría de nosotros mentimos, después de todo. Quizás Olive insiste por la misma razón.
– Pero la madre de Olive y Amber están muertas -apuntó Roz-, ¿y su imagen no empeora por el hecho de negar que tenía un amante?
La hermana Bridget sorbió con lentitud el vino. No respondió directamente.
– Olive podía haberlo hecho naturalmente para vengarse. Supongo que lo has tenido en cuenta. No puedo evitar tener la sensación de que Olive te ha adoptado como sustituta de Amber o de Gwen.
– Y mira lo que les pasó -dijo Roz con una mueca de dolor-. ¿Vengarse por qué, de todas maneras?
– Por saltarte una visita. Dijiste que esto probablemente le hizo rabiar mucho.
– Tenía buenas razones.
– Seguro que las tenías. -Los cariñosos ojos de la hermana Bridget se quedaron mirando los morados-. Eso no quiere decir que Olive te creyera, si es que lo hizo, y no se puede borrar tan fácilmente una semana de resentimiento. A lo mejor Olive simplemente te quería hacer daño de la única manera que ella sabe, y lo ha conseguido. Estás herida.
– Sí -admitió Roz-, lo estoy. La creí. Pero soy yo la que se siente rechazada, no Olive.
– Naturalmente. Y eso es exactamente lo que Olive quería conseguir.
– ¿Incluso si eso significara que me marcho y la abandono para siempre?
– El rencor tiene poco de sensibilidad, Roz. -La hermana Bridget movió la cabeza-. Pobre Olive, debe estar bastante desesperada en estos momentos si recurre a muñecos de arcilla y arranques de ira. Me pregunto qué es lo que le ha llevado a eso. Estos últimos meses también ha estado muy irritable conmigo.
– La muerte de su padre -afirmó Roz-, no hay otra explicación.
La hermana Bridget suspiró.
– Menuda vida más trágica tuvo su padre. Uno se pregunta qué es lo que hizo para merecerla. -La mujer hizo una pausa-. Estoy inclinada a pensar -continuó la hermana después de un momento- que el hombre que envió las cartas era el amante de Amber. Creo que te dije que me tropecé con Olive poco antes de los asesinatos. Me sorprendí de lo bien que se la veía. Aún era enorme, claro, pero se había esforzado tanto que incluso tenía un aspecto bastante atractivo. Una chica totalmente diferente de la que había sido en St. Angela. Estos cambios nunca se producen así como así. Siempre existe algún motivo y según mi experiencia ese motivo normalmente es un hombre. Además, ¿sabes?, se habría de tomar en consideración el carácter de Amber. Ella nunca fue tan brillante como su hermana y le faltó la independencia y madurez de Olive. Me sorprendería mucho si a la edad de veintiún años, Amber hubiera podido mantener una relación con alguien tanto tiempo como seis meses.
– Pero usted misma dijo que los hombres pueden provocar increíbles cambios. Quizás Amber cambió bajo la influencia de su amante.
– No lo puedo negar, pero si era el amante de Amber, te puedo decir que lo que te ha contado Olive es una mentira como un puño. Olive sabría exactamente el contenido de las cartas, fuese porque Amber se lo hubiera contado o bien porque ella hubiera encontrado una manera de abrirlas. Olive siempre metía su nariz en cosas que no le concernían. Suena un poco grosero decirlo ahora, pero todos nosotros tuvimos que andar con mucho cuidado con nuestras cosas mientras Olive estuvo en St. Angela. Agendas y, sobre todo, diarios; le atraían como imanes.
– Marnie, de la Wells-Fargo, creía que a Gary O'Brien le gustaba Olive. Quizá fuera él el hombre para el que Olive se arreglaba tanto últimamente.
– Quizás.
Estuvieron sentadas en silencio durante unos instantes mirando cómo caía la noche. El gato de la hermana Bridget, un raído y atigrado gato entrado en años, estaba hecho una bola en el regazo de Roz y ésta lo acariciaba mecánicamente al compás de sus ronroneos, con el mismo poco afecto que tenía hacia La señora Antrobus.
– Quisiera -murmuró Roz- que hubiera otra manera de saber si ha abortado o no, pero no me permitirían nunca leer su historial médico. No sin el permiso de Olive y probablemente ni siquiera entonces.
– ¿Y suponiendo que resulta que no abortó? ¿Explicaría algo este hecho? Eso no quiere decir que no hubiera ningún hombre en su vida.
– No -afirmó Roz-, pero por lo mismo, si hubiese abortado, no habría ninguna duda de que hubo un hombre. Estaría mucho más segura de continuar si supiera que hubo un amante.
Los penetrantes ojos de la hermana Bridget observaron a Roz demasiado rato como para tranquilizarle.
– Y tanto más segura de abandonar todo si te puedes convencer de que no hay tal amante. Creo, querida, que habrías de tener más confianza en tu habilidad para juzgar a las personas. El instinto es tan buen guía como lo son las pruebas escritas.
– Pero mi instinto me dice en este momento que Olive es tan culpable como el que más.
– Oh, no, seguro que no. -La risa de aquella mujer ya entrada en años llenó la habitación-. Si fuese así, no hubieras conducido tantos kilómetros para hablar conmigo. Podrías haber ido a tu amigo el policía. Él hubiera aprobado este cambio de forma de pensar. -Los ojos de la hermana Bridget se movían inquietos-. Por otro lado, yo soy la única persona que conoces de la que poder estar segura que está de parte de Olive.
Roz sonrió.
– ¿Significa eso que ahora cree que ella no lo hizo?
La hermana Bridget miró por la ventana.
– No -dijo francamente-, aún tengo mis dudas.
– Gracias -dijo Roz irónicamente-, pretende que yo tenga fe. Eso es un poco grotesco, ¿no?
– Mucho. Pero tu fuiste la escogida, Roz, no yo.
Roz volvió a su piso cerca de la medianoche. Sonaba el teléfono cuando entró, pero después de sonar 3 o 4 veces, el contestador automático se conectó. Iris, pensó ella. Nadie más llamaría a una hora tan intempestiva, ni siquiera Rupert. No tenía ganas de hablar con ella, pero la curiosidad le hizo abrir el contestador para oír a Iris dejando el mensaje.
– Me pregunto dónde estás -masculló Hal derrotado por la bebida y el cansancio-. Hace horas que te estoy llamando. Estoy borracho como una cuba y es por tu culpa, tía. Estás demasiado delgada, pero ¡qué coño! -dijo riéndose-. La mierda me está ahogando, Roz. A ambos, a Olive y a mí. Loco, malo y peligroso. -Hal suspiró-. «Del este al oeste de la India, ninguna joya es como Rosalind.» ¿Quién eres, entonces? ¿Nemesis? Me mentiste, ¿sabes? Dijiste que me dejarías en paz. -Se oyó cómo algo se rompía-. ¡Dios! -berreó en el teléfono-. He roto la puta botella. -La línea se cortó.
Roz se preguntaba si su cara reflejaba tanta idiotez como la que sentía. Volvió a conectar el contestador automático y se fue a la cama. Se quedó dormida en seguida.
El teléfono volvió a sonar a las nueve de la mañana siguiente.
– ¿Roz? -preguntó Hal con la voz sobria y comedida.
– Sí, yo misma.
– Soy Hal Hawksley.
– Hola -dijo Roz de buen humor-. No sabía que tuvieras mi número.
– Me diste una tarjeta, ¿recuerdas?
– Ah, sí. ¿Que hay de nuevo?
– Intenté localizarte ayer, te dejé un mensaje en el contestador. ¿No lo has oído?
Roz sonrió para sí.
– Perdona -le dijo-, tengo la cinta hecha polvo. Todo lo que he conseguido es destrozar mis oídos escuchando ruidos ensordecedores. ¿Ha pasado algo?
El alivio de Hal fue evidente.
– No. -Hubo una pequeña pausa-. Simplemente me preguntaba cómo te fue con los O'Brien.
– Vi a la señora O'Brien. Me costó 50 papeles pero valió la pena. ¿Estás ocupado hoy o puedo ir a darte el coñazo otra vez? Necesito un par de favores, una foto del padre de Olive y el historial médico de ella.
Hal estaba aliviado de poder hablar de pormenores.
– Olvídate de lo último -dijo-. Olive puede pedirlo, pero tú no tienes ninguna posibilidad de entrar en los archivos; sería más fácil ir a robar a Parkhurst. De todas maneras podría conseguir una foto de él si pudiese persuadir a Geoff Wyatt para que hiciese una fotocopia de la del archivo.
– ¿Y qué me dices de conseguir fotos de Gwen y Amber? ¿Podrían hacerse fotocopias también?
– Depende del estómago que tengas. Las únicas que recuerdo son las post mortem. Si te interesan las de ellas en vida, tendrás que recurrir a los testamentarios de Martin.
– De acuerdo, pero si es posible, quisiera ver también las post mortem. No voy a publicarlas sin la adecuada autorización -prometió Roz.
– Menudo trabajo te espera. Las fotografías de la policía suelen ser de lo peorcito. Si tu editor consigue un negativo decente de ellas, tal vez tengamos que concederle una medalla. Veré qué puedo hacer. ¿A qué hora pasarás?
– ¿A primera hora de la tarde? Primero tengo que ver a alguien. ¿Puedes prepararme también una copia de Olive?
– Quizá. -Permaneció un momento en silencio-. Una estridente interferencia. ¿Estás segura de que esto es todo lo que oíste?