Capítulo 19

Olive miraba a Roz con gran desconfianza. La satisfacción había puesto un nuevo brillo en las pálidas mejillas de la otra.

– Tienes otro aspecto -le dijo en tono acusador, como si lo que estaba viendo le desagradara.

Roz movió la cabeza.

– No. Todo está igual. -A veces era mejor mentir. Tenía miedo de que si Olive sabía que salía con el policía que la detuvo, la consideraría una traidora-. ¿Te dieron mi recado el lunes por la noche?

Olive tenía un aspecto más desagradable que otras veces: el pelo sucio colgando sin vida alguna sobre aquel rostro pálido, una mancha de salsa de tomate a modo de medalla en la blusa y el olor penetrante de sudor, que se hacía casi insoportable en la pequeña estancia. La irritación la hacía vibrar; su ceño estaba completamente fruncido, en un gesto de disposición a rechazar cualquier cosa que se le planteara, pensaba Roz. No respondió.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó Roz sin alterarse.

– No quiero verte más.

Roz hacía girar el lápiz entre los dedos.

– ¿Por qué?

– No tengo por qué dar explicaciones.

– Por delicadeza -dijo Roz en el mismo tono tranquilo-. He invertido mucho tiempo, energía y afecto en ti. Creía que éramos amigas.

La otra frunció los labios.

– Amigas -murmuró en tono cáustico-. No somos amigas. Tú eres la señorita Maravillas que saca pasta haciendo su papel de dama de la inmundicia y yo soy la pobre boba a quien explotan. -Se agarró al borde de la mesa e intentó levantarse-. No quiero que escribas el libro.

– ¿Porque prefieres que te teman aquí dentro a que se rían de ti fuera? -Roz movió la cabeza-. Eres tonta, Olive. Y también cobarde. Creía que tenías más estómago.

Olive hizo una mueca con sus gordos labios mientras peleaba por levantarse.

– No pienso escucharte -dijo en tono infantil-. Pretendes hacerme cambiar de parecer.

– Por supuesto. -Apoyó la mejilla en la mano que había levantado-. Voy a escribir el libro tanto si quieres como si no. No me das miedo, ¿sabes? Puedes nombrar a un abogado para que tramite un requerimiento para detenerme pero no va a prosperar pues yo aduciré que eres inocente y un tribunal apoyará mi derecho a publicarlo en interés de la justicia.

Olive se arrellanó otra vez en el asiento.

– Escribiré a los de Libertades del Ciudadano. Me apoyarán.

– Creo que no, cuando descubran que estoy persiguiendo tu libertad. Me apoyarán a mí.

– Pues a los de Derechos Humanos. Diré que esto es una intromisión en mi intimidad.

– Adelante. Conseguirás que saque una fortuna. Todo el mundo comprará el libro para descubrir de qué va todo este jaleo. Y si pasa a un tribunal, el que sea, esta vez haré todos los posibles para asegurar que se atienda a las pruebas.

– ¿Qué pruebas?

– Las pruebas que demuestran que no lo hiciste.

Olive golpeó la mesa con su rollizo puño.

– Yo lo hice.

– No es cierto.

– ¡Lo hice! -bramó la corpulenta muchacha.

– No lo hiciste -dijo Roz sacando chispas por los ojos-. ¿Cuándo te enfrentarás al hecho de que tu madre está muerta, tontaina? -Esta vez fue Roz quien aporreó la mesa-. Ya no está aquí, Olive, ya no volverá, por más tiempo que te escondas aquí dentro.

Dos enormes lágrimas descendieron por las mejillas de Olive.

– No me gustas nada.

Roz continuó en tono brutal:

– Volviste a casa, viste lo que había hecho tu querido amante y enloqueciste. Y quién sabe… Yo no te echo la culpa. -Sacó las fotos de Gwen y Amber muertas del bolso y las plantó en la mesa delante de Olive-. ¿Verdad que adorabas a tu madre? Siempre has adorado a las personas que te han necesitado.

La rabia de Olive era descomunal:

– ¡Mentiras, putas mentiras!

Roz movió la cabeza.

– Yo te necesité, por eso lo sé.

El labio de Olive temblaba.

– Querías saber qué se siente cuando se mata a alguien, por eso me necesitabas.

– No. -Roz estiró el brazo y tomó una de las grandes y fofas manos de Olive entre las suyas-. Necesitaba amar a alguien. Resulta muy fácil amarte a ti, Olive.

La otra retiró bruscamente la mano y la apretó contra su cara.

– Nadie me quiere a mí -murmuró-. Nunca nadie me ha querido.

– Te equivocas -dijo Roz con firmeza-. Yo te quiero. La hermana Bridget te quiere. Y no vamos a abandonarte cuando salgas. Debes confiar en nosotras. -Apartó de su mente la insidiosa voz que le murmuraba una serie de advertencias contra los compromisos a largo plazo que jamás era capaz de cumplir y las mentiras dichas con buena intención que podían volverse en contra de ella-. Háblame de Amber -siguió en tono cariñoso-. Cuéntame por qué tu madre te necesitaba.

Un suspiro de rendición estremeció aquel corpulento cuerpo.

– Quería hacer siempre lo que le venía en gana y cuando no lo conseguía, hacía la vida imposible a todos. Contaba mentiras sobre cosas que la gente le había hecho, se inventaba historias horripilantes, muchas veces hacía daño a la gente. Una vez, para castigar a mi madre, le echó agua hirviendo encima del brazo, por eso solíamos ceder para que la vida fuera más tranquila. Mientras se hacía lo que ella quería, era un encanto. -Lamió las lágrimas que le llegaban a los labios-. Nunca aceptó responsabilidad alguna, pero todo empeoró al nacer el niño. Mamá dijo que había detenido su maduración.

– ¿Para resarcirse ella?

– No, para justificarse. -Entrelazó los dedos sobre la falda-. Los críos se salen con la suya portándose mal y Amber se salía con la suya comportándose como una niña. Nunca la riñeron por haberse quedado embarazada. Todos estábamos demasiado asustados pensando en cómo reaccionaría. -Se limpió la nariz con el dorso de la mano-. Mamá había decidido llevarla a un psiquiatra. Creía que Amber sufría esquizofrenia. -Suspiró pesadamente-. Luego las mataron y todo se acabó.

Roz le ofreció un Kleenex y esperó a que se sonara la nariz.

– ¿Por qué nunca se portó mal en la escuela?

– Sí que se portaba mal -respondió Olive, rotunda-, cuando le chinchaban o cogían sus cosas sin permiso. Yo tenía que enfadarme mucho para que no lo hicieran pero la mayoría de las veces intentaba que no la enfurecieran. Si no la hacían enfadar, era un persona encantadora. De verdad -insistió-, una persona encantadora.

– Las dos caras de Eva.

– Realmente mi madre lo pensaba. -Cogió el paquete de cigarrillos de la cartera abierta de Roz y rompió el celofán-. Yo no la perdía de vista cuando no estaba en clase. No le importaba. Las mayores la trataban como a un animal de compañía y aquello hacía que se sintiera especial. No tenía amigas de su edad. -Puso unos cigarrillos sobre la mesa y escogió uno.

– ¿Cómo conseguía mantener su trabajo? Tú no estabas allí para protegerla.

– Jamás lo mantuvo. Nunca estuvo más de un mes en una empresa. Se pasaba la mayor parte del tiempo en casa con mamá, haciéndole la vida imposible.

– ¿Y en Glitzy?

Olive encendió el cigarrillo con una cerilla.

– Lo mismo. Llevaba tres meses allí y ya estaba hablando de largarse. Tuvo algún lío con las otras chicas. Creo que consiguió que despidieran a alguna. Ahora no lo recuerdo. De hecho, es cuando mamá dijo que estaba hasta la coronilla y que la llevaría al psiquiatra.

Roz permaneció callada y pensativa un momento.

– Sé quién era tu amante -le dijo de pronto-. Me he enterado de que pasabais los domingos en el Belvedere de la calle Farraday, donde os inscribíais como señores Lewis. Identificaron la foto de él la propietaria del Belvedere y la recepcionista de la Wells-Fargo. Creo que te abandonó en un hotel la noche de tu cumpleaños cuando le dijiste que habías abortado y que el bebé era suyo, y que luego él se fue directamente a Leven Road a a justar cuentas con Amber y con tu madre, a quien consideraba responsables de la muerte del hijo o hija que siempre había deseado. Me parece que aquella noche tu padre estaba fuera de casa y que la cosa se descontroló. Yo diría que tú volviste a casa mucho tiempo después, descubriste los cadáveres y los descuartizaste al creer que todo era culpa tuya. -Tomó de muevo la mano de Olive entre las suyas estrechándola fuertemente.

Olive cerró los ojos y siguió llorando calladamente; su piel suave acariciaba los dedos de Roz.

– No -dijo por fin, soltando la mano-. No fue así cómo sucedió. Ojalá hubiera ocurrido así. Como mínimo sabría por qué hice lo que hice. -Sus ojos, curiosamente, estaban enfocados como si se hubieran vuelto para mirar hacia su interior-. No habíamos planeado nada para mi cumpleaños -dijo-. Era imposible. No caía en domingo y los domingos eran los únicos días en que podíamos estar juntos, pues su cuñada iba a cuidar a su mujer. Ambas creían que pasaba los domingos en la British Legion. -Sonrió sin ningún tipo de alegría-. ¡Pobre Edward! Tenía mucho miedo de que lo descubrieran y le echaran sin ni cinco. La casa era de ella, el dinero también y aquello le hacía sentir muy mal. El nombre de Puddleglum le convenía perfectamente, sobre todo cuando llevaba aquella estúpida peluca. Parecía un personaje salido de Narnia, alto, flacucho y peludo. -Suspiró-. La llevaba como un disfraz, por si alguien le veía. A mí me parecía gracioso. Me gustaba mucho más calvo. -Suspiró de nuevo-. The Silver Chair era el libro favorito de Amber y mío cuando éramos pequeñas.

Roz ya se lo había imaginado.

– Y os inscribíais con el nombre de señores Lewis porque su autor es C. S. Lewis. ¿Tenías miedo de que lo descubriera la señora Clarke o tus padres?

– La que más miedo nos daba era Amber. Los celos eran como una enfermedad para ella.

– ¿Supo lo de tu aborto?

Olive negó con la cabeza.

– Sólo lo supo mi madre. Jamás se lo dije a Edward y por supuesto tampoco a Amber. En casa, la única que tenía derecho a relaciones sexuales era ella. Y las tenía, constantemente. Mamá tuvo que obligarla a tomarse la pildora cada noche para que no volviera a quedarse embarazada. -Hizo una mueca-. Mamá se enojó muchísimo cuando me ocurrió a mí. Las dos sabíamos que Amber se pondría histérica.

– ¿Por eso abortaste?

– Probablemente. En aquel momento parecía la solución más razonable. Ahora me arrepiento.

– Tendrás otras oportunidades.

– Lo dudo.

– ¿Qué sucedió, pues, aquella noche? -preguntó Roz después de un momento.

Olive la miró sin parpadear a través del humo del cigarrillo. Luego dijo:

– Amber encontró el regalo de cumpleaños que me había dado Edward. Yo lo había escondido muy bien pero ella me lo revolvía todo. -Torció algo la boca-. Yo siempre tenía que volver a poner las cosas que ella había tocado en su sitio. Todos creían que la fisgona era yo. -Se sujetó la muñeca con el índice y el pulgar-. Era una pulsera de la que colgaba una minúscula silla de plata. En la placa había esta inscripción: T.E.N.A.R.N.I.A. ¿Lo captas? Tú eres Narnia, y Narnia significaba el paraíso. -Sonrió tímidamente-. Me pareció maravilloso.

– Te quería mucho. -Era una afirmación, no una pregunta.

– Le hacía sentir de nuevo joven. -Las lágrimas escapaban fluidas por entre los despoblados párpados-. La verdad es que no hacíamos ningún daño a nadie, teníamos un pequeño romance, nos veíamos de vez en cuando los domingos y aquello proporcionaba ilusión a nuestras vidas. -Las lágrimas iban resbalando por sus mejillas-. Ahora me arrepiento de haberlo hecho, pero resultaba agradable sentirse querido. Nunca había tenido a nadie y sentía muchos celos de Amber. Ella tenía un montón de novios. Siempre los llevaba a su habitación. Mamá le tenía demasiado miedo para decirle algo. -Sollozaba ruidosamente-. Todos se reían de mí. No lo soportaba.

Qué casa más infernal tenía que ser aquélla, pensaba Roz, cada uno buscando desesperadamente el amor sin encontrarlo jamás. ¿Lo habrían reconocido, de todas formas, de haberlo conseguido? Esperó a que Olive se repusiera un poco.

– ¿Sabía tu madre que se trataba de Edward?

– No. Le dije que era uno del trabajo. Íbamos con mucho cuidado. Edward era el mejor amigo de mi padre. Habría habido un gran cataclismo si se hubieran enterado de lo que hacíamos. -Se calló un momento-. Claro que al fin éste se produjo.

– Lo descubrieron.

Permanecía sentada, cabizbaja.

– Amber se lo olió en cuanto encontró la pulsera. Debí imaginármelo. La silla de plata, Narnia. La pulsera tenía que venir de Puddleglum. -Aspiró una gran bocanada de humo.

Roz la observó durante un momento.

– ¿Qué hizo? -preguntó cuando vio que Olive no seguía.

– Lo que hacía siempre cuando se enfadaba. Pelear. Me tiraba del pelo, lo recuerdo perfectamente. Y chillaba. Mis padres tuvieron que separarnos. Acabé como en el juego de la cuerda, mi padre sujetándome las muñecas y tirando de un lado mientras Amber, por el otro, me tiraba de los pelos. Entonces estalló la tempestad. Empezó a gritar que yo tenía un lío con el señor Clarke. -Miró la mesa con expresión desdichada-. Mi madre me miraba como si estuviera a punto de vomitar. A nadie le gusta la idea del viejo que se excita con las jóvenes. Eso también lo había observado en la mujer del Belvedere. -Dio la vuelta al cigarrillo-. Pero ahora creo que era porque mamá sabía que Edward y mi padre también estaban liados. Aquello era lo que la ponía enferma. Y a mí, ahora mismo.

– ¿Por qué no lo negaste?

Olive dio una calada al cigarrillo con desgana.

– No valía la pena. Sabían que Amber decía la verdad. Me imagino que es algo instintivo. Te enteras de algo y compruebas que un montón de detalles que hasta aquel momento no han tenido ninguna lógica de pronto encajan. De hecho, los tres empezaron a chillarme, mi madre, escandalizada, mi padre, furioso. -Encogió los hombros-. Nunca había visto a mi padre tan enfadado. Mi madre soltó lo del aborto y él empezó a abofetearme y a llamarme puta. Y mientras tanto Amber chillaba que estaba celosa porque también quería a Edward y todo eran tan espantoso… -Sus ojos se nublaron- y me fui. -Había una expresión bastante cómica en su cara-, y cuando volví al día siguiente, encontré sangre por todas partes y mamá y Amber estaban muertas.

– ¿Pasaste la noche fuera?

Olive asintió.

– Y casi toda la mañana.

– Perfecto -dijo Roz inclinándose un poco-. Esto se puede demostrar. ¿Dónde estuviste?

– Me fui andando hacia la playa. -Se miró las manos-. Quería suicidarme. Ojalá lo hubiera hecho. Pero me quedé allí sentada toda la noche pensando en ello en lugar de decidirme.

– ¿Te vio alguien?

– No. No quería que me viera nadie. Cuando amaneció, me escondía detrás de un esquife cada vez que oía pasos.

– ¿A qué hora volviste?

– Hacia las doce. No había comido nada y tenía hambre.

– ¿Hablaste con alguien?

Olive suspiró, fatigada.

– Nadie me vio. Si me hubiera visto alguien, no estaría aquí.

– ¿Cómo entraste en la casa? ¿Tenías llave?

– Sí.

– ¿Por qué? -preguntó de pronto Roz-. Has dicho que te fuiste. Me ha parecido que habías salido con lo puesto.

Olive abrió los ojos de par en par.

– Sabía que no me creerías -dijo con voz estentórea-. Nadie me cree cuando digo la verdad. -De nuevo se puso a llorar.

– Te creo -dijo Roz, decidida-. Lo que pasa es que quiero verlo todo claro.

– Primero fui a mi habitación a recoger las cosas. Sólo me fui porque hacían demasiado ruido. -Hizo una mueca de angustia-. Mi padre lloraba. Era horroroso.

– Vale, sí, continúa. Volviste a casa.

– Entré y me fui a la cocina para comer algo. Empecé a pisar sangre antes de enterarme de nada. -Miró hacia la foto de su madre y las lágrimas afloraron de nuevo-. La verdad es que no me gusta pensar en ello. Se me revuelve el estómago al recordarlo. -Su labio inferior temblaba sin freno.

– Está bien -dijo Roz con tranquilidad-, vamos a centrarnos en otra cosa. ¿Por qué te quedaste? ¿Por qué no saliste a la calle a pedir ayuda?

Olive se restregó los ojos.

– Era incapaz de moverme -respondió-. Quería hacerlo pero no podía. Pensaba en la vergüenza que sentiría mi madre cuando la gente la viera desnuda. -El labio seguía estremeciéndose como el de un grotesco bebé-. Estaba tan mareada… Quise sentarme pero no había ninguna silla. -Tenía una mano delante de la boca y tragaba convulsivamente-. Entonces la señora Clarke empezó a aporrear la ventana de la cocina. Gritaba que Dios jamás perdonaría mi perversidad, y la baba le goteaba por la boca. -Un escalofrío estremeció sus corpulentos hombros-. Comprendí que tenía que hacerla callar porque estaba empeorando las cosas. Así que cogí el rodillo y me fui hacia la puerta trasera. -Suspiró-. Pero me caí y ella desapareció.

– ¿Es cuando llamaste a la policía?

– No. -Aquel rostro inundado hacía todo tipo de muecas-. Ahora mismo soy incapaz de recordarlo. Me puse histérica porque me había manchado de sangre y empecé a restregarme las manos para limpiarlas. Pero todo lo que tocaba estaba ensangrentado. -Sus ojos se abrieron en el intento de recordar-. Siempre he sido muy patosa y el suelo estaba resbaladizo. Tropezaba con los cadáveres y tenía que volverlos a tocar para colocarlos en su sitio y cada vez tenía más sangre encima. -Aquellos ojos apenados se llenaron otra vez de lágrimas-. Y todo el rato pensaba que era culpa mía. Si yo no hubiera nacido, aquello no habría sucedido nunca. Estuve mucho rato sentada porque me sentía mal.

Roz contemplaba perpleja aquella cabeza inclinada.

– ¿Pero por qué no contaste todo esto a la policía?

Olive fijó sus azules ojos inundados de lágrimas en Roz.

– Iba a hacerlo, pero nadie quería hablar conmigo. Creían que lo había hecho yo. Y yo sólo tenía en la cabeza cómo acabaría aquello, entre Edward y yo, entre Edward y mi padre, el aborto, Amber, su hijo, pensaba que sería todo mucho menos violento para todo el mundo si decía que lo había hecho yo.

Roz hizo un esfuerzo para mantener un tono sosegado.

– ¿Quién creías que lo había hecho?

Se la veía destrozada.

– Ni me lo planteé durante mucho tiempo. -Arqueó los hombros como para protegerse-. Luego pensé que lo había hecho mi padre y que me considerarían culpable dijera lo que dijera, pues él era el único que podía salvarme. -Se iba tocando los labios-. Y más tarde fue casi un alivio decir lo que todos querían que dijera. En realidad no quería volver a casa, pues mamá estaba muerta, Edward estaba al lado y todo el mundo estaba al corriente de todo. Me habría resultado imposible volver a casa.

– ¿Cómo sabías que lo había hecho tu padre?

Un gemido de auténtico dolor, como el de un animal herido, estalló en la garganta de Olive.

– Porque el señor Crew se comportó de un modo brutal conmigo. -La aflicción desató un torrente de lágrimas-. A veces venía a casa, me daba unos toquecitos en el hombro y decía: «¿Cómo está hoy Olive?». Pero en la comisaría -se cubrió el rostro con las manos-, tapándose la boca con un pañuelo como si estuviera a punto de vomitar, se situó en él otro extremo de la sala y dijo: «No me digas nada a mí ni a la policía, de lo contrario no te podré ayudar». Entonces lo comprendí.

Roz frunció el ceño.

– ¿Cómo? No lo entiendo.

– Porque papá era la única persona que sabía que yo no estaba allí, pero no dijo una palabra al señor Crew ni a la policía luego. De no haberlo hecho papá, habría intentado ayudarme. Permitió que me llevaran a la cárcel porque era un cobarde. -Sollozaba ruidosamente-. Y luego murió dejando su dinero al hijo de Amber cuando podía haber dejado una carta diciendo que yo era inocente. -Se golpeó las rodillas con las manos-. ¿Qué importancia tenía cuando ya estaba muerto?

Roz cogió el cigarrillo de los dedos de Olive y lo dejó vertical sobre la mesa.

– ¿Por qué no dijiste a la policía que creías que lo había hecho tu padre?

«El sargento Hawksley te habría escuchado. Sospechaba de él.»

La corpulenta muchacha tenía la mirada fija en la mesa.

– No te lo quiero decir.

– Tienes que hacerlo, Olive.

– Te reirás.

– Dímelo.

– Tenía hambre.

Roz agitó la cabeza, perpleja.

– No lo entiendo.

– El sargento me trajo un bocadillo y me dijo que me servirían la comida cuando acabara de declarar. -Sus ojos volvieron a nublarse-. No había comido en todo el día y tenía mucha hambre -dijo en una especie de lamento-. Todo se agilizó cuando dije lo que querían oír y luego pude comer. -Se frotó las manos-. ¿No crees que la gente se va a reír?

Roz no comprendía cómo jamás se le había ocurrido que el hambre insaciable de Olive podía haber sido un factor que contribuyera en la confesión. La señora Hopwood la había descrito como una persona que come de forma convulsiva y la tensión habría aumentado el ansia de la desdichada Olive.

– No -dijo con determinación-, nadie se va a reír. ¿Pero por qué insististe en declararte culpable en el juicio? Luego podías haberlo negado. Tuviste tiempo para reflexionar y superar el trauma.

Olive se secó los ojos.

– Era demasiado tarde. Ya había confesado. Todo lo que podía alegar era responsabilidad atenuada y no estaba dispuesta a que el señor Crew me llamara psicópata. Odio al señor Crew.

– Pero si hubieras contado la verdad a alguien, tal vez te hubieran creído. Conmigo lo has hecho y yo te he creído.

Olive negó con la cabeza.

– Yo no te he contado nada -dijo-. Todo lo que sabes lo has descubierto tú. Precisamente por eso lo crees. -Las lágrimas volvieron a sus ojos-. Ya lo intenté al principio, cuando llegué a la cárcel. Se lo conté al capellán pero, como que no le caigo bien, creyó que estaba contando mentiras. Ya ves, yo había confesado, algo que sólo hacen los culpables. Lo que más me asustaba eran los psiquiatras. Pensé que si negaba el crimen y no demostraba remordimiento, me declararían psicópata social y me mandarían a Broadmoor.

Roz contemplaba la cabeza gacha con compasión. Olive no había tenido jamás una oportunidad. ¿Y a quién había que echar la culpa, en definitiva? ¿Al señor Crew? ¿A Robert Martin? ¿A la policía? ¿Tal vez a la pobre Gwen, tan dependiente de su hija que le había planificado al detalle la vida? Michael Jackson lo había resumido: «Era una de aquellas personas en las que uno sólo piensa cuando quiere solucionar algo y luego se la recuerda con alivio con la certeza de que nunca falla». Amber nunca trató de agradar, pensaba, Olive, sí, y como resultado de ello, jamás había sido independiente. Al no tener a nadie que le dijera lo que tenía que hacer había escogido el camino de la mínima resistencia.

– Dentro de los próximos días te lo comunicarán oficialmente, pero me resisto a que tengas que esperar. El señor Crew está en libertad bajo fianza acusado de apropiación ilícita del dinero de tu padre y de conspiración para la estafa. Puede que también le acusen de conspiración para el asesinato.

Hubo un largo silencio antes de que Olive levantara la cabeza.

Aquella extraña conciencia volvía a brillar en sus ojos, una mirada de confirmación triunfal que erizaba el vello de la nuca de Roz. Pensó en la sencilla afirmación de la hermana Bridget en cuanto a su verdad: «Tú fuiste la escogida, Roz, no yo». ¿Y la verdad de Olive? ¿Cuál era laVerdad de Olive?

– Ya lo sabía. -Con gesto perezoso, Olive desprendió un alfiler de la parte delantera de su vestido-. Radio macuto -explicó-. El señor Crew contrató a los hermanos Hayes para asaltar el restaurante del sargento Hawksley. Tú estabas allí y os dieron a los dos. Me sabe mal esto, pero no me sabe mal nada más. Nunca tuve mucha simpatía por el señor Hayes. A mí me dejaba de lado y hablaba siempre con Amber. -Clavó el alfiler en la mesa. En su cabeza había aún fragmentos de arcilla y cera resecos.

Roz arqueó una ceja mirando el alfiler.

– Son estupideces supersticiosas, Olive.

– Dijiste que funcionaba si creías en ello.

Roz encogió los hombros.

– Lo decía en broma.

– La Enciclopedia Británica no está para bromas. -Olive recitó en tono monótono-: Página 96, volumen 25, voz: Ocultismo. -Aplaudió muy emocionada como una chiquilla traviesa y levantó la voz hasta gritar-: «La brujería funcionó en Salem porque las personas implicadas creyeron en ella». -Vio que Roz frunció el ceño alarmada-.Tonterías -dijo tranquilamente-. ¿Condenarán al señor Crew?

– No lo sé. Él sostiene que tu padre le dio su aprobación, como ejecutor, para invertir el dinero mientras se llevaban a cabo las investigaciones para buscar a tu sobrino, y el caso es que -sonrió sombríamente- si despega de nuevo el mercado inmobiliario, algo muy probable, sus inversiones serán muy seguras. -En cuanto a los otros cargos, tan sólo tenía alguna posibilidad de afirmarse la conspiración para estafar a Hal, del Poacher, por el simple hecho de que el hermano de Stewart Hayes, mucho más débil que éste, se había hundido en el interrogatorio policial-. Él lo niega todo, pero la policía se muestra bastante optimista con poder acusar también de asalto a él y a los Hayes. Daría lo que fuera por poderle acusar de negligencia respecto a tu caso. ¿Era una de las personas a las que intentaste decir la verdad?

– No -dijo Olive, apenada-. No valía la pena. Llevaba años como abogado de mi padre. Jamás habría creído que papá era culpable.

Roz empezó a atar cabos.

– Tu padre no mató a tu madre y a tu hermana, Olive. Pensó que lo habías hecho tú. Gwen y Amber estaban vivas cuando se fue a trabajar a la mañana siguiente. Él consideró que tu declaración era la pura verdad.

– Él sabía que yo no estaba allí.

Roz negó con la cabeza.

– Nunca conseguiré demostrarlo, pero supongo que ni siquiera se dio cuenta de que te habías ido. Durmió abajo, ¿recuerdas?, y estoy convencida de que tú saliste sin hacer el mínimo ruido para evitar llamar la atención. Si hubieras estado dispuesta a verle, lo habríais arreglado. -Se levantó-. Es agua pasada, pero no debías haberle castigado, Olive. Él era tan inocente como tú. Te quería, Olive. El problema es que le costaba demostrarlo. Creo que su único defecto era que se fijaba muy poco en la ropa que llevaban las mujeres.

Olive movió la cabeza.

– No lo entiendo.

– Dijo a la policía que tu madre tenía un delantal de nailon.

– ¿Por qué tuvo que hacerlo?

Roz suspiró.

– Supongo que no quería admitir que jamás se fijaba en ella. No era mala persona, Olive. No podía reprimir su sexualidad de la misma forma que no podemos hacerlo tú o yo. La tragedia para todos fue no poder hablar del tema. -Arrancó el alfiler de la mesa y limpió su cabeza-. Ni por un momento se me ocurriría pensar que te echara la culpa de lo sucedido. Se culpabilizó él. Por eso siguió viviendo en la casa. Fue su expiación.

Una gruesa lágrima descendió lentamente por la mejilla de Olive.

– Siempre decía que nada compensaba el esfuerzo. -Alargó la mano para que le pasara el alfiler-. Si yo no le hubiera querido tanto no le habría odiado tanto, y ahora no sería demasiado tarde, ¿verdad?

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