Roz fue andando hacia el coche sumida en sus reflexiones.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó Hal.
– Nada, algo que ha dicho él. -Puso su bolso sobre la capota y miró a lo lejos intentando agarrar un hilo escurridizo-. No funciona. Tendré que repasar las notas. -Abrió la puerta-. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Ir a la policía? -abrió la puerta de Hal y él se metió en el coche.
– No. Nos pasaríamos el día respondiendo preguntas sin tener ninguna seguridad de que al final se decidieran a actuar. -Reflexionó un momento-. Tampoco sacaremos nada enfrentándonos a Crew. Si queremos desenmascararle tendrá que ser a través de Stewart Hayes o de su empresa de seguridad.
Roz se estremeció.
– ¿Nosotros? Oye, Hawksley, este gorila ya estuvo a punto de arrancarme toda la cabellera en una ocasión. Te juro que no pienso dejar que lo intente de nuevo. -Hablaba totalmente convencida de lo que decía.
Hal puso su mano en el hombro de Roz, apretándolo con gesto tranquilizador.
– Por si te sirve de consuelo, yo tampoco estoy dispuesto a que lo repita conmigo. -Notó el aroma del jabón en el rostro de ella y se apartó un poco con un suspiro-. Pero de una forma u otra tenemos que resolverlo -dijo con tranquilidad-. No lo soportaré mucho más tiempo.
La inseguridad de Roz afloró de nuevo.
– ¿A qué te refieres?
– Esto de permanecer sentado en un lugar tan reducido contigo. -Refunfuñó-. Me exige un control tan impresionante… Vamos, ¡a coger el toro por los cuernos! Voy a llamar a Geoff Wyatt e intentaré convencerle para que me eche una mano mientras pongo en venta el Poacher.
– ¿No sería más fácil detener a Hayes?
– ¿Bajo qué acusación?
– Asalto y violación de domicilio.
– ¿Dónde están las pruebas?
– Yo misma -dijo ella-. Yo, yo le identificaré.
– A estas alturas ya tendrá una coartada. -Apartó un mechón de pelo de la mejilla de Roz con un gesto cariñoso, distraído-. Tenemos que conseguir poner a Crew al descubierto.
Esta vez fue Roz quien suspiró. En la fría luz de la mañana, aparecían las dudas.
– Todo son conjeturas, Hal. Por lo que se refiere al Poacher, Crew puede estar limpio como una patena. Al señor Hayes le encanta dar la impresión de que tiene más información de la que dispone en realidad. Le hace sentirse importante.
– Pero es lo único que tiene cierta lógica. -Acarició su mandíbula dirigiéndole una sonrisa que transparentaba una confianza en sí mismo que en realidad no sentía-. Noto punzadas en la nariz. Un síntoma que nunca falla.
– ¿De qué?
– De que estoy en la pista correcta.
– Vas a perder el Poacher si te equivocas.
– Lo perderé de todas formas. -Tamborileó sobre el salpicadero-. Vamos -dijo de pronto-. Adelante. Vámonos al centro. La calle Bell es paralela a la calle donde están todas las tiendas. Pararemos en la primera cabina que veamos. Y ojo que hay que buscar una tienda de material eléctrico. -Roz puso el coche en marcha.
– ¿Por qué?
– Ya lo verás.
Hal llamó a la comisaría de Dawlington y preguntó por Geoff Wyatt.
– Soy Hal. -Dejó que el otro acabara el rosario de recriminaciones y luego siguió-: Tranquilo, estoy intentando solucionarlo pero necesito tu ayuda. ¿Tienes alguna información sobre Seguridad STC, de la calle Bell? No, espero. -Fijó el receptor por debajo de su barbilla y sacó un bloc-. De acuerdo. Hayes. Ex militar. Sin antecedentes. ¿Seguro? Bien. ¿Podemos vernos aquí dentro de media hora? -Más reproches-. Pues por los viejos tiempos, ya está. No, cabrón, me importa un comino que no te encuentres bien. Al fin y al cabo me lo debes por Sally. Media hora. -Colgó.
Roz observaba sus uñas con un estudiado aire de indiferencia.
– ¿Quién es Sally? -preguntó.
– Mi ex.
– ¿Y qué te debe por ella?
– Se casó con ella.
– ¡Vaya! -Aquello no se lo esperaba. Hal sonrió ante la expresión de sorpresa de ella.
– Me hizo un favor pero no lo sabe. Cree que por eso dejé el cuerpo. Tiene un gran sentimiento de culpabilidad que resulta muy útil en momentos como éstos.
– ¡Qué cruel!
Hal levantó una ceja.
– En aquel momento me hizo daño.
– Perdona -dijo ella con pesar-. Suelo olvidar que ambos tenemos un pasado.
Hal la atrajo hacia sí.
– Hacía tiempo que aquel matrimonio estaba muerto y Geoff no se propuso cazar a Sally. Es un tipo honrado. Le tendió una mano por amistad y acabó con más de lo que había apostado. Estoy hablando con sentimiento de gratitud, Roz, no de amargura. -Le besó la nariz-. El pobre diablo. No tenía ni idea de dónde se metía.
– La venganza de Olive -dijo ella lentamente.
Él frunció el ceño mientras llamaba a información.
– No sé a qué te refieres.
Roz soltó una pequeña carcajada.
– Moldea figuras de barro a las que clava alfileres. Hizo una mía cuando estaba enfadada conmigo. Tuve migraña durante una semana.
– ¿Cuándo fue esto? Sí -dijo al teléfono-, Seguridad STC, de Southampton, por favor.
– Hace quince días.
– Hace quince días alguien te pegó una paliza -puntualizó Hal-, por eso tuviste migraña. -Anotó un número en el bloc y colgó.
– Mi ex marido -admitió ella-. Comenté a Olive que quería matarle y apareció en mi casa como caído del cielo. Le habría matado, es cierto, de haber tenido un buen cuchillo o estar mejor preparada. Mi enojo era tremendo. -Encogió los hombros-. Y luego lo tuyo, Crew, el Poacher, Wyatt, que se queda con tu mujer, la muerte de su padre… Todas las personas a quienes culpa de lo que le ha sucedido.
Hal puso una expresión de sorpresa.
– ¿Supongo que no te creerás todo esto?
Ella rió.
– Claro que no. -Pero lo hizo. Recordaba el intenso dolor en la cabeza cuando Olive clavaba el alfiler.
– Seguridad STC -respondió una mujer con voz cantarina al otro lado del hilo.
Mientras hablaba, Hal miraba a Roz:
– Buenos días. Me interesaría comentar un trabajo de seguridad para mi restaurante con el señor Stewart Hayes.
– Creo que en este momento está ocupado.
– Estoy seguro de que le interesará hablar conmigo. Llámele y dígale que Hal Hawksley está al aparato.
– Un momento, por favor.
Pasaron unos cuantos momentos antes de que la mujer respondiera de nuevo.
– Señor Hawksley, ahora le paso al señor Hayes.
Se oyó al otro lado del hilo una voz falsamente amistosa.
– Buenos días, señor Hawksley. ¿En qué puedo servirle?
– En nada, señor Hayes, soy yo quien puede servirle a usted. Le ofrezco una oportunidad que se mantendrá en pie durante el tiempo que yo tarde en llegar a su despacho, media hora aproximadamente.
– No le entiendo.
– Estoy dispuesto a vender el Poacher, pero el precio lo pongo yo, y tiene que ser hoy mismo. Es la única oferta que se le presentará.
Se hizo un breve silencio.
– No estamos en el negocio de compra de restaurantes, señor Hawksley.
– Pero el señor Crew, sí, y por ello le sugiero que se ponga en contacto con él antes de que transcurra el tiempo del que le he hablado.
Se hizo otro silencio.
– No conozco a ningún señor Crew.
Hal ignoró la respuesta.
– Dígale que el caso de Olive Martin está a punto de estallar. -Guiñó el ojo a Roz-. Actualmente la está asesorando otro abogado, quien presentará una apelación contra las cláusulas del testamento de su padre en el plazo de siete días basándose en la inocencia de Olive. Crew comprará el Poacher hoy mismo al precio que yo establezca o perderá la oportunidad. Tiene media hora, señor Hayes. -Colgó.
Geoff les esperaba en la acera cuando llegaron.
– No me dijiste que venías acompañado -dijo, algo intrigado, agachándose un poco para mirar hacia la ventanilla del acompañante.
Hal hizo las presentaciones:
– El sargento Wyatt, la señorita Rosalind Leigh.
– ¡Jesús, Hal! -dijo enojado-. ¿Por qué demonios has tenido que traerla?
– Porque me apetecía.
Geoff movió la cabeza, exasperado.
– Estás loco.
Hal abrió la puerta y salió del coche.
– Supongo que te refieres a la razón por la que la he traído, porque si estás cuestionando mí actuación te aplasto la nariz ahora mismo. -Miró hacia el otro lado del coche, por encima de la capota, y vio que Roz había salido y estaba cerrando la puerta-. Creo que será mejor que te quedes dentro.
– ¿Por qué?
– Pueden tirarte de los pelos.
– Y a ti.
– La batalla es mía.
– Y mía, si me estoy planteando en serio que esta relación sea estable. Aparte de que me necesitas. Soy la única que puede llevar una caja de Tampax.
– No funcionará.
Roz soltó una risita al ver la expresión de Geoff.
– Claro que funcionará, no lo dudes.
Hal señaló a Wyatt con el dedo.
– Ahora ya sabes por qué la he traído.
– Los dos estáis como un cencerro. -Geoff tiró la colilla a la acera y la aplastó con el tacón-. ¿Para qué me has llamado? Siguiendo la ley, tendría que detenerte. -Miró a Roz con curiosidad-. Supongo que se lo ha contado todo.
– No creo -dijo ella, animada, dando la vuelta al coche-. Tan sólo hace media hora que me he enterado de que su ex mujer se llama Sally y se ha casado con usted. Si así es la muestra, calcule cómo será el paquete.
– Me refería -dijo él en tono desagradable- a la cantidad de acusaciones a las que tendrá que enfrentarse cuando se acabe esta farsa y me lo lleve a comisaría.
– ¡Ah, esto! -hizo un gesto desabrido con la mano-. Papeles y nada más.
Geoff, no muy feliz con su nuevo apaño matrimonial, observó cómo ellos intercambiaban unas miradas de complicidad y se preguntó por qué los demás, mereciéndoselo muchísimo menos que él, tenían tanta suerte. Escuchó las instrucciones que le daba Hal mientras sostenía la mano apretando el estómago, que notaba totalmente revuelto.
Roz había imaginado que se encontraría en un despacho sórdido y destartalado como el de la Wells-Fargo; en lugar de esto, entraron en un vestíbulo limpio y cuidadosamente pintado en el que había una recepcionista con aire eficiente detrás de un impecable mostrador. Se le ocurrió que alguien tenía que haber invertido muchísimo dinero en Seguridad STC. ¿Pero quién? ¿Y de dónde había salido?
Hal dedicó su más encantadora sonrisa a la recepcionista.
– Soy Hal Hawksley. El señor Hayes me está esperando.
– Ah, sí. -Le devolvió la sonrisa-. Me ha dicho que le hiciera pasar. -Señaló hacia el fondo del pasillo-. La tercera puerta a la izquierda. ¿Tal vez sus amigos tomarán asiento aquí? -Indicó unas sillas que había en el rincón.
– Muchas gracias, señorita -dijo Geoff-. No se preocupe. -Cogió una al pasar y se la llevó hacia el pasillo.
– No -exclamó ella-. No me refería a que se la llevara.
Él le echó una mirada mientras Hal y Roz entraban en la tercera puerta sin llamar y luego se sentó apoyando la silla contra la puerta cerrada.
– Muy cómoda, la verdad. -Encendió un cigarrillo y siguió observando, con cierta sorna, cómo ella cogía el teléfono y marcaba con gran nerviosismo un número.
Al otro lado de la puerta, Stewart Hayes colgó el teléfono.
– Por lo que me informa Lisa, señor Hawksley, ha venido con un guardaespaldas. ¿No será policía, por casualidad?
– Puede.
– Ah. -Juntó las manos sobre el escritorio con expresión tranquila-. Siéntense, por favor. -Sonrió mirando a Roz y le señaló una silla.
Ella, fascinada por Hayes, le obedeció. Aquel no era el hombre que había intentado estrangularla. Era más joven, más atractivo, más falsamente amistoso, como su voz. El hermano, pensó, recordando las fotos del aparador. Se fijó en que tenían la sonrisa de su padre, con toda su sinceridad, el encanto maduro de su padre; en otras circunstancias le habría atraído. Tan sólo sus ojos, claros y vigilantes, reflejaban que tenía algo que ocultar.
Hal permaneció de pie.
La sonrisa abarcó a ambos.
– Bien, tal vez quiera explicarme lo que me ha dicho por teléfono. Le seré franco -su tono dejaba claro que pensaba hacer exactamente lo contrario-, no entiendo por qué alguien me da media hora para comprar un restaurante cuando ni siquiera le conozco ni he oído hablar de él, y todo porque una asesina convicta tiene intención de impugnar el testamento de su padre.
Hal echó una ojeada al elegante despacho.
– Gran calidad -dijo-. A usted y a su hermano les van bien las cosas. -Centró una mirada inquisitiva en Hayes-. Y su padre cree que está en la miseria…
Hayes suspiró levemente pero no dijo nada.
– ¿Cuánto paga Crew por una sesión de bate de béisbol? Sé lo arriesgado que es y por tanto no creo que sea barato.
Los claros ojos reflejaron un cierto humor.
– Creo que no le sigo.
– Su hermano fue fácil de identificar, Hayes. En la sala de estar de su padre hay cantidad de fotos de él. Claro que evidentemente Crew nunca le avisó de que estaba sobre un barril de pólvora. O tal vez era usted quien debía avisarle a él. ¿Sabía él que el padre de usted vivía al lado de Olive Martin? -vio la expresión de desconcierto en el rostro del otro y señaló hacia Roz-. Esta señora está escribiendo un libro sobre ella. Crew era el abogado de Olive, yo la detuve y su padre era vecino de la casa. La señorita Leigh nos ha visitado a todos y ha reconocido a su hermano a partir de la foto. El mundo es más pequeño de lo que usted podía imaginarse.
Aquellos ojos tan claros experimentaron un cambio casi imperceptible, un parpadeo de irritación.
– Le confundió. No demostrará nunca nada. Es su palabra contra la de él y él estuvo toda la semana pasada en Sheffield.
Hal encogió los hombros simulando indiferencia.
– Se está agotando el tiempo. Yo he venido aquí con una oferta real. -Colocó las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante con aire agresivo-. Creo que la cosa va más o menos así. Crew ha estado utilizando el capital de Robert Martin para adquirir empresas en quiebra a buen precio al tiempo que espera la recuperación del mercado, pero su tiempo se acaba. El hijo de Amber no está tan muerto y enterrado como creía y Olive se convertirá en una celebridad cuando la señorita Leigh demuestre su inocencia. Tanto puede ser ella como su sobrino, quien llegue antes, la persona que exija cuentas al ejecutor de Robert Martin, es decir, a Crew. Ahora bien, la crisis se ha alargado algo más de lo que él creía y corre el peligro de que le pillen con las manos en la masa. Tiene necesidad de hacer algún cambio en la propiedad para ajustar el déficit en la contabilidad. -Levantó una ceja-. No sé qué planes existen en cuanto a la esquina de la calle Wenceslas. ¿Un supermercado? ¿Pisos? ¿Despachos? Le hace falta el Poacher para remachar el negocio. Yo se lo estoy ofreciendo. Hoy.
Resultaba difícil intimidar a Hayes.
– Por lo que he entendido, Hawksley, de todas formas, su restaurante va a cerrar. Cuando se vea obligado a cerrar, se convertirá en una carga para usted. Y llegado el momento, no será usted quien dicte las condiciones sino quien esté dispuesto a quitárselo de las manos.
Hal esbozó una sonrisa y se retiró un poco.
– Yo más bien diría que depende de quien sea el primero en precipitarse por la pendiente. Crew tiene que hacer frente a su hundimiento total suponiendo que salga a la luz la apropiación indebida del dinero de Martin antes de que mi banco decida ejecutar la hipoteca del Poacher. Crew está corriendo un riesgo terrible empujándome por la pendiente. -Señaló hacia el teléfono-. Podría salvarse llegando hoy mismo a un acuerdo con lo del Poacher. Hable con él.
Hayes sopesó la propuesta un momento y luego dirigió la mirada a Roz.
– Me imagino que lleva una grabadora en el bolso, señorita Leigh. ¿Me permitirá que le eche una ojeada?
Roz miró a Hal y éste asintió. Roz colocó el bolso de mala gana sobre el escritorio.
– Gracias -dijo Hayes con cortesía. Lo abrió, sacó la grabadora y examinó por encima los objetos que quedaban en el bolso antes de abrir el aparato y extraer de él la cinta. La fue desenrollando, la cortó con unas tijeras y luego se levantó-. Primero usted, Hawksley. Vamos a asegurarnos de que no haya otras sorpresas. -Cacheó con manos expertas a Hal y luego hizo lo mismo con Roz-. Muy bien. -Señaló con la cabeza hacia la puerta-. Diga a su guardaespaldas que lleve otra vez la silla a recepción y espere allí.
Se instaló de nuevo en su sillón y esperó a que Hal cumpliera su orden. Al cabo de tres minutos, confirmó por teléfono que Wyatt no podía oírles.
– Ahora -dijo con aire reflexivo- al parecer se me ofrecen varias salidas. Una de las cuales es aceptar su oferta. -Cogió una regla y la flexionó entre sus manos-. Pero no me inclino por ésta. Podía haber puesto en venta el Poacher en cualquier momento durante las seis últimas semanas, no lo hizo y esta súbita prisa me pone nervioso. -Permaneció un momento en silencio-. En segundo lugar, puedo dejar que las cosas sigan su curso normal. La justicia es un juego, un juego lento, por cierto, y hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que las manipulaciones llevadas a cabo por Peter Crew en el capital de Robert Martin salgan a la luz antes de que usted se hunda. -Torció la regla tanto como pudo sin romperla y luego la soltó bruscamente-. Tampoco me inclino por ésta. El cincuenta por ciento es demasiado aleatorio. -La expresión de los ojos claros se endureció-. En tercer lugar, la que parece en muchos aspectos la más atractiva, podría desear un desafortunado accidente para ustedes dos y con ello mataríamos dos pájaros de un tiro. -Lanzó una mirada a Roz-. Su muerte, señorita Leigh, podría aparcar momentáneamente a Olive y este libro que usted está escribiendo, y por lo que se refiere a usted, Hawksley, aseguraríamos que el Poacher está en venta. Una solución limpia, ¿no le parece?
– Limpísima -asintió Hal-. Pero tampoco va a aplicarla. Al fin y al cabo sigue existiendo el muchacho de Australia.
Hayes soltó una pequeña carcajada. Un eco de la de su padre.
– ¿Qué va a hacer?
– Ofrecerle lo que ha venido a buscar.
Hal frunció el ceño.
– ¿Es decir?
– Demostrarle que le tenemos bien cogido.
Abrió un cajón del escritorio y sacó una carpeta transparente. Sujetándola por sus extremos, vertió su contenido (una hoja de bloc con un encabezamiento, en la que se notaban las arrugas que habían quedado al estrujarla) sobre la mesa. La dirección que llevaba impresa correspondía a una casa situada en uno de los barrios más caros de Southampton y seguidamente, de puño y letra de Crew, había una serie de notas:
Re: Poacher Coste en libras
Cultivo bacteriano, deterioro carne, excrementos de rata, etc. 1.000
Llave romper puerta + garantía huida/Francia 1.000
Anticipo para montaje 5.000
Si resulta acusación 5.000
Ejecución hipoteca Poacher 80.000
Sub-total 92.000
Oferta solar 750.000
Menos Poacher 92.000
Menos calle Wenceslas 1 60.000
Menos Newby 73.000
Total 525.000
– Auténtico -dijo Hayes viendo el escepticismo de Hal-. La dirección particular de Crew, la letra de Crew-señaló el extremo de la hoja con la regla-. Y también sus huellas. Con ello basta para sacarle del atolladero a usted, lo que no sé es si basta para condenar a Crew. Es su problema, no el mío.
– ¿De dónde lo sacó?
Pero Hayes se limitó a sonreír y mover la cabeza.
– He estado en el ejército. Me gustan las tácticas de repliegue. Pongamos que llegó a mis manos y, al ver su importancia, se lo pasé a usted.
Hal se preguntaba si Crew sabía qué tipo de persona había contratado. ¿Había tenido la intención de utilizarlo para un chantaje posterior?
– No lo acabo de entender -dijo con franqueza-. Crew le implicará a usted. Y yo también. La señorita Leigh lo mismo. De una forma u otra usted y su hermano acabarán mal. ¿Por qué razón nos facilita las cosas?
Hayes no respondió directamente.
– Estoy rectificando a tiempo, Hawksley, y devolviéndole su restaurante. Puede agradecérmelo.
– ¡Y un pepino! -exclamó Hal enojado. Empequeñeció los ojos con expresión recelosa-. ¿Quién está detrás de este timo de la redención de la hipoteca? ¿Usted o Crew?
– No hay ningún timo. Hoy por hoy, las redenciones de crédito están a la orden del día. Cualquiera que posea un pequeño capital puede adquirir propiedad a buen precio. El señor Crew formaba parte de una pequeña corporación perfectamente legal. Desgraciadamente, utilizó dinero que no le pertenecía.
– ¿Así que usted lleva la corporación?
Hayes no respondió.
– No hay timo, ¿y qué más? -explotó Hal-. El Poacher no estaba en venta y en cambio usted compró las propiedades de ambos lados.
Hayes volvió a doblar la regla.
– Al final habría vendido. Los restaurantes son terriblemente vulnerables. -Esbozó una leve sonrisa-. Considere qué habría sucedido si Crew hubiera mantenido el control y lo hubiera aparcado hasta después de su proceso. -Su expresión se endureció-. Considere qué podía haber sucedido si mi hermano me hubiera hablado de lo que le planteó Crew. Usted y yo nunca habríamos tenido esta conversación por la simple razón de que usted no hubiera sabido a quién dirigirse.
El vello se erizaba en la nuca de Hal.
– ¿De todas formas, la denuncia de Sanidad se habría hecho igual?
La regla, completamente doblada, se quebró de golpe. Hayes sonrió.
– Los restaurantes son terriblemente vulnerables -dijo de nuevo-. Se lo repito. Tiene que estar agradecido. Si lo está, el Poacher volverá a triunfar.
– Lo que es otra forma de decir que debemos mantener la boca cerrada en cuanto a su implicación.
– Desde luego. -Puso una expresión de sorpresa, como si aquello fuera lo más natural-. Porque la próxima vez el fuego no se limitará a una sartén, y usted -sus claros ojos se fijaron en Roz- y su amiga no tendrán tanta suerte. Hirieron el orgullo de mi hermano. Está deseando enfrentarse de nuevo a ustedes dos. -Señaló el papel-. Pueden hacer lo que quieran con Crew. Yo no admiro a los hombres sin principios. Él es abogado. Tenía sus obligaciones con la propiedad de un hombre que estaba muerto y abusó de ello.
Hal, bastante agitado, cogió aquel papel por un extremo y lo metió en el bolso de Roz.
– Usted no es mejor que él, Hayes. Abusó de la confianza que había depositado en usted Crew cuando comentó a su padre lo del hijo de Amber. Claro que por esto nunca habríamos incriminado a Crew. -Esperó allí mientras Roz se levantaba y se dirigía hacia la puerta-. Y pienso asegurarme que él se entere cuando la policía le detenga.
Hayes se divertía.
– Crew no hablará.
– ¿Qué se lo va a impedir?
Colocó la regla rota ante su garganta.
– Lo mismo que se lo impedirá a usted, Hawksley: el miedo. -Los ojos azules observaron a Roz de la cabeza a los pies-. Pero en el caso de Crew, lo que más quiere son sus nietos.
Geoff Wyatt les siguió cabizbajo hacia la acera.
– Muy bien -ordenó-. ¡Suelta! ¿Qué demonios pasa?
Hal observó el rostro pálido de Roz.
– Necesitamos un trago.
– Ah, no, no, ni hablar -dijo Geoff con agresividad-. Yo he pagado lo que me corresponde, Hal, ahora te toca a ti.
Hal le sujetó con violencia por encima del codo hundiendo sus dedos en la tierna carne.
– Aquí hay un hombre que te arrancaría el hígado, se lo comería delante tuyo y luego empezaría con los riñones. Y no pararía de sonreír durante todo el rato. ¿Dónde hay un bar por aquí?
Hasta que no se hubieron instalado en un discreto rincón, comprobando que las mesas de su alrededor estaban vacías, Hal no se mostró dispuesto a hablar. Le largó la historia a base de frases escuetas y entrecortadas, subrayando el papel de Crew, aunque refiriéndose a los asaltantes del Poacher como asesinos a sueldo. Acabó cogiendo el papel que llevaba Roz en el bolso y colocándolo con cuidado sobre la mesa:
– Quiero que me atornilles a este cabronazo, Geoff. No pienses ni por un momento que puede dejársele libre.
Wyatt se mostraba escéptico.
– No creo que cueste mucho.
– Lo suficiente.
Wyatt cogió la nota y se la metió en el bolsillo de la americana.
– ¿Y qué papel juega aquí Seguridad STC?
– Ninguno. Hayes me ha proporcionado el papel. Es toda la implicación de la empresa en ello.
– Hace diez minutos ibas a comerle el hígado.
– Estaba sediento.
Wyatt encogió los hombros.
– Me proporcionas muy pocos datos para empezar. Ni siquiera puedo garantizarte que ganes el proceso de Sanidad. Seguro que Crew negará que haya tenido algo que ver.
Se hizo un silencio.
– Tiene razón -dijo de pronto Roz, sacando un paquete de Tampax del bolso.
Hal agarró la mano que sostenía la caja y la mantuvo inmóvil sobre la mesa.
– No, Roz -dijo suavemente-. Lo creas o no, me importas mucho más tú que el Poacher o la justicia en abstracto.
Ella asintió:
– Lo sé, Hawksley. -Sus ojos sonrieron a los de él-. El problema es que tú también me importas a mí. Lo que implica que estamos como quien dice en un aprieto. Tú quieres protegerme a mí, yo quiero proteger el Poacher, y ambas cosas parece que se excluyen mutuamente. -Roz intentó liberar la mano de la presión de la de él-. De forma que uno de los dos tiene que ganar, y seré yo, porque esto no tiene nada que ver con la justicia en abstracto y sí con mi paz interior. Me sentiré mucho más tranquila cuando vea a Stewart Hayes entre rejas. -Movió la cabeza cuando las manos de Hal acariciaron las suyas-. No seré responsable de que pierdas el restaurante, Hal. Has pasado un infierno con él y ahora no puedes abandonar.
Pero Hal no era Rupert; a él no se le podía intimidar o camelar para que hiciera lo que Roz quería.
– No -repitió él-. Aquí no estamos para juegos intelectuales. Lo que ha dicho Hayes es real. No te está amenazando con matarte, Roz. Te amenaza con desfigurarte. -Se pasó una mano por la cara-. Los hombres como él no matan, porque no tienen necesidad de hacerlo. Mutilan o desfiguran, pues una víctima que sigue con vida y está lisiada constituye un estímulo mucho más poderoso para los demás que un muerto.
– Pero si le condenan… -empezó ella.
– Otra vez, con tus ingenuidades -le cortó él con suavidad, apartándole el pelo del rostro-. Incluso en el caso de que le condenaran, cosa que dudo mucho, ex militar, sin antecedentes, pruebas poco contrastadas, Crew negándolo todo, pasará poquísimo tiempo en la cárcel. El máximo que le puede caer son doce meses por confabulación para la estafa, de los cuales cumplirá seis. Y lo más probable es que le condenen condicionalmente. No sé si recuerdas que no fue Stewart quien irrumpió en el Poacher con un bate de béisbol sino su hermano, y tendrás que comparecer ante el tribunal y decirlo. -Sus ojos eran apremiantes-. Soy realista, Roz. Iremos a por Crew y plantearemos las suficientes dudas para que se retiren los cargos de Sanidad. Tras lo cual -encogió los hombros-, apuesto lo que quieras a que Hayes abandonará lo del Poacher.
Roz permaneció un rato en silencio.
– ¿Harías exactamente lo mismo si no me hubieras conocido y yo no estuviera implicada en el asunto? Y no me mientas, Hal, por favor.
Él movió la cabeza:
– No -dijo-. Actuaría de otra forma. Pero estás implicada, por tanto, la cuestión ni se plantea.
– De acuerdo. -Relajó la mano que tenía bajo la de Hal y sonrió-. Gracias. Ahora me siento mucho mejor.
– Estamos de acuerdo. -Ya tranquilo, Hal moderó un poco la presión que ejercía sobre la mano de Roz y ésta aprovechó la ocasión para coger la caja de Tampax.
– No -dijo ella-, yo, no. -Abrió la caja, sacó de ella unos tubos de cartón trucados y los puso boca abajo para extraer una grabadora en miniatura activada por la voz humana-. Con un poco de suerte -se volvió hacia Geoff Wyatt-, esto nos bastará para declarar culpable a Hayes. Estaba a todo volumen encima de su mesa, sin duda habrá registrado toda la conversación.
Roz rebobinó la cinta un par de segundos y luego accionó la puesta en marcha. La voz de Hal quedaba atenuada por la distancia: «… Lo que es otra forma de decir que debemos mantener la boca cerrada en cuanto a su implicación en lo del Poacher».
A Hayes se le oía perfectamente: «Porque la próxima vez el fuego no se limitará a una sartén, y usted y su amiga no tendrán tanta suerte. Hirieron el orgullo de mi hermano. Está deseando enfrentarse de nuevo a ustedes dos».
Roz desconectó el aparato y se lo acercó a Wyatt.
– ¿Servirá de algo?
– Si la cinta continúa así, estoy convencido de que constituirá una gran ayuda en el juicio contra Hal, siempre que usted esté preparada para proporcionar pruebas que lo apoyen.
– Por supuesto.
Lanzó una mirada a su amigo, vio la tensión que había en su rostro y se volvió hacia Roz.
– De todas formas, Hal tiene toda la razón en lo que ha dicho, si es que he comprendido bien el meollo de la cuestión. Aquí estamos hablando de justicia en abstracto. -Cogió la grabadora-. Al final, sea cual sea la sentencia que le dicten, si éste quiere vengarse contra usted lo hará. Y la policía no podrá hacer nada para protegerla. ¿Y ahora qué? ¿Me llevo el chisme o no?
– Sí.
Wyatt volvió a mirar a Hal e hizo un gesto de impotencia.
– Lo siento, tío, he hecho lo que he podido, pero parece que esta vez has caído en manos de una tigresa.
Hal soltó su típica carcajada de barítono.
– No hace falta que lo digas, Geoff, ya lo sabía.
Pero Wyatt lo dijo de todas formas.
– ¡Qué suerte tienes, cabrón!
Olive estaba encorvada sobre la mesa trabajando en una nueva escultura. Eva, con todas sus caras, y el pequeño se habían derrumbado bajo el peso de un puño, dejando tan sólo el lápiz apuntando hacia el cielo como un dedo acusador. El capellán observó la nueva pieza con aire reflexivo. Parecía que una voluminosa forma más o menos humana, tumbada de espaldas, luchaba por desprenderse de su base de arcilla. Se le ocurrió que era raro que Olive, con tan poco talento, diera forma a aquellas figuras.
– ¿Qué está esculpiendo ahora?
– El HOMBRE.
Pensó que debía haberlo imaginado. Observó cómo aquellos dedos aplanaban una gruesa salchicha de arcilla y la colocaban en posición vertical apoyada sobre la cabeza de la figura.
– ¿Adán? -sugirió. Tenía la sensación de que estaba jugando con él. En cuanto había entrado en la habitación había notado un súbito arranque de actividad, como si le hubiera estado esperando para iniciar un cambio después de horas de inmovilidad.
– Caín. -Cogió otro lápiz y lo colocó sobre la salchicha de arcilla, en paralelo con el hombre tumbado, presionando fuerte para que se aguantara bien-. Fausto. Don Giovanni. ¿Qué más da?
– Pues claro que importa -respondió él bruscamente-. No todos los hombres venden su alma al diablo, igual que no todas las mujeres tienen dos caras.
Olive sonrió para sus adentros y cortó un trozo de cordel de un ovillo que tenía sobre la mesa. Hizo un lazo corredizo en un extremo y sujetó el otro a la punta del lápiz, de forma que el cordel colgara por encima de la cabeza de la figura. Con sumo cuidado, ajustó el lazo a una cerilla.
– ¿Qué? -preguntó.
El capellán frunció el ceño.
– No lo sé. ¿La horca?
Ella dejó balancear la cerilla.
– O la espada de Damocles. Que viene a ser lo mismo, cuando Lucifer se apodera de tu alma.
Él se apoyó en el extremo de la mesa y le ofreció un cigarrillo.
– Creo que no es el HOMBRE en general -dijo encendiendo el mechero-. Tiene que ser alguien en concreto. ¿Me equivoco?
– Quizás.
– ¿Quién?
Ella sacó una carta que llevaba en el bolsillo y se la pasó. El capellán extendió la hoja sobre la mesa y la leyó. Se trataba de una carta convencional, personalizada por un procesador de textos, muy breve.
Apreciada señorita Martin:
Ruego tome nota de que circunstancias imprevistas han obligado al señor Peter Crew a ausentarse por un cierto tiempo de su despacho. Durante dicha ausencia, sus socios se harán cargo de los casos de sus clientes. Su caso seguirá debidamente atendido.
Atentamente, etcétera.
– No lo entiendo -dijo el capellán, levantando la mirada.
Olive inspiró profundamente y luego arrojó el humo sobre la cerilla. Dibujó una especie de torbellino, se deslizó por la nariz y dio contra la frente de barro.
– Han detenido a mi abogado.
Él, sobresaltado, fijó la vista en la figura de barro. Ni se molestó en preguntarle si estaba segura de ello. Conocía tan bien como ella la eficiencia del telégrafo entre celdas.
– ¿Por qué?
– Perversidad. -Apagó el cigarrillo aplastándolo en la arcilla-. El HOMBRE nace para ello. Incluso usted, capellán. -Le observó fijamente para comprobar su reacción.
El soltó una risita.
– Puede que tenga razón, pero yo intento luchar contra ello.
Olive cogió otro de sus cigarrillos.
– Le echaré de menos -dijo inesperadamente.
– ¿Cuándo?
– Cuando me suelten.
Él la miró con una sonrisa de desconcierto.
– Esto queda muy lejos. Nos quedan años.
Pero ella movió la cabeza y aplastó la arcilla hasta que quedó hecha una bola con la colilla en medio.
– No me ha preguntado quién era Eva.
Otra vez el juego, pensó él.
– No hacía falta, Olive, ya lo sabía.
Ella sonrió para sus adentros con desprecio.
– Sí, claro. -Le miró por el rabillo del ojo-. ¿Lo ha descubierto usted solo? -le preguntó-. ¿O se lo ha apuntado Dios? Mira, hijo mío, Olive descubre su reflejo en la arcilla. Ayúdale a aceptar su propia duplicidad. Bueno, no sufra, sea como sea, cuando salga, recordaré lo que hizo por mí.
¿Qué quería de él? ¿Que le animara diciéndole que saldría o que la salvara de sus mentiras? Suspiró para sus adentros. Desde luego, todo sería mucho más fácil si la muchacha le cayera bien, pero no era así. Aquella era su perversidad.