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Ella quiere que le leas las rayas de la mano. Su pequeña mano es suave, muy bonita, muy femenina. Abres su palma y juegas con ella, dices que tiene un carácter muy acomodaticio, que es una muchacha muy dulce. Ella sacude la cabeza, asintiendo.

Dices que es la mano de alguien muy afectuoso y sentimental, ella rompe a reír con su risa tan dulce.

En apariencia ella es dulce, pero en su interior está que arde, es ansiosa, dices. Ella frunce el ceño. Es ansiosa porque busca el amor apasionadamente, pero le cuesta mucho encontrar un hombre a quien poder entregarse en cuerpo y alma. Es demasiado delicada, está raramente satisfecha, he aquí lo que dice esta mano. Hace un mohín, pone una cara muy extraña.

No ha amado más que una sola vez…

¿Cuántas veces? Te deja a ti que lo adivines.

Dices que comenzó muy joven.

¿A qué edad?, pregunta.

Dices que ella está hecha para el amor, que muy pronto aspiró al amor. Ríe.

Le adviertes que en la vida el príncipe azul no existe, que irá de decepción en decepción. Ella evita tu mirada.

Dices que cada vez será engañada y que ella engañará cada vez… Te dice que te calles.

Tú dices que las rayas de su mano son muy caóticas, que implican siempre varias personas al mismo tiempo.

¡Ah, no!, protesta ella.

Tú le impides protestar, dices que, cuando ella ama a un hombre, piensa todavía en el otro, toma un nuevo amante antes incluso de haber roto con el anterior.

Exageras, dice ella.

Tú dices que unas veces es consciente, otras no, no la juzgas, lo único que tú dices es lo que muestran las rayas de su mano. ¿Hay cosas que no conviene decir? La miras a los ojos.

Tras un instante de vacilación, dice con aplomo que, por supuesto, se puede decir todo.

Dices que no sabe concentrarse en el amor. Pellizcas los huesos de su mano diciendo que no lees solamente las rayas, sino que observas también la morfología. Dices que a cualquier hombre le es suficiente con apretar una pequeña mano tan fina para poder arrastrarla.

¡Inténtalo, pues! Ella quiere retirar su mano, pero tú no se lo permites.

Está abocada al sufrimiento, hablas de su mano.

¿Por qué?

Debe de preguntárselo a sí misma.

Dice que quiere consagrarse exclusivamente al amor de un hombre.

Tú reconoces que ella lo quiere, el problema es que no lo consigue.

¿Por qué?

Dices que debe de preguntárselo a su propia mano, su mano le pertenece, no puedes responder por ella.

Eres realmente astuto.

Dices que no eres tú el que es astuto, sino su mano, demasiado fina, demasiado menuda, demasiado imprevisible.

Ella suspira y te ruega que continúes.

Tú dices que, si continúas, puede llegar a enfadarse.

Que no.

Dices que ya está enojada.

Ella asegura que no.

Tú dices entonces que ha llegado al punto de no saber qué amar.

No comprende, dice que no comprende de lo que hablas.

Le pides que reflexione un poco.

Ella dice que reflexiona, pero que sigue sin comprender.

Bueno, eso significa que ella misma no sabe lo que ama.

¡Amar a un hombre, un hombre muy notable!

¡Qué significa muy notable!

Un hombre ante el cual su corazón se inclinaría a una simple mirada, un hombre al que ella podría entregar enseguida su amor, un hombre con el que ella iría adondequiera que fuese, hasta el fin del mundo.

Dices que eso sería una pasión romántica pasajera…

¡Es precisamente la pasión lo que ella busca!

Se abandona una vez que se ha recuperado el buen sentido.

Ella dice que la llevaría hasta sus últimas consecuencias.

Pero por lo menos, cuando tu pasión se enfriase, verías las cosas de otro modo.

Dice que si se enamora, su pasión no podrá debilitarse.

En tal caso, ello significa que todavía no te has enamorado. La miras fijamente a los ojos, ella no puede desviar su mirada y dice que no sabe.

No sabe si finalmente ama o no, porque se ama demasiado a sí misma.

Te advierte: no debes ser tan malo.

Dices que todo eso viene de que es demasiado hermosa, que está siempre pendiente de la impresión que causa en los demás.

¡Continúa hablando!

Ella está un poco irritada, tú dices que no sabe que en realidad es una especie de disposición natural.

¿Qué quieres decir? Frunce el ceño.

Simplemente quieres decir que sus disposiciones naturales son evidentes, que su drama es precisamente que es tan atractiva que todo el mundo se enamora de ella.

Niega con la cabeza, dice que no hay nada que hacer contigo.

Tú dices que ha sido ella quien ha querido que le leyeras las rayas de la mano y que quería que le dijeras la verdad.

Ella protesta ligeramente: lo que tú dices es un poco exagerado.

La verdad no puede ser tan agradable, tan halagadora a los oídos, es por fuerza un poco dura, si no, ¿cómo considerar seriamente su propio destino? Le preguntas si quiere que continúes.

¡Termina rápido!

Dices que debe separar los dedos, mueves sus dedos explicando que es para ver si ella es dueña de su destino o si es el destino el que es dueño de ella.

¿Quién es dueño, entonces? Dímelo.

¡Tú le dices que apriete de nuevo la mano, la sostienes firmemente y se la levantas gritando a todo el mundo que mire!

Todos se echan a reír, ella retira la mano.

Dices que, por desgracia, de quien estás hablando es de ti y no de ella. Revienta de risa a su vez.

Preguntas si otras personas quieren que tú les leas las rayas de la mano. Las muchachas guardan silencio. En ese momento, una palma de dedos muy largos se tiende hacia ti y una vocecita tímida te pide: mírame.

Dices que tú no miras más que las rayas de la mano, no los rostros.

Ella rectifica: ¡mira mi destino!

Es una mano llena de fuerza, la palpas.

Dime simplemente si haré negocios.

Tú dices que esta mano tiene mucho carácter.

Dime simplemente si tendré éxito en los negocios.

No puedes sino decir que es la mano de una persona muy emprendedora, lo que no quiere decir que sus empresas vayan a tener éxito.

¿Qué es una empresa, si no tiene éxito?, replica ella.

Decir que uno va a hacer negocios tal vez sea también una manera de dar ánimos.

¿Qué quieres decir?

Quiero decir que no tienes ambición.

Ella deja escapar un suspiro, sus dedos rígidos se distienden. Reconoce que no es ambiciosa.

Tú dices que es una joven perseverante, pero que carece de ambición, que no quiere dominar a los demás.

Sí, eso es, ella se muerde los labios.

El trabajo es a menudo inseparable de la ambición: cuando se dice que una persona tiene ambición, lo que se quiere decir con ello es que tiene espíritu de empresa; la ambición es la base de la empresa, la ambición sirve para distinguirse de los demás.

Es cierto, dice ella, no quiere distinguirse de los demás.

Dices que sólo piensa en afirmarse a sí misma, no es bonita, pero tiene buen corazón. El éxito de una empresa exige no tener en cuenta los intereses de la competencia y, como ella es demasiado amable, no podrá salir triunfante sobre sus adversarios, ni, naturalmente, conocer ningún éxito significativo.

Ella dice en voz baja que lo sabe.

Llevar una empresa sin que por fuerza tenga éxito es también una forma de felicidad, dices tú.

Pero ella dice que no puede apreciar lo que es la felicidad.

Una empresa que no tiene éxito no equivale a la ausencia de felicidad, afirmas tú de nuevo.

¿Qué clase de felicidad es ésa, entonces?

Tú a lo que quieres referirte es a una felicidad sentimental.

Ella deja escapar un pequeño suspiro.

Dices que un hombre la ama en secreto, que debe reflexionar seriamente sobre ello.

Pone unos ojos como platos, y una cara de tal atención que los presentes se echan a reír. Incómoda, ella ríe también ocultando su rostro entre las manos.

Es realmente una velada alegre, las muchachas te rodean y se te disputan tendiendo sus manos para que les leas el futuro.

Dices que no eres un echador de buenaventura, sino tan sólo un brujo.

¡Un brujo es algo espantoso! ¡Espantoso!, gritan las chicas.

¡No, precisamente a mí me gustan los brujos, los adoro! Una muchacha te estrecha entre sus brazos y te tiende su mano regordeta: mira un poco, ¿tendré dinero o no? Abre la otra mano: me importa un rábano el amor y el trabajo, lo único que quiero es un marido cargado de dinero.

Otra muchacha se burla de ella: para eso te basta con buscarte un viejo.

¿Por qué necesariamente un viejo?, le replica la muchacha de las manos regordetas.

Una vez muerto él, todo su dinero será para ti, y tú podrás volver a estar con tu enamorado. Tiene un humor verdaderamente cáustico.

Y si no se muere, será atroz, ¿no? ¡No seas tan mala!, le responde la joven de las manos regordetas.

Esta mano regordeta es muy deseable, dices.

Todo el mundo aplaude, silba, grita bravo.

Lee mis rayas de la mano, ordena ella, ¡y que nadie interrumpa!

Al decir que sus manos eran deseables hablabas en serio, querías decir que estas manos atraían a los hombres y que resultaba para ella difícil elegir, no sabía cuál era el mejor.

El amor de los hombres está muy bien, pero ¿qué pasa con el dinero?, pregunta ella haciendo una mueca.

Nuevo estallido de risas.

El que busca el amor sin tener dinero no encuentra el amor, y el que busca dinero sin tenerlo encuentra el amor, he aquí el destino, le adviertes con la mayor de las seriedades.

¡Este destino está muy bien!, exclama una muchacha.

La muchacha de las manos regordetas levanta un poco la nariz: sin dinero, ¿cómo podría ponerme guapa? Si no me pongo guapa, nadie me querrá, ¿o no?

¡Exactamente!, dicen las otras muchachas a coro.

¡Y tú qué! ¡Qué codicia la tuya, no piensas más que en tener chicas rondando a tu alrededor! Una de ellas dice a tu espalda: ¿Y tú has conocido ya el amor?

Pero tú, vuelto hacia esta tan alegre concurrencia, dices que amas a todas las manos, que las quieres a todas.

¡No, no, no te amas más que a ti mismo! Todas las manos se agitan en el aire. Las muchachas gritan, protestan.

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