9

Lunes, 15 de enero, 21:00 horas

– Aquí está.

Vito observó la fotografía de Warren Keyes en tupuedessermodelo.com. Entró en la cuenta con su propio ordenador, desde la comisaría, gracias al nombre de usuario y la contraseña que le había proporcionado Sherry Devlin. El ordenador de Sherry se encontraba dentro de una caja sobre el escritorio de Nick. Estaba previsto que en menos de una hora apareciera uno de los técnicos informáticos del equipo de Jeff a examinarlo.

– Tiene un currículum muy irregular -dijo Nick, de pie tras Vito-. No ha trabajado mucho.

Vito accionó el ratón sobre la sección de la página de Warren que contenía las estadísticas.

– No parece que le salieran muchos papeles últimamente. Seis en los últimos tres meses. Pero mira la última fecha.

– El tres de enero. Es el día anterior al último en que Sherry lo vio con vida. ¿Será casualidad?

– No lo creo. -Vito entró en el apartado fotográfico y accionó unas cuantas imágenes que resumían la carrera de Warren Keyes-. Mira esta. -Eran dos fotos correlativas, dos primeros planos del bíceps de Warren. La primera mostraba con bastante detalle el Oscar que llevaba tatuado, mientras que en la segunda lo habían hecho desaparecer con maquillaje-. Hay algo de ese tatuaje que me inquieta.

– ¿Del Oscar? No me parece raro en un joven que quiere ser actor.

– No se trata de eso. -Vito sacudió la cabeza-. Hace algún tiempo fui a Chicago a visitar a Tess y ella me llevó a un museo en el que se exhibían las estatuillas que la Academia iba a otorgar ese año. -Se volvió a mirar a Nick-. La empresa que las fabrica está en Chicago.

– Muy bien -dijo Nick despacio-. ¿Y?

Vito pensó en la estatuilla y por fin hizo memoria.

– La figura del Oscar representa a un caballero.

– ¿Qué?

– Sí; es un caballero. -Vito, emocionado, buscó en Google y obtuvo un primer plano de la estatuilla-. Mira sus manos. Están en la misma postura que las de Warren.

Nick soltó un quedo silbido.

– ¡Virgen Santa! Mira eso. Lleva nada menos que una espada. Si tumbáramos la estatuilla, sería la viva imagen del chico que está en el depósito de cadáveres.

– No hay casualidad que valga -dijo Vito con convencimiento-. Eligió a Warren por el tatuaje.

– O tal vez eligió la postura de Warren por el tatuaje.

– No. El asesino lo tenía todo planeado. Unas semanas antes había fijado la postura de las manos de la chica. Santo Dios, Nick. Eligió a Warren por el puto tatuaje.

– Mierda. -Nick se sentó-. Me pregunto si también habrá aquí una foto de la chica.

– Y del tipo al que le falta media cabeza. Y el del balazo entre los ojos. -Vito consultó su reloj-. Tino lleva desde las siete en el depósito. Tal vez ya tenga algo que pueda servirnos.

En ese momento, como si de una señal se tratara, se oyó el timbre del ascensor y Tino entró en la oficina. Vito hizo una mueca. Su hermano menor estaba pálido y ojeroso y la mirada de sus oscuros ojos era sombría.

– No tendría que haberle pedido que hiciera una cosa así.

– Sobrevivirá -lo animó Nick, y se puso en pie-. Hola, Tino. -Sacó una silla-. Siéntate.

Tino se dejó caer en el asiento.

– ¿Cómo te las arreglas para ver cosas así todos los días y resistirlo, Vito?

– Es cuestión de experiencia -respondió Nick en su lugar-. ¿Qué nos traes?

Tino le tendió un sobre.

– No tengo ni idea de si guarda algún parecido con la realidad. He hecho lo que he podido.

– Es mejor que lo que teníamos antes -dijo Vito-. Lo siento, Tino. No debería…

– Déjalo -lo interrumpió Tino-. Estoy bien, y sí, has hecho lo que debías. Es solo que ha resultado más fuerte de lo que esperaba. -Forzó una sonrisa-. Sobreviviré.

– Eso mismo le he dicho yo. -Nick sacó el dibujo del sobre. En la hoja se veía un rostro femenino de facciones serias y Vito observó que su hermano había captado la estructura facial de la chica. Pero más que eso se observaba en ella una tristeza conmovedora que Vito sospechaba que se debía a los propios sentimientos de Tino plasmados en el dibujo. Estaba muy bien hecho.

Nick emitió un sonido aprobatorio.

– Uau. ¿Cómo es que tú no sabes dibujar así, Vito?

– Él sabe cantar -respondió Tino con voz cansina-. A Dino se le da bien enseñar, a Gino hacer construcciones y Tess cocina de maravilla. -Exhaló un suspiro-. Por cierto, me voy a casa, Vito. Tess debe de estar allí con los chicos y quiero pedirle que me prepare algo de cenar. -Se pasó la lengua por los labios con desagrado-. Lo que sea con tal de quitarme este mal sabor de boca.

Vito se acordó de la cecina de ternera de Sophie.

– Dile a Tess que le eche especias y guardadme un poco. Ah, y dile que se instale en mi habitación. Yo dormiré en el sofá.

Tino se puso en pie.

– La forense me ha mostrado los otros cadáveres, Vito. No creo que pueda hacer nada por el chico… -Hizo una mueca-. Ya sabes, al que le falta la cabeza. Y el chico de la bala lleva demasiado tiempo muerto, igual que el de la metralla. Os hará falta…

– Espera. -Vito alzó la mano para interrumpirlo-. ¿Qué metralla?

– La forense lo llama el uno-cuatro.

Nick frunció el entrecejo.

– ¿Metralla? ¿De qué va eso?

– Me parece que tenemos que ir al depósito a ponernos al corriente -observó Vito con tristeza-. Lo siento, Tino. Sigue. ¿Qué nos hará falta?

– Iba a decir que os hará falta un antropólogo forense para reconstruir los rostros. Sin embargo, creo que podré plasmar los de los ancianos. Volveré mañana para intentarlo.

Vito sintió una punzada de orgullo.

– Te lo agradecemos.

Tino se abrochó la cremallera del abrigo y esbozó una sonrisa ladeada.

– Espero que me recomendéis. Quién sabe, tal vez descubra una nueva profesión. Bien sabe Dios que con el arte no se gana uno la vida.

– ¿Dónde está la pila de listados de personas desaparecidas? -preguntó Nick cuando Tino se hubo marchado-. Podemos buscar en la página de tupuedessermodelo.com los nombres de las personas desaparecidas que coincidan con el perfil de la chica. Luego podemos comparar las fotos con el dibujo de Tino.

– Parece un buen plan.


Lunes, 15 de enero, 21:55 horas

Nick arrojó el listado de personas desaparecidas sobre el escritorio de Vito con indignación.

– Es el último. -Miró la página de tupuedessermodelo.com que aparecía en la pantalla del ordenador-. La chica no está ahí.

– O no está ahí. -Vito señaló el listado-. Tal vez no denunciaran su desaparición. O tal vez no fuera de aquí. Que Warren fuera de Filadelfia no quiere decir que la chica también tenga que serlo. No pienso darme por vencido todavía.

– Joder -gruñó Nick-. Me habría gustado encontrarla enseguida.

– Vete a casa -dijo Vito-. Yo seguiré buscando mientras espero a que el técnico informático examine el disco duro de Sherry. Si hace falta, comprobaré una a una las fotografías de todas las modelos.

– Debe de haber unos cinco mil nombres ahí dentro. Te llevará toda la noche.

– Puede que no. -Vito pasó el cursor por los menús desplegables-. No creo que los publicistas que buscan modelos abran todas las fotografías una por una. Es posible que puedan hacer una búsqueda de las rubias, las morenas, las bajas, las altas o las que sean.

Nick se incorporó un poco en el asiento.

– O sea que se puede reducir la búsqueda. Sabes que era morena, medía un metro cincuenta y siete, tenía el pelo corto y los ojos azules.

– El color del pelo y de los ojos puede cambiarse. Puede que llevara lentes de contacto o una peluca. Sin embargo la altura no se cambia. -Vito fijó la vista en la pantalla-. Es posible hacer una búsqueda y luego ordenarla según las características físicas. Tenemos que empezar a buscar por un metro cincuenta y siete y ordenar luego la lista según el color del pelo y después de los ojos. -Rellenó los campos y accionó el botón de búsqueda-. Vete a casa. Ya me quedo yo.

– No, por Dios. La cosa vuelve a ponerse interesante. Además, en esta página salen chicas monísimas. Incluso pone la talla de sujetador. ¿Qué más quieres?

– Nick. -Vito alzó los ojos en señal de exasperación y sacudió la cabeza.

– ¿Qué pasa? Vuelvo a estar sin compromiso y no tengo tiempo de salir de noche. -Su expresión se tornó pícara-. Ni tampoco tengo la suerte de gustarle a Sophie Johannsen.

Él le gustaba. Vito tragó saliva. Si se hubiera implicado un poco más, Vito habría necesitado reanimación cardiorrespiratoria. Pero no quería implicarse más. Lo había rechazado, otra vez. La noche anterior había habido un malentendido. Esa noche, sin embargo, Vito sospechaba que Sophie lo había entendido todo a la perfección, aun cuando él no acabara de entenderlo. Hizo caso omiso de Nick y observó la pantalla.

– Solo cien resultados. Es una suerte que fuera bajita. La mayoría de las modelos son altas.

– Como Sophie.

– Nick -dijo Vito entre dientes-. Cállate.

Nick le dirigió una mirada de desconcierto.

– Hablas en serio, ¿verdad? Yo creía que…

– Pues creías mal. Y esta vez no pienso insistir.

Nick pareció darle vueltas al asunto durante unos instantes.

– Muy bien. Volvamos al trabajo.

Vito entró en el book de cada una de las modelos, de pronto se detuvo con expresión perpleja.

– Dios, qué bueno es Tino.

El rostro que los miraba desde la pantalla era exactamente igual al dibujado por Tino.

– Ya me lo parecía a mí. -Nick se inclinó para observar la imagen más de cerca. Estaba muy serio-. Brittany Bellamy. Joder, Chick. No tenía ni veinte años. Haz clic en «contactar».

Vito lo hizo, pero lo que se abrió fue un e-mail en blanco.

– No sale ningún número de teléfono ni información geográfica, y no quiero enviar un e-mail. Si estamos en lo cierto, no obtendremos respuesta.

– Porque está muerta -masculló Nick-. Y si estamos equivocados, revelaríamos detalles sobre el modus operandi del asesino que pueden resultar de vital importancia. Pero puedes contactar con sus antiguos clientes por la mañana. -Se puso en pie-. Me voy a casa. Te llamaré cuando salga del juzgado.

– Buena suerte -le deseó Vito. Luego marcó el número de teléfono de casa de Liz Sawyer-. Hola, soy Vito.

– ¿Qué has descubierto?

– La posible identidad de la chica de las manos unidas. -La puso al corriente-. Mañana te lo confirmaré.

– Buen trabajo, Vito. En serio. Y dale las gracias a tu hermano de mi parte.

Liz no solía deshacerse en elogios. Cuando hacía alguno, resultaba muy agradable.

– Gracias. Se las daré.

– He revisado los turnos y he dejado libres a Riker y a Jenkins. Ellos te ayudarán con las pistas y las identificaciones desde mañana por la mañana.

Liz lo había hecho muy bien. Tim Riker y Beverly Jenkins eran buenos policías.

– ¿Puedo contar con ellos todo el día?

– Unos cuantos días. Lo he arreglado lo mejor que he podido.

– Te lo agradezco. Necesito que consigan información de Brittany Bellamy entre los clientes para quienes trabajó como modelo. Por mi parte, la arqueóloga me ha facilitado los nombres de unas cuantas personas y quiero tratar de localizarlas. Puede que alguna de ellas nos ayude a encontrar la procedencia de los instrumentos que utiliza el asesino. Necesitaré seguir la pista del dinero.

– Siempre hay que ir detrás del dinero -convino Liz-. Convoca una reunión mañana a las ocho en punto.

– Lo haré. Oye, tengo que dejarte. Me parece que ha llegado el técnico informático.

A su escritorio se acercó un joven con un portátil.

– ¿Eres Ciccotelli?

– Sí. ¿Tú eres el ayudante de Jeff?

El chico esbozó una sonrisa ladeada.

– Prefiero que me llamen Brent. -Estrechó la mano a Vito-. Soy Brent Yelton. Y, para tu información, si andas llamándonos «los ayudantes de Jeff» no harás muchos amigos en nuestra planta.

Vito sonrió.

– Lo tendré en cuenta. El ordenador está dentro de la caja. Gracias por venir.

Brent asintió.

– Fui yo quien revisó el ordenador que encontrasteis en la habitación de Keyes. Le dije a Jeff que contara conmigo si surgía algo nuevo sobre el caso.

Vito frunció el entrecejo.

– Jeff me ha dicho que me hacía un favor especial enviándote. Es un cabrón.

Brent se echó a reír mientras conectaba el ordenador de Sherry con su portátil.

– Es un buen motivo para no relacionarse con él.

Se sentó en la silla de Nick y trabajó en silencio durante cinco minutos. Al final levantó la cabeza.

– Bueno, de esta máquina no han borrado información. No hay rastro del virus que dejó limpio el ordenador de la víctima. De todos modos, alguien ha estado borrando cosas del historial.

Vito rodeó la mesa para situarse tras él.

– ¿Qué quieres decir?

– La información del ordenador de la víctima la borró un virus. Esto, sin embargo, lo ha hecho un simple aficionado. Alguien que no quería que se supiera que había visitado ciertas páginas y las ha borrado del historial. Pero eso no las elimina del disco duro. -Levantó la cabeza-. Es un gran error que comete la gente que se conecta a páginas porno desde el trabajo. Borran el historial pero las páginas siguen estando en el disco duro, y cualquier técnico informático que se precie puede encontrarlas.

– Está bien saberlo -dijo Vito con ironía-. ¿Qué páginas ha borrado este aficionado?

Brent tardó un poco en reaccionar.

– Es la primera vez que lo hago. Alguien ha borrado las entradas a medievalworld.com, medievalhistory.com… Aquí hay una de lucha con espada, otra de indumentaria medieval, más de lo mismo, y… Mmm. Una página de cruceros por el Caribe.

Vito suspiró.

– Su viaje de luna de miel. Warren y Sherry iban a casarse. La chica me ha contado que él le había dejado caer algún comentario sobre los cruceros, para averiguar si era eso lo que le apetecía hacer.

– ¿Y lo de la Edad Media?

Vito miró la lista con amargura.

– Todo tiene un sentido, solo que aún no estoy seguro de cuál es.

– Llámame si encuentras algún otro ordenador del que hayan borrado información. Tengo que confesar que estoy intrigado. Ese virus utiliza uno de los códigos más sofisticados que he visto en mi vida. Aquí tienes una tarjeta con mi móvil. -Sonrió mientras recogía el portátil-. Así no tendrás que recurrir a Jeff.

– Gracias, tío. -Vito se guardó la tarjeta de Brent en el bolsillo y marcó el número de móvil de Jen McFain.

– McFain. -No había buena cobertura, pero Vito notó claramente el cansancio en la voz de Jen.

– Jen, soy Vito. ¿Qué ocurre?

– Acabo de enviar el octavo cadáver al depósito. Otra anciana. Sin cosas raras.

– Quieres decir que no tiene balas, ni metralla, ni cáncer, ni marcas extrañas, ni las manos atadas.

– Más o menos. Ahora estamos con la última tumba. Es la primera de la primera fila.

– Bueno, estamos seguros de la identidad del Caballero, y puede que sepamos también la de la Dama.

– Uau. -Jen parecía impresionada-. Qué rapidez.

– Gracias. Tú tampoco lo estás haciendo mal. Has desenterrado seis cadáveres en un día.

– No lo habríamos conseguido sin el plano de Sophie. Lo duro vendrá mañana, cuando empecemos a examinar la tierra que hemos retirado.

– Hablando de mañana, tenemos una reunión a las ocho en punto. ¿Podrás asistir?

– Si te encargas de que haya café y rosquillas de la panadería de tu calle, iré. No cuelgues. Mis ayudantes me están llamando. -Un minuto después estaba de vuelta-. Han desenterrado el último. -Su voz había recobrado la energía-. Es una chica joven, Vito. Y le falta una pierna.

Vito hizo una mueca.

– ¿Quieres decir que el asesino se la ha cortado?

– No. Ya se la habían amputado. Y… Dios mío, Vito, buenas noticias. Tiene una placa en el cráneo. Menudo tesoro.

Vito pestañeó, atónito.

– ¿Tiene una placa incrustada en el cráneo? Y ¿qué pasa? ¿Que es de oro? Jen, eso no tiene ningún sentido.

Ella dio un resoplido de frustración.

– Mierda, Vito, céntrate en lo que estamos haciendo.

– Lo siento, estoy cansado. Dímelo otra vez.

– Para mí tampoco ha sido un día fácil. Presta atención. El cráneo se ha descompuesto y ha dejado al descubierto una placa metálica. Es obvio que se la implantaron tras una lesión o una operación en algún momento de su vida. Ahora, con el cadáver en descomposición, la placa queda a la vista.

– Ya. -Frunció el entrecejo-. Pero sigo sin entender por qué es tan importante.

– Vito, una placa metálica implantada es un dispositivo de clase III. Todos los dispositivos de clase III tienen un número de serie único que permite llegar hasta su origen.

Vito comprendió de pronto lo que Jen quería decir y se incorporó en la silla.

– O sea que podemos identificarla.

– Premio para el caballero que acaba de bajar de las nubes.

Vito sonrió. Era increíble la suerte que habían tenido.

– Llamaré a Katherine y le pediré que empiece con esa víctima a primera hora de la mañana. Tú y yo nos vemos a las ocho.


Lunes, 15 de enero, 22:15 horas

Daniel miraba distraído la CNN en la televisión del hotel cuando sonó su teléfono móvil.

– ¿Luke? ¿Dónde te habías metido?

– Estaba pescando -dijo Luke en tono irónico-. Es lo que normalmente se hace cuando se sale de pesca. No he oído tu mensaje hasta ahora. ¿Qué ocurre? ¿Dónde estás?

– En Filadelfia. Escucha, he encontrado una memoria USB después de que te marcharas esta mañana. La he conectado a mi portátil pero solo contiene una lista de archivos con extensión pst.

– Son archivos de correo electrónico. Seguramente es la copia de seguridad de todo lo que tu padre borró hasta noviembre.

Daniel se sacó la memoria del bolsillo.

– ¿Cómo puedo ver lo que hay aquí?

– Conéctala al portátil. Yo te guiaré. No es difícil.

Daniel hizo lo que Luke le indicaba y enseguida se encontró consultando el correo de su padre.

– Ya lo tengo. -Correo electrónico de varios años, de hecho. Pero Daniel no iba a permitir que Luke supiera lo que contenía la memoria USB de su padre, de la misma manera que no había permitido que Frank Loomis conociera dónde escondía la caja fuerte-. Ya me encargo yo de leerlo. Gracias, Luke.

A Daniel solo le costó unos minutos dar con el mensaje que lo dejó sin respiración. Procedía de «Corredora de fondo» y estaba fechado en julio, dieciocho meses antes. Solo decía: «Sé lo que hizo tu hijo.»

Daniel se esforzó por recobrar el aliento, por pensar. Aquello no pintaba nada bien.


Martes, 16 de enero, 00:45 horas

Era fantástico. En la pantalla del ordenador contemplaba cómo el inquisidor luchaba contra su adversario, el caballero bueno. Los dos personajes llevaban la espada en una mano y el mangual en la otra. Todos y cada uno de los movimientos con que avanzaban eran fluidos, cada golpe de la espada y cada arco descrito por el mangual era una combinación de movimientos musculares de lo más natural. Aquello era una obra de arte.

A Van Zandt le gustaría. Muy pronto cientos de miles de personas de todo el mundo acudirían en tropel a probar aquello. Van Zandt lo consideraba un genio de la animación, pero él no olvidaba que sus películas no eran más que un medio para alcanzar un fin: que sus cuadros se expusieran en las mejores galerías de arte, en aquellas que lo habían rechazado anteriormente.

Posó los ojos en el séptimo retrato de La muerte de Warren, el del momento en que abandonaba su ser. Tal vez en las galerías tuvieran razón. Antes de Claire, Warren y los demás su trabajo era mediocre. Corriente. Pero aquello… Warren, Claire, Brittany, Bill Melville en el momento en que el mangual le segaba la cabeza… Aquello era genial.

Se levantó y se estiró. Necesitaba dormir. A la mañana siguiente le esperaba un largo trayecto en coche. Quería estar en la oficina de Van Zandt a las nueve para poder salir al mediodía. Así le daría tiempo de sobra de encontrarse con el señor Gregory Sanders a las tres. A medianoche ya tendría La muerte de Gregory plasmada en el lienzo y un nuevo grito.

Le costó dar los primeros pasos y se frotó la pierna derecha. En aquella casa vieja había demasiada corriente de aire. La había elegido porque se encontraba apartada y resultaba fácil de… ocupar. Pero cada vez que soplaba el viento se colaba alguna ráfaga. El invierno de Filadelfia era infernal. No veía el momento de que las magnolias y los melocotoneros florecieran. Apretó la mandíbula. Llevaba demasiado tiempo lejos de su hogar, pero pronto volvería. La influencia que el anciano ejercía sobre él había tocado a su fin.

Se rió entre dientes. También la vida del anciano había tocado a su fin.

Se dirigió a la cama, situada al otro extremo del estudio. Se sentó sobre el colchón y observó el cartel que había colgado en la pared contigua de tal modo que siempre pudiera verlo al despertar. El cartel en que había dibujado la tabla. Una tabla de cuatro por cuatro.

Dieciséis huecos, nueve de ellos rellenos con imágenes congeladas de las víctimas en el preciso momento de su muerte. Bueno, en uno había una fotografía de un cuadro. No había llegado a filmar el estrangulamiento de Claire Reynolds; sin embargo, tan solo unos instantes después había creado La muerte de Claire y supo que su vida había cambiado para siempre. En los días subsiguientes había rememorado repetidas veces el momento en que había puesto fin a la vida de Claire.

Durante esos días había soñado con volver a hacerlo, una y otra vez. Y también durante esos días había trazado el plan que avanzaba según lo previsto. Podría pensarse que su éxito se debía a un golpe de suerte, pero solo los tontos creían en los golpes de suerte. La suerte era cosa de holgazanes, no tenía mérito. Él, en cambio, creía en la inteligencia, y en la habilidad. Y en el destino.

No siempre había creído en el destino, en el momento inevitable en que la vida de una persona se cruzaba con la de otra. Sin embargo, ahora sí creía en él. ¿De qué otro modo podía explicarse que un año atrás entrara en el bar favorito de Jager Van Zandt tan solo unas horas después de que el hombre hubiera leído una crítica que dejaba su último juego por los suelos? «Hay que huir de él como de la peste», aseguraba el crítico, y Van Zandt estaba lo bastante borracho para contarle hasta el último detalle, desde su decepción con Derek Harrington hasta el temor de que el juego que estaba a punto de lanzar al mercado, Tras las líneas enemigas, resultara otro desastre.

La inteligencia consistía en ser capaz de encontrar el punto de unión entre el desafortunado final de Claire y el desafortunado presente de Van Zandt para crear un nuevo destino a la medida de sus propias necesidades. Pero nada de todo aquello habría sido posible sin sus aptitudes. Estaba especialmente dotado para darle a Van Zandt exactamente lo que quería y tal como lo quería. Había pocas personas capaces de crear imágenes y mundos tanto con la cámara como con el pincel. Y tan solo otras pocas tenían los conocimientos de informática necesarios para infundir vida a las imágenes.

«Sin embargo, yo sí puedo hacerlo.» Había creado el mundo virtual del malvado inquisidor, un clérigo del siglo xiv que había descubierto en la eliminación de herejes una oportunidad de imponer su autoridad por la fuerza, y en la de las brujas, una magnífica forma de hacerse con el poder. Cuantos más herejes ricos y más brujas auténticas encontrara y eliminara el inquisidor, más poderoso se haría, hasta llegar a convertirse en rey.

Era una historia rocambolesca, pero a los consumidores del juego les encantaría el complot político y las mentiras necesarias para avanzar de nivel. Los puntos se ganaban en función de lo ingenioso que fuera el fraude y lo sofisticada que resultara la perversa tortura. Ya había adjudicado la mayoría de los papeles principales: el de la bruja que sufre en la silla antes de revelar la procedencia de sus grandes poderes; el del caballero bueno a quien derrotan con el mangual; el del propio rey, cuya muerte resulta de lo más deshonroso por no tener… tripas.

Esos mismos actores a su vez también realizaban papeles secundarios. Había planeado las torturas con sumo cuidado para sacar el máximo partido a las actuaciones, grabadas tanto en audio como en vídeo. Con unos ligeros retoques, las torturas adicionales servirían para crear al menos veinte personajes secundarios que los jugadores podrían sumar a su colección.

Gregory Sanders hacía el papel de un honrado clérigo que trataba de detener al malvado inquisidor. Por supuesto, el bueno del clérigo no ganaba y Gregory Sanders se enfrentaba a un amargo y doloroso final tras el cual era enterrado en la última fosa de la tercera fila, que así quedaba completa.

La primera ya lo estaba. En ella yacían las víctimas de Tras las líneas enemigas: Claire, Jared y Zachary. Y la pobre señora Crane. Lo de Crane era… un daño colateral; era una desafortunada víctima del inmueble adquirido. Lo lamentaba, pero no había podido evitarlo.

La cuarta fila estaba vacía de momento. La tenía reservada para hacer limpieza una vez hubiera completado El inquisidor. En la cuarta fila irían quienes le proporcionaban el material para el proyecto, las únicas personas que podían demostrar que las imágenes de su creación medieval no eran tan solo producto de su fantasía. Las únicas personas que sabían que los instrumentos de tortura eran reales, que conocían su gran interés por las armas y el instrumental de guerra de la Edad Media. Era obvio que esas personas supondrían una verdadera amenaza cuando El inquisidor se comercializara, así que tendría que encargarse de ellas antes.

Los tres vendedores ilegales de antigüedades no le darían tregua. Eran unos imbéciles pretenciosos que le habían cobrado dinero de más en demasiadas ocasiones. Dicho claramente, los tres le caían mal. Pero la historiadora… Sería otra pérdida lamentable. No tenía nada en contra de ella. En algunos aspectos, incluso… le gustaba. Era inteligente y tenía experiencia. Era una solitaria. «Como yo.»

No obstante, se había cruzado con él en demasiadas ocasiones. No podía dejarla con vida. Lo haría como con las dos ancianas, del modo menos doloroso posible. No era nada personal. Pero la historiadora moriría y su cadáver yacería en la última fosa de la cuarta fila.

Alzó la vista y se quedó mirando la segunda fila de fosas con resuelta frialdad. Dos estaban ocupadas y quedaban otras dos por ocupar. A diferencia de todas las demás, lo de esas tumbas sí que era personal; muy personal.


Martes, 16 de enero, 1:15 horas

Daniel llevaba horas mirando al techo, posponiendo lo que sabía que no tenía más remedio que hacer. Era probable que fuera demasiado tarde, en más de un sentido. No obstante, ella tenía derecho a saberlo, y en él recaía la responsabilidad de contárselo.

Se enfadaría, y con toda la razón. Con un suspiro, Daniel se incorporó y alcanzó el teléfono. Luego marcó el número que había memorizado hacía mucho tiempo pero al que nunca hasta ese momento había llamado.

Ella respondió a la primera llamada.

– ¿Diga? -Parecía despierta y vigilante.

– ¿Susannah? Soy… yo, Daniel.

Se hizo un largo silencio.

– ¿Qué quieres, Daniel? -El tono de su voz hizo que Daniel se muriera de vergüenza, pero imaginó que lo merecía.

– Estoy en Filadelfia. He venido a buscarlos.

– ¿En Filadelfia? ¿Por qué crees que han ido ahí?

– Susannah, ¿cuándo hablaste con ellos por última vez?

– Llamé a mamá por Navidad, hace un año. Con papá no he vuelto a hablar desde hace cinco años. ¿Por qué?

– Frank me llamó, me dijo que era posible que hubieran desaparecido, pero daba la impresión de que solo se habían marchado de vacaciones. Luego encontré unos e-mails en el ordenador de papá. Decían: «Sé lo que hizo tu hijo.»

De nuevo recibió silencio por respuesta.

– ¿Y qué es lo que hizo su hijo?

Daniel cerró los ojos.

– No lo sé. Lo único que sé es que uno de ellos buscó en internet oncólogos de Filadelfia y que la última persona que de hecho habló con ellos fue la abuela. He venido a buscarlos, y estoy dispuesto a entrar en todos los hoteles de la ciudad, pero sería de gran ayuda saber desde qué número llamaron a la abuela.

– ¿Por qué no le pides a alguien del GBI que lo averigüe? -preguntó ella.

Daniel vaciló.

– Es mejor que no. Mi jefe quería que iniciara una investigación por desaparición, pero yo le dije que prefería esperar a tener pruebas de que se trata de algo más que de unas simples vacaciones.

– Tu jefe tiene razón -repuso ella con frialdad-. Tendrías que hacer esto como es debido.

– Y lo haré, cuando esté convencido de que han desaparecido. ¿Podrías comprobar las llamadas de la abuela?

– Haré lo que pueda. No vuelvas a llamarme. Ya te llamaré yo cuando encuentre algo, si lo encuentro.

Daniel se estremeció al oírla colgar el teléfono. Las cosas habían ido mucho mejor de lo que esperaba.


Martes, 16 de enero, 1:15 horas

Las muertes relacionadas con la segunda fila eran algo totalmente personal. El anciano y su esposa ya estaban bajo tierra. Pronto las fosas vacías quedarían ocupadas por su prole. Qué apropiado que la familia descanse reunida por los siglos de los siglos… «En mi cementerio.» Sus labios se curvaron. Qué apropiado que el único enterrado en el panteón familiar, detrás de la pequeña iglesia baptista, en Dutton, Georgia… «sea yo».

Él no había buscado que la confrontación tuviera lugar en ese momento. Artie y su esposa se la sirvieron en bandeja. Siempre había pensado en librar aquella batalla, pero después de haber dejado huella. Después de alcanzar sus objetivos. Cuando tuviera el éxito suficiente para acallar al viejo. Cuando pudiera soltarle: «Dijiste que siempre sería un don nadie. Te equivocabas.»

Ya era demasiado tarde para eso. Ya nunca podría decirle: «Te equivocabas.» Era Artie quien había empezado la batalla, pero una vez él hubo entrado en acción, la había resuelto de una vez por todas. El anciano había pagado caros sus delitos. Pronto sus descendientes correrían la misma suerte.

La hija de Artie representaría el papel principal del final del juego. Sería la reina, el único personaje que se interponía entre el inquisidor y el trono. Por supuesto, acabaría muriendo. Y su muerte sería dolorosa.

El hijo de Artie interpretaría a un mero campesino que entraba sin permiso en las tierras del rey. Era un personaje secundario. Se detuvo en seco. «Pero su muerte cerrará un capítulo importante de mi vida.» Cruzó el estudio con paso decidido, ya no estaba cansado. Abrió un armario y sacó cuidadosamente el instrumento con que aplicaría su venganza. Llevaba años guardándolo, esperando ese momento. Lo depositó sobre el escritorio, abrió haciendo palanca los dientes de acero y preparó el cepo. Con pulso firme, colocó un lápiz entre los dientes y accionó el dispositivo para que se cerraran. Los dientes se cerraron de golpe y el lápiz saltó de su mano hecho pedazos.

Asintió con gesto decidido. El hijo de Artie experimentaría el dolor; un dolor intenso, atroz, inimaginable. El hijo de Artie gritaría pidiendo socorro, pidiendo que lo liberara, y al fin pidiendo la muerte. Pero nadie lo oiría. Nadie acudiría en su ayuda. «Los habré matado a todos.»


Martes, 16 de enero, 6:00 horas

Vito entró precipitadamente en la cocina, atraído por el olor a café y a beicon recién frito, y sonrió al ver a su hermana Tess sentada frente a la mesa. Gus estaba en su trona y Tess le estaba dando el desayuno. O por lo menos lo intentaba.

Gus apartó el bol de papilla de avena.

– Quiero pastel -dijo con total claridad.

– Todos queremos pastel -respondió Tess en tono burlón-. Pero no siempre nos dan todo lo que queremos y sabes que tu mamá no te da pastel para desayunar.

Gus ladeó la cabeza, retando a Tess con picardía.

– Tino pastel.

A Vito estuvo a punto de escapársele la risa. El pastel había sido la solución de Tino a todos los problemas que se habían presentado desde la llegada de los niños.

– Me parece que no tenemos nada que hacer.

Tess se dio media vuelta, con los ojos como platos. Pero enseguida cambió la mirada de espanto por su espléndida sonrisa al tiempo que se abalanzaba a través de la pequeña cocina hacia Vito, quien la esperaba con los brazos abiertos.

– Vito.

– Hola, pequeña. -Algo iba mal. Su sonrisa no tenía nada de fingida, pero notó su cuerpo tenso al abrazarla.

– ¿Qué pasa? ¿Ha empeorado Molly?

– No, hoy está mejor. Te preocupas demasiado, Vito. Siéntate. Te serviré el desayuno.

Él obedeció sin mucha convicción.

– Gracias por el tentempié que me dejaste ayer en la nevera.

Ella se volvió a mirarlo mientras le llenaba el plato de huevos y beicon.

– No era ningún tentempié, era un buen plato de raviolis. De todas formas, no hay de qué. -Colocó el plato sobre la mesa frente a él y se sentó en la otra silla-. ¿A qué hora llegaste a casa anoche?

– Casi a la una. -De camino se había detenido en el bar donde Warren Keyes trabajaba de camarero. Las preguntas que le hizo a su jefe y a sus compañeros no le revelaron nada nuevo. Nadie había reparado en nada ni en nadie fuera de lo normal-. Espero que no te despertase.

– No me desperté. Los chicos me dejaron agotada. -Le hizo cosquillas en los pies a Gus-. Este corre como un diablo con sus piernecillas regordetas y tú tienes demasiadas cosas que se rompen a su alcance. En cuanto conseguí que todos estuvieran durmiendo, caí rendida.

Vito frunció el entrecejo.

– Cuando llegué, Dante estaba en el porche trasero, llorando.

Tess abrió los ojos como platos.

– ¡En el porche trasero hace un frío de muerte!

Vito tenía el porche acristalado, pero en él no había calefacción y, en efecto, hacía mucho frío.

– Ya lo sé. Se había arropado con el saco de dormir, pero aun así estaba helado. Al verme se asustó. Supongo que no sabía lo que le diría al encontrarlo allí en lugar de en la sala, durmiendo. Me explicó que tenía ganas de estar solo.

– Debe de estar preocupado por Molly -opinó Tess-. Es normal.

Vito tenía sus dudas, pero no le había insistido al chico.

– Puede ser. Le hice entrar y, de todos modos, estuve un rato pendiente de él. -Levantó la cabeza de la taza y miró a Tess-. ¿Qué sucede?

Ella se rió e hizo una mueca.

– Eres un chismoso, ¿sabes?

Vito se acordó de Sophie y notó una punzada en el corazón.

– Eso dicen.

Tess arqueó las cejas.

– Yo te cuento lo mío si tú me cuentas lo tuyo.

– Tendría que habérmelo pensado dos veces antes de interrogar a una psiquiatra. Vale, pero tú me lo cuentas primero.

Ella se encogió de hombros.

– No me resulta fácil cuidar de los niños. Aidan y yo hemos intentado… -Bajó la cabeza-. Los dos formamos parte de familias numerosas y ni siquiera podemos tener un hijo.

– A lo mejor es cuestión de tiempo.

A Vito se le partió el alma cuando Tess levantó la cabeza y vio la tristeza de su mirada.

– Llevamos intentándolo dieciocho meses. Hemos empezado a ir de médicos y a hablar de tratamientos y de adopción.

Él le alcanzó la mano y se la estrechó.

– Lo siento, pequeña.

Los labios de ella se curvaron, aún con tristeza.

– Yo también. Ahora te toca a ti. ¿Cómo se llama?

A él se le escapó una carcajada.

– Sophie. Es muy guapa, muy lista y me gusta, pero no quiere que yo le guste. A su manera me ha pedido que la deje en paz y eso haré.

– Es lo más recomendable si no quieres hacerte pesado, pero no es nada propio de ti. No recuerdo que dejaras de perseguir a una sola mujer que te entrase por los ojos.

Eso era cierto hasta Andrea. La chica al principio lo había rechazado pero él se había encaprichado de ella. Había insistido y había acabado haciéndola cambiar de idea. Al final resultó lo peor que podía haberles pasado a los dos.

– Me parece que he crecido.

– Ya. -Tess asintió, pero era evidente que no estaba en absoluto convencida-. Claro.

Él se puso en pie.

– Lo que está claro es que debo irme ahora mismo. Tengo que pasar por la panadería y por el depósito de cadáveres de camino al trabajo.

Tess torció el gesto.

– Francamente, no sé que tienen que ver la panadería y el depósito de cadáveres, Vito. ¿Vendrás a cenar?

– No lo sé. -La besó en la frente-. En cualquier caso, te llamaré.

– Iré a recoger a los chicos cuando salgan de la escuela. -Dio un vistazo a la cocina-. Creo que después me llevaré a Gus a comprar cortinas. Tus ventanas dan pena.

De hecho, era Tess quien daba pena pero Vito no podía hacer nada por evitarlo, igual que tampoco había podido hacer nada por evitarle a Sophie la pena que había observado en sus ojos la noche anterior.


Martes, 16 de enero, 8:01 horas

– Mmm. -Jen McFain le hincó el diente a una rosquilla azucarada-. Prueba una. -Empujó la caja hacia Beverly Jenkins, una de las detectives a quien Liz había asignado al caso de Vito.

Beverly miró la caja con expresión desdichada.

– ¿Cómo te las arreglas para estar tan delgada, McFain?

– Es cosa del metabolismo. -Jen esbozó una sonrisa burlona-. Pero, si te sirve de consuelo, mi madre dice que ya lloraré cuando mi metabolismo cambie y a los cuarenta años todo lo que coma se me ponga en el culo.

A Beverly se le escapó la risa.

– Entonces Dios existe.

En ese momento entró Liz junto con Katherine y Tim Riker, el compañero de Beverly.

– ¿En qué punto estamos, Vito? -preguntó Liz cuando todos estuvieron sentados y se hubieron pasado la caja de rosquillas.

– Liz os lo explicó casi todo ayer -le dijo Vito a Riker y Jenkins-. Conseguimos identificar con seguridad a un cadáver e hipotéticamente a otros dos -explicó. Se dirigió a la pizarra en la que había copiado la tabla de tumbas dibujada por Katherine. En cada una de las casillas rectangulares había anotado una breve descripción de la víctima y la causa y el momento aproximado de su muerte.

– Hemos identificado a Warren Keyes, y las hipotéticas identidades son las de estas mujeres. -Señaló las fosas tres-dos y uno-uno-. La de las manos unidas podría ser Brittany Bellamy. -Señaló su fotografía colgada al lado de la pizarra-. Brittany era modelo. En los sobres que os he entregado tenéis una fotografía suya y una lista de sus clientes. No sabemos dónde vive. Su nombre no se encuentra en nuestros archivos de personas desaparecidas ni en los del Departamento de Vehículos Motorizados. Puede que no sea de aquí.

– ¿Y qué hay de la otra mujer? -preguntó Liz.

– Se llama Claire Reynolds -explicó Katherine-. Tiene una placa metálica en la cabeza y la pierna derecha amputada por encima de la rodilla. A las seis, cuando he llegado, he llamado al fabricante de la placa. Han podido establecer la correspondencia entre el número de serie de la placa y el nombre de Claire Reynolds. Le colocaron la placa en la cabeza después de un accidente de coche. En aquella época Claire vivía en Georgia y la operaron en Atlanta. Supongo que la pierna la perdió en el mismo accidente. Lo sabré con seguridad cuando consiga su historial médico.

Vito prosiguió con el relato.

– Claire se mudó a Filadelfia hace unos cuatro años. Su último empleo conocido fue en una sección de la biblioteca. Sus padres denunciaron su desaparición hace unos catorce meses. Su descripción coincide con el cadáver que encontramos.

– Y el tiempo transcurrido concuerda con el grado de descomposición -añadió Katherine-. Todavía no he comenzado con la autopsia, pero le he hecho una radiografía mientras esperaba a que buscaran su nombre en el registro. Tiene el cuello roto. No se observan más daños.

Vito señaló su foto en la pizarra, junto al rectángulo que representaba su tumba.

– He obtenido una fotografía suya en los archivos del Departamento de Vehículos Motorizados. Tenemos que notificárselo a sus padres.

Beverly tomaba notas.

– Nosotros nos encargamos. También trataremos de obtener un cabello o alguna otra cosa que nos sirva de muestra para asegurar su identidad mediante una prueba de ADN.

– Encontrasteis a la mujer de las manos unidas en la misma página de modelos en la que aparecía Warren Keyes -dijo Tim-. ¿Claire también era modelo? ¿Hay alguna posibilidad de que encontremos allí a alguna de las otras víctimas?

– No he comprobado si Claire era modelo. Por el aspecto no lo parece, pero eso no quiere decir nada. Más vale asegurarse.

– Dudo que los tres ancianos fueran modelos -opinó Liz-. Es más probable que en la página aparezcan los tres jóvenes, el de la herida en la cabeza, el de la bala y el de la metralla.

Vito frunció el entrecejo.

– Tino dice que los cadáveres de los jóvenes estaban demasiado desfigurados para hacer ningún retrato, y el antropólogo forense está en un congreso hasta la semana que viene.

Beverly arqueó las cejas.

– ¿Tino?

– Mi hermano, alias el retratista que ha hecho el trabajo gratis. Él ha dibujado a la chica de las manos unidas. El retrato nos ha servido para localizar a Brittany Bellamy en la página de modelos. -Vito extrajo el dibujo de Tino de su carpeta y lo deslizó hasta el centro de la mesa-. Cree que será capaz de dibujar a la pareja de ancianos, pero a los demás no.

– Es bueno -opinó Tim al comparar el dibujo con la fotografía de Brittany-. Pero si no puede dibujar a las víctimas, trataremos de casar sus características físicas cotejándolas con las de las personas desaparecidas.

– Vale la pena intentarlo -convino Vito-. Primero tenemos que confirmar que la víctima es en realidad Brittany Bellamy. Después de avisar a los padres de Claire, ¿podréis encargaros de llamar a los clientes de Brittany y tratar de conseguir su dirección?

Jen arqueó una ceja.

– ¿Y mientras tú…?

– Yo me encargaré de seguir la pista a los instrumentos de tortura que el asesino utilizó en los crímenes más recientes. Quiero seguir la pista del dinero. Sophie Johannsen me ha dado una lista de personas que podrían haberle vendido una réplica o que sabrán si alguien le ha vendido una pieza auténtica. Busco una silla, un potro, una espada y una cota de malla. -Miró a Katherine-. Nick cree que las marcas circulares que viste son de una cota de malla.

– Es posible que tenga razón. Alguien tendría que haberle golpeado con mucha fuerza para producirle unas marcas así -dijo con aire pensativo-. Como con un martillo.

– Pero eso no explica los otros daños -observó Liz. Acercó más las fotografías de la víctima tres-uno-. Las heridas de la cabeza y del brazo son de algo duro y puntiagudo. Podría tratarse incluso de un objeto dentado.

– El golpe de la cabeza fue producido desde un ángulo horizontal -añadió Katherine-. Fue lo bastante fuerte para arrancarle la parte superior. En cambio, el golpe del brazo fue producido verticalmente.

– En algún momento Warren llevaba una espada. Tal vez fue eso lo que utilizó -sugirió Jen.

Katherine negó con la cabeza.

– Buscamos algo romo pero contundente.

– Y que sea de la época medieval -dijo Jen con una mueca-. ¿Y una de esas bolas con pinchos que van atadas a una cadena? Si le golpearon con bastante fuerza, podría haberle dejado marcas de ese tipo.

– Un mangual -dedujo Tim, y torció el gesto-. Santo Dios.

– Añadiré un mangual a la lista -dijo Vito-. Muy bien. Sabemos que Warren recibió una oferta de trabajo el día anterior a su desaparición. La página web permite a los posibles contratantes ponerse en contacto con los modelos por e-mail. No sabemos quién le mandó el mensaje porque luego le enviaron un virus que borró su disco duro.

– Tal vez obtengamos información del ordenador de Brittany -sugirió Liz-. Llevadlo al departamento de informática para que lo examinen. Luego entrad en su cuenta de correo y mirad si se han puesto en contacto con ella durante el último mes.

Beverly asintió.

– Yo me encargaré. Vito, hay una cosa que me preocupa.

– ¿Solo una? -preguntó Vito, y ella le dirigió una sonrisa mordaz.

– Lo de los dedos del anciano. En tu informe pone que crees que de todos los crímenes ese es el único verdaderamente visceral, y tiene sentido. Pero ¿por qué le cortó los dedos? Parece que el asesino cree que el hombre podría ser identificado fácilmente por las huellas dactilares, pero eso solo supondría un riesgo si se encontrara el cadáver. Es evidente que no cuenta con que nadie encuentre a las otras víctimas. No hizo el menor esfuerzo por disimular su identidad.

– Formaba parte de la agresión -opinó Katherine-. Le cortó los dedos cuando aún estaba vivo. Fuera quien fuese ese hombre, es evidente que el asesino lo odiaba.

– Dejemos primero que Tino haga los retratos -sugirió Vito-. Luego veremos si se nos ocurre algo. ¿Qué hay de la anciana enterrada en la primera fila?

– Ni siquiera le he echado un vistazo todavía. Hoy le practicaré la autopsia. -Katherine miró a Jen-. ¿Has averiguado algo de la bala que extraje del uno-tres?

– Sí. Es de una pistola Luger alemana -explicó Jen mientras asentía con orgullo-. El tipo de balística cree que es un modelo antiguo, de los años cuarenta. Hoy hará unas cuantas comprobaciones.

Liz se encogió de hombros.

– Es un arma bastante común, incluso los modelos antiguos. Lo más probable es que no consigamos encontrarla.

Sin embargo Tim asentía.

– Sí, pero el dato es importante teniendo en cuenta que está enterrado al lado de otro tío que tiene metralla en las tripas. Será interesante buscar información sobre la granada que le lanzaron. Y si la pistola es antigua, es un dato más que indica que ese tipo busca el máximo de realismo posible.

Tim miró a Vito.

– Hay dos temas históricos en danza, los dos relacionados con la guerra.

– Tienes razón. Solo tenemos que descubrir por qué. Jen, ¿qué sabemos del terreno?

– Aún nada. Hoy empezaremos a analizar la tierra. He enviado una muestra del interior de cada fosa y otra del terreno al laboratorio. Dentro de unos días tendrán los resultados. Al menos sabremos si la tierra con que rellenó las fosas procede del mismo terreno.

– Me gustaría saber por qué ha elegido precisamente ese terreno -musitó Liz-. ¿Qué debió de guiarlo hasta allí?

– Es una buena pregunta. -Vito la anotó-. Investigaremos a la tía de Harlan P. Winchester. Ahora está muerta, pero cuando cavaron la primera fosa las tierras aún le pertenecían. ¿Qué más?

– Esta tarde me llegará un informe del laboratorio sobre el lubricante de silicona -explicó Katherine.

– Muy bien. -Vito se puso en pie-. Eso es todo por el momento. Todos tenemos cosas que hacer. Nos encontraremos de nuevo aquí a las cinco para intercambiar información. Manteneos en contacto y cuidaos.

Загрузка...