Sábado, 20 de enero, 13:40 horas
Habían estado a punto de pillarlo. Simon se sentó en su camioneta, todavía furioso. Un pequeño traspié y a esas horas habría estado en manos de las autoridades.
«Cómo les gustaría tenerme en sus manos.»
El agente Ciccotelli era más listo de lo que Simon creía. Y más cruel. La policía había utilizado a Van Zandt de cebo… «para que me dejara ver». Si no fuera porque casi lo habían pillado, Simon habría considerado aquella crueldad inexorable digna de admiración.
Casi lo habían atrapado. Apenas un tropiezo dentro de un plan mayor. La policía buscaba a Frasier Lewis. Las únicas personas que sabían que él no estaba muerto, estaban muertas.
A excepción del chantajista cuya táctica de aficionados había llevado a sus padres hasta él. Tenía que encontrarlo, fuera quien fuese, y hacérselo pagar. Luego debía ocuparse de Susannah y Daniel; ambos representaban la bondad personificada.
El hecho de que sus dos hermanitos pudieran andar libres perfectamente era motivo suficiente para odiarlos. El hecho de que ambos ocuparan puestos de responsabilidad en organismos de justicia los convertía en enemigos peligrosos.
Pronto le resultaría imposible continuar con la farsa de las vacaciones de Arthur y Carol Vartanian, incluso de su mera desaparición. Daniel y Susannah no dejarían correr el asunto, ahondarían hasta dar con el lugar donde se hallaban sus padres. Y sin duda, eran lo bastante listos para atar cabos. Si ahondaban más, acabarían descubriendo que en la tumba de Simon había enterrada otra persona.
Simon se había preguntado muchas veces quién habría allí dentro, a quién había colocado su padre en su lugar, por así decirlo. Se había sentido tentado de comprobarlo al volver a Dutton por primera vez en doce años para preparar las pequeñas vacaciones de sus padres y dejar a punto su ordenador de modo que pudiera acceder a él.
Su padre había ido a su encuentro, pero a Daniel y Susannah tendría que ir a buscarlos él. Sabía muy bien dónde encontrarlos. Daniel tenía una pequeña casa en Atlanta y Susannah vivía en un piso del Soho. Daniel representaba la ley y la pequeña Susannah representaba el orden.
Artie debería de haber estado orgulloso. Sin embargo, no fue así. «Porque bajo la toga de Arthur Vartanian se escondía alguien tan corrupto como yo.» Daniel y Susannah tenían que desaparecer. Pero antes le quedaba saldar una pequeña cuenta. Al escapar de la policía como si fuera un delincuente común, se había percatado de una cosa: lo habían reconocido; no como Frasier Lewis sino como «el anciano». Y la única persona que lo había visto disfrazado de anciano y todavía vivía era… la doctora Sophie Johannsen. Entornó los ojos. Hiciera lo que hiciese, aquella mujer siempre se interponía en su camino.
Todo había avanzado según lo previsto hasta que Sophie Johannsen empezó con sus preguntas sobre la existencia de un mercado negro. A partir de ese punto, todo se había precipitado. Aquella mujer sabía demasiadas cosas y no pararía hasta hacerla callar.
Ladeó la mandíbula. Además, su rostro era muy bello; qué expresividad. Tendría que haber sido actriz o modelo. Bueno, pronto lo sería.
Y si por el camino se cargaba a Ciccotelli… Sonrió. El premio sería doble.
«A lo mejor hasta me gano una vida más.» Simon rió entre dientes. Restablecida la paz interior, salió de su vehículo y entró en la residencia de ancianos.
Sábado, 20 de enero, 16:15 horas
Liz se estremeció al ver entrar a Vito y Nick en la oficina.
– Vaya, chicos.
– No son más que unas quemaduras sin importancia -dijo Vito-. Ha habido suerte. Los únicos heridos hemos sido el abogado de Van Zandt, dos transeúntes y nosotros. Los dos transeúntes ya han sido atendidos y han podido marcharse.
– ¿Y el abogado? -preguntó Liz.
– Se pondrá bien -explicó Nick-. Estaba a seis metros de distancia cuando Van Zandt voló por los aires.
Vito se sentó ante su escritorio.
– A nosotros solo nos ha alcanzado un poco de metralla.
– He enviado a Bev, Tim y media docena de agentes a que registraran hasta el último rincón -dijo Liz-, pero…
Nick sacudió la cabeza.
– Ese canalla corre como un diablo hasta con una pierna ortopédica, Liz. Me he quedado de una pieza. Y lo que ha acabado de dejarme petrificado del todo ha sido ver saltar por los aires a Van Zandt.
– ¿Qué ha pasado? Se suponía que teníais que protegerlo. -Maggy López entró corriendo en la oficina y al verlos se detuvo en seco-. Santo Dios.
– Simon estaba esperando a Van Zandt. -Vito se frotó la nuca-. Le ha metido una granada en el bolsillo del abrigo. La científica ha recogido los fragmentos de metralla. Imaginamos que coincidirán con los del chico a quien aún no hemos identificado.
Nick se dejó caer en la silla y cerró los ojos.
– Lo siento, Maggy.
López los miró a los dos.
– No hay nada que sentir, es probable que a Van Zandt le hubieran concedido la condicional de todos modos. Teniendo en cuenta todos los factores, no había bastantes pruebas para que se decretara la prisión preventiva. ¿Qué hacemos ahora?
Nick miró a Vito.
– ¿Pasamos al plan B? Stacy Savard.
Vito soltó un resoplido.
– Mierda. Ni siquiera sabemos dónde anda Savard.
Liz sonrió.
– Sí, sí que lo sabemos. Estabais en el hospital cuando la hemos detenido.
Vito se incorporó en la silla.
– ¿Tenemos a Stacy Savard? ¿Está aquí?
– Sí. La hemos pillado aparcando en el aeropuerto. Al parecer se disponía a tomar el primer vuelo que saliera del país. Cuando os encontréis en disposición, es toda vuestra.
Vito sonrió con tristeza.
– Ya estamos en disposición. No veo el momento de hacer hablar a esa hija de puta.
Sábado, 20 de enero, 16:50 horas
Quitar de en medio a Van Zandt había resultado más complicado de lo que creía, pero ahora que conocía a su adversario, librarse de Johannsen sería más fácil. Se había preparado para todos los posibles contratiempos, desde una escolta policial hasta los detectives que parecía que llevara pegados con cola. Estaba preparado.
Los labios de Simon esbozaron una sonrisa. Muy pronto una enfermera cambiaría el gota a gota a la abuela. Sonarían los pitidos y saltarían las alarmas. La dulce Sophie recibiría una llamada urgente. Urgente y verdadera. Una de las cosas que siempre había admirado en Johannsen era su pasión por la autenticidad. En el destino de Sophie había cierto… paralelismo.
Su abuela se estaba muriendo, así que Sophie había regresado a casa. Al regresar a casa, se había topado con él. Al toparse con él, él había podido adquirir conocimientos del mundo medieval; y gracias a esos conocimientos, había podido crear un videojuego de la hostia. Pero por culpa del videojuego y de la intromisión de Johannsen tenía a la policía demasiado cerca. Siempre había pensado en quitarla de en medio cuando llegara el momento, pero tener a la policía tan cerca lo había obligado a jugar aquella carta antes de lo previsto, y precisamente por eso… Miró el reloj. Era la hora. Precisamente por eso la abuela moriría. Ya.
Era un bello círculo que encajaba a la perfección. Era el destino.
Dio un respingo. Allí estaba, caminando hacia el vestíbulo desde la Gran Sala, vestida con su armadura. Esperaba que se despojara de ella antes de emprender la carrera que sin duda sería desenfrenada. Sophie era alta y le costaría un gran esfuerzo moverla, incluso vestida con normalidad. La armadura constituía un impedimento inoportuno. Claro que si tenía que moverla con armadura, la movería igual. Se acercó un poco a la puerta. Muy pronto no habría entre ellos ningún cristal que atenuara la experiencia recreativa. Muy pronto la tendría en sus manos, en su mazmorra, con cámaras y focos. «Es para verte morir mejor, querida.»
Sábado, 20 de enero, 17:00 horas
Stacy Savard se encontraba sentada frente a la mesa de la sala de interrogatorios, cruzada de brazos. Mantuvo la vista al frente con gesto hosco hasta que Vito y Nick entraron en la sala, y entonces se volvió hacia ellos y sus ojos empezaron a derramar patéticas lágrimas de desesperación.
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué me han traído aquí?
– Déjese de dramatismos, Stacy. -Vito ocupó la silla contigua-. Sabemos lo que ha hecho. Tenemos su portátil y el de Claire. Sabemos lo de Claire y Arthur Vartanian, y hemos descubierto su jugosa cuenta bancaria. -La miró con aire perplejo-. Lo que no comprendemos es cómo pudo traicionar así a Claire. Usted la amaba.
Stacy se mantuvo impertérrita unos instantes, luego se encogió de hombros.
– Yo no amaba a Claire. Nadie amaba a Claire excepto sus padres, porque no sabían quién era en realidad. Claire era mala… pero muy buena en la cama. Eso es todo.
Nick soltó una breve risita de incredulidad.
– ¿Eso es todo? ¿Qué pasó, Stacy? ¿Sabía desde el principio que estaba chantajeando a Frasier Lewis?
Stacy resopló con aire burlón.
– Como si Claire fuera a explicarle a alguien una cosa así. Pensaba quedarse todo lo que les sacara a los Vartanian para ella sola. Era una bruja.
Vito sacudió la cabeza. No daba crédito a lo que oía.
– ¿Cuándo supo que Claire estaba muerta?
Ella entornó los ojos.
– Quiero la plena inmunidad.
Vito soltó una carcajada, luego se puso serio de golpe.
– No.
Stacy se recostó en la silla.
– Pues entonces no les diré nada más.
Nick, que preveía su reacción, deslizó sobre la mesa una fotografía de Van Zandt tras la explosión y vieron que Stacy palidecía.
– ¿Quién es ese?
– El último idiota a quien se le ocurrió pedir la inmunidad -respondió Vito en tono mordaz.
– Y el último idiota que intentó contrariar a Frasier Lewis -añadió Nick en voz baja-. Podemos dejarla ir, ya sabe. Y decirle a Frasier Lewis dónde puede encontrarla.
El miedo ensombreció su mirada.
– No se lo dirán. Sería un asesinato.
Vito suspiró.
– Nos ha pillado. Pero si la noticia se filtra… Puede que no pase nada hasta el juicio, pero puede que él lo descubra antes. El caso está provocando demasiada sensación para mantener las cosas en secreto.
– De modo que se pasará la vida mirando quién la sigue hasta que un día le metan una granada en el bolsillo.
Stacy se mordió la parte interior de la mejilla, nerviosa. Luego levantó la cabeza.
– Un día de octubre, hace quince meses, había quedado para cenar con Claire. No acudió a la cita, así que fui a buscarla a su casa. Tenía la llave. Entré y vi su portátil y fotos que había tomado de «Frasier Lewis» mientras aguardaban en la sala de espera. -Una de las comisuras de sus labios se curvó-. Claire tenía otra cosa buena, escribía bien. Tenía pensado escribir un libro sobre el tema en algún momento. Había descubierto que Lewis era Simon Vartanian y le pareció curioso.
– Porque se suponía que ese chico estaba muerto -dijo Vito.
– Sí. Buscó información sobre Frasier Lewis y descubrió que era un tipo de Iowa.
Nick la miró perplejo.
– También sabe lo del fraude con la póliza de enfermedad…
Stacy frunció los labios con terquedad y Vito, con un suspiro de resignación, colocó sobre la mesa, junto a la imagen de Van Zandt, una foto de Derek Harrington con un disparo en la frente.
– No le gustará tener que vérselas con Simon Vartanian, Stacy, de hecho, le gustará bastante menos que vérselas con nosotros. Responda a la pregunta del detective Lawrence.
– Sí -escupió-. Sabía lo del fraude de la póliza. Encontré los e-mails en el ordenador de Claire, los que le envió a Simon y a su padre. El del padre decía: «Sé lo que hizo tu hijo.»
– ¿Qué cree que significaba? -preguntó Nick, y ella se encogió de hombros.
– Que estaba engañando a la compañía de seguros y que había fingido su muerte. El e-mail de Simon decía: «Sé quién eres, Simon.» El padre pagó. Simon insistió en que se encontraran y Claire, como una idiota, cayó.
– ¿Dónde fue? -preguntó Vito sin rodeos-. ¿Dónde se encontraron?
– Simon le propuso verse en la puerta de la biblioteca donde ella trabajaba, pero pasaron unos días y no aparecía por ninguna parte, así que supuse que había muerto.
– Usted envió las cartas -dijo Nick-. A la biblioteca y a la consulta.
– Sí, fui yo.
Vito pensaba que aquel caso ya tenía cubierto el cupo de personalidades antisociales, pero siempre aparecía alguna más.
– Y siguió con lo que ella había dejado a medias.
– Solo con el padre; con Simon no.
– ¿Por qué no? -preguntó Nick, y Stacy le clavó una mirada de incredulidad.
– Vaya pregunta, porque era un asesino. Claire era idiota, yo no.
– Pues ahora está aquí, así que yo no me vanagloriaría de mi inteligencia -soltó Nick tranquilamente, pero Vito vio temblar un músculo de su mejilla y se dio cuenta de que lo de la calma era mera fachada.
– Porque era un asesino… -Vito sacudió la cabeza-. Lo veía siempre que acudía a la consulta, sabía que no era Frasier Lewis, sabía que había matado a Claire Reynolds, ¿y en ningún momento fue capaz de decir nada?
– ¿Para qué? -Stacy se encogió de hombros-. Claire estaba muerta, nada de lo que yo pudiera decir le devolvería la vida y era evidente que a Arthur Vartanian le sobraba el dinero.
Nick ahogó una carcajada.
– Dios mío, este caso pinta cada vez mejor. A ver, Stacy, díganos, ¿qué hizo que Arthur Vartanian fuera a buscarla?
Stacy pestañeó.
– No vino a buscarme. Siguió pagando.
– Claro que fue a buscarla. Está muerto. Los hemos encontrado a él y a su esposa enterrados junto a Claire. -Nick arqueó una ceja-. ¿Quiere ver las fotos?
Stacy negó con la cabeza.
– Quería que le demostrara que conocía a su hijo, pero siguió pagando.
Vito miró a Nick.
– Y usted ¿cómo se lo demostró, Stacy? -preguntó Vito.
– Le envié una foto de Simon, la que tomé para Pfeiffer.
– Él no sabía que le estaba haciendo esa foto -recordó Vito.
– Claro que no, no me habría dejado. Disparé la cámara cuando no me veía. Pensé que tal vez algún día me hiciera falta.
– Muy bien -dijo Nick en voz baja-. Ahora necesitamos que nos ayude.
Sábado, 20 de enero, 17:00 horas
– ¿Ves a ese flacucho calvo? -le susurró Ted Tercero a Sophie mientras despedían al último grupo del día-. Dirige una organización benéfica.
Sophie sonrió y siguió agitando la mano.
– Ya lo sé, me lo ha dicho. Tres veces.
– Es un poco arrogante -admitió Ted-, pero representa a un montón de gente rica que quiere que su dinero sirva «a la educación y al arte». Le has gustado, mucho.
– Ya lo sé. Por primera vez me he alegrado de llevar la armadura. Ha intentado pellizcarme el culo, Ted. -Puso cara de desagrado, pero Ted se limitó a sonreír.
– Llevabas una espada en la mano, Sophie. Míralo por el lado bueno. Es posible que la próxima vez tengas el hacha de combate. -Se aflojó la corbata-. Me parece que esta noche voy a echar la casa por la ventana y voy a salir a cenar con Darla.
– ¿Adónde la llevarás, a Moshulu's o a Charthouse? -preguntó ella, y Ted ahogó una carcajada de sorpresa.
– Mi idea de echar la casa por la ventana es un restaurante chino.
Se alejó, sacudiendo la cabeza.
– No salen nunca. No tienen dinero.
Sophie se dio media vuelta con movimientos torpes a causa de la armadura. Levantó la cabeza, más enfadada que asustada esta vez.
– ¡Theo!
– No recuerdo la última vez que salimos a cenar fuera. -Theo ladeó la cabeza-. Ah, espera. Sí. Fue justo antes de que papá te contratara.
– Theo, si tienes algo que decirme, dímelo ya, por el amor de Dios.
– Muy bien. Tu sueldo supera lo que ganan ellos dos juntos.
Sophie se lo quedó mirando estupefacta unos instantes.
– ¿Qué?
– Estaban muy emocionados contigo -dijo Theo con frialdad-. Mi madre accedió a renunciar a su sueldo. Suponían que tener una «historiadora auténtica» en el museo les ayudaría a aumentar los ingresos. Era un sacrificio temporal.
Se dio media vuelta para marcharse, pero Sophie lo aferró por el brazo.
– Theo, espera.
Él se detuvo, pero no se volvió a mirarla.
– No tenía ni idea de que mi sueldo les supusiera privaciones. -A ellos y, de rebote, a él. Se preguntó qué significaba para Theo pasar apuros económicos, qué implicaciones tenía para su futuro.
– Pues ahora ya lo sabes.
– El año pasado terminaste el instituto. ¿Por qué no vas a la universidad?
Él se tensó.
– Porque no tenemos dinero.
Sophie se esforzó por apartar el sentimiento de culpa que la invadía. Ted Tercero había hecho muchos sacrificios por aquel museo, pero a fin de cuentas los sacrificios eran voluntarios.
– Theo, lo creas o no tus padres me pagan menos de lo que ganaría trabajando en un McDonald's. Me ofrecería a devolverte el dinero, pero necesito hasta el último centavo para pagar la residencia de mi abuela.
Entonces el chico se volvió y Sophie se dio cuenta de que se había ganado cierta confianza.
– ¿Menos que en un McDonald's? ¿En serio?
– En serio. ¿Sabes qué? En lugar de enfadarnos, ¿qué te parece si nos dedicamos a pensar en formas de mejorar el negocio? Podemos organizar más visitas, más exposiciones.
Él apretó la mandíbula.
– Detesto las visitas. Paso vergüenza. Patty Ann está acostumbrada a hacer teatro, pero yo…
– Yo también pasaba vergüenza. Pero la gente lo agradece, Theo. El otro día, cuando estuvimos hablando, parecías interesado en lo de la exposición interactiva. ¿Aún te apetece montarla?
Él volvió a asentir.
– Sí. Se me da muy bien el bricolaje.
– Ya lo sé. Es asombroso lo bien que te quedaron los paneles de la Gran Sala. -Sophie pensó en Michael, en los bloques de madera y la catapulta que había construido-. Dame un poco de tiempo y pensaré en alguna forma de que utilices tus habilidades y ayudes a tu…
Entonces vibró el móvil que Sophie llevaba guardado dentro del sujetador y la chica dio un respingo. Se aflojó rápidamente los velcros que mantenían unido el peto.
– Ayúdame a quitarme esto, Theo.
Al mirar la pantalla del móvil se olvidó de todo lo que estaba pensando.
– Es de la residencia de mi abuela.
Respondió a la llamada con el corazón aporreándole el pecho.
– ¿Diga?
– Soy Fran.
Fran era la jefa de enfermeras y su tono sonaba apremiante.
Sophie notó que su acelerado corazón se detenía.
– ¿Qué ocurre?
– Anna ha sufrido un paro cardíaco y hemos tenido que avisar a una ambulancia. Sophie, tienes que darte prisa. La cosa no pinta bien, cariño.
A Sophie le flaquearon las piernas y se habría caído de no haber sido porque Theo la sujetó con fuerza.
– Voy ahora mismo. -Sophie cerró el teléfono con las manos trémulas. «Piensa.»
«Simon.» Tal vez fuera mentira. «¿Y si es una trampa?» Consciente de que Theo la estaba mirando, llamó a la centralita de la residencia de ancianos.
– Hola, soy Sophie Johannsen. Acabo de recibir una llamada y quería saber si mi abuela…
– ¿Sophie? Soy Linda. -Otra enfermera. Sophie dudaba incluso de si Simon Vartanian habría obligado a mentir a dos enfermeras-. ¿No te ha llamado Fran? Tienes que ir al hospital enseguida.
– Gracias. -Sophie colgó, se sentía mareada-. Tengo que ir al hospital.
– Te acompaño -se ofreció Theo.
– No te preocupes, gracias. Me acompañará el agente Lyons. -Miró alrededor, el pánico aumentaba con cada latido de su corazón-. ¿Dónde está?
– Sophie, ¿por qué te acompaña la policía a todas partes? -preguntó Theo siguiéndola a medida que ella avanzaba hacia la puerta del museo con tanta rapidez como le permitía la armadura.
– Ya te lo contaré. ¿Dónde está Lyons? Mierda. -Se detuvo en la puerta y miró fuera. Estaba oscuro. Los minutos transcurrían y Anna se estaba muriendo. El día en que murió Elle había llegado demasiado tarde. No permitiría que Anna muriera sola. Tiró del velcro que sujetaba las grebas-. Ayúdame a quitarme esto, por favor.
Theo se puso en cuclillas y la ayudó a retirarse las grebas. Luego le tomó el pie.
– Levanta la pierna.
Ella obedeció y se apoyó con una mano en el frío cristal mientras él tiraba de la bota. Miró fuera y vio a un policía, tenía la cabeza vuelta y no se le veía del todo la cara. A pocos centímetros de su boca se observaba la lumbre rojiza de un cigarrillo encendido. No era Lyons. Miró el reloj; pasaban de las cinco. «Ha habido cambio de turno.» Theo le quitó la otra bota y Sophie se precipitó hacia la puerta mientras agitaba las manos para despedirse de Theo.
– Gracias, Theo. Luego te llamaré.
– Espera, Sophie. No llevas zapatos.
– No tengo tiempo de ir a buscarlos, no puedo entretenerme.
– Ya te los traigo yo -se ofreció Theo-. No tardaré más de un segundo, espérame aquí.
Pero Sophie no tenía tiempo. Corrió hacia el nuevo agente sin importarle el frío tacto de la acera bajo sus pies descalzos. Solo tenía que aguantar hasta llegar al coche patrulla, en el hospital pediría unas zapatillas.
– Agente, tengo que ir al hospital. -«Rápido.»
Se dirigió al bordillo, junto al que estaba aparcado el coche patrulla, y oyó los pasos del agente tras de sí.
– Doctora Johannsen, espere. Tengo órdenes de que aguardemos aquí hasta que llegue uno de los detectives.
– No tengo tiempo de esperar a nadie. Tengo que ir al hospital.
– Muy bien. -La alcanzó y la asió por el brazo-. No corra tanto, no se vaya a resbalar con el hielo. A su abuela no va a servirle de mucho si sufre una caída y se queda inconsciente.
Ella estaba a punto de decirle que se diera prisa, pero de pronto se quedó helada. No había mencionada a Anna para nada. «Simon.» Apartó el brazo para librarse de él.
– No. -Había dado dos pasos cuando él le rodeó la garganta con el brazo y le cubrió la boca con un trapo. Sophie forcejeó con todas sus fuerzas, pero aquel hombre era alto y fuerte, y de repente oyó en su interior la queda e inquietante voz de Susannah Vartanian: «Simon es más corpulento»-. No.
Pero la palabra quedó ahogada por la mordaza y su visión empezó a tornarse borrosa.
«Resístete. Grita.» Su cuerpo ya no obedecía las órdenes de su cerebro. Su chillido sonó alto y estridente, pero tan solo dentro de su cabeza. Nadie podía oírla.
Se la llevaba a rastras. Ella se esforzó por volver la cabeza para ver adónde iban, pero no pudo. Oyó abrirse una puerta corredera y un dolor repentino le recorrió la columna vertebral. Lo notaba todo, pero no podía mover más que los ojos. Se encontraba tumbada de espaldas mirando hacia la puerta lateral de una camioneta.
Se esforzó por distinguir algo entre las borrosas imágenes y vio a Theo acercarse corriendo a él. «Los zapatos.» Theo llevaba en la mano sus zapatos. Sin embargo su mirada debió de alertar a Simon porque Theo Albright cayó con un simple puñetazo en la cabeza.
Empezaban a desplazarse. La camioneta traqueteó al pasar sobre algo abultado. Luego se alejó del aparcamiento con un chirrido de neumáticos. «Vito -pensó, tratando de resistirse al efecto de lo que hubiera en aquel trapo-. Lo siento.»
Y todo quedó sumido en la oscuridad.