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Jueves, 18 de enero, 21:55 horas

– Uau. -Sophie pestañeó al ver tantos coches en el camino de entrada de la casa de Vito-. ¿Qué pasa ahí?

– He organizado una minirreunión familiar -explicó Vito, y la ayudó a bajarse de la camioneta.

– ¿A eso llamas minirreunión? ¿Por qué la has organizado?

– Hay varios asuntos que tratar. -Miró a ambos lados de la calle aguzando la vista y Sophie se echó a temblar. Llevaba todo el camino desde la comisaría haciendo lo mismo, sin bajar la guardia ni un instante. Por otra parte, le había visto hablar con Katherine. Habían hecho las paces.

Seguro que ella le había contado algo. Resultaba imposible ignorar las preguntas que sus oscuros ojos traslucían cada vez que la miraba. También Sophie tenía preguntas que hacerle, pero Vito no había dispuesto ni siquiera de un minuto para hablar con ella desde que se despertaran a las cuatro de la madrugada. Incluso el camino de vuelta a casa se lo había pasado hablando por el móvil con Liz y Nick.

Durante las últimas horas, la unidad de transporte del estado había estado muy ocupada siguiendo la pista al presidente de oRo, Jager Van Zandt, en su trayecto por la I-95, gracias a las cámaras y los operadores de los peajes. Van Zandt había viajado a Filadelfia, lo cual a Vito le pareció muy interesante. Y, si se lo planteaba fríamente, también a Sophie se lo parecía. Mantener aquel grado de frialdad era lo único que la salvaba de caer en un estado de pánico absoluto. Y el pánico no le serviría de ayuda a nadie.

– ¿Qué asuntos? -quiso saber ella, y él la encaminó hacia la casa.

– El monovolumen es de mi hermano Dino. Ha venido a ver a sus cinco hijos, que llevan en mi casa desde el domingo. Cuánto tiempo se quedarán es uno de los puntos a tratar.

– ¿Cinco hijos?

Vito asintió.

– Sí, cinco. Ha sido muy emocionante.

Ella arqueó una ceja.

– Ahora entiendo por qué querías quedarte a dormir en mi casa. Solo lo hacías para poder descansar bien.

– Como si alguno de nosotros hubiera descansado bien una sola de estas noches. La mujer de Dino lleva unos días ingresada en el hospital. Otro de los puntos es enterarme de si hay novedades en cuanto a la fecha del alta. El viejo Volkswagen es de Tino. El Chevy es el coche de alquiler de Tess. El Buick es de mi padre; ha venido para conocerte.

Sophie abrió los ojos como platos.

– ¿Tu padre está ahí? ¿Voy a conocerlo? Tengo una pinta horrible.

– Estás preciosa. Por favor. Mi padre es un buen hombre y quiere conocerte.

Aun así, Sophie ralentizó el paso.

– Y… ¿dónde tienes la moto?

Él arqueó las cejas.

– En el garaje, con el Mustang. Si te portas bien, luego te los enseñaré. -Vaciló-. Sophie, si el asesino te observa, me habrá visto a mí también. Tengo que asegurarme de que no le ocurra nada a mi familia. Ese es el último punto a tratar.

– No había pensado en eso -musitó ella-. Tienes razón.

– Pues claro. Ahora entremos, aquí hace un frío brutal.

Sophie se vio arrastrada hasta una casa plagada de gente. En la cocina, una mujer con largos rizos castaños se encontraba frente a los fogones, mientras que un hombre alto con canas en las sienes mecía a un niño pequeño sobre su hombro. En la mesa había un adolescente con libros abiertos; estaba estudiando. En el sofá, un hombre musculoso con pelo cano y un niño sentado sobre una de sus rodillas veían la televisión a todo volumen. Otro niño yacía boca abajo en el suelo de la sala de estar con los ojos pegados a la pantalla, y un tercero se sentaba solo, obviamente malhumorado.

La única persona a quien Sophie reconoció fue a Tino; tenía el mismo aspecto que siempre había imaginado en los artistas del Renacimiento, con su pelo largo y sus ojos de mirada sensible.

Vito cerró la puerta y toda la actividad cesó. Sophie tuvo la impresión de haberse convertido de repente en el centro de atención.

– Bueno, bueno. -La mujer se acercó al vano de la puerta de la cocina con una cuchara en la mano y una sonrisa en el rostro-. Así que esta es la infame Sophie. Yo soy Tess, la hermana de Vito.

Sophie no pudo evitar sonreír a su vez.

– La mensajera. Gracias.

– Algún día me explicarás qué significado tiene ese cacharro y qué caray le pasa a la recepcionista del museo. Mientras tanto, bienvenida. -Tess la guió a la sala de estar y le presentó a todo el mundo sin entretenerse. Estaban Dino y Dominic. El niño pequeño era Pierce, el mayor era Connor y el malhumorado, Dante.

Entonces el hombre corpulento se levantó del sofá y de repente la sala pareció mucho más pequeña.

– Yo soy Michael, el padre de Vito. El retrato de Tino no te hace justicia.

Sophie pestañeó.

– ¿Qué retrato?

– No ha parado hasta conseguir que te dibujara -explicó Tino, y le tomó la mano-. ¿Cómo estás, Sophie? Hoy te han dado un buen susto.

– Ya estoy mucho mejor, gracias. -Se volvió hacia el padre de Vito-. Tiene usted unos hijos muy inteligentes y muy amables. Debe de estar orgulloso de ellos.

– Lo estoy. Y me alegro de ver por fin a Vito con una mujer. Empezaba a preocuparme que…

– Papá -le advirtió Vito, y Sophie se aclaró la garganta.

– Inteligentes, amables y varoniles -añadió ella, y oyó que Tess soltaba una risita.

Michael sonrió y Sophie descubrió de dónde había sacado Vito su aspecto de galán cinematográfico.

– Siéntate y háblame de tu familia.

Tess se apoyó en el brazo de Vito mientras su padre acompañaba a Sophie hasta el sofá con tanta solemnidad como si acompañara a una reina a sentarse en el trono.

– Estás perdido. Para cuando os marchéis ya le habrá sonsacado hasta el último detalle.

»Y luego yo le sonsacaré a él.

A Vito no le importó demasiado.

– Sophie sabe cuidarse. Tenemos que hablar, Tess.

La sonrisa que reflejaban los ojos de Tess se desvaneció.

– Ya lo sé. Tino me ha explicado que el asesino a quien buscáis fue a ver a Sophie ayer. Tiene que estar desquiciada. -Se sentaron a la mesa, con Tino, Dino y Dominic-. Habla, Vito.

– Todos habéis visto las noticias. Hemos descubierto un terreno plagado de cadáveres, y el hombre que los enterró allí ha estado observando a Sophie. No pienso perderla de vista.

Dino asintió con semblante adusto.

– ¿Y mis niños? ¿Corren peligro?

– No hay indicios de que el asesino esté pendiente de ningún policía. No obstante, es listo y sabe que andamos tras él, o sea que no puedo asegurarte nada. Hasta que todo termine, me mantendré alejado de esta casa.

Dino parecía hundido.

– No podremos volver a la nuestra hasta que no hayan cambiado toda la moqueta. Mientras, puedo buscar un piso de alquiler, pero me llevará unos cuantos días. Nadie más de la familia vive en una casa lo bastante grande para acogernos a todos.

– Sé que mamá y papá no tuvieron más remedio que vender la casa, pero ojalá hubieran tardado un poco más -rezongó Tino-. Allí cabían hasta diez niños.

La casa en que ellos habían crecido tenía muchas escaleras, todo lo contrario del piso en que ahora vivían sus padres. Eso le permitía a Michael conservar sus energías. Todos tenían las esperanzas puestas en cualquier cosa que sirviera para alargar un poco más la vida de su padre. De pronto, Vito deseó que el hombre viviera para conocer a sus hijos, a quienes imaginaba con el cabello rubio y los ojos verdes y vivos.

– Podemos irnos a un hotel -se ofreció Dino, pero su voz no denotaba mucha convicción.

– No, aquí estáis bien, Dino, de verdad. Y cuando Molly se recupere podéis instalaros en el piso de arriba. Yo me mudaré abajo, con Tino.

– Tiene razón -opinó Tino-. Tess, Dom y yo nos encargaremos de vigilar a los niños, y pronto Vito nos sacará de este apuro y podremos volver al bullicio habitual.

– Yo me quedaré por aquí hasta que Molly esté recuperada del todo -dijo Tess-, así que no tienes de qué preocuparte.

– ¿Y tu consulta psiquiátrica? -protestó Dino-. ¿Y tus pacientes?

– Los tengo a todos colocados. Además, ya no son tantos. Ahora trabajo menos horas.

Porque estaba intentando tener familia, observó Vito apenado. Tess sería una madre estupenda. Si en el mundo existía la justicia, lograría tener los hijos que tanto deseaba.

Y Sophie también. Vito se puso en pie.

– Voy a hacer la maleta. Dino, trasládate cuando quieras.

Tino esbozó una pícara sonrisa.

– A lo mejor nuestro hermanito mayor está tan dispuesto a ofrecer su casa porque sabe que pronto tendrá otra.

– Menudo bombón, Vito -añadió Dino con una mueca. Le dio un codazo a Dom-. ¿No crees?

Dominic se sonrojó.

– Parad ya -masculló.

– Le ha echado el ojo a una chica del instituto -explicó Dino, y Dominic se quedó mirando a su padre.

Tess le dio una palmadita en el brazo.

– Relájate, Dom, y vete acostumbrando. Reza para que no se entere tu abuelo si no quieres recibir una amonestación.

– ¿Qué amonestación? -preguntó Michael, que en ese momento entraba casualmente en la cocina. Sin aguardar respuesta, empezó a revolver todos los cajones.

– ¿Qué buscas, papá? -quiso saber Vito.

– Las cucharas de madera de mango largo y los pinchos esos para el maíz. Sophie les está enseñando a los chicos a fabricar una catapulta.

– Solo les falta otra excusa para empezar a tirarse cosas a la cabeza -gruñó Dino, pero se levantó para ayudar a su padre a buscar-. Así que una catapulta, ¿eh? Están muy de moda.

Tino arqueó una ceja.

– Va por ahí zumbando sobre dos ruedas, fabrica armas de asedio medievales con utensilios domésticos y tiene unas bonitas… camisetas.

Dino se echó a reír.

– Da la impresión de que es una buena guardiana, Vito.

– Ha llegado el momento de salir de esta casa. Tino, me gustaría que me echaras una mano. -Vito tenía que pedirle información sobre cámaras de videovigilancia y no quería hablar de ello delante de Tess. La aversión que la chica sentía por las cámaras ocultas estaba más que justificada puesto que unos años atrás la habían estado acechando.

Cuando Vito regresó, su padre se encontraba en el sofá, tallando un bloque de madera. Sophie estaba sentada en el suelo, ayudando a los chicos a construir un fuerte con los libros que antes aparecían perfectamente ordenados en las estanterías. Pierce levantó la cabeza; su pequeño rostro rebosaba entusiasmo.

– Estamos haciendo un castillo, tío Vito. Tendrá hasta un foso.

– Yo no he dicho nada de fosos, Pierce -lo corrigió Sophie-. A tu tío no le haría gracia que le inundáramos el salón, así que de eso nada. -Vito se estremeció cuando Connor dejo caer otra pila de libros junto a Sophie, pero ella se limitó a sonreír con dulzura-. Gracias, Connor. ¿Cómo va el contrapeso de la catapulta, Michael?

El padre de Vito la miró ofendido.

– Hacer las cosas bien lleva su tiempo, Sophie.

– Eduardo de Inglaterra solo tardó unos meses en construir la catapulta más grande de todos los tiempos, Michael -respondió ella en tono burlón-. Arrojaba pesos de hasta ciento veinte kilos. Nosotros solo lanzaremos granos de maíz, así que dese prisa.

– Ya va siendo hora de marcharse -dijo Vito-. Los chicos tienen que irse a dormir. -«Y yo también», pensó esperanzado.

– Oh, tío Viiito -protestó Pierce-. Déjanos jugar un ratito más.

– Sí, tío Viiito -imitó Sophie. Su puchero resultó más convincente que el de Pierce y los dos cómplices prorrumpieron en risas-. Al menos déjanos terminar la muralla del patio exterior. -Lo miró de soslayo con regocijo-. Si nos ayudas, acabaremos antes.

Se la veía tan contenta que fue incapaz de negarse. Se acomodó en el suelo y miró alrededor.

– ¿Dónde está Dante? Tendría que estar aquí ayudándonos.

– No ha querido jugar -explicó Pierce-. Ha dicho que no se encontraba bien.

– ¿Está enfermo? ¿Lo llevamos otra vez al médico? Igual ha estado expuesto al mercurio más tiempo del que creíais. -Vito se dispuso a levantarse, pero su padre sacudió la cabeza.

– Dante está sanísimo, solo que últimamente le da muchas vueltas a la cabeza.

– Él rompió el contador de gas -dijo Pierce sin rodeos.

Vito recordó el absoluto desespero que denotaba el semblante del chico la noche en que lo encontró llorando en el porche.

– Eso me temía. ¿Cómo ocurrió?

– En el barrio se organizó una pelea con bolas de nieve -explicó Michael-. Uno de los niños vecinos se chivó a su madre y Dante tuvo que dar explicaciones. Al principio mintió, dijo que no sabía cómo había ocurrido. Por suerte, Molly se pondrá bien y, mirándolo por el lado bueno, al chico le espera un gran futuro como bateador de béisbol en los Phillies. Menudo brazo tiene el tío.

– Dante tiene dos brazos, abuelito -lo corrigió Pierce-. Y lo has llamado «tío».

– Sí, tiene dos brazos muy fuertes -admitió Michael-. Y tienes razón, lo he llamado «tío». Lo siento, Pierce, no lo haré más. El contrapeso está listo, Sophie.

Ella los había estado observando llena de curiosidad.

– ¿Me pondrás al corriente? -le preguntó a Vito.

Él exhaló un suspiro.

– Claro, ya llevamos demasiado interés acumulado.


Jueves, 18 de enero, 23:35 horas

– Ha sido todo un detalle por parte de Tess prepararnos la cena para que nos la lleváramos -dijo Sophie, rebañando el plato. Estaba sentada en la cama, desnuda, mientras Vito disfrutaba del placer de contemplarla recostado sobre las almohadas. Ella lamió el tenedor. -Incluso frío está buenísimo.

– No estaría frío si nos lo hubiéramos comido al llegar -la provocó Vito-. Pero no, la señorita es una tigresa y no ha parado hasta subirme por la escalera a rastras.

Ella sonrió y le apuntó con el tenedor.

– Voy a ajustarte las cuentas.

Él la miró lleno de deseo.

– Sí, sí; las palabras se las lleva el viento. Ven aquí y salda tu deuda.

La sonrisa de Sophie se desvaneció. Apartó los platos con cuidado y Vito supo que había llegado el momento de quedar en paz.

– Hablando de saldar cuentas, Ciccotelli, me parece que ya es hora de hablar claro. Quiero que me expliques lo de las rosas. Me parece que ya he tenido bastante paciencia.

– Tienes razón. -Suspiró-. Se llamaba Andrea.

Sophie se sonrojó.

– ¿Y la amarás siempre?

Negarlo habría sido un error.

– Sí.

Sophie tragó saliva.

– ¿Cómo murió?

Vito vaciló, pero enseguida lo soltó.

– La maté yo.

Sophie lo miró estupefacta unos instantes; luego negó con la cabeza.

– Cuéntamelo todo, Vito. Desde el principio.

– Conocí a Andrea por un caso, el asesinato de un adolescente, su hermano pequeño.

– Vaya. -Los ojos de Sophie se llenaron de tristeza-. Qué duro debe de ser perder así a un familiar.

Vito se acordó del nombre que Katherine había pronunciado sin querer, Elle, y se preguntó quién sería. Pero ahora le tocaba hablar a él y no era su estilo hacerse el sueco.

– Nick y yo llevábamos el caso juntos y a mí me gustaba Andrea. Yo a ella también le gustaba, pero al principio se resistía.

– ¿Por qué?

– En parte porque aún estaba demasiado apenada por lo de su hermano. Temía refugiarse en mí para evitar el dolor emocional. Pero también había otros motivos que complicaban las cosas. Además de ser parte interesada en el caso, era policía, y mi categoría era superior a la suya. Sin embargo yo insistí y me dediqué a perseguirla.

Sophie esbozó una sonrisa irónica.

– Eso me suena de algo.

– Me lo pensé mucho antes de enviarte el regalo, no quería insistir si de veras tú no lo deseabas. Pero me parecías fascinante, Sophie.

– Hiciste lo correcto, dejaste la decisión en mis manos. Pero no estábamos hablando de mí, así que sigue.

– Insistí tanto que al final Andrea accedió, pero no quería que su jefe se enterara y optamos por mantenerlo en secreto hasta que supiéramos hacia dónde queríamos llevar la relación. Llegado el momento, tendríamos que tomar decisiones en el terreno profesional; no nos parecía prudente quemar las naves antes de saber si lo nuestro era para siempre.

– De entrada os parecía que sí lo era.

– Sí. Al cabo de unos meses, decidimos aclarar las cosas con nuestros jefes. Mi superior era Liz, y yo confiaba en que ella nos ayudaría a encontrar la mejor solución. Sin embargo el jefe de Andrea no era tan magnánimo, y ella temía buscarse problemas. A todo esto, Nick y yo seguíamos trabajando en el caso de su hermano pequeño y resultó que el asesino era el hermano mayor. Andrea se quedó deshecha.

– ¿Por qué un hermano mató al otro?

– Por asuntos de drogas. El mayor consumía heroína y el menor se metió por medio. La noche en que Andrea murió, yo acababa de llegar a casa tras salir de la suya cuando recibí una llamada de la comisaría. Un vecino había visto regresar al hermano mayor de Andrea y llamó al 911. -Suspiró-. Después descubrimos que ella le había dado dinero.

Sophie se estremeció.

– Lo estaba ayudando a escapar.

– Sí, pero Nick y yo no lo sabíamos. Ni siquiera se nos pasó por la cabeza dicha posibilidad. Fuimos a su casa y pedimos refuerzos para cubrir todas las salidas. Andrea no debería haber estado allí, había salido de su casa conmigo. Esa noche le tocaba guardia.

– Pero estaba allí.

Vito cerró los ojos, lo recordaba todo con absoluta claridad.

– Sí, allí estaba. El hermano de Andrea oyó que lo llamábamos por megafonía. Creemos que Andrea intentó que se rindiera y al no conseguirlo le apuntó con la pistola. Sin embargo, él le golpeó la cabeza con una silla; en ella encontramos pelo y sangre. Demasiado tarde otra vez. Evacuamos a los vecinos y luego irrumpimos en la vivienda. El hermano de Andrea empezó a disparar.

– Le había quitado la pistola.

– Sí. Ya había anochecido cuando lo acorralamos en la escalera. Él apagó la luz y todo quedó a oscuras. Nick encendió su linterna y el muy cabrón le disparó; la bala le rozó el hombro. Nick apagó la linterna, pero el hermano de Andrea siguió disparando. Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad logramos divisar su silueta y también la emprendimos a tiros. Al cabo de un minuto dejamos de disparar y volvimos a encender las linternas. Estaba muerto. Y ella también.

Sophie acarició el brazo de Vito.

– Oh, Vito. ¿Utilizó a su propia hermana como escudo?

– No lo sabemos. Ni siquiera sabíamos que estaba en el edificio. La había dejado inconsciente y había empezado a arrastrarla escalera abajo. Supongo que la tomó como rehén. Si le hubiera permitido llegar a la calle, la habríamos visto.

– Si le hubieras permitido salir a la calle, habría dispuesto de muchos más blancos, Vito. Se habría liado a disparar a los vecinos evacuados y a los transeúntes curiosos. Tú lo impediste. No puedo creer que te echaran la culpa.

– No lo hicieron. Hubo una investigación; pasa siempre cuando un policía dispara el arma. Esa vez fue un poco más a fondo porque hubo víctimas. Un policía también murió.

– ¿Nadie se enteró de lo tuyo con Andrea?

– No. Habíamos logrado comportarnos con mucha discreción. Solo lo sabía Nick porque le hice un comentario al verla tendida en la escalera. -«Cubierta de sangre»-. Ahora Tino también lo sabe, se lo conté el año pasado, en el primer aniversario de su muerte. Estaba destrozado.

– Lo comprendo.

– Liz se olía algo, pero no tenía ni idea de que Katherine lo supiera. Me enteré anoche.

Sophie suspiró.

– Por la cuenta que le trae, no lo habría mencionado de no temer por mi vida. Guarda muy bien los secretos, es una tumba.

Vito arqueó una ceja.

– No tanto. Me ha hablado de Elle.

Sophie alzó los ojos, sorprendida.

– Parece que la tumba ha sido profanada.

– Así que Elle murió -dijo Vito-. ¿Quién era? ¿Tu hermana?

– ¿Cómo lo has adivinado?

– Katherine dijo que Anna dejó de viajar al darse cuenta de que con Sophie y Elle se le ofrecía otra oportunidad. -Se encogió de hombros-. Además, soy detective.

– No se te dan muy bien las catapultas, pero no te lo tendré en cuenta.

Él pasó los dedos por el delicado perfil de su mentón.

– ¿Quién era Elle, Sophie?

– Mi hermanastra. Yo tenía doce años cuando nació. Había ido a Francia a pasar el verano y cuando volví a casa me encontré con un gran alboroto. Mi abuela estaba de gira cuando Lena se presentó en casa de Harry con otro regalito. Elle no tenía ni una semana.

– Tu madre tiene el instinto maternal de un cocodrilo.

– Los cocodrilos cuidan de sus crías mucho mejor que ella. Fue entonces cuando Anna se retiró definitivamente. Canceló todos sus compromisos a excepción de Orfeo, porque la función era en Filadelfia.

– O sea que tuve mucha suerte al oírla cantar.

– Sí, mucha.

– Y Anna crió a Elle.

– Lo hicimos entre Anna y yo. Sobre todo yo. Anna tampoco era precisamente maternal. «Ocúpate de ese bebé», bramaba siempre que volvía de la escuela. Pero a mí no me importaba, Elle era mía.

– Era la primera vez que algo te pertenecía de verdad, ¿no?

Sophie sonrió con gran tristeza.

– Ya te he dicho varias veces que soy bastante previsible. Elle tenía muchos problemas de salud, entre ellos una grave alergia alimentaria, así que no le quitaba ojo de encima. Y extremaba la vigilancia siempre que Lena se presentaba en casa como si tal cosa. Nunca cuidó de Elle en condiciones.

– ¿Lena volvió a casa?

– Aparecía de vez en cuando. Se sentía culpable, volvía a casa, se apoderaba de Elle y se marchaba al cabo de uno o dos días. Yo al principio tenía la esperanza de que Elle fuera lo bastante importante como para que Lena sentara cabeza, aunque no sintiera lo mismo por mí. Pero no fue así. Pasó el tiempo y Elle creció. -Sophie esbozó una sonrisa-. Era una niña preciosa. Parecía un ángel de Boticcelli, con los tirabuzones y aquellos grandes ojos azules. Yo tenía el pelo más liso que una tabla y era alta y desgarbada, pero Elle era guapísima. La gente se volvía a mirarla por la calle, y le regalaba cosas.

– ¿Cosas? ¿Qué cosas?

– Cosas inocuas, como pegatinas o muñecas. A veces le daban comida, y yo me asustaba mucho porque su alergia era muy fuerte. Siempre tenía que leer las etiquetas.

Vito creyó adivinar cómo seguía la historia.

– Y un día Lena volvió cuando tú no estabas y le dio un alimento inapropiado.

– Fue la noche de mi fiesta de graduación. Yo no salía mucho, siempre tenía que ocuparme de Elle; incluso dejé de pasar los veranos en Francia. Pero era mi graduación, y mi pareja era Mickey DeGrace.

– Debía de ser alguien muy especial -insinuó Vito en tono irónico.

– Desde mi primer año de instituto estaba loca por él. Nunca me había hecho caso, pero Trisha, la hija de Katherine, se empeñó en que me hacía falta un cambio de imagen. La cosa funcionó; por primera vez era Mickey quien estaba loco por mí. Llegó la noche de la fiesta y… bueno, desaparecimos del baile. Mickey conocía los mejores rincones del instituto. Yo me sentía tan emocionada de que se interesara por mí que lo seguí.

Sin duda eso no era nada bueno, pensó Vito. La culpabilidad que Sophie sentía por la muerte de su hermana iba de la mano de la que le provocó su primera experiencia sexual.

– ¿Qué ocurrió, Sophie?

– Estábamos… ya sabes. Cuando noté los golpecitos en el hombro pensé que iban a expulsarme. Vi cómo las expectativas de mi amigo se desvanecían ante mi primera y única indiscreción.

– ¿Eras virgen? -dijo Vito, y ella asintió.

– Supongo que eso fue lo que atrajo a Mickey. Se había acostado con todas las demás y yo era carne fresca. La cuestión es que me estaba preguntando cómo iba a explicar… aquello cuando reparé en la cara de la profesora y… comprendí lo que había ocurrido. Ella ni siquiera vio a Mickey subirse los pantalones.

– Era Elle. Lena había vuelto.

– Lena había vuelto y se había llevado a Elle a la heladería. La profesora me llevó allí corriendo, pero ya era demasiado tarde. Vi a Katherine llorando. -Sophie exhaló un hondo suspiro-. Estaba cerrando la bolsa del cadáver cuando yo llegué, aún con mi vestido de noche. Levantó la cabeza, y al verme…

Sophie se estremeció.

– Ocurrió lo mismo que el domingo pasado -aventuró Vito, y ella asintió.

– Lo mismo. Lo siguiente que recuerdo es haberme despertado aquí. Mi tío Harry estaba durmiendo ahí. -Señaló una silla-. Elle había muerto. Lena le había pedido una copa de helado con doble acompañamiento de frutos secos. Se le hinchó la garganta y se ahogó. Lena la mató. -Sophie levantó la cabeza, tenía la mirada llena de amarga ira-. Te dije que tenía buenos motivos para odiar a mi madre, Vito.

– ¿Sabía Lena lo de su alergia?

Los ojos de Sophie echaban chispas.

– Para eso tendría que haber pasado un poco más de tiempo con ella. Mira, no sé qué sabía Lena, lo que sé es que no podía aparecer y llevarse a Elle tan alegremente. Elle era mía.

Vito recordó las palabras pronunciadas por Katherine el domingo anterior en el escenario del crimen. «Fue un accidente», dijo. Vito estaba de acuerdo, pero no cometió el error de decirle lo mismo a Sophie.

– Lo siento, cariño.

Ella tomó aire y luego lo soltó.

– Gracias. El hecho de compartirlo ayuda. Después de su muerte me deprimí mucho. No podía soportar vivir más tiempo en esta casa, todo me recordaba a Elle, así que Harry me envió con mi padre. Alex me convenció para que me quedara en Francia y fuera a la universidad de París. Allí conocí a Étienne Moraux. Alex tenía contactos y dinero para pagarme los estudios. Yo conseguí un buen expediente, aprender a hablar francés con fluidez y la doble nacionalidad. Me convertí en una buena ayudante para Étienne, uno de los arqueólogos más prominentes de Francia.

– ¿Y cómo conociste a Brewster?

– Anna quería que regresara a casa, así que envié una solicitud a la Universidad Shelton para cursar allí el doctorado. Alan Brewster ya era toda una leyenda y hacerlo con él suponía mucho, mucho prestigio. -Se estremeció-. Lo de «hacerlo con él» no va con segundas.

– No lo pensaba -dijo Vito-. O sea que cursaste el doctorado con Brewster. ¿Y luego?

– Nos enamoramos locamente. Siempre que salía con alguien de mi edad me acordaba de Mickey DeGrace, y de Elle, así que dejé de ir con chicos. Hasta que conocí a Alan. Era el primer hombre que no me recordaba a Mickey. Creía que me amaba. Fuimos a trabajar a una excavación de Francia y Alan empezó a mostrarse atento conmigo. Al cabo de muy poco ya hacíamos salir humo de su tienda de campaña. Más tarde descubrí que estaba casado y que siempre se acostaba con sus ayudantes, y que… luego lo iba aireando por ahí. De todas formas, me puso un excelente -añadió con amargura-. Dijo que era una de las ayudantes más «hábiles» que había tenido.

Vito recordó esas mismas palabras pronunciadas por Brewster y pensó que ojalá le hubiera pegado un puñetazo a aquel traidor cuando tuvo la oportunidad. Ahora había desaparecido. Tal vez debiera haberlo vigilado más, reflexionó.

– Y yo te dije que era un imbécil y que lo mejor que podías hacer era olvidarlo.

– Y eso hice, más o menos. Regresé con Étienne. Me ofreció una plaza en su programa de doctorado. Por fin me doctoré y Anna quiso que regresara a casa. Conseguí un puesto en una universidad de Filadelfia, pero entonces Amanda y Alan entraron en acción y todo el mundo me rehuía o se burlaba de mí. Así que volví a Francia, me evitaba problemas. Trabajé durante meses para que me aceptaran en la excavación del castillo de Mont Vert, y cuando por fin lo había conseguido Harry me telefoneó para decirme que Anna había sufrido un derrame. Lo dejé todo y regresé a casa. -Arqueó las cejas-. Luego Ted me ofreció trabajo en el museo y me salieron las clases en Whitman. Y te conocí a ti.

– Pero tu padre era rico. ¿Por qué te hacía tanta falta el dinero?

– Alex me dejó una buena herencia, pero me lo he gastado casi todo en las residencias de ancianos. Y esto es todo.

– Gracias por explicármelo. -Extendió el brazo y ella se arrimó.

– Gracias a ti también. Pase lo que pase con lo nuestro, Vito, no le contaré a nadie lo de Andrea, aunque no tienes que avergonzarte de nada. Ella hizo su elección. Y tú hiciste tu trabajo.

Vito frunció el entrecejo. Él ya había decidido qué quería que pasara con aquella relación. Deseaba a Sophie desde el momento en que la vio por primera vez, pero su deseo se transformó en ganas de quedarse junto a ella para siempre al darse cuenta de cómo había conseguido hacer reír a sus sobrinos gracias a una catapulta que lanzaba granos de maíz y estaba fabricada con una cuchara de madera y un pincho, y el contrapeso que había tallado su padre.

Le preocupaba que ella no lo tuviera tan claro. Pero ya tendría tiempo de pensar en eso. Le dio un beso en la sien y apagó la luz.

– Vamos a dormir.

– Oh, tío Viiito -protestó ella en la oscuridad-. ¿No podemos quedarnos despiertos un ratito más?

Él se echó a reír.

– Solo cinco minutos. -Y ahogó un gemido cuando ella deslizó la mano por su cuerpo y le rodeó con ella el miembro.

– O diez.

Sophie ocultó la cabeza bajo las sábanas y él cerró los ojos expectante.

– Bueno, tómate el tiempo que necesites.


Viernes, 19 de enero, 7:15 horas

– ¿Hola? -gritó Sophie al entrar en el Albright-. ¿Hay alguien en casa?

– Este lugar sin luz resulta muy tétrico con todas esas espadas y armaduras -susurró Vito-. No me sorprendería que en cualquier momento aparecieran Fred, Velma y Scooby-Doo.

Ella le clavó un codazo en las costillas y se alegró al oírlo gruñir.

– Silencio.

Darla salió de su despacho y, al ver a Vito, abrió los ojos como platos.

– ¿Quién es este?

Sophie se bajó la cremallera de chaqueta y encendió la luz.

– Darla, el detective Ciccotelli. Vito, Darla Albright, la esposa de Ted. Por favor, dile que no estoy metida en ningún lío.

Vito y Darla se estrecharon la mano.

– Encantado de conocerla, señora Albright. -La saludó con la cabeza, bajándola un poco más de lo habitual-. Sophie no está metida en ningún lío. Siempre lía las cosas, pero eso es distinto.

Darla se echó a reír.

– Qué me va a contar. Sophie, ¿por qué siempre vienes acompañada?

– Tengo problemas con el coche -respondió, y Darla la miró con tan poco convencimiento como Ted.

– Ya. Bueno, encantada de conocerle, detective. Sophie, has recibido un paquete. Al llegar lo he encontrado en la puerta. -Señaló el mostrador y regresó a su despacho.

Sophie miró la cajita marrón y luego a Vito.

– Esta semana he recibido un regalo agradable y otro desagradable. ¿Qué hago? ¿Abro esa caja o miro qué hay detrás de la segunda cortina?

– Yo la abriré -dijo Vito, y se puso unos guantes muy finos. Al leer la tarjeta se quedó perplejo-. O es un código secreto o es ruso.

Sophie sonrió al leer la nota.

– Son letras cirílicas. El paquete es de Yuri Petrovich. «Para tu exposición.» Ábrelo, por favor. -Vito lo hizo y Sophie ahogó un grito de sorpresa y alegría-. ¡Vito!

– Es una muñeca -dijo él.

– Es una matrioshka. Un juego de muñecas que van una dentro de otra.

– ¿Tiene valor?

– ¿Material? No. -Abrió la primera muñeca y encontró otra nota que hizo que se le hiciera un nudo en la garganta-. Pero su valor sentimental es inestimable. Pertenecía a su madre, es una de las pocas cosas que se llevó de Georgia. Quiere cedérmela para la exposición sobre la Guerra Fría. Ayer estuvo aquí, quería darme las gracias. Nunca se me habría ocurrido pensar que me regalaría una cosa así.

– ¿Por qué te está tan agradecido?

– A través de Barbara, la bibliotecaria, le envié una botella de un vodka muy bueno. La tenía mi abuela en el mueble bar y estaba sin abrir. Pensé que él la apreciaría mucho más que ella.

– Está visto que le has causado muy buena impresión, Sophie Alexandrovna -la provocó Vito, y luego la besó con delicadeza-. Como a mí.

Ella sonrió y guardó la muñeca en la caja.

– ¿Quieres visitar el museo?

– No tengo tiempo. -Se puso serio-. Pero quiero que me muestres el lugar donde viste a Simon.

Sophie lo condujo hasta el mural con las fotos de las expediciones de Ted Primero.

– Fue aquí.

Vito asintió.

– ¿Y qué te dijo exactamente?

Sophie se lo explicó. Luego sacudió la cabeza mientras observaba el lugar donde había estado Simon.

– ¿Qué pasa? -preguntó Vito-. ¿Te has acordado de alguna otra cosa?

– Sí, pero no tiene nada que ver con Simon.

– ¿Qué es, Sophie? -la instó él con suavidad-. Dímelo.

– Pensaba en Annie Oakley, la francotiradora del circo. Hizo demostraciones para varios monarcas europeos. Un día eligió a un voluntario de entre el público y de un disparo hizo caer la ceniza del cigarrillo que sostenía en la boca. Ese hombre resultó ser el káiser Guillermo. Lo que ocurrió luego forma parte de la historia. Sin embargo se dice que más tarde Annie lamentó no haber errado el tiro para así haber evitado la Primera Guerra Mundial.

– No la habría evitado -repuso Vito-. Un hombre solo no empieza una guerra.

– Eso es cierto, pero creo que comprendo un poco cómo se sintió Annie. Cuando vi a Simon, acababa de terminar la visita de la reina vikinga -dijo con un hilo de voz-. Llevaba un hacha al hombro, y cuando me miró la aferré con fuerza porque se me puso la carne de gallina. Obviamente me dominé. Pero ahora pienso que ojalá me hubiera dejado llevar por mi impulso.

Vito la asió por los hombros y la volvió hacia él.

– Sophie, ese hombre ya ha matado a mucha gente y eso no podías evitarlo. Además, no me gustaría que tuvieras que pasarte la vida amargada por el recuerdo de ese hombre con un hacha clavada en la cabeza. Deja que seamos nosotros quienes nos encarguemos de él. Luego, cuando esté entre rejas, míralo todo lo que quieras.

– De acuerdo -musitó ella, pero la imagen del hacha clavada en la cabeza de un hombre que había matado a tanta gente se le antojó de lo más agradable.


Viernes, 19 de enero, 8:00 horas

Vito lanzó la caja de donuts sobre la mesa.

– Espero que estés contenta.

Jen miró dentro de la caja.

– No son de la panadería de tu barrio.

Vito la estudió con los ojos entornados.

– No me gustaría tener que pegarte, Jen.

Ella esbozó una sonrisa burlona.

– No creía que fueras a traer más donuts. Lo dije solo para fastidiarte.

– Hablando de fastidiar -empezó Nick mientras se acomodaba en una de las sillas-, ¿sabéis ese ruido tan molesto que se oye todo el rato en la cinta? Ese que suena como un chirrido. Los del departamento de electrónica creen que es la polea de un ascensor.

Jen tomó un donut glaseado.

– Eso acota un poco las posibilidades.

El resto de los miembros del equipo entraron en la sala y ocuparon sus asientos alrededor de la mesa: Liz, Nick y Jen a un lado; Katherine y Thomas Scarborough al otro. Vito se dirigió a la pizarra y anotó «Zachary Webber» en el tercer recuadro de la primera fila antes de tomar asiento en el extremo de la mesa.

– Solo nos faltan dos víctimas por identificar.

– No está mal, Vito -lo alabó Liz-. No pensaba que lograrais identificar siete de los nueve cadáveres en menos de una semana. Como ya los tenéis casi todos les he asignado otro caso a Bev y Tim. Se me está acumulando el trabajo.

– Esos dos nos han ayudado mucho -dijo Nick-. Los echaremos de menos -añadió con tristeza. Pero se animó de inmediato-. Como no están, tocamos a más donuts por cabeza.

– Bien dicho -soltó Jen con una sonrisa, y se chupó los dedos. Luego deslizó una hoja de papel hacia donde estaba Vito-. Según los geólogos de la Secretaría de Agricultura, estas son las zonas dentro de un radio de ciento cincuenta kilómetros en las que se encuentra normalmente el tipo de tierra de las fosas.

Vito sacudió la cabeza al ver el mapa.

– Eso son decenas de hectáreas, no nos ayuda en nada.

– Cientos -lo corrigió Jen-. Lo siento, Vito, es todo lo que podemos conseguir de momento.

– ¿Qué hay del lubricante de silicona? -preguntó él, y Jen se encogió de hombros.

– He enviado una copia de la formula a todos los pequeños laboratorios que se anuncian en la revista que te dio el doctor Pfeiffer. Aún no tengo respuesta de ninguno. Hoy volveré a llamar.

– ¿Katherine?

– He enviado una petición al forense de Dutton para que consiga el certificado de defunción de Simon Vartanian. Y también he iniciado los trámites para la exhumación del cadáver de quienquiera que esté enterrado en la tumba de Simon.

– ¿Cuándo empezarán a cavar? -preguntó Liz.

– Con suerte, esta misma tarde. El agente Vartanian hizo anoche unas cuantas llamadas para agilizar las cosas.

Vito miró alrededor de la mesa.

– Daniel y Susannah Vartanian. ¿Opiniones?

– Se sorprendieron de veras al saber que Simon sigue vivo -dijo Thomas-. Lo raro es que no preguntaran cómo encontramos a sus padres.

– A lo mejor pensaban que no íbamos a decírselo -apuntó Jen.

Nick negó con la cabeza.

– Yo lo habría preguntado, sobre todo después de lo que se ha hablado en las noticias de este caso. No es ningún secreto que en ese terreno encontramos un montón de cadáveres. Incluso después de tener toda la zona cubierta con un toldo han aparecido imágenes aéreas en televisión, y Simon lleva unos cuantos días en Filadelfia. Yo en su lugar querría saber si mis padres estaban enterrados ahí. Pero los Vartanian no hicieron ni una sola pregunta al respecto.

– Yo por una parte lo habría preguntado -dijo Jen-. Pero por otra no sé si querría saberlo.

Una de las comisuras de los labios de Liz se arqueó.

– Hay una buena noticia, y es que la ex novia de Greg Sanders se presentó anoche en la misa que se celebró en memoria del chico. Había estado huyendo de los acreedores de Greg; quienes entraron en su piso fueron personas a las que Greg debía mucho dinero por culpa del juego. El señor Sanders se ofreció a pagar las deudas de su hijo para proteger a Jill.

– Incluso después de muerto tiene que ayudarlo -masculló Vito-. Me pregunto cuánta inmundicia habrá tenido que limpiar el padre de Simon para salvaguardar su honor. ¿Qué más?

– Tenemos los resultados del análisis de las cartas de Claire Reynolds -prosiguió Jen-. El grafólogo a quien he consultado opina que es «bastante probable» que fuera la misma persona quien firmó las dos cartas.

– Ah, tenemos muestras de escritura de oRo -recordó Vito-. De Van Zandt y de su secretaria. Puedes pedirle al experto que también las compare con las firmas.

– Lo haré. En cuanto a la carta en la que el doctor Gaspar de Texas solicita el historial de Claire, resulta que tal persona no existe. La dirección corresponde a un centro veterinario.

Liz ladeó la cabeza, perpleja.

– ¿Recibieron allí el historial de Claire?

– No lo sé. Hoy telefonearé al centro. En el laboratorio han examinado la tinta de la carta y parece igual a la de la otra. Claro que en toda la ciudad pueden encontrarse muchísimas más hojas impresas con esa misma tinta, pero resulta curioso que coincidan la marca y el modelo de la impresora; seguro que quiere decir algo.

– ¿Hay huellas? -quiso saber Vito.

Jen soltó una risita burlona.

– ¿En la carta de dimisión? Cientos. Probablemente resultaría imposible aislarlas. Sin embargo en la carta del doctor hay muy pocas. ¿A manos de quién pudo ir a parar?

– De Pfeiffer y su recepcionista. Solicitaremos sus huellas y las eliminaremos de la carta.

– Me ocuparé de ello en cuanto lleguen a la comisaría -se ofreció Jen.

– ¿Le pediste a Sophie que echara un vistazo a la marca de la mejilla de Sanders? -preguntó Nick.

Vito puso mala cara. Se le había olvidado.

– No, anoche las cosas se complicaron demasiado tras oír la cinta. Se lo pediré hoy.

– ¿Has averiguado algo sobre el alumno que le preguntó lo de las marcas con hierro candente?

– ¿Qué alumno? -quiso saber Liz.

Vito frunció aún más el entrecejo.

– No, con todo el lío de lo de oRo no me ocupé de eso. Sophie me explicó que hace unos días uno de sus alumnos le pidió información sobre la práctica medieval de marcar la piel con un hierro candente, pero también me dijo que era un parapléjico que iba en silla de ruedas.

– Dame los datos del chico -dijo Liz-. Yo me encargaré de investigarlo. Tú ocúpate de Simon.

– Gracias, Liz. -Vito trató de ordenar sus ideas-. Las únicas personas que sabemos seguro que han visto a Simon, aparte de sus víctimas, son empleados de oRo, en especial Derek Harrington y Jager Van Zandt, y los dos han desaparecido.

– Y el doctor Pfeiffer -añadió Katherine-. Si el motivo de que Claire se cruzara en el camino de Simon es que los visitaba el mismo ortopedista, quiere decir que Pfeiffer también lo ha visto.

Vito esbozó una sonrisa sagaz.

– Tienes razón. Necesitamos una orden judicial para obtener el historial médico de Simon. ¿Con qué nombres puede estar registrado? No creo que firmara como Simon Vartanian.

– Frasier Lewis -dijo Nick, y empezó a contar con los dedos-. Bosch, Munch.

– Warhol, Goya, Gacy… -Jen se encogió de hombros-. Los de todos los autores de los cuadros que los Vartanian nos contaron que Simon tenía en las paredes de su habitación y debajo de la cama.

Nick anotó los nombres en su cuaderno.

– También tenemos que encontrar a la segunda chantajista. Si era la novia de Claire, debe de saber si ella conocía dónde vivía Simon. Puede que algún día lo siguiera al salir de la consulta.

– O sea que tenemos que conseguir la fotografía del periódico -concluyó Vito.

Llamaron a la puerta y Brent Yelton asomó la cabeza.

– ¿Puedo pasar?

Vito le indicó que entrara con un gesto de la mano.

– Pasa, por favor. ¿Qué has descubierto?

Brent se sentó y colocó su portátil sobre la mesa.

– He examinado a fondo el ordenador de Kay Crawford, la modelo a quien Simon no llegó a poner la mano encima. He encontrado el virus. Funciona como yo creía: es un troyano que se activa mediante la respuesta al e-mail. Esta mañana se ha borrado toda la información del ordenador desde el que yo respondí a Bosch, lo que quiere decir que tarda más o menos un día en actuar.

– ¿Te ha contestado al mensaje que le enviaste diciendo que aceptabas su oferta de trabajo? -preguntó Liz.

– No. Y tampoco ha vuelto a consultar el currículum de Kay en la página de tupuedessermodelo.com; parece que ha perdido el interés por la chica. Para ella es una suerte, pero para nosotros no.

– Por lo menos está viva -dijo Vito-. Es mucho más de lo que podemos decir de todos los otros.

– Hablando de los otros -empezó Brent-, tengo que enseñaros una cosa. Recibí una llamada del informático que trabaja con los detectives de Nueva York.

– Carlos y Charles -aclaró Nick.

– ¿Carlos y Charles? -exclamó Liz con una risita-. Suena casi tan gracioso como…

– Sí, sí, Nick y Chick -soltó Vito alzando los ojos en señal de exasperación-. Ya lo habíamos pensado. Bueno, ¿qué te dijo el informático?

– No es tanto lo que me dijo como lo que me entregó. -Brent le dio la vuelta al ordenador para que Vito y los demás pudieran ver la pantalla-. Son las intros que encontraron en un CD sobre el escritorio de Van Zandt.

Observaron las imágenes horrorizados.

– Es Brittany Bellamy -masculló Vito mientras veía cómo la chica que aparecía en la pantalla era arrastrada hasta una silla inquisitorial. Guardaron silencio y escucharon los gritos de la chica hasta que Brent alargó el brazo y cerró el archivo.

– Lo que sigue es mucho peor -dijo con la mandíbula tensa-. En el segundo CD aparece Warren Keyes. Lo estiran en un potro y luego…

– Lo destripan -adivinó Katherine, con semblante adusto.

Brent tragó saliva.

– Sí. Bill Melville sale en el tercer CD, pero las imágenes no son de una intro. Son del juego. El jugador es el inquisidor y lucha contra Bill, que es un caballero. Los movimientos son increíbles. La física de ese videojuego es de lo mejor que he visto nunca.

– ¿Crees que el experto que contrató Van Zandt, al que captó de una empresa de la competencia, colaboró con Simon en esto?

– No necesariamente. La gracia del funcionamiento de un videojuego consiste en los movimientos que tiene almacenados: las carreras, los saltos, los golpes… Todo está programado de antemano, forma parte de la estructura básica. Luego el diseñador decide las características físicas de los personajes, la altura, el peso, etcétera, y el propio programa toma los movimientos almacenados en su memoria y pone en acción a cada personaje del modo correcto. Un personaje esbelto se mueve con agilidad mientras que los movimientos de uno grueso son más pesados. Luego el diseñador crea el rostro de los personajes con otro programa y lo importa hasta el programa de acción. Es como si se creara un personaje en movimiento a partir del esqueleto. Una vez que el experto en física para videojuegos tuvo diseñado el programa de acción, Simon pudo trabajar por su cuenta, más aún con sus conocimientos de informática.

– Qué maravilla -musitó Jen, y al momento pestañeó, avergonzada-. Lo siento, me he dejado llevar por las explicaciones tecnológicas. Entoonces, ¿a Bill lo matan con un mangual?

– Sí y… sí. En la versión estándar lo golpean y cae de bruces. No tiene mucha gracia. Pero si se introduce esto… -Brent les mostró una hoja. Era una copia de un papel más pequeño en el que había anotados números-. Aparece una sorpresa, un regalito para el jugador. En esta versión, cuando a Bill Melville lo golpean con el mangual, le abren literalmente la cabeza.

– Que es tal como murió en realidad -masculló Katherine.

– Déjame ver ese papel -dijo Nick, y aguzó la vista-. Esto no lo ha escrito Van Zandt. Si lo comparamos con la nota que nos dejó, se observa que la caligrafía es distinta. -Miró a Vito-. Puede que nos encontremos ante una auténtica obra de Simon Vartanian.

Vito soltó una risita.

– Jen, pídele también al grafólogo que compare esto con las firmas. Lo uno son números y lo otro, letras, pero puede que descubra algo. Buen trabajo, Brent. ¿Qué más?

– La iglesia. Sabéis que en la grabación Simon menciona una iglesia. Después de la pelea en la que Bill Melville muere, aparece una intro. Se entra en una cripta donde hay dos efigies, la de una mujer rezando y la de un hombre con una espada.

– Warren y Brittany -observó Vito-. ¿Qué más?

– La cripta se encuentra junto a una iglesia. Y desde la iglesia se desciende a una mazmorra.

Vito se incorporó en la silla.

– ¿Se ve la iglesia?

Brent hizo una mueca.

– Sí y no. La iglesia que aparece es una abadía francesa, una muy famosa. Simon no la ha diseñado, pero la calidad de la reproducción es impresionante.

– ¿Y eso qué quiere decir? ¿Mata a sus víctimas en una iglesia o la mención que hace en la cinta es puramente simbólica? -preguntó Vito-. ¿Thomas?

– Yo creo que solo menciona la iglesia de forma simbólica -respondió Thomas-. La mayoría de las iglesias que hay por aquí cerca no se parecen en nada a esa, y no olvidéis que está obsesionado con el realismo. Además, un edificio así de grande se encontraría en una zona céntrica o por lo menos habitada. Si fuera así la gente oiría los gritos y él le dice a las víctimas que nadie puede oírlas. No obstante, por si me equivoco, podemos comprobar cómo son las iglesias que se encuentran dentro de las zonas señaladas en el mapa de la Secretaría de Agricultura.

– De acuerdo -convino Vito-. Ya sabemos cuáles son los siguientes pasos. Exhumar la tumba de Simon para asegurarnos de que no es él quien está enterrado. Pedirle el historial de Simon al doctor Pfeiffer. Encontrar a la segunda chantajista. Investigar al alumno de Sophie y comprobar cómo son las iglesias del mapa que nos ha facilitado Jen. Y dar con Van Zandt. Ayer tomó la autopista de Pensilvania y, según Charles y Carlos, todavía no ha regresado a Manhattan. Hemos dictado una orden de busca y captura, inclusive en los aeropuertos, por si intenta salir del país. -Vito miró alrededor de la mesa-. ¿Algo más?

– Que Kay Crawford os está agradecida -dijo Brent-. No sabe gran cosa de la investigación, pero es consciente de que se ha librado de algo muy serio. Me ha pedido que os dé las gracias a todos.

– ¿Y a ti? ¿Te ha dado las gracias? -preguntó Liz, dirigiéndole una mirada risueña.

Brent trató de evitar sonreír, pero le fue imposible.

– Todavía no. Quería invitarme a cenar pero le he dicho que era mejor dejarlo para cuando todo esto termine. Eh -exclamó cuando Nick soltó una risita-, ya me dirás de qué otro modo se las arreglaría un tipo como yo para salir con una rubia explosiva de un metro ochenta.

La sonrisa de Vito se desvaneció al instante.

– ¿Qué pasa?

Brent miró alrededor. Todo el mundo ponía mala cara.

– ¿He dicho algo malo? La chica es rubia y alta, y está buenísima.

– ¿Tienes alguna foto? -preguntó Nick.

– Solo la que aparece en tupuedessermodelo.com.

Brent la mostró y el corazón de Vito se paralizó.

– Santo Dios -musitó.

– ¿Qué pasa? -insistió Nick.

El semblante de Nick expresaba gravedad.

– Se parece a Sophie Johannsen.

Jen se estaba poniendo enferma.

– Ahora ya sabemos por qué Simon dejó de interesarse por la modelo.

– Porque prefiere a Sophie. -A Katherine se le quebró la voz-. Vito.

– Ya lo sé. -Vito dominó el terror que lo invadía-. Liz, tenemos que…

– Enviaré a un agente al museo -dijo Liz-. Sophie estará vigilada las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, mientras no hayamos encerrado a Simon. No le pondrá la mano encima, Vito.

Vito, tembloroso, asintió.

– Gracias. Vamos. Cuidaos. Y encontrémoslo ya, por favor.

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