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Sábado, 20 de enero, 17:30 horas

Stacy Savard los miraba con aire retador.

– No pienso hablar con él. No pueden obligarme. Acabaría igual que ellos. -Empujó las fotos-. Ni hablar. Pero ¿están locos, o qué?

Vito se tragó la rabia y la indignación.

– Podría haber denunciado a Simon Vartanian hace tiempo y así habría evitado que murieran más de diez personas. Usted es en parte responsable, y por eso nos ayudará. Queremos que Simon se deje ver.

– Solo tendrá que hablar con él por teléfono -la tranquilizó Nick-. No hará falta que lo vea. Claro que si no quiere ayudarnos… Lástima que no siempre consigamos controlar a los periodistas.

Savard hizo una mueca.

– Me parece que no tengo alternativa. ¿Qué tengo que decirle?

Nick sonrió sin ganas.

– Siempre hay alternativas, señorita Savard, solo que tal vez sea esta la primera vez que elige bien. En el historial de Simon anotó que había pedido más lubricante de silicona.

– Hace dos días. Suele comprarlo en otro sitio, pero se ve que casi se le había terminado y nos lo pidió a nosotros porque lo recibimos antes. ¿Y qué?

– Y nada -empezó Nick-, que vendrá con nosotros a la consulta de Pfeiffer, lo llamará por teléfono desde allí y le dirá que ha llegado el pedido.

– Pero si hoy la consulta está cerrada -se alarmó ella; empezaba a temblarle la voz.

– El doctor Pfeiffer nos abrirá -dijo Vito-. Tiene muchas ganas de colaborar con nosotros. De hecho, la idea de tenderle una trampa con lo del lubricante ha sido suya. -Se alegró de ver que la chica se quedaba boquiabierta-. ¿Cómo cree que la hemos encontrado tan rápido, Stacy? Habíamos dictado orden de busca en los aeropuertos, pero usted no había realizado ninguna reserva y ni siquiera llegó a facturar. Pfeiffer estuvo dándole vueltas y llegó a la conclusión de que probablemente estaba implicada, así que esta mañana la ha seguido y cuando ha visto que se dirigía al aeropuerto, nos ha llamado.

La puerta se abrió y apareció Liz con expresión indescifrable.

– ¿Detectives?

Vito y Nick se pusieron en pie, y Nick le lanzó a Stacy una última mirada.

– Vaya practicando la voz de recepcionista, Stacy -dijo-. Vartanian no es precisamente tonto. Sabe distinguir un tic nervioso a un kilómetro y medio de distancia.

Cuando ambos hubieron salido de la sala, cerró la puerta.

– ¿Has oído lo que ha dicho? -preguntó Vito a modo retórico.

Nick sacudió la cabeza.

– Menudo elemento, seguro que la cárcel le pule las aristas.

– Vito -susurró Jen con aspereza.

Vito apartó la vista de la luna de efecto espejo y se le heló la sangre al ver que Jen estaba blanca como el papel y que Liz ya no lo miraba con expresión indescifrable sino con pánico controlado.

– Es Sophie -empezó Liz-. Han tenido que llevarse a su abuela al hospital con urgencia. Ha sufrido un ataque al corazón.

Vito se esforzó por conservar la calma.

– Iré al museo y la acompañaré al hospital.

Liz lo aferró por el brazo y tiró con fuerza cuando él se dispuso a alejarse.

– No, Vito. Escúchame. El departamento de emergencias ha recibido una llamada del Albright. Han encontrado al hijo del matrimonio inconsciente delante del museo. -Era obvio que Liz estaba haciendo uso de todo su temple-. Y han encontrado al agente Lyons muerto en el asiento trasero del coche patrulla.

Vito abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

– ¿Y Sophie? -preguntó Nick con un hilo de voz.

Liz se echó a temblar.

– Hay testigos que vieron cómo la obligaban a subir a una camioneta blanca antes de que esta atropellara al chico y se alejara. Sophie ha desaparecido.

Vito solo pudo oír la afluencia de su propia sangre cuando su corazón pasó de la parálisis absoluta a aporrearle el pecho como si fuera a atravesarlo.

– Entonces, la ha atrapado -musitó.

– Sí -musitó Liz a su vez-. Lo siento, Vito.

Aturdido, Vito miró a través del cristal y tuvo que refrenar el tremendo impulso de rodear con sus manos el cuello de Savard y asfixiarla.

– Sabía que era un asesino y no dijo nada. -Su respiración era agitada y tuvo que esforzarse por hacer brotar de su garganta cada una de las palabras-. Ahora es demasiado tarde. Ni siquiera nos sirve para atraerlo con engaños. Simon ya tiene lo que quiere; tiene a Sophie.

Nick le aferró el otro brazo y lo estrechó hasta que Vito se volvió a mirarlo.

– Cálmate, Vito. Cálmate y piensa. Simon sigue necesitando el lubricante. Puede que aún funcione, tenemos que intentarlo.

Vito asintió, todavía aturdido. En el fondo sabía la verdad. Había visto los ojos de Simon en el instante inmediatamente anterior a que Van Zandt muriera. Su mirada era fría, calculadora. «Tenía la impresión de estar encerrado en una jaula con una cobra», había dicho Pfeiffer. Ahora dentro de la jaula estaba Sophie.


Sábado, 20 de enero, 18:20 horas

El móvil de Simon sonó. Aguzó la vista ante la pantalla y respondió con cautela.

– ¿Diga?

– Señor Lewis, soy Stacy Savard, la enfermera del doctor Pfeiffer.

Simon se mordió la parte interior de las mejillas. La consulta no estaba abierta los sábados.

– Dígame.

– Al doctor Pfeiffer le ha surgido un imprevisto familiar y tendrá que cerrar la consulta durante una semana. Por eso hemos venido hoy, para ocuparnos de los detalles de última hora. Quería decirle que su lubricante de silicona ya ha llegado.

Simon estuvo a punto de echarse a reír.

– Ahora estoy algo ocupado. Pasaré a recogerlo el lunes.

– El lunes la consulta estará cerrada. Cerraremos toda la semana. Si quiere el lubricante, tendrá que pasar a recogerlo esta tarde. No querría que se le terminara el que tiene y no dispusiera de otro.

Simon se vio obligado a admitir que era buena; no obstante en su voz se apreciaba un ligerísimo temblor.

– Ya lo compraré en otro sitio. De todos modos, pronto me mudaré.

Colgó antes de que ella pudiera añadir una sola palabra y se echó a reír, esta vez sin tapujos. Savard estaba colaborando con la policía, cualquier idiota se daría cuenta.

– Tu novio es muy listo -gritó Simon hacia atrás-. Claro que yo lo soy más. -No obtuvo respuesta. Si aún no estaba despierta, pronto lo estaría, pero no le causaría más problemas. Había hecho una parada para cambiar las placas de matrícula de la camioneta y atar a Sophie de pies y manos en cuanto se encontró lejos de las principales carreteras.


Stacy Savard colgó el teléfono con manos temblorosas.

– Lo he hecho lo mejor que he podido.

– Pues no ha bastado -le espetó Nick-. Se ha dado cuenta.

Vito se pasó las manos por las mejillas mientras dos policías de uniforme esposaban a Stacy Savard y la llevaban de nuevo a la comisaría.

– Ya me imaginaba que no funcionaría.

Pfeiffer se puso en pie y se frotó las manos con inquietud.

– Lo siento. Yo creía que sí.

– Nos ha resultado de gran ayuda, doctor -dijo Nick con amabilidad-. Se lo agradecemos.

Pfeiffer asintió y miró a Savard cuando esta salió por la puerta.

– No puedo creer que lleve tantos años en mi consulta y no la conozca. En el fondo esperaba estar equivocado, por eso no les dije nada cuando vinieron a verme ayer. No me habría gustado nada acusarla y que luego resultara que estaba equivocado.

Vito habría preferido que la hubiera acusado de buen principio, pero no dijo nada.

– ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Nick cuando estuvieron de nuevo en el coche.

– Volvemos a estar como al principio -respondió Vito con gravedad-. Hay algo que se nos escapa. -Miró por la ventanilla-. Rezo porque Sophie resista hasta que la encontremos.


Sábado, 20 de enero, 20:15 horas

– Aparece en las imágenes -dijo Brent cuando entró en la sala de reuniones con un CD en la mano. Se lo entregó a Jen-. El muy hijo de puta ha manipulado el gota a gota de la abuela.

Vito recordó la cámara que había colocado junto a la cama de Anna durante el trayecto de vuelta de la consulta del doctor Pfeiffer. Ahora se encontraba de pie tras la silla de Jen mientras esta insertaba en su portátil el CD con la grabación. Nick y Liz se apostaban a su derecha y Brent se situó a su izquierda. Katherine se quedó sentada; se la veía pálida y aturdida.

Vito no había sido capaz de mirarla a los ojos. Le había prometido que cuidaría de Sophie y no había cumplido su palabra. Podría haberla mantenido encerrada bajo llave hasta que atraparan a Simon; podría haber hecho muchas cosas, pero no había hecho ninguna y ahora Sophie había desaparecido. Simon Vartanian la había atrapado, y todos sabían lo que ese hombre era capaz de hacer.

Tenía que dejar de pensar en eso o se volvería loco. «Céntrate, Chick. Y encuentra lo que has perdido.»

Brent lo miró de soslayo.

– Simon aparece hace cinco horas en la cinta. La cámara se activa con el movimiento. En las primeras dos horas se os ve a ti y a Sophie mientras estabais con su abuela anoche. Me he saltado esa parte y también las visitas de las enfermeras para tomarle la tensión y darle las medicinas y la comida. Incluso juegan una partida de cartas.

Vito lo miró extrañado.

– ¿Una partida de cartas?

– Una enfermera ha entrado con una baraja sobre las diez de esta mañana y le ha dicho que era la hora de la partida diaria. La abuela de Sophie ha perdido y le ha dicho a la enfermera que era mezquina.

– ¿Se apellidaba Marco?

– Sí. Es la misma que le ha salvado la vida.

– Bueno, por lo menos está bien saber que las enfermeras no maltrataban a la abuela de Sophie. -Vito sacudió la cabeza-. Lo que pasa es que a Anna no le gusta perder a las cartas.

– Lo tengo a punto -dijo Jen. Vieron cómo Simon Vartanian entraba en la habitación de Anna y se sentaba en su cama. Iba disfrazado de anciano.

– Debe de haber ido directamente después de ponerle la bomba a Van Zandt -masculló Nick.

– Sí que ha estado ocupado -dijo Jen en tono cansino-. Mierda.

Brent se inclinó sobre Jen y avanzó la grabación.

– Le dice que es de la asociación de amigos de la ópera, que va de parte de Sophie. La llama por su nombre. Charlan durante veinte minutos hasta que la abuela se queda dormida. Ahora es cuando manipula el gota a gota.

En la grabación se veía a Simon sacarse una jeringuilla del bolsillo e inyectar una sustancia en la solución intravenosa que la enfermera había dejado preparada junto a la cama. Luego se guardaba la jeringuilla de nuevo en el bolsillo, comprobaba que el goteo funcionara y miraba el reloj.

– Una sencilla forma de contar con un efectivo margen de tiempo -observó Jen con abatimiento-. Le ha permitido marcharse de la residencia y prepararse para cuando Sophie saliera hacia el hospital.

Una vez más, Simon había pensado en todo.

Y, una vez más, a Vito se le heló la sangre.

Brent carraspeó.

– La enfermera entra a cambiar el gota a gota. -Jen volvió a adelantar la grabación y todos observaron. Era Marco de nuevo; anotó las constantes de Anna después de cambiar la bolsa de solución intravenosa. Entonces la pantalla se oscureció y un segundo más tarde hervía de actividad cuando Marco corrió de nuevo junto a Anna. El monitor cardíaco estaba pitando y Anna se retorcía de dolor. Marco se inclinó sobre ella.

– Según la enfermera, Anna se quejaba de que el líquido quemaba -explicó Liz-. La enfermera es muy buena, ha echado un vistazo al monitor y ha reconocido la sobredosis de cloruro potásico. Entonces le ha administrado una inyección de bicarbonato que ha interrumpido el ataque cardíaco.

– Y ha salvado la vida a Anna -musitó Vito, y tragó saliva.

– Marco cree que ha cometido un error al preparar la solución intravenosa -prosiguió Liz-. Está dispuesta a aceptar las medidas disciplinarias, incluso ser despedida. Ha dicho que no podía mentir, que si había causado daño a un paciente tenía que admitir sus responsabilidades.

Vito suspiró.

– ¿Sabe lo de la cámara?

– No -dijo Liz-. Si se lo dijéramos se quedaría tranquila.

– Y se enteraría de que Sophie no confiaba en ella -añadió Vito-. De todos modos, lo acabará sabiendo, y la familia de Sophie también. Me acercaré al hospital dentro de un rato.

Se sentó en su silla del extremo de la mesa. Al inicio del caso se había alegrado de dirigir una investigación tan importante. Ahora la responsabilidad le pesaba como un plomo atado al cuello con una soga. Aquella investigación era cosa suya y lo que sucediera en adelante también lo sería. Eso implicaba que lo que le sucediera a Sophie era igualmente su responsabilidad.

– ¿Qué es lo que no sabemos? -preguntó-. Necesitamos más detalles.

– Nos falta situar los edificios aislados con ascensor que se encuentren cerca de alguna cantera -dijo Jen.

– Y las identidades de la anciana y del hombre de la primera fila -añadió Nick.

Liz frunció los labios.

– El maldito campo -dijo, y Vito entrecerró los ojos.

– ¿Quieres decir que por qué precisamente ese campo? -preguntó, y Liz asintió.

– Nunca nos lo hemos preguntado, Vito. ¿Por qué ese campo? ¿Cómo lo eligió?

– Winchester, el empleado de correos a quien pertenece el terreno, dijo que lo había heredado de su tía. -Vito hizo girar la silla para situarse de cara a la pizarra-. La anciana enterrada junto a Claire Reynolds no puede ser la tía de Winchester.

– Puesto que la tía de Winchester no murió hasta octubre del año pasado -prosiguió Nick-. En cambio, la anciana enterrada en el campo murió un año antes.

– Y era europea -añadió Katherine. Eran las primeras palabras que pronunciaba desde que entrara en la sala-. Pedí que analizaran sus empastes y ayer recibí el informe. El material es una amalgama que no se ha utilizado nunca en nuestro país, pero que era de uso frecuente en Alemania durante los años cincuenta. -Negó con la cabeza-. No veo en qué va a ayudaros eso, hay miles de personas de esa zona que emigraron después de la guerra.

– Es información nueva -dijo Vito-. Vayamos a ver otra vez a Harlan Winchester. Averiguaremos todo lo que podamos de su tía. Tenemos que encontrar algo que relacione a Simon con ese terreno, y por ahora lo único que tenemos en relación con el terreno es la tía.

Liz le posó una mano en el hombro.

– Se me ocurre un plan mejor. Nick y yo iremos a ver a Winchester. Tú ve a ver a la familia de Sophie.

Vito alzó la barbilla.

– Liz, necesito hacerlo yo.

La sonrisa de Liz fue amable pero firme.

– No hagas que te aparte de este caso, Vito.

Vito abrió la boca para protestar y la cerró de inmediato.

– Es como si estuviera sentado encima de un cubo al revés y te entraran ganas de darme un empujón y quitármelo, ¿no? -dijo en tono quedo al recordar la escena con Sophie y Dante.

– Me parece una extraña asociación de ideas, pero sí, supongo que es algo así. -Liz arqueó las cejas-. Las emociones te están desbordando. Vete a casa y descansa; es una orden.

Vito se puso en pie.

– Muy bien, pero solo esta noche. Mañana por la mañana me tendrás otra vez aquí. Si no hago algo para encontrar a Sophie, me volveré loco, Liz.

– Ya lo sé. Confía en nosotros, Vito. No dejaremos piedra por mover. -Miró a Jen-. Y tú ayer te pasaste aquí la noche entera. Márchate a casa también.

– No pienso llevarte la contraria -dijo Jen cerrando el portátil-, pero no tengo claro que sea capaz de llegar a casa. Me parece que voy a echar una cabezada en la sala de descanso. -Al salir abrazó a Vito con fuerza-. No pierdas la esperanza.

– Nick, tú vienes conmigo -dispuso Liz-. Voy a recoger el abrigo.

– A la fuerza ahorcan -repuso Nick, y se detuvo junto a Vito-. Duerme, Chick -musitó-. No pienses. Últimamente piensas demasiado. -Luego Liz y él se marcharon.

Brent vaciló, pero al final le entregó a Vito un CD en una funda de plástico.

– He pensado que te gustaría tener una copia. -Una de las comisuras de sus labios se curvó con tristeza-. Menudos pulmones tienes, Ciccotelli. En toda la planta de informática no ha habido una sola persona que contuviera las lágrimas cuando he visionado esa parte de la grabación.

Vito notó un escozor en los ojos.

– Gracias.

Luego Brent se marchó y Vito se quedó a solas con Katherine. Sin importarle que ella lo viera, se enjugó los ojos con la parte interior de las muñecas.

– Katherine, no sé qué decir.

– Yo tampoco, excepto que lo siento.

Él la miró perplejo.

– ¿Que lo sientes?

– Esta semana he perjudicado nuestra amistad más de lo que creía. Como el otro día te ataqué, ahora crees que te culpo de esto, y no hay nada más alejado de la verdad.

Vito dio varias vueltas al CD en sus manos.

– Pues deberías echarme la culpa. Yo me considero culpable.

– Y yo me considero culpable de haber implicado a Sophie en todo esto.

– No puedo dejar de pensar en todas las víctimas.

– Ya lo sé -susurró ella con aspereza.

Entonces Vito la miró. Su mirada denotaba angustia. Esa semana había practicado doce autopsias, una por cada víctima de Simon Vartanian.

– Tú lo sabes mejor que nadie.

Ella asintió.

– Y también conozco a Sophie Johannsen mejor que nadie. Si hay alguna forma de sobrevivir, la encontrará. Y tú tendrás que conformarte con eso porque de momento es todo cuanto tenemos.


Sábado, 20 de enero, 21:15 horas

Sophie se estaba despertando. Abrió los ojos y volvió la mirada de un extremo al otro de su visión periférica sin mover la cabeza. Sobre ella había una lámina acústica. Debido a las veces que había acompañado a Anna a los estudios de grabación, sabía que servía para insonorizar y controlar la calidad del sonido. Las paredes estaban revestidas de piedra, aunque costaba distinguir si era auténtica o no. Las antorchas, colocadas en candeleros, sí que parecían reales, y su titilante luz proyectaba sombras entre las sombras.

Olía a muerto. Sophie recordó los gritos. Greg Sanders había muerto allí, igual que tantos otros. «Y tú también morirás», se dijo. Apretó los dientes. «No mientras me quede una pizca de energía.» Tenía demasiadas ganas de vivir para darse por vencida.

Como idea estaba muy bien; claro que en la práctica se encontraba atada de pies y manos y tendida sobre una tabla de madera. Llevaba ropa, pero no era la misma de antes. Lo que llevaba puesto era un vestido o una túnica. Oyó pasos y cerró los ojos enseguida.

– No finjas, Sophie, sé que estás despierta. -El hombre arrastraba las palabras con el refinamiento propio de una persona culta-. Abre los ojos y mírame.

Ella siguió con los ojos cerrados. Cuanto más postergara la confrontación, de más tiempo dispondría Vito para encontrarla. Porque Vito la acabaría encontrando, de eso estaba segura. Lo único que no tenía claro era dónde y en qué estado.

– Sophie -la llamó con voz melodiosa. Notó que su aliento le empañaba la cara y se esforzó por no estremecerse. Sintió incluso el aire que desplazaba su cuerpo al erguirse-. Eres muy buena actriz. -Como Sophie preveía lo que haría a continuación, consiguió controlar su reacción cuando él le pellizcó el brazo. El hombre se rió entre dientes-. Te concedo unas horas más, pero solo porque me he quedado sin energía.

Pronunció las últimas palabras con tal ironía que casi parecía desaprobar su propia conducta.

– En cuanto recobre la fuerza motriz, me encontraré en perfecta forma para continuar activo durante treinta horas más. Treinta horas; imagínate cuánto nos vamos a divertir, Sophie.

Se alejó riéndose y Sophie rezó para que no reparara en el escalofrío que no fue capaz de controlar.


Sábado, 20 de enero, 21:30 horas

– Hola, Anna. -Vito se sentó en una silla junto a la cama que Anna ocupaba en la unidad de cuidados intensivos coronarios. La mujer apenas mostraba lucidez, pero el ojo que podía mover emitió un centelleo-. No se preocupe, entiendo que no pueda hablar. Solo he venido a ver cómo está.

Anna desvió la mirada hacia la puerta y sus labios empezaron a temblar, pero no consiguió pronunciar palabra. Estaba buscando a Sophie y Vito no se sentía con ánimos de contarle la verdad.

– Ha tenido un día muy largo, se ha quedado dormida. -No era mentira. Había testigos que habían visto cómo la arrastraban hasta la camioneta blanca en que se la habían llevado con el cuerpo laxo, como si estuviera drogada. Vito esperaba que así fuera y que siguiera dormida. Cada hora que tardara en despertarse les concedía una hora más para encontrarla.

– ¿Quién es usted?

Vito se volvió hacia la puerta abierta y en ella vio a la doble de Anna, solo que más joven y más bajita. Imaginó que sería Freya. Le dio una palmadita en la mano a Anna.

– Vendré a verla de nuevo en cuanto pueda, Anna.

– Le he preguntado que quién es. -La voz de Freya era chillona, pero Vito notó el pánico que encubría.

Un pánico que comprendía muy bien.

– Soy Vito Ciccotelli, un amigo de Anna. Y de Sophie.

Un hombre con una delgada tira de pelo en el cogote apareció detrás de Freya; su mirada se debatía entre el miedo y la esperanza. Debía de ser el tío Harry.

El hombre lo confirmó.

– Soy Harry Smith, el tío de Sophie. Usted debe de ser su policía.

«Su policía.» A Vito se le partió un poco más el corazón.

– Vamos a algún sitio tranquilo donde podamos hablar.

– ¿Y Sophie? -preguntó Harry cuando estuvieron sentados en una pequeña sala de espera para las familias de los enfermos.

Vito bajó la mirada a sus manos y luego la levantó de nuevo.

– Aún no ha aparecido.

Harry sacudió la cabeza.

– No lo entiendo. ¿Quién podría querer hacerle daño a nuestra Sophie?

Vito vio que una comisura de la boca de Freya se tensaba. El movimiento fue casi imperceptible y probablemente se debía a los nervios. Sin embargo, no lo tenía claro del todo. Lo que sí sabía era que el hombre sentado frente a él representaba lo más parecido a un padre que Sophie había tenido en toda su vida y merecía conocer la verdad.

– Sophie nos ha estado ayudando con un caso. Ha aparecido en las noticias.

Harry entornó los ojos.

– ¿El de las tumbas que descubrió aquel hombre con el detector de metales?

– Ese mismo. Nos hemos pasado la última semana siguiendo la pista del asesino de toda esa gente. -Exhaló un suspiro-. Tenemos motivos para creer que ha secuestrado a Sophie.

Harry palideció.

– Dios mío. Dijeron que habían aparecido nueve cadáveres.

De hecho ya habían aparecido cinco más, y podrían ser seis si se tenía en cuenta que seguían sin encontrar a Alan Brewster. Claro que Harry no tenía por qué saber eso.

– Estamos haciendo todo lo posible por encontrarla.

– El infarto de mi madre -empezó Freya despacio- ocurrió apenas una hora antes de que se llevaran a Sophie. No puede ser una mera coincidencia.

Vito recordó la mirada de la enfermera Marco al explicarle lo de la grabadora y la manipulación del líquido intravenoso. Tal como imaginaba, la mujer se había sentido tan herida como aliviada. Vito se preguntó cómo reaccionaría Freya Smith al conocer lo ocurrido.

– Sabemos que no lo fue. El asesino manipuló el gota a gota de su madre, añadió algo con una alta concentración de cloruro potásico. -Probablemente sal gorda, según creía Jen, de la que se usaba para derretir el hielo de los tejados y las calles y que en esa época del año se encontraba en cualquier droguería.

La boca de Freya dibujó una fina línea.

– Ese hombre ha estado a punto de matar a mi madre para llegar hasta Sophie.

Vito puso mala cara, no por las palabras en sí sino por el modo en que Freya las había pronunciado. Parecía que Harry también estaba dolido, porque una expresión consternada asomó a su rostro.

– Freya, Sophie no tiene la culpa. -Al ver que Freya no decía nada, Harry se puso en pie con movimientos inseguros-. ¿No lo has oído, Freya? Sophie ha desaparecido. El asesino de nueve personas ha raptado a nuestra Sophie.

Freya se echó a llorar.

– Será a tu Sophie -le espetó-. Siempre ha sido tu Sophie. -Lo miró a los ojos-. Tienes dos hijas, Harry. ¿Qué me dices de ellas?

– Quiero mucho a Paula y a Nina -dijo; su consternación empezaba a transformarse en ira-. ¿Cómo te atreves a insinuar lo contrario? Pero Paula y Nina siempre nos han tenido a su lado. Sophie no tenía a nadie.

El semblante de Freya se demudó.

– Sophie tenía a Anna -dijo recalcando mucho las palabras.

Harry palideció aún más y luego sus pómulos se encendieron al comprender lo que ocurría.

– Yo creía que era por Lena, pensaba que no amabas a Sophie porque era su hija. Pero en realidad es porque Anna la cuidó.

Ahora Freya estaba sollozando.

– Lo dejó todo por esa niña, su casa, su carrera… Cuando nosotras éramos pequeñas, nunca estaba en casa para cuidarnos. En cambio a Sophie… se lo ha dado todo. Es mi madre y ahora se está muriendo… -Un sollozo la interrumpió-. Por culpa de Sophie.

Vito exhaló un suspiro, Freya la Buena no era tan buena.

– Santo Dios, Freya -exclamó Harry con un hilo de voz-. No te conozco.

Ella se cubrió el rostro con las manos.

– Vete, Harry. Vete y déjame.

Harry, tembloroso, abandonó la pequeña sala de espera y se dejó caer contra la pared. Vito dirigió una mirada cargada de perplejidad y menosprecio a la sollozante Freya y fue a reunirse con Harry. El hombre tenía los ojos cerrados y se lo veía demacrado.

– No me había dado cuenta hasta ahora.

– Se equivoca en una cosa -dijo Vito con suavidad.

Harry tragó saliva y abrió los ojos.

– ¿En qué?

– No es cierto que Sophie no tenga a nadie, lo tiene a usted. Ella me contó que siempre lo había considerado su verdadero padre y que creía que nunca se lo había dicho.

A Harry le costó hablar.

– Gracias -dijo con un hilo de voz.

Vito se irguió.

– Lo tiene a usted y tiene a Anna. Y ahora también me tiene a mí. Pienso encontrarla. -Al propio Vito le costaba hablar, pero se esforzó por pronunciar las siguientes palabras-. La amo, Harry. Conmigo tendrá el hogar que siempre ha querido tener. Le doy mi palabra.

Harry lo miró a los ojos mientras su mente procesaba tanto la promesa de Vito como su propia respuesta.

– Le dije que existía un hombre para ella, que solo tenía que ser paciente y esperar.

«Ser paciente y esperar.» En esos momentos Vito no estaba en situación de ser paciente. Liz le había dicho que se marchara a casa, pero no era capaz. Le debía demasiado a Sophie como para limitarse a ser paciente y esperar.

– Le llamaré en cuanto averigüe algo más -le dijo a Harry-. En cuanto la encuentre.

Vito se había alejado unos pasos cuando volvió a acordarse de la grabación.

– ¿Sabe la enfermera de Anna, Lucy Marco? Pues su lucidez le salvó la vida.

Harry cerró los ojos.

– La hemos tratado fatal -musitó-. Nos ha dicho que se había equivocado al preparar el gota a gota de Anna y nos hemos puesto como unas fieras. Le prometo que me disculparé.

Vito no esperaba otra respuesta.

– Muy bien. También tengo que decirle que el joven hijo de los propietarios del museo ha arriesgado su vida para intentar detener al hombre que se ha llevado a Sophie.

Harry abrió los ojos como platos.

– ¿Theo Cuarto? Sophie creía que no le caía bien.

Vito recordó la preocupación que había observado en la mirada del matrimonio Albright. Estaban preocupados tanto por Theo, que sufría heridas internas de gravedad al haber sido atropellado por la camioneta de Simon, como por Sophie.

– A todos los Albright les cae bien Sophie, Harry. Están aterrorizados.

Harry asintió con vacilación.

– ¿Theo se pondrá bien?

– Eso esperan. Su pronóstico no está nada claro.

Harry volvió a asentir.

– ¿Necesitan… algo?

Vito suspiró.

– Dinero. No tienen cobertura médica, no podían pagarla.

«Cobertura médica.» Simon se había estado aprovechando de la cobertura médica de otra persona. Vito respiró hondo. Le sentó como una patada en el estómago darse cuenta de que, con tantas prisas, en aquel caso se había olvidado de un principio fundamental: siempre había que seguir la pista del dinero.

– ¿Qué pasa? -Harry lo aferró por el brazo, preso de pánico-. ¿Qué pasa?

Vito le posó la mano en el hombro y se lo estrechó.

– Me he acordado de una cosa. Tengo que irme.

Marcó el número de la fiscal Maggy López mientras partía corriendo en dirección al ascensor.


Sábado, 20 de enero, 21:50 horas

Enchufó la pierna a la corriente justo a tiempo. Había estado tan ajetreado durante las últimas horas que casi se le había agotado la batería. Tardaría horas en recargarla del todo. Disponía de otras piernas, pero ninguna le proporcionaba la misma libertad de movimientos ni tanta estabilidad como la que contenía el microprocesador obtenido al participar en el estudio de Pfeiffer, y tenía la impresión de que para matar a Sophie Johannsen iba a necesitar encontrarse en plena forma física.

La recordó disfrazada de vikinga, blandiendo el hacha de combate sobre su cabeza. Aquella florecilla no tenía ni un pelo de frágil. Estaba claro que debía hacer uso de todas las ventajas que le ofrecía el circuito integrado de Pfeiffer.

Sentado en la cama de su estudio, se detuvo a pensar en el doctor Pfeiffer. Él y su enfermera estaban colaborando con la policía, era la única explicación posible a la llamada telefónica que había recibido. Querían que fuera a recoger el lubricante. Bah. Creía que Ciccotelli era más listo que todo eso. Menos mal que no había permitido que la enfermera de Pfeiffer lo fotografiara, si no, Ciccotelli conocería su verdadero aspecto, y eso podía crearle problemas cuando decidiera salir a la calle con una nueva identidad.

Cuando Sophie estuviera muerta, solo quedarían los descendientes del viejo. Sonrió; de pronto se sentía impaciente por que se celebrara aquella reunión familiar, sobre todo tenía ganas de ver a Daniel. Miró el cebo depositado sobre la mesa, junto al dibujo inacabado de la tabla de tumbas. Le carcomía el hecho de que aquel cementerio tan bien planeado aún estuviera por terminar; tenía que acabar lo que su hermano había empezado muchos años atrás. Había soñado con la venganza tantísimas veces… A lo mejor esa noche soñaba con Daniel, atrapado como un animal.

Sin embargo, se sentía demasiado inquieto para dormir. Si tuviera la pierna cargada, saldría a dar un paseo. Como no era así, tendría que buscar otra forma de eliminar la tensión. De hecho, contaba con lo más apropiado. Se colocó la pierna vieja, se dirigió a las puertas de la escalera y las abrió con una sonrisa. Brewster se encontraba ovillado como un feto, atado de pies y manos. Aún respiraba.

– ¿Aún no ha perdido la esperanza, Brewster?

El hombre pestañeó pero no emitió el mínimo ruido, ni siquiera un gemido. Podría haber hecho desaparecer a Alan Brewster apoyado sobre una pierna con la fuerza de un huracán. Sin embargo, tenía otros planes.

– Ya sabe, Alan, nunca he llegado a demostrarle bastante lo agradecido que le estoy. Fue usted quien me proporcionó todos los contactos que necesitaba. Qué suerte que su nombre apareciera entre los primeros cuando busqué expertos en armas e instrumentos medievales. Y qué suerte que conociera a… comerciantes tan dispuestos.

Empujó a Brewster hasta sentarlo contra la pared.

– Por cierto, gracias por hablarme de la doctora Johannsen, su… ¿Cómo la llamó? Ah, sí, su hábil ayudante. Tenía razón. Sus habilidades me han parecido de lo más útil. Claro que por «habilidades» usted y yo entendemos cosas distintas. Me alegro de que estuviera demasiado ocupado deleitándose con sus aptitudes básicas como para explotar su valía profesional.

Hizo una pausa para observar a Brewster y se imaginó la escena. Van Zandt tenía razón al decirle que la reina debía ser imponente. Y después de darle muchas vueltas, tenía que admitir que también tenía razón respecto a la escena del mangual. Hacía falta algo más impactante.

Van Zandt quería que a alguien le volara la cabeza. Simon sonrió. Le había concedido su deseo; lo había experimentado de cerca y en primera persona. La próxima vez además lo filmaría.


Sábado, 20 de enero, 21:55 horas

Vito alcanzó a Maggy López cuando entraba en la comisaría.

– Maggy, gracias por venir. -La asió por el codo y la dirigió con apremio hacia el ascensor-. Tenemos que darnos prisa, hace cinco horas que tiene a Sophie.

Vito estaba haciendo uso de toda su capacidad de concentración para no pensar en lo que Simon podría haberle hecho en esas cinco horas.

Maggy tenía que correr para seguir sus pasos.

– Ve más despacio, voy a romperme un tobillo.

Él aminoró un poco la marcha, pero cada minuto que perdía lo irritaba.

– Necesito tu ayuda.

– Me lo imagino. -Ella exhaló un suspiro cuando se detuvieron frente al ascensor-. ¿Qué necesitas con exactitud, Vito?

Las puertas del ascensor se abrieron y él la empujó dentro.

– Necesito acceder a los movimientos bancarios de Simon Vartanian.

Ella asintió.

– Muy bien, pediré una orden judicial que incluya todos los nombres que utilizamos para solicitar el historial a Pfeiffer. -Entrecerró los ojos-. Pero eso me lo podrías haber pedido por teléfono. ¿Qué más quieres, Vito?

Sonó el timbre del ascensor y él la arrastró al pasillo de la planta de homicidios. Maggy se detuvo y apartó el brazo.

– Para ya, Vito. ¿Qué quieres?

Él exhaló un suspiro.

– No podemos esperar a obtener la orden judicial, Maggy, no tenemos tiempo. Simon compró material, debe de tener una fuente de ingresos y tenemos que descubrir cuál es.

– Utilizaremos como pruebas los movimientos bancarios y los cheques devueltos. -Lo miró con el entrecejo fruncido-. Pero lo haremos de forma legal.

– No hay ningún cheque devuelto, no dispongo de un solo comprobante que demuestre que ha comprado nada. Mierda -soltó Vito-. Hace cinco horas que tiene a Sophie. Si eso no es una circunstancia apremiante, no sé qué lo puede ser. Tú tienes contactos que pueden proporcionarnos esa información con rapidez. Por favor.

Ella titubeó.

– Vito… La última vez que te ayudé, murió un hombre.

Vito se esforzó por recobrar la calma.

– Dijiste que a Van Zandt le habrían concedido la condicional de todas formas. Además, ese hombre merecía morir. Sophie no.

Ella cerró los ojos.

– Tú no eres nadie para decidir quién debe morir y quién no, Vito.

Vito la aferró por los hombros y ella abrió los ojos como platos. Él hizo caso omiso de su feroz mirada de advertencia y la aferró con más fuerza.

– Si no la encuentro, la torturará y la matará. Te lo suplico, Maggy, por favor. Haz todo lo que esté en tu mano. Por favor.

– Por Dios, Vito.

Él contuvo la respiración mientras observaba la indecisión en la mirada de Maggy, quien al fin exhaló un suspiro.

– Muy bien. Haré unas cuantas llamadas.

Vito soltó aire despacio, aliviado de poder volver a respirar.

– Gracias.

– No me las des aún -dijo ella en tono enigmático, y lo empujó para entrar en la oficina.

Brent Yelton estaba aguardándolos junto al escritorio de Vito.

– He venido lo más rápido posible.

Maggy clavó los ojos en Vito.

– ¿Ya está aquí tu pirata? Qué seguro lo tenías, ¿eh? Menuda pieza estás hecho.

Vito se negó a sentirse culpable.

– Puedes utilizar la mesa de Nick, Maggy.

Maggy se sentó murmurando para sí mientras sacaba de su bolso la agenda electrónica.

Brent asintió con satisfacción.

– ¿Qué quieres que busque?

Parecía tan entusiasmado que a Vito le entraron ganas de sonreír.

– Aún no lo sé. Me he estado devanando los sesos intentando recordar algo que haya comprado.

– Le compró lubricante al doctor -recordó Brent, pero Vito negó con la cabeza.

– A Pfeiffer siempre le pagaba en efectivo, tanto las visitas como el lubricante, lo he comprobado al venir hacia aquí. ¿Podemos echar un vistazo a los bancos de la zona? A lo mejor tiene una cuenta en alguno.

Brent hinchó de aire los carrillos.

– Sería más fácil si supiéramos por dónde empezar. Entrar en las redes bancarias es delicado, lleva su tiempo. Sería más fácil investigar las oficinas de crédito para ver si dispone de alguna tarjeta.

Maggy renegó.

– No quiero oírlo. -Se levantó y se trasladó a otro escritorio, fuera del radio de alcance de la voz, pero tenía un móvil en la mano y estaba efectuando llamadas.

Vito imaginó que eso quería decir algo.

Brent abrió su portátil.

– ¿Cómo le pagaba oRo?

– No llegó a pagarle. Van Zandt nos dijo que los pagos se hacían a noventa días.

Vito abrió con llave el cajón de su escritorio y de él extrajo la carpeta de Pfeiffer.

– Aquí está el número de la Seguridad Social que le dio a Pfeiffer. Búscalo con todos los nombres.

Brent levantó la cabeza y miró a Vito con compasión.

– Sal a ventilarte, Vito.

Él dejó caer los hombros.

– Lo siento, te estoy diciendo cosas que ya sabes.

– Ve a por un café. -Brent hizo una mueca-. Yo quiero dos sobres de azúcar.

Vito se dio media vuelta… y tropezó con Jen. Esta se tambaleó sin llegar a caerse.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó. Llevaba el pelo alborotado y por su aspecto se diría que acababa de despertarse. Miró a Vito con los ojos entornados-. ¿Qué estás tramando?

– Estoy siguiendo la pista del dinero -dijo él con denuedo-. Es lo que debería haber hecho desde el principio. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

Jen volvió la vista atrás, y entonces Vito reparó en los dos jóvenes que la acompañaban.

– Estos son Marta y Spandan, son alumnos del curso de posgrado que imparte Sophie.

Marta era menuda y morena y tenía el rostro surcado de churretes. Iba del brazo de un chico hindú de mirada asustada.

– Lo hemos visto en las noticias -dijo Marta, temblorosa-. Ha habido un asesinato en el Albright y la doctora J… Se la han llevado.

– Hemos venido lo más rápido posible -explicó Spandan-. Dios mío, no me lo creo.

– El sargento de guardia ha avisado a Liz, y ella me ha avisado a mí. -Jen señaló un par de sillas y los estudiantes se sentaron-. Este es el detective Ciccotelli. Decidle lo que me habéis dicho a mí.

– Según la locutora -empezó Spandan con vacilación-, la doctora J estaba ayudando a la policía a resolver un caso. Su caso, detective. Ha dicho que tenía que ver con todas esas fosas que encontraron y que la última víctima es Greg Sanders. -Tragó saliva-. Ha dicho que le habían cortado las piernas.

Vito dirigió una mirada de frustración a Jen y esta asintió.

– Ya sabíamos que no podríamos mantenerlo siempre en secreto, Chick. Hemos tenido suerte de que los periodistas hayan tardado tanto en atar cabos. -le hizo a Spandan un gesto de asentimiento en señal de ánimo-. Sigue.

– Los domingos ayudamos a la doctora J en el museo.

– El otro día estuvimos hablando de las mutilaciones que se practicaban como castigo por robo en la Edad Media -explicó Marta-, al ladrón le cortaban una mano y el pie opuesto. De repente van y la raptan. Teníamos que venir a decírselo.

Vito abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

– Santo Dios -susurró al fin-. Ni siquiera he tenido tiempo de preguntarle por las marcas con hierro candente, ni las mutilaciones, ni las iglesias. Si le hubiera preguntado…

– No sigas por ese camino, Vito -le espetó Jen-. No sirve de nada.

– ¿Marcas con hierro candente? -se extrañó Spandan-. De eso no hablamos.

– Uno de sus alumnos sacó el tema -dijo Vito, esforzándose por respirar-. ¿No fue ninguno de vosotros?

Ambos negaron con la cabeza.

– En el curso somos cuatro -explicó Marta-. No hemos encontrado a Bruce ni a John, por eso hemos venido los dos solos.

– John es el nombre que mencionó Sophie. John… -Vito cerró los ojos-. Trapper.

Jen suspiró.

– Vaya.

– ¿Sabéis dónde vive John? -preguntó Vito, pero ellos volvieron a negar con la cabeza-. ¿Y qué coche tiene?

– Una camioneta blanca -respondió Spandan de inmediato-. Acompañó a la doctora J el martes por la noche.

– Porque le habían estropeado la moto. -«Respira, piensa.» Entonces reparó en otro detalle-. Si es alumno del curso, tiene que pagar las cuotas de la universidad. -Se volvió hacia Brent.

El informático ya tecleaba.

– Estoy en ello. Me iría bien saber su número de estudiante.

– Solo sabemos el propio -dijo Spandan-. Pero seguro que en la biblioteca lo tienen. Para sacar libros, hace falta el número de estudiante.

– Llamaré a la biblioteca -se ofreció Brent-. Aunque seguramente hoy estará cerrada.

Maggy se levantó de la silla.

– A lo mejor a nuestros invitados les apetece tomar algo.

Jen arqueó las cejas y su mirada denotó que la había comprendido.

– Los acompañaré a la cafetería.

Marta sacudió la cabeza con gesto rotundo.

– No, yo no soy capaz de probar bocado.

– Quieren que nos vayamos -musitó Spandan. Miró a Vito-. Volveremos al campus. Por favor, avísennos en cuanto la encuentren.

Brent aguardó a que se hubieran marchado.

– La biblioteca está cerrada. ¿Quieres que busque el modo de entrar?

Jen alzó la mano.

– Espera. Liz, Beverly y Tim estuvieron investigando a John Trapper. Bev me dijo que según su historial médico va en silla de ruedas.

– Pero sabemos que Simon manipula los historiales -dijo Vito-. Si Bev y Tim han accedido al suyo, deben de saber el número de la Seguridad Social que ha estado utilizando. Si pagaba las cuotas universitarias, eso nos llevará hasta el banco.

– Los llamaré -decidió Jen, y ocupó el escritorio libre mientras Maggy López se le acercaba con expresión grave.

– He encontrado un nombre en el Servicio de Administración Tributaria. Vito, tiene que quedarte clara una cosa. Lo que estamos haciendo es ilegal, y los datos que encontremos por esta vía serán fruto del árbol prohibido. No podremos utilizarlos como pruebas. Si detienes a Simon Vartanian a partir de lo que encontremos ahora, podría salir impune aun habiendo cometido trece asesinatos.

Vito la miró a los ojos.

– Más vale que no sean catorce.

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