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Martes, 16 de enero, 17:00 horas

Acudieron a la reunión informativa con caras largas. Vito ocupó un extremo de la mesa, con Liz a su derecha y Jen a su izquierda. Junto a Jen se encontraban Bev y Tim. Katherine se sentó al lado de Liz; se la veía demacrada. Vito pensó en lo duro que debía de resultar realizar las autopsias a todos aquellos cadáveres. Seguramente era la que tenía el peor trabajo de todos.

Claro que tener que comunicarle a una familia que su hija de diecinueve años estaba muerta no era como para ponerse a dar saltos de alegría.

– Nick ya ha salido del juzgado -le dijo a Liz-. Han levantado la sesión.

– ¿Ha llegado a declarar?

– No. La fiscal López cree que le tocará mañana.

– Ojalá. Bueno, démonos prisa para salir cuanto antes.

Vito miró el reloj.

– También estoy esperando a Thomas Scarborough.

Jen McFain arqueó las cejas.

– Qué bien. Scarborough es muy bueno haciendo perfiles. ¿Cómo has conseguido que te atienda tan rápido? Había oído que tenía una lista de espera de varios meses.

– Agradéceselo a Nick Lawrence. -Un hombre alto, con hombros de defensa de fútbol americano y ondulado pelo castaño entró en la sala, y con el rabillo del ojo Vito vio que tanto Beverly como Jen se sentaban un poco más erguidas. El doctor Thomas Scarborough no tenía el atractivo que Vito creía que la mayoría de las mujeres apreciaban en un galán, pero gozaba de un porte que dejaba huella. Se inclinó y le tendió la mano a Vito.

– Tú debes de ser Chick. Yo soy Scarborough.

Vito le estrechó la mano.

– Gracias por venir, doctor Scarborough.

– Thomas -lo corrigió, y tomó asiento-. La fiscal López me ha presentado a su compañero en la puerta del juzgado esta mañana. Estábamos esperando para declarar. Nick me ha preguntado sobre los asesinos que utilizan la tortura y he sentido curiosidad.

Vito le presentó a todo el mundo. Luego se dirigió a la pizarra donde esa mañana había dibujado la tabla de fosas.

– Hemos comprobado que la mujer de las manos unidas es Brittany Bellamy. Comparamos las huellas de su dormitorio con las de la víctima. Son suyas.

– O sea que hemos identificado a tres de los nueve cadáveres -dijo Liz-. ¿Qué tienen en común?

Vito sacudió la cabeza.

– No lo sabemos. Warren y Brittany aparecen en la página web de modelos, pero Claire no. A Warren y a Brittany los torturaron. El asesino le rompió el cuello a Claire, pero no le hizo nada más. Entre los asesinatos transcurrió al menos un año.

– Lo que tienen en común es que todos estaban enterrados en ese campo -observó Jen-. Tenía razón cuando os dije que no creía que la tierra de las tumbas procediera del mismo terreno. Allí casi todo es arcilla. En cambio la tierra que utilizaron para llenar las fosas es más arenosa. Probablemente procede de una cantera.

Tim Riker suspiró.

– Pennsylvania está plagada de canteras.

Liz frunció el entrecejo.

– Pero ¿por qué transporta tierra de otro lugar? ¿Por qué no utiliza la tierra que antes extrajo de la fosa?

– Esa pregunta es muy fácil de responder -dijo Jen-. La tierra del campo se aterrona al mojarse. En cambio la tierra de la cantera es arenosa y no absorbe tanto el agua, esta se filtra. Es más fácil cubrir un cadáver de arena que de tierra compacta.

– ¿Podemos averiguar el lugar exacto del que procede la tierra? -preguntó Beverly.

– He avisado a un geólogo. Su equipo está examinando la composición mineral para darnos una idea de dónde se encuentra naturalmente ese tipo de suelo. Aun así, les llevará unos cuantos días.

– ¿Podemos hacer algo para que vayan más rápido? -preguntó Liz-. ¿Ayudarles a conseguir recursos?

Jen levantó las manos.

– He tratado de ejercer presión, pero hasta el momento todos me han dicho que trabajan lo más rápido que pueden y que cuentan con el máximo de recursos. De todos modos, volveré a intentarlo.

Liz asintió.

– Hazlo. El patrón de las sepulturas indica que el asesino aún no ha terminado. De hecho, ahora mismo podría estar ocupándose de una nueva víctima. Dos días pueden ser mucho tiempo.

– Sobre todo porque hemos alterado su rutina -observó Thomas en tono quedo-. Ese asesino es obsesivo-compulsivo hasta un punto increíble. Ha dejado un espacio abierto al final de la tercera fila, y si sigue el mismo patrón que hasta ahora, en cualquier momento empezará a buscar una nueva víctima. Cuando descubra que habéis encontrado el cementerio que tan cuidadosamente planeó… se quedará desconcertado. Se enfadará, tal vez se sienta desorientado.

– Quizá entonces cometa algún error -dijo Beverly.

Thomas asintió.

– Es probable. Pero también puede que se desmorone, que abandone lo planeado y cambie de estrategia. Casi pasó un año entre los primeros asesinatos y los más recientes. Podría esperar otro año, o más.

– O podría buscar otro terreno y cavar otra serie de tumbas -repuso Jen con voz cansina.

– Eso también es posible -reconoció Thomas-. Lo que haga a continuación depende del motivo último por el que esté haciendo todo esto. Por qué mata a gente. Por qué empezó. Por qué ha dejado pasar un año entre las dos series de asesinatos.

– Esperábamos que tú nos ayudaras a responder a todo eso -dijo Vito en tono seco.

La sonrisa de Thomas también fue seca.

– Haré cuanto pueda. Una de las cosas que necesitamos averiguar es cómo elige a las víctimas. Las dos últimas aparecen en la página web de modelos.

– Puede que sean tres -intervino Tim Riker-. He realizado una búsqueda de todos los modelos masculinos que aparecen en tupuedessermodelo.com y que tienen la misma altura y peso que el chico del mangual.

– Deja de llamarle así -le espetó Katherine, y a continuación frunció los labios con fuerza-. Por favor.

Su voz denotaba una desesperación tal que todos se volvieron a mirarla.

– Lo siento, Katherine -se disculpó Tim-. No pretendía faltarle al respeto.

Ella asintió, vacilante.

– No te preocupes. Es mejor que lo llamemos el tres-uno, por la tumba. Acabo de terminar su autopsia. Brittany Bellamy y Warren Keyes sufrieron muchísimo, pero todo parece indicar que su suplicio duró pocas horas. Al tres-uno, en cambio, lo torturaron durante varios días. Tiene todos los dedos de las manos rotos. También tiene rotos los brazos y las piernas. Le despellejaron la espalda. -Tragó saliva-. Y le quemaron los pies.

– ¿Las plantas de los pies? -preguntó Liz con amabilidad.

– No, los pies enteros. La cicatriz los cubre por completo y está claramente delimitada. Es como un calcetín.

– O una bota -terció Nick con gravedad. Acababa de entrar por la puerta. Le estrechó el hombro a Katherine para tranquilizarla y se sentó junto a Scarborough-. Es uno de los instrumentos de tortura que he encontrado en internet. Los inquisidores llenaban una bota de aceite hirviendo, solían aplicarlo en ambos pies por separado. Era un método muy efectivo para que la gente acabara diciendo todo lo que ellos querían.

– Pero ¿qué debe querer el asesino que digan todas esas personas? -preguntó Beverly con la voz llena de frustración-. Eran modelos, actores.

– Tal vez no quisiera que dijeran nada. Tal vez solo quisiera verlos sufrir -observó Tim en voz baja.

– Pues lo que se dice sufrir, sufrieron -soltó Katherine con amargura.

Vito cerró los ojos y se esforzó por imaginarse la escena, tan horrible como era.

– Pero, Katherine, hay algo que no encaja. La forma en que su cabeza se partió indica que tenía que estar sentado. Si hubiera estado tumbado, el cráneo habría quedado aplastado, no partido. Si ese chico estaba en un estado tan lamentable antes de recibir el golpe del mangual… o lo que sea, ¿cómo es posible que se mantuviera erguido?

Los labios de Katherine dibujaron una fina línea.

– He encontrado restos de cuerda en la piel del torso. Creo que lo ataron para que mantuviera la posición vertical. Las marcas circulares también se aprecian en la cuerda.

Hubo un momento de silencio mientras todos digerían el último horror.

– ¿Qué has obtenido de la búsqueda en la base de datos de tupuedessermodelo.com, Tim?

– Unos cien nombres, más o menos, pero el hecho de que le quemaran los pies es un dato importante. Brittany Bellamy era modelo de manos y el asesino la hizo posar con ellas unidas. Warren llevaba un tatuaje de un Oscar y lo colocó como si sostuviera una espada. -Tim sacó un listado de su carpeta y empezó a examinarlo-. Hay tres que son modelos de pies. -Miró a Katherine-. ¿Qué talla de zapatos utilizaba la víctima?

– Un cuarenta y cuatro.

Tim hojeó las páginas con rapidez. De pronto se detuvo y se fijó en algo.

– Sí. -Volvió a mirar la hoja con expresión triunfante-. Solo hay uno que calce un cuarenta y cuatro. William Melville. Aparece como Bill. El año pasado hizo un anuncio de un espray para pies.

A Vito se le aceleró el pulso.

– Buen trabajo, Tim. Muy buen trabajo.

Tim asintió con seriedad. Luego miró a Katherine.

– Ya tiene nombre.

– Gracias -musitó ella-. Eso significa mucho.

– Tendremos que comprobarlo cuando terminemos la reunión -dijo Vito con denuedo-. Nick y yo nos encargaremos de buscar la dirección de Bill Melville y verificar los datos. Tim, me gustaría que Beverly y tú siguierais investigando la base de datos. Aún me interesa saber a quiénes intentó contratar el asesino sin conseguirlo. También quiero saber con quién se ha puesto en contacto últimamente. Tenemos que encontrarlo y detenerlo antes de que llene la fila.

– Cuando acabemos esto tenemos previsto reunirnos con Brent Yelton, del departamento de informática -explicó Beverly-. Nos ha dicho que intentaría obtener información desde la página de los usuarios pero que probablemente acabaría necesitando la ayuda de los administradores. -Hizo una mueca-. Y para eso nos hará falta una orden judicial.

– Si me proporcionáis toda la información necesaria me encargaré de conseguir la orden -se ofreció Liz.

– O sea que eligió a las tres últimas víctimas por alguna característica física -dijo Thomas con aire pensativo-. Gracias a la base de datos ha podido buscar las características que necesitaba. Lo de las poses implica cierta teatralidad, y los modelos están acostumbrados a posar delante de una cámara.

Nick frunció el entrecejo.

– ¿Es posible que el tipo se dedique a filmar todo eso?

– Es una idea. -Vito lo anotó en la pizarra-. Vamos a dejarlo así de momento. Sigamos. También están los ordenadores. El disco duro de Warren está destrozado, y el de la familia Bellamy también. Sin embargo Claire no tenía ordenador.

– Lo que significa que no se puso en contacto con ella a través de la red -observó Tim-. A menos que hubiera utilizado un ordenador público. Trabajaba en la biblioteca.

Vito suspiró.

– Será muy difícil rastrear una conexión a internet hecha desde un ordenador público quince meses atrás. Estamos en un callejón sin salida.

– ¿Qué has averiguado de la procedencia de los instrumentos que utiliza? -preguntó Nick-. ¿Han resultado de ayuda los contactos de Sophie?

– No mucho. -Vito se recostó en el asiento-. La cota de malla es de buena calidad. Un jubón con los agujeros de ese diámetro cuesta más de mil dólares.

– Joder -exclamó Nick-. Así que el tipo tiene pasta.

– Lo malo es que se puede comprar por internet, y está disponible en varias tiendas virtuales. -Vito se encogió de hombros-. Igual que la espada y el mangual. Será difícil rastrear una compra en particular, pero tenemos que intentarlo. Sophie me ha explicado que uno de sus profesores oyó que ha desaparecido una colección de instrumentos de tortura. Seguiré investigándolo mañana. La procedencia es europea, así que tendré que implicar a la Interpol.

– Eso nos hará perder más tiempo -se quejó Liz-. ¿No puedes pedirle a la arqueóloga que ahonde un poco más?

Jen se estremeció.

– No querrás que busque más tumbas, ¿verdad? -bromeó.

– Se lo preguntaré -se ofreció Vito. «Si cena conmigo esta noche.» Si no… Imaginaba que tendría que retirarse, pero no tenía claro que fuera capaz de hacerlo. Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le atraía tanto; tal vez nadie le hubiera atraído así en la vida. «Por favor, Sophie, por favor; acude a la cita»-. Jen, ¿qué más has descubierto en el escenario del crimen?

– Nada. -Arqueó una ceja-. Pero eso ya es significativo. Todavía estamos examinando la tierra del interior de las tumbas, y tenemos para unos días. Sin embargo, echamos en falta una cosa.

– La tierra que extrajo de las fosas -adivinó Beverly, y Jen le dio un toque en la nariz.

– Hemos peinado el bosque entero y no hemos encontrado esa tierra.

– A lo mejor la esparció -apuntó Tim sin demasiado convencimiento.

– A lo mejor, pero eso supone mucho trabajo. Dieciséis tumbas implican una gran cantidad de tierra. Habría sido más fácil apilarla a un lado.

– O llevársela. Tiene un camión -dedujo Vito.

– O se lo han dejado. Es posible que podamos saber el modelo. Hemos encontrado una huella de neumático en el camino de acceso al campo. La están examinando en el laboratorio. -Los labios de Jen se curvaron hacia abajo mientras pensaba-. La carta de dimisión que los padres de Claire le entregaron a Bev y Tim es una copia. Necesitamos el original. ¿Quién lo tiene?

Sonó un móvil y todos miraron sus aparatos al instante. Katherine alzó el suyo.

– Es el mío -anunció-. Perdonadme. -Se puso en pie y se acercó a la ventana.

– La carta está en la biblioteca donde trabajaba Claire -dijo Tim-. Ya la hemos solicitado, pero nos han dicho que tenían que seguir el protocolo. Esperan tenerla allí mañana.

Jen sonrió abiertamente.

– Muy bien. A ver si conseguimos alguna huella decente.

Katherine cerró el móvil de golpe y se volvió hacia el grupo. Los ojos volvían a brillarle.

– ¿Sabéis el lubricante de silicona que encontrasteis con las cosas de Claire?

– El que utilizaba para la pierna ortopédica -dijo Vito con prudencia-. ¿Qué pasa?

– Es igual que el de la muestra que tomé del alambre de las manos de Brittany.

Vito dio una palmada en la mesa.

– Excelente.

– Pero -empezó Katherine con énfasis-… no concuerda con la muestra que tomé de Warren. El lubricante que encontré en las manos de Warren tiene una fórmula muy parecida pero no exacta. Desde el laboratorio han llamado al fabricante, y este les ha explicado que tienen dos fórmulas básicas pero que suelen preparar mezclas especiales para clientes alérgicos.

Vito miró la mesa mientras procesaba la información.

– O sea que el lubricante de las manos de Warren es especial. -Levantó la cabeza-. ¿Claire también compraba una mezcla especial?

Katherine arqueó las cejas.

– Según el registro del fabricante no.

– O sea que es de otra persona -dedujo Beverly.

– Pudo haberlo comprado en otro sitio, o tal vez se lo compró alguien -advirtió Liz-. No deis nada por sentado si no lo sabéis seguro.

Katherine asintió.

– Tienes razón. Según el fabricante, las recetas las firmaba un tal doctor Pfeiffer. Podéis preguntarle a él si Claire utilizaba algún lubricante especial. Si dice que no, o bien utilizó el lubricante de otra persona o bien es del asesino.

Vito se frotó las manos.

– La cosa empieza a ir por buen camino. Thomas: después de lo que has oído, ¿qué piensas del asesino?

– ¿Se trata de una sola persona? -añadió Nick.

– Buena observación. -Thomas se recostó en el asiento y se cruzó de brazos-. Tengo la impresión de que trabaja solo. Casi seguro que es un hombre, más bien joven e inteligente. De una crueldad desapasionada, mecánica. Obsesivo, evidentemente, lo cual también afecta a otros aspectos de su vida: trabajo, relaciones. Su habilidad para crear virus informáticos también cuadra con el perfil. Se siente más cómodo con las máquinas que con las personas. Diría que vive solo. En la adolescencia debió de cometer acciones violentas, desde meterse con los compañeros hasta maltratar animales. Suele seguir un método y es eficiente. Podría haberse limitado a matar a dos personas para convertirlas en efigies, pero antes aprovechó para experimentar con ellas los métodos de tortura.

– O sea que es un tipo obsesivo y solitario, frío como un témpano, que se piensa las cosas dos veces y cuando las hace, acierta a la primera -dijo Jen con acritud, y Thomas se rió entre dientes.

– Bien resumido, sargento. Si a todo eso añades efectista, ya lo tienes.

Vito se puso en pie.

– Bueno, Bev, Tim, Nick y yo tenemos cosas que hacer. Thomas, ¿podemos avisarte siempre que te necesitemos?

– Claro.

– Entonces volveremos a reunirnos mañana a las ocho -concluyó Vito-. Estad alerta y cuidaos.


Martes, 16 de enero, 17:45 horas

Nick se hundió en la silla y colocó los pies sobre el escritorio.

– Te juro que tener que estar esperando en el juzgado me cansa más que un maldito día de trabajo.

– ¿Alguna novedad en cuanto al paradero de Kyle Lombard?

– Ninguna. Podría haber telefoneado a setenta y cinco Kyle Lombard mientras esperaba en la puerta, pero tengo la batería del móvil agotada.

– Puedes intentarlo mañana. -Vito alcanzó una nota del escritorio-. Tino ha venido. Está en el depósito de cadáveres, haciendo un retrato de la pareja de ancianos de la segunda fila.

– Si hay suerte obrará otro milagro -dijo Nick.

– Está claro que con Brittany Bellamy dio en el clavo. -Vito se sentó frente a su ordenador, entró en la página de tupuedessermodelo.com y buscó el currículum y la fotografía de Bill Melville-. Ven a ver al señor Melville.

Nick rodeó los escritorios y se situó de pie tras él.

– Un tipo alto y fornido como Warren.

– Sin embargo, aparte de la corpulencia, no se parecen en nada.

Warren era rubio; Bill, en cambio, era moreno y de aspecto intimidatorio.

– Practicaba artes marciales. -Vito miró a Nick-. ¿Por qué elegiría el asesino a una víctima que bien podría haberlo molido a palos?

– No parece muy inteligente por su parte -convino Nick-. A menos que necesitara a alguien con esas características. Warren consultaba páginas de esgrima y lo colocó como si sostuviera una espada. A Bill lo mató con un mangual. -Nick se sentó en el borde del escritorio de Vito-. Hoy no he comido. Vamos a comprarnos algo antes de buscar dónde vivía Melville.

Vito miró el reloj.

– He quedado para cenar. -«A ver si hay suerte.»

La expresión de Nick cambió por completo al esbozar una lenta sonrisa.

– ¿Para cenar?

Vito notó que le ardían las mejillas.

– Cállate, Nick.

Pero su sonrisa se hizo más amplia.

– De eso ni hablar. Quiero saberlo todo.

Vito levantó la cabeza para mirarlo.

– No hay nada que contar. -«Por lo menos, todavía no.»

– Esto está yendo mejor de lo que esperaba. -Nick soltó una carcajada al ver que Vito alzaba los ojos en señal de exasperación-. No tienes sentido del humor, Chick. Vale, vale. ¿Qué has averiguado de Brewster?

– Que es un cabrón que engaña a su mujer y las prefiere altas y rubias.

– Vaya. Ahora entiendo la reacción de Sophie al ver las flores. Dices que te ha dado los nombres de algunos coleccionistas.

– Todos son baluartes de la sociedad y tienen más de sesenta años. Es casi imposible que ninguno haya sido capaz de cavar dieciséis tumbas y mover a tipos como Keyes y Melville. He investigado sus movimientos bancarios lo que he podido, teniendo en cuenta que no dispongo de ninguna orden judicial, y no he visto nada sospechoso.

– ¿Y el propio Brewster?

– Es lo bastante joven, creo. Su despacho parece un museo, pero todo está a la vista.

– A lo mejor tiene un escondite.

– A lo mejor, pero estaba fuera del país la semana en que Warren desapareció. -Vito miró a Nick con pesadumbre-. Lo he buscado en Google al volver de casa de los Bellamy. Lo primero que me ha salido es la conferencia que dio en Ámsterdam el cuatro de enero. En el registro de la compañía aérea consta que el doctor Alan Brewster y su esposa volaron en primera clase de Filadelfia a Ámsterdam.

– Los billetes de primera clase son caros. Los profesores universitarios no ganan tanto dinero. Igual trafica.

– La mujer está forrada -repuso Vito-. Gramps era un magnate del carbón. También lo he buscado.

Nick hizo una mueca de complicidad.

– Te habría gustado que fuera él.

– No te imaginas cuánto. Pero a menos que tenga un cómplice, Brewster no pasa de ser un hijo de puta. -Vito buscó a través de su ordenador la base de datos del Departamento de Vehículos Motorizados-. Melville tenía veintidós años, la última dirección que consta está al norte de Filadelfia. Yo conduciré.


Martes, 16 de enero, 17:30 horas

Sophie se había puesto manos a la obra y se encontraba rodeada de serrín en el viejo almacén situado por detrás de la nave industrial que habían convertido en la dependencia principal del museo. Ted tenía razón, el almacén no estaba perfectamente adecuado pero tenía posibilidades. Además, si respiraba hondo, aún notaba el olor a chocolate en algunos rincones. Tenía que ser cosa del destino.

Echó un vistazo al futuro emplazamiento de su excavación experimental. Hacía mucho tiempo que no estaba tan satisfecha. Bueno, tal vez «satisfecha» no fuera la palabra más adecuada. Se sentía activa y llena de energía al pensar en las maravillas que podría llevar a cabo en aquel espacio enorme con techos de nueve metros de altura. El cerebro le iba más deprisa que una ametralladora.

También el corazón le latía acelerado. Esa noche cenaría con Vito Ciccotelli. Estaba impaciente, ávida. Sentía muy próximo el final de su autoimpuesto veto sexual. Había decidido no volver a mantener nunca más una relación con un colega, lo que implicaba encontrar un hombre fuera de la excavación, en la ciudad, y por naturaleza, ese tipo de relaciones eran superficiales; no pasaban de ser una simple manera de quitarse la espina cuando se le hacía demasiado duro soportar la situación. Sin embargo luego no podía dejar de sentirse culpable por mantener encuentros efímeros y se aborrecía. Con Vito sería diferente, lo presentía. Tal vez la abstinencia terminara pronto.

Todo a su debido tiempo. De momento, estaba ansiosa por examinar el contenido de las cajas que había transportado desde su despacho. Ya había descubierto tesoros increíbles.

En aquel despacho la rodeaban reliquias medievales y ni siquiera lo sospechaba. Abrió una caja con la ayuda de una palanca y echó el serrín en el suelo a paladas hasta topar con una caja más pequeña.

Oyó unos pasos tras de sí y un instante más tarde, una voz que decía:

– No puede ser.

Sophie ahogó un grito y se dio media vuelta de inmediato, blandiendo la palanca en el aire. Luego exhaló un suspiro.

– Theo, te juro por Dios que uno de estos días voy a hacerte daño.

Theodore Albright Cuarto la miraba plantado en la penumbra con gesto severo. Muy tieso, cruzó los brazos sobre sus anchos pectorales.

– No puedes poner aquí todas esas cosas. Los niños las estropearán.

– No pienso dejar a la vista nada de valor. Haré reproducciones de plástico y las romperé en pedazos. Luego esconderé los pedazos bajo la arena para que la gente los encuentre, igual que encontramos las piezas de cerámica en las excavaciones.

Theo miró el almacén a su alrededor.

– ¿Piensas convertir esto en una excavación?

– Ese es mi plan. Sé que las piezas de tu abuelo son valiosísimas. No pienso dejar que les ocurra nada.

Él relajó los anchos hombros.

– Siento haberte asustado. -Bajó la vista a la mano de Sophie y esta se percató de que aún sostenía en ella la palanca. Se arrodilló y la depositó en el suelo.

– No pasa nada. -El regalito de Amanda Brewster y su llamada telefónica la habían puesto más nerviosa de lo que creía-. Esto… ¿querías algo?

Él asintió.

– Tienes una llamada. Es un hombre de edad, desde París.

«Maurice.»

– ¿Desde París? -Ya asía a Theo del brazo y se dirigía hacia la puerta-. ¿Por qué no me lo has dicho antes? -le preguntó mientras cerraba con llave el almacén.

Una vez en su despacho, cerró la puerta, tomó el teléfono y dejó que su mente se relajara al poder hablar en francés.

– ¿Maurice? Soy Sophie.

– Sophie, querida. ¿Y tu abuela? ¿Cómo está?

Su voz denotaba temor y Sophie se percató de que creía que la llamada se debía a malas noticias sobre Anna.

– Va tirando. De hecho, no te he llamado por eso. Lo siento, tendría que habértelo dicho para que no te preocuparas.

Él exhaló un suspiro.

– Sí, habría sido mejor, pero imagino que no puedo culparte por no darme malas noticias. ¿Por qué has llamado?

– Estoy realizando una investigación y he pensado que podrías proporcionarme información.

– Ah. -Su voz se animó y Sophie esbozó una sonrisa. Maurice siempre había sido uno de los amigos más chismosos de su padre-. ¿Qué tipo de información?

– Bueno, se trata de…


Martes, 16 de enero, 20:10 horas

– Así, ¿la víctima es Bill Melville? -preguntó Liz a través del teléfono mientras Vito giraba el volante de su camioneta para enfilar la calle donde vivía.

– Sus huellas coinciden con las que Latent ha encontrado en su piso. Nadie ha vuelto a verlo desde Halloween. Los niños del vecindario dicen que siempre se disfrazaba y repartía golosinas.

– Qué majo.

– Yo no lo tengo tan claro. Se disfrazaba de ninja. Los chicos creen que lo hacía para que supieran que sabía manejar armas, nunchakus y bastones. Era su forma de velar por la propia seguridad. Pero las golosinas que repartía eran buenas, así que todo el mundo parecía contento.

– ¿Por qué no ha entrado nadie en su piso hasta ahora?

– Su casero lo hizo, pero no encontró nada. Hemos tenido suerte porque el hombre ya había preparado una notificación de desahucio. Dos días más y todas las pertenencias de Melville estarían en la basura.

– ¿Tiene el ordenador estropeado?

– Sí. -Vito sonrió con tristeza-. Pero Bill dejó unos cuantos e-mails en la impresora. Un tipo llamado Munch se puso en contacto con él para un documental histórico.

– ¿Tienes su e-mail?

– No. En el mensaje impreso solo pone «E. Munch». Si tuviéramos el documento electrónico podríamos haber conseguido la dirección situándonos sobre el nombre, pero los archivos están borrados. Lo bueno es que por lo menos tenemos un nombre para poder preguntar a los modelos cuyos currículums fueron consultados en tupuedessermodelo.com los mismos días que se pusieron en contacto con las víctimas.

– Así, ¿Beverly y Tim han podido conseguir el historial de consultas?

– Sí. Los administradores de la página están colaborando todo lo que pueden. No quieren que sus clientes dejen de utilizar la página por culpa de un asesino. No han entregado ningún listado general, pero trabajarán con Bev y Tim sobre casos individuales. Mañana Bev y Tim empezarán a ponerse en contacto con los modelos que recibieron un mensaje de Munch.

– Es posible que ese no sea su verdadero nombre. ¿Vuelves al despacho?

– No. Me voy a casa. -Había aparcado detrás del coche de alquiler de Tess y junto a un vehículo que no había visto nunca-. Estos días tengo a mis sobrinos y apenas les he dedicado cinco minutos. Voy a ayudar a mi hermana a acostarlos, luego saldré a cenar. -Y, si tenía suerte… Su mente recordó el único beso que le había dado a Sophie. Llevaba todo el día importunándolo, despistándolo, distrayéndolo de sus pensamientos. ¿Y si no acudía a la cita? ¿Y si tenía que apartarse de su camino? ¿Y si nunca volvía a besar sus carnosos labios? «Sophie, por favor, ven.»

Vito se apeó de la camioneta y se asomó a la ventanilla del coche desconocido. Las alfombrillas de atrás estaban cubiertas de envases vacíos de McDonald's y zapatillas de deporte viejas. «Algún adolescente», imaginó. Cuando abrió la puerta de entrada de su casa, descubrió que, en parte, tenía razón.

Varios adolescentes se apiñaban junto a un ordenador que alguien había puesto en marcha en su sala de estar. Un chico estaba sentado en la butaca, de cara al monitor; los pies no le llegaban al suelo y tenía un teclado sobre el regazo. Dominic se apostaba detrás; observaba la pantalla con su atractivo rostro fruncido.

– ¡Eh! -gritó Vito al cerrar la puerta-. ¿Qué es todo esto?

Dominic lo miró con vacilación.

– Estábamos preparando un trabajo para la escuela y nos hemos tomado un descanso.

– ¿Qué trabajo? -preguntó Vito.

– De ciencias -respondió Dominic-. Sobre la Tierra y el espacio -aclaró.

El chico del teclado levantó la cabeza con gesto desdeñoso.

– Tenemos que crear vida -dijo en tono gracioso, y todos los demás se rieron por lo bajo.

Todos menos Dom, que puso mala cara.

– Basta, Jesse. Vamos a ponernos a trabajar.

– Enseguida, don modoso -se burló Jesse.

Las mejillas de Dom adoptaron un tono bermellón y Vito se percató de que a su sobrino mayor le estaban tomando el pelo por sus buenos modales. Se colocó al lado de Dom.

– ¿Qué es?

Tras las líneas enemigas -respondió Dom-. Es un videojuego ambientado en la Segunda Guerra Mundial.

El interior de un depósito de municiones ocupaba la pantalla. En él yacían muertos once soldados con esvásticas en sus brazaletes. La cámara estaba situada en el cañón de un fusil.

– Ese tío es un soldado estadounidense -explicó Dom-. Puedes elegir la nacionalidad de tu personaje y el arma. Es el último grito.

Vito escrutó la pantalla.

– ¿De verdad? Por los dibujos, se diría que el juego es de hace dos o tres años.

Uno de los chicos le dirigió una mirada cautelosa.

– ¿Tú juegas?

– A veces. -A los quince años era el mejor jugador de Galaga de su barrio, pero le pareció que revelar ese dato solo serviría para que lo consideraran un carcamal. Arqueó una ceja-. A lo mejor jugar a esto me enseña unas cuantas cosas sobre cómo quitar de en medio a unos cuantos elementos o atrapar a los que se saltan los límites de velocidad.

El chico que acababa de hablar esbozó una sonrisa cordial.

– No creo que aprendas gran cosa con este juego. Es más bien mediocre.

– Eso es según Ray -dijo Dom-. Lo sabe todo sobre los videojuegos. Y Jesse también.

– Así, ¿dónde está la gracia? -preguntó Vito.

Ray se encogió de hombros.

– Es un refrito de los cinco juegos anteriores de la misma marca. La apariencia, el entorno, la IA…

– Inteligencia artificial -musitó Dom.

– Ya sé lo que significa -repuso Vito-. Repito: ¿dónde está la gracia? Los personajes me parecen de lo más normal, y la inteligencia artificial es una mierda. Jesse acaba de cargarse a una docena de tíos con esvásticas y ni uno solo lo ha rozado. ¿Dónde está la dificultad?

– Lo que nos interesa no es el juego -repuso Jesse, que no parecía nada ofendido-. Son las intros. -Rió por lo bajo-. Joder, son increíbles.

Dom miró alrededor con mala cara.

– ¡Jesse! Mis hermanos pequeños están aquí.

– Como si tu viejo no dijera palabrotas -soltó Jesse en tono cansino.

Dom apretó los dientes.

– Mi padre no dice palabrotas. Venga, vamos a ponernos a trabajar.

– Un momento -dijo Vito en voz baja sin apartar los ojos de la pantalla. Quería observar un rato el videojuego porque sentía curiosidad, tanto por conocer un poco más a los amigos de Dom como por saber a qué jugaban los chicos en la actualidad. Uno nunca sabía hasta qué punto esos conocimientos podían resultar útiles en la sala de interrogatorios. Ya había pillado a varios adolescentes con el pretexto de compartir sus intereses. Sin embargo, en cuanto Vito hubiera saciado su curiosidad, pensaba echar a Jesse de allí a patadas.

En la pantalla, el soldado estadounidense recargaba el arma mientras mascullaba:

«Es una trampa. Me ha traicionado. Qué hija de puta.»

Montó el arma.

«Se arrepentirá.»

La escena cambió y el soldado se encontró en la puerta de una casita de campo francesa.

– ¿De qué va esto? -preguntó Vito a Ray.

– Es… la intro -respondió, como si se tratara de algo tan conocido como la Capilla Sixtina, Al ver que Vito fruncía el entrecejo, Ray puso mala cara-. La intro es…

– Ya sé lo que es la intro -lo interrumpió Vito. Se trataba de un fragmento en que el personaje principal se dirigía a los jugadores, revelaba algún secreto o, simplemente, pasaba el rato-. Casi todas las que he visto resultan aburridas y solo sirven para despistar al jugador. Me refería a qué tiene de especial.

Ray sonrió.

– Mira. Esa es la casa de Clothilde. Ella decía ser de la resistencia francesa, pero ha engañado a nuestro soldado. Por eso a él le han tendido una emboscada en el bunker. Ahora quiere vengarse. Jesse tiene razón. Esto es de verdad increíble.

En la pantalla, la puerta se abrió y mostró el interior de la casa de campo a medida que avanzaba la intro. La estética cambió radicalmente. Las figuras granulosas y los movimientos discontinuos desaparecieron y, cuando el soldado estadounidense cruzó la puerta y empezó a examinar la vivienda, la imagen parecía real. Al final el soldado encontró a Clothilde escondida en un armario. La obligó a salir y la arrinconó contra la pared.

«Eres una cerda -gruñó-. Les has dicho dónde podrían encontrarme. ¿Qué te han ofrecido a cambio? ¿Una tableta de chocolate? ¿Unas medias de seda?»

La voluptuosa Clothilde lo trató con desdén, a pesar del miedo que denotaban sus ojos, muy abiertos.

– Mirad los ojos -susurró Ray.

«Dímelo.»

El soldado zarandeó a la mujer por los hombros con violencia.

«Lo he hecho a cambio de mi vida -escupió Clothilde-. Me han asegurado que si se lo contaba, no me matarían. Por eso se lo he dicho.»

«Cinco de mis amigos han muerto por tu culpa. -El estadounidense rodeó con las manos el cuello de Clothilde y los ojos de la chica se abrieron aún más-. Tendrías que haber dejado que los cabrones de los alemanes te mataran. Ahora lo haré yo.»

«No, por favor. ¡No!»

Mientras la chica forcejeaba, la pantalla enfocó su rostro y las manos. El miedo que denotaba su mirada…

– Es alucinante -susurró Ray tras Vito-. El artista es increíblemente bueno. Parece una película, cuesta creer que alguien lo haya dibujado.

Pero estaba claro que alguien lo había hecho. Vito, afectado, notó tensarse su mandíbula. Alguien había dibujado aquello. Y había críos mirándolo. Dio un codazo a Dom.

– Ve a ver qué hacen tus hermanos.

Con el rabillo del ojo, Vito vio que Dom se sentía aliviado.

– Vale.

En la pantalla, Clothilde sollozaba y suplicaba por su vida.

«¿Estás lista para morir, Clothilde?», se burló el soldado, y ella soltó un grito, fuerte y prolongado. Era un grito desesperado, demasiado real. Vito se estremeció y observó los rostros de los chicos, que miraban la pantalla petrificados. Con los ojos como platos y la boca entreabierta, esperaban el desenlace.

El grito se interrumpió y se hizo un largo silencio. Entonces el soldado rió por lo bajo.

«Adelante, Clothilde, grita. Nadie puede oírte. Nadie te salvará. Los he matado a todos. -Sus manos se tensaron y los pulgares se desplazaron hacia el hueco de la garganta de la chica-. Y ahora te mataré a ti.» Siguió apretando y Clothilde empezó a retorcerse.

Vito ya había visto bastante.

– Ya está bien. -Se inclinó hacia delante, pulsó el botón de la pantalla y esta se apagó-. El espectáculo ha terminado, chicos.

Jesse enderezó el respaldo reclinable y se puso en pie.

– Eh, no puedes hacer eso.

Vito desenchufó el cable del ordenador.

– Escucha, si quieres pon esa mierda en tu casa; aquí, no. Recoge tus cosas, jovencito.

Jesse sopesó la situación. Al final se dio media vuelta, indignado.

– Vámonos de aquí.

– Qué listo -soltó uno de los chicos-. Sin el trabajo de naturales de Dom no aprobaremos.

– No lo necesitamos para nada. -Jesse se colocó el ordenador bajo el brazo-. Noel, lleva tú la pantalla. Ray, recoge los CD.

Noel negó con la cabeza.

– No puedo volver a suspender. Puede que tú no necesites el trabajo de Dom, pero yo sí.

Jesse entornó los ojos.

– Muy bien.

Todos lo siguieron, a excepción de Ray y Noel.

Ray le sonrió a Vito.

– Sus padres tampoco le dejarán verlo.

Vito se volvió a mirarlo.

– ¿Crees que Jesse le dará problemas a Dominic?

– No. Jesse no tiene nada que hacer, Dom es el capitán del equipo junior de lucha libre.

Vito hizo una mueca, impresionado.

– Vaya. No me lo había dicho.

– Dominic sabe cuidarse -aseguró Ray-. Solo que a veces es demasiado bueno.

Dominic apareció en el pasillo con Pierce a horcajadas sobre su espalda. Su hermano acababa de salir del baño y aún tenía el pelo mojado. Llevaba un pijama de Spiderman. Vito se sintió satisfecho de haber apagado aquella porquería antes de que los más pequeños la vieran.

Dom se quedó mirando a sus dos amigos.

– ¿Se ha ido Jesse?

Ray volvió a sonreír.

– Aquí el señor policía lo ha echado en menos que canta un gallo.

– Gracias, Vito -dijo Dom en tono quedo-. Yo no quería que viera eso aquí.

Vito le mostró la espalda a Pierce, y este se lanzó sobre ella de un bote.

– La próxima vez, échalo y punto.

– Ya le he dicho que se marchara.

– Pues si no te hace caso… dale una patada en el culo.

– Ehhh, tío Vito -gritó Pierce-. Has dicho «culo», tío Vito.

Vito hizo una mueca. Se había olvidado de que «culo» formaba parte de las palabras prohibidas.

– Lo siento, chico. ¿Crees que Tess me lavará la boca con jabón?

Pierce se puso a dar saltos de alegría.

– ¡Sí, sí!

– Sí, sí -repitió Tess desde el recibidor. Su pelo húmedo formaba ondas; era evidente que le había caído encima tanta agua como a Pierce-. Ojo con lo que dices, Vito.

– Vale, vale. -Al final miró a Dom y asintió-. Has hecho lo correcto, pequeño. La próxima vez lo harás incluso mejor. -Se acercó corriendo hasta donde estaba Tess para divertir a Pierce.

– ¿Qué? ¿Lo ha recibido? -Tess se refería al regalo que había llevado al museo para Sophie.

– No lo sé. Ya falta poco para que acabe las clases, así que pronto lo averiguaré. Gracias por comprarlo. ¿Dónde has encontrado un juguete así?

– En la tienda de artículos de broma de Broad Street. Según el propietario, allí se encuentran todos los cachivaches habidos y por haber. El dispositivo para borrar la memoria se hizo muy popular a raíz de la película. -Arqueó una ceja-. Entre el juguetito y las cortinas, me debes doscientos dólares.

Vito estuvo a punto de soltar a Pierce.

– ¿Qué? ¿De qué son las cortinas? ¿De oro?

Ella se encogió de hombros.

– Las cortinas solo me han costado treinta dólares.

– ¿Has pagado ciento setenta dólares por un juguete?

– Un juguete de marca. -A Tess se le escapaba la risa-. Espero que haya valido la pena.

Vito exhaló un suspiro.

– Yo también.

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