Cuando consideró que la voz no lo traicionaría, Myron llamó a Win por el teléfono móvil.
Tras un breve saludo, Win dijo:
– Qué desagradable lo de Jack.
– Según tengo entendido, había sido tu amigo.
Win se aclaró la garganta.
– Myron.
– ¿Qué?
– No sabes nada. Recuérdalo.
No le faltaba razón.
– ¿Podemos cenar juntos esta noche?
– Por supuesto -respondió Win tras titubear por un instante.
– En el cabañón. A las seis y media.
– Estupendo.
Win colgó el auricular. Myron trató de apartarlo de su mente. Tenía otras cosas de las que preocuparse.
Esme Fong estaba ante la entrada del hotel Omni, en la esquina de la calle Chestnut y la Cuatro. Lucía traje chaqueta y medias blancas. Miraba a un lado y a otro y no paraba de retorcerse las manos.
Myron se apeó del taxi.
– ¿Por qué me esperas aquí fuera? -preguntó.
– Tú querías que habláramos en privado -respondió Esme-. Norm está arriba.
– ¿Compartís habitación?
– No, tenemos suites contiguas.
Myron asintió. La casa de citas cobraba más sentido, ahora.
– Poca intimidad, ¿eh?
– Sí. -Le dedicó una sonrisa indecisa, una vez más al estilo de lady Di -. Pero estoy bien. Me gusta Norm.
– No lo dudo.
– ¿De qué va esto, Myron?
– ¿Te has enterado de lo de Jack Coldren?
– Por supuesto. Norm y yo nos hemos quedado de piedra.
Myron asintió.
– Vamos -dijo-, caminemos un poco.
Echaron a andar por la calle Cuatro. Myron tuvo la tentación de permanecer en la Chestnut, pero hacerlo habría supuesto pasar por delante de Independence Hall y eso habría resultado demasiado tópico para su gusto. Sin embargo, la calle Cuatro atravesaba el distrito colonial. Montones de ladrillos. Aceras de ladrillo, tapias y vallas de ladrillo, edificios de ladrillo cargados de historia, todos iguales. Giraron a la derecha para entrar en el parque donde se levantaba el Second Bank of the United States. Había una placa con el retrato del primer presidente de la institución, uno de los antepasados de Win. Myron buscó algún parecido con éste; no lo encontró.
– He intentado hablar con Linda -dijo Esme-, pero comunica todo el rato.
– ¿Has probado con la línea de Chad?
El rostro de Esme se ensombreció por una fracción de segundo.
– ¿La línea de Chad?
– Tiene su propio teléfono en la casa -explicó él-. Suponía que lo sabrías.
– ¿Por qué iba a saberlo?
Myron se encogió de hombros.
– Creía que conocías a Chad.
– Así es -admitió ella, con cautela-. Quiero decir que he estado en su casa unas cuantas veces.
– Ajá. ¿Y cuándo viste a Chad por última vez?
Esme se llevó una mano al mentón.
– Me parece que no estaba cuando fui el viernes por la noche -dijo-. La verdad es que no lo sé. Unas semanas, quizá.
Myron emitió varios chasquidos de desaprobación.
– Respuesta incorrecta.
– ¿Perdón?
– No lo entiendo, Esme.
– ¿El qué?
Myron le siguió caminando, Esme lo seguía de cerca.
– ¿Cuántos años tienes -preguntó él-, veinticuatro?
– Veinticinco.
– Eres lista, las cosas te van bien, eres atractiva, pero un adolescente… ¿A santo de qué?
Esme se detuvo.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿De verdad no lo sabes?
– No tengo la menor idea.
Myron la miró fijamente a los ojos.
– Tú. Chad Coldren. El Court Manor Inn. ¿Me sigues?
– No.
– Venga ya.
– ¿Te lo ha dicho Chad?
– Esme…
– Miente, Myron. Dios mío, ya sabes cómo son los chicos de su edad. ¿Cómo has podido creer algo semejante?
– Está grabado, Esme.
Su expresión se alteró de golpe.
– ¿Qué?
– Parasteis en el cajero automático que está junto al motel, ¿recuerdas? Hay cámaras. Tu imagen aparece con nitidez.
Era un farol, pero un farol condenadamente bueno. Esme se fue derrumbando poco a poco. Miró alrededor y se desplomó en un banco. Se volvió hacia un edificio colonial cubierto de andamios. Los andamios, pensó Myron, arruinaban el efecto, como el pelo en las axilas de una mujer bella. No debería tener importancia, pero para él la tenía.
– Por favor, no se lo digas a Norm -le rogó ella con voz distante-. Por favor, no lo hagas.
Myron no dijo nada.
– Fui una estúpida, me consta -añadió Esme-, pero eso no debería costarme el empleo.
Myron tomó asiento a su lado.
– Cuéntame lo que pasó.
Ella lo miró.
– ¿Por qué? ¿Acaso es asunto tuyo?
– Tengo mis motivos.
– ¿Qué motivos? -La voz de Esme denotaba nerviosismo ahora-. Mira, no estoy orgullosa de lo que he hecho, pero tú no eres el guardián de mi conciencia.
– Muy bien. Entonces se lo preguntaré a Norm. Quizás él me ayude.
– ¿Ayudarte a qué? No lo entiendo. ¿Por qué me haces esto?
– Lo que necesito son respuestas. No tengo tiempo para explicaciones.
– ¿Qué quieres que te diga? ¿Que fui una estúpida? Lo fui. Podría decirte que me sentía sola en un lugar hermoso. Que me pareció un muchacho dulce y atractivo y supuse que a su edad no tendría miedo de contagios ni de compromisos. Ahora bien, en resumidas cuentas, eso no cambia mucho las cosas. Me equivoqué y lo lamento, ¿de acuerdo?
– ¿Cuándo viste a Chad por última vez?
– ¿Por qué vuelves a preguntármelo? -insistió Esme.
– Limítate a contestar a mis preguntas o se lo digo todo a Norm, te lo juro.
Ella escrutó su rostro. Él puso su cara más impenetrable, la que había aprendido de los polis duros de verdad y de los cobradores de peaje de la autopista de Nueva Jersey. Segundos después, ella confesó:
– En aquel motel.
– ¿El Court Manor Inn?
– Como se llame. No recuerdo el nombre.
– ¿Qué día fue eso? -preguntó Myron.
Reflexionó un momento.
– El viernes por la mañana. Chad aún dormía.
– ¿Has vuelto a verlo o a hablar con él desde entonces?
– No.
– ¿No hicisteis planes para volver a veros?
– No, lo cierto es que no -admitió ella en tono de desdicha-. Pensé que el chico sólo buscaba un poco de diversión, pero una vez allí me di cuenta de que se podía enamorar. No contaba con aquello. A decir verdad, me preocupó.
– ¿El qué, exactamente?
– Que se lo contara a su madre. Chad juró que no lo haría, pero ¿quién sabía de lo que era capaz de hacer si yo hería sus sentimientos? Me alivió no volver a tener noticias suyas.
Myron buscaba en su rostro alguna señal de que estaba mintiendo. Pero no encontró ninguna. Eso no significaba, sin embargo, que no existieran.
Esme cruzó las piernas.
– Sigo sin comprender por qué me preguntas todo esto. -Lo meditó un momento y de pronto se le iluminaron los ojos. Se volvió hacia Myron-. ¿Tiene algo que ver con el asesinato de Jack?
Myron no respondió.
– Dios mío. -Su voz parecía un graznido-. No puede ser que creas que Chad está implicado.
Myron esperó un instante. Todo o nada.
– No -dijo-, pero no estoy tan seguro de que no lo estés tú.
– ¿Qué? -exclamó ella, confusa.
– Creo que secuestraste a Chad.
– ¿Has perdido el juicio? ¿Secuestrarlo? Fue absolutamente de mutuo acuerdo. Chad se moría de ganas, créeme. De acuerdo, es muy joven, pero ¿acaso piensas que me lo llevé a ese motel a punta de pistola?
– No me refiero a eso -dijo Myron.
– Entonces, ¿a qué diablos te refieres? -preguntó Esme, desconcertada.
– Al salir del motel el viernes, ¿adónde fuiste?
– Al Merion. Me viste allí, ¿recuerdas?
– ¿Qué me dices de anoche? ¿Dónde estuviste?
– Aquí.
– ¿En tu suite?
– Sí.
– ¿Desde qué hora?
– Desde las ocho en adelante.
– ¿Alguien puede confirmarlo?
– ¿Por qué voy a necesitar que alguien lo confirme? -espetó.
Myron volvió a poner su expresión impenetrable, ni siquiera el aire podía atravesarla. Esme suspiró.
– Estuve con Norm hasta medianoche. Trabajando.
– ¿Y después?
– Me acosté.
– ¿El portero de noche del hotel puede verificar que no saliste de tu suite después de medianoche?
– Supongo que sí. Se llama Miguel. Es muy amable.
Miguel. Le pediría a Esperanza que se encargara de seguir aquella pista. Si la coartada de Esme era verificable, el guión de Myron se iba al traste.
– ¿Quién más estaba al corriente de lo tuyo con Chad Coldren?
– Nadie -contestó ella-. Al menos, yo no se lo he contado a nadie.
– ¿Qué hay de Chad? ¿Se lo ha contado a alguien?
– En principio, da la impresión de que te lo ha contado a ti -señaló Esme con mordacidad-. Puede que se lo haya contado a alguien más, no lo sé.
Myron reflexionó. La figura que vio salir por la ventana del dormitorio de Chad. Matthew Squires. Myron recordó sus años de adolescencia. Si hubiera conseguido acostarse con una mujer adulta tan guapa como Esme Fong, se habría muerto de ganas de contárselo a alguien, y nadie mejor que su amigo más íntimo.
Una vez más el círculo se estrechaba en torno al hijo de los Squires.
– ¿Dónde estarás si necesito ponerme en contacto contigo? -preguntó Myron.
Esme se metió la mano en un bolsillo y sacó una tarjeta.
– El número de mi teléfono móvil está aquí apuntado.
– Hasta la vista, Esme.
– Myron.
Se volvió hacia ella.
– ¿Piensas decírselo a Norm?
Parecía que lo único que la preocupaba fuera por su reputación y su empleo, no el que se hubiera cometido un asesinato. ¿O acaso no era más que una forma inteligente de distraerlo? No había forma de saberlo.
– No -dijo-. No se lo diré.
Al menos, por ahora.