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Carl se acababa de ir cuando llegó Esperanza.

– ¿Has encontrado algo? -preguntó Myron.

Esperanza le tendió la fotocopia de un recorte de periódico atrasado.

– Lee esto.

El titular rezaba: ACCIDENTE MORTAL

«Vaya economía de palabras», pensó Myron. Siguió leyendo.


El señor Lloyd Rennart, de Darby Place n.° 27, estrelló su automóvil contra un coche aparcado en la calle South Dean cerca del cruce con Coddington Terrace. El señor Rennart pasó a disposición judicial por ser sospecho de conducir en estado de ebriedad. Los heridos fueron trasladados al Centro Médico St. Elizabeth, donde Lucille Rennart, esposa del señor Lloyd Rennart, ingresó cadáver. La fecha del funeral todavía no se ha fijado.


Myron releyó el párrafo dos veces. -«Los heridos fueron trasladados» -leyó en voz alta-. Como si hubiera más de uno.

Esperanza asintió.

– ¿Quién más resultó herido?

– No lo sé. No volvió a publicarse nada sobre el accidente.

– ¿Nada sobre el arresto, la acusación o el juicio?

– Nada. O al menos no lo he encontrado. No se volvía a mencionar a ninguno de los Rennart. También he intentado obtener información en el St. Elizabeth, pero se han negado a facilitármela. Según dicen, la relación del hospital con sus pacientes es confidencial. De todos modos, no creo que sus ordenadores puedan remontarse a los años setenta.

Myron sacudió la cabeza.

– Todo esto es muy extraño -opinó.

– Me he cruzado con Carl -dijo Esperanza-. ¿Qué quería?

– Ha venido con una camarera del Court Manor. Adivina con quién se lo montaba Jack Coldren por las tardes.

– Con Tanya Harding.

– Caliente, caliente. Con Norm Zuckerman.

– No me sorprende -dijo Esperanza-. Al menos lo de Norm. Piénsalo. No está casado. No tiene familia. Siempre aparece en público acompañado de bellas jovencitas.

– Para cubrir las apariencias -apuntó Myron.

– Exacto. Como su barba. Puro camuflaje. Norm está al frente de un gran negocio de prendas deportivas. Que se descubriera su homosexualidad podría perjudicarle.

– Por consiguiente -prosiguió Myron-, si saliera a la luz pública que es homosexual…

– Le haría mucho daño -dijo Esperanza.

– ¿Es eso motivo para un asesinato?

– Por supuesto. Hay millones de dólares y la reputación de un hombre en juego. La gente mata por mucho menos.

Myron meditó acerca de ello.

– Pero ¿cómo sucedió? Supongamos que Chad y Jack se encuentran por casualidad en el Court Manor. Supongamos que Chad adivina lo que están haciendo Jack y Norm. Quizá se lo cuenta a Esme, que trabaja para Norm. Quizás ella y Norm…

– ¿Qué? -lo interrumpió Esperanza-. ¿Secuestran al chico, le cortan un dedo y lo sueltan?

– Tienes razón, no encaja -convino Myron-. Sin embargo, nos hallamos cada vez más cerca.

– Pues yo no estoy tan segura. Veamos. Podría ser Esme Fong. Podría ser Norm Zuckerman. Podría ser Tad Crispin. Podría ser Lloyd Rennart, si sigue con vida. Podrían ser su esposa o su hijo. Podría ser Matthew Squires o su padre, o ambos. O podría ser un plan tramado por una combinación de todos ellos. La familia Rennart, quizás, o Norm y Esme. También podría ser Linda Coldren; al fin y al cabo el arma del crimen es la pistola que había en su casa, por no hablar de los sobres y el bolígrafo.

– No lo sé. -Myron meneó la cabeza. Tras una pausa, añadió-: Pero creo que acabas de dar en el clavo.

– ¿Cómo?

– Acceso. Quienquiera que matase a Jack y cortara el dedo de Chad tenía acceso a la casa de los Coldren. Si excluimos un allanamiento de morada, que, en principio, no lo hubo, ¿quién pudo hacerse con la pistola, el sobre y el bolígrafo?

Esperanza apenas dudó.

– Linda Coldren, Jack Coldren y quizás el chico Squires, ya que tanto le gusta trepar a las ventanas. -Hizo una pausa-. Creo que están todos.

– De acuerdo, muy bien. Ahora demos otro paso. ¿Quién sabía que Chad Coldren estaba en el Court Manor Inn? Quiero decir, quienquiera que lo secuestrara tenía que saber dónde hallarlo, ¿correcto?

– Correcto. Veamos, Jack otra vez, Esme Fong, Norm Zuckerman, Matthew Squires otra vez. Joder, Myron, este método es extraordinario.

– ¿Qué nombres figuran en las dos listas?

– Jack y Matthew Squires, y creo que podemos tachar el nombre de Jack, puesto que es la víctima.

A pesar de la ironía, Myron se quedó pensando. Recordó su conversación con Win. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar Jack para garantizar su victoria? Win había dicho que nada lo detendría. ¿Tendría razón?

Esperanza chasqueó los dedos a sólo un palmo de su cara.

– Eh, Myron.

– ¿Qué?

– He dicho que podemos eliminar a Jack Col-dren. Los muertos rara vez entierran armas homicidas en los bosques.

Aquello tenía sentido.

– Entonces nos queda Matthew Squires -dijo Myron-, y no creo que sea nuestro chico.

– Yo tampoco -convino Esperanza-, pero estamos olvidándonos de alguien, alguien que sabía dónde estaba Chad Coldren y que podía acceder libremente al arma, los sobres y el bolígrafo.

– ¿Quién?

– Chad Coldren.

– ¿Crees que se amputó el dedo a sí mismo?

Esperanza se encogió de hombros.

– ¿Qué ha sido de tu vieja teoría según la cual el secuestro era una broma de mal gusto que se había salido de madre. Piénsalo. Quizás él y Tito tuvieron algunas diferencias. Quizá fue Chad quien mató a Tito.

Myron consideró aquella posibilidad. Pensó en Jack. Pensó en Esme. Pensó en Lloyd Rennart. Luego negó con la cabeza.

– Esto no nos conduce a ninguna parte. Sherlock Holmes advertía que nunca debe argumentarse sin contar con todos los hechos porque entonces tergiversas los hechos para que se ajusten a tus argumentos en lugar de hacer que éstos se ajusten a aquéllos.

– Eso nunca nos había detenido hasta la fecha -señaló Esperanza.

– Buena observación. -Myron miró la hora en su reloj de pulsera-. Tengo que ir a ver a Francine Rennart.

– La esposa del cadi.

– Sí.

Esperanza se puso a olisquear.

– ¿Qué pasa? -preguntó Myron.

Volvió a inhalar sonoramente.

– Me huelo una absoluta pérdida de tiempo -le contestó.

Su olfato se equivocaba.

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