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Había llegado la hora de enfrentarse a Win.

Mientras conducía, Myron ensayó distintas formas de plantear el asunto. Ninguna le parecía la apropiada, aunque lo cierto es que no importaba demasiado. Win era su amigo. Llegado el momento, Myron le transmitiría el mensaje y él haría lo que tuviera que hacer.

La cuestión más delicada, no obstante, era si el mensaje debía llegar a su destinatario o no. Myron sabía que la represión es perniciosa, pero ¿acaso alguien deseaba realmente correr el riesgo de liberar la rabia contenida de Win?

Sonó el teléfono móvil. Myron contestó. Era Tad Crispin.

– Necesito que me ayude -dijo Tad.

– ¿Qué ocurre?

– La prensa me está presionando para que haga una declaración. No estoy muy seguro de lo que debo decir.

– Nada -dijo Myron-. No digas nada.

– Sí, de acuerdo, pero no es tan fácil. Learner Shelton, el comisionado de la Asociación de Golf, me ha llamado dos veces. Quiere organizar una gran ceremonia de entrega de premios mañana. Nombrarme campeón del Open. No sé bien qué debo hacer.

«Chico listo -pensó Myron-. Sabe que si maneja mal este asunto puede salir muy perjudicado.»

– Tad.

– ¿Sí?

– ¿Me estás contratando?

Los negocios seguían siendo los negocios. El trabajo de agente no tenía nada que ver con la caridad.

– Sí, Myron, está contratado.

– Muy bien, pues entonces presta atención. Antes habrá que resolver una serie de detalles, como porcentajes y esa clase de cosas; en su mayor parte, pura rutina. -El secuestro, la amputación de miembros, el asesinato, nada impedía al todopoderoso agente tratar de ganarse el pan-. Mientras tanto, no digas nada. Mandaré un coche a recogerte dentro de dos horas. El chófer te avisará por teléfono antes de llegar. Métete directamente en el coche y no abras la boca. Te griten lo que te griten los periodistas tú guarda silencio. No sonrías ni saludes. Muéstrate alterado, adusto. Acaban de asesinar a un hombre, y eso tiene que afectarte de algún modo. El conductor te traerá a la finca de Win. Una vez que estés aquí, discutiremos la estrategia a seguir.

– Gracias, Myron.

– No, Tad, gracias a ti.

Sacar provecho de un asesinato. Myron no se había sentido tan como un agente de verdad en toda su vida.


Los periodistas habían acampado a la entrada de la finca de Win.

– He contratado guardas adicionales para la velada -explicó Win, con una copa vacía de coñac en la mano-. Si alguien se acerca a la verja, he dado instrucciones de disparar a matar.

– Te lo agradezco.

Win le dedicó una rápida inclinación de la cabeza y sirvió otra copa de Grand Marnier. Myron fue a buscarse una lata de Yoo-Hoo a la nevera. Después, ambos se sentaron.

– Ha telefoneado Jessica -dijo Win.

– ¿Aquí?

– Sí.

– ¿Por qué no me ha llamado al móvil?

– Quería hablar conmigo -contestó Win.

– Vaya. -Myron agitó el Yoo-Hoo, tal como aconsejaba la lata-. ¿Sobre qué?

– Estaba preocupada por ti -repuso Win.

– ¿Por qué?

– En primer lugar, sostiene que le dejaste un mensaje muy enigmático en el contestador.

– ¿Te ha explicado lo que le dije?

– No. Sólo que tu voz sonaba tensa.

– Le dije que la quería. Que siempre la querría.

Win tomó un sorbo y asintió como si aquello lo explicara todo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Myron.

– Nada -contestó Win.

– No, dímelo. ¿Qué pasa?

Win dejó la copa y juntó las yemas de los dedos.

– ¿A quién tratabas de convencer? -inquirió-. ¿A ella o a ti?

– ¿Qué diablos significa esto?

– Nada -respondió Win, cerrando los puños.

– Tú sabes cuánto quiero a Jessica -replicó Myron.

– En efecto -convino Win.

– Sabes por lo que he pasado para recuperarla.

– En efecto.

– Sigo sin comprenderlo. -Myron sacudió la cabeza-. ¿Por eso te ha llamado Jessica? ¿Porque mi voz le pareció tensa?

– Bueno, no del todo. Se había enterado del asesinato de Jack Coldren. Es normal que estuviese preocupada. Me ha pedido que te cubriera las espaldas.

– ¿Qué le has contestado?

– Que no.

Silencio. Win alzó la copa. Hizo girar el líquido e inhaló profundamente su aroma.

– Dime, ¿de qué querías que habláramos?

– Hoy me he encontrado con tu madre.

Win dio un sorbo con parsimonia. Dejó que el líquido corriera por su lengua mientras estudiaba el fondo de la copa. Después de tragar, dijo:

– Haz como si la sorpresa me hubiese dejado boquiabierto.

– Quería que te diera un mensaje.

Win esbozó una sonrisa.

– Supongo que mi querida mamá te ha contado lo que sucedió.

– Sí.

La sonrisa se hizo más abierta.

– Así que ahora ya lo sabes todo, ¿eh, Myron?

– No.

– Oh, vamos, vamos, no seas tan benevolente conmigo. Regálame un poco de esa psicología barata que tanto te gusta. Un niño de ocho años presenciando cómo su madre gruñía a cuatro patas con otro hombre; sin duda eso me marcó emocionalmente. ¿Acaso no podríamos seguir la evolución de mi personalidad desde entonces hasta hoy, descubrir lo que he llegado a ser? ¿Acaso ese ruin episodio no explica por qué trato a las mujeres de la forma en que lo hago, por qué he construido una barrera entre yo y mis emociones, por qué elijo los puños cuando otros eligen las palabras? Vamos, Myron. Seguro que has considerado todo esto y más… Desembucha. Estoy seguro de que será muy edificante.

Myron esperó un momento.

– No estoy aquí para analizarte, Win.

– ¿No?

– No.

– En ese caso -repuso Win en tono gélido- borra esa expresión de piedad de tu rostro.

– No es piedad -replicó Myron-. Es preocupación.

– Vamos, hombre.

– Puede que sucediera hace veinticinco años, pero tuvo que dolerte. Quizá no haya modificado tu conducta. Quizás hubieras terminado siendo exactamente la misma persona que eres ahora, pero eso no significa que no te doliera.

Win levantó la copa. Estaba vacía. Se sirvió más coñac.

– Ya no tengo más ganas de discutir sobre esto -dijo-. Ahora ya sabes por qué no quiero tener nada que ver con Jack Coldren ni con mi madre. Cambiemos de tema.

– Queda pendiente el asunto del mensaje -señaló Myron.

– Ah, sí, el mensaje. Estás enterado, si no me equivoco, de que mi querida mamá sigue enviándome regalos por mi cumpleaños y en las fiestas señaladas.

Myron asintió. Nunca lo habían comentado, pero estaba al corriente.

– Los devuelvo sin abrir -añadió Win. Tomó otro sorbo-. Me parece que haré lo mismo con este mensaje.

– Se está muriendo, Win. Cáncer. Le queda una semana, quizá dos.

– Ya lo sé.

Myron se echó hacia atrás en la butaca. Tenía la garganta reseca.

– ¿Eso es todo lo que tenías que decirme? -preguntó Win.

– Ella quería que supieras que tienes una última oportunidad para arreglar las cosas -dijo Myron.

– La verdad es que en eso lleva razón. Cuando haya muerto, charlar nos va a resultar imposible.

Myron ya no sabía cómo convencerlo.

– No espera una gran reconciliación, pero si hay cuestiones que necesitas resolver… -Myron dejó la frase sin concluir. Estaba siendo redundante y obvio. Win detestaba aquello.

– ¿Eso es todo? -preguntó Win-. ¿Ése es tu gran mensaje?

Myron asintió.

– Pues muy bien. Voy a encargar comida china. Espero que te apetezca.

Win se levantó de su asiento y se dirigió hacia la cocina.

– Afirmas que aquello no te cambió -apuntó Myron-, pero dime una cosa: antes de aquel día, ¿la querías?

El rostro de Win era impenetrable.

– ¿Quién dice que no la quiera ahora?

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