– Chad me dijo que se había ligado a una tía mucho mayor que él.
– ¿Te dijo cómo se llamaba? -preguntó Myron.
– Qué va -respondió Matthew Squires-. Sólo me dijo que era para fardar.
– ¿Para fardar?
– Ya sabes; era china.
Dios mío.
Myron estaba sentado frente a Matthew Squires. El chaval era de cuidado… Llevaba el pelo largo y estropajoso, con raya en medio, y hasta los hombros. Tenía la cara picada de viruelas. Medía más de un metro ochenta y debía de pesar unos cincuenta y cinco kilos. Myron se preguntó cómo habría sido para aquel chico crecer al lado de un padre como el suyo.
Carl estaba a su derecha. Esperanza había tomado un taxi para ir a comprobar la coartada de Esme Fong y seguir hurgando en el pasado de Lloyd Rennart.
– ¿Te dijo Chad dónde se encontraba con ella?
– Claro; ese antro es como la guarida de mi viejo.
– ¿Sabía Chad que tu padre es el dueño del Court Manor?
– Qué va. Como que no hablamos del dinero de papá ni nada por el estilo. No es legal, ¿sabes a qué me refiero?
Myron y Carl cambiaron una mirada. Los dos se compadecían de la juventud de hoy en día.
– ¿Fuiste con él al Court Manor?
– Ni hablar. Fui más tarde. Ya sabes, me imaginé que el tío querría salir de marcha después de pasárselo en grande. Como para celebrarlo.
– ¿A qué hora fuiste al Court Manor?
– A las diez y media o las once, más o menos.
– ¿Viste a Chad?
– Qué va. Las cosas se pusieron como raras enseguida. No tuve ocasión.
– ¿Qué quieres decir con «como raras»?
Matthew Squires titubeó. Carl se inclinó hacia él.
– Adelante, Matthew. Tu padre quiere que le cuentes todo lo que sepas.
El muchacho asintió.
– Vale. Cuando metí mi Mercedes en el aparcamiento, vi al viejo de Chad.
Myron sintió náuseas de repente.
– ¿Te refieres a Jack Coldren? ¿Viste a Jack Coldren? ¿En el Court Manor Inn?
Squires asintió.
– Estaba ahí, sentado en el coche -dijo Matthew-. Al lado del Honda de Chad. Se lo veía hecho polvo. Yo no quería líos, así que me las piré.
Myron procuró no mostrarse desconcertado. Jack Coldren en el Court Manor Inn. Su hijo en una habitación follando con Esme Fong. La noche anterior a que Chad fuese secuestrado.
¿Qué diablos estaba pasando?
– El viernes por la noche -prosiguió Myron-, vi que alguien salía por la ventana de la habitación de Chad. ¿Eras tú?
– Sí.
– ¿Te importa decirme qué hacías allí? -Quería saber si Chad estaba en casa. Así es como lo hacemos. Trepo hasta su ventana. Como hacía Vinny con Doogie Howser. ¿Te acuerdas de esa serie?
Myron asintió. La recordaba, lo cual no dejaba de ser lamentable.
No había mucho más que sonsacar al joven Matthew. Cuando terminaron, Carl acompañó a Myron hasta su coche.
– Todo esto es muy raro -musitó.
– Desde luego.
– ¿Llamará cuando descubra algo?
– Sí. -Myron no se tomó la molestia de decirle que Tito ya estaba muerto-. Buen golpe, por cierto. Me refiero al puñetazo fingido que le diste a Esperanza.
Carl sonrió.
– Somos profesionales. Me disgusta que se haya dado cuenta.
– Si no hubiese visto a Esperanza en el ring no lo habría notado. Buen trabajo, Carl, muy bueno. Puedes estar orgulloso.
– Gracias.
Carl le tendió la mano. Myron se la estrechó. Subió al coche y arrancó. ¿A dónde debía dirigirse ahora?
De regreso a casa de los Coldren, supuso.
Seguía sintiendo vértigo a causa de la última revelación: Jack Coldren había estado en el Court Manor Inn. Había visto el coche de su hijo aparcado allí. ¿Cómo diablos encajaba aquello? ¿Jack Coldren había seguido a Chad? Tal vez. ¿Estaba allí por pura casualidad? Era improbable. Entonces, ¿qué otras opciones quedaban? ¿A santo de qué iba Jack Coldren a seguir a su hijo? Y ¿desde dónde lo había seguido? ¿Desde la casa de los Squires? ¿Tenía sentido? Primero el tipo juega en el Open, realiza un excelente primer recorrido, y luego se planta frente a la finca de los Squires a esperar a que salga su hijo.
Imposible.
«Para el carro, Myron -se dijo-. Supón que Jack Coldren no haya seguido a su hijo. Supón que haya seguido a Esme Fong.»
Algo en su cerebro hizo clic.
Quizá Jack Coldren también hubiese tenido una aventura con Esme Fong. Su matrimonio iba a la ruina. Esme Fong era un tanto retorcida. Si había seducido a un adolescente, ¿qué le impedía seducir a su padre? Aunque, en cualquier caso, ¿qué sentido tendría? ¿Acaso Jack estaba acechándola? ¿Había descubierto de un modo u otro la aventura amorosa de su hijo?
Y la pregunta más importante: ¿qué relación tenía todo aquello con el secuestro de Chad y el asesinato de Jack?
Llegó a casa de los Coldren. Habían podido mantener a raya a los periodistas, pero había por lo menos una docena de policías. Estaban sacando cajas de cartón. Tal y como Victoria Wilson había temido, la policía había obtenido una orden de registro.
Myron aparcó a la vuelta de la esquina y se dirigió caminando hacia la entrada. La cadi de Jack, Diane Hoffman, estaba sentada a solas en el bordillo, al otro lado de la calle. Recordó la última vez que la había visto en casa de los Coldren; había sido en el patio trasero, discutiendo con Jack. También cayó en la cuenta de que había sido una de las pocas personas que sabían lo del secuestro; ¿acaso no había estado presente cuando Myron habló del asunto por primera vez con Jack, en el campo de prácticas?
Tenía que mantener una conversación con ella.
Diane Hoffman fumaba un cigarrillo. Varias colillas a sus pies indicaban que llevaba bastante tiempo apostada allí. Myron se aproximó.
– Hola -la saludó-. Nos conocimos el otro día.
Ella levantó la vista, dio una profunda calada a su cigarrillo y soltó el humo con fuerza.
– Lo recuerdo. -Su voz áspera sonaba como unos neumáticos viejos sobre una calzada pedregosa.
– La acompaño en el sentimiento -dijo Myron-. Usted y Jack debían de estar muy unidos.
– Sí -respondió Diane tras otra calada.
– La del golfista y su cadi tiene que ser una relación muy estrecha.
Diane lo miró fijamente, entornando los ojos con suspicacia.
– Sí -repuso.
– Casi como marido y mujer, o como socios en un negocio.
– Algo por el estilo.
– ¿Nunca discutían?
Diane se echó a reír, hasta que una tos seca interrumpió sus carcajadas. Cuando recobró el habla, preguntó:
– ¿Por qué diablos quiere saberlo?
– Porque los vi discutir.
– ¿Qué?
– El viernes por la noche. Estaban en el patio trasero. Usted lo insultó y arrojó el cigarrillo muy disgustada.
– ¿Es usted una especie de Sherlock Holmes, señor Bolitar? -preguntó ella con una sonrisa.
– No. Sólo le hago una pregunta.
– Y yo puedo decirle que se ocupe de sus jodidos asuntos, ¿verdad?
– Verdad.
– Muy bien. Entonces ya sabe a qué atenerse. -La sonrisa se ensanchó. No era una sonrisa particularmente dulce-. Pero antes, para ahorrarle tiempo, le voy a decir quién mató a Jack. Y también quién secuestró al chico, si quiere.
– Soy todo oídos.
– Esa zorra de ahí dentro. -Señaló hacia la casa con el pulgar-. La misma que le ha sorbido el seso.
– A mí no me ha sorbido el seso nadie -repuso Myron.
Diane Hoffman rió con sarcasmo.
– Claro.
– ¿Qué le hace estar tan segura de que fue Linda Coldren?
– La conozco.
– Eso no es una gran respuesta, que digamos.
– Pues mala suerte. Lo hizo su novia. ¿Quiere saber por qué discutíamos Jack y yo? Se lo voy a decir. Le dije que era un gilipollas si no informaba a la policía del secuestro. Me dijo que él y Linda pensaban que era lo mejor. -Otra risa sarcástica-. Él y Linda…, joder.
Myron la observaba. Algo seguía sin encajar.
– ¿Cree que fue idea de Linda no llamar a la policía?
– Ha dado en el clavo. Ella raptó al chico. Todo era un gran montaje.
– ¿Por qué haría algo semejante?
– Pregúnteselo a ella. Tal vez se lo cuente.
– Se lo pregunto a usted.
Diane sacudió la cabeza.
– No le será tan fácil. Ya le he dicho quién lo hizo. Con eso basta, ¿no le parece?
Era el momento de enfocar el asunto desde otro ángulo.
– ¿Durante cuánto tiempo ha sido cadi de Jack? -preguntó.
– Un año.
– ¿Por qué la eligió Jack?
– Podría haber elegido a cualquiera. Jack no escuchaba a los cadis desde el incidente con el viejo Lloyd Rennart.
– ¿Conoció a Lloyd Rennart?
– No.
– Entonces, ¿por qué la contrató Jack?
Ella no contestó.
– ¿Se acostaban juntos usted y él?
Diane Hoffman volvió a reír y toser. Con ganas.
– ¡Pero qué dice! -Más carcajadas-. ¿Con Jack?
Alguien lo llamó por su nombre. Se volvió en redondo. Era Victoria Wilson. Parecía adormilada como siempre, pero le hacía señas con premura. Bucky estaba a su lado. Daba la impresión de que la primera corriente de aire se lo llevaría volando.
– Más vale que vaya -dijo Diane en tono de sorna-. Creo que su novia va a necesitar ayuda.
Él le dedicó una última mirada y se encaminó hacia la casa. Antes de que hubiese avanzado tres pasos, el detective Corbett le dio alcance.
– Necesito hablar con usted, Bolitar.
Myron pasó rozándolo.
– Enseguida.
Cuando llegó junto a Victoria Wilson, ésta dijo:
– No hable con los polis. Es más, váyase a casa de Win y no se mueva de allí.
– Me encanta recibir órdenes -ironizó Myron.
– Lamento herir su dignidad masculina -dijo en un tono que hacía patente que le importaba un comino-, pero sé lo que hago.
– ¿La policía ha encontrado el dedo?
Victoria Wilson se cruzó de brazos.
– Sí.
– ¿Y?
– Y nada.
Myron miró a Bucky, que apartó la vista. Volvió a dirigir su atención hacia Victoria Wilson.
– ¿No han hecho preguntas?
– Han preguntado y nos hemos negado a responder.
– Pero el dedo podría exonerarla.
Victoria Wilson suspiró y le dio la espalda.
– Váyase a casa, Myron. Lo llamaré si surge alguna novedad.