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Victoria abrió la puerta.

– En el dormitorio. Sígame.

– ¿Cómo se encuentra? -preguntó Myron.

– Ha dormido mucho, y creo que el dolor todavía es soportable. Tenemos una enfermera y un gota a gota de morfina a punto para cuando sea preciso.

La decoración era mucho más sencilla y menos ostentosa de lo que Myron había esperado. Muebles y cojines de colores lisos. Paredes blancas. Librerías de pino con recuerdos de las vacaciones pasadas en Asia y África. Victoria le había contado que a Cissy Lockwood le encantaba viajar.

Se detuvieron ante el umbral del dormitorio. Myron miró dentro. La madre de Win yacía en la cama. Parecía agotada. Apoyaba la cabeza en la almohada como si le pesara demasiado para mantenerla erguida. Llevaba una bolsa de suero conectada al brazo. Miró a Myron y esbozó una sonrisa condescendiente. Myron sonrió a su vez. De reojo, vio que Victoria indicaba a la enfermera que abandonara la habitación. La enfermera se puso en pie y pasó por su lado. Myron entró. La puerta se cerró a sus espaldas.

Myron se acercó a la cama. La anciana respiraba con dificultad, como si algo la estuviera estrangulando lentamente. Myron no sabía qué decir. Había visto la muerte de cerca en otras ocasiones, pero habían sido muertes rápidas, violentas, en las que el impulso vital era arrancado de una vez. Esto era distinto. Estaba contemplando la agonía de un ser humano, cuya vitalidad se extinguía gota a gota como el suero de la bolsa; el brillo de los ojos se iba extinguiendo de forma casi imperceptible.

Ella alzó una mano, la posó en la de Myron y la apretó con un vigor sorprendente. No estaba esquelética ni pálida. Dadas las circunstancias, incluso podía decirse que tenía buen aspecto.

– Ya lo sabe -susurró.

Myron asintió.

– ¿Y eso? -preguntó ella con una sonrisa.

– Un montón de detalles -explicó Myron-. El deseo de Victoria de que no hurgara en el turbio pasado de Jack. Su excesiva despreocupación al comentar que aquel día Win tenía que haber estado jugando a golf con Jack. Pero sobre todo fue Win. Cuando le conté nuestra conversación me dijo que ahora ya me daba por enterado de por qué no quería saber nada de usted ni de Jack. De usted, podía comprenderlo. Pero ¿qué tenía contra Jack?

Cissy Lockwood cerró los ojos por un instante.

– Jack arruinó mi vida -dijo-. Soy consciente de que no era más que un adolescente gastando una broma pesada. Se deshizo en excusas. Me dijo que no se había dado cuenta de que mi marido se encontraba en la finca. Arguyó que estaba convencido de que oiría cómo se acercaba Win y que me escondería. Todo fue una travesura, dijo. Nada más. Pero eso no lo hacía menos responsable. Perdí a mi hijo para siempre por culpa de lo que hizo. Tenía que arrostrar las consecuencias.

Myron asintió.

– De modo que sobornó a Lloyd Rennart para que perjudicara a Jack en el Open.

– Sí. Fue un castigo inadecuado, habida cuenta de lo que hizo a mi familia, pero fue lo mejor que se me ocurrió.

La puerta del dormitorio se abrió y Win entró. Myron notó que la anciana le soltaba la mano y comenzaba a sollozar. Myron no titubeó ni se despidió. Salió y cerró la puerta.


Murió tres días después. Win la acompañó hasta el final. Cuando exhaló el último suspiro y su rostro se congeló en una exangüe máscara mortuoria, Win apareció en el pasillo.

Myron se puso en pie y aguardó. Win lo miró con el semblante sereno, tranquilo.

– No quería que muriera sola -susurró.

Myron asintió. Procuró dejar de temblar.

– Voy a dar un paseo -dijo Win.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó Myron.

Win se detuvo.

– A decir verdad, sí.

– Pide lo que quieras.

Aquel día jugaron treinta y seis hoyos en el Merion. Y otros treinta y seis al día siguiente. Al tercer día, Myron empezó a encontrarle el gusto.

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