La policía registraba la habitación. Corbett tenía preguntas que hacerle, pero Myron no estaba de humor. Se largó aprovechando la primera distracción del detective. Acudió sin dilación a la comisaría donde Linda Coldren estaba a punto de ser puesta en libertad. Subió por los escalones de tres en tres, con el aspecto de un atleta ensayando el triple salto.
Victoria Wilson casi le sonrió, por increíble que pudiera parecer.
– Linda saldrá enseguida.
– ¿Me ha traído la cinta que le pedí?
– ¿Se refiere a la de la conversación telefónica entre Jack y el secuestrador?
– Sí.
– La he traído, pero ¿por qué…?
– Démela, por favor -la interrumpió Myron.
Ella advirtió algo en su tono de voz. Sin más dilación, rebuscó en el bolso y se la entregó.
– ¿Le importa que acompañe a Linda de vuelta a casa? -preguntó Myron dirigiéndose a Victoria.
– Creo que tal vez sea una buena idea -contestó la abogada tras considerarlo por un instante.
Salió un policía.
– Está lista para marcharse -anunció.
Victoria se disponía a volverse cuando Myron dijo:
– Supongo que se equivocó sobre lo de hurgar en el pasado. Precisamente el pasado ha sido la salvación de nuestra cliente.
Victoria lo miró fijamente a los ojos.
– Ha ocurrido lo que le dije -comenzó-. Uno nunca sabe lo que va a encontrar.
Ambos esperaban a que el otro apartara la vista. Ninguno de los dos lo hizo hasta que la puerta que tenían detrás se abrió.
Linda iba otra vez vestida con sus ropas. Sus primeros pasos fueron indecisos, como si hubiese permanecido encerrada a oscuras y no estuviese segura de que sus ojos fueran a soportar la luz repentina. Una amplia sonrisa iluminó su rostro en cuanto vio a Victoria. Se abrazaron. Linda hundió la cara en el hombro de Victoria y se dejó mecer en sus brazos. Cuando se separaron, se volvió hacia Myron y lo abrazó. Myron cerró los ojos y sintió que los músculos se le relajaban. Olió el perfume de sus cabellos y notó la maravillosa piel de su mejilla contra su cuello. El abrazo se prolongó por un momento, casi como si estuvieran bailando, retrasando su separación, ambos tal vez un poco asustados.
Victoria tosió y se despidió. Gracias al policía que les abría paso, Myron y Linda llegaron hasta el coche sin que apenas los importunaran los periodistas. Se abrocharon el cinturón de seguridad en silencio.
– Gracias -dijo ella.
Myron no contestó. Puso el coche en marcha. Durante un rato no pronunciaron palabra. Myron encendió el aire acondicionado.
– Aquí está pasando algo, ¿verdad? -preguntó ella.
– No lo sé. Estabas preocupada por tu hijo. Quizás eso fue todo.
Su expresión le confirmó que no se lo creía.
– ¿Y qué me dices de ti? -inquirió Linda-. ¿No sentiste nada?
– Creo que sí -reconoció él-, pero puede que en parte también fuese miedo.
– ¿Miedo de qué?
– De Jessica.
– No me digas que eres el típico tío que tiene miedo a comprometerse.
– Todo lo contrario. Lo que me asusta es lo mucho que la amo. Me asusta constatar hasta qué punto deseo ese compromiso.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– Jessica me abandonó una vez. No quiero volver a verme expuesto de ese modo.
Linda asintió.
– Entonces ¿crees que eso fue lo que pasó? ¿Que tuviste miedo a ser abandonado?
– No lo sé.
– Yo sentí algo -prosiguió Linda-. Por primera vez en mucho tiempo. No me malinterpretes. He tenido aventuras, como con Tad, pero no es lo mismo. -Lo miró-. Me sentía a gusto.
Myron no dijo nada.
– No me lo estás poniendo nada fácil -observó Linda.
– Tenemos otras cosas de las que hablar.
– ¿Como qué?
– ¿Victoria te ha puesto al corriente acerca de Esme Fong?
– Sí.
– No sé si recordarás que cuenta con una sólida coartada para el asesinato de Jack.
– ¿El portero de noche de un gran hotel como el Omni? Dudo mucho que eso resista un examen en profundidad.
– No estés tan segura -dijo Myron.
– ¿Por qué?
Myron no respondió. Se volvió hacia ella y dijo:
– ¿Sabes lo que siempre me preocupó, Linda?
– No. ¿El qué?
– Las llamadas pidiendo el rescate.
– ¿Qué pasa con ellas?
– La primera se efectuó la mañana del secuestro. Contestaste tú. Los secuestradores te dijeron que tenían a tu hijo, pero no exigieron nada. Eso siempre me pareció extraño, ¿a ti no?
– Supongo que sí.
– Ahora comprendo por qué actuaron como lo hicieron, pero entonces no sabíamos cuál era el motivo real del secuestro.
– No lo entiendo.
– Esme Fong secuestró a Chad porque quería vengarse de Jack. Quería que perdiera el torneo. ¿Cómo? Bueno, primero pensé que había secuestrado a Chad para poner nervioso a Jack. Para hacerle perder la concentración. Quería asegurarse de que Jack perdiera. Ése fue el rescate que pretendía al principio. Pero la llamada del rescate llegó demasiado tarde. Jack ya estaba en el campo y contestaste tú.
Linda asintió.
– Creo que empiezo a entender lo que estás diciendo. Ella necesitaba hablar directamente con Jack.
– Ella o Tito, pero has dado en el clavo. Por eso telefonearon a Jack al Merion. ¿Recuerdas la segunda llamada, la que Jack recibió al terminar el recorrido?
– Por supuesto.
– Fue entonces cuando pidieron el rescate -señaló Myron-. El secuestrador dijo a Jack, simple y llanamente, que o empezaba a perder, o su hijo moriría.
– Espera un momento -lo interrumpió Linda-. Según Jack, no habían pedido ningún rescate. Le dijeron que estuviera preparado para pagar una suma considerable y que volverían a llamar.
– Jack mintió.
– Pero… -Linda hizo una pausa-. ¿Por qué?
– No quería que nosotros, en concreto tú, supiéramos la verdad.
Linda sacudió la cabeza.
– No lo entiendo.
Myron sacó la cinta que le había dado Victoria.
– Quizás esto te ayude a entenderlo.
Introdujo la cinta en el radiocassette. Hubo unos momentos de silencio. Entonces se oyó la voz de Jack, como si estuviera hablando desde el más allá.
– ¿Diga?
– ¿Quién es la zorra china?
– No sé a qué…
– ¿Intentas joderme, cabrón? Te empezaré a mandar al maldito mocoso en pedacitos.
– Por favor…
– ¿A qué viene esto? -Linda parecía un tanto molesta.
– Espera un segundo. Ahora viene la parte que me interesa.
– Se llama Esme Fong. Trabaja en una empresa de ropa deportiva. Ha venido a fijar las condiciones de un contrato con mi esposa, eso es todo.
– Y un cuerno.
– Es la verdad, se lo juro.
– No sé, Jack…
– No tengo por qué mentirle.
– Bueno, Jack, eso todavía está por ver. Tendrás que pagar por esto.
– ¿Qué quiere decir?
– Cien mil dólares. Considéralo una penalización.
– ¿Por qué?
Myron pulsó el botón de paro.
– ¿Has oído eso?
– ¿El qué?
– «Considéralo una penalización.» Más claro, échale agua.
– ¿Ah, sí?
– No era una petición de rescate. Era una penalización.
– Se trata de un secuestrador, Myron. Es probable que no esté muy familiarizado con la semántica.
– «Cien mil dólares» -repitió Myron-. «Considéralo una penalización.» Como si ya hubiesen pedido el rescate. Como si los cien mil dólares fuesen algo que hubiera decidido añadir. ¿Y qué me dices de la reacción de Jack? El secuestrador le pide cien mil dólares. Cabe suponer que se mostraría de acuerdo, pero en cambio le pregunta «¿Por qué?». Una vez más, porque es algo añadido a lo que ya le han pedido. Ahora escucha esto.
Myron pulsó el botón de reproducción.
– Que te jodan. ¿Quieres al chico con vida? Esto te va a costar cien mil más. Y esto se…
– Espere un momento.
Myron volvió a pulsar el botón de paro.
– «Esto te va a costar cien mil más» -repitió-. Más. Ésa es la palabra clave. Más. Es, otra vez, como si se tratara de algo nuevo. Como si antes de esta llamada el precio hubiese sido otro. Y entonces Jack lo interrumpe. El secuestrador dice «Y esto se…» cuando Jack lo interrumpe. ¿Por qué? Porque Jack no quiere que termine la frase. Sabía que nosotros estábamos escuchando. «Y esto se añade a lo demás.» Apuesto lo que sea a que iba a decir algo así: «Y esto se añade a la petición anterior.» O bien: «Esto se añade a que pierdas el torneo.»
Linda lo miró.
– Sigo sin comprenderlo. ¿Por qué iba Jack a ocultarnos lo que le habían pedido?
– Porque Jack no tenía intenciones de satisfacer su demanda.
Aquello la paralizó.
– ¿Qué?
– Deseaba ganar a toda costa. Más aún, necesitaba ganar. Tenía que hacerlo. Pero si tú descubrías la verdad, tú que tantas veces y con tanta facilidad habías ganado, jamás lo comprenderías. Era su oportunidad de redimirse, Linda. Su oportunidad de retroceder veintitrés años y dar sentido a su vida. ¿Hasta qué punto deseaba ganar, Linda? Dímelo tú. ¿Qué habría estado dispuesto a sacrificar?
– A su propio hijo, no -le respondió ella-. Es verdad que Jack necesitaba ganar, pero no hasta el punto de poner en peligro la vida de su hijo.
– Creo que él no lo veía así. Mira los hechos a través del cristal rosa del deseo. Los hombres ven lo que quieren ver, Linda. Lo que tienen que ver. Cuando os mostré a ti y a Jack la cinta de vídeo del cajero automático, cada uno de vosotros vio algo distinto. Tú no querías creer que tu hijo fuera capaz de hacer algo semejante, de modo que buscaste explicaciones que se opusieran a lo que parecía evidente. Jack hizo lo contrario. Quería creer que su hijo estaba detrás de todo aquello, que se trataba de una broma de pésimo gusto. De ese modo podría seguir esforzándose al máximo en ganar. Y si por azar estaba equivocado, si Chad en efecto había sido secuestrado, quienes lo habían hecho probablemente se estuvieran marcando un farol. No llegarían a salirse con la suya. Dicho de otro modo, Jack hizo lo que tenía que hacer: racionalizó el peligro para ahuyentarlo.
– ¿Crees que el deseo de ganar lo obnubiló hasta tal extremo?
– Todos albergábamos dudas después de ver la cinta. Incluso tú. ¿Crees que le costó mucho ir un paso más allá?
– De acuerdo -dijo Linda-, supongamos que me lo trago. Aun así sigo sin ver la relación que tiene con todo lo demás.
– Ten un poco más de paciencia conmigo, ¿de acuerdo? Volvamos al momento en que os enseñé la cinta del banco. Estamos en tu casa. Os enseño la cinta. Jack sale hecho una furia. Está disgustado, por supuesto, pero sigue jugando lo bastante bien como para mantener su ventaja. Esto enoja a Esme. Sus amenazas no surten efecto. Se da cuenta de que tiene que aumentar el envite.
– Y decide cortarle el dedo a Chad.
– Probablemente fue cosa de Tito, aunque, de todos modos, esto ahora no es relevante. El hecho es que le cortan el dedo y que Esme quiere utilizarlo para demostrarle a Jack que va en serio.
– Así que lo mete en mi coche y lo encontramos.
– No -respondió Myron.
– ¿Qué?
– Jack lo encontró primero.
– ¿En mi coche?
Myron negó con la cabeza.
– Recuerda que en el llavero de Chad están las llaves del coche de Jack además de las del tuyo. A Esme lo que le interesa es amenazar a Jack, no a ti. Así que deja el dedo en el coche de Jack. Él lo encuentra. Se queda conmocionado, naturalmente, pero ha llevado la mentira demasiado lejos. Si la verdad saliera a relucir, tú nunca se lo perdonarías, ni Chad tampoco. Y el torneo habría terminado para él. Tiene que deshacerse del dedo. De modo que lo mete en un sobre y escribe una nota. ¿Te acuerdas? «Le advertí que no pidiera ayuda.» ¿No te das cuenta? Es la distracción perfecta. No sólo desvía la atención de su persona, sino que, de paso, se deshace de mí.
Linda se mordió el labio inferior.
– Eso explicaría lo del sobre y el bolígrafo -dijo-. Yo compré todos esos artículos de papelería. Jack debía de llevar parte de ellos en su maletín.
– Exacto, y aquí es donde las cosas toman un cariz realmente interesante.
Linda enarcó una ceja.
– ¿Más interesante aún?
– Aguarda un momento. Es domingo por la mañana. Jack se dispone a iniciar el último recorrido con una ventaja insuperable. Mayor de la que tenía veintitrés años atrás. Perder ahora supondría protagonizar el fracaso más sonado de los anales del golf. Su nombre sería para siempre sinónimo de acojonado, que era el calificativo que Jack mis detestaba en este mundo. Ahora bien, por otra parte, Jack tampoco era un ogro. Amaba a su hijo. Le constaba que el secuestro no era una broma pesada. Es muy probable que se sintiera aturdido y no supiese qué hacer. Finalmente, tomó una decisión: perdería el torneo.
Linda no dijo nada.
– Golpe tras golpe, fuimos testigos de su agonía. Win comprende mucho mejor que yo el lado destructivo del anhelo de ganar. Además, se había percatado de que Jack volvía a estar encendido por el entusiasmo, que volvía a sentir la vieja necesidad de vencer. Pero, a pesar de todo, Jack siguió tratando de perder. No se hundió por completo. Si lo hubiera hecho, habría levantado sospechas. Así que empezó a fallar golpes, poco a poco. Hasta que en la cantera cometió adrede un error garrafal y perdió su ventaja.
»Ahora bien, ten en cuenta lo que estaba pasando por su cabeza. Jack estaba luchando contra todo lo que constituía su ser. Dicen que un hombre no puede ahogarse a sí mismo. Aunque hacerlo suponga salvar la vida de su hijo, no puede mantenerse bajo el agua hasta que le estallan los pulmones. No creo que eso sea muy distinto de lo que Jack se había propuesto hacer. Estaba dejándose matar, literalmente. Su cordura se estaba desgarrando, como los pedazos de tierra levantados al dar un mal golpe con el palo. En el green del dieciocho, el instinto de supervivencia tomó el control de la situación. Quizás empezó a racionalizar de nuevo, aunque lo más probable es que no pudiera evitarlo. Pero ambos constatamos su transformación, Linda. Vimos cómo se le transfiguraba el rostro en el hoyo dieciocho. Jack efectuó aquel putt genial y consiguió empatar.
– Sí, lo vi cambiar -susurró Linda. Se retrepó en el asiento y soltó un suspiro prolongado-. A Esme Fong debió de entrarle el pánico, en ese momento.
– Sí.
– Jack no le dejaba elección. Tenía que matarlo.
Myron negó con la cabeza.
– No.
– Es la única explicación -Linda volvió a mostrarse desconcertada-. Tú mismo acabas de decir que estaba desesperada. Quería vengar a su padre y, por otra parte, temía lo que pudiese pasar si Tad Crispin perdía. Tenía que matarlo.
– Sin embargo, hay un pequeño problema -señaló Myron.
– ¿Cuál?
– Telefoneó a tu casa aquella noche.
– Claro -repuso Linda- para fijar la cita en el campo. Seguro que le dijo a Jack que fuera solo, y que procurase que yo no me enterara.
– No -dijo Myron-. No fue eso precisamente lo que ocurrió.
– ¿Cómo?
– Si hubiese ocurrido así -observó él-, tendríamos la grabación de la llamada.
Linda le miró como si no entendiese.
– Esme Fong llamó a tu casa -añadió Myron-. Esta parte es verdad. Apuesto a que lo único que hizo fue amenazarlo una vez más, darle a entender que iba en serio. Jack probablemente le suplicó que lo perdonase. No lo sé. Supongo que nunca lo sabré. Pero apostaría cualquier cosa a que antes de colgar prometió a Esme o a quien estuviera al otro lado que perdería al día siguiente.
– ¿Y eso que tiene que ver con que se grabara o no la llamada?
– Jack estaba pasando por un infierno -prosiguió Myron-. Soportaba una presión brutal. Es probable que se hallase al borde de un colapso nervioso. De modo que salió disparado de casa, tal como dijiste, y terminó buscando solaz en su rincón predilecto: el campo de golf del Merion. ¿Fue hasta allí sólo para meditar? No lo sé. ¿Se llevó el arma consigo, contemplando, quizá, la posibilidad de suicidarse? Una vez más, lo ignoro. Pero lo que sí sé es que la grabadora seguía conectada a vuestro teléfono. La policía lo confirmó. Así que, ¿dónde fue a parar la grabación de la última conversación?
El tono de voz de Linda se tornó, de repente, mucho más comedido.
– No lo sé.
– Sí que lo sabes, Linda.
Ella lo miró de reojo.
– Puede que Jack olvidara que la llamada se había grabado -continuó Myron-, pero tú no. Cuando salió corriendo de la casa, bajaste al sótano. Escuchaste la cinta y te enteraste de todo. Nada de lo que estoy contándote es nuevo para ti. Sabías por qué habían secuestrado a tu hijo. Sabías lo que había hecho Jack. Sabías adónde le gustaba ir cuando daba un paseo. Y sabías que tenías que detenerlo…
Myron esperó. Pasó de largo la salida, tomó la siguiente, cambió de sentido y volvió a entrar en la autopista. Llegaron al desvío correcto y accionó el intermitente.
– Jack tenía la pistola -explicó Linda con pretendida serenidad-. Yo ni siquiera sabía dónde la guardaba.
Myron asintió levemente, tratando de alentarla en silencio.
– Tienes razón -continuó ella-, al escuchar la cinta me di cuenta de que no podía confiar en Jack. Él también lo sabía. A pesar de la amenaza de muerte que pesaba sobre su hijo, había bordado aquel putt en el dieciocho. Fui al campo en su busca. Me enfrenté a él. Se echó a llorar. Me dijo que intentaría perder, pero… -Titubeó, sopesó sus palabras-. Ese ejemplo del ahogado que acabas de poner, ése era Jack.
Myron procuró tragar saliva, pero tenía la garganta demasiado reseca.
– Jack quería suicidarse, y yo sabía que tenía que hacerlo. Había escuchado la cinta. Había oído las amenazas. Y no me cabía la menor duda: si Jack ganaba, Chad moriría. Además había otra cosa. -Miró a Myron.
– ¿El qué? -preguntó él.
– Sabía que Jack ganaría. El brillo especial en los ojos del que había hablado Win, ¿recuerdas? Jack lo tenía otra vez, sólo que ahora se había convertido en un infierno que ni siquiera él mismo podía controlar.
– Así que le disparaste -dijo Myron.
– Nos peleamos por el arma. Quería herirlo. Herirlo de gravedad. Si seguía jugando los secuestradores retendrían a Chad indefinidamente. Estaba muy asustada. La voz del teléfono parecía desesperada. Pero Jack no me entregó el arma, ni me la arrebató. Fue muy extraño. La agarraba y me miraba. Era casi como si estuviera esperando. Así que puse el dedo en el gatillo y apreté. -Su voz sonaba con toda claridad ahora-. No se disparó por accidente. Mi intención era herirlo de gravedad, no matarlo; pero disparé. Disparé para salvar a mi hijo. Y Jack terminó muerto.
– Entonces regresaste a casa -dijo Myron tras una pausa-. Enterraste el arma, me viste entre los arbustos y, una vez en tu casa, borraste la cinta.
– Sí.
– Y por eso comunicaste esa declaración tan pronto a la prensa. La policía quería mantenerlo en silencio, pero para ti era imprescindible que el caso se hiciera público. Querías que los secuestradores supieran que Jack había muerto para que liberaran a Chad.
– Se trataba de mi marido o mi hijo -dijo Linda. Se volvió hacia él y preguntó-: ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?
– No lo sé, aunque no creo que le hubiese disparado.
– ¿No lo crees? -repitió ella, y soltó una carcajada-. Afirmas que Jack estaba bajo presión, pero ¿qué me dices de mí? No había dormido, tenía los nervios destrozados, me sentía confusa y no había pasado tanto miedo en toda mi vida. Y te diré más: me enfurecía el que Jack hubiese sacrificado la posibilidad de que nuestro hijo practicara el juego que tanto amábamos. No contaba con el lujo de la ignorancia, Myron. La vida de mi hijo pendía de un hilo. Sólo tuve tiempo de reaccionar.
Enfilaron la avenida Ardmore y pasaron en silencio por delante del Merion. Ambos contemplaron a través de la ventanilla el sinuoso mar verde del campo, salpicado aquí y allí por la blancura inmaculada de las trampas de arena.
Myron tuvo que reconocer que constituía un panorama magnífico.
– ¿Piensas contarlo? -preguntó Linda, aun conociendo cuál sería la respuesta.
– Soy tu abogado -respondió Myron-. No puedo hablar.
– ¿Y si no fueras mi abogado?
– No importaría. Victoria seguiría estando en condiciones de ofrecer una duda suficientemente razonable como para ganar el caso.
– No me refiero a eso.
– Ya lo sé -fue todo cuanto dijo Myron.
Ella esperaba una respuesta que no obtuvo.
– Sé que te dará igual -señaló Linda-, pero lo que te he dicho antes es cierto. Mis sentimientos hacia ti eran verdaderos.
Ninguno de los dos volvió a hablar. Myron aparcó en el sendero de entrada. La policía mantuvo alejados a los periodistas. Chad estaba fuera, esperando. Sonrió a su madre y corrió hacia ella. Linda abrió la puerta del coche y se apeó. Quizá se abrazaron, pero Myron no lo vio, pues ya daba marcha atrás hacia la calle.