Myron la miró azorado.
– Soy estéril -explicó Linda. Pronunció aquellas palabras con suma naturalidad, pero el dolor que revelaban sus ojos era tan vivo y descarnado que Myron estuvo a punto de venirse abajo-. Se da la circunstancia de que mis ovarios no producen óvulos, pero, aun así, Jack quería tener un hijo biológico.
– ¿Contrataron a una madre de alquiler? -preguntó Myron.
Linda miró a Victoria.
– Sí -respondió-, aunque no abiertamente.
– Todo se hizo de manera escrupulosamente legal -intervino Victoria.
– ¿Se encargó usted del asunto? -quiso saber Myron.
– Hice el papeleo, sí. La adopción fue completamente legal.
– Deseábamos guardar el secreto -dijo Linda-. Por eso me retiré temporalmente del circuito. La madre biológica no tenía que saber quiénes éramos.
Myron sintió que algo hacía clic dentro de su cabeza.
– Pero lo descubrió.
– Sí.
Otro clic.
– Es Diane Hoffman, ¿verdad?
Linda estaba demasiado agotada para sorprenderse.
– ¿Cómo lo ha sabido?
– Digamos que por deducción. -¿Qué otra razón podía tener Jack para contratar a Diane Hoffman como cadi? ¿Por qué si no le había molestado tanto la forma en que habían llevado el secuestro?-. ¿Cómo dio con ustedes?
Fue Victoria quien contestó.
– Como he dicho, todo se realizó legalmente. Con las nuevas leyes no resultó difícil hacerlo.
Otro clic.
– Por eso no podía divorciarse de Jack. Él era el padre biológico. Habría ganado la batalla por la custodia.
Linda asintió.
– ¿Chad está enterado? -añadió Myron.
– No -contestó Linda.
– Por lo menos, que usted sepa -señaló Myron.
– ¿Qué?
– No lo sabe a ciencia cierta, pero tal vez lo haya descubierto. Tal vez Jack se lo contó. O Diane. A lo mejor así es como empezó todo este embrollo.
Victoria se cruzó de brazos.
– No lo veo muy claro, Myron. Supongamos que Chad lo averiguara. ¿Cómo habría desembocado eso en el secuestro de Chad y el asesinato de Jack?
Myron sacudió la cabeza. Era una buena pregunta.
– Todavía no lo sé. Necesito tiempo para reflexionar. ¿La policía sabe todo esto?
– ¿Lo de la adopción? Sí.
Ahora empezaba a tener sentido.
– Esto proporciona un motivo a la acusación. Dirán que la demanda de divorcio de Jack preocupaba a Linda. Que lo mató para no separarse de su hijo.
Victoria Wilson asintió.
– Y el hecho de que Linda no sea la madre biológica puede actuar en dos sentidos: o bien amaba tanto a su hijo que mató a Jack para conservarlo, o bien, puesto que Chad no era carne de su carne, no tuvo reparos en cortarle un dedo.
– Sea como fuere, el hallazgo del dedo no nos ayuda.
Victoria asintió. No dijo «qué le decía yo», pero fue como si lo hiciese.
– ¿Me permiten decir una cosa? -intervino Linda. Se volvieron y la miraron-. Yo no quería a Jack. Se lo dije sin rodeos, Myron. Si hubiera tenido la intención de matarlo no le habría dicho algo así…
Myron asintió. Aquello tenía sentido.
– Pero quiero mucho a mi hijo -añadió Linda-, y digo mi hijo, más que a mi propia vida. Que parezca más verosímil que lo mutilé porque soy una madre adoptiva en lugar de biológica resulta enfermizo y grotesco. Quiero a Chad tanto como cualquier madre pueda querer a su hijo. -Hizo una pausa y respiró hondo-. Sólo me interesaba que lo supieran.
– Lo sabemos -dijo Victoria-. Sentémonos. -Cuando hubieron ocupado sus respectivas sillas, prosiguió-: Sé que todavía es pronto, pero me gustaría comenzar a pensar sobre la duda razonable. El caso presentará fisuras. Me aseguraré de sacarles partido, pero me gustaría oír alguna teoría alternativa sobre lo que sucedió.
– En otras palabras -dijo Myron-, otros sospechosos.
– Eso es exactamente lo que quiero decir.
– Bueno, creo que tiene escondido un as en la manga, ¿no es así?
Victoria asintió.
– Así es.
– Tad Crispin, ¿verdad?
Esta vez, Linda se mostró sorprendida. Victoria permaneció impávida.
– Sí, es sospechoso.
– Anoche el muchacho contrató mis servicios como agente -dijo Myron-. Hablar acerca de él constituye para mí un conflicto de intereses.
– En ese caso, no hablemos de él.
– No sé si con eso bastará. -Entonces deberá renunciar a él como cliente -señaló Victoria-. Linda lo contrató antes. Su compromiso con ella prevalece. Si considera que hay conflicto, tiene que llamar al señor Crispin y decirle que no puede representarlo.
Estaba atrapado, y ella lo sabía.
– Hablemos de otros sospechosos -propuso Myron.
Victoria asintió. Había ganado la batalla.
– Adelante.
– En primer lugar tenemos a Esme Fong.
Myron las puso al corriente de todos los motivos que la convertían en una buena sospechosa. Una vez más, Victoria se mostró adormilada; Linda, en cambio, reveló un instinto casi homicida.
– ¿Que sedujo a mi hijo? -gritó-. ¿La muy zorra vino a mi casa y sedujo a mi hijo?
– Eso parece.
– No me lo puedo creer. ¿Por eso estaba Chad en ese sucio motel?
– Sí.
– De acuerdo -dijo Victoria-. Me gusta. Esme Fong tiene motivos y medios. Era una de las pocas personas que sabían dónde estaba Chad.
– También tiene una coartada -agregó Myron.
– Pero no es muy buena. Seguro que hay otras formas de entrar y salir del hotel en que se aloja. También pudo disfrazarse o escabullirse mientras Miguel iba al cuarto de baño. Me satisface. ¿A quién más tenemos?
– A Lloyd Rennart.
– ¿Quién es?
– El antiguo cadi de Jack -explicó Myron-. El que le hizo perder el Open.
Victoria frunció el entrecejo.
– ¿Por qué sospecha de él?
– Por el momento elegido. Jack regresa al escenario de su mayor fracaso y de pronto ocurre todo esto. No puede ser coincidencia. El despido arruinó la vida de Rennart. Terminó alcohólico. Mató a su esposa en un accidente de automóvil.
– ¿Qué? -exclamó Linda.
– Poco después del Open, Lloyd tuvo un accidente de coche. Iba completamente borracho. Su mujer murió en el acto.
– ¿La conocías? -le preguntó Victoria a Linda.
– No llegamos a conocer a su familia -respondió ella-. De hecho, creo que nunca vi a Lloyd más que en nuestra casa y en el campo de golf.
Victoria se retrepó en su silla.
– Sigo sin ver qué lo convierte en sospechoso…
– Rennart ansiaba venganza. Esperó veintitrés años para tomarla.
Victoria sacudió la cabeza.
– Admito que es llevar las cosas un poco lejos -añadió Myron.
– ¿Un poco? Es ridículo. ¿Conoce el paradero actual de Lloyd Rennart?
– Eso ya es más complicado.
– ¿A qué se refiere?
– Puede que se haya suicidado -respondió él.
Victoria miró a Linda, luego a Myron.
– ¿Tendría la bondad de ser más explícito?
– El cuerpo no ha aparecido -dijo Myron-, pero todo el mundo cree que se arrojó a un precipicio en Perú.
– Oh, no… -susurró Linda con voz quejumbrosa.
– ¿Qué pasa? -preguntó Victoria.
– Recibimos una postal desde Perú.
– ¿Quién la recibió?
– Iba dirigida a Jack, pero no estaba firmada. Llegó el otoño anterior, o quizás ya fuese invierno.
Myron notó que se le aceleraba el pulso. El otoño o invierno anteriores. Más o menos cuando Lloyd supuestamente saltó al vacío.
– ¿Qué decía?
– Sólo había una palabra escrita -respondió Linda-: «Perdón.»
Se hizo el silencio.
– Eso no parece el mensaje de un hombre que busca venganza -dijo Victoria al fin.
– No -convino Myron. Recordó lo que Esperanza había descubierto sobre el dinero que Rennart había utilizado para comprar su casa y el bar. Aquella postal confirmaba lo que venía sospechando desde el principio: Jack había sido víctima de sabotaje-. Pero también significa que lo que ocurrió hace veintitrés años no fue casualidad.
– ¿Y eso en qué nos favorece? -preguntó Victoria.
– Alguien pagó a Rennart para que Jack perdiera el Open. Quienquiera que lo hiciese tenía un motivo.
– Quizá para matar a Rennart -contraatacó Victoria-, pero no a Jack.
Buena observación. ¿O quizá no tanto? Veintitrés años atrás alguien odiaba lo bastante a Jack como para tratar de impedir que ganara el Open. Tal vez aquel odio no se había extinguido. O quizá Jack había descubierto la verdad y, por consiguiente, había que hacerle callar. En cualquier caso, merecía la pena considerarlo.
– No quiero escarbar en el pasado -añadió Victoria-. Eso puede acabar de liar las cosas.
– Pensé que le gustaban las complicaciones; no olvide que son tierra abonada para la duda razonable.
– La duda razonable me gusta -contestó Victoria-, pero no lo desconocido. Investigue a Esme Fong. Investigue a la familia Squires. Investigue lo que sea, pero manténgase apartado del pasado, Myron. Nunca se sabe lo que uno puede encontrar en él.