15. Sucio

ElTriumph Herald estaba aparcado frente al Centro de Día Dennistoun. Liam estaba dentro con la ventanilla bajada, mirando hacia la puerta y fumando un cigarrillo. Tocó impaciente la bocina y le hizo una señal con la mano a Maureen para que fuera hacia allí. Liam se movió hacia la puerta del pasajero, que fue abriéndose mientras ella caminaba hacia el coche. Maureen se encorvó y miró dentro.

– Hola -dijo Liam con timidez-. Anoche estaba un poco cabreado. Pensé que quizá te habías molestado.

– No, no -mintió Maureen-. ¿Cómo sabías qué estaría aquí?

– Me lo dijo Leslie. Joe McEwan nos está buscando a los dos. Tenemos que ir otra vez a la comisaría.

– ¿Parecía enfadado?

– No lo sé, no le vi. Benny me dijo que había llamado esta mañana.

Maureen echó el bolso sobre el asiento trasero, entró, cerró la puerta y le quitó a Liam el cigarrillo.

– ¿Cómo le va a Maggie? -preguntó y le dio una calada al pitillo.

– No lo sé -dijo y esbozó una media sonrisa-. Ayer me tropecé con Lynn.

Lynn era la ex novia de Liam. Habían estado juntos cuatro años sin tener ningún problema y de repente cortaron tras una pelea insignificante. Dos meses después Liam empezó a salir con Maggie, la equilibrada. En aquel momento, Maureen y Leslie les dieron un mes a lo sumo, pero de eso ya hacía más de un año.

– ¿Te la encontraste por casualidad?

– Sí.

– ¿Es la primera vez que la ves desde que rompisteis?

Liam sonrió.

– Sí.

– ¿Entonces?

– Entonces, nada -dijo inocentemente y puso el coche en marcha-. ¿Tienes hambre?

– Muchísima.

– ¿Qué quieres comer?

– Cualquier tipo de carne roja.

Hacía sol y el viento soplaba con fuerza. En Escocia, la luz es tenue en otoño, lo que embellece incluso los objetos más mundanos con un claroscuro dramático. Las sombras oscuras y definidas de los edificios altos se dibujaban en la calle, las papeleras se levantaban en las aceras como si fueran monumentos de guerra y los peatones proyectaban sus sombras al estilo John Wayne a la hora señalada mientras esperaban en los semáforos para cruzar la carretera. Subieron hacia el oeste por Bath Street, pasando alternativamente por charcos secos de sombras y chorros cálidos de luz, y se dirigieron a un local de hamburguesas para llevar que había al final de Maryhill Road.

Hacía unos meses que Maureen no iba por allí y la zona había quedado desierta de repente. Los edificios subvencionados estaban apuntalados y los que no, abandonados. Las ventanas y las puertas estaban entabladas con fibra de vidrio. Los topógrafos de la ciudad siempre habían sabido que allí había una mina antigua; pensaban que era segura, pero los puntales que habían dejado los mineros medievales eran más débiles de lo que habían supuesto los especialistas. Maryhill estaba hundiéndose en un agujero de quinientos años.

La hamburguesería estaba llena de gente que iba a almorzar allí en busca de emociones fuertes. Liam aparcó el coche y Maureen cruzó corriendo la carretera hacia el local. Cuando volvió al coche, Liam se había quedado dormido. Llamó a la ventanilla. Él abrió los oíos y se incorporó lentamente, sonriendo como si hubiera tenido un sueño picante, y le abrió la puerta.

– Entonces, ¿no pasó nada con Lynn?

– Bueno… -dijo, y se frotó los ojos.

Comieron con las ventanillas bajadas y la radio encendida. Maureen le preguntó a qué hora se había ido de casa de Paulsa.

– Sobre las dos y media.

– ¿Adonde fuiste luego?

– Recogí a Maggie en su casa y fuimos al centro a comprar flores para su madre. ¿Por qué?

– ¿Pasaste todo el día con ella?

– Sí. ¿Porqué?

– Porque -dijo Maureen- he conocido a alguien que vio a Douglas vivito y coleando a las tres y media.

– Muy bien -dijo y asintió con la cabeza-. Eso está muy bien.

– Aunque preferiría que la policía no hablara con ella. Es un poco vulnerable.

– Entonces, será nuestro último recurso -dijo Liam.

Liam intentaba aplastarle la hamburguesa en la cara cada vez que Maureen le daba un mordisco. Acabaron tirándose patatas fritas y riéndose como niños. Hubieran hecho lo que hubieran hecho él y Lynn cuando se vieron a solas, le había sentado bien. Mientras estaba con Maggie se había vuelto quisquilloso y tenía cambios de humor repentinos, pero con Lynn recuperaba su alegría natural. Fueron a tomarse un café a unas galerías comerciales cercanas para tranquilizarse antes de ir a la comisaría.

Las galerías son un antecedente de mala calidad de los centros comerciales y éstas eran de muy mala calidad: estaban llenas de tiendas de regalos, todos a cien, con escaparates anunciando rollos de papel de oferta, y comercios de comida congelada. Muchos de los establecimientos estaban vacíos o por alquilar. Un local pequeño y en medio de las galerías estaba decorado con bancos y árboles de mentira plantados en macetas grandes. Estas habían servido rutinariamente de ceniceros y estaban llenas de colillas y cenizas mugrientas. Encima, un tejado transparente de plexiglás iluminaba a los compradores con un chorro de luz nada favorecedora.

Liam necesitaba hojillas de afeitar así que entraron en un supermercado. Luego volvieron hacia atrás a una panadería con mesas para tomar algo. Era un autoservicio sucio y asqueroso. Las bandejas, amontonadas en el mostrador, no estaban bien lavadas y las tazas tenían manchas. En todas las mesas había platos sucios por recoger.

Cogieron una de las últimas bandejas del montón y la fueron arrastrando por el mostrador. Maureen se sirvió un café y empezó a buscar la mesa que estuviera menos sucia. Antes de sentarse, apiló los platos usados y los puso en una mesa vacía. La superficie estaba llena de migas y de manchas pegajosas de lo que parecía ser mermelada.

– La verdad es que no quiero beberme esto -dijo Liam señalando su taza. Las paredes del interior tenían redondeles pringosos y el asa estaba descascarillada.

– Te hará bien -dijo Maureen-. Si comes gérmenes te vuelves inmune a ellos.

Liam limpió con una servilleta de papel el trozo de mesa que tenía delante.

– Eso me parece una excusa de mala ama de casa.

– Sí, vale, nunca lo había visto así. -Maureen fue girando la taza hasta encontrar una parte que no tuviera el borde desportillado.

– Mamá solía decirme eso. ¿A qué se dedica ahora?

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Liam.

– ¿Qué es lo último que ha dicho? La semana pasada mencionó el nombre de papá dos veces y Una se comportó de manera muy sospechosa.

Liam levantó las cejas.

– No es nada, Mauri -dijo-. Yo no me preocuparía.

Eso significaba que Winnie había dicho algo grave. En circunstancias normales no le habría preguntado nada a Liam. Tenían un pacto tácito acerca de Winnie: no hablaban de ella excepto cuando querían hacer alguna broma o algún desprecio e, incluso en esos momentos, era como una especie de válvula de escape que hacía que no se tomasen a Winnie demasiado en serio. Nunca se contaban los chismes referentes a su madre ni lo que iba diciendo de ellos: ya eran mayores para saber que no valía la pena, sólo podía hacerles daño y a la semana siguiente Winnie ya tendría otra víctima. Pero Maureen tenía la sensación de que la conducta reciente de su madre estaba relacionada con algo más siniestro de lo normal y necesitaba saber qué era. Liam sorbió el café con tranquilidad e hizo una mueca.

– Esto está asqueroso -dijo-. ¿Cómo está el tuyo?

– Dímelo, Liam.

– No es nada.

Maureen tuvo que camelárselo durante todo el rato que tardó en tomarse el café.

– Me preocupa que haya hablado con los periodistas sobre mí. Por eso necesito saberlo.

– Maureen, no tiene nada que ver con eso. No es importante.

– Entonces, ¿por qué no me lo dices?

Liam desistió de tomarse el café.

– No puedo beberme esto.

– Pues déjalo -dijo Maureen malhumorada-. Cuéntame.

Liam frunció el ceño y empujó la taza a un lado de la mesa. Maureen le cogió del brazo.

– Dímelo. Ahora mismo.

Liam dejó escapar un suspiro profundo.

– Tiene que ver con Marie… y con papá -dijo.

– ¿Marie ha recordado algo?

– No.

Maureen se quedó como muerta.

– ¿Qué pasa con papá?

Liam se recostó en su asiento, se metió las manos en los bolsillos y se meció en la silla.

– Escucha -susurró-, no quiero contártelo, en serio. Creo que deberías alejarte de ellos, al menos hasta que se calme este asunto con Douglas.

– ¿Qué ha pasado?

– Maureen, yo…

– ¡No me mientas!

Liam respiró hondo y la miró.

– Marie no cree lo que dices de papá.

– ¿Marie tampoco me cree?

– Nadie de ellos te cree, Mauri -soltó una risita nerviosa, intentando que sonara como un chiste-. No se creen nada que no quieran creer.

– Ya sé que mamá no me cree pero Marie estaba allí cuando ocurrió. ¿Cómo puede no creerme?

– No lo sé.

– ¿Qué parte no se cree?

– Nada.

– ¿Y Una?

– Tampoco te cree.

– Pero Una fue la que sacó el tema. Sólo se retractó para que mamá dejara de agobiarla. ¿Cómo puede no creerme?

Liam se encogió de hombros.

– Marie estaba allí-chilló Maureen. Los otros clientes les miraron de reojo-. Estaba allí, joder. Vio cómo mamá me sacaba del armario.

– Maurie, por favor.

– ¡Cabrones! -gritó Maureen abalanzándose sobre la mesa-. ¡Son unos cabrones!

Un niño pequeño sentado a una mesa cercana se echó a llorar.

Liam cogió a Maureen del brazo para que volviera a sentarse bien y se calmara.

– Baja la voz, por favor, Mauri. Podrían detenernos por alterar el orden público.

Maureen se enderezó y le cogió la mano con violencia, para que se acercara a ella.

– Cuéntamelo todo -dijo furiosa-. Todo. ¿Por qué sacan a relucir todo esto ahora?

Liam parpadeó con espasmos breves y rápidos y no la miró.

– Mamá cree que quizá no recuerdes bien lo ocurrido con Douglas.

– ¿Y a qué viene eso?

Liam se mordió las uñas.

– Han salido artículos en los periódicos sobre el rollo ese de la memoria…

– ¿Sobre los recuerdos falsos? No creen lo que digo de papá y por lo tanto todo lo que cuento me lo he inventado.

– Más o menos.

Maureen se desplomó sobre la mesa, murmurando insultos para sí misma.

– Lo siento, Mauri, lo siento -susurró Liam.

Maureen se frotó los ojos, pasándose los dedos por la piel suave de los párpados, e intentó organizar sus pensamientos.

– Creen que estoy completamente loca, ¿verdad? -dijo Maureen.

– Supongo.

– ¿Se lo han dicho a la policía?

Liam negó con la cabeza.

– Después del espectáculo que montó mamá en la comisaría el otro día, no creo que la policía le preste mucha atención precisamente. Yo no me preocuparía por eso. Dios mío, no es que estemos acostumbrados a que nos apoyen, ¿verdad? Creo que nos partirían la cara si nos acercáramos a ellas. Prométeme que te mantendrás alejada de ellas hasta que pase todo esto de Douglas.

– Vamonos de este sitio -dijo Maureen-. Está sucio.

Salieron de las galerías y volvieron al coche. Liam sacó las llaves del bolsillo de su chaqueta. Le abrió a Maureen la puerta del pasajero pero ella no entró.

– ¿Ninguna de ellas me cree? -preguntó.

Liam se frotó las manos sintiéndose culpable, como si estuviera implicado en la traición de sus hermanas.

– No -contestó-. No te creen.

– ¿Y tú?

– Sí, cada palabra.

– ¿Porqué?

– Porque Una te lo contó, porque es demasiada coincidencia y sé que tú misma lo has puesto en duda muchas veces y siempre has llegado a la misma conclusión.

– ¿Me crees cuando digo que no maté a Douglas?

– Sí, bueno, sé que eres una tía dura, Maureen.

Se sonrieron melancólicamente.

– Y por Dios -dijo-, si lo hubieras hecho, ya se lo habrías contado a todo el mundo.

Maureen se acercó a él hasta que sintió el calor de su piel y, apoyada en su hombro, alzó la vista.

– Liam -dijo, y respiró, desesperada por oír la respuesta correcta-. ¿No piensas que pude haberle matado y haberlo olvidado?

Liam le cogió la cara entre sus manos y la miró fijamente.

– Escúchame bien. No te ocurre nada.

– Pero quizá…

– No te ocurre nada.

– Quizá… mi memoria…

– Cállate. Escucha, no se trata de Douglas. Se trata de que ellas no quieren creer lo de papá. Quiero que te alejes de ellas, joder.

– ¿Quieres qué pase de todo?

– Mantente alejada de ellas -dijo, poniendo un énfasis extraño en sus palabras, y le soltó la cara-. Por favor, aunque sólo sea por un tiempo.

Dio la vuelta al coche y se deslizó en el asiento del conductor. Maureen subió al del pasajero y cerró la puerta.

– Creo que están todas chifladas -dijo Liam.

– ¿No lo dices sólo para consolarme?

– Un poco sí -sonrió, Maureen había pillado su mentirijilla-. Pero sé que ocurrió.

– Que ya es más de lo que yo sé -dijo Maureen compungida por la autocompasión.

Liam puso la llave en el contacto, la giró y arrancó el coche.

– Lo que tendrías que preguntarte -dijo Liam- es qué capullo pondría en duda esa clase de recuerdos.

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