Fue el Department of Law Enforcement [Departamento encargado de imponer el cumplimiento de la Ley] de Florida -la sección de detectives de la policía estatal- el que puso a Kate sobre la pista del barco que Rocky Envigado pensaba, probablemente, utilizar para pasar su próximo cargamento de cocaína a través del Atlántico. El DLEF, desde sus oficinas en Pompano Beach, había estado vigilando a dos personajes, Juan Grijalva y Whittaker McLennan, sospechando que estaban involucrados en un fraude de seguros. Siguieron a uno de ellos hasta una reunión con un irlandés, Gerard Robinson, que se alojaba en el Hotel Breakers, de Fort Lauderdale. Al verificar la lista de las llamadas telefónicas de Robinson, los agentes habían encontrado un número de la Isla de Man. Y como la Isla de Man es un paraíso fiscal británico, pensaron que habían tropezado con algo importante, así que establecieron contacto con el National Criminal Intelligence Service de Londres, en petición de ayuda. El NCIS les dijo que el número pertenecía a Keran Properties, una empresa en la cual Scotland Yard llevaba tiempo interesado. Keran estaba gestionada por una firma local de contables, Pater, Hall y Green, que también estaban bajo vigilancia a raíz del soplo de que un conocido traficante de hachís, que por entonces estaba cumpliendo condena en una prisión española, era uno de los directores de Keran. El NCIS informó también al DLEF que Jeremy Pater, uno de los socios de PHG, era el dueño de una casa en las Islas Vírgenes británicas, así como de una participación en una floreciente empresa de administración de yates, la Azimuth Marine Associates. El director gerente de Azimuth era Alonzo Ávila. Una fotografía de Pater, Ávila y un tercer hombre no identificado fue enviada por correo electrónico al DLEF, quienes se pusieron en contacto con el departamento de archivos informáticos del FBI en Miami, para tratar de ponerle un nombre a la cara.
Pater, Ávila y Azimuth Marine no eran conocidos por el departamento, pero el tercer hombre sí. Era Chico Díaz, el hombre de confianza que Rocky Envigado tenía al mando de sus sicarios. En cuanto Kate se puso al día de las investigaciones del DLEF, fue a hablar con Kent Bowen.
– Joder, Kate, ¿querrías explicarme todo eso otra vez? -dijo Bowen bostezando.
– Es un poco complicado, señor -admitió Kate.
– ¿Complicado? Coño, Kate, suena como un culebrón.
– Verá, señor, Azimuth Marine es una de las principales compañías de gestión y marketing de yates de lujo. Administración, marketing del charter, contratación de tripulación, lo que quiera. Tienen representantes en casi todos los puertos de escala, desde Fort Lauderdale a Hong Kong.
Bowen adoptó una expresión dolida.
– Kate, por favor, sólo el resultado final, si no te importa. Se me endurecen las arterias con esto.
Kate sintió que enrojecía de irritación. Nunca antes había trabajado con un jefe con unos modales tan relajados como Kent Bowen. «Sólo el resultado final», no era la forma de trabajar del FBI. En la Academia de Quantico, se insistía en que había que construir un cuadro completo de la investigación. Y la investigación no era una hoja de cálculo que había que resumir en una simple declaración de pérdidas y ganancias. Y ahora este capullo paternalista…
– Creo que hemos encontrado el barco, señor.
– ¿Lo habéis encontrado? ¿Por qué no empezabas por ahí?
– Porque suponía que querría saber exactamente qué me hace creer que lo hemos encontrado, señor. El proceso intelectual y de razonamiento…
– Esto es el FBI, Kate. No el MIT. Nosotros nos movemos dentro del nivel de lo razonable. Duda razonable, sospecha razonable, esto y aquello razonable. Los «exactamente» déjalos para algún capullo con chaqueta blanca y una regla de cálculo en el culo. En el tiempo que lleva recorrer el camino que va de lo razonable a lo exacto, podríamos perder un arresto.
– Sí, señor.
– Así que calculas que esa Azimuth Marine ha proporcionado un yate a motor a Rocky Envigado, ¿es eso?
Mordiéndose el labio, Kate respondió:
– Hay una compañía llamada San Ferman, registrada en el paraíso fiscal de Gran Caimán, que sospechamos desde hace tiempo que está controlada por Rocky. Hace unos tres meses, Azimuth vendió un barco a esa compañía. Conseguimos seguirle la pista al barco, el Britannia, hasta un dique seco aquí mismo, en Miami. Está en el río, a la altura de la calle Trece, y actualmente lo tenemos bajo vigilancia. Hemos instalado un operativo en una habitación en el Hospital Harbor View desde la cual tenemos una vista excelente del…
– Puerto, ¿no?
– Y del dique seco. Pero hasta ahora no hemos conseguido asegurarnos de que la droga esté ya a bordo.
Bowen asintió pensativamente y preguntó:
– ¿Qué clase de trabajo han estado haciendo en el barco?
– Bueno, señor, desde que está en el muelle le han puesto nuevos depósitos de combustible, un puente de mando más amplio, han renovado la instalación del agua y han instalado aire acondicionado, estabilizadores Naiad y han hecho un montón de trabajos en el casco. -Sonrió, irónica, y añadió-: Sería razonable pensar que los nuevos depósitos de combustible pudieran ser el lugar donde planean esconder la cocaína.
– Los depósitos, ¿eh?
– Bueno, sí; salvo por una cosa. Verá, señor, he hecho algunos cálculos basados en el tamaño del barco y de las máquinas. El Britannia tiene unos 35 metros de eslora y está equipado con dos motores Detroit de 2.000 caballos de potencia. Esto le daría una autonomía de algo más de 2.500 millas. Con eso no podría llegar hasta la costa del norte de África, ni siquiera hasta las Islas Canarias, que están a unas 3.500 millas de la costa de Florida.
– Pero con los depósitos modificados…
– Se podría ampliar la autonomía hasta casi esa distancia. Quizás incluso hasta las 4.000 millas. Pero eso nos dejaría con otra incógnita: dónde meter la cocaína. Suponiendo que el propósito de ampliar los depósitos fuera…
– Sí -cortó Bowen-, ya te entiendo. No puede recorrer esa distancia y además llevar la droga en los depósitos.
Bowen cogió un pisapapeles de su escritorio y empezó a pasárselo de una mano a la otra como si fuera una pelota de béisbol.
– ¿Sabes? He estado pensando mucho en este asunto, Kate, y he tenido una idea.
– ¿Sí?
Kate sonó más sorprendida de lo que hubiera querido.
– Sí. ¿Quieres oírla?
Kate se encogió de hombros. No había terminado de explicar su teoría respecto a los depósitos de combustible del Britannia. Pero era consciente de lo poco que Kent Bowen sabía de barcos y se dijo que, realmente, no podía permitirse ponerlo en su contra.
– Claro. Adelante -dijo.
– Bueno, he pensado.
Buen comienzo.
– Sabemos que pueden comprimir la cocaína, colorearla y mezclarla con celulosa, incluso combinarla con fibra de vidrio para crear un material duro al que puede dársele cualquier forma que quieras.
– Sí.
– Bien. ¿Te acuerdas del asunto de las perreras, hace unos años?
Kate asintió pacientemente. Bowen se refería a una incautación de narcóticos hecha por los federales en 1992. Un cártel colombiano había fabricado cincuenta perreras con cocaína. Una vez molidas y tratadas químicamente, las perreras hubieran tenido un valor de casi medio millón de dólares puestas en la calle.
– Supón que Rocky Envigado ideara un sistema para hacer lo mismo con el casco de un barco. ¿Poliuretano? ¿Fibra de vidrio?
Bowen se encogió de hombros mientras esperaba que Kate soltara una exclamación de admiración ante el genio de su jefe. En lugar de ello, parecía desconcertada, como si no acabara de captar lo ingenioso que era lo que él señalaba.
– Bueno, tú misma decías que estaban trabajando en el casco en ese dique seco tuyo de la Trece.
– ¿Sabe una cosa? Nunca se me habría ocurrido. Nunca jamás. Es una idea increíble -dijo Kate finalmente.
Impermeable al sarcasmo de Kate, Bowen añadió:
– Es bastante astuto, ¿verdad? Piénsalo bien -dijo soltando una risita satisfecha-. Joder, Kate, si lo piensas un poco, verás que tiene sentido.
– ¿De verdad?
– Por ejemplo, la mayoría de yates son blancos, ¿no? Es el disfraz perfecto para una tonelada o algo así de cocaína. Eso sí que es un puto barco de recreo.
Kate sonrió sin ganas y se preguntó cuántos chistes malos más podría extraer de su descabellada teoría.
– Bueno, si eso no es la última palabra en yates a motor hechos por encargo…
Kate dejó que divagara un poco más antes de devolverlo a la realidad.
– Sí, ciertamente es una posibilidad interesante. Aunque sea remota. Sea como fuere, supongamos que haya un medio de hacer el envío a través del Atlántico sin utilizar combustible alguno. Por supuesto, se necesita el suficiente gas-oil para cubrir los compartimientos secretos de la cocaína, pero teniendo en cuenta las dimensiones del yate y la posición de la sala de máquinas, que está a popa…
– ¿Popa? ¿Qué es la popa?
– Es un término náutico. Quiere decir en o cerca de la parte posterior del barco.
– Ah, sí, la popa, claro.
– Teniendo eso en cuenta, así como la construcción de los mamparos interiores -son sólo láminas de aluminio ligero ensambladas con compuestos en panal- bueno, calculo que se podrían almacenar 1.000 kilos de cocaína y seguir contando con el mismo combustible para el que fue diseñado originalmente.
Bowen sonrió, incómodo y consciente de que estaba en terreno desconocido. Dejó de nuevo el pisapapeles sobre el escritorio y dijo:
– ¿Adónde quieres llegar?
– A esto. Puede que esta vez, en lugar de tratar de llevar el barco a través del océano, vía las Bermudas y las Azores, estén planeando cargarlo en un transporte transatlántico para yates. Son una especie de ferris transoceánicos. Para cosas caras. Si quieres llevar tu Broward de seis metros de manga hasta el sur de Francia para el Festival de Cine de Cannes, por ejemplo, probablemente lo enviarás por transbordador. Sería una tapadera perfecta para alguien como Rocky Envigado. Su barco al lado de lo que pasa por ser la alta sociedad, aquí en Florida.
Bowen dijo:
– No tenía ni idea -eso, por lo menos era cierto-… de que supieras tanto de barcos, Kate.
– Antes de que Howard, mi marido, y yo nos separáramos, pasábamos bastante tiempo navegando en su barco de pesca deportiva.
Kate sonrió al recordar lo que habían pescado juntos -agujas, atunes, incluso algún tiburón- y el barco, que tenían, un Knight & Carver de 24 metros de eslora. Corrección: que él tenía. El Dice Man. Con depósito para el cebo, congelador y aparejos profesionales, por no hablar de los tres grandes camarotes con acabados de la rara madera hawaiana de koa, el Dice Man era una plataforma de pesca realmente lujosa, pero de auténtica competición. Añoraba el barco más que a Howard.
– Allí es donde vive desde que nos separamos. En el barco.
– Bueno, yo soy de Kansas -dijo Bowen-. Calculo que debe de estar tan lejos de un océano como del otro.
– Nunca he estado en Kansas -respondió Kate.
– Es un estado que parece un cuadrado cuando lo miras en el mapa. Como el marco de un cuadro. Te verías en apuros si tuvieras que reconocer su silueta en el concurso Let's Make a Deal. Pero Florida… Eres de Florida, ¿verdad?
– Titusville.
– Florida es el estado más fácil de reconocer de toda la Unión.
– Sí, es verdad -dijo Kate, pensando que al menos podían estar de acuerdo en algo.
– ¿Sabes a qué me recuerda cuando lo veo dibujado en el mapa, Kate?
Kate negó con la cabeza.
– Una pistola. Cañón corto, culata grande. Un poco como la Ladysmith que tú llevas. Cada vez que veo el dibujo de ese estado en una señal de carretera, es un recordatorio de por qué estoy aquí.
– ¿Y por qué está usted aquí, señor?
– Para luchar contra el crimen. Ésta es la capital del crimen de los Estados Unidos. ¿No lo sabías? -Pero Bowen no esperaba una respuesta-. Sobre todo debido a toda esa escoria que ha venido a establecerse aquí desde Cuba, Haití o la República Dominicana.
– Me parece que eso es un poco…
– Titusville. Eso está más al norte, en la costa -dijo Bowen.
– Sí.
– ¿Siempre te gustaron los barcos?
– Siempre, desde el Géminis 8.
– ¿El Géminis 8? ¿Y eso qué tiene que ver?
– Cuando era niña, salíamos en el barco de mi padre a ver los lanzamientos del Centro Espacial de Cabo Kennedy. Era la mejor vista en muchos kilómetros a la redonda. Sí, casi toda la vida me he movido entre barcos.
– Bien, tú conoces los barcos, pero yo conozco la ley. Probablemente sabrás que fui ayudante del sheriff en la ciudad de Dodge antes de incorporarme al FBI.
Kate asintió aburrida.
– Claro que eso fue hace muchos años. Y Dodge ya estaba limpia antes de que yo llegara. -Soltó la conocida risita que Kate había aprendido a odiar-. El viejo Wyatt Earp se encargó de eso. Una de las razones por las que me incorporé al FBI fue para escapar de allí. Pero no antes de aprender el oficio a las malas. En la calle. En el único sitio que hay para desarrollar el olfato. Y ahora mismo mi nariz me dice que, por lo menos, tendríamos que comprobar esa teoría mía, la del casco hecho con cocaína y todo eso. ¿Dices que conoces los barcos?
– Sí, señor.
– Entonces quiero que vayas a hablar con algunos constructores de barcos y les preguntes si puede hacerse. He oído lo que me has dicho sobre los depósitos de combustible, Kate, pero me parece que te han dado gato por liebre. Esos chicos tienen mucha más inventiva de la que crees. Nunca tienes que subestimar a tu oponente.
Kate le devolvió la sonrisa mientras él se daba golpecitos en la sien con el índice. Subestimar a su jefe empezaba a parecerle casi imposible.
– Piensa a lo grande. Eso es lo que ellos hacen. Eso es lo que yo hago. Esos cabrones no se ajustan al género corriente. Y nosotros tampoco Kate. Y cuando veas si puede hacerse -y a mí francamente me sorprendería mucho que no fuera posible-, bueno, entonces, quizás puedas organizar algún tipo de equipo que vaya a ese dique seco y eche una mirada más de cerca al casco. Apuesto a que encontrarás algún tipo de anomalía.
– Una anomalía, claro.
Kate se contuvo cuando estaba a punto de hacer un comentario que sabía que luego lamentaría. Quería decirle que, por supuesto, había alguna clase de anomalía, sin ninguna duda. Normalmente su jefe tenía un cerebro dentro de su maldita cabeza.
Cuando conducía hacia su casa aquella noche, a lo largo de las calles bordeadas de higueras de Bengala de la zona norte de Miami, tenía sintonizada la Magic 102,7, una emisora para viejales, y sonaba una de las primeras canciones de los Rolling Stones, que le encantaba. Y aunque ya la había oído miles de veces y se sabía la letra de memoria, mientras canturreaba, se dio cuenta de que estaba pensando en Kent Bowen y en cómo iba a demostrarle que se equivocaba.
El tiempo jugaba a su favor.