7

Todo el mundo estaba de acuerdo en que Madonna, la esposa de Al Cornaro, era algo extraordinario. No es que fuera guapa, sino que todos pensaban que era extraordinario que Al se hubiera casado con ella. La mayoría de los tipos que trabajaban para Tony Nudelli estaban casados con rubias artificiales con un coeficiente de inteligencia del tamaño de sus sostenes y una educación extraída de Condé Nast. Parecían más medallas de consolación que auténticos trofeos, eran de ese tipo de mujeres que manejan con más habilidad un lápiz de cejas que un bolígrafo y para quienes destreza oral equivale a hacer una buena mamada. Lo que hacía que Madonna fuera diferente era su inteligencia, su lengua afilada, su total indiferencia por su aspecto y el tamaño de sus tetas. Las tetas eran auténticas, no había más que mirar al resto de Madonna para saberlo. Le colgaban hasta la cintura, como si las hubieran esculpido allí para hacer la prueba antes de tallar a Washington y Jefferson en Monte Rushmore. El monumental efecto se veía aumentado porque a Madonna no le gustaban los sostenes -de hecho, no le gustaba ningún tipo de ropa interior- y por el reciente nacimiento de su cuarto hijo, Al junior. Al senior quería a su mujer, pero eso no le impedía hacer bromas sobre ella para divertir a Tony Nudelli. Divertir a Tony Nudelli era una parte importante del trabajo de Al como jefe de su empresa. Divertirlo y cuidarse del negocio; un coronel Tom Parker bien provisto de armas y chistes. El negocio de hoy tenía que ver con Dave Delano, pero primero Al quería saber si Tony estaba de un humor más indulgente que el día antes, cuando tuvo que decirle que Willy Four Breakfasts la había jodido y ahora estaba ingresado en el Community Hospital de Miami Beach con una herida grave en el ojo, gentileza del que tenía que haber sido su víctima.

No eran aún las diez cuando Al llegó a la lujosa villa de Tony Nudelli en el corazón de Key Biscayne. Reconoció el Porsche rojo que estaba aparcado a la entrada y, automáticamente, se encaminó a los dos mil metros cuadrados del edificio de la piscina. Sabía que su jefe, entusiasta nadador, estaría en la piscina de veinte metros bajo la supervisión personal de su entrenadora, Sindy, que antes había sido socorrista en el Wet n'Wíld, de Orlando. A Al le gustaba ver a Sindy, sobre todo porque solía estar desnuda y había mucho que ver. A él no le gustaba nadar, pero quizás hubiera valido la pena meterse en el agua sólo para que Sindy le estimulara a aprender con su especial sistema. De vez en cuando, se lanzaba graciosamente desde el borde de granito, perseguía al desnudo Tony por debajo del agua como si fuera algún tipo de fabuloso y oscuro delfín y se le ponía debajo para lamerle y mordisquearle el pene. La mayoría de gente pensaba que a Nudelli lo llamaban Naked [«Desnudo»] Tony debido a su apellido, pero Al sabía que no era por eso. Sabía que era principalmente por lo que Tony y Sindy hacían en la piscina. Sindy le había contado que se le ocurrió la idea al leer un libro sobre los emperadores romanos, en concreto la vida de Tiberio. Al no leía mucho, pero ése era un libro al que tuvo que echarle una ojeada, y eran absolutamente tan depravados como ella le había dicho. Sindy era alta, negra y hermosa y sólo de mirarla a Al se le ponía dura. Tony la llamaba su pez ángel.

Entró en el edificio de la piscina.

– Buenos días, Al -dijo Sindy sonriendo amablemente.

– Buenos días, Sindy.

Casi lo primero que Al miró, después del vello púbico de Sindy y sus tetas, fue su zumo de naranja. Tony no nadaba un número determinado de largos, ni siquiera durante un periodo determinado; sólo nadaba el tiempo que Sindy tardaba en hacer que se corriera en su boca. Si Sindy estaba bebiendo zumo de naranja, significaba que Tony y ella habían acabado.

– ¿Se acabó la fiesta?

Sindy brindó por Al en silencio con el vaso de zumo y luego lo lamió provocadora. Los ojos de Al no se movían de sus labios y del zumo.

– ¿Quieres un poco? -dijo ella ofreciéndole el vaso.

– Esto, no, gracias, Sindy.

Ni a tiros pondría Al los labios en aquel vaso después de lo que la boca de Sindy había estado haciendo.

– ¿Seguro? Está recién… exprimido. ¿Sabes que quiero decir?

– Seguro. Esto… yo… acabo de desayunar.

– Humm. Yo también -Sindy tragó con aire pensativo-. Un buen montón, en realidad. Tony debe de estar tomando suplementos de zinc, o algo así.

Riéndose burlona de la evidente incomodidad de Al, Sindy le dio un golpecito en la nariz con una de sus uñas, largas y de color escarlata, y en voz más alta se dirigió al hombre de aspecto agotado que nadaba lentamente hacia el borde la piscina.

– Bueno, cariño. Me marcho. ¿Estás bien? ¿Quieres que te ayude a salir?

– Estoy bien. Y ya me has ayudado bastante. Gracias, preciosa. Te llamaré.

– Más tarde.

Al contempló el trasero desnudo de Sindy hasta que desapareció en los vestuarios y luego sacudió la cabeza con impotente desesperación.

– Tendría que aprender esa mierda de natación.

– Tú lo has dicho, Mary Jo.

«Mary Jo» era el nombre que Tony le daba a Al siempre que surgía el tema de que Al no sabía nadar, por Mary Jo Kopechnie, la chica que se ahogó en Chappaquiddick cuando Ted Kennedy sobrevivió. «Mary Jo», o a veces «Conejito».

Nudelli se sumergió, impulsándose por debajo del agua hacia los peldaños de salida. Al tenía que admitirlo: Tony tenía muy buen aspecto para un hombre de su edad. Tenía los hombros y el pecho anchos y todavía conservaba todo el pelo, de un color gris plateado, parecido al de Cary Grant. A Nudelli le encantaba la comparación.

– ¿Me pasas ese albornoz, Al, por favor? -dijo saliendo a la superficie de nuevo y subiendo los peldaños.

Y bien dotado, además; como un caballo. Parecía que Sindy tenía un trabajo a medida. Para su edad, Tony tenía muchas cosas a su favor. Al cogió un albornoz del respaldo de una silla de rota blanca y se lo dio. Nudelli se lo puso. Mientras se sentaba hizo un gesto con la cabeza hacia el bar.

– Prepárate algo de desayuno si quieres -dijo, poniéndose las gafas y seleccionando un Cohibas grande del humidificador de palisandro que había sobre la mesa de cristal grabado-. Hay fruta, y café y todo tipo de porquerías.

– Gracias, ya he tomado el desayuno.

Al empezó a reírse al recordar la anécdota que había preparado para divertir a Tony.

¿No quieres café?

– Sí, café sí, gracias. Espera, voy a buscarlo.

Al fue hasta el bar, cogió la cafetera Cona de la placa caliente y vertió café en dos tazas.

– ¡Desayuno, digo! -dijo, acercándose con el café-. Ha sido el desayuno más jodidamente extraño que he tomado nunca. Y eso incluye los que tomé en Holanda.

Nudelli dio unas cuantas chupadas al puro hasta encenderlo bien y luego tiró la cerilla a la piscina, seguro de que el encargado de la limpieza la sacaría más tarde.

– ¿Qué ha pasado?

– Desde que era niño siempre tengo que tomar un cuenco de cereales para desayunar.

– Me acuerdo -dijo Nudelli-. Cuando estábamos en Las Vegas no parabas de incordiar con eso.

– El desayuno de los campeones.

– No empieces otra vez con esa mierda. Si hay algo que odio es que me suelten un eslogan publicitario de buena mañana. Es como encontrarse un zurullo en la taza del váter porque alguien no ha tirado de la cadena.

– Pues esta mañana bajo a la cocina y Madonna está allí con los niños y, bueno, ya sabes, había un jaleo de cojones. Yo lo único que quiero es tomar mis cereales y salir cagando leches de allí antes de que me dé una hemorragia cerebral con tanto ruido. Bueno, pues voy y cojo los cereales, los pongo en el cuenco, me siento y busco la leche, pero no queda en la jarra. No pasa nada. Veo que Madonna está muy ocupada con los crios y el bebé y todo eso. A mí no me importa ir a buscarme la leche a la nevera. El problema es que no queda tampoco en la nevera, y entonces yo empiezo a soltar tacos. «¿Qué pasa?», dice ella. «Lo que pasa – le contesto- es que no hay leche para poner en los cereales.» «Lo siento, cariño -dice ella-. Supongo que se nos ha acabado. Los niños la beben como si nunca hubieran oído hablar de la Coca-Cola, y eso es bueno porque necesitan calcio.» «Que se ha acabado ya lo veo -digo-, pero ¿qué voy a hacer? Estoy jodido todo el día si no salgo de casa con un cuenco de cereales en el estómago.» ¿Y sabes que hizo?

– Sorpréndeme.

– Verás, ella va andando arriba y abajo mientras le da de mamar al pequeño.

– Coño, puedes ir al zoo si quieres ver esa mierda.

– De pronto, le saca el pezón de la boca al bebé, se inclina por encima de mi jodido hombro y me echa un par de chorros de leche por encima de los cereales.

Al imitó con gestos lo que estaba describiendo.

Tony empezó a reír.

– «¿Qué coño es esto?», le pregunto y ella me contesta: «Es leche». «Joder, ya lo veo que es leche» -le digo-. Lo que quiero saber es qué crees que estás haciendo con tus jodidas tetas en mi desayuno.» «¿Qué pasa? ¿Es que mi leche es suficientemente buena para tus hijos, pero no para ti?», me dice ella.

Tony se estaba riendo a carcajadas ahora y tosiendo, además, porque el humo del puro se le había mezclado con el aire, de forma que sonaba como el motor de una pequeña moto en marcha. Se quitó las gafas y se apretó la parte alta de la nariz.

– Y ella dice: «¿Cuántos tíos tienen mujeres que puedan hacer esto? Tendrías que estar contento. Es fresca y no te cuesta ni un jodido centavo. Con el dinero que me das para llevar la casa, tienes suerte de que no te dé esto cada mañana, rata que eres un rata».

Tony dijo:

– Tu mujer es una tía de cojones, Al. La adoro. Es una obra de arte. Parece un remolcador, pero la adoro.

Se secó las lágrimas de los ojos con el cuello del albornoz.

– ¿Y qué pasó a continuación?

– Que me comí los jodidos cereales, eso es lo que pasó -dijo Al.

Los dos hombres rompieron a reír. Al se calmó primero.

– Bueno, era eso o quedarme sin cereales, ¿no?

– Joder -dijo Tony con un suspiro y volviéndose a poner las gafas-. ¿Cómo pudiste hacerlo?

Por una vez, Al se encogió de hombros sin saber qué decir.

– Oye, dime, Al, ¿a qué coño sabía?

La cara de Al se contrajo mientras trataba de recordar.

– Caliente, claro. Un poco como la desnatada que te dan en esos envases de McDonald's. Yo prefiero la leche de vaca, pero al pequeño Al parece gustarle. Nunca parece tener bastante.

– Esa Madonna. Es algo serio.

Sólo pensar en la enorme pelirroja le hacía poner los pelos de punta. Dios sabe qué aspecto tendría cuando estaba en casa. Ya era bastante malo cuando iba vestida para salir a cenar. Al contrario que Al: Al se esforzaba por vestir bien. No como lo haría Nudelli, pero se esforzaba. Ahora mismo llevaba una camisa de Gianni Versace, de color amarillo y de aspecto caro que parecía la funda de seda de un cojín, una especie de vaqueros de piel negra, pensados para que los llevara alguien mucho más delgado que Al, un cinturón blanco de piel de serpiente y botas vaqueras rojas; por no hablar del montón de oro que exhibía por todas partes. Nudelli pensó que Al parecía el árbol de Navidad de un negro, aunque, para Miami, se podía decir que iba bien vestido.

La gente de Florida no distinguía el culo de la mierda cuando se trataba de ropa y Al no era una excepción. Siempre que salían del soleado estado, Tony hacía que Al llevara un traje de Brooks Brothers, con una camisa y una corbata adecuadas. Un traje quería decir negocios. Nudelli era anglófilo: zapatos ingleses, trajes ingleses; siempre compraba cosas inglesas.

Al dijo:

– He hablado con Jimmy Figaro.

– Ese lameculos.

– Quedamos que traería a Dave Delano aquí a las once.

Había un reloj en la pared, detrás de Tony, pero no tenía ganas de darse la vuelta. Estaba un poco cansado después de su clase de natación.

– ¿Qué hora es?

Al miró el reloj.

– Las diez y media.

– ¿Qué opinas?

– Tú y él seguís siendo amigos. Eso es lo que Delano dijo, según Willy. Quiere garantizártelo. Yo lo encuentro razonable.

Nudelli asintió con la cabeza, pensativo.

– Un chico sensato.

– Venir aquí con Jimmy es una jugada inteligente. Muestra que no te guarda rencor por lo que sucedió. El tipo tiene huevos, tienes que reconocérselo.

– Eso lo demostró cuando hizo de jodido oftalmólogo para Willy.

– Willy debe de estar perdiendo su toque.

– Eso o que Delano aprendió algo cuando estaba en la cárcel.

– Puede ser.

Nudelli dijo:

– Esa propuesta de negocios suya…

– Algo grande, es lo que dijo Willy.

– Entra en la trena como un tío de las loterías y se figura que ha salido como un ladrón de alto nivel. ¡No te jode!

– Escúchale. Puede que aprendiera algo mientras estaba cumpliendo la condena. Y que preparara un plan. En cinco años hay tiempo más que suficiente para que pueda ocurrírsele a uno algo constructivo.

– Supongamos que no me gusta este montaje. ¿Me apunta con una pistola a la cabeza o qué? Supongamos que no le ayudo a poner en marcha ese plan suyo. ¿Va a ir a los federales y contarles que fui yo quien se cargó a Benny Cecchino? Piensa en eso un poco ¿quieres?

– Joder, Tony, tienes más suposiciones ahí que el jodido Stephen King. Tuvo la boca cerrada todos estos años, ¿no? Cumplió la condena hasta el final. Si hubieras querido cargártelo podías haberlo hecho hace cinco años y te habrías ahorrado doscientos de los grandes. ¿Qué ha cambiado? No lo entiendo.

– ¿Quieres saberlo?

– Quiero saberlo.

– De acuerdo, te lo diré. Hace cinco años no sabía que Delano no era el verdadero nombre del tipo. Creía que era italoamericano, como tú y como yo. Pero resulta que su papaíto era ruso. Bueno ya sabes la buena opinión que tengo de esos bárbaros retrasados. Pero, por si fuera poco, resulta que es un asqueroso judío.

– Oye, ¿es que nunca hemos hecho negocios con los judíos antes? Esto es Miami, Tony. Una ciudad abierta. Fueron los judíos los que ayudaron a convertir este sitio en una ciudad de negocios. Meyer Lansky. Gente así. Además, por lo que sé, sólo es medio judío. Su madre es irlandesa.

– Nunca subestimes a un judío, Al. Ni aunque sólo lo sea a medias. Sigue mi consejo y vivirás mucho más. No me entiendas mal. No soy antisemita. Déjame que te cuente: hace casi cincuenta años, cuando estaba en Jersey City, conocí a una tía judía y me enamoré de ella. La mejor en la cama, y tú conoces a Sindy. Habría hecho cualquier cosa por aquella fulana, incluido casarme con ella. Quería hacerlo, incluso se lo pedí varias veces. Le di un anillo de Tiffany's y todo. Pero siempre salía con la misma historia. Decía que no podía hacerle eso a sus padres. Yo le dije que no le pedía que se lo hiciera a sus padres, lo que le pedía era que me lo hiciera a mí. Pero no, no podía casarse fuera de su religión, decía. Yo le replicaba que mis padres tampoco iban a dar saltos de alegría cuando les dijera que no quería casarme con una católica, que si creía que verme casado con una de la raza de los que habían matado a Cristo era un honor para ellos. Todo para nada. No hubo manera. Estaba enamorada de mí, pero no quería casarse conmigo. Al diablo con Shakespeare; al diablo con Romeo y Julieta y todo eso. Era como si no significara nada para ella. Y yo te pregunto, Al, ¿qué clase de gente puede hacer eso? Yo te lo diré. Los judíos. No hay nada que pongan por encima de ser judío. Y sé lo que me digo. Shakespeare hizo que Romeo y Julieta fueran italianos porque sabía lo que el amor significa para un italiano. No hay nada más importante que lo que siente tu corazón, Pero habría tenido muchos más problemas como escritor si Julieta hubiera sido una princesa judía, te lo digo yo. Esa sí que habría sido una obra de teatro de puta madre. Me hubiera gustado verlo.

– No sé, Tony. Delano no quiere joderte. Quiere hacer negocios contigo.

– Para un judío es lo mismo. Y no te olvides de los ivanes. Delano estuvo en la celda con uno de esos rojos cuatro años. Y aprendió a hablar ruso bastante bien por lo que me han dicho.

¿Entiendes lo que digo, Al? No fue italiano lo que aprendió, fue el jodido ruso. Lo que significa que no sé lo que se propone; si se acuesta con esos caraculo subnormales o qué. Ya tuve bastantes problemas con Rocky Envigado y aquellos cabrones colombianos para tener que ocuparme también de los ivanes. Ése es el problema de este país: hay demasiados inmigrantes.

– Por lo que dice Willy Four Breakfasts, parece que Delano pensaba que eran los ivanes los que lo habían mandado para que le diera una paliza, no tú -Al se encogió de hombros-. No parece que seas uña y carne precisamente.

Nudelli dio unas cuantas chupadas a su puro pensativamente.

– Sí, eso es verdad -reconoció.

– Escúchalo -dijo Al-. Después de todo, los negocios son los negocios y lo personal nunca tiene que ser un obstáculo ¿no?

– Tienes razón, claro.

Nudelli se inclinó, pellizcó la mejilla de Al y luego le dio un suave cachete.

– Yo sólo me preocupo por tus negocios, Tony.

Nudelli miró el extremo húmedo de su puro y cabeceó pensativo.

– No sabía que fueras de la ciudad de Jersey -dijo Al. -No sé si era yo o algún otro pobre bastardo. -¿Qué pasó con la judía? Ésa de la que te enamoraste. -¿Cómo coño quieres que lo sepa?

Jimmy Figaro conducía en ese momento el gran BMW a través del canal Rickenbacker, al sur de donde tenía sus oficinas. La carretera pasaba a gran altura sobre Biscayne Bay y ofrecía al poco interesado pasajero de Figaro una vista incomparable de los edificios de la avenida Brickell recortados contra el horizonte. La primera isla era Key Virginia, que en un tiempo se utilizó para albergar la comunidad negra de Miami y una gran planta depuradora de aguas residuales. La siguiente era Key Biscayne. Conduciendo con un solo dedo, porque todo era más relajado en Key Biscayne, Figaro bajó por el bulevar Crandon en dirección sur hacia cabo Florida, antes de girar hacia el oeste para coger la avenida del Puerto.

Figaro miró hacia Dave y le dijo:

– La casa de Tony está un poco más abajo en la misma calle donde vivía Richard Nixon.

– Dicky El Tramposo. Sí, encaja.

– ¿Eres demócrata?

– ¿Cuál es la diferencia para un mal sujeto como yo?

– ¿No has votado nunca por alguien?

– Claro. Voté por el representante de los presos en Homestead. Se podía escoger entre un violador y un asesino. Escogí al asesino.

– ¿Quién ganó?

– El asesino.

– ¿Y fuera?

– Fuera no importa quién te representa, el asesino o el violador.

– No es mucho como filosofía política.

– Después de estar en prisión, sólo hay una filosofía política que importe, y es no volver allá dentro.

El coche se deslizaba ahora suavemente a través de una comunidad inmaculadamente cuidada, bordeada de pinos australianos y cocoteros, con un palacio blanco tras otro, como si fueran pasteles de boda.

Figaro cambió de tema y dijo:

– Harbor Bayfront Villas es uno de los lugares más selectos de Miami. La casa de Tony está justo sobre la bahía.

– Casi nada.

Figaro disminuyó la velocidad y giró para tomar una vía privada, deteniéndose al llegar a una verja donde dio al guardia los nombres de los dos. Éste los comprobó en una lista y luego les indicó con un gesto que cruzaran la barrera que se estaba levantando.

– Aquí tenemos la última palabra en esplendor europeo -comentó Figaro con entusiasmo.

– Fuera de Europa, puede que tengas razón -Dave sonrió-. Te gusta esto, ¿eh, Jimmy?

– ¿No le gustaría a todo el mundo? -asintió Figaro-. Quiero decir, ¿no te gustaría vivir aquí?

Se detuvieron frente a una construcción de dos plantas, abierta a la bahía y dotada al completo con muelle y pescantes. Dave observó el yate a motor de treinta metros de largo que estaba anclado allí y luego se dedicó a contemplar la casa. Techada con teja romana, con sus columnas y arcos de sillería y su patio con fuente, parecía que la hubieran trasplantado allí desde una colina de la Toscana.

– No hay ninguna duda -dijo Dave- de que me gustaría poder permitirme vivir aquí. Pero si pudiera, entonces dedicaría el dinero a vivir en algún sitio agradable, como Londres o París. Miami es una mierda.

– En lo que hace a comida y mujeres, todo son gustos… -dijo Figaro.

– Y Miami es una hamburguesa con queso.

Bajaron del coche y fueron hasta la puerta de entrada, donde les hicieron pasar a un vestíbulo en forma de atrio, con el suelo de mármol y una escalinata de piedra curvilínea. Uno de los guardaespaldas de Nudelli cacheó a Dave y luego un mayordomo los acompañó escaleras arriba hasta una opulenta biblioteca con las paredes recubiertas de madera de caoba, donde Nudelli y Al Cornaro los esperaban, sentados dentro de un círculo de sofás chesterfield de piel verde. Los dos se levantaron y atravesaron la alfombra de Bujara de color de aguamarina, y Dave dejó que lo abrazara el hombre que había ordenado que le rompieran los dedos.

– Fíjate Al -dijo Nudelli-; échale una mirada a este hombre. Cinco años en prisión y parece que haya pasado el verano en Palm Springs. Coño, Dave, tienes un aspecto estupendo. Pareces una jodida estrella de cine.

– Tú tampoco tienes mal aspecto, Tony -respondió Dave pacientemente.

Nudelli palmeó con fuerza su propia barriga.

– Me mantengo en forma, ¿sabes? Nado cada día. Vigilo lo que como. ¿Queréis algo de comer? ¿Una bebida? Tenemos de todo. Incluso un jodido servicio de plata. Somos como el puto Admiral's Club.

– No, nada, gracias, Tony.

– ¿Jimmy?

– Sólo un café.

– Miggy -Nudelli se dirigía al mayordomo-, dos cafés.

Se sentaron en el interior del círculo.

Nudelli dijo:

– Cinco años.

Dave dijo:

– Sí, cinco años.

– Hiciste bien.

– En aquel momento, me pareció que era lo acertado, Tony.

– Dave, respecto a ese pequeño malentendido con Willy Barizon…

– Olvídalo. Son cosas que pasan.

– Me alegra que te lo tomes así, Dave.

– ¿Sabes?, después de la imprevista visita de Willy me puse a pensar en ti, Tony. Y me dije: «Dave, mientras estabas dentro, Tony sabía dónde estabas y qué estabas haciendo». Es una variante de lo que Maquiavelo dice sobre las prioridades complejas, Tony. Si estás ahí puedes detectar los problemas en el momento mismo en que empiezan y resolverlos enseguida; pero si no estás, sólo te das cuenta del problema cuando ya es demasiado tarde.

– Me han dicho que has estudiado. ¿Es verdad? Maquiavelo, ¿eh? Suena italiano.

– De Florencia.

– La noche que estabas con Benny Cecchino…

– Quieres decir en el restaurante donde le disparaste.

– Sí. ¿De qué hablábais?

Dave se encogió de hombros y respondió:

– Un asunto de negocios. ¿De qué otra cosa querría nadie hablar con Benny?

– ¿Le debías dinero?

– No -dijo Dave con una sonrisa-. No llegué a hacerlo. Tu súbita entrada en escena liquidó esa posibilidad.

– ¿Sabes?, Benny tenía una boca como una V8.

Dave respondió:

– No era nada mío, pero, por lo que sé, se lo tenía bien ganado.

– Muy amable por tu parte -Nudelli parecía compungido-. Yo tenía un genio más vivo entonces. Bueno, pero eso fue hace cinco años. Y cinco años es mucho tiempo. Estoy seguro de que no es necesario que te lo recuerde, a ti precisamente.

Dave esperó a que Tony Nudelli dijera algo más y, como no lo hizo, decidió pasar al propósito de la reunión que había pedido.

– Hablando de negocios, Tony, tengo una propuesta que me parece que te interesaría. -Dave abrió su ordenador portátil-. Es la mejor idea que hayas oído nunca.

– Yo siempre estoy interesado en las buenas ideas. ¿No es verdad, Al?

– Siempre.

Nudelli miró a Jimmy, que estaba tomando su café, y añadió:

– Antes de que digas una palabra más, Dave… Para alguien como Jimmy, la información supone una gran presión. A veces, cuanta menos tenga, más libertad y capacidad de maniobra tiene. Le gusta trabajar en un vacío. Saber sólo lo que necesita saber. En especial si hay ilegalidades de por medio. Así que déjame que te pregunte. ¿Es necesario que Jimmy sepa lo que me vas a decir, o es mejor que se vaya a dar una vuelta?

– Me parece que tendría que irse a dar una vuelta -respondió Dave.

Dave miró cómo Figaro salía de la biblioteca y cuando volvió a mirar a Tony pensó que éste llevaba dentadura postiza y que se le había caído de la boca antes de darse cuenta de que era una especie de invento hecho de acero y plástico y que Tony lo utilizaba para ejercitar los músculos de la cara. Al observar la expresión de Dave, Nudelli empujó el aparato con la lengua y se lo puso en la palma de la mano. Parecía una muleta diminuta.

Nudelli dijo:

– Es mi gimnasia facial. Ayuda a recuperar el tono muscular y evita la flacidez y las bolsas. De ésas tengo ya demasiadas. He conseguido un aumento del 250% en la fuerza de los músculos faciales en sólo ocho semanas. Dicen que sólo se necesitan dos minutos al día, pero yo hago un poco más por todas esas jodidas preocupaciones que tengo. Mi mujer quería que le hicieran un estiramiento facial. ¿Coste aproximado? Diez mil dólares. En lugar de eso, le compré uno de estos artilugios por setenta y cinco verdes. -Se rió, avaricioso, y volvió a colocarse el aparato en la boca-. Adelante -dijo abriendo y cerrando la boca como un besugo-. Di lo que tengas que decir.

Dave miró la pantalla en color de su ordenador, encontró el archivo que buscaba y dijo:

– Perseguir el dinero de la droga es la nueva especialidad de los agentes de la ley. Se han endurecido las regulaciones bancarias en todo el mundo. Se ha suavizado el secreto bancario, incluso en Suiza. Antes podías volar a Zurich con una maleta llena de dinero y hacer un depósito; no te hacían preguntas. Ahora ya no es así. Tal como están las cosas, los suizos tienen que hacer preguntas. Hace poco tiempo, Sudamérica y el Caribe eran también buenos sitios para esconder los dólares de la droga.

– Siguen siéndolo -dijo Al.

– Si conoces a la gente adecuada. No todo el mundo la conoce. Los nuevos delincuentes no tienen las relaciones que tiene alguien como tú, Tony. Actualmente, lo mejor que puedes hacer es comprarte un banco. Y el lugar ideal para eso es la antigua Unión Soviética. Bajo la égida del Gosbank, que es propiedad del Estado, y del Vnesheconombank, que es el banco exterior, en los últimos años se han formado cientos de bancos para aprovechar las iniciativas de las nuevas empresas rusas. Para prestarles dinero, para encargarse de otros depósitos en divisas fuertes. Incluso hay deducciones fiscales y préstamos para potenciar la aparición de nuevos bancos.

– Sería bonito tener mi propio banco -dijo Nudelli.

Dave respondió:

– Espera, todavía hay más. Veamos, para hacerlo, para capitalizar tu nuevo banco, tienes que llevar tu dinero a Rusia. Eso puede ser difícil, especialmente si el dinero es el resultado de actividades ilegales. Y más aún en las cantidades necesarias para capitalizar un nuevo banco, que son grandes. Déjame que te dé un ejemplo, a guisa de ilustración. ¿Te gusta el baloncesto, Tony?

– Claro.

– Entonces sabrás que el máximo encestador de la UCF, con diecisiete puntos, es Harry Kennedy. Ahora imagina una torre de billetes de diez dólares de unos seis centímetros de ancho por cuatro de profundidad y tan alta como Harry Kennedy; Harry mide alrededor de 1,95 metros, creo. Eso sumarían tan sólo cinco millones de dólares. O sea, que para llegar sólo a los diez millones de verdes necesitaríamos una torre de más de cuatro metros y más de novecientos kilos de peso. Más difícil de trasladar que cualquier droga, con la única ventaja de que aún no ha nacido el perro que pueda olfatear el dinero.

– Para eso usan mujeres -dijo Al, soltando la risa-. Mi mujer puede detectar un billete de cien nuevo a cincuenta pasos.

A Tony Nudelli le gustó la salida.

– Pero las bandas de Moscú han organizado también el transporte del dinero. Transportan el dinero y te ayudan a fundar tu propio banco. Todo por veinticinco centavos por dólar, lo mismo que si lo blanquearas en cualquier otro sitio. Llevan el dinero a través del Atlántico, cruzan el Mediterráneo y lo suben hasta el Mar Negro. Menos de ocho semanas después de que el dinero haya salido de Florida, eres propietario de tu propio banco en la ciudad rusa que te guste más. Una vez lo tienes allí, puedes prestarlo a las empresas, sacarle beneficios y luego trasladarlo al sistema bancario normal.

– Vale, pero ¿cuál es el plan? -preguntó Al-. Ser dueños de un banco sería bonito, pero no necesitamos ayuda para blanquear el dinero.

– No estoy vendiendo ayuda. Mi plan es éste. Quiero quedarme con uno de esos cargamentos de dinero. La banda de Moscú, con la ayuda de algunos antiguos tíos de la KGB, y también de otros nuevos, han montado un embarcadero clandestino a las afueras de Fort Lauderdale. A sólo cinco minutos del aeropuerto. Tiene 4.500 metros cuadrados, lo último en instalaciones y puede albergar yates de hasta 45 metros de eslora. Tienen tíos trabajando allí que conocen de verdad el interior de los barcos. Y colocan un interior nuevo en un plis plas. Sólo que el yate no es tuyo, es suyo. Tienen media docena en propiedad y los alquilan. ¿Y el nuevo interior? Una nueva cama doble en cada camarote que está literalmente hecha de dinero. Todas tienen el mismo aspecto y el mismo tacto que cualquier cama. Quizás un poco duras, pero eso no es de extrañar, teniendo en cuenta que puede haber unos dos millones de dólares metidos dentro de la base.

Nudelli se sacó el flexor facial de la boca, se secó la saliva de los labios y blandió el aparato como si fuera un palillo de cocktail.

– Espera un momento -gruñó-. Si miras por la ventana, verás el Bitch. Lo llamé así por mi primera mujer. Tiene 30 metros de eslora y alcanza una velocidad máxima de veinticuatro nudos, con un alcance de mil doscientos cincuenta kilómetros. Es una máquina totalmente equipada; es elegante, marinera y absolutamente silenciosa, perfecta para ir de isla en isla, pero no trataría de cruzar el Atlántico con ella. No tiene QE2.

Dave sacudió la cabeza y dijo:

– No tendrías que hacerlo, Tony. Por unos 80.000 dólares podrías comprarle un pasaje en un ferry trasatlántico construido a medida. En concreto, uno de los cat-tugs gestionados por Stranahan Yacht Transport de Port Everglades.

– ¿Qué coño es un cat-tug? -preguntó Al.

Dave apretó la tecla de busca en su ordenador, seleccionó una imagen del disquete, que había preparado el día anterior, y dio la vuelta al aparato para que la vieran las dos personas que formaban su público. Éstas se adelantaron en el chesterfield para mirar más de cerca la imagen del ordenador. Frente a ellos había una instantánea de un navío de casi doscientos metros que contenía hasta dieciocho yates de lujo a motor.

– La forma del casco -explicó Dave- es la normal de un buque, combinada con la ancha manga y el calado más plano de una gabarra. Pero tiene un centro de gravedad y una flotabilidad equiparable a la de las dos unidades.

– Joder -dijo Al-. Es increíble. No había visto nunca nada igual. ¿Y de verdad llevan esta cosa a través del Atlántico? ¿Con todos esos otros barcos?

Dave asintió.

– Me parece un tanto arriesgado -dijo Nudelli-. Hablo como propietario de yate, ¿entiendes? Existe el riesgo de elevar el yate para sacarlo del agua. Luego, el riesgo de dejarlo en un puente sin protección durante la travesía.

– Nada de eso. El cat-tug es semisumergible. Una especie de dique flotante trasatlántico. En Port Everglades metes tu barco, sin sacarlo del agua, y luego lo sacas, flotando, cuando llegas a la soleada Mallorca, en el Mediterráneo. Durante el viaje, cada navío está asegurado al suelo del dique, amarrado con unos cables especiales y protegido de lo peor del Atlántico por esa especie de espigones que veis. Tienen unos seis metros de alto. Sólo hay una fuerza de aceleración mínima cuando el remolcador está en marcha. Ah, y las, esto, pólizas de seguros para cruzar el Atlántico son un cuarto más baratas que si navegaras por tus propios medios. Siempre suponiendo que pudieras. SYT transporta cualquier nave de hasta seis metros de calado y no hay límite de altura.

– Creo que estás en lo cierto -dijo Nudelli-. Parece una goleta entre todos esos barcos. El palo mayor debe de medir unos dieciocho metros de alto.

Se recostó de nuevo en el sofá, haciendo crujir la piel como si ya estuviera a bordo de un barco en medio del mar.

– Tengo que admitirlo. Tiene un aspecto impresionante. Pero esa compañía, la Stranaham Yacht Transport, ¿tiene algo que ver con los rusos?

Volvió a colocarse el flexo facial en la boca y empezó a estirar la cara de nuevo.

– Nada de nada. Es una compañía legal. Los rusos compran un pasaje como cualquier otro ciudadano. Al viajar al lado de los barcos de ciudadanos respetuosos de la ley, calculan que tienen una cierta seguridad debido al número. Y, además, los guardacostas buscan droga, no dinero en metálico. Cuando el cat-tug llega a Mallorca, sacan su barco y navegan hasta su destino final por sus propios medios. Ese destino es un lugar en el Mar Negro, donde descargan finalmente el dinero y luego lo transportan por carretera. Otra rápida puesta a punto y el yate está listo para volver a casa.

– Eso es confiar mucho en un montón de rusos -observó Nudelli-. Dices que quieres robar uno de esos cargamentos. ¿Qué les impide a ellos robar a sus clientes?

– No lo hacen porque la primera vez sería también la última. Y porque algunos de esos clientes no tienen mucho dónde escoger. Ahora son muy pocas las maneras que hay de blanquear dinero de la droga, porque de ahí es de donde procede en su mayoría. Que te pillen con dólares es casi peor a que te cojan con cocaína. Algunos de los carteles sudamericanos están haciendo tanto dinero que no saben dónde ponerlo. A veces, acaban enterrándolo en un agujero y dejando que se pudra. Un tío de Homestead perdió dos millones así. Antes te podías comprar un bonito banco en Panamá o Venezuela. Pero las autoridades se han espabilado. El Grupo de los Siete Países Industrializados puso en marcha el Grupo Operativo de Actividades Financieras en 1989. Y fue entonces cuando el dinero de los malos empezó a ir a la antigua Unión Soviética.

»Por lo que he oído, Moscú es como el Chicago de los años veinte. Si tienes dinero puedes comprar casi cualquier cosa que te apetezca. Bombas, misiles, ejércitos, ciudades enteras. El país es una almoneda gigante. Lo único que se necesita son dólares. Con su propia moneda no se puede comprar una mierda. No entiendo cómo el Tío Sam puede controlar la economía norteamericana con tanto dinero americano suelto por ahí. El dólar carga con la mitad del mundo sobre su verde espalda. Sea como sea, volvamos a lo que me preguntabas, Tony. Estos tíos quieren hacer negocios con los americanos. Con los sudamericanos. Con la gente con dólares. Les ayudan a montar un banco de forma que puedan empezar a hacer negocios juntos. Acuerdos recíprocos, ese tipo de cosas. La cooperación es la base de los buenos negocios.

Nudelli asintió y preguntó:

– Bien, ¿cuál es tu propuesta?

– Necesito un yate para embarcarlo en el remolcador transatlántico. Necesito otro tripulante que me ayude a hacer el trabajo. A medio camino del viaje a través del Atlántico -es lo más lejos de las armadas europeas y de Estados Unidos que se puede estar- reducimos a las tripulaciones del remolcador y de los otros yates. Por la noche, cuando no lo esperen. Cogemos el dinero de los yates rusos y lo cargamos en el yate que esté más cerca de popa. Luego lo soltamos del remolcador y partimos al encuentro de un mercante con el que habremos acordado previamente un lugar y que estará navegando en dirección opuesta, en un viaje legal. Alguno que esté volviendo aquí, por ejemplo. Ponemos el dinero en el mercante y luego hundimos el yate para que se pierda el rastro.

– ¿De qué botín hablamos? -preguntó Al.

– Los rusos han empezado a embarcar hasta dos o tres yates por viaje. Tres yates, por seis o siete camarotes cada uno, por dos millones cada uno.

– ¡Joder! -dijo Al-. Eso es más de cuarenta millones.

– Podría ser -admitió Dave-. Pero yo calculo como mínimo veinticinco.

– Habrá un montón de artillería a bordo para proteger ese montoncito de monedas -dijo Al.

De nuevo, Dave negó con la cabeza, guiñando los ojos porque le molestaba el sol. Nudelli se volvió y luego señaló con la mano hacia los enormes ventanales que enmarcaban la vista de Biscayne Bay. Miami Sur y Coconut Grove quedaban escondidos al otro lado del horizonte, a unos ocho kilómetros hacia el oeste. Era la mejor vista que Dave había contemplado nunca de su ciudad natal.

– Ajusta las persianas, ¿quieres, Al? A Dave le da el sol en los ojos.

– No pasa nada, me gusta el sol.

Pero Al ya estaba desplegando las lamas de las persianas.

– Tony odia el sol -explicó-. Es el único tipo de Key Biscayne que tiene una piscina interior.

– Después de cinco años en Homestead, no me iría mal un poco de vitamina D.

Nudelli se sacó con la lengua el flexor de la boca y sonrió.

– Después de cinco años, has de ser prudente con esa piel tuya. El sol ya no es lo que era. Los negros, incluso los nativos de Florida, van con cuidado, por ese agujero que esos capullos han hecho en la capa de ozono. Incluso los jodidos peces están cogiendo cáncer de piel. Lo he leído no sé dónde. ¿Te acuerdas, Al?

– Fui yo quien te lo leyó, de un periódico. Y eran los peces australianos, no los de aquí -respondió Al.

– Como si importara la nacionalidad. En muchas cosas Florida es como Australia. No nos llaman el Estado del Sol por nada. Sigue mi consejo, Dave: cómprate un sombrero. En este tipo de negocio, todos llevaban sombrero antes. Incluso los piojosos policías llevaban sombrero. Se podía saber mucho de un hombre por la forma en que llevaba el sombrero. Y con el sol que tenemos ahora… Créeme, los sombreros van a volver; y no hablo de esas gorras que llevan los negros y los hispanos. Hablo de un sombrero como es debido. Un sombrero inglés.

– Parece un buen consejo.

– Antes de que el sol nos interrumpiera, estabas a punto de decirnos qué medidas de seguridad tenían para proteger todo ese dinero sucio -dijo Al.

– SYT sólo permite dos tripulantes por yate. Si llevan más, llamarán la atención. Tres barcos significan seis tripulantes. Es razonable pensar que vayan armados, claro. Pero con el elemento sorpresa, creo que yo, junto con otro tío, podríamos encargarnos de ellos.

– Supón que alguien pide ayuda por radio -objetó Al.

Nudelli, irritado, hizo una mueca y dijo:

– Supón que se encarga de todas las radios al mismo tiempo que de las tripulaciones.

– Tú lo has dicho -respondió Dave.

– ¿Cómo te enteraste de esto?

– Si estás en una misma celda con un tío durante cuatro años, te cuenta casi todo. Gergiev, ése era su nombre. Un tío listo. Es de San Petersburgo. Y son grandes rivales de la banda de Moscú. Bueno, él estaba enterado de esos transportes y planeó todo el asunto. Íbamos a hacer el trabajo juntos, pero los federales lo deportaron en cuanto salió de la trena. Una única gran jugada, ésa era la idea. De hecho, recibí una carta suya el día que me soltaron. Me decía que está tratando de volver y que si lo intento sin él, me matará. Pero no es de mucha ayuda en Rusia y me parece que este trabajo no puede esperar. Además, creo que sobreestima sus posibilidades de conseguir otro visado. Así que ahora no tengo nadie que me ayude.

– Y te imaginaste que era ese tío el que te había enviado a Willy Barizon, ¿no?

– Gergiev tenía que encontrar el yate adecuado y el dinero para conseguirlo. Yo iba a capitanearlo, a proporcionar los conocimientos de navegación. Podría decirse que eso es lo que yo aporto al acuerdo. Toda mi vida me he movido entre barcos. Mi padre trabajaba con yates. En alguna ocasión, incluso he tenido un par de ellos, pequeños. Aprendí a navegar a vela, aprendí navegación. Incluso tengo mi licencia. Gergiev puede pensar que le estoy traicionando, pero no es así. Le daré una parte de mi botín.

– ¿Que será de…?

– Si consigo el apoyo adecuado, alguien que me respalde con lo del barco, pienso en un cincuenta-cincuenta. Puede que entre doce y quince kilos cada uno.

– ¿Qué tipo de barco necesitas? -preguntó Nudelli.

– Ni demasiado grande ni demasiado pequeño. Unos veinte o veintidós metros. Con sitio suficiente para todo ese dinero y una buena velocidad punta, para el caso de que seamos nosotros quienes estemos más cerca de la popa. Lo principal es que ha de tener presencia. Tiene que parecer que vale la pena enviarlo a través del océano. Diría que ha de valer alrededor del millón y medio.

Nudelli no dijo nada.

– A descontar de mi parte, claro -añadió Dave, confiando en endulzar el trato-. Digamos 60.000 dólares por el pasaje, que también pago yo…

– Un barco de un millón y medio de dólares -dijo Al-, que piensas abandonar o tirar a la basura, ¿es así?

– Sí, así es. Mi hipótesis es que las autoridades dedicarán los primeros días a buscar nuestro yate o el que tengamos que robar. Eso en el caso de que investiguen. Recordad que es dinero ilegal. Si alguien viene a investigar, me imagino que primero buscarán en las Azores, pensando que es el lugar más cercano donde podemos descargar el botín.

– Pareces haber pensado en todo -dijo Nudelli.

– He tenido cinco años para pensarlo bien, Tony -dijo Dave encogiéndose de hombros.

– Es un plan atractivo, tengo que admitirlo. Sólo le veo un problema.

– ¿Cuál?

Nudelli cabeceó y dijo:

– Tú. El problema eres tú, Dave. No consigo imaginarte como pirata. ¿Has matado alguna vez a alguien?

– No, no puedo decir que lo haya hecho.

– No tienes que avergonzarte. Pero es un hecho que la primera vez es la más difícil. ¿No es así, Al?

– La más difícil. En un trabajo como el que has descrito, no sería recomendable que dudaras a la hora de apretar el gatillo.

Dave lo pensó un momento, tratando de ofrecer alguna garantía de que no vacilaría. Deliberadamente preguntó:

– Por cierto, ¿qué tal está el ojo de Willy?

– Ese capullo imbécil -gruñó Al-. Puede que vaya recto ahora que has eliminado la mitad de sus opciones visuales.

– La forma en que manejaste a Willy fue impresionante. Willy no es un niño de teta. Pero esos tipos de los yates rusos… puede que no levanten las manos tan fácilmente. Puede que no sean tan estúpidos como Willy. Puede que tengas que llevarte a uno o dos por delante -dijo Nudelli.

– Puede ser -respondió Dave.

– Bueno, pues ése es nuestro problema. Como los analistas políticos dirían de un candidato, es una cuestión de carácter -dijo Al.

Era una pregunta justa. Dave confiaba en no tener que matar nunca a nadie y estaba más o menos seguro de que podría llevar a cabo el plan con la mínima violencia. Pero eso no era lo que un tipo como Tony Nudelli quería oír. Quería ver una muestra convincente de su sangre fría, y lo único que se le ocurría era Harry Lime. ¿Qué le habría dicho Harry a este tipo?

– Lo que quieres saber es si estoy preparado para quitarle la vida a alguien si tengo que hacerlo. Creo que es una pregunta justa -dijo Dave con una indiferencia divertida, al estilo de Harry.

Se levantó y fue hasta las ventanas y, mirando por entre las persianas, interpretó su escena. Confiaba en que Tony y Al no fueran muy aficionados al cine.

– ¿Qué puedo decir? Excepto que nadie piensa en términos de seres humanos hoy día, Tony. Los gobiernos no lo hacen, entonces ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Hablan del pueblo y del proletariado y yo hablo de los imbéciles. Es lo mismo. Ellos tienen sus planes quinquenales y yo también. -Se volvió de cara a ellos y sonrió, lacónico-. Los muertos son muertos felices. No se pierden mucho con lo que hay aquí, los capullos.

Pensó que le había salido bien. Ligero, divertido, despiadado, con una excusa superficial para su propia conducta. Si hubiera empezado a hablar de lo duro que era y de que podía matar sin dudarlo, Nudelli no se lo habría tragado. Tenía demasiada experiencia en el negocio de matar para tragarse algo demasiado categórico. Claro que Dave no era ningún Orson Wells, pero tampoco Tony Nudelli era exactamente un Joseph Cotten. De todas formas, Tony tenía razón en una cosa. A Dave le habría salido mejor el discurso si hubiera llevado sombrero. Para meterse del todo en el papel. Un sombrero de fieltro negro, como el de Harry.

– Me gustaría que entraras en esto, ¿sabes? -dijo para rematar la jugada-. No tengo nadie en Miami en quien pueda confiar de verdad.

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