El Britannia fue avanzando hacia el submarino, arrastrando suavemente el barco de Calgary Stanford a su lado. Desde el puesto de control en lo alto de la torreta, otro oficial le gritó algo a un marinero que estaba de pie en la cubierta de proa. El marinero abrió una escotilla y lanzó un cabo al Britannia. Tan pronto como estuvo amarrado al submarino, los marineros a bordo del yate empezaron a lanzar las bolsas Nike de deporte al hombre que estaba de pie en la cubierta de proa, quien las dejaba caer rápidamente por la escotilla.
Cuando Kate se volvió en busca de Jellicoe y Stanford, vio que otro marinero había subido a bordo del Comanche y los había desarmado. Para entonces ya estaba claro que Dave estaba confabulado con los hombres del submarino. Estaba siguiendo atentamente la carga de las bolsas y, de vez en cuando, hacía algún comentario claramente amistoso a los otros marineros, en ruso.
– Maldita sea, usted es ruso -le dijo Kate al primer oficial.
– Sí, ruso -respondió él, con una sonrisa-. Así que es verdad lo que dicen, eso de que el FBI siempre acaba por descubrirlo todo.
Cuando la última bolsa hubo pasado a través de la escotilla, otro hombre subió a cubierta y saludó a Dave como si fuera su mejor amigo. Luego bajó por la corta escala de gato que colgaba del lado del negro casco del submarino y se dejó caer en el Britannia.
Kate observó que incluso Al pareció sorprendido cuando el hombre del submarino abrazó a Dave afectuosamente. Pensó que parecían dos personajes de Tolstoi. No entendió ni una palabra de lo que decían, pero estaba claro que Al tampoco estaba enterado de lo que estaba sucediendo. Y también era evidente que estaba furioso. Rechinando los dientes, Al se preparó para saltar encima de Dave, pero luego recordó la metralleta que seguía apuntándole a la espalda.
– Tú, hijo de puta traidor -dijo-. No estamos cerca de la posición del Ercolano, ¿verdad? Tú planeaste esto con los rusos desde el principio.
– Ahora empiezas a entenderlo -dijo Dave.
Esta vez Al ni se preocupó de la metralleta. Era fuerte, pero no muy rápido; ciertamente, no tan rápido como Dave, que esquivó sin problemas el puñetazo y luego golpeó con la mano izquierda el costado de Al, por detrás del chaleco a prueba de balas que éste llevaba todavía, y justo por encima del riñón. Al se dobló de dolor, dejando que Dave lo alcanzara con un directo limpio a su mandíbula azulada, que lo tumbó en la cubierta a los mismísimos pies de Kate.
Dave sacudió la mano con un gesto de dolor y, mirando a su antiguo socio, dijo:
– Hay un antiguo proverbio ruso que dice aproximadamente: «Estás jodido tío».
Einstein Gergiev besó a Dave en la mejilla otra vez más y le palmeó con cariño en la espalda.
– Kak pazhitaye ti -dijo Dave con una amplia sonrisa-. Pazdrav lya yem.
Los dos hablaban en ruso. A diferencia del inglés, es una lengua que tiene dos formas de tratamiento: formal y familiar. Al hablar con el teniente o con cualquiera de sus hombres, Dave había utilizado el más formal vi; pero ahora, al hablar con Gergiev, usaba el informal ti, la forma adecuada para alguien a quien se conoce muy bien. Por ejemplo, un hombre con el que has compartido una celda en la prisión durante cuatro años. El acento de Dave era casi perfecto.
– Lo hemos hecho -estaba diciendo.
– Quieres decir que tú lo has hecho, Dave. Lo único que yo he tenido que hacer ha sido convencer al comandante de la Flota del Norte para que me prestara un submarino.
– ¿Sólo eso? -dijo Dave riendo-. Tienes razón, no es mucho. Sólo que te prestaran un submarino.
– Le alegró hacerlo. Las cosas estaban mucho peor de lo que incluso yo había imaginado. En Murmansk, la armada le debe a la compañía de electricidad local casi cuatro millones de dólares en facturas sin pagar. La semana pasada, cortaron el suministro eléctrico de tres bases de submarinos nucleares. Yo no soy físico nuclear, Dave, pero hasta yo puedo ver que las consecuencias de lo que esos tíos están haciendo podrían ser desastrosas. La perspectiva de que alguien le proporcionara a la armada varios millones de dólares de dinero en efectivo a cambio de impedir un desastre nuclear era una oferta que no podía permitirse rechazar.
– ¿De verdad está todo tan mal?
– De verdad. Hay docenas de submarinos retirados esperando el desguace, y muchos tienen más agujeros que un colador. Necesitan un suministro constante de electricidad sólo para mantener las bombas en marcha y evitar que se hundan. Si ya es difícil desguazar un viejo reactor en tierra firme, imagina lo que será en el fondo del Mar Blanco -Gergiev soltó una carcajada-. En esas circunstancias conseguí llegar a un acuerdo muy generoso; muy generoso de verdad.
– ¿Qué porcentaje?
– No te lo vas a creer.
– Einstein, en aquellas bolsas habrá cuarenta millones de dólares.
– Tanto como eso, ¿eh?
– Por lo menos. Bueno, ¿qué parte es para ellos?
– Se conforman con un 30%.
– Treinta por ciento. Eso es sólo doce millones -Dave estaba encantado.
– Es el triple de lo que deben a Kolenergo. Es la autoridad de la electricidad -Gergiev se encogió de hombros-. La armada rusa está desesperada por conseguir dinero contante y sonante. Con franqueza, el comandante se habría conformado con un 25%, pero, bueno, me sentía patriótico. Y no es sólo la armada. Hace sólo unas semanas, Kolenergo cortó el suministro eléctrico al mando central de las Fuerzas de Misiles Estratégicos de Plesetsk durante dos días enteros. Dave, te hablo del lugar desde donde se controlan nuestros ICBM. Incluso cortaron la electricidad de un centro de control aéreo cuando el avión del Primer Ministro estaba en el aire -Gergiev se echó a reír-. ¿Doce millones? Créeme, pensarán que es un gran negocio. Después de todo, ellos no tienen nada que perder y pueden ganarlo todo.
– Eso nos dejará unos veintiocho millones de dólares -musitó Dave-. Es decir, catorce millones para cada uno.
– ¿Algún problema?
– Muchos. Pero es una larga historia.
Gergiev era mayor que Dave. Llevaba barba y bigote al estilo Lenin y, al igual que el teniente, vestía un mono mugriento de color azul. Parecía más un intelectual -un profesor universitario, un médico- que alguien relacionado con una de las mayores bandas de la mafia de San Petersburgo. Asintió y dijo:
– Tienes razón. Ya me lo contarás, cuando vayamos de vuelta a Rusia. Será mejor que nos pongamos en marcha. El sistema de vigilancia por sonar de la Flota del Norte informa que hay otro submarino en la zona.
– Probablemente el submarino francés que esperaba Kate – dijo Dave.
– Kate es la muñeca, ¿verdad?
– Es la madre de todas las muñecas. Una auténtica matrioshka, amigo mío. Una mujer dentro de otra. Ahí me tienes a mí haciéndole el amor y resulta que era del FBI. No es que me fiara del todo de ella. Ya me conoces. Yo no me creo nada.
– Entonces, llegaremos a hacer un auténtico ruso de ti -bromeó Gergiev-. ¿Qué estaba haciendo en el buque? ¿Tú crees que nos vigilaban?
– En absoluto. Como te he dicho, es una larga historia. ¿Ves este barco en el que estamos? Pues la suerte quiso que el FBI lo tuviera bajo vigilancia. No es sólo dinero lo que cruza el Atlántico de contrabando. Los depósitos de combustible de este barco están llenos de cocaína. Y ella cree que íbamos detrás de la droga.
Gergiev se quedó pensativo.
– Lástima -dijo al cabo de un momento.
– ¿El qué?
– Pensaba que es una lástima que no tengamos más tiempo. Ahora hay un mercado enorme para la cocaína en Rusia. Por favor, no me digas cuánta hay ahí abajo.
– No sólo hay cocaína; también hay tres cadáveres. Ya te lo he dicho; tuvimos algunos problemas.
– En ese caso me sentiré mucho más feliz cuando hayamos hundido este barco -Gergiev echó una mirada a Al, ahora dominado por dos musculosos marineros rusos-. ¿Los muertos fueron de su cuenta?
– Sólo en parte -Dave sacudió la cabeza y dijo-. Creo que le gusta matar a la gente. Hace diez minutos, estaba planeando matarme a mí.
– Entonces, ¿qué vas a hacer con él?
– Todo depende de que Kate siga decidida a ser una escrupulosa agente federal. Yo tenía esperanzas de poder convencerla de que viniera con nosotros.
Gergiev parecía dubitativo.
– Hay muchas mujeres en Rusia, Dave. Con la excepción de las mujeres de nuestros políticos, la mayoría son muy hermosas. Un poco corruptas, quizás, pero eso no tendría que preocuparte.
– Ésta es especial, Einstein. ¿Alguna objeción?
Gergiev miró a Kate. Con una mirada vio la clase de mujer que era. Hermosa, sin duda; pero también fuerte, y orgullosa. Había conocido a mujeres como ella; mujeres del Partido, cuando todavía había un Partido. Mujeres de la KGB, cuando todavía había una KGB. Puede que llevaran un ligero maquillaje y se vistieran de forma atractiva y femenina. Algunas de ellas quizás fingieran interés por tener un romance, pero siempre eran más duras que los hombres. Siempre que había un escándalo de espionaje y un agente se pasaba al otro lado, siempre era un hombre el que traicionaba a su país, nunca una mujer. Y sin duda alguna, nunca una mujer como Kate. Era lo mismo con el matrimonio; siempre era el marido el que traicionaba, nunca la mujer. Las mujeres conocían el significado de la lealtad. Los hombres sólo sabían cómo se deletreaba. Así que Gergiev sabía que la respuesta de Kate sería no, aun si Dave tenía esperanzas de que fuera algo diferente.
Gergiev dijo:
– ¿Objeciones? No, claro que no. Tráela contigo. Estoy seguro de que la tripulación del submarino estará encantada de tener una mujer atractiva a bordo.
– Gracias Einstein. Hablaré con ella.
– Habla todo lo que quieras. Pero, Dave, no digas demasiado -añadió Gergiev dando unos golpecitos significativos en su reloj.
A desgana, Kate dejó que Dave la llevará a la cocina, donde le devolvió su identificación y la placa del FBI, y donde le reiteró que no estaba interesado en las drogas que había a bordo del yate. Luego le explicó lo del dinero. Le dijo:
– Es dinero de la droga. Tony Nudelli cree que el dinero es colombiano, pero en realidad pertenece a gente de Nueva Jersey. Da la casualidad que son amigos de Tony, amigos italianos. No les va a gustar cuando averigüen que Tony estaba detrás de esto. Ése es mi regalo para él. Cree que está quedándose con dinero fácil de algún cártel, dinero que iba de camino a la Europa del Este para que lo blanquearan; en cambio se encontrará con que ha hecho unos nuevos y peligrosos enemigos.
Kate no pareció impresionada.
– Si quieres saber lo que pienso, es tu personalidad la que necesita un blanqueo -dijo.
– Quizás querrías encargarte tú.
– Ya estás metido en aguas bastante calientes.
– ¿Te burlas de todos los hombres? ¿O sólo de los que conoces?
– No te hagas ilusiones. Yo no te conozco en absoluto. Sólo eres un tipo con el que me acosté. La mayor parte del tiempo tuve los ojos cerrados, ¿te acuerdas?
Dave sonrió incómodo.
– Puedes tratar de convencerte de que fue así, si quieres, Kate. ¿Quién sabe? Quizás puedas escribir tu informe y decir que había un pistolero solitario y nadie en las verdes colinas. Quizás incluso puedas mostrar una bala mágica. Pero yo he visto la película de lo que pasó entre tú y yo, Kate. Y no tiene nada que ver con la forma en que tú lo has descrito.
Kate se encogió de hombros desdeñosamente.
– No es sólo la Comisión Warren la que puede ocultar cosas. Y cuando se trata de lo que pasó entre nosotros, yo soy Earl Warren y Richard Nixon y Oliver North todo en uno. En mi cabeza esta película ya está montada. Las tijeras ya han hecho su labor. Se han cortado escenas cruciales; cortado ¿lo oyes?
– Corta todo lo que quieras, Kate -dijo Dave-; pero ¿quién de los dos es más deshonesto? Yo robo dinero. Tú te engañas a ti misma. Y no es una mentira cualquiera ¿eh?; es la peor clase de mentira. Es la clase de mentira que puede impedirte ser feliz.
– ¿Cambiando una vida recta por otra deshonrosa? Eso no vale ni siquiera diez centavos por dólar. Una cosa tengo que decir en tu favor, Van; estás lleno de sorpresas. Siempre pensé que la gente de tu clase no daba valor alguno a los sentimientos.
Dave suspiró.
– Bueno, tenía que probarlo. ¿Hay alguna ley que lo prohiba, Kate?
– Ninguna que yo sepa -Kate sacudió la cabeza y se secó una lágrima rápidamente-. ¿Sabes?, cuando te conocí pensé que eras el hombre perfecto.
– Me confundes con aquel otro tipo, el de la Biblia. A ése en el que piensas, lo crucificaron.
– Conocías a Shakespeare y a Pushkin.
– Cuando estás en prisión, haces todo tipo de nuevos amigos.
– No tenía que acabar así.
– Recuerda que has sido tú quien lo ha dicho. Cuando estés de vuelta en Miami. Yo sé que yo lo recordaré.
– ¿Y dónde estarás tú?
– Murmansk, San Petersburgo, Riga.
– Suena a frío.
– Llevan muchas pieles en Rusia. ¿No te gustan las pieles, Kate? Estarías magnífica con un abrigo de armiño.
– Para ser sincera, odio pensar en causar tantas molestias a todos esos armiños.
– No será por mucho tiempo. Tengo intención de viajar.
– Con todos los enemigos que te has ganado, tendrás que hacerlo.
– Quizás incluso volver a Estados Unidos, cuando no haya peligro.
– Asegúrate de avisarme con tiempo, para que te reserve una celda en una bonita prisión -Kate sacudió la cabeza-. Ni siquiera lo pienses, Dave. Sólo que vea algo parecido a un perro añorado en los anuncios por palabras del Miami Herald te perseguiré como si te llamaras doctor Richard Kimball.
– Te estaré esperando.
– No te molestes. Llegaré sin avisar.
– Ya lo supongo.
Kate notó que volvía a sonrojarse; pero esta vez no era de furia.
Dave sonrió y dijo:
– ¿Sabías que el sonrojo se considera una prueba de sensibilidad moral?
– ¡Qué sabrás tú de eso!
– No mucho. Sólo sé que siempre recordaré la noche que pasamos juntos. Cuando sea viejo y tenga el pelo gris, ese recuerdo me tendrá ocupado.
– He oído decir que los presidiarios tienen todo tipo de sistemas para sobrellevar una condena larga. Pero si yo fuera tú, pensaría en un canario. Me han dicho que son muy cariñosos.
Dave miró alrededor en busca de inspiración y vio que Einstein Gergiev le señalaba el reloj. Con tristeza volvió a mirar a Kate, pero su cara seguía tan implacable como antes. Aquella única lágrima que le había hecho abrigar esperanzas se había secado rápidamente. El sonrojo de sus mejillas se había enfriado. No parecía haber modo alguno de vencer su afilada lengua. Comprendió que se había hecho fuerte para decir algunas de las cosas que estaba diciendo. Ninguna de ellas le salía del corazón. De eso estaba totalmente seguro. Pero era como si hubiera contratado los servicios de un abogado avispado, como Jimmy Figaro, y ese abogado hubiera montado el bufete en su boca. No había manera de pasar.
Desesperado, dijo:
– ¿Nunca has querido hacer un viaje en submarino? -La cogió por la muñeca-. Vamos, Kate; sumérgete conmigo.
Ella se soltó.
– ¿Yo? Lo siento, capitán Nemo, pero me da claustrofobia en la ducha. De ninguna manera permitiría que me convencieras para meterme en uno de esos tubos de puros. Así que ya ves -continuó sin detenerse-, incluso si quisiera ir contigo, no podría. Me estaría subiendo por las paredes en menos de veinte minutos.
– Entonces, supongo que mejor será que me vaya.
– Es lo que te he estado diciendo -dijo Kate, sombría-. Nunca tendrías que haber hecho esto, ¿sabes? Nunca tendrías que haber robado todo ese dinero. Quizás puedas convencerte de que sólo es dinero de la droga y que no importa. Quien roba a un ladrón, y toda esa basura. Pero cuando se necesitan armas para hacerlo, entonces tú eres tan malvado como la forma en que se hizo ese dinero. Eso es lo que cuenta. Nadie puede construir su felicidad sobre el dolor de otro. La próxima vez que te mires en el espejo verás que tengo razón.
– ¿Malvado? -dijo riendo-. Si alguna vez cambias de opinión… Bueno, es a ti a quien quiero ver Kate, no a la policía. Y no me miro mucho en los espejos. Perdí la costumbre cuando estaba en la cárcel. No hay espejos por si acaso se te ocurre utilizar el cristal para dejar claro lo que piensas. Pero el sol… al sol sí que miro, y mucho. Lo que yo digo es ¿por qué buscar otra luz cuando ya tenemos una? ¿Bueno y malvado? No seas tan melodramática. ¿Sabes?, incluso el sol, lo más brillante del sistema solar, tiene algo negro. Echa una mirada a una fotografía alguna vez y verás que tengo razón. Cuando lo hagas, te darás cuenta de que esas manchas negras son el rasgo más sobresaliente del sol. ¿Y sabes otra cosa? Esas manchas lo afectan todo, más de lo que se sospechaba hasta hace poco. Nadie sabe qué las causa y probablemente nadie lo sabrá nunca; pero la próxima vez que mires el sol, pregúntate si de verdad soy tan malvado como dices. Hasta pronto, Kate. Lo he pasado bien.
Dave se volvió para salir de la cocina y luego se acordó de Al.
– Por cierto -dijo-, puedes llevarte a Al cuando te vayas. Nuestra asociación ha quedado disuelta.
– ¿No hay honor entre ladrones?'
– Ten cuidado y no le des la espalda.
Kate sacudió las esposas que había traído con ella del Carrera. Sus esposas del FBI. No el par que aún le colgaba de una muñeca.
– Estaba reservando éstas para ti -dijo.
– ¿Cómo lograste soltarte? -preguntó Dave-. ¿Cómo te libraste de las esposas?
Kate sonrió.
– De la misma manera que me libré de mi marido. Me escapé.
Salieron de la cocina y volvieron a la cubierta de popa, donde Al seguía bajo el control de los dos marineros rusos.
Al ver de nuevo a Dave, dijo:
– Eh, Dave, no estarás planeando dejarme aquí.
– Cuando vuelvas a Miami, Al, no te aconsejo que intentes hacer carrera leyendo los pensamientos de la gente. No hay ningún plan. Ya no.
– ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos?
– Siempre pensaré en ti con cariño, Al. Justo hasta el momento en que estabas preparándote para matarme.
Kate llegó hasta Al y rápidamente le puso las esposas. Volviéndose a mirarla, Al dijo:
– Espero que seas tan dura como crees que eres, niñata. Porque voy a disfrutar contándole a la gente tu pequeña y sórdida historia.
Kate echó una mirada de soslayo a Dave. Todavía estaba lo bastante cerca para oírla.
– Eso es exactamente lo que es -dijo-: Una pequeña y sórdida historia. Representará un cambio respecto a todas las demás historias sórdidas con que tropiezo en mi trabajo.
– Zorra.
– ¿Sabe señor? He conseguido una especial comprensión de la mente criminal. Según mi meditada opinión, en la mayoría -y eso le incluye, amigo- todo es criminal y muy poco es mente.
Cuando Kate y Al hubieron vuelto al barco de Calgary Stanford y hubieron soltado el cabo que los unía al Britannia, Dave subió al casco del submarino. En cuanto el último marinero hubo abandonado el Britannia, cogió su metralleta y vació el cargador contra el barco, justo por encima de la línea de agua. Mientras la embarcación empezaba a hundirse, el resto de los marineros descendió por la escotilla hasta que sólo quedaron Dave y Gergiev de pie en la cubierta de proa.
– Zhalost -dijo Gergiev con un suspiro.
Dio un golpecito a la cartera que llevaba en el bolsillo, y añadió:
– Uminya balit zdyes.
– ¿Eh?
– He dicho que es una lástima -repitió Gergiev en inglés-. Me hace daño aquí; en mi cartera. Toda esa cocaína.
Cuando Dave contestó, su mirada no estaba en el yate que se hundía en el mar con la cocaína y los tres cadáveres, sino en el que iba alejándose lentamente. El que llevaba la auténtica fortuna a bordo.
– Lo superarás -le dijo a Kate, haciendo un gesto de adiós con la mano.
Ella no le respondió.
– Con el tiempo, uno puede superar cualquier cosa.