En la suite de Dave, sonó el teléfono. Era Jimmy Figaro.
– ¿Tienes pasaporte?
– Lo tienes tú -dijo Dave.
– ¿Ah, sí?
– Tuve que entregarlo antes del juicio. ¿Recuerdas?
– Si tú lo dices… ¿Será válido todavía?
– Tendría que serlo, sí.
– Bien, déjame que le pida a Carol que lo busque y luego te vuelvo a llamar.
– Me alegro de que me lo hayas recordado. Hubiera tenido que llamarte de todos modos para preguntarte. ¿Significa eso que el trabajo está en marcha?
– Yo no sé nada de ningún trabajo.
– Ah, sí, ya me acuerdo. Tus necesidades son sólo conocer lo básico.
– Lo único que sé es lo que Al Cornaro me ha dicho.
– ¿Y es?
– Que tú y él voláis a Costa Rica.
– ¿Costa Rica? ¿Qué hay en Costa Rica?
– Un café bastante bueno, la última vez que miraron. Tal vez podrías traerme algunos granos.
– ¿Por quién me tomas, Jimmy? ¿Starbucks o algo parecido?
– Eso y un barco. Al dijo que te ha encontrado un barco.
– Estupendo. ¿Dijo qué clase de barco?
– El de Vacaciones en el mar. ¿Cómo cojones quieres que lo sepa? Soy abogado, no Herman Melville.
– Sí, bueno, vuelve a llamarme más tarde, Ismael. Por lo del pasaporte, ¿vale?
San José, la capital de Costa Rica, está a mil quinientos kilómetros al sur de Miami y a dos horas y media de vuelo a bordo de un reactor de American Airlines lleno de turistas que iban en busca de surf difícil y sexo fácil.
Dave regresó del lavabo a su asiento de primera clase y dijo:
– Este vuelo… ahí detrás parece el de El gran miércoles.
– ¿Big qué?
– Una película sobre surf. John Milius. Todo sobre la ola perfecta.
Al gruñó y volvió a recostarse con su tercer martini al vodka.
– ¿Sabes lo que eso significa para mí? ¿La ola perfecta? Es Madonna diciéndome adiós cuando se va con los niños a pasar seis semanas de vacaciones con su madre.
– Madonna es tu mujer, ¿verdad?
– Verdad.
– ¿Te importa si te hago una pregunta personal?
– No, si a ti no te importa que te parta la boca si te pasas de la raya.
– ¿Por qué sigues casado con ella? Quiero decir, todo el tiempo haces chistes a su costa.
– Son cosas de maridos. No lo entenderías. Ella y yo nos llevamos muy bien. Ella no hace preguntas y eso quiere decir que yo no le cuento mentiras. Como esto de ir a Costa Rica. ¿Qué hago cuando estoy allí? ¿Quizás encontrar un par de bonitas ticas y dejar que me folien? A ella ni se le ocurriría preguntar. Ni olerme los dedos cuando vuelvo a casa. Hay un entendimiento. Un modus vivendi, ¿sabes lo que quiero decir? Además, incluso si quisiera librarme de ella, no lo haría. Soy católico. El matrimonio es para toda la vida. Como el herpes.
Al soltó una risa soez y se acabó la bebida.
– Me alegra saber que el verdadero amor no ha muerto -dijo Dave.
– True Romance. Eso es lo que llamo una película de puta madre. -Al hizo un gesto a la azafata con el vaso y se rió de nuevo-. Eso es lo que un montón de esos tontos del culo playeros van buscando de verdad. El verdadero amor. Por sorprendente que parezca. En Costa Rica, las secciones de anuncios por palabras están llenas de peticiones de norteamericanos cabezas huecas que buscan una bonita tica para sentar cabeza.
– Entonces, ¿ya has estado antes?
– ¿En CR? Sí. Montones de veces.
– ¿Y tú qué andas buscando, Al?
– Yo me conformaré con que me chupen la polla.
Dave miró por la ventana.
– ¿Qué pasa? -exigió Al-. ¿Qué hay de malo en eso?
– Nada, nada de nada.
– Ya sabes que la prostitución es legal en CR. El país es un supermercado legal de coños.
Dave sacó el New Yorker que había comprado en el aeropuerto de la bolsa del asiento y empezó a pasar las páginas.
Al frunció el ceño y dijo:
– ¿Sabes? La mayoría de tíos que acaban de salir de Homestead estarían muy interesados en que se los follaran. ¿Te has vuelto maricón o algo así mientras tenías el culo metido allí?
– No, Al. No me he vuelto maricón mientras estaba allí. Pero la gente que se mete mucho con los maricones, por lo general, está tratando de esconder su miedo a ser gay. ¿Qué me dices a eso, Al?
Al se encogió de hombros.
– Tienes razón, soy gay -dijo soltando otra risa soez-. Soy una lesbiana atrapada dentro del cuerpo de un hombre. Eso quiere decir que me interesa ver cómo se lo hacen dos tías una a otra, antes de hacérmelo a mí. Me parece que con eso casi se cubre mi sexualidad.
Dave se echó a reír.
– Pues yo soy más como uno de esos cabezas huecas de que hablabas, los de los anuncios por palabras. Los que buscan el verdadero amor. Me parece que eso cubriría mis necesidades.
– Tú te lo pierdes.
Al abrió un ejemplar de Penthouse que había comprado en el aeropuerto y empezó a hurgarse la nariz. Se miró el dedo distraído y frunció el ceño al ver que tenía sangre. En un instante empezó a brotarle más sangre de la nariz, en goterones del tamaño de agujeros de bala que iban cayendo sobre la revista y sobre su camisa y sus pantalones de color crema.
– Mierda de sangre -gruñó.
Hizo un vano intento por detener la hemorragia utilizando primero su servilleta de papel y luego la de Dave, metiéndose una en cada agujero de la nariz, pero no fue hasta que la azafata, que acudió con otra bebida y otra servilleta, puso el asiento de Al en posición reclinada cuando la sangría se detuvo finalmente.
Dave miró al hombre tendido a su lado y suspiró, nostálgico.
– Mierda -dijo-. La primera vez que salgo de Estados Unidos y me toca viajar con Jake La Motta.
Fue en el taxi, yendo a la ciudad desde el aeropuerto Juan Santamaría, cuando Dave empezó a sentir los primeros recelos sobre el viaje.
– Mierda -dijo quejándose-. Acaba de picarme algo en la pierna.
– Será un mosquito -dijo Al.
– ¿Un mosquito?
Hasta ahora no se le había ocurrido la idea de tomar ningún tipo de medicación para el viaje, y Al tampoco le había dicho nada. Pero Dave buscó la Guía Fodor de Costa Rica que había comprado en Miami, sólo para estar seguro. La sección de precauciones sanitarias no tuvo un efecto tranquilizador precisamente.
– Tú, maldito cabrón -dijo cerrando el libro de golpe.
– ¿Cuál es el problema?
– Malaria -dijo, quejándose enfadado-. Este jodido sitio está lleno de malaria. Por no hablar de un montón de otras enfermedades.
– ¿Y?
Al mató un mosquito de una palmada contra su propia cara, que quedó manchada de sangre.
– Y no me he puesto ninguna inyección, Al. Y no quiero acabar con anemia, fallo renal, coma y la muerte.
– Escucha ¿quién necesita inyecciones? Además, la mayoría de esos medicamentos no funcionan. Lo he leído en el periódico. Sólo tienen eso que llaman el efecto placebo. Eso quiere decir que para lo que sirven, igual puedes engullir M &Ms. Sólo hacen que te sientas mejor mentalmente cuando estás con hispanos y bichos enfermos y toda esa mierda tropical. Por otro lado, los medicamentos que sí que funcionan lo hacen a expensas de tu sistema. Si no, mira lo que les pasó a aquellos mamones del ejército después de la Tormenta del Desierto. Tomaron todo tipo de medicinas y ahora muchos de ellos tienen unos problemas médicos de la leche. Así que trata de tomártelo con calma. Además, tampoco vamos a estar aquí el tiempo suficiente como para que valga la pena tomar esa medicación para el sur de la frontera.
– Déjate de mierdas. En cuanto llegue al hotel me voy a buscar una farmacia. Coño, no puedo creer que actúes con tanta frialdad. Quiero decir, sólo una picadura del anofeles es suficiente, tío.
– No hay pulgas en el hotel donde estamos. Te lo digo yo. El sitio tiene clase.
– No son pulgas. Es el anofeles. Es un mosquito, Al. Según el libro, todo el país está plagado de ellos.
– Lees demasiados libros -Al hurgó en su bolsa de viaje-. Relájate, ¿quieres? Naturalmente, he traído algo para mantener lejos a los bichos, sólo para estar tranquilos.
Le alargó un tubo de crema olorosa a Dave.
– Aquí tienes. Úntate ese culo cagado tuyo con un poco de esto.
Dave leyó la etiqueta con incredulidad.
– ¿Crema hidratante Avon Skin-so-Soft? ¿Esto?
– Eso te irá bien. Yo traigo un poco cada vez que vengo y todavía no me han picado.
– Al, yo quiero repeler los insectos, no ofrecerles una bonita y suave pista de aterrizaje en mi suave y jodida cara.
– Puedes creerme cuando te digo que funcionará. Los bichos no pueden soportarlo.
– ¿Qué es lo que no les gusta? ¿La publicidad? ¿La imagen de marca?
– No me preguntes por qué, pero funciona ¿vale? Los marines que vienen a estas zonas para prepararse para la guerra en la jungla llevan años usándolo. Mejor que el DEET o que cualquiera de esos repelentes para insectos, dicen. Y no lo he leído en ninguna mierda de libro.
L'Ambiance era de propiedad norteamericana y cómodo. Anteriormente mansión colonial, estaba situado en el Barrio Otaya de San José. La habitación de Dave, amueblada con antigüedades, era mucho más grande y mejor de lo que esperaba. Su única crítica era que cuando abría las puertaventanas que daban al balcón, podía oír y oler a los animales del zoo Simón Bolívar, que estaba una manzana más al norte. En ese aspecto era como una segunda casa después de Homestead.
Tan pronto como hubo deshecho el equipaje, Dave salió y compró mefloquina en la farmacia. Eso le hizo sentir más tranquilo. Y más tarde, después de una buena cena y una excelente botella de vino, se sentía tan bien dispuesto tanto hacia el país como hacia su compañero de viaje que aceptó acompañarlo a lo que Al insistió que era el mejor bar de San José.
Cayo Largo, con su salón al estilo del Oeste, su gran barra oval y su conjunto musical, estaba en otra hermosa mansión colonial. El lugar estaba lleno de gringos gregarios y lo que parecía un suministro inagotable de ticas con hambre de dólares, muchas de ellas adolescentes. Al encontró una mesa, pidió un par de botellas de guaro y dejó que Dave se empapara de ambiente mientras él iba en busca de compañía femenina. Volvió al cabo de unos minutos con no una sino cuatro de las putas más guapas que Dave había visto nunca. Una de ellas, una rubia con un ajustado suéter de color rosa y unos pechos muy grandes, se sentó a su lado y, sonriéndole dulcemente, le dijo que se llamaba Victoria. Dave notó que los ojos se le salían de las órbitas y se le disparaban hasta el techo cuando una morena de aspecto lánguido se cogió de su otro brazo y le pidió un cigarrillo. Cuando los ojos bajaron de su viaje, se encontraron con la mirada de Al, que estaba ya llena de placer.
– ¿Qué te dije? ¿No es algo especial este sitio? Cada vez que vengo aquí es como si me muriera y fuera a parar a un cíelo de conejitas.
Dándole un Marlboro a la morena, Dave miró hacia el suéter rosa y luego de nuevo a Al. Sonriendo dijo:
– Rosa. Siempre me ha gustado lo rosa.
Encendió el cigarrillo de la chica, que se llamaba María, y luego uno para él. Las otras tres chicas ya se estaban sirviendo vasos de guaro. Pese a todas sus buenas intenciones, Dave estaba empezando a divertirse.
Al brindó por Dave con el aguardiente local y dijo:
– Todas hablan bastante bien inglés, así que espero que puedas descifrar lo que te voy a decir. Son aptas para el consumo humano, si entiendes lo que quiero decir. Olvídate de la tensión de Andrómeda, ¿vale? Lo que hacen es legal aquí, o sea que tienen que someterse periódicamente a un examen médico, en la Dirección General de Salud Pública; así que todo está controlado. La mercancía está comprada y pagada, tanto si aprovechas tu opción como si no, amigo mío. Es en beneficio de ellas tanto como en el tuyo. Después de todo, ellas tienen que ganarse la vida. Así que, tío, tú decides. A ellas tanto les da una cosa como la otra.
Al se bebió el vaso de guaro de un trago y vio que Dave continuaba sonriendo. Y añadió:
– Puedes leerles un poema o puedes enseñarles la polla, allá tú. Sólo sé amable, eso es todo.
Dave brindó por Al y luego por las dos chicas que se apretujaban contra él, una a cada lado.
– ¿Yo? Yo soy Jay Leno, tío. Me quedaré sentado y seré amable con cualquiera de los invitados que vengan al programa esta noche.
Al soltó una risa procaz y dijo:
– Si no vengo a tu programa hoy, no será por falta de estímulo.
Era bien pasada la una cuando Al anunció que se iba con sus dos amigas ticanas al hotel antes de que estuviera demasiado bebido para juguetear. Dave había disfrutado de la compañía de Victoria y María. La noche había sido relajada y alegre y no tenía deseo alguno de ofender a Al con una exhibición demasiado evidente de mojigatería. Pero en la vida o eres un putero o no lo eres y hacía mucho tiempo que Dave había decidido que él no lo era. Así que resolvió dejarse llevar por la corriente y soltar a las chicas en cuanto Al se hubiera retirado a la suite presidencial del hotel con sus dos amigas.
Y eso es lo que hizo.
No hubo recriminaciones ni exhibiciones petulantes de rechazo. Las chicas lo aceptaron con tan buen humor como habían aceptado la invitación de Al. Después de que se marcharan en un taxi, Dave se dio una larga ducha fría y trató de convencerse de que había hecho lo acertado. Cinco años en Homestead ya eran degradación suficiente para toda la vida. Ahora quería sentirse bien consigo mismo, sentir que controlaba dónde iba y qué hacía. Y para hacer una cosa así hay que ser fuerte. Tener el poder de dominarte y dominar tus deseos. Ser un putero estaba lejos de ese propósito.
Se puso un albornoz y salió al balcón. Por encima del zumbido del tráfico, oyó el rugido de un gran felino, un león o un tigre atrapado en una jaula del cercano zoo. Imaginó a la pobre bestia yendo arriba y abajo en la pequeña jaula y por un momento recordó cuando él estaba en la celda en Homestead. Oyendo el horrible sonido de aquel espíritu inmovilizado mientras se entregaba a su desesperada danza ritual, arriba y abajo, arriba y abajo, midiendo sin cesar la celda con sus pasos, se dio cuenta de que, por primera vez desde que lo habían soltado, comprendía qué significaba estar libre.
– ¿Lo pasaste bien anoche?
Era una pregunta cruel, porque Al tenía el aspecto de una mierda del día anterior. Su cara, normalmente morena y mate estaba pálida y sudorosa y tenía unos ojos tan diminutos e hinchados como un par de serpientes irritadas. Si hubieran dejado su cabeza en un poste en algún lugar de la jungla, no habría tenido peor aspecto.
– Joder, Al, pareces una puta estrella de cine -dijo Dave burlón repitiendo las palabras de Tony Nudelli-. Te pareces a Ernest Borgnine en su día libre.
Al susurró roncamente:
– ¿Dónde coño está Chico con el todo terreno?
Tenían por delante un viaje de tres horas hasta Quepos, en la costa central del Pacífico. Aparcado enfrente, al lado del patio de estilo español del hotel, su conductor les esperaba en un Range Rover. Al subió lentamente al asiento de atrás, soltó un profundo suspiro que era casi un quejido y cerró los ojos inyectados en sangre.
Al cabo de media hora de viaje, Dave, que iba sentado delante, al lado de Chico, deseó haberse sentado atrás, con Al. Casi con regocijo Chico le informó que Costa Rica tenía la tasa de mortalidad por accidentes de tráfico más alta del mundo.
– Pero no se preocupe, ¿eh? -añadió-. Range Rover es muy bueno coche para carreteras de Costa Rica. Es coche inglés, pero muy duro. Creo que quizás las carreteras de Inglaterra sean tan malas como aquí. Los conductores ingleses también. Pero no es problema con el Range Rover. Este coche dice: fuera de mi camino, leches, hombre.
La A3, que llevaba desde las tierras altas de San José hasta la costa, era una vía asfaltada, de dos carriles, con caídas verticales y curvas cerradas. Estaba en unas condiciones razonables sólo hasta llegar a Carara. A partir de allí, Chico disminuyó la velocidad a la mitad por los muchos baches, algunos de los cuales habrían roto el eje de un vehículo más pequeño. Un cráter del tamaño del volcán los hizo saltar a todos por encima del techo, despertando a Al de su sueño resacoso por los excesos del día antes.
Al cabo de un momento, Al dijo débilmente:
– Tengo que bajar.
Chico miró hacia atrás por encima del hombro, vio el color de la cara de su pasajero y giró bruscamente hacia la derecha, saliendo de la carretera y parando cerca de unas tierras pantanosas y humeantes.
Al abrió la puerta y, olvidando la altura del coche, medio salió, medio cayó al suelo.
Chico lo observó mientras iba vacilante hacia el borde del pantano y luego, riendo, bajó la ventanilla para gritarle:
– Vigile, que hay cocodrilos y boas.
Miró a Dave y poniendo los ojos en blanco añadió:
– Sí. Las boas, ésas son peores que los cocodrilos. Muy agresivas.
– Pero no son venenosas.
– Quizás no, señor Dave, pero tienen dientes igual. Y vaya dientes que tienen. Si tengo que escoger entre una boa y una víbora, yo escogeré siempre la víbora.
Tambaleándose, Al se detuvo, se inclinó hacia delante, con las manos en las rodillas y empezó a vomitar. Dave salió del coche para orinar y luego se acercó hasta la melée de un solo hombre que era Al.
– ¿Estás bien?
Al seguía con arcadas y Dave notó en la nariz una sensación de asco cuando le llegó un fuerte olor a esmalte de uñas. Era el hedor del guaro. El líquido volvía a salir desde los intestinos de Al tan puro como si lo estuviera sacando directamente de una botella.
– ¿Bien? -Al rió con una especie de gruñido-. Estoy muy lejos de eso -dijo sin respiración y luego tuvo más arcadas.
Dave dijo:
– Alguien tendría que grabar ese sonido. Un tío de efectos sonoros para el cine. Anoche, en el canal por cable del hotel, daban esa película de Mel Gibson. Al final le arrancan las tripas y las queman delante de su cara. Seguro que podían haberte utilizado en el estudio de grabación, Al. Es un sonido medieval. Podría ser el inicio de una carrera totalmente nueva para ti.
– Lo que has de hacer cuando vomitas… es no parar… hasta que no has acabado… de lo contrario, no conseguirás lo que se supone que… -Siguieron unas cuantas arcadas más-. Es cuestión de joderse y aguantar. -Eructó, vomitó otra vez y luego escupió varias veces-. No abandonar… antes de acabar… a menos que tengas que hacerlo… -Un último esfuerzo, coronado por otra arcada-…o tendrás que repetir todo el proceso.
Jadeando, como si acabara de correr los cien metros lisos en esprint, Al se enderezó, respiró hondo y entrecortado y sonrió de una forma terrible.
Dave tragó saliva vacilante y dijo:
– Joder, Al, tendrías que vomitar por Estados Unidos.
Dave sabía muy poco sobre el barco que habían venido a buscar para llevárselo a Miami. Y cada vez que preguntaba, Al le decía que esperara a verlo. Pero cuando se aproximaban a Quepos, por una carretera tan polvorienta que Chico llevaba los faros encendidos, Dave dijo:
– Es ir muy lejos para un jodido barco.
– ¿No lo sabes? Los pobres no pueden escoger.
– Sí, pero mira este sitio.
En ese momento pasaban junto a una maraña de casas construidas sobre pilotes y conectadas con un sistema de paso hecho con tablones y planchas de chapa de zinc.
– Además, ¿qué clase de barco vamos a encontrar aquí abajo? Una mierda de barco platanero. Puede que un sampán. Joder.
La carretera de tierra continuaba después del pueblo de pescadores y a través de un extenso manglar.
– Un jodido barco volador es lo que se necesita aquí -dijo Dave quejándose y dándole, irritado, una palmada a algo que le andaba por el cuello.
– Ya te dije que usaras aquella mierda de Avon. Mira, a mí no me han picado ni una vez.
– El bicho que te picara a ti, probablemente moriría de envenenamiento alcohólico.
Al se encogió de hombros y respondió:
– La verdad es que me encuentro mejor. Una buena cerveza fría entraría de narices.
Dave alcanzó a ver cómo un cocodrilo, al que el Range Rover había despertado, se deslizaba entre las salobres aguas.
– El horror -murmuró misteriosamente-. El horror. *
– ¿De qué coño estás hablando? ¡Relájate, joder! Ya casi estamos allí.
La carretera se dirigía hacia el sur por una calle que bordeaba el mar.
– Quepos -dijo Chico sonriendo-. La ciudad. Nada del otro mundo ¿eh?
Entró en un gran puerto al norte de un puente.
– Pero aquí es mejor. Aquí ha habido mucho desarrollo. Montones de pescadores gringos. Desde diciembre hasta agosto. Cuberas, casabes.
De repente Dave vio por qué habían venido; la bahía burbujeaba con los aparejos y puentes de mando de docenas de barcos para la pesca deportiva, lujosos y con gran autonomía, algunos de ellos de un valor que llegaba o superaba el millón de dólares.
– De acuerdo. Esto ya es otra cosa.
– Wahoo, atún… pero sobre todo vienen por el merlin y el pez vela.
– ¿Qué te había dicho? -comentó Al.
– Se está más protegido de los vientos aquí que en la costa de Guanacaste, creo. Pero ni se les ocurra nadar. Está contaminado. Por no hablar de las corrientes y de los tiburones.
– ¿Nadar? Olvídalo -dijo Al, riendo.
– Entonces, ¿a qué vienen a Quepos?
– A recoger un barco -dijo Dave.
– A pescar -añadió Al rápidamente.
Dave miró a Al y frunció el ceño. Al movió la cabeza como si no quisiera que Dave lo contradijera.
– La mayoría de gringos vienen aquí y se traen un montón de cañas y equipo, pero ustedes…
– Nos lo robaron todo en el aeropuerto -explicó Al.
– No hay problema. Les puedo recomendar un sitio. Les proveerán de todo el equipo si quieren. A buen precio, además.
– Gracias, pero no. Hemos hecho una reserva con una empresa de San José. Una compañía charter que se llama Vera Cruz. Todo lo que sé es que está en algún sitio al norte del puente.
Chico preguntó por la dirección en una tienda de regalos y les enviaron a un pequeño ranchito construido sobre postes en el agua frente al puente que llevaba a la ciudad de Quepos. Mientras Al pagaba a Chico, Dave echó a andar por el puerto deportivo, aliviado de estar fuera del coche y tomar algo de aire fresco. Recostado en una colina densamente boscosa, con una playa fangosa delante, Quepos parecía un lugar extraño para encontrarse con una bahía llena de yates de lujo. Un par de chavales hacían cabriolas con unas antiguas bicicletas de montaña, yendo arriba y abajo del puerto frente a una hilera de tiendas y restaurantes. Cuando Al miraba por la puerta de la oficina de Vera Cruz, uno de los chicos se acercó a decirle a Dave que el gringo de la Vera Cruz se había ido a almorzar. Dave le dio un billete de cinco colones y fue a decírselo a Al.
Al señaló hacia el restaurante y dijo:
– Bueno, pues comamos. Tengo el estómago como una canasta de baloncesto. Además, hay un par de cosas que quiero que pongamos en claro. Como qué coño hacemos o dejamos de hacer hasta que yo lo diga. ¿Entendido, capullo?
– Ya que me has invitado tan amablemente, no veo cómo podría negarme, Al.
– Sigue así, y tú y yo nos llevaremos muy bien.
Entraron en el restaurante y pidieron un par de cervezas para cada uno, mientras miraban el menú. Después de unos minutos, Dave se decidió por el arroz y las alubias, mientras que Al elegía tortuga, riéndose desagradablemente al hacer la elección.
– Joder, me gustaría que mi hijo Petey me viera comerme esto. Esa mierda de tortugas Ninja con las que siempre está jugando, me sacan de quicio. Odio a los jodidos hijos de puta verdes. Odio la canción, odio la historia y odio los personajes. Leonardo, Donatello… ¿Qué clase de mundo estamos construyendo para nuestros hijos, eh? Un mundo donde un chico crece pensando que Miguel Ángel es una mierda de tortuga en lugar de un famoso pintor antiguo.
– No tenía ni idea de que te interesara el arte -dijo Dave.
– Todos los italianos estamos interesados en los grandes pintores. Es parte de nuestro patrimonio. En cuanto llegue a casa le voy a contar que me comí una jodida tortuga.
– ¿Y eso no le disgustará?
– Pues claro que le disgustará. Oye, tú no tienes hijos, así que no lo entenderías. Gracias a Hollywood, casi no queda ningún animal que no haya sido convertido en un bonito dibujo animado. Ballenas, ciervos, conejos, elefantitos, cangrejos y tortugas.
– Una tortuga no es un animal, es un reptil.
– Tanto da. «Papá, no te puedes comer a Bambi.» Pues mira, hijito, mira lo que hago.
– Pero, ¿para qué lo haces?
– Es un instrumento de aprendizaje, para eso lo hago. Cuando comes uno de esos animales, le estás enseñando al chico cómo es el mundo real. La mitad de los problemas de los chicos de hoy día tienen que ver con esa mierda de mundos de fantasía. Hay que darle un bocado a la realidad, eso es lo que yo digo. Alimento para la mente. Les ayuda a crecer. Cuando yo era niño veía cómo mi padre mataba constantemente gallinas y pavos. Mis hijos nunca han visto matar ningún tipo de animal. Ni un pez. Aquí hay algo que no funciona. Quizás yo no pueda matar al animal como hacía mi padre. Pero seguro que puedo comérmelo cuando surge la oportunidad.
– ¿Sabes que eres todo un doctor Spock?
– Todos esos chalados en defensa de los animales… La mayoría han sido alimentados con mierda sobre los animalitos y sus encantadoras personalidades. Hay dos cosas que quiero para mis hijos: quiero que sepan quién fue Miguel Ángel, y no quiero que sean vegetarianos. Los maricones son vegetarianos.
– Miguel Ángel era maricón -dijo Dave.
– ¿Quién lo dice?
– Todo el mundo. Mira el David.
– Eso es una gilipollez. Mira, sí Miguel Ángel hubiera sido marica, ¿le habría pedido el Papa que pintara el techo de la Capilla Sixtina? No lo creo.
Dave vio que Al no iba a dejarse convencer, así que sonrió y dijo:
– Una lesbiana atrapada dentro de un cuerpo de mujer, ¿eh? Ahora lo entiendo.
Contento, también él, de cambiar de tema, Al se rió y dijo:
– Sí. Tendrías que haberlas visto a las dos. Se lamieron de arriba abajo. Me gusta verlo. Es un espectáculo estupendo. Tío, apuesto a que Miguel Ángel lo habría pintado si hubiera podido hacerlo sin meterse en líos. ¿Y tú qué? ¿Qué tal lo pasaste?
– Bien -dijo Dave-. Eran buenas.
Al esperó a oír detalles, pero cuando vio que no llegaban, frunció el ceño y dijo:
– Vale, tío listo, éste es el trato. Estamos aquí por un soplo. El capullo dueño del barco que he alquilado, un tío que se llama Lou Malta, le debe dinero a Tony, un huevo de dinero. Con la vigilancia y todo es más de un millón de dólares. Hace seis meses Malta estaba en Fort Lauderdale, para ajustar cuentas y todo iba sobre ruedas. Pero de repente se larga aquí abajo, sin enviarle siquiera una mierda de postal a Tony. Como si desapareciera sin dejar rastro. Pero, fíjate qué jodida coincidencia, el día después de hablar tú con Tony, el detective privado que había contratado para buscar al capullo de Malta le envía por correo electrónico a Tony la longitud y la latitud de su paradero, como si estuviera escrito que el barco tenía que ser para ti y tu aventura. Bueno, Malta no sabe quién soy, pero sería mejor si no le contáramos que acabamos de llegar en avión de Miami y otras mierdas por el estilo que despierten su desconfianza. Así que ten la boca cerrada y déjame hablar a mí, y el barco será tuyo para todo el largo y cálido verano.
– ¿Qué hay de Malta?, ¿vas a matarlo, Al?
– No, a menos que él me obligue.
– Yo no pienso ayudarte a matarlo.
– Créeme, la sangre no está en el menú de hoy.
– ¿Ni siquiera como instrumento de aprendizaje?
Al se encogió de hombros:
– Ya te he dicho que no, a menos que él me obligue a hacerlo.
– ¿Y qué pasa si yo no te echo una mano?
– Pues que tengo un barco sin nadie que lo lleve a casa. Y tú no tienes barco para tu empresa. Por no hablar del billete de vuelta.
Dave acunó la cerveza fría entre las manos durante un momento preguntándose si tenía alternativa.
– ¿Qué clase de barco es?
Al sacó la cartera, desplegó una fotocopia en blanco y negro y se la pasó:
– Una auténtica belleza. Ochenta pies, veinte de manga, seis de calado. Con dos motores de 1.500 caballos y una velocidad máxima de unos treinta y cinco nudos.
Dave observó el nombre pintado en la popa.
– EL Juarista -dijo-. Vera Cruz. Encaja.
– No sé nada más. Eso y el color; es blanco.
Dave dijo:
– Blanco está bien.
Dio otro trago a la cerveza.
– Enseguida se ve la suciedad, pero es un buen camuflaje. Nos ayudará a pasar desapercibidos entre los otros botes.
Sonrió y dobló la fotografía.
– ¿Puedo quedármela?
– Es un regalo.
– ¿Cómo quieres enfocarlo, Al? Puede que Malta no esté dispuesto a cederte el barco sin resistencia. Y luego está todo el papeleo. Necesitaremos papeles legales para meterlo en el próximo viaje transatlántico de la SYT.
– Se hizo todo el papeleo cuando el barco todavía estaba anclado en Lauderdale. Garantía del préstamo de Tony a Malta. Tony le dejó el dinero a Malta cuando ningún banco quería ni verlo. Pero entiendo lo que quieres decir. Estamos bastante lejos de casa y puede que Malta se figure que eso le da ciertas libertades. Te diré qué vamos a hacer: vamos a salir a navegar, como si fuéramos un par de turistas. Nos alejaremos de la costa, a algún sitio apartado, espero, y lanzaremos algo de cebo, como si de verdad fuéramos a pescar. Y entonces le leeré la cartilla de la puta mierda que vale su puto culo si piensa que puede pasarse la cartera de Tony por él.
– Como una especie de analista de inversiones. Ya lo entiendo.
Dave acabó la primera cerveza y empezó la segunda.
– Vale, te ayudaré con una única condición.
– Pensaba que eso ya estaba claro. Sin muertes.
– Eso también. Quiero que me dejes hablar a mí.
– ¿Para qué? ¿No crees que puedo llevar unas simples conversaciones de restitución?
– Creo que puedes llevarlas perfectamente. Lo que me preocupa es todo eso de la cartilla. -Dave se encogió de hombros y encendió un cigarrillo-. Te gusta demasiado el enfrentamiento.
– Estamos hablando de recuperar una mercancía, no de un grupo de Alcohólicos Anónimos. Dame uno de esos cigarrillos.
Al lo encendió, furioso.
– Claro, pero tienes que entender la psicología humana, Al. Si le hablas de malas maneras, él reaccionará mal, igual que si le pusieras una pistola en la sien.
– Tiene suerte de que no vaya a esparcir sus jodidos sesos por todo el puente.
– ¿Lo ves? Si le hablas con tanta rudeza puedes provocarle a hacer algo estúpido. Y si hace algo estúpido, es casi una garantía de que la situación tendrá un final violento.
– ¿Pero, tú qué eres? ¿Te has vuelto un comecocos de golpe?
– Lo vi muchas veces en prisión. La manera en que los tíos se volvían locos y la manera en que algunos de los guardias podían calmarlos hablando. Hemos de hacer esto pacíficamente, que es la forma en que yo quiero hacerlo. Así que tenemos que actuar con tacto.
– Sí, claro -Al estaba riendo-. Y me lo dice un tipo que dejó ciego de un ojo a Willy Barizon con una jodida pluma estilográfica. Eso lo hiciste con mucho tacto.
– ¿No has oído decir que la pluma es más poderosa que la espada? Bueno, Willy no iba armado con una espada, sino con dos pistolas. Yo diría que tuve tanto tacto como me fue posible.
– Díselo a Willy la próxima vez que casi te vea.
– Ésas son mis condiciones.
– Vale, vale, tú te encargas de hablar. Qué sé yo, a lo mejor eres un jodido Warren Christopher o algo así.
Almorzaron y luego salieron. En el corto paseo hasta las oficinas de la Vera Cruz, Al vio algo que quería comprar para su hijo, Petey, en la tienda de regalos. Era un ejemplar de cría de pez martillo, de unos 30 centímetros de largo, conservado en un frasco de formaldehído.
Dave observó cómo Al pagaba veinte colones por el recuerdo y preguntó:
– ¿Qué es eso? ¿Un útil de aprendizaje?
– Le encantará. Petey adora los tiburones.
– ¿Eso quiere decir que piensas regalárselo o comértelo el día de su cumpleaños?
Con una helada sonrisa Al dijo:
– Con esa labia tuya no se entiende cómo duraste los cinco años.