21

– ¿Por qué has tardado tanto? -gruñó Al-. ¿Es que no pudiste resistirte a tirarte a esa zorra federal otra vez? Por los viejos tiempos.

– No lo entenderías -le dijo Dave-. Tal como fue, resultó bastante más poético que un simple polvo.

Al se echó a reír.

– Nada es más poético que un polvo, tío, que parece que tengas mierda en el cerebro. Excepto, quizás, un polvo que se desvíe por su culo arriba. Todos esos libros de la prisión deben de haberte convertido la polla en gelatina -Al se secó la frente y los brazos cubiertos de sudor con una toalla que había cogido del último barco en el que había estado- Pero sí que tenías razón en una cosa.

– Me alegra saberlo.

– Este rollo del FBI funciona mejor que un arma. Le dices a la gente lo que tienen que hacer, chasqueas los dedos como la jodida Mary Poppins y lo hacen. Es mejor que una pistola; y además no hacen preguntas.

– Ya te lo dije. Alias Smith & Jones. No hay necesidad de dispararle a nadie si llevas esa placa en el pecho.

– Eso cuéntaselo a David Koresh. Pero, ¿sabes qué?, destapas un montón de mierda cuando entras en casa de alguien sin que te inviten. Aquella puta del Jade, por ejemplo, Rachel Dana.

– ¿Qué pasa con ella?

– La puta estaba en la cama con una de las chicas de su tripulación. Las dos desnudas como el día que las parieron. No sabía si enseñarles la polla o la placa. Lesbianas, las dos. Te juro que estaban enganchadas al mismo jodido consolador. Como si estuvieran conectadas a una de esas máquinas que mantienen a la gente con vida.

Estaban en la chimenea de popa a babor, mirando hacia la proa del buque. Al tiró la toalla al cabeceante mar con un gesto de repugnancia y encendió un cigarro.

– Me había olvidado de tu homofobia -dijo Dave, encogiéndose de hombros-. Mira, allá cada uno con sus gustos.

– No soy homofóbico -insistió Al-, pero no trago con esa mierda del consolador. Quiero decir, si eres una tortillera, lo tuyo es un conejo. Si quieres meterte una pieza de un palmo dentro, lo mejor es que escojas lo auténtico, ¿no?, y no una polla de plástico que parece salida de una tienda de juguetes. Quiero decir, ¿qué sentido tiene?

– No soy la doctora Ruth -dijo Dave-. ¿Qué dijeron cuando las interrumpiste?

– Se cabrearon conmigo. Pero les dije que me daba igual en lo que estuvieran metidas o lo que se metieran; por mí, podían follarse a un gato con la espalda rota, siempre que no se movieran del barco. A menos que quisieran que les volaran la cabeza.

– Eso fue muy hábil -dijo Dave-. Bueno, ¿cuántos barcos nos faltan por visitar?

– ¿Aparte de nuestros tres rusos? Sólo el barco -Al señaló el Britannia-, ése barco. El barco en que huiremos de todo.

– Buen trabajo. Has estado muy ocupado.

– Es lo que te he dicho; lo del FBI funciona de puta madre.

– Tómate un respiro. Yo me encargo del Britannia.

– Tú mismo. Eh, ¿sabías que Calgary Stanford estaba en el barco? El actor de cine. Estaba dándole al opio cuando entré. Drogata de mierda.

– En este mundo hay gente para todo, Al. Por lo menos, eso es lo que dice la Biblia, ¿no? -Dave empezó a bajar las escaleras dirigiéndose hacia la popa del Britannia.

– ¿Cómo coño quieres que lo sepa?

– Bueno, tú eres el católico, ¿no?

– ¿No te has enterado? A la iglesia católica no le gusta que la gente lea la Biblia. Antes te machacaban si lo hacías.

A la luz de la luna, el mar parecía algo vivo, como la piel escamosa de algún enorme reptil. Puede que el mismo reptil que él se sentía. Había creído darle libertad de escoger a Kate: ir con él o quedarse en el barco. Pero en realidad no le había dado ninguna opción. Y ella no habría sido la chica a la que quería si hubiera aceptado. Eso lo sabía y no hacía que se sintiera mejor consigo mismo.

Dave subió al Britannia, ignorante todavía de la especial carga que estaba escondida en sus depósitos de combustible. Estaba preparado para impresionar a la gente de a bordo con sus impecables credenciales. Con todo lo que a Al y a él les faltaba por hacer, se había olvidado de que Kate Furey y sus amigos federales habían estado vigilando a alguien. No tenía manera de saber que los ocupantes del Britannia quizás se sintieran algo menos felices que la mayoría cuando los abordara el FBI. Su corazón seguía en la cama con Kate. Y su mente estaba ya subiendo al primero de los barcos rusos donde pensaba encontrar la auténtica resistencia. Por no hablar del dinero.

El Britannia parecía bastante tranquilo, aunque el gusto del propietario dejaba bastante que desear. Iluminando el vestíbulo con su Maglite, Dave pensó que los muebles no estaban mal, pero que los cuadros en las paredes forradas de madera de roble eran del gusto más cutre posible; la clase de cosas insulsas que compras pensando sólo en que entonen con el colorido de la habitación. Bajó las escaleras. Cuando tuviera dinero de verdad, se compraría arte de verdad. Cuadros; no decoración de interiores.

Bajo cubierta, en los tres camarotes en suite, todo estaba tranquilo. Dave abrió la primera puerta y se encontró en un camarote con dos camas. Había ropa por todas partes, pero las camas estaban vacías. Abrió la segunda puerta y se encontró en una elegante habitación Art Decó más de su gusto, y una cama doble con un hombre y una mujer desnudos mirándole adormilados a través de la potente luz de la linterna con que les apuntaba. No había ventanas ni ojos de buey en el camarote, así que Dave cerró la puerta silenciosamente detrás de él y encendió la luz.

– ¿Quién coño eres? ¿Qué pasa? -exigió el hombre.

– FBI, señor -dijo Dave, exhibiendo la placa de Kate-. Siento interrumpirles así en medio de una noche como ésta, pero si guardan silencio, les explicaré lo que pasa.

La mujer se envolvió con rabia en la sábana y sacudió la cabeza furiosa.

– No me lo puedo creer. Es que no me lo puedo creer. Mierda. Es una cabronada -dijo-. Mierda, mierda, mierda.

– Cálmese, ¿quiere? -dijo Dave-. Mire, tenemos que hacer un arresto en otro barco. Unos traficantes de drogas. Pero antes, queremos advertir a todos los pasajeros que permanezcan en sus barcos. Si oyen disparos, tienen que tumbarse en el suelo, hasta que les digamos que el peligro ha pasado. Es sólo por precaución, por si acaso. No creo que haya necesidad de preocuparse.

– Me cago en… -dijo Nicky Vallbona.

– Capullo de mierda -dijo Gay Gilmore, dándole un fuerte puñetazo.

– ¿Yo? ¿Qué coño he hecho yo?

– Te dije que nos iban detrás, ¿no? En Lauderdale; te dije que nos estaban vigilando. Pero no, no quisiste escucharme. Tú no, claro; tú lo sabes todo. El señor Capullo Profesional.

– ¿Han oído lo que he dicho? -preguntó Dave.

– No podías creer que yo hubiera visto algo y tú no. Bueno, si crees que voy a ir a prisión por un pedazo de hijo de puta como tú, Nicky, olvídalo. No lo haré. Se lo contaré todo. Tengo toda la vida por delante y no voy a pasarla entre rejas.

– ¿Quieren dejar de gritar?

– Que te jodan -rugió Gay-. ¿Qué diferencia hay? Si vas a arrestarnos, arréstanos, pero no esperes que nos alegremos, tío. ¿O eso de que te arresten es como ir a una fiesta? Dímelo, señor G-Man. Me gustaría saber cómo tengo que reaccionar a esta mierda.

– ¿Arrestar? -Dave frunció el ceño. De repente lo comprendió. Aquella era una de las voces que había en la cinta de Kate. Éste era el barco de la droga. Claro que se habían puesto histéricos al verlo. Si consiguiera que ella se callara aunque fuera un segundo, podría aclarar las cosas.

– Nos tomamos un poco de coca hace un rato -explicó Vallbona-. Todavía está subida.

– Ya no, cariño. Gracias a ti, ahora estoy con un jodido bajón de mierda.

– ¿Quieres callarte? -le espetó Dave-. Cierra el pico, aunque sea un minuto. Mirad, esto no es una redada. No estáis arrestados.

– Dijiste que nos echáramos al suelo -insistió Gay.

– Entonces, hazlo, joder -Sacudió la 45 con silenciador señalando al suelo. De todos modos, iba a tener que ponerse duro con ellos, cuando llegara el momento de robarles el barco. Puede que ahora fuera un momento tan bueno como cualquier otro-. No puedo perder tiempo con toda esta mierda.

De repente la puerta se abrió detrás de Dave, golpeándole en la cabeza. Oyó que alguien en el pasillo decía:

– ¿Qué coño pasa ahí dentro?

Era la ocasión que aquellos dos necesitaban. Cada uno saltó a coger una pistola.

La enorme automática de la mano de Dave pareció hacerse cargo de lo que pasó a continuación y con la mira de láser era tan fácil como hacer fotografías con la cámara a prueba de idiotas de un idiota. Por un instante el mundo de Dave quedó reducido a un círculo rojo con un punto flotando en el centro y, antes de que la puerta a su espalda se abriera de golpe, lanzándolo encima de la cama llena de sangre, había disparado varias veces más.

Dave resbaló hasta el suelo, perseguido por el nuevo atacante, que agarró con una mano el puño en el que sostenía la pistola con tanta firmeza como con la otra le apretaba la garganta. Dave lo golpeó con fuerza por debajo de la barbilla, pero sin resultado alguno, y mientras forcejeaban, volvieron a ponerse de pie y fueron a parar a la puerta del baño de la suite. Durante un segundo se aflojó la presa en la garganta de Dave y éste olió la cordita que había quedado en el aire cuando disparó. Podía haber disparado también contra su atacante si el cañón del arma hubiera sido más corto. Cayeron sobre el borde de la bañera, la muñeca de Dave se enganchó en la puerta de la ducha y la automática salió disparada al interior de la bañera. Dave se lanzó de cabeza contra el hombre, golpeándole fuerte en la boca y luego resbaló hacia atrás, dando contra la pared de azulejos. Alargó la mano hacia abajo para coger la pistola, pero para cuando consiguió alcanzarla, el hombre ya había sacado la cuerda de tender de nailon del soporte de la pared y se la había enrollado alrededor del cuello. Esta vez la presión era más fuerte y Dave dio una patada hacia delante, rompiendo el cristal de la puerta de la ducha. Aquel tipo lo estaba estrangulando. Retorciéndose de un lado para otro, como un perro con una correa corta, Dave trató de golpearlo con el codo en el estómago, pero el chaleco y la automática que el hombre llevaba le estorbaban. Un minuto más y todo habría acabado. Otros sesenta segundos y estaría muerto. Ya podía sentir como los límites de su mundo se iban volviendo oscuros y borrosos, como si el vacío se cerniera sobre él.

La puerta del baño se abrió de golpe y algo escupió dos veces al aire, sacudiendo al hombre como una descarga eléctrica. La presión del cordel alrededor del cuello se aflojó y un líquido húmedo y caliente se le deslizó por el cuello. Pasaron un par de segundos antes de que Dave se diera cuenta de que la sangre era del otro, que gimió agonizante cuando Al se lo quitó de encima. Luego, Al dio un paso atrás, apuntó y disparó otra vez al hombre en la garganta, sólo para estar seguro.

Al miró ansiosamente a su socio, que no dejaba de toser, y preguntó:

– ¿Estás bien?

Temblando, Dave respiró honda y libremente. Aguantándose el cuello, quemado por el nailon, metió la cabeza, que parecía que le iba a estallar, debajo de la ducha fría, sin prestar apenas atención a la sangre que seguía manando de las heridas de bala del muerto y que desaparecía por el desagüe. Cuando Dave pudo contestar por fin a Al, la voz le sonaba como si se hubiera fumado un par de cartones de cigarrillos.

– Creo que sí. Gracias. Me habría estrangulado sin remedio.

– De nada. Pero ¿qué clase de mierda de actor eres? Quiero decir, no te dan un Óscar por lo que ha pasado aquí abajo. Ni siquiera una mierda de Emmy. Joder con la habitación. Parece salida de Grupo salvaje -Al encendió un cigarrillo y se lo dio a Dave-. Toma, te ayudará a respirar. ¿Qué fue lo que pasó aquí abajo? Sólo por curiosidad.

Dave se envolvió la cabeza con una toalla y suspiró.

– Que me cuelguen si lo sé.

– ¿Lo ves? Es lo que yo te dije. ¿El factor Alias Smith & Jones? Es pura mierda. La gente lleva armas, a la gente le disparan. Es de pura lógica.

– No me dieron ninguna opción. Tuve que dispararles. Eran ellos o yo.

– Claro. Supongo que hubo algo en tus modales que les disgustó. Yo puedo comprenderlos. A veces, tu labia puede ser como las pulgas. Pica más que la leche. Puede que ver esa placa también los provocara. ¿Quién coño puede saberlo? Pero tuviste suerte de que yo bajara, tío, si no ahora estarías más muerto que John Brown.

– Pensaron que los habíamos atrapado. Pensaron que era un arresto de verdad. Por eso trataron de coger las pistolas.

Pero a Al todo eso no le importaba. Estaba volviendo ya hacia el camarote, donde los dos cuerpos yacían en una postura grotesca, retorcidos en la cama manchada de sangre, para encaminarse escaleras arriba.

– ¿Qué coño importa eso ahora? -dijo-. Están muertos, ¿no? Para ellos fue un arresto de verdad. Estar muerto es el mayor arresto que hay.

Cuando subió y salió a la luz de la luna, Dave respiró hondo, aspirando el aire fresco de la noche. El Britannia parecía tan puro y blanco que era difícil relacionarlo con la sangrienta escena del camarote bajo cubierta. Pasaron un par de minutos antes de que se diera cuenta de que había pasado algo más.

– La tormenta ha amainado -dijo.

– Eso es lo que bajé a decirte -dijo Al-. Ha pasado así, sin más.

– Bueno, algo es algo.

– ¿Sigues queriendo hacerlo del modo difícil? -preguntó Al.

– ¿Qué quieres decir?

– Sin matar a nadie.

– Más que nunca.

– Estás siendo un pelín pejiguero, ¿no? Estos tíos no van a cooperar más que los tres que acabamos de cargarnos.

– Al, entiendo que eres un pistolero profesional. Pero yo, yo soy un aficionado del montón. Como te dije antes, no quería matar a nadie. Y ahora que he matado a dos personas -las dos primeras personas que he matado nunca- todavía tengo menos ganas de convertirme en un pistolero. Lo que he hecho antes hace que sienta ganas de vomitar.

– Ey, no dejes que te estropee la noche. Aquello fue en defensa propia. Eran ellos o tú, como tú dijiste. Es la intención lo que cuenta. Incluso la ley lo sabe. Un federal de verdad los habría despachado igual que hiciste tú. Así que si están muertos es culpa suya, no tuya. Fueron unos estúpidos de mierda. Tenían que ser estúpidos para pensar que podían sacar un arma contra alguien con la artillería que tú llevabas.

– Uno era una chica, Al.

– De eso me di cuenta. Y guapa; con buenas tetas. Pero una tía guapa con buenas tetas y una pistola. Eso lo cambia todo en este mundo, joder. Y del otro también, si me apuras -Al se encogió de hombros-. Sigo pensando que tendríamos que cargarnos a estos cabrones. Por eso llevamos silenciadores.

– Te diré lo que vamos a hacer, Al. Haré un trato contigo. Si podemos evitar más derramamiento de sangre, puedes quedarte con la mitad de mi parte.

Al lo pensó un momento. Dado que estaba planeando matar a Dave en cuanto viera acercarse al Ercolano al punto de encuentro y dado que Naked Tony ya le había prometido la parte de Dave de cualquier modo, el trato no parecía tan bueno. Pero no tenía más remedio que aceptar si no quería arriesgarse a despertar las sospechas de Dave. Era un tío agradable para estar muerto.

– De acuerdo, acepto el trato. La mitad de tu parte y no más tragedias humanas.

– Dispararemos sólo en defensa propia.

– De acuerdo -suspiró Al-. Pero no te me ablandes, Dave. Recuerda que es a mí a quien se le supone una conciencia, no a ti. El católico soy yo. Tú… tú eres ateo. Tú no crees en una puta mierda.

Al cayó en la cuenta de por qué no encontraron ninguna resistencia en el Baby Doc casi tan pronto como pusieron el pie dentro de la pestilente sala. El sucio interior del barco estaba lleno de botellas de vodka vacías y encima de la mesa del comedor había lo que parecía haber sido una partida de Monopoly en serio, especialmente porque la habían jugado con dinero de verdad. Había montones de dólares esparcidos por todas partes y a ojos de Dave era fácil entender lo que debía de haber pasado.

Primero, un montón de bebida. Aunque pocos, si alguno había, en la tripulación eran realmente rusos, parecía como si la idea de lo ruso hubiera ejercido un efecto tan poderoso sobre aquellos hombres que se hubieran sentido en la obligación de hacer honor a la fama de bebedores de que disfrutaban sus patronos. Segundo, la idea de jugar una última partida de Monopoly, con parte del dinero en billetes que se iba a entrar de contrabando en Rusia. Y tercero, mucha más cantidad de bebida. Uno de los tripulantes yacía inconsciente en el sofá y otro, en el suelo de uno de los baños. A un tercero lo encontraron borracho como una cuba en la timonera, acurrucado como un bebé en la silla del puente. El resto de las tres tripulaciones la estaba durmiendo en los camarotes del Baby Doc. En su mayoría estaban tan borrachos que incluso después de que Dave y Al los ataran con cuerdas de plástico siguieron durmiendo o inconscientes.

– Pero mira a estos hijos de puta borrachos -dijo Al riendo, después de atar al último hombre en su camarote-. Pasará un buen rato antes de que se enteren de que hemos estado y nos hemos ido. Joder, se han montado partida de Monopoly de la hostia ahí arriba. Debe de haber doscientos mil dólares en el tablero – Se puso de pie, comprobó los nudos y luego le dio una patada en el trasero al hombre atado, que gruñó y se dio tranquilamente media vuelta-. ¿Cuántos son con éste?

Dave estaba comprobando las tres tripulaciones con la lista de supernumerarios del buque. Asintió y dijo:

– Están todos.

– Apuesto a que querrías no haber hecho el trato, ¿eh? -dijo Al con aspereza-. Ha sido pan comido -Cogió una botella de vodka medio vacía, desenroscó el tapón y tomó un sorbo directamente de la botella-, ¿verdad?

Dave no dijo nada y fue entonces cuando Al observó la navaja que el más joven llevaba en la mano. La pistola de Al estaba en la mesa de café, a un par de metros. Tragó saliva nervioso pensando en el trato que había hecho y en lo fácilmente que parecían haber conseguido su objetivo. Puede que hubiera tentado demasiado la suerte. Le ofreció la botella a Dave.

– ¿Quieres?

Dave pensó que probablemente necesitara un trago. Desde que había matado a los dos de la cama, tenía el estómago revuelto, como si hubiera comido algo en mal estado. Quizás un poco de vodka ayudaría. Cogió la botella, echó un trago y se la devolvió a Al. Luego, tiró de la cama de un empujón al hombre que había atado, le echó el colchón encima y hundió la navaja en la costura del diván que había debajo. Arrancó la funda y dejó al descubierto dos metros cuadrados de algo ligeramente verde cubierto por una gruesa lámina de polietileno. La navaja atacó de nuevo y los dos hombres se quedaron mirando fijamente a una enorme cama de dinero envuelto en paquetes más pequeños, del tamaño de almohadas.

– ¿No te lo dije? -preguntó Dave sonriendo.

– Tenías razón.

– Joder, ¿no te lo dije?

– ¿Cuánto calculas que puede haber?

Dave cogió uno de los paquetes, cortó el filo de polietileno con la navaja y echó una ojeada a un paquete de usados billetes.

– Es difícil decirlo con exactitud. Están mezclados. Hay billetes de cien, de cincuenta y de veinte. Nada más pequeño. No sé, ¿quizás un par de millones?

– Hay cinco camarotes en el barco -musitó Al-. ¿Sabes cuánto es eso?

– ¿Cinco por dos? Estoy seguro de que puedes calcularlo, si lo intentas, Al.

Pero el espectáculo de tanto dinero había vuelto a Al impermeable al sarcasmo de Dave y, en lugar de soltar un juramento, dijo:

– Ese trato que hicimos… olvídalo -Lo último que quería ahora era que Dave se pusiera furioso con él. Si estaba furioso, podía ser un poco más difícil matarlo cuando llegara el momento-. Tú te quedas tu parte; te la has ganado.

– ¿No te lo dije? -repitió Dave. Ahora había un acento de triunfo en su voz.

– Voy a buscar los sacos -dijo Al-. Tú encuentra el resto del dinero.

Unos minutos después, Al volvió llevando sobre cada hombro un paquete plano de bolsas de deporte Nike compradas al por mayor. Dave ya había rasgado los otros cuatro divanes así como el tresillo de piel de la sala del Baby Doc.

Riendo como si se hubiera vuelto loco, Al rellenó una de las fuertes bolsas de nailon con paquetes de dinero. Y luego otra.

– Pero, ¿has visto todo este montón de pasta?

Dave cerró la cremallera de dos bolsas llenas, se colgó una de cada hombro y se puso de pie. La riqueza no podía tener un aspecto o producir una sensación más pesada. Se alegraba de llevar los guantes y la chaqueta acolchada, porque las bolsas pesaban más de veinte kilos cada una.

Al subía ya tambaleándose escaleras arriba, resoplando bajo el peso de las dos bolsas que llevaba también él.

– Joder -dijo-, es como ir al aeropuerto con Madonna y los crios.

– Ahora ya sabes lo que la gente quiere decir cuando dice que la riqueza es una carga.

– Confío vivir para gastarlo. Con todo este esfuerzo, el corazón me va como una locomotora.

– Confórmate con ser un hijo de puta rico con mala salud, en lugar de uno de esos chavales de aspecto saludable que siempre piden que cambien las cosas.

– Eso es algo que puedo soportar.

Jadeando, los dos hombres llegaron a cubierta y dejaron caer los sacos, aliviados.

– Joder, tío, es un trabajo duro -dijo Al.

– ¿Y eso es un problema?

– Mierda, sí. Yo tengo ya mi modus vivendi, tío. Nunca se me pasó por la cabeza dedicarme a ser un mierda de portero de hotel.

– Yo también estoy bastante cansado -admitió Dave.

– ¿Qué hora es?

– Hay dos barcos más de dinero, y hay un montón más de bolsas que tenemos que subir antes de que puedas aposentar tu culo en el vestíbulo.

– Lo sé. Sólo preguntaba la hora. Pensaba que quizás te complacería decírmelo, siendo como eres el orgulloso propietario del Rolls Royce de los relojes.

– Pronto amanecerá.

– ¿Tengo el aspecto de un jodido vampiro? Si quiero saber esa clase de mierda, esperaré a que cante el gallo. Números. Eso es lo que quiero oír. Tic, tac, coño. Debido a mi urbanizado trasero y a mis jodidas costumbres urbanas.

– ¿Pero, tú qué eres: Stephen Hawking o algo así? Son casi las tres. ¿Qué importancia tiene? Te lo diré si nos retrasamos. Lo primero que haré en cuanto lleguemos a Miami es comprarte un reloj, Al. Así sabrás cuándo es hora de que cierres la boca. Venga, pongámonos en marcha antes de que algunos de los supernumos empiecen a sentir curiosidad por lo que está pasando. Ya he matado a bastante gente por esta noche.

– ¿Todavía te preocupa esa mierda?

– Por extraño que parezca, sí.

– Cálmate. Como te dije antes, eran ellos o tú. Un accidente.

– A mí no me suena a accidente.

– Claro que sí. Una contingencia imprevista. Eso es lo único que sucedió. Es necesario que busques algo positivo en lo que ha pasado. No quiero que te me pongas en plan Leonard Cohen. Eleva los ojos y piensa en tu nueva situación. Primero, ahora eres un cabrón rico. Y segundo, podían haber sido los federales los que te cargaste. Los de verdad. Piensa que te sentirías más mierda que la mierda de un reptil si hubieras acabado con esa zorra federal en lugar de con la otra.

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