18

Dave estaba leyendo un libro cuando oyó rumor de pasos en la cubierta del puente de mando.

Era el oficial de comunicaciones del buque, Jock. Se había quitado el uniforme blanco y ahora iba abrigado con un grueso suéter azul marino de lana y pantalones del mismo color.

– He venido a echar una ojeada a tu barco. A comprobar que las amarras aguantan.

– ¿Y aguantan?

– Por ahora. Pero si la tormenta nos alcanza, todos podríamos tener problemas. En este momento seguimos por delante de ella. Llevamos una buena marcha. Vamos tan rápido como la polla de un perro de carreras.

– ¿Pero seguimos el rumbo?

– Oh, sí, el rumbo exacto. Pero si continuamos así, llegaremos mucho antes de lo previsto.

Dave frunció el ceño. Llegar demasiado pronto a la cita podría ser tan desastroso para el golpe como llegar demasiado tarde.

– ¿Cuánto antes?

– No lo sé seguro. Tan pronto como mejore el tiempo tendremos una idea más precisa. Por cierto, ¿cómo va el auricular?

Dave no dijo nada, preocupado por la información que acababa de recibir. Parecía que iban a tener que pasar más tiempo en el barco de la escapada de lo que había calculado. A partir de ahora tendría que vigilar de cerca su posición con ayuda del receptor GPS del barco. Casi del mismo tamaño que un teléfono celular, el GPS podía decirte con precisión dónde estabas, qué dirección seguías y lo rápido que ibas: cada vez que lo ponías en marcha, el receptor calculaba su posición trazando las señales emitidas por los satélites de la constelación GPS hasta haber reunido la suficiente información para determinar su propia posición relativa.

Jock repitió la pregunta.

– Oh, sigue funcionando, gracias. ¿Quieres una cerveza?

– ¿Por qué no? Ya que estoy mojado por fuera, lo menos que puedo hacer es mojarme por dentro.

Dave miró por la ventana. La lluvia azotaba el techo del Juarista y, aun detrás de los costados del Duke, la cubierta del barco parecía una tabla de surf. Le dio una Corona a Jock.

– Estupendo -dijo-. Ahí fuera recuerda a Moby Dick.

– Es un poquito peligroso andar por las pasarelas del barco – admitió Jock-. Pero ni la mitad de malo de lo que esperábamos. El patrón tenía razón. La tormenta no tardará en deshacerse.

Jock vació de un trago la mitad de la botella. Al oír el fuerte ruido de alguien vomitando en las entrañas del barco de Dave, echó una ojeada al hueco de la escalera.

– Alguien está cambiando las pesetas, ¿eh?

Dave frunció momentáneamente el ceño mientras sus oídos y su cabeza trataban de penetrar el significado de las palabras del escocés. Finalmente, comprendió qué quería decir.

– Sí, es Al. No es buen marino.

Parecía despreocupado, pero cada vez se sentía más inquieto por si tenía que acabar dando el golpe él solo. Lo único bueno del mal tiempo era que quizás los tripulantes de los barcos de los rusos estarían tan mareados como Al.

– Pero tú estás bien, ¿no? -dijo Jock.

– Sí, estupendamente -respondió Dave-. ¿No tendrías algo que pudiera darle? He probado con Kwells y otras cosas por el estilo, pero no parecen servir de nada.

Jock se acabó la cerveza e hizo una mueca.

– Eso es para niños -dijo-. ¿Qué otras mierdas has probado?

– Antihistamina. Tampoco funcionó. Sólo hizo que durmiera un rato.

– ¿Cuándo se tomó la última dosis?

– Hace horas.

– Bueno, yo lo que hago es tomar hioscina. Bloquea el sistema nervioso autónomo del parasimpático. Se utiliza generalmente como preanestésico para impedir la estimulación vagal refleja del corazón.

– No hay nada simpático en el sistema nervioso de Al -dijo Dave-. Ni siquiera estoy seguro de que tenga corazón -Encendió un cigarrillo-. ¿Qué eres tú, una especie de médico?

– En este barco sí. Mi padre era veterinario. Aprendí mucho de él -Se encogió de hombros-. De cualquier modo, los hijos de puta que hay en este barco son todos animales, así que no importa una puta mierda -Cogió uno de los cigarrillos que Dave le ofrecía-. ¿Tu compañero padece glaucoma?

Dave no tenía ni idea, pero sacudió la cabeza de todos modos, intuyendo que Jock estaba a punto de recetarle algo útil. Hioscina, quizás.

– Bueno, veamos, tengo Scopoderm. Buen material, no se vende sin receta -Sujetó el cigarrillo en un extremo de los labios e inhaló a través de los dientes apretados-. Pero es caro, si sabes lo que quiero decir.

Dave lo sabía y sonrió.

– Creo que sí.

Jock tenía un aire de disculpa.

– Tú eres el que tiene el barco fardón, no yo. Yo sólo trato de llegar a fin de mes.

– ¿Cuánto?

– Cincuenta. Suficiente para capear el mal tiempo.

– Hecho.

Jock sacó un pequeño paquete del bolsillo.

– ¿Lo llevas encima?

– Hoy hay bastante gente que está hecha una mierda -dijo Jock riendo-; el negocio va bien.

– Es un buen tingladillo -dijo Dave, alargándole los cinco billetes de diez.

– Uno se las arregla como puede.

– Por supuesto que si.

– Aquí hay pastillas y tiritas -explicó Jock, al darle el paquete a Dave-; dale una tableta ahora y que se ponga una tirita en el brazo. Le costará orinar. Quizás vea un poco borroso. Y no sudará ni una gota.

– Me muero de ganas de verlo -dijo Dave-. ¿Cuánto tarda esta mierda en hacer efecto?

– Es inmediato. En una hora tendría que estar de pie otra vez. Luego una pastilla y otra tirita cada seis horas. Eso sí, que no lo mezcle con alcohol.

– Vale.

– Gracias por la cerveza.

– Es un placer hacer negocios contigo, Jock.

Jock se lanzó temerariamente hacia popa.

– Ah, sí. Me olvidaba. El submarino. Me parece que se ha ido. Hace rato que nadie transmite y no hay nada en la sonda acústica. Deben de haberse aburrido y se han largado.

– Habrá sido eso -dijo Dave.

– Estos viajes son así -dijo Jock-. No sé cómo pude pensar que navegar sería más interesante que hacerme veterinario. Nunca pasa nada en este barco, joder.

– No, supongo que no.

Al estaba tendido en el suelo, rodeando con un brazo la taza del váter como si fuera su mejor amigo. Dave se arrodilló, se pasó una de las anacondas que Al tenía por brazos alrededor del cuello y lo arrastró hasta el camarote.

– Hay una cosa que me gusta de ti, Al. Sabes cuál es tu posición en la vida. Ha sido un placer navegar contigo, ¿sabes? Un tío como yo, que acaba de salir de la trena. Ha sido un gran consuelo tener cerca a alguien que está más bajo que yo.

– Que te jodan -gruñó Al.

Dave lo dejó caer en la cama y, cogiendo una toalla, empezó a secar los brazos de Al concienzudamente.

– El doctor acaba de pasar y me ha dado algo para ti -dijo Dave-. Para ser totalmente sincero, en realidad es un veterinario. Pero sabía que no se lo tendrías en cuenta, siendo como eres un jodido gorila.

Dave desenvolvió la provisión de Scopoderm y le puso una tirita en la parte interior de cada musculoso brazo.

– Normalmente ese tipo sólo trata animales domésticos, pero yo lo convencí para que hiciera una excepción contigo. Le dije que hiciera como si fueras un asno doméstico y, ¿sabes?, no tuvo ningún problema para convencerse.

Dave colocó una de las tabletas de Jock en la lengua de Al, que colgaba como un calcetín sucio, y luego le cerró las mandíbulas antes de alargar la mano para coger el vaso de agua que estaba sobre la mesilla de noche. Lo cogió y casi lo dejó caer al suelo con asco, al darse cuenta de que en el agua había una dentadura postiza.

– Joder, ¿qué es esto? -Luego se echó a reír y levantó el fláccido labio de Al con un dedo. Sonriendo, exhibiendo el brillo perfecto de sus dientes, Dave miró dentro de la boca vomitadora de Al-. Vaya, no hay ni un puto diente en todo el buzón.

Dave siguió mirando, fascinado y sintiéndose como la perra que en El Rey Lear viene a regodearse ante las cuencas vacías de los ojos de un viejo. Hasta que la zarpa enorme y peluda de Al le apartó la mano de un manotazo.

– Que te jodan.

– Bueno, ahora tienes que sentarte y tragar esta pequeña pildora amarga, Al. Hará que te sientas mejor. Es una pastilla contra el mareo, así que sé un buen chico y trágatela. Me ha costado cincuenta dólares.

Al se incorporó, se tragó la pildora y, cogiendo el vaso de la mano de Dave, lo vació del agua que cubría su dentadura.

– Hijo de puta -murmuró y volvió a desmoronarse en la cama.

– Sí, ya lo sé. Todos mis pacientes me dicen lo mismo. Mis modales son más los de un descargador de los muelles que los de un médico de cabecera -Dave secó la frente de Al con la toalla-. El Scopoderm tarda un poco en hacer efecto. Y también lo llevas pegado en los brazos por si tu estómago le presta menos atención que tu cerebro. Sólo una advertencia. Nada de alcohol mientras viajes con esto. Eso quiere decir, nada de alcohol hasta que haya acabado el viaje, ¿vale? Tú y yo tenemos un trabajo que hacer – Dave miró la hora-. Quedan menos de doce horas. ¿Quieres algo que te motive? Pues piensa en esto: mañana a estas horas tú y yo seremos millonarios.

– Bueno -estaba diciendo Sam Brockman-, así que ahora estamos solos. Salvo cuando hay maniobras de la OTAN, la armada se queda a este lado del Atlántico. Para facilitar las cosas a los de la GAS.

– ¿La GAS?

– La guerra antisubmarinos -le dijo a Kate-. Los franceses nos recogerán dentro de unas horas, al oeste de las Azores -Suspiró-. Mierda.

– ¿Qué pasa?

– Nada, que casi tengo ganas de que pase algo. Me parece una vergüenza dejar que sean los de la Interpol los que les echen el guante.

Kate asintió sin mucho entusiasmo. Para ella, ya estaban pasando cosas más que suficientes. Más de las que habría querido. Desde el desayuno había permanecido en el Carrera, dando gracias de que el mal tiempo le proporcionara una excusa para no salir al puente y ver a Dave. Quizás fuera mejor que el submarino se hubiera marchado. Eso significaba que ya no podía sucumbir a la tentación de hacer que enviaran un mensaje a la central del FBI para comprobar el historial delictivo de Dave. Eso si Delanotov era su verdadero nombre.

Un Kent Bowen de color verde subió a la cocina y permaneció de pie al lado del fregadero jadeando antes de coger un vaso y llenarlo con agua del grifo.

– ¿Cómo te sientes, Kent? -le preguntó Sam.

– Como una mierda de perro.

Kate miró a Bowen con una expresión que decía que eso es lo que era. Todavía no había ideado un plan para vengarse de él por haberle insinuado a Dave que se la tiraba. Pero estaba en ello.

– ¿El Dramamine no te hace efecto? -dijo Sam.

– Eso es lo más jodido del asunto -dijo Bowen-. Si tomo una pastilla más, me caeré redondo. Ya casi me duermo de pie.

– Mire -dijo Kate-, por ahora no está pasando nada. Pavo en la paja se ha ido. No hay necesidad de que se quede despierto si se siente tan mal. ¿Por qué no se va a la cama?

Bowen sonrió débilmente.

– ¿Por qué no irse a la cama? ¿Es ése tu lema personal o algo así?

Kate se mordió el labio.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso? -dijo Kate conservando la calma.

– Me parece que sabe de que estoy hablando, agente Furey.

– Joder, habla igual que mi madre.

– Lo dudo. Lo dudo mucho. Está claro que su madre no le dio nunca nada que se pareciera a una orientación moral.

Kate notó que enrojecía. Luego se rió con desprecio.

– Vaya quien fue a hablar. ¿Qué sabrá usted de moralidad?

Siguiendo con su idea, Bowen dijo:

– Si lo hubiera hecho…

– Quiero creer que lo que le hace hablar como un capullo es el Dramamine, Kent.

– Si lo hubiera hecho, habría vuelto a este barco anoche.

– ¿Ha venido hasta aquí a propósito para insultarme?

– ¿Entonces, no lo niega?

– ¿Negar qué?

– Que durmió con ese tipo?

– A decir verdad, dormir no dormimos nada. Estábamos demasiado ocupados follando.

– O sea que yo tenía razón.

– Pero lo que yo hice o dejé de hacer anoche no es asunto suyo.

– Si afecta a la integridad de esta operación, sí que lo es.

– Y de eso usted debe saber mucho, viendo porno toda la noche.

Bowen se inclinó y vomitó en el fregadero.

– Cuando mete la cabeza en una taza de váter está en su verdadero elemento-dijo, despectiva.

Bowen se enderezó y se secó la boca con una servilleta de papel.

– No fue toda la noche. Fueron un par de horas, Kate -dijo Sam-. Puede que tres.

– O sea que no me venga con sermones sobre integridad -dijo Kate.

– Nunca había visto ese tipo de cosas -dijo Sam-. Y probablemente no volveré a verlas. Anoche, calculo que vi todo lo que es posible ver. Había una mujer en particular -Miró a Kate con embarazo-… Bueno, sólo diré esto: Que ahora sé qué quiere decir exactamente que te estrujen la cabeza -Se echó a reír-. Bueno, de cualquier modo, no veo que ninguno de nosotros haya afectado a la integridad de esta operación. Anoche no pasó nada que sea asunto de nadie salvo del interesado o la interesada. ¿Por qué no lo dejamos así, eh, Kent?

– Esa clase de conducta adolescente puede estar bien para los guardacostas -dijo Bowen con un hipo-. Pero las actividades sexuales ilícitas de la agente Furey no entran dentro de las mejores tradiciones del FBI.

– Pero, ¿quién se cree que es? -exigió Kate-. ¿T. Edgar Hoover? Actividades sexuales ilícitas, ¡vaya montón de mierda!

Bowen sonrió en medio de una oleada de náuseas que se llevó la última sombra de color de su cara.

– Bueno -dijo-, yo sé quién soy. Sí. Así es. Yo sé quién soy.

– Los expedientes secretos de Kent Bowen.

– Pero, ¿puede decir lo mismo de su compañero sexual? Contésteme, si puede. ¿Qué sabe exactamente del señor David Delanotov?

– No me venga con esa mierda -dijo Kate, pero la verdad era que se había pasado toda la mañana preguntándose eso mismo.

Bowen respiró hondo y dijo:

– Soy un baluarte de fortaleza en una ciudad de hombres y mujeres débiles. Y defenderé la ley. Pero el señor David Delanotov es otra cosa. No es un hombre recto. El ojo hostil y el dedo del desprecio lo señalan.

Soltó un suspiro, vacilante.

– Será más bien un baluarte de mierda. ¿De qué demonios está hablando?

– Se lo diré. He hecho unas pequeñas comprobaciones sobre el señor Dave Dulanotov. Y resulta que el barco de su propiedad está matriculado en la Gran Caimán.

– No hay ley alguna que lo prohiba.

– Su anterior dueño era un tipo llamado Lou Malta, socio en el pasado de Tony Nudelli. Incluso usted debe haber oído hablar de Tony Nudelli.

Kate permaneció callada.

Naked Tony Nudelli. Dije socio en el pasado porque Lou Malta está en la lista de personas desaparecidas del departamento de policía de Miami. Nadie lo ha visto desde hace meses.

Kate se encogió de hombros y dijo:

– No veo que eso demuestre nada.

– Nada, salvo que puede que ese Lou Malta haya sido asesinado.

– Lo único que le pedimos a alguien que nos vende algo es si tiene un título de propiedad como es debido. No si son personas como es debido.

– Kate tiene razón, Kent -dijo Sam Brockman-. El tío que me vendió mi primer coche era uno de los mayores sinvergüenzas de Florida.

– No te metas en esto -dijo Bowen.

– Cuidado, Sam -dijo Kate-. O este demente hijo de puta te abrirá un expediente a ti también.

– No he podido averiguar nada del otro tipo -prosiguió Kent-. Ese matón que tiene por compañero. Pero no me sorprendería en absoluto que también fuera algún tipo de gángster.

– Suena como si hubiera establecido una especie de caso prima facie contra David -dijo Kate-. Lo que he oído hasta ahora es tan circunstancial como la hora de su reloj barato. Joder, cuando devuelve, no vomita sólo la cena de la noche antes, ¿eh? También saca un montón de bilis y canalladas. Por si lo ha olvidado, Kent, son los perros los que están interesados en los vómitos, no el fiscal del distrito. Se le reiría a la cara si le fuera con lo que me ha contado hasta ahora.

– No he dicho en ningún momento que tuviera nada más que -Bowen se detuvo, tragó descompuesto antes de taparse la boca y esperar que pasara otra oleada de náuseas-… Salvo -añadió al cabo de unos momentos- una fuerte sospecha de que no era una persona cabal para que una agente se relacionara con él.

Y a continuación eructó.

– Ése es el sonido más inteligente que ha hecho en toda la mañana, Kent -dijo Kate, poniéndose de pie-. Me voy afuera. El aire aquí huele cada vez más a agrio.

– Agente Furey, todavía no he terminado -dijo Bowen y vomitó en el fregadero.

Casi en el momento en que Bowen se ponía derecho otra vez, una enorme mosca aterrizaba en la vomitona, zumbando con fuerza.

– Bueno, mire qué bien, Kent -dijo Kate saliendo por la puerta de la cocina-; parece que uno de sus amigos acaba de dejarse caer por aquí.

Kate pasó el resto de la mañana sola en su camarote, evitando a todo el mundo, Dave incluido. Lo oyó subir a bordo poco después de las seis, pero cuando bajó Sam a avisarla, le pidió que le dijera que se encontraba mal y que ya lo vería al día siguiente.

No podía saber que la próxima vez que viera a Dave éste tendría un arma en la mano.

Hacia la hora de cenar, con la borrasca todavía soplando fuerte y el mar tan encrespado como antes, Dave volvió al camarote de Al con una tortilla que le había preparado, un trozo de tarta de limón y una taza de café sólo y fuerte.

– Tu comida -dijo al entrar-. ¿Cómo te encuentras?

Al se incorporó en la cama y abrió la boca de oreja a oreja en un bostezo. Se colocó de nuevo la dentadura y dijo:

– Mejor, gracias. Eso que me has dado funciona.

– Creo que será mejor que comas algo -Dave dejó la bandeja sobre la cama-. Tú eres quien tiene que hacer ruido, no tus tripas. Con todo lo que tenemos que hacer, vas a necesitar un poco de energía.

Al asintió, y luego engulló la tortilla con hambre de lobo.

– ¿Qué tal una cerveza? -preguntó.

– No puede ser -dijo Dave-. ¿Ves esas dos tiritas que llevas en los brazos? Son avisos sanitarios. Dicen que la Dirección General de Salud Pública ha dictaminado que sigas en el dique seco hasta que estemos a bordo del Ercolano. Debido a la medicación. Después, champaña para el resto de tu vida.

– No me gusta el champaña -dijo Al, atacando la tarta-. Me da gases.

– Esa es la idea.

– ¿Ah, sí?

– Claro. Es el gas lo que hace que la cojas rápidamente.

Al puso una cara como si nunca hubiera considerado esa posibilidad y se metió el resto de la tarta en la boca. Dave se preguntó si Al habría oído hablar alguna vez de indigestión.

– Gracias por la comida; te lo agradezco.

– No es nada.

– Tenía el estómago más vacío que una puta promesa electoral -Al eructó, satisfecho, y luego vació de un trago la taza de café-. Qué mierda de tiempo, ¿eh? ¿Crees que nos va a retrasar algo?

– Si sigue así -dijo Dave-, seguro que no va a facilitarnos las cosas.

– ¿Cómo es que tú nunca te mareas? •

– Es el poder de la mente sobre la materia, supongo. A mi mente no le importa y la materia no se entera -Dave encendió un cigarrillo y sonrió-. Además, calculo que treinta o cuarenta millones de dólares curarán casi cualquier molestia que me aqueje. Coño, tío, puede que no vuelva a estar enfermo nunca más.

Al sonrió también. Había veces en que le gustaba aquel hombre. Como ahora. Se prometió que, cuando llegara el momento de matar a Dave, lo haría rápidamente. Una bala en la nuca. El tipo ni se enteraría. Le parecía lo mínimo que podía hacer.

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