El Juarista era toda una belleza. En el puente, mientras se ponían en marcha, Lou Malta les explicó la historia de su construcción.
– Lo hicieron en San Diego -explicaba con su cansino tartamudeo-. La forma del casco indica que tiene un centro de gravedad bajo y una profunda entrada en uve en el agua. Eso hace que la navegación sea muy cómoda para los pasajeros, esté el mar como esté. Nunca he visto a nadie mareado en este barco. Ni siquiera por la cocina de Pepe. Claro que tenemos los impulsores y los estabilizadores para simplificar el manejo, pero es el casco lo que marca la diferencia. Y un eje de inversión por debajo del espejo de popa hace que retroceder sea tan suave y se-seco como si estuviérais en la pl-playa. ¿De dónde habéis dicho que sois?
– L.A. -dijo Dave.
– L.A., ¿eh? ¿De qué parte?
– De todas partes.
– Aaah. De todas partes. Ése es mi sitio favorito -Soltó una risita-. Si no, preguntádselo a Pepe. Bueno, habéis escogido un buen momento para ir detrás del pez espada y del pez vela. Enero suele ser el mejor mes -Los miró de arriba abajo, midiéndolos-. ¿Qué experiencia tenéis en la pesca deportiva?
– La suficiente -respondió Al.
Malta se encogió de hombros.
– Bu-bueno, da igual. Pepe y yo… nos llega gente con todos los niveles de experiencia en este barco. Hace sólo unas semanas, estábamos pescando el wahoo con tres tíos de Nueva York. Y os juro que me encontré a uno de ellos tratando de matar el pez con su teléfono celular -Soltó otra risita.- Os juro que nunca había visto nada más divertido. ¿No es verdad, Pepe?
Pepe sonrió y dijo:
– Sí, Lou.
Pepe era un guapo chico negro de unos trece años, vestido con una camiseta azul marino con el logotipo blanco de Nike y unos holgados tejanos Guess. Estaba en el puente de mando recogiendo cuerdas y sonriendo abiertamente a Malta cada vez que se cruzaban sus miradas. CR tenía un buen ambiente gay y Al y Dave podían ver que Pepe era el cachero de Malta. El mismo Malta, con unos ciclistas cortos de Lycra azul cielo y una camiseta blanca con un dibujo del gato Garfield, era un tipo con un aspecto curioso. Cuarentón, con un corte de pelo a lo Rod Stewart, una cara rosada como Pilsbury Doughboy, gafas sin montura con patillas azules, y un gran pendiente de oro con un cartucho a juego con el que llevaba alrededor de su grueso cuello, tenía más aspecto de peluquero que de patrón de pesca.
– Pepe os proporcionará aparejos. Tenemos más o menos todo lo necesario, aunque sois los dos viajeros más ligeros de equipaje que he visto nunca por aquí abajo. ¡Hay turistas accidentales! ¿No te parece, Pepe?
– Sí, Lou.
– Como he dicho -gruñó Al-, nos robaron todo el material en San José.
– CR es un país muy bonito -dijo Malta-, pero lo malo es que es tan increíblemente bo-bonito que te seduce y te hace creer que es seguro. Hay ladrones por todas partes.
– Eso es verdad, en todas partes -dijo Dave.
– Bueno, sí -Malta chasqueó la lengua y sacudió la cabeza con un gesto de desesperación-, pero, de verdad, el equipo de pesca de un hombre es algo sacrosanto. ¿No es así, Pepe?
– Sí, Lou.
– ¿Y estabais asegurados?
– Sí, tenemos un seguro -dijo Al-. Y tú, ¿tienes seguro?
Malta detectó la leve nota de amenaza que había en la pregunta de Al.
– Oh, estaréis seguros en este barco, ¿no es verdad, Pepe? Tenemos todas las comodidades. TV y VCR en todos los camarotes, aire acondicionado, incluso tenemos un sistema de humidificación para mantener esos músculos vuestros frescos cuando estéis en el asiento de combate. Hace mucho calor ahí afuera cuando estás luchando contra uno grande. Incluso pongo un poco de aceite de pachulí en el depósito para que el aire huela bien. No sé vosotros, pero el olor de pescado no es mi perfume favorito. Y Pepe es un buen cocinero, a pesar de lo que dije antes. Y no quiero decir sólo que sepa utilizar un microondas. Pepe sabe qué les gusta comer a los hombres. Tenemos muchas pro-provisiones. Sólo tenéis que decírselo si hay algo que os apetezca. Siempre que sea pescado -Soltó de nuevo su risita-. Era broma. Tenemos muchos bistecs en el congelador, y cerveza. ¿Queréis una cerveza?
– Una cerveza estaría bien -dijo Dave.
– Pero, ¿en qué estaría yo pensando? Querréis ver vuestros camarotes. Naturalmente tenéis, cada uno, vuestro propio váter y baño. Venga, echad una mirada mientras voy a buscar las cervezas. Y mirad bien el salón. Me siento bastante orgulloso de él. Lo he diseñado yo mismo. Está decorado con cristal hecho para mí por Lal-Lalique.
Al y Dave bajaron. El barco era tan lujoso como había prometido Lou Malta. Y con una altura que superaba los dos metros en el salón y en los camarotes, tenía una cantidad de espacio interior impresionante. A Dave no le gustó especialmente el estilo -era demasiado rebuscado-, pero era fácil ver que no se había reparado en gastos para dotar al barco de cualquier extra concebible.
– Eh, Al, este barco vale mucho más de un millón. Digamos que no le falta mucho para llegar a los tres y nos acercaremos más a la verdad -dijo Dave.
– ¿Ah sí?
Al estaba más interesado en investigar el camarote de Lou Malta que el suyo propio. Mientras registraba los cajones y armarios recubiertos de madera de cedro, dijo despectivamente:
– Es lo que pensaba.
– ¿El qué?
Al miró al techo de espejo y luego escupió en las sábanas de seda negra que cubrían la cama doble de Malta.
– Se está jodiendo al chaval. Mi Petey no es mucho más joven que ese Pepe.
– ¿Y qué pasa? Aquellas dos chicas con las que estuviste en Cayo Largo no eran mucho mayores que Pepe. Quizás tuvieran quince, máximo dieciséis años.
– Y una mierda. Pero aunque fuera verdad, con las chicas es diferente. Primero, las chicas maduran antes; y segundo, aquello fue sexo limpio.
– ¿No les pediste que se lo hicieran entre ellas?
– Eso fue para beneficio mío, no suyo. Esa clase de sexo no cuenta. Eran como un par de actrices haciendo el papel de lesbianas en una película. Y yo era el cámara. No las convierte en tortilleras. Pero esto…
Se inclinó y recogió una revista del suelo del camarote; Dave vio de refilón, antes de que Al la tirara a un lado con asco, a dos hombres de edad que tenían relaciones sexuales con dos chicos jóvenes.
– Esto es otra cosa -Miró con rabia a Dave-. ¿Qué tienes que decir?
Dave se encogió de hombros.
– Sigo pensando que es mucho bote como garantía de un préstamo de un millón de dólares.
– Sí, bueno, eso es lo que pasa con las fianzas. ¿No te habías enterado? Estamos en plena recesión. Todos andan apretados de dinero -Soltó una risa cruel-. Y te apuesto a que eso es más de lo que puedes decir del culo de ese maricón.
– Será mejor que vaya y le dé las malas noticias antes de que estemos demasiado lejos de la costa -dijo Dave.
– Hazlo. Cuanto antes estén esos dos maricas fuera del barco, mejor me sentiré. Hay revistas y vídeos en el armario de ese cerdo que harían que Hannibal Lecter tuviera pesadillas.
Lou Malta se retorció las manos diciendo:
– ¿Y qué voy a hacer ahora?
Dave y él estaban sentados en los dos extremos de un sofá en forma de L en el salón del barco, ahora parado. Malta estaba bebiendo su segunda ginebra rosada, aunque era tan grande que bien podría haber sido la tercera, incluso la cuarta.
– Recoge algunas cosas -le dijo Dave-. Y los mil dólares que te pagamos de alquiler por adelantado puedes quedártelos. Daremos la vuelta al barco y volveremos a Quepos. Cuando avistemos la costa de CR tú y Pepe podéis coger el bote hinchable y remar hasta la playa.
– Pero este barco… es toda mi vida.
– Ya no -dijo Dave-. Lo que ahora tienes que hacer es dar gracias porque todavía tienes una vida que vivir. Puede que no tengas el barco, pero vas a vivir. Si fuera por el gorila que hay arriba, te metería un anzuelo en el labio, te levantaría en el aire para hacerte una fotografía y luego te tiraría al mar para dar de comer a los tiburones.
Malta temblaba visiblemente cuando vació el vaso.
– Joder tío, ¿de verdad?
– De verdad. Es un hombre violento. Y trabaja para un hombre violento. Tony Nudelli. Yo he visto lo que puede hacerle a la gente.
– No tenía ni idea de que Tony estuviera tan furioso conmigo.
– Claro que la tenías, Lou, claro que sí.
– Bien pensado, supongo que sí -dijo Malta-. Fue algo estúpido lo que hice, ¿no?
– Sí que lo fue, Lou.
Malta se levantó del sofá y un tanto vacilante fue hacia las escaleras para bajar a los camarotes.
– Voy a buscar la bolsa.
– Lou, no harás ninguna otra estupidez, ¿verdad? Como salir de ese camarote con una pistola en la mano. Eso es justamente lo que quiere el gorila. Una excusa para mataros a ti y a Pepe. ¿Me entiendes?
– Sí, señor.-Buen chico.
Dave se levantó y siguió a Malta hasta las escaleras. No tenía ni idea de si Al llevaba un arma. Que no hubiera podido embarcar una en el avión no quería decir que no la tuviera ahora. San José tenía aspecto de ser la clase de ciudad donde era fácil comprar una, y sin que te hicieran preguntas. Y no era probable que alguien como Al dejara nada al azar. Tampoco sabía si Lou Malta tenía un arma. Pero si Dave hubiera dejado plantado a alguien como Tony Nudelli, alguien que prestaba dinero a los usureros, se aseguraría de tener un arma siempre a mano. Y probablemente, dos o tres. Así que siguió a Malta abajo y miró por la puerta del camarote para asegurarse. Lou estaba mirando fijamente la bolsa de deporte, como preguntándose qué coger.
– Vamos hombre, que no tenemos todo el día -dijo Dave.
– Ya va, ya va. Hago todo lo que puedo por ti, cabrón desalmado.
– ¿Que haces todo lo que puedes por mí? -Dave sacudió la cabeza y bostezó. Ése era el agradecimiento que recibía por salvarle la vida a aquel tipo.
Malta empezó a meter cosas en la bolsa: cartera, pasaporte, joyas, una botella de Obsesión para hombre, el walkman, el neceser, el teléfono celular.
– Me parece que será mejor que dejes el teléfono -dijo Dave.
– Oh, sí, se-seguro. Vale. Oye, no podría quitarle el chip y dejarlo aquí. No funciona sin…
Impacientándose ahora, Dave dijo:
– Lou, ¿quieres dejar esa mierda de teléfono?
Malta se encogió de hombros y fijó la mirada en el contenido de la bolsa, casi con incredulidad, durante un momento, y luego cerró la cremallera.
– Listo -dijo a punto de llorar y cruzó la puerta.
Dave soltó un gruñido porque necesitaba ir a orinar y le dijo:
– Sube al puente y dile a Pepe que os vais. Yo subiré enseguida.
Al salir a cubierta al cabo de un par de minutos, Dave parpadeó con fuerza debido al deslumbrante sol del Pacífico y aspiró profundamente el fresco aire marino. Desde abajo le llegaba un olor decadente a Obsesión y a algo más que no tenía muchas ganas de identificar. Al estaba inclinado por encima de la barandilla mirando hacia la parte baja de popa, desde donde se hacía la pesca de importancia. Cuando oyó acercarse a Dave se volvió y éste vio que por segunda vez en treinta y seis horas la camisa polo blanca del otro estaba cubierta de sangre.
Dave sacudió la cabeza y dijo:
– ¿Qué pasa? ¿Otra maldita hemorragia nasal?
Un segundo después oyó el fuerte ruido de algo al caer al agua, como si alguien hubiera saltado, y se dirigió hacia la proa. Instintivamente preguntó:
– ¿Dónde está Malta?
– Me golpeó -dijo Al y tiró un trozo de cristal roto por la borda. Era parte del frasco que contenía la cría de pez martillo que había comprado para Petey. El pez muerto yacía ahora en el suelo de teca a los pies de Dave. Estaba rodeado de un montón de gotas de sangre que parecían brillantes monedas rojas. Al se frotaba la parte de atrás de la cabeza, donde el cabello ya clareaba, y parecía un tanto compungido.
Dave, frunció el ceño, sospechando que algo iba mal.
– Al, ¿dónde está el jodido maricón?
– Tiene un problema para hablar -dijo Al señalando con el pulgar hacia popa, detrás de él-; está muerto.
Lou Malta yacía en un charco de sangre que se iba agrandando. Parecía algo que acabaran de sacar de las profundidades del océano, las piernas se agitaban espasmódicamente, como si con una buena sacudida pudieran impulsarle de vuelta al agua revitalizadora. El frasco roto había atravesado la garganta de Malta por la mitad con tanta fuerza que le había cortado el cuello desde la línea de afeitado hasta la espina dorsal.
– Me cago en… -exclamó Dave-. ¿Qué ha pasado?
– ¿Qué podía hacer? Trató de hundirme el cráneo, ese mierda de maricón.
Había una llave inglesa tirada en la cubierta a poca distancia del pez martillo, como confirmando la historia de Al. La bolsa de Lou estaba en la parte de dentro de la puerta del salón, como si la hubiera dejado allí antes de salir afuera para atacar a Al. Pero Dave desconfiaba. Era posible que el mismo Al hubiera dejado allí la llave antes de rajar la garganta de Malta con el frasco de recuerdo. Sin embargo, no era el tipo de arma que Dave hubiera escogido para cometer un crimen. Si Al hubiera querido matar a Malta habría escogido algo un poco más manejable. Algo que no hubiera pensado regalarle a su hijo.
Lou Malta dejó de agitarse antes de que Dave pudiera llegar hasta él. Era evidente que no había nada que hacer.
– Entonces, ¿quién ha saltado por la borda? -preguntó Dave.
– Supongo que el chico. Pepe debe haberme visto matar a su amigo y habrá pensado que él era el siguiente.
– Lo cual no es una conclusión poco razonable.
Dave subió al puente superior para ver mejor los alrededores del barco y, a unos cincuenta metros de distancia vio una pequeña silueta que nadaba con fuerza en dirección a tierra firme. Sentándose en el asiento del piloto, de color crema, Dave puso en marcha los motores y asió el timón.
– ¿Qué estás haciendo? -le chilló Al.
– Voy a buscar a Pepe. Son cinco millas hasta la costa, y hay corriente de resaca. No lo conseguirá nunca.
Abajo, en la cubierta de popa, Al no dijo nada. En lugar de ello, empezó a arrastrar el cuerpo de Lou Malta para pasarlo por encima del yugo de popa sin dejar de maldecirlo por cerdo y maricón.
Dave acercó el barco a Pepe, redujo la velocidad y luego le lanzó un salvavidas sujeto por una cuerda. Pero Pepe, después de lo que había presenciado a bordo del barco, estaba demasiado aterrado para cogerlo.
– Venga, Pepe -le dijo Dave gritando-. Coge la cuerda. Nadie va a matarte, muchacho, te lo prometo.
Dejándose flotar durante un momento, Pepe sacudió la cabeza.
– Ni lo sueñes, tío -dijo, y empezó a nadar de nuevo para alejarse del barco.
Dave volvió al asiento del piloto, les dio un poco de gas a los motores y luego redujo la velocidad como antes. Salió de nuevo y habló con Pepe en español, diciéndole amablemente que el otro tipo no había querido matar a Lou, que había sido un accidente; y que además había sido Lou quien había atacado al otro primero. Le concedía a Al el beneficio de la duda. Pasaron diez minutos de esta guisa y Pepe seguía estando demasiado asustado para coger la cuerda.
– Tírale el bote hinchable y salgamos cagando leches de aquí -apremió Al.
Los ojos de Dave detectaron algo más que emergía brevemente en el agua cerca de Pepe. Parecía un inofensivo tarpón, pensó, de entre 35 y 45 kilos de peso; era un buen tamaño. Un bonito color plateado, con una gran aleta dorsal. Para cuando comprendió lo que era, ya habían llegado más, todos atraídos por la sangre del cuerpo de Malta.
El corazón dejó de latirle y gritó con fuerza a Pepe:
– ¡Cuidado! ¡Pepe, sal del agua! ¡Por todos los santos, coge la jodida cuerda!
Al parecer sin darse cuenta de la presencia de los tiburones, Pepe sacudió la cabeza como si el furioso arrebato de Dave sólo hubiera servido para confirmarle lo que ya sospechaba. Cuando se dio cuenta del motivo de los gritos de Dave, ya era demasiado tarde.
Como si intuyeran que Malta podía esperar, los tiburones concentraron su ataque en el chico que nadaba. Dave observó impotente y horrorizado cómo los tiburones atacaban a Pepe como una banda de matones en el patio de la escuela; primero uno, luego otro y luego todos a la vez, con un audible chasquido de las fauces que Dave sentía en todas las fibras sensibles de su cuerpo. Pepe chilló, palmeó el agua frente a él y, tragando aire y agua, desapareció por un momento bajo la confusión de la espuma y del agua que iba enrojeciéndose. Fue entonces cuando Dave vio qué especie de tiburones eran: martillos, una versión más mortífera de la cría que aún seguía en la cubierta. Dave sintió un escalofrío ante la ferocidad de lo que parecía una venganza. Pepe volvió a aparecer sólo una vez más, agua y sangre brotándole de la boca, chillando todavía, y ya sin una mano. Seguía sacudiendo la cabeza, como si no pudiera creer lo que le estaba pasando y Dave casi se alegró cuando por fin el muchacho desapareció bajo la superficie de las aguas.
Al vociferó:
– ¿Has visto eso? ¿Has visto eso?
Se reía, cruelmente, como si disfrutara del horror de lo que presenciaba y no sintiera más pena por el salvaje final de Pepe que si éste hubiera formado parte del largo reparto de víctimas de una película de serie B.
– Es la jodida Tiburón en vivo, tío. La puta, nunca pensé que vería algo así. Ha sido escalofriante de verdad -sacudió la cabeza-. Sabía que tenía razón. Lo sabía. No te metas nunca en esa jodida agua.
Y luego, como alguien que acaba de presenciar el nacimiento de un niño en vez de su muerte, Al encendió un gran Macanudo.
Dave observó la espumeante ebullición de tiburones, agua y sangre joven hasta que tuvo la certeza de que Pepe no volvería a salir a la superficie y luego cortó la cuerda del salvavidas, que había sido blanca como la nieve y ahora era de un rojo brillante. Lentamente, descendió del puente, sintiendo ganas de vomitar. Al ver la cría de tiburón martillo, pisó con rabia la cabeza en forma de T y luego la lanzó, furioso, al mar.
Al estaba en la cubierta inferior, en el espacio donde había estado el cuerpo de Lou Malta, el cigarro entre los dientes proyectándose por encima de las aguas infestadas de tiburones como si fuera el tubo de cañón de un buque de guerra. Bajando de un salto los peldaños hasta el puente, Dave arrancó el enorme cigarro de la boca de Al y lo tiró al mar, igual que había hecho con la cría de tiburón.
– ¿Qué coño…?
– Tú, asno estúpido -dijo Dave con un rugido-, ¿no sabes nada? Tirar el cuerpo de Malta al agua como hiciste fue igual que enviar a los tiburones un mensaje por correo electrónico. Joder, habrán pensado que era el día de Acción de Gracias.
Al miró alrededor, evasivo.
– Vale, lo siento -respondió chillando también-. No se me había ocurrido.
– Y ahora que estamos en ello, ¿tuviste que matar a Malta? ¿Qué ha pasado con el trato que hicimos?
– Me atacó con la llave, agarré el frasco, lo partí contra el borde del barco y le di con él. No quería matarlo; sólo marcarlo un poco.
– ¿Marcarlo? Casi le cortas la jodida cabeza.
– Sí, bueno, en realidad no me arrepiento de haberlo matado. Maldito pedófilo. Mi hijo Petey no es mucho más joven que ese Pepe.
– Sí, pero gracias a ti, Pepe también está muerto. Gracias a ti, a Pepe lo han devorado los jodidos tiburones. Gracias a ti este barco y Lou Malta fueron probablemente lo mejor que tuvo Pepe en toda su vida. Piensa en ello cuando te fumes tu próximo cigarro de lujo.
Con lento desafío, Al sacó otro Macanudo del bolsillo de sus pantalones manchados de sangre, lo lamió todo a lo largo como si fuera su propio dedo y luego lo encendió. Echó el humo a la cara de Dave y dijo:
– Ya estoy pensando. ¿Y ahora qué mierda pasa?
Dave lo miró a los ojos, odiándolo, y viendo que el odio le era devuelto a paletadas. Sacudió la cabeza y se apartó, asqueado ante la exhibición de sangre fría de Al.
– Larguémonos de aquí. Tenemos aún mucho camino que hacer -dijo.
El puente del Juarista estaba totalmente informatizado y a Dave le llevó menos de una hora familiarizarse con el trazador de gráficos electrónico, el sistema de radar y el piloto automático. Pero cuando hubo tecleado el rumbo a Panamá y al Canal, le quedó muy poco que hacer excepto mirar de vez en cuando a las pantallas del monitor. Con un depósito de combustible que contenía cerca de quince mil litros, un aparato que fabricaba más de dos mil litros diarios de agua dulce y un congelador lleno de comida, eran totalmente autosuficientes para su viaje de vuelta a Miami.
El crucero hasta la ciudad de Panamá y la entrada al canal duraba veinticuatro horas y, ansioso por alejarse de la escena del asesinato de Lou Malta, Dave decidió evitar cualquier puerto de escala y navegar toda la noche. Contento de mantenerse lejos de los hábitos asesinos de Al, permaneció en el puente, arañando, de vez en cuando, una o dos horas de sueño en el sofá. Al, por su parte, permaneció en su camarote, bebiendo cerveza, viendo películas en vídeo y consumiendo varias comidas preparadas en el micro-ondas antes de quedarse dormido hacia medianoche y dormir hasta bien pasada la hora del almuerzo al día siguiente, cuando llegaron a la costa de Panamá. El viaje a través del Canal llevó día y medio y Dave decidió que probablemente habían sido las treinta y seis horas más interesantes que había vivido en cinco años. Tres conjuntos de esclusas -Gatún, Pedro Miguel y Miraflores- levantaban los barcos que llegaban desde el Pacífico por una especie de escalinata líquida hasta dejarlos en el Caribe. No había bombas; la gravedad se encargaba de la transferencia del agua necesaria.
Convocado por las llamadas de Dave para que fuera a ver una de las modernas maravillas del mundo, Al salió finalmente de su camarote, apestando a sudor y cerveza y vestido con una camisa de Dolphins y unos tejanos recortados. Cabeceó, asintiendo sin mucho entusiasmo mientras Dave le explicaba la proeza de ingeniería que era el Canal y se mostró muy poco impresionado por la estrecha proximidad de buques de mucho mayor tamaño.
– Bueno, ¿y ellos que ganan? -preguntó Al.
– ¿Quiénes?
– Los jodidos panameños, esos digo.
– El Canal está controlado por una especie de organismo internacional.
– ¿Sí? ¿Y qué les toca a ellos?
– Cargan una cuota por cruzar el canal, claro.
– ¿Quieres decir algo así como la autopista de peaje de Florida?
Dave sonrió lentamente y respondió:
– Algo así, sólo que cuesta un poco más de veinticinco centavos.
– ¿Cuánto?
– La cuota se basa en el tonelaje del barco.
– ¿Cuánto?
– Mira, una vez cargaron a un tipo que trataba de atravesar a nado el Canal treinta y seis centavos. Y eso fue en 1928. Así que calcula cuánto pueden pedir ahora por un barco como éste.
– ¿Qué es esto, Family Challenge o qué? ¿Cómo coño quieres que lo sepa? ¿Cinco, diez dólares? ¿Cuánto?
Dave disfrutaba, pues sabía perfectamente cuál iba a ser la reacción de Al. Finalmente dijo:
– Hemos pagado mil dólares -Sonrió cuando la mandíbula de Al llegó hasta el suelo.
– No me jodas. No hemos pagado eso.
– Lo juro.
– ¿Mil verdes? Te estás quedando conmigo.
Dave le dio el recibo.
– La cuota media para un gran buque de carga es de unos 30.000 dólares.
– No me jodas. ¿Y la pagan?
– No tienen más remedio que pagarla. A menos que quieran dar toda la vuelta por el cabo de Hornos.
– Mierda, tío, eso es lo que yo llamo un timo.
Al miró, incómodo, al petrolero que estaba amarrado a su lado en la Pedro Miguel.
– La alcantarilla más jodidamente cara en la que he estado nunca -dijo, y sin decir ni una palabra más, volvió a su camarote para ver el Canal Ocho de televisión, del Ejército de Estados Unidos.
Dave sospechaba que la reacción de Al se basaba principalmente en el miedo. Estar en el fondo de una esclusa de más de doce metros de alto mientras se iba llenando con millones de litros de agua, era claustrofóbico. Había fijado rumbo nornoroeste hacia Cancún, en la península mexicana de Yucatán, a una distancia de unas 900 millas. Desde allí pensaba navegar en dirección nornoreste por la costa septentrional de Cuba. Era una ruta que esperaba que les mantendría cerca de tierra, por si se tropezaban con algo peor que el mar algo agitado que, según la previsión del tiempo de la radio, les esperaba. El barco estaba equipado con estabilizadores Gyrogale Quadrafin pero, para ir más rápido y también porque quería castigar a Al por lo que le había pasado a Pepe, Dave había decidido no usarlos. Él era un excelente marino. Al, como ya había deducido, no lo era, y para cuando dejaron atrás la costa de Honduras, Al estaba más verde que un billete de dólar mojado.
Observando cómo vomitaba por encima de la borda por tercera vez en dieciocho horas, Dave sonrió, sádico.
– Parece que has devuelto por casi toda la América Central. Eres un turista de puta madre, eso tengo que reconocértelo, Al. Algo así como un tigre, que marca su territorio con orín; sólo que, por lo que parece, tú prefieres usar vómito -Miró hacia atrás, a unas gaviotas que se estaban dando un festín con lo que Al acababa de devolver-. De todos modos, a las gaviotas parece que les gustas. Por lo menos les gusta lo que comiste para desayunar.
– Otra vez ese gracioso pico tuyo -Al se dejó caer en el sofá del puente y cerró los ojos, descompuesto.
– ¿Gracioso? -Dave se relamió con sorna-. ¿Quieres decir porque no está cubierto de restos de vómito? Sí, podríamos decir que, bien mirado, no está mal.
Miró una de las pantallas que tenía frente a él mientras el piloto automático hacía una pequeña corrección en el rumbo y archivaba simultáneamente la información en el diario de navegación a estima del ordenador. Luego, con un profundo y eufórico suspiro, Dave se puso de pie, se estiró y dijo:
– Eh, Al. ¿El aire de mar no te despierta el apetito? Me parece que iré abajo y me prepararé un buen almuerzo. En este momento podría dar cuenta de un enorme plato de ostras.
Al tragó con fuerza y dijo:
– Te voy a matar como no cierres tu jodido pico.
– No tienes hambre, ¿eh?
– ¿Cuánto falta -dijo Al con un gruñido- para llegar a Florida?
Dave comprobó la parte inferior de la pantalla, donde los datos en tiempo real de posición, rumbo, derrota y hora de llegada prevista se actualizaban segundo a segundo.
– Bueno, según nuestro Hal particular, tardaremos otras cuarenta horas en volver a ver la histórica ciudad de Miami. Eso si no tropezamos con un tiempo realmente malo; lo cual podría retrasarnos algo más. Pero, por lo que veo, no creo que vaya a ser muy diferente del que tenemos ahora. Parece que tú y tus asuntos internos tendréis que acostumbraros a esta clase de mar.
– Y tú, hijo de la gran puta, será mejor que te vayas acostumbrando a tenerme cerca. Puede que no te lo haya dicho todavía, pero soy tu carabina para tu próxima aventura atlántica -dijo Al sonriendo torcidamente.
Dave se rió, burlón.
– ¿Tú? He visto camellos envenenados que hubieran sido mejores marineros que tú.
Al sacudió la cabeza como si estuviera demasiado enfermo para pensar en un insulto adecuado para echarle a la morena y saludable cara del hombre más joven. Exasperado dijo:
– Y además, ¿para qué coño quieres todo ese dinero?
– Esa es una pregunta extraña viniendo de ti. Es como si una puta acusara a otra de promiscuidad.
Al se levantó de golpe y con una mano apretada sobre la boca, que se le abría como un globo, salió a cubierta y se dobló por encima de la borda. Durante los minutos que estuvo fuera, David se entregó a algunos pensamientos filosóficos. Pensó en el golpe y pensó en el dinero, pero sobre todo pensó en dónde estaba: en alta mar, sin nada frente a él salvo la proa del barco, un barco que, además, no estaba nada mal. Había valido la pena hacer el viaje hasta Costa Rica para recogerlo y llevarlo a casa. Quizás no valía las vidas de dos personas, pero él no hubiera podido prever nada de lo que había sucedido. Estaba disfrutando del viaje, un disfrute que tenía un sabor mucho más dulce por lo mucho que Al lo estaba odiando.
Al cruzó tambaleante el umbral del puente, secándose la boca con la manga de su camiseta de fútbol. Se sentó ante la mesa de gráficos y bebió un sorbo de whisky para tratar de aquietar su estómago.
– He estado pensando en tu pregunta, Al -dijo Dave.
– ¿Qué jodida pregunta?
– Por qué quiero todo ese dinero.
– Tenías razón. Era una pregunta jodidamente estúpida.
– ¿Lees libros alguna vez, Al?
– ¿Libros?
Al se acabó el whisky de su vaso y se sirvió otro. Pensaba que si estaba borracho quizás no se daría cuenta de que estaba mareado.
– Sólo he leído tres libros en toda mi vida. Por lo menos, que yo me acuerde. Uno era de Hoyle, sobre el juego. El segundo era el Manual del Propietario de un Jaguar. Tenía un Jaguar, un XJR sobrealimentado. Un coche la leche de estupendo. Y el tercer libro que he leído era sobre los césares romanos. En general, si me interesa un libro, espero a que hagan la película.
– Tendrías que leer más, Al. La mayor parte de los viajes que he hecho en los últimos cinco años han sido en las páginas de un libro. Así que, respondiendo a tu pregunta de antes, quiero comprarme un yate y ver algunos de esos lugares por mí mismo, ¿sabes?
– Madonna quiere ir a Europa. Pero a mí me gusta Las Vegas.
– Uno de los libros que he leído es Los siete pilares de la sabiduría, de Lawrence de Arabia.
– Buena película.
– Trata de cómo se enamoró del espacio vacío del desierto. Eso es lo que yo quiero hacer. Enamorarme de algunos espacios vacíos.
– Te podría presentar a una prima mía. Es el mejor espacio vacío que he visto nunca. Las luces están encendidas, pero no hay nadie en casa. Sólo que la casa está construida como un palacio del copón.
– El desierto, o quizás el páramo. El interior despoblado de Australia. El Yukón. Y, claro, el mar. Al mar, lo adoro.
Al sacudió la cabeza, haciendo una mueca.
– Yo odio el jodido mar.
– La clase de yate que quiero comprar no se parece en nada a éste. Quiero un barco de verdad, con velas. No tiene que ser demasiado grande porque, si no, necesitaría mucha tripulación. Dos personas, incluyéndome a mí, estaría bien. Tengo aquí una foto de la clase de barco que me voy a comprar, ¿quieres verlo?
Dave sacó un trozo de papel del bolsillo, desplegó una foto que había arrancado de un viejo ejemplar de Showboats International y se la enseñó a Al.
– Mira -dijo-, eso es lo que yo llamo un barco. Un queche de veintidós metros, roda tipo clíper, popa en forma de copa de vino, diseño de Scheel. Un barco así cuesta mucho más de doscientos de los grandes. Es un barco perfecto para ver mundo.
Al miró la foto y luego se la devolvió a Dave.
– Todas esas velas… parece un trabajo muy duro.
– Ésa es la cuestión, Al. Eres tú y el mar.
– El mar es una zorra. Y una zorra que te la tiene jurada. La clase de zorra que, incluso cuando vives con ella, sabes que te va a joder y que vas a vivir para lamentarlo. Tienes que seguir adelante y convencerte de que quizás no resultará así, pero sí que resulta así. Si acaso, se porta todavía peor de lo que nunca hubieras imaginado. Es fría, es dura, es cruel y no le importa una puta mierda lo que te pase. Una auténtica revientahuevos. Eso es el jodido mar, tío.
Dave miró a Al con admiración. Y sonriendo dijo:
– ¿Sabes una cosa, Al? Tú también eres todo un romántico.