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Lo que haya

Mientras me dirigía hacia Edens y la pobreza, me sentí como si alguien me estuviera dando vueltas en una silla giratoria. El jerez de Grafalk y la historia de Grafalk me habían sido suministrados claramente con un propósito. ¿Pero cuál? Cuando llegué a casa de Lotty, se me había pasado el efecto del jerez y me dolía el hombro.

La calle de Lotty está incluso más decrépita que el rincón de Halsted donde yo vivo. Las botellas se mezclaban con vasos arrugados de papel en la alcantarilla. Un Impala del 72 caía hacia delante; alguien le había quitado la rueda delantera. Una mujer obesa deambulaba con cinco niños pequeños, todos cargados con una pesada bolsa de la compra. Les gritó en un español chillón. Yo no lo hablo, pero se parece lo bastante al italiano como para darme cuenta de que les hablaba de buen talante, no regañándoles.

Alguien había dejado una lata de cerveza en las escaleras de Lotty. La recogí y me la llevé. Lotty crea una pequeña isla saludable y limpia en la calle y yo quería ayudar a mantenerla.

Olía a pot-au-feu cuando abrí la puerta. Me sentí de pronto muy a gusto allí, a punto de comer un guiso casero en lugar de una comida de siete platos en Lake Bluff. Lotty estaba sentada en la impecable cocina, leyendo. Puso un marcador en el libro, se quitó las gafas de montura negra y colocó ambas cosas en una esquina de la tabla de picar.

– ¡Qué bien huele! ¿Quieres que haga algo…? Lotty, ¿has tenido alguna vez una cubertería de setenta tenedores y cucharas?

Sus ojos oscuros brillaron divertidos.

– No, querida, pero mi abuela sí. Por lo menos setenta. Yo tenía que pulirlos todos los viernes por la tarde cuando tenía ocho años. ¿Dónde has estado que tuvieran setenta tenedores y cucharas?

Le conté mis averiguaciones de la tarde mientras ella terminaba de hacer el guiso y lo servía. Lo comimos con pan vienes de corteza gruesa.

– El problema es que voy en demasiadas direcciones diferentes. Necesito saber lo de Bledsoe. Necesito saber lo de mi coche. Necesito saber lo del dinero de Phillips. Necesito saber quién entró en el apartamento de Boom Boom y mató a Henry Kelvin. ¿Qué es lo que estarían buscando? Revisé todos sus papeles y no tenía nada que me pareciese alto secreto -empujé una cebolla por mi plato, rumiando-. Y, naturalmente, lo principal: ¿quién empujó a Boom Boom al lago Michigan?

– Bueno, ¿qué tareas podrías dejar a los demás? A la policía, por ejemplo, o a Pierre Bouchard. Quiere ayudarte.

– Sí, la policía. Según la familia de Kelvin, no están haciendo nada de nada para localizar a los asesinos. Comprendo el punto de vista del sargento McGonnigal, claro. No tienen ninguna pista auténtica. El problema está en que se niegan a relacionar a Kelvin con Boom Boom. Si lo hicieran, podrían meterse más a fondo y conseguir auténtica información en el puerto. Pero creen que Boom Boom murió de manera accidental. Y lo mismo opinan de mi accidente. Dicen que seguramente fueran gamberros -jugueteé con la cuchara. Era de acero inoxidable y hacía juego con el cuchillo y el tenedor. Lotty tiene estilo.

– Se me ocurre una idea loca. Quiero ir a buscar al Lucelia al próximo puerto en que atraque y hablar claro con Bledsoe. Descubrir en qué ha estado metido y si Grafalk está diciendo la verdad, y si el jefe de máquinas o el capitán pudieron haber manipulado mi coche. Sé que allí puedo hacer algo. Pero tendría que esperar tres o cuatro días. Y quiero hablar con esos tipos ahora.

Lotty frunció los labios, con los ojos alerta.

– ¿Por qué no, después de todo? No volverán antes de… ¿cuánto dijiste? ¿Siete semanas? No puedes esperar tanto tiempo. Se les habrá olvidado todo.

– El modo de hacerlo es seguirles la pista a través de Noticias del Cereal. Publica los embarques y cuándo y dónde se recogen los envíos. De ese modo, la oficina de Bledsoe no podrá avisarle de que voy a ir: me gusta coger a la gente au naturel.

Me levanté y puse los platos en el fregadero, dejando correr el grifo del agua caliente.

– ¿Qué es esto? -preguntó Lotty-. La herida de tu cabeza debe ser peor de lo que creía.

La miré suspicaz.

– ¿Desde cuándo lavas los platos antes de que hayan pasado dos días después de usarlos?

La golpeé con el paño y seguí pensando. La idea sonaba bien. Podía poner a mi espía asociada, Janet, a averiguar lo que ganaba Phillips. Puede que incluso pudiese echarle una mirada a su talonario, aunque seguramente Lois lo guardaba con su fiero aliento de dragón. Si Bouchard estaba en la ciudad, podría enterarse de quién era el tipo que quería comprar una participación de los Halcones Negros. Era la persona que había presentado a Paige y a Boom Boom las Navidades pasadas.

Lotty me aplicó Myoflex en el hombro antes de que me fuera a la cama y me puso un cabestrillo para evitar que moviese la articulación mientras dormía. A pesar de todo, a la mañana siguiente apenas podía mover el brazo izquierdo. No iba a poder conducir aquel maldito coche, y había pensado ir al apartamento de mi primo a mirar sus ejemplares de Noticias del Cereal. La policía ya había acabado allí; tan pronto como recogiera las llaves, podría ir.

Lotty me ofreció su coche, pero no me veía conduciendo con una sola mano un coche con palanca de cambios. Me puse a dar vueltas por el apartamento, disfrutando de una rabieta en primer grado.

Cuando salió hacia la clínica, Lotty dijo secamente:

– No quisiera intervenir, pero ¿qué problemas crees que vas a resolver con tu rabia? ¿No puedes ir haciendo algo por teléfono?

Me puse rígida un momento y luego me relajé.

– Vale, Lotty. Perro-de-presa Warshawski está de momento fuera de juego.

Me lanzó un beso y se marchó. Yo llamé a Janet a la Eudora para ver si podía averiguarme lo que ganaba Phillips.

– No creo que pueda hacerlo, señorita Warshawski. La información acerca de los sueldos es confidencial.

– Janet, ¿no le gustaría que atrapasen al asesino de Boom Boom?

– Bueno, he estado pensando en ello. No veo cómo pudieron asesinarle. Además, ¿quién iba a querer hacerlo?

Conté hasta diez en italiano.

– ¿Le ha estado preguntando alguien acerca de la información que me dio?

No exactamente, me explicó, pero Lois había empezado a hacerle preguntas acerca de lo que hacía en la oficina cuando los demás estaban comiendo. Ayer llegó segundos después de que Janet cerrara el cajón donde estaba archivada la dirección del señor Phillips.

– Si hoy me quedo hasta más tarde, seguro que andará por allí espiándome.

Me di unos golpecitos en los dientes con un lápiz, intentando pensar un modo en que pudiera averiguar el salario de Phillips sin meterse en líos. No se me ocurrió nada.

– ¿Cada cuánto les pagan?

– Cada dos semanas. Nuestra próxima paga es el viernes.

– ¿Habría alguna posibilidad de que mirarse usted en su papelera al final del día? Mucha gente tira la copia de la nómina; quizá él lo haga.

– Lo intentaré -dijo dudando.

– Eso es -le dije animándola-. Sólo una cosa más. ¿Podría llamar a la Pole Star y preguntar dónde estará el Lucelia Wieser los dos próximos días?

Pareció menos dispuesta que nunca, pero tomó nota y dijo que me llamaría.

Bouchard estaba fuera; le dejé un mensaje a su mujer. Después de aquello, no tenía nada más que hacer que dar paseos por la habitación. No quería marcharme del apartamento y dejar escapar la llamada de Janet. Al final, para pasar el tiempo, me puse a hacer ejercicios vocales. Mi madre era cantante y me educó para la música, esperando que pudiese llevar a cabo la carrera operística que le arrebataron Hitler y Mussolini. Aquello nunca funcionó, pero conozco muchos ejercicios respiratorios y puedo cantar todas las arias de Iphigénie en Tauride, la única ópera que mi madre cantó como profesional antes de dejar Italia en 1938.

Estaba a la mitad de la entrada de Ingenia en el segundo acto, chirriando como un acordeón, cuando Janet volvió a telefonear. El Lucelia estaría en Thunder Bay el jueves y el viernes. Descargaba carbón en Detroit hoy y se marcharía esta tarde.

– Y, la verdad, señorita Warshawski, ya no puedo ayudarla más. La estoy llamando desde un teléfono público, pero Lois estuvo encima de mí mientras llamaba a la Pole Star. Ahora que el señor Warshawski se fue, estoy de nuevo en el equipo de mecanógrafas y no hay ninguna razón para que yo haga ese tipo de cosas, ¿sabe?

– Ya sé. Bien, Janet, me ha ayudado mucho y se lo agradezco -dudé un segundo-. Pero hágame un favor: si oye algo sospechoso, llámeme desde casa. ¿Podría hacerlo?

– Supongo -dijo dudando-. Aunque no sé en realidad qué es lo que podría oír.

– Probablemente nada. Sólo por si acaso -le dije con paciencia. Colgamos y me froté el dolorido hombro izquierdo. En alguna parte entre los cientos de libros que cubrían los muros de Lotty debería haber un atlas. Empecé por la sala y seguí mi recorrido. Encontré un mapa de Austria anterior a la Segunda Guerra Mundial, una guía del metro de Londres de 1941 y un viejo atlas de los Estados Unidos. Ninguno de ellos mostraba un lugar en los Grandes Lagos llamado Thunder Bay. ¡Qué gran ayuda!

Al final llamé a una agencia de viajes y pregunté si había vuelos entre Chicago y Thunder Bay. Air Canadá tenía un vuelo diario, que salía de Toronto a las 18,20, llegando a las 22,12 de la noche. Tenía que coger el vuelo de las 15,15 a Toronto.

– ¿A cuánto está de aquí, de todas formas? -pregunté.

Eran siete horas de viaje. El de la agencia no lo sabía. ¿Dónde estaba Thunder Bay? En Ontario. El de la agencia no sabía nada más pero accedió a reservarme una plaza en el vuelo del día siguiente. Doscientos cincuenta dólares para pasar siete horas en un avión; tendrían que pagarme a mí. Lo cargué a mi cuenta de la American Express y le dije que recogería los billetes al día siguiente en O'Hare.

Busqué Thunder Bay en el lado canadiense de los Grandes Lagos, pero seguía sin encontrarlo. Ya sabría dónde estaba cuando llegase.

Pasé el resto del día en un baño de burbujas en Irving Park Y, el gimnasio de las personas pobres. Pago noventa dólares al año para usar el baño y la sala de aparatos Nautilus. Las únicas personas que van allí aparte de mí son aplicados jóvenes decididos a construirse bíceps perfectos o a jugar al baloncesto. No hay pistas de juegos de pelota, ni bares, ni discoteca light ni mallas rosa fuerte de firma.

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