El agua negra estaba muy fría. Me lavó la espuma química del dolorido rostro y pataleé en ella durante unos segundos, tosiendo para aclararme los pulmones. Durante un minuto sentí pánico pensando en las profundidades que se extendían debajo de mí y tragué una bocanada de agua. Escupiendo y temblando me esforcé por relajarme, por respirar profundamente.
Me quité las zapatillas deportivas de un puntapié; luego me doblé en el agua y me quité los calcetines y la camisa. El Brynulf, con las velas desplegadas, se movía a gran velocidad y me había sobrepasado unos treinta pies.
Estaba sola en el agua helada. Tenía los dedos de los pies entumecidos y el agua me hacía daño en la cara. Podía durar veinte minutos; no lo bastante como para nadar hasta la orilla. Miré por encima del hombro. El yate empezó a girar. La luz de las llamas se veía a través de los ojos de buey de estribor. Una bengala iluminó las aguas y Grafalk me localizó en seguida. Yo traté de no sentir pánico, de respirar normalmente.
El barco seguía acercándose. Nadando de espaldas, vi a Grafalk en la proa con un rifle en la mano. Cuando el Brynulf estuvo junto a mí, tomé aire y me sumergí bajo la quilla. Me fui empujando hasta que salí por la parte de atrás. El motor no estaba en marcha; cuchillas de hélice no podían hacerme rodajas.
Algo me golpeó en la cara cuando salí a la superficie. Uno de los cabos utilizados para amarrar el barco colgaba por el agua. Lo agarré y me dejé arrastrar por el Brynulf hasta que Grafalk encendió otra bengala para buscarme por el agua. Se volvió hacia la popa. Su rostro apareció por el costado. El rifle me apuntó. Yo estaba demasiado entumecida para sumergirme.
Vi un brillo cegador, pero no provenía del rifle. El hornillo de gas debía de haber explotado. El golpe hizo que me soltara de la cuerda y desvió el brazo de Grafalk. Una bala cayó en el agua junto a mí y el yate se alejó. Una escotilla reventó y una chispa rodó hasta el timón.
Trozos del yate volaron y pasaron junto a mí. Me agarré a un tablón y me subí en él, pataleando como un perro. Me dolía el hombro izquierdo a causa del frío.
El Brynulf siguió alejándose de mí con las velas aún al viento, mientras Sandy luchaba con ellas, abandonándolas al fin hasta que colgaron flaccidas. El yate flotaba en un pequeño círculo a unas quince yardas de mí, movido por el calor del fuego.
Grafalk apareció junto a Sandy. Yo estaba lo bastante cerca como para ver su mata de pelo blanco. Discutía con Sandy, lo agarraba. Lucharon a la luz parpadeante. Sandy se soltó y saltó por la borda.
Grafalk sacudió los brazos, furioso. Caminando hasta la popa rifle en mano, buscó por el agua y me encontró. Me apuntó con el rifle y se quedó así durante un largo minuto, mirándome. Yo estaba demasiado helada como para sumergirme, demasiado helada como para hacer otra cosa que mover las piernas mecánicamente arriba y abajo.
De pronto, dejó caer el rifle y alzó el brazo derecho en un saludo. Despacio, caminó hacia el timón en llamas. Hubo otra explosión que me sacudió los brazos entumecidos. Debió desfondar el casco, pues el barco comenzó a hundirse.
Creí ver a Odín, al que no le importan los crímenes, viniendo a buscar a aquel vikingo intemporal para llevárselo en su barcodragón de fuego. Cuando el barco desapareció, una repentina ráfaga incendió una de las velas, que pasó sobre mi cabeza e iluminó las tenebrosas aguas. Odín me llamaba. Me agarré a mi tablón, con los dientes castañeteando.
Unas manos extrañas me sacaron del agua. Estaba agarrada al tablón con todas mis fuerzas. Balbucía cosas acerca de dioses y barcos en forma de dragones. No había rastro del Brynulf.