Cuando me desperté, me zumbaba la cabeza y me sentía fatal. La luz del sol entraba por una ventana y me cegaba. Aquello no tenía sentido; duermo con las cortinas echadas. Alguien debía de haberse colado en mi casa mientras dormía y había abierto las cortinas.
Sujetándome la cabeza con una mano, me senté. Estaba en un sofá, en una habitación desconocida. Mis zapatos, mi bolso y mi chaqueta se hallaban en una mesilla junto a mí con una nota.
Vic
No pude conseguir que se mantuviese despierta el tiempo suficiente como para que me dijese su dirección, así que me la he traído al Hancock. Espero que se encuentre a gusto.
R. F.
Fui dando tumbos por la habitación hasta salir a un pasillo enmoquetado, buscando el baño. Me tomé cuatro aspirinas de un bote que encontré en el botiquín y me preparé un baño caliente en la larga bañera amarilla. No encontré paños en los estantes, así que mojé una toalla de manos y me la enrollé en la cabeza. Después de media hora en el agua, empecé a sentirme más como si fuese yo misma y no una alfombra tras una limpieza primaveral. No podía creer que me hubiera emborrachado tanto con una sola botella de vino. Debieron ser dos.
Me envolví en una bata que encontré detrás de la puerta del cuarto de baño y salí por el pasillo a buscar la cocina, pequeña pero bien equipada, con sus cromados y blancas superficies brillando. Un reloj colgaba de la pared junto al frigorífico. Cuando vi la hora, acerqué la cara para ver si estaba funcionando. Las doce y media. No me extrañaba que Ferrant se hubiese marchado.
Dando vueltas por allí me encontré una cafetera eléctrica y café en una lata, y me hice una taza. Al beberlo solo, recordé los acontecimientos de la noche anterior: el encuentro con Paige y la cena con Ferrant. Recordaba de modo confuso haber llamado a la Escuela Naval de los Grandes Lagos. Me acordé de la razón. Ahora que estaba sobria, seguía pareciéndome una buena idea.
Llamé a la escuela desde un teléfono blanco que encontré en la cocina. En esta ocasión me contestó un joven. Le dije que era detective, lo que interpretó como si fuera policía. Mucha gente lo cree y es mejor no desilusionarles.
– Niels Grafalk tiene su yate privado en la escuela -dije-. Quiero saber si se lo llevó el domingo de madrugada.
El joven marinero me puso con el muelle, para que hablara con el guarda.
– El señor Grafalk maneja su barco en privado -me dijo el guarda-. Podemos preguntar y averiguarlo.
Le dije que sería estupendo y que volvería a llamar dentro de una hora. Me puse la ropa de nuevo. Ya estaba un poco sucia por entonces. Había perdido un traje pantalón de cuero, vaqueros y dos camisetas a resultas de aquel caso. Puede que fuera hora de comprar ropa nueva. Me fui del apartamento de Ferrant, bajé en el ascensor y crucé la calle hasta Water Tower Place, donde me regalé un nuevo par de vaqueros y una camisa roja con una raya amarilla en diagonal en Field's. Más fácil que volver a mi apartamento en aquel momento.
Me fui al Loop. No había estado en la oficina desde la mañana en que hablé con la señora Kelvin, y el suelo junto a la puerta estaba cubierto de correo. Lo revisé rápidamente. Facturas y publicidad. Ninguna solicitud de millonarias para que encontrase a sus maridos desaparecidos. Tiré el montón a la basura y telefoneé de nuevo a la Escuela Naval.
El joven marinero estaba dispuesto a ser útil.
– Llamé a la oficina del almirante Jergensen, pero allí nadie sabía nada del barco. Me dijeron que llamara al chófer del señor Grafalk, que es el que suele ayudarle cuando el señor Grafalk quiere salir en el barco. Él quiso saber por qué lo preguntábamos, así que le dije que la policía estaba interesada, y él dijo que el barco no había salido el sábado por la noche.
Le di las gracias débilmente por su ayuda y colgué. No había previsto aquello. Llamaron a Grafalk. Por lo menos dijeron que era la policía y no dieron ni nombre, ya que no le había dicho al marinero quién era. Pero si había pruebas en el barco, se darían buena prisa en borrarlas.
Dudé en si llamar a Mallory, pero no veía el modo de convencerle de hacer un registro. Pensé en los posibles argumentos que podía utilizar. Él seguía creyendo que Boom Boom y yo habíamos sido víctimas de distintos accidentes. Nunca iba a poder convencerle de que Grafalk era un asesino. A menos que tuviese una muestra de la sangre de Phillips cogida en el yate de Grafalk.
Pues muy bien. Conseguiría la muestra. Me dirigí a una caja fuerte empotrada en la pared de mi oficina. No soy Peter Wimsey y no dispongo de un laboratorio policial completo, pero poseo los rudimentos, como productos químicos que detectan la presencia de sangre. Y unas cuantas bolsas de plástico autoadhesivas para meter muestras. Tengo también allí dentro una navaja de la Armada, así que la cogí. Con una hoja de tres pulgadas, no servía como arma, sino como herramienta. Su hoja afiladísima era ideal para cortar un trocito de alfombra, de cubierta o de lo que fuera el sitio donde estuviese la prueba. Mis ganzúas y una lupa completaban el conjunto.
Vacié el bolso, me puse el carnet de conducir y la licencia de detective en el bolsillo con algo de dinero y metí mi equipo de investigadora en el compartimento de cremallera. Fui a buscar mi coche a Grant Park, donde me cobraron cincuenta dólares. No estaba segura de recordar todos mis gastos para pasarle una nota a los bienes de Boom Boom. Necesitaba ser más metódica y anotarlos.
Eran más de las cuatro cuando llegué a la autopista de Edens. Mantuve el velocímetro a sesenta y cinco millas hasta llegar al peaje. El tráfico era intenso, la primera tanda de ejecutivos que salían hacia el norte de la ciudad, y fui por el carril rápido a la velocidad de los demás para no arriesgarme a que me pusieran una multa y al retraso que eso me produciría.
A las cinco salí hacia la carretera 137 y me dirigí hacia el lago. En lugar de girar por Green Bay hacia Lake Bluff, entré por Sheridan Road y giré a la izquierda, siguiendo la carretera que llevaba a la Escuela Naval de los Grandes Lagos.
Había un guardia a la entrada de la base. Le eché mi sonrisa más simpática, intentando con todas mis fuerzas no parecer una espía soviética.
– Soy la sobrina de Niels Grafalk. Me está esperando para asistir a una fiesta a bordo del Brynulf Nordemark.
El guardia consultó una lista en un cuaderno.
– Oh, es el barco privado que el almirante permite tener aquí. Pase.
– Me temo que es la primera vez que vengo. ¿Puede decirme por dónde voy?
– Siga la carretera hasta los muelles. Luego gire a la izquierda. No tiene pérdida. Es el único velero privado que tenemos aquí.
Me dio un pase por si acaso alguien me hacía preguntas. Deseé haber sido una espía soviética; era un sitio muy fácil de entrar.
Seguí la tortuosa carretera pasando junto a barracones desnudos. Los marineros paseaban en grupos de dos o tres. También pasé junto a algunos niños. No sabía que vivían familias en la base.
La carretera llevaba hasta los muelles, como dijo el guardia. Antes de llegar al agua, vi los mástiles de los barcos sobresaliendo. Más pequeños que los cargueros, cubiertos de torretas y equipos de radar, los barcos de la Armada parecían amenazadores incluso a la dorada luz de la tarde primaveral. Al conducir junto a ellos me estremecí y me concentré en la carretera. Estaba llena de baches a causa de los vehículos pesados que rutinariamente la utilizaban, y el Omega iba dando saltos de hoyo en hoyo.
Unas cien yardas más allá, en espléndido aislamiento, estaba el Brynulf Nordemark. Era un hermoso navio de dos mástiles, con las velas cuidadosamente enrolladas. Pintado de blanco con una raya verde, era un barco esbelto que flotaba airoso tirando de las cuerdas que lo ataban al muelle, como un cisne o cualquier otro pájaro acuático, natural y grácil.
Aparqué el Omega al otro lado de la carretera y caminé hasta el pequeño embarcadero al que estaba amarrado el Brynulf. Tirando suavemente de uno de los cabos para acercarlo, me agarré a la barandilla de madera y subí a cubierta.
Todos los detalles eran de teca, barnizados y pulidos hasta brillar. La caña del timón tenía una base de bronce resplandeciente y el panel de instrumentos, también de teca, contenía una colección de chismes a la última: girocompás, anemómetro, sonda de profundidad y otros instrumentos que no conocía. Recordé que el abuelo de Grafalk había comprado el barco; Grafalk debía haber puesto al día el equipamiento.
Sintiéndome como la caricatura de un detective, saqué la lupa de mi bolso y empecé a examinar la cubierta de rodillas, como Sherlock Holmes. La exploración me llevó algo de tiempo y no descubrí nada ni remotamente parecido a la sangre sobre la bien pulimentada cubierta. Seguí la inspección por los costados. Justo cuando iba a abandonar la cubierta, me fijé en dos cabellos rubios enganchados en la barandilla de estribor. El pelo de Grafalk era blanco, el del chófer, color arena. Phillips había sido rubio, y aquél era un buen sitio para que le golpeasen la cabeza cuando le arrastraban fuera del barco. Gruñendo de satisfacción, cogí un par de pinzas de depilar de mi bolso, pillé los cabellos y los metí en una bolsita de plástico.
Un corto tramo de escaleras junto al timón conducía a la cabina. Me detuve un minuto, con la mano en la rueda, para mirar por la cubierta antes de bajar. Nadie me miraba. Al empezar a bajar por las escaleras, me llamó la atención un gran almacén que estaba al otro lado de la carretera. Era un edificio de uralita ondulada, como los demás edificios de la base. Marcado con triángulos rojos, tenía un cartel muy claro sobre la entrada: DEPÓSITO DE MUNICIONES, EXPLOSIVOS. PROHIBIDO FUMAR.
Ningún guardia patrullaba ante el depósito. Evidentemente, si uno tenía entrada libre a la base, no iba a llevarse las municiones. Grafalk pasaba ante el lugar cada vez que salía a navegar. Su chófer tendría seguramente herramientas para poder romper el candado de las puertas correderas. Como amigo del almirante, Grafalk podría incluso haber entrado con alguna excusa verosímil. Me preguntaba si tendrían un inventario de sus explosivos. ¿Sabrían si les habían desaparecido cargas de profundidad suficientes como para volar un barco de mil pies?
Bajé por las escalerillas y llegué a una puerta cerrada que conducía a las habitaciones. Eran más de las seis y el sol empezaba a ponerse. No entraba mucha luz por la caja de la escalera y tuve que actuar un rato con las ganzúas en las cerraduras antes de que la puerta se abriera. Un gancho en la pared se enlazaba con otro gancho en la puerta para que se mantuviera abierta.
Lo que se me había olvidado era una linterna. Busqué una luz y finalmente encontré una cadena conectada a una lámpara en el techo. Al tirar de ella vi que estaba en un pequeño pasillo enmoquetado de verde, a juego con la raya del barco. Una puerta cerrada a mi derecha se abría al dormitorio principal con una cama grande, paredes cubiertas de espejos y remates de teca. Una puerta de armario corredera se abría para mostrar una buena colección de ropa de hombre y de mujer. Miré dudando la ropa de mujer: Paige y la señora Grafalk eran las dos bajas y delgadas. La ropa podía haber sido de cualquiera de las dos.
El dormitorio principal tenía un baño anexo con una bañera y un lavabo de grifos dorados. No me parecía probable que Grafalk y Phillips se hubiesen peleado allí.
Volví al pasillo y encontré otros dos dormitorios, menos lujosos, cada uno con cuatro camas, a babor. Un comedor con una vieja mesa de caoba atornillada al suelo y un juego completo de porcelana Wedgwood en un bonito aparador estaba junto a ellos, cerca ya de la popa. Al lado, en el extremo de la popa, había una cocina muy bien equipada con hornillo de gas. Entre el dormitorio principal y la cocina, a estribor, había una sala en la que los marineros podían leer o jugar al bridge o beber cuando hacía mal tiempo. Un armario abierto poco profundo mostraba unos cuantos decantadores y una buena colección de botellas. El whisky era JB. Me sentí decepcionada: la primera muestra de mal gusto por parte de Grafalk. Puede que Paige escogiera el whisky.
A menos que hubieran golpeado a Phillips en la cubierta, me parecía que lo más probable era que lo hubiesen hecho en el comedor o en la sala. Empecé por la sala. Contenía una mesa de juego cubierta de cuero y un escritorio, varias sillas, un sofá y una pequeña chimenea con fuego eléctrico.
El suelo de la sala estaba cubierto con una alfombra verde gruesa. Mientras inspeccionaba la habitación, intentando decidirme por el mejor sitio para empezar, me di cuenta de que la parte de alfombra de delante de la chimenea estaba recién cepillada y en otro sentido que el resto de la alfombra. Aquello parecía prometedor. Fui hacia la parte cepillada y empecé a revisarla con mi lupa. Encontré otro cabello rubio. Nada de sangre, pero sí un olor a un limpiador fuerte, tipo Top Job. La alfombra estaba ligeramente húmeda al tacto, aunque ya habían pasado tres días tras la muerte de Phillips. Olisqueé otras partes de la alfombra, pero el olor a limpiador y la humedad estaban sólo en la parte de delante de la chimenea.
Me puse de pie. Ahora el problema iba a ser conseguir que viniese la policía a hacer un registro más serio. Con su equipo podían detectar sangre en la alfombra en cantidades microscópicas. Puede que lo que debiera hacer fuese cortar un pedazo de la alfombra y llevarlo para que lo examinasen. Si había sangre en él, sería más probable que quisieran ver de dónde provenía el pedazo. Utilizando mi navaja, corté una pequeña sección de fibras del lugar donde había encontrado el cabello rubio.
Al poner el trozo de tela en una de mis bolsitas de muestras, oí un golpe en la cubierta. Me senté muy quieta y me puse a escuchar. La cabina estaba tan bien aislada que no se oía gran cosa. Luego, otro golpe más suave. ¿Niños de la base jugando por los muelles?
Me metí la bolsa de muestras en el bolsillo. Agarrando firmemente la navaja, fui hacia la puerta y apagué la luz. Esperé dentro de la habitación, escuchando. Al otro lado del pasillo oía un débil murmullo de voces masculinas. Eran personas mayores, no niños.
Los pasos avanzaban sobre mí hacia la proa. A popa, un motor se puso en marcha. El barco, que había estado flotando sobre el agua, se puso a vibrar y empezó a moverse lentamente hacia atrás.
Miré a mi alrededor para encontrar un lugar en el que esconderme. No había ninguno. La mesa de juego y el sofá no ofrecían protección alguna. A través del ojo de buey de la sala vi un destructor deslizándose, luego el cemento gris de un rompeolas y finalmente una pequeña boya blanca, con una luz que lanzaba destellos verdes cuando pasamos junto a ella. Salíamos del canal hacia aguas abiertas. Escuchando tras la puerta, oí el agudo sonido del viento al golpear contra la tela; estaban izando las velas. Luego, más voces, y finalmente unos pasos en la escalera enmoquetada.
– Espero que no se ponga a jugar al escondite conmigo, señorita Warshawski. Conozco este barco mucho mejor que usted. -Era Grafalk.
El corazón me latía locamente. Se me estaba revolviendo el estómago. Me quedé sin aliento y demasiado débil como para hablar.
– Sé que está aquí. Vimos su coche en el embarcadero.
Hice varias respiraciones con el diafragma, exhalando el aire lentamente en una escala descendente, y salí al pasillo.
– Buenas tardes, señor Grafalk. -No era la frase más brillante del mundo, pero las palabras me salieron sin temblar. Me sentí muy contenta conmigo misma.
– Es usted una joven muy lista. Informada también. Así que no hará falta que le diga que se ha metido usted en una propiedad privada. Es una hermosa noche para navegar, pero creo que hablaremos más tranquilos aquí abajo. Sandy podrá manejar el barco solo durante un rato ahora que las velas están desplegadas.
Me cogió el brazo con una garra de acero y me llevó con él hacia el interior de la sala, encendiendo la luz de nuevo con la otra mano.
– Siéntese, señorita Warshawski. ¿Sabe usted? Goza de mi más profunda admiración. Es usted una dama llena de recursos y con buen instinto de supervivencia. Ya debería haber muerto varias veces. Y me ha impresionado la reconstrucción que hizo para Paige. Me ha impresionado mucho.
Llevaba ropa de noche, un traje negro ceñido a sus anchos hombros y estrechas caderas. Estaba muy elegante con él y tenía una expresión de excitación contenida que le hacía parecer más joven.
Me soltó el brazo y me senté en una de las sillas rectas de cuero junto a la mesa de juego.
– Gracias, señor Grafalk. Tendré que pedirle referencias la próxima vez que me las pida un cliente.
Se sentó frente a mí.
– Oh, me temo que sus clientes van a verse pronto privados de sus servicios, señorita Warshawski. Una lástima, ya que tiene usted capacidad para serle de ayuda a la gente. Por cierto, ¿para quién está trabajando ahora? No será para Martin, espero.
– Trabajo para mi primo -dije.
– Qué quijotesco por su parte. Vengando la memoria del fallecido Boom Boom. Paige dice que no cree usted que cayera bajo el Bertha Krupnik accidentalmente.
– Mis padres me contaron lo de Santa Claus a una edad muy temprana. Paige no me ha parecido nunca muy ingenua, de todos modos. Sólo quiere ver las cosas del modo menos molesto.
Grafalk sonrió un poco. Abrió el armario de los licores y sacó un decantador.
– ¿Un poco de Armagnac, Vic? No le importará que la llame así, ¿verdad? Warshawski es un nombre muy difícil y tenemos ante nosotros una larga conversación… No culpe a Paige, querida Vic. Es una persona muy especial, pero tiene unas fuertes necesidades materiales que proceden de su infancia. ¿Conoce la historia de su padre?
– Un cuento desgarrador -dije secamente-. Es sorprendente que ella y su hermana pudiesen seguir viviendo.
Volvió a sonreír.
– La pobreza es relativa. De cualquier modo, Paige no quiere arriesgar su actual modo de vida pensando en nada que sea… demasiado peligroso.
– ¿Qué opina la señora Grafalk de la situación?
– ¿Quiere decir con Paige? Claire es una mujer admirable. Ahora que nuestros dos hijos han acabado la universidad, ella está absorbida por un sinnúmero de obras de caridad, todas muy respaldadas por Grafalk. Reclaman toda su atención y está encantada de saber que la mía está en otra parte. Por desgracia, nunca se interesó mucho por la Grafalk Steamship.
– ¿Mientras que Paige se desvive por ella? No puedo imaginármelo.
– ¿Está segura de que no quiere un poco de Armagnac? Es muy bueno.
– Le creo. -Mi estómago se resistía a admitir más alcohol después del St. Émilion de la noche anterior.
Se sirvió un poco más.
– Paige está en una posición en la que se tiene que interesar por lo que me interesa a mí. No me importa saber que he comprado su atención; es muy intensa y encantadora aunque sea comprada. Y me temo que la naviera es lo que más me importa de todo.
– ¿Tanto que por ella mató a Phillips y a Mattingly, obligó a Phillips a empujar a mi primo del muelle e hizo saltar al Lucelia Wieser para protegerla? Ah, sí, me olvidaba de Henry Kelvin, el vigilante nocturno del edificio de Boom Boom.
Grafalk estiró las piernas e hizo dar vueltas al coñac en su copa.
– Técnicamente, Sandy fue el que hizo el trabajo sucio. Sandy es mi chófer y mi factótum. Puso las cargas de profundidad en el Lucelia; es muy buen buceador. Fue hombre rana en la Armada y sirvió en mi barco en la Segunda Guerra Mundial. Cuando se licenció le contraté.
– Pero usted es el inductor. Ante la ley son igualmente responsables.
– La ley tendría que descubrirlo antes. Por ahora, no parece muy interesada por mí.
– Cuando tenga las pruebas de que Phillips recibió aquí la herida de su cabeza, su interés subirá mucho.
– Sí, pero, ¿quién va a decírselo? Sandy no. Yo no. Y usted me temo, no estará con nosotros cuando volvamos a puerto. Así que usted tampoco.
Estaba intentando asustarme y lo estaba consiguiendo.
– Phillips le llamó el sábado por la noche después dé recibir mi mensaje, ¿verdad?
– Sí, me temo que Clayton se estaba viniendo abajo. Era un buen hombre a su estilo, pero se preocupaba demasiado por los detalles. Sabía que si usted le contaba a Argus lo de las facturas, su carrera terminaría. Quería que yo hiciese algo para ayudarle. Desgraciadamente, no había mucho que yo pudiera hacer ya.
– ¿Pero por qué le mató? ¿Qué daño podía hacerle que se supiera que había estado usted mezclado en un asunto de comisiones en los cargamentos? Usted posee el control de las acciones de la Grafalk Steamship. Su consejo de dirección no puede forzarle a dimitir.
– Oh, estoy de acuerdo. Por desgracia, aunque no mezclásemos a Clayton en el… percance del Lucelia, conocía demasiado bien mis sentimientos hacia Martin. Sospechó que yo era el responsable y me amenazó con decírselo a la Guardia Costera si no le protegía ante Argus.
– Así que le hizo usted un agujero en la cabeza. ¿Qué utilizó? ¿Uno de esos morillos? Y lo llevó al puerto. Meterlo en el Gertrude Ruttan fue el toque macabro. ¿Qué habría hecho si Bledsoe no hubiera tenido un barco en el puerto?
– Usar el de algún otro. Me pareció más poético utilizar el de Martin. ¿Cómo se le ocurrió?
– No era tan difícil, Niels. La policía patrulla por esas instalaciones. Preguntaron a todo el mundo que había estado en el puerto entre la medianoche y las seis de la mañana del domingo, inspeccionando también sus coches, estoy segura. Así que el que puso el cuerpo en las bodegas tuvo que entrar en el puerto sin pasar por el control de policía. Una vez que me di cuenta de eso, era evidente que lo tenían que haber llevado en un barco. Un helicóptero habría llamado mucho la atención.
Se sintió herido en su orgullo al ver que trataba su gran idea tan a la ligera.
– No correremos esos riesgos con usted, Vic. La dejaremos a un par de millas de la costa con un buen peso que la mantenga en el fondo.
Siempre he temido a la muerte por ahogamiento más que a ninguna otra: el agua oscura chupándome hacia dentro. Me temblaban ligeramente las manos. Las apreté contra mis costados para que Grafalk no las viera temblar.
– Fue la destrucción del Lucelia lo que no pude entender al principio. Sabía que estaba usted enfadado con Bledsoe por haberle abandonado, pero no me daba cuenta de lo mucho que le odiaba. Además, los contratos de embarque de la Eudora que vi me confundieron. Había muchas órdenes de embarco que la Pole Star había cedido a la Grafalk Steamship. Durante un tiempo pensé que estaban de acuerdo, pero la explosión del Lucelia no significaba ninguna ventaja financiera para Bledsoe. Más bien al contrario. Entonces él me dijo, el lunes, que le había presionado usted cuando buscaba financiación para el Lucelia. Sabía que nunca conseguiría el dinero si se corría la voz de que había estado en prisión por estafa. Así que prometió usted no hablar si le daba algunos de sus contratos. Aquello explicaba también lo del agua en sus bodegas. Una vez que el Lucelia estuvo financiado, ya podía decírselo al mundo entero sin que a nadie le importara. Empezó a ofrecer condiciones más ventajosas, considerablemente, que usted, y usted mandó a Mattingly a sobornar a uno de sus marineros para que inundara sus bodegas. Así que perdió la carga, y de un modo bastante caro.
Grafalk ya no estaba tan relajado. Alzó las piernas y las cruzó.
– ¿Cómo sabe eso? -preguntó ásperamente.
– Boom Boom vio allí a Mattingly. Escribió a Pierre Bouchard que había visto a Mattingly en extrañas circunstancias. Pensé que habría sido aquí, en el Brynulf, pero Paige me contó que Mattingly no era de la partida. El único lugar extraño aparte de éste donde mi primo podía haber visto a Mattingly era en el puerto. Esto preocupó lo bastante a Boom Boom como para decirle a Bouchard que siguiera a Mattingly, y no lo hubiera hecho por algo trivial… Pero lo que en realidad quiero saber, Niels, es cuánto tiempo hace que la Grafalk Steamship está perdiendo dinero.
Se levantó con un movimiento repentino e hizo caer su copa de coñac.
– ¿Quién le ha dicho eso?
– Niels, es usted como un elefante furioso. Está dejando un rastro de árboles destrozados a su paso y cree usted que nadie los ve. No hacía falta que me dijera que la Grafalk Steamship es la única cosa que de verdad le importa. Me pareció obvio el día que le conocí.
Después, su furia con Bledsoe por haberle dejado era totalmente irracional. La gente deja el trabajo todos los días para buscar otro o para instalarse por su cuenta. Comprendo que se sintiese usted herido si fue el que le dio a Bledsoe su oportunidad. ¡Pero, por Dios! Se comportó usted como el rey Ricardo cuando uno de sus barones rompe el juramento de fidelidad. Bledsoe no trabajaba para Grafalk Steamship. Trabajaba para usted. Fue una ofensa personal cuando le dejó.
Grafalk volvió a sentarse. Recogió su vaso y se sirvió más Armagnac; le temblaba la mano.
– Es usted un hombre bastante listo, y no necesita dinero. No personalmente. No había razón alguna para que se mezclase en los asuntos de Clayton para su lucro personal. Pero su compañía necesitaba ayuda.
El primer día que estuve en el puerto oí a su nuevo expedidor intentando conseguir órdenes. No podía bajar las ofertas lo bastante. Trabaja usted con esa flota tan anticuada… Cuando el Leif Ericsson se estrelló contra el muelle, Martin Bledsoe preguntó si así era como pensaba usted deshacerse de sus viejos barcos. Fue cuando usted le aguijoneó con lo de su pasado en prisión. Él reaccionó violentamente y la atención de la gente se dispersó. Pero usted necesitaba deshacerse de sus viejos barcos. Martin no había podido convencerle de que fabricase barcos de mil pies y usted estaba atrapado con aquellos viejos barcos poco rentables.
Barrió el decantador de la mesa con una violencia que lo mandó volando contra la pared de estribor. El decantador se rompió y una lluvia de cristales y Armagnac me cayó por la espalda.
– ¡Nunca pensé que fuesen rentables! -gritó-. Son demasiado grandes. No hay muchos puertos en los que puedan entrar. Estoy seguro de que son un capricho pasajero -cerró los puños y su cara adquirió una expresión iracunda y pensativa-. Pero entonces empecé a perder pedidos y no podía recuperarlos. ¡Y Martin! ¡Maldito sea! Le salvé de la cárcel. Le devolvía la vida. ¿Y cómo me lo agradece? Construyendo ese maldito Lucelia Wieser y alardeando de él bajo mis narices.
– ¿Por qué no construyó usted uno en aquel momento? -pregunté enfadada.
Me enseñó los dientes.
– No podía permitírmelo. Por entonces la compañía ya estaba endeudada. Había hipotecado muchas de mis otras empresas y no podía encontrar a nadie que me prestase tanto dinero. Entonces conocí a Phillips y a su patética esposa y vi la manera de conseguir al menos algunos pedidos. Pero el otoño pasado su dichoso primo empezó a meter las narices por todas partes. Sabía que, si descubría la verdad, tendríamos problemas, así que le mandé a Paige.
– Ya conozco esa parte. Ahórremela; esas historias sentimentales me dan náuseas… ¿Por qué hizo volar el Lucelia?
– Aquella salida de Martin… Si había lanzado el Ericsson deliberadamente contra el muelle… Al principio deseé poder hacer estallar la flota entera y cobrar el seguro. Luego tuve una idea mejor. Deshacerme del Lucelia y cerrar la parte alta de los lagos para los grandes barcos al mismo tiempo. No puedo mantener la esclusa Poe así para siempre. Pero he conseguido que tres de esos bastardos se queden parados en Whitefish Bay. Tendrán que darse paseítos entre Thunder Bay y Duluth durante los próximos doce meses y no hay sitio lo bastante grande para que amarren en invierno allí.
Rió como un demente.
– Este verano podré llevar mucha mercancía. Iré a los astilleros la primavera próxima. Podré empezar a invertir en nuevos cargueros el año que viene. Y barreré a Martin.
– Ya. -Me sentía cansada y deprimida. No se me ocurría ningún modo de detenerle. No había dejado a nadie pistas de mi investigación. No le había hablado a nadie de los documentos pegados en el interior de los ejemplares de Fortune.
Como si me leyera el pensamiento, Grafalk añadió:
– Paige me dijo que tenía usted las facturas con las que Boom Boom amenazó a Clayton. Sandy fue a su casa esta mañana temprano; no había por allí chicos con cuchillos del pan. Tuvo que destrozar un poco el sitio, pero las encontró. Qué lástima que no estuviera usted allí. Nos preguntábamos dónde estaría.
La ira había cedido en el rostro de Grafalk y volvió la mirada de excitación contenida.
– Y ahora, Vic, le toca a usted. Quiero que venga conmigo a cubierta.
Saqué mi navaja del bolsillo de atrás. Grafalk sonrió tolerante al verla.
– No ponga dificultades, Vic. Le aseguro que la mataremos antes de tirarla por la borda; no se va ahogar de manera desagradable.
Me latía el corazón más deprisa cada vez, pero tenía las manos tranquilas. Recordé un día de mucho tiempo atrás, cuando Boom Boom y yo nos vimos atrapados por una pandilla de la parte sur. La excitación en el rostro de Grafalk le hacía parecerse a aquellos gamberros de doce años.
Grafalk empezó a rodear la mesa para atraparme. Le dejé seguirme hasta que él estuvo detrás de ella y yo de espaldas a la puerta. Me volví y corrí por el pasillo hasta la proa, desgarrándome la manga de la camisa con la navaja al correr. Me corté la piel del brazo y la sangre me cayó hasta la mano.
Grafalk esperaba que corriese hacia las escaleras y gané unos segundos. En el comedor, tiré el armarito con la porcelana Wedgwood. El cristal salió volando por toda la habitación y las tazas y los platillos cayeron de sus ganchos con el balanceo del barco y se rompieron en el suelo. Corrí detrás de la mesa y froté mi brazo sangrante por las cortinas.
– ¿Qué está haciendo? -chilló Grafalk.
– Dejando pistas -jadeé. Arañé con la navaja la mesa de caoba y froté mi sangre por los arañazos.
Grafalk se quedó momentáneamente paralizado mientras yo cortaba la tela de una silla. Abrí las puertas rotas del armario de la porcelana y barrí con el brazo el resto de los cacharros, ignorando los cristales que me cortaban. Grafalk se recobró y corrió tras de mí. Yo le tiré una silla y me fui a la cocina.
El hornillo de gas estaba allí y a mí se me ocurrió una idea loca. Giré un mando y apareció una llama azul. Cuando Grafalk entró tras de mí, arranqué la cortina del ojo de buey y la acerqué al quemador. Se prendió inmediatamente. La agité ante mí como si fuera una antorcha, la moví hacia todos lados y prendí las otras cortinas de la cocina.
Grafalk se acercó con un aparejo y yo me aparté. Cayó pesadamente y yo volví corriendo con mi antorcha al comedor, donde incendié las cortinas. Grafalk me persiguió con un extintor. Empezó a rociarme a mí y a las cortinas. La espuma química me entró en los pulmones y me cegó a medias. Sujetándome la camisa delante de la cara, corrí por el pasillo y las escaleras hasta la cubierta.
Grafalk me pisaba los talones utilizando el extintor.
– ¡Detenla, Sandy, detenla!
El hombre de pelo color arena me miró desde el timón. Me agarró y se llevó un trozo de mi camisa nueva. Corrí hacia la popa. Era de noche y el agua estaba negra mientras el Brynulfh atravesaba. Las luces de otros barcos parpadeaban en la distancia y yo grité inútilmente pidiendo socorro.
Grafalk se precipitó en cubierta detrás de mí, con el rostro convertido en una máscara de maníaco y el extintor ante él. Contuve el aliento y salté por la borda.