Caminó junto a mí hasta el Golden Glow, que está en la esquina de Jackson y Federal. Es un lugar para gente que bebe en serio; no tiene quiche ni palitos de apio para seducir a los bebedores de vino blanco que van de camino a los trenes de cercanías. Sal, la imponente mujer negra dueña del lugar, tiene una barra de caoba en forma de herradura, reliquia de una vieja mansión de Cyrus McCormick, y siete minúsculos compartimentos embutidos en un lugar encajonado entre un banco y una compañía de seguros.
Llevaba varias semanas sin ir por allí y ella vino hasta nuestro compartimento en persona a tomar nota. Pedí lo de costumbre, un Johnnie Walker etiqueta negra, y Ferrant un martini con ginebra. Le pedí a Sal el teléfono y ella trajo uno a la mesa.
En mi contestador tenía un mensaje de Adrienne Gallagher, la mujer que conocía en el Fort Dearborn Trust. Había dejado el número de su casa y el recado de que podía llamarla antes de las diez.
Una niña pequeña contestó al teléfono y llamó a su mamá con voz aguda.
– Hola, Vic, tengo la información que querías.
– Espero que no te vayan a echar del trabajo ni del colegio de abogados por eso.
Soltó una risita.
– No, pero me debes un poco de trabajo detectivesco gratis. Bien, el caso es que el apartamento es propiedad de Niels Grafalk… ¿Vic? ¿Estás ahí? ¿Hola?
– Gracias, Adrienne -dije mecánicamente-. Avísame cuando necesites ese trabajo detectivesco.
Colgué y llamé al Windy City Balletworks para ver si tenían función aquella noche. Una voz grabada me dijo que las representaciones tenían lugar de miércoles a sábado a las ocho; los domingos, a las tres. Hoy era martes: Paige debía estar en casa.
Ferrant me miró cortésmente.
– ¿Algún problema?
Hice un gesto de disgusto.
– Nada que no sospechase desde esta mañana. Pero de todos modos es muy desagradable. Grafalk posee pisos, aparte de todo lo demás.
– ¿Sabe, señorita War…? ¿No tiene usted un nombre de pila? No consigo pronunciar su apellido sin hacerme un nudo en la lengua… Vic, se está comportando usted de un modo muy misterioso. Me parece entender que cree que Grafalk está detrás de los daños a la esclusa Poe, ya que nos hemos pasado la tarde tratando de demostrar que pierde dinero. ¿Le importaría contarme qué está pasando?
– En otro momento. Tengo que hablar con una persona esta misma noche. Lo siento, ya sé que es una grosería abandonarle así, pero tengo que verla.
– ¿A dónde va? -preguntó Ferrant.
– A la Gold Coast.
Me dijo que se venía conmigo. Me encogí de hombros y me dirigí a la puerta. Ferrant trató de poner algo de dinero sobre la mesa, pero Sal se lo impidió.
– Ya me pagará Vic cuando tenga dinero -dijo.
Llamé a un taxi en Dearborn. Ferrant entró conmigo, preguntando aún qué estaba pasando.
– Se lo diré más tarde -dije-. Es una historia demasiado larga como para empezar a contarla dentro de un taxi.
Nos detuvimos ante un macizo edificio de ladrillo rosa pálido con esquinas de cemento blanco y contraventanas lacadas en blanco. Ya era de noche, pero las farolas de hierro forjado iluminaban la fachada del edificio.
Ferrant se ofreció a acompañarrme dentro, pero le dije que era algo que tenía que hacer sola. Se quedó mirándome mientras llamaba a la campanilla, colocada en una caja de cobre iluminada en el exterior de la puerta. Un teléfono interior se encontraba también dentro de la caja para comunicarse con los inquilinos. Cuando la voz de Paige me llegó metálica a través del micrófono, puse una voz aguda y le dije que era Jeannine. Abrió la puerta de entrada desde arriba.
Las escaleras estaban alfombradas de azul con dibujo de rosas. Mis cansados pies se hundieron agradablemente en el pelo. Paige estaba esperándome en la puerta, en lo alto de las escaleras, vestida con su albornoz blanco, sin maquillar y con el pelo recogido con una toalla, como se lo había visto después de los ensayos.
– ¿Qué te trae por la ciudad, Jeannine? -estaba diciendo cuando me vio aparecer. El resto de la frase murió en su garganta. Se quedó un segundo demasiado largo inmóvil por la sorpresa. Llegué a la puerta cuando ella empezaba a cerrarla de golpe y la empujé para entrar.
– Vamos a hablar, Paige. Una pequeña conversación íntima.
– No tengo nada que decirte. ¡Sal de aquí antes de que llame a la policía! -La voz le salía en un ronco susurro.
– Estás en tu casa. -Me senté en un amplio sillón tapizado de brocado color teja y contemplé la amplia y luminosa habitación que tenía a mi alrededor. Una alfombra persa cubría unos dos tercios del oscuro parquet. Cortinas de brocado dorado estaban recogidas a los lados de las ventanas que dominaban la calle Astor y bajo ellas colgaba una gasa transparente-. A la policía le va a interesar mucho tu papel en la muerte de Boom Boom. Llámales, por favor.
– Piensan que fue un accidente.
– Pero ¿y tú, querida Paige? ¿También tú lo piensas?
Volvió la cara, mordiéndose el labio.
– Jeannine me dijo esta mañana que tu función consistía en seguirle los pasos a mi primo y saber lo que iba averiguando. Pensé que se refería a ella y a Clayton. Pero no estaba hablando de ellos ¿verdad? No, le seguías los pasos para Grafalk.
No dijo nada, pero se quedó mirando un cuadro de la pared oeste como si buscase inspiración en él. Parecía una copia muy buena de Degas. Que yo supiese, podía ser un original. Incluso a pesar de las pérdidas de la compañía naviera, Niels Grafalk podía permitirse regalarle a su amante ese tipo de chuchería.
– ¿Cuánto hace que eres amante de Grafalk?
Las mejillas se le colorearon de rojo.
– Qué comentario más ofensivo. No tengo nada que decirte.
– Entonces te lo diré yo. Corrígeme si me equivoco. Jeannine y Clayton se mudaron a Lake Bluff hace cinco años. Niels sabía que Clayton estaba manipulando las facturas de la Eudora. Prometió no decirle nada a Argus si Clayton empezaba a darle a Grafalk una posición preferente en las órdenes de embarque.
– No sé nada acerca de la Grafalk Steamship Line.
– Tú y tu hermana sois tan puras, Paige… No queréis saber nada acerca de dónde viene vuestro dinero con tal de que haya suficiente para gastar.
– Apenas conozco a Niels Grafalk, Vic. Le he conocido en alguna reunión en casa de mi hermana. Si él y Clayton tenían algún tipo de acuerdo financiero, yo sería la última persona en enterarme.
– Y una mierda, Paige. Grafalk es el dueño de este apartamento.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó, sentándose de pronto en un sofá junto a mí-. ¿Te lo dijo Jeannine?
– No, Paige. Tu hermana ha guardado tu secreto. Pero los títulos de propiedad son públicos en Chicago. Tenía curiosidad acerca de este lugar, ya que sospechaba que Windy City no podía permitirse pagarte tanto. Bueno, ¿por dónde iba? Ah, sí. Grafalk consiguió que Clayton le diese trato preferente. A cambio, Grafalk le ayudó a abrirse camino en la sociedad de Lake Bluff cuando se mudaron allí. Les introdujo en el Club Náutico y todo lo demás. Bien, naturalmente no te gusta que Jeannine disfrute ella sola de las cosas buenas de la vida… y viceversa. Así que empezaste a pasearte con ella por el Club Náutico. La verdad es que la señora Grafalk es una mujer muy interesante, pero está siempre ocupadísima con sus caridades y Ravinia y la Sociedad Sinfónica, y Niels te vio y pensó que eras la cosa más bonita que había visto en su vida. Tú viste allí tu oportunidad y hace tres años, cuando Feldspar rehabilitó este edificio, Niels te trajo aquí. ¿Voy bien por ahora?
Paige habló en voz muy baja:
– Eres totalmente insufrible, Vic. No entiendes absolutamente nada de todo esto, ni del tipo de vida que llevo.
La interrumpí.
– Jeannine ya me ha dado todos los detalles conmovedores acerca de la caída de la familia Carrington por la pendiente de la pobreza y la consiguiente humillación. Pero piensa que soy demasiado vulgar como para entender lo estremecedor que debe haber sido para vosotras dos. Lo que en realidad me importa es lo que pintaba mi primo en todo esto. Me dijiste hace unas semanas que os habíais enamorado. ¿Creíste que mi primo era una perspectiva mejor porque no estaba casado? No tanto dinero, pero podrías llevarte la mayoría.
– Cállate, Vic, cállate. ¿Crees que no tengo sentimientos en absoluto? ¿Sabes lo que sentí cuando me enteré de que Boom Boom había muerto? No tenía elección. ¡No tenía elección! -la última frase la dijo alzando cada vez más la voz.
– ¿Qué quieres decir? -me controlaba con mayor dificultad cada vez-. Claro que tenías elección. Si hubieses amado de verdad a Boom Boom, podrías no haber hecho un montón de cosas. Y él no vivía exactamente en la pobreza, incluso para la media de Lake Bluff.
Sus ojos color miel estaban llenos de lágrimas. Alzó una mano en actitud suplicante.
– Vic, Niels lo paga todo. Este sitio. Los muebles. Mis cuentas en Saks y a mí. Magnin me cuesta mil dólares al mes. Él lo paga sin preguntar nada. Si quiero ir a Mallorca el mes de octubre, él paga las facturas de American Express. Le debo mucho. Me parecía muy poca cosa salir unas cuantas veces con tu primo y averiguar si sabía algo de las facturas.
Me agarré a los brazos del sillón para no levantarme y estrangularla.
– ¡Muy poca cosa! Nunca pensaste en Boom Boom como en una persona, con sentimientos o derecho a vivir, ¿verdad?
– Me gustaba Boom Boom, Vic. Por favor, tienes que creerme.
– No creo nada de lo que dices. Nada. ¡Te atreves a llamarme a mí insufrible! -me detuve y traté de dominarme-. Dime lo que ocurrió el día que fuisteis a navegar. El sábado antes de que asesinaran a mi primo.
Parpadeó.
– No digas eso, Vic. Fue un accidente. Niels me aseguró que había sido un accidente y la policía lo cree así.
– Sí, bueno, cuéntame lo de la excursión a vela. Mattingly estaba allí, ¿verdad? Y Phillips. Grafalk, naturalmente. ¿Cuál era el propósito?, ¿para qué llevaste allí a Boom Boom?
– Mattingly no estaba, Vic. No hago más que repetirte que no le conozco. Me acusas de ser insensible, pero no lo soy. Cuando le conté a Niels que Boom Boom… se había acercado mucho a la verdad acerca de las facturas, quiso que Clayton se deshiciera de él de inmediato. Pero yo le dije que no lo hiciera -levantó la barbilla y me miró con orgullo-. Fuimos allí para ver si Niels conseguía que Boom Boom viese las cosas a su modo. El sábado parecía como si aquello fuese posible. Pero al lunes siguiente tuvo una pelea tremenda con Clayton acerca del asunto y Niels dijo que no servía de nada hablar con él y que sería mejor que hiciésemos algo antes de que llamase a Argus. Pero entonces… entonces él resbaló y se cayó, y se acabó el asunto. Me sentí muy aliviada. Me aterrorizaba la idea de que Niels pudiera hacer algo horrible.
Me tocaba a mí quedarme sin habla. No encontraba palabras para expresar mi horror y mi furia. Finalmente, solté:
– Intentasteis sobornar a Boom Boom y no funcionó. Vosotros, la gentuza, no podéis entenderlo. Le disteis la oportunidad de corromperse y él la rechazó… ¿Y qué hay del agua en las bodegas del Lucelia? ¿Qué tiene eso que ver con Clayton y Niels?
Se quedó desconcertada.
– No sé de qué estás hablando.
– El Lucelia perdió un cargamento de cereal porque alguien echó agua en las bodegas. Boom Boom iba a hablar de ello con el capitán antes de llamar a Argus… No importa. ¿Y qué pasó con Clayton? ¿Estabas con Niels el domingo por la mañana, cuando le agujereó la cabeza a Clayton?
Me miró con cierto reproche.
– No creo que debas hablarme así, Vic. Puede que no apruebes mis relaciones con Niels, pero es mi amante.
Me dio un ataque de risa nerviosa.
– ¡Que no apruebo…! Por Dios, Paige, eres una cosa rara. ¿Qué me importáis a mí tú y Grafalk? Lo que me importa es lo que los dos hicisteis a mi primo. Por eso vuestras relaciones me apestan.
Paige miró el reloj.
– Bien, bueno, no estoy de acuerdo contigo. Creo que ya te he explicado por qué me siento obligada con Niels. Va a llegar dentro de unos minutos, además, así que, a menos que quieras encontrarte con él, te sugiero que te vayas.
Me levanté.
– Una cosa más, Paige, querida. ¿Era la fotocopia de las facturas de la Grafalk lo que estabas buscando en el apartamento de Boom Boom el día después del funeral? Si lo eran, yo las encontré. Y en lo que se refiere a la carta que Boom Boom te escribió «Hermosa Paige», no creo que te la mandase al Royal York en Toronto en absoluto. Te escribió el domingo antes de morir, ¿verdad? Para decirte que no quería volver a verte. La pusiste en un sobre viejo para demostrarme que os escribíais cartas de amor. Sabías que no iba a mirar más que el encabezamiento y no iba a leer la carta -ahogué un sollozo. Si seguía allí, iba a perder los restos de autocontrol que aún me quedaban.
Paige me miró con ojos sombríos y llenos de odio mientras avanzaba por la alfombra persa hacia la puerta. Por una vez, su aspecto exquisito la abandonó: le aparecieron arrugas alrededor de la boca y los ojos y pareció más vieja.