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Un vaso en la mano

– Soy Mike Sheridan, maquinista jefe del Lucelia Wieser.

– Y yo soy V. I. Warshawski, investigadora privada.

El camarero nos trajo las bebidas, vino blanco para mí y vodka con tónica para Sheridan.

– Tiene algo que ver con Boom Boom Warshawski, ¿verdad?

– Soy su prima… ¿Estaba usted en el Lucelia Wieser cuando cruzó el Bertha Krupnik y él cayó bajo su hélice la semana pasada?

Asintió y yo comenté con entusiasmo lo pequeño que era el mundo.

– He estado intentando encontrar a alguien que pudiera haber visto morir a mi primo. Para decirle la verdad, creo que no tengo muchas posibilidades, a juzgar por la multitud que el choque de antes ha reunido. -Le expliqué mis pesquisas y por qué el Lucelia Wieser estaba incluido en ellas.

Sheridan bebió un poco de vodka.

– Tengo que admitir que sabía quién era usted cuando estaba en el muelle. Alguien lo dijo y yo quise hablar con usted -sonrió disculpándose-. La gente cotillea mucho en un lugar como este… Su primo iba a venir a hablar con John Bemis, el capitán del Lucelia, aquella tarde. Decía saber algo acerca de un acto de vandalismo que nos impidió cargar durante una semana. De hecho, esa es la razón por la que estábamos amarrados allí en medio: se suponía que teníamos que recoger grano del silo de Eudora, pero acabamos con agua en las bodegas. Tuvimos que secarlas y volver a sacar un permiso antes de poder cargar.

– ¿Quiere decir que alguien metió agua deliberadamente en sus bodegas?

Asintió.

– Supusimos que lo hizo un miembro descontento de la tripulación. Le pedimos que dejase el barco. No organizó un escándalo por ello, así que creo que teníamos razón. Pero su primo parecía hablar en serio y, naturalmente, Bemis quería hablar con él. No sabrá usted lo que tenía en la cabeza, ¿verdad?

Sacudí la cabeza.

– Eso es parte de mi problema. No había visto a Boom Boom desde dos o tres meses antes de que muriera. Para decirle la verdad, estaba muy preocupada de que hubiera podido… bueno, dejarse caer deliberadamente porque estuviese muy deprimido por no poder patinar ni jugar más al hockey. Pero por lo que está usted diciendo y lo que dijo Pete Margolis en el silo, debía estar muy implicado en lo que estaba sucediendo aquí, no deprimido ni nada. Sin embargo, me encantaría saber si alguien del Bertha o del Lucelia vio en persona el accidente.

Sheridan sacudió la cabeza.

– Es cierto que estábamos amarrados allí, pero el Bertha Krupnik se encontraba entre nosotros y el muelle. No creo que nadie del Lucelia pudiese ver nada.

El camarero volvió a tomar nota; le dijimos que necesitábamos unos minutos para estudiar el menú. Volvió a los treinta segundos, tosiendo para disculparse.

– El señor Grafalk pregunta si la señora y usted no querrían reunirse con él y el señor Phillips en su mesa.

Sheridan y yo nos miramos sorprendidos. Yo no me había dado cuenta de que hubiese entrado ninguno de los dos. Seguimos al camarero por la alfombra rosa y violeta hasta una mesa en una esquina al otro extremo. Grafalk se levantó para estrecharle la mano a Sheridan.

– Gracias por interrumpir la comida para unirte a nosotros, Mike. -Para mí añadió-: Soy Niels Grafalk.

– Encantada, señor Grafalk. Soy V. I. Warshawski.

Grafalk llevaba una chaqueta de suave tweed hecha a medida y una camisa blanca con el cuello abierto. No hacía falta que me dijeran que había nacido con dinero para saber que era un hombre acostumbrado a controlar las cosas que pasaban a su alrededor. Exhalaba un aire marinero con su pelo blanqueado y la cara roja de viento y sol.

– Phillips me ha dicho que estuvo usted haciendo unas preguntas a Percy MacKelvy. Ya que estoy yo aquí, puede que quiera usted decirme por qué está interesada en la Grafalk Steamship.

Me embarqué en una historia que ya parecía un poco trillada.

– El señor MacKelvy pensó que tendría que preguntarle a usted antes de decirme dónde está el Bertha Krupnik -terminé.

– Ya veo -Grafalk me observó con mirada penetrante-. Phillips me ha dicho que era usted investigadora privada. Pensé que tal vez hubiera decidido andar fisgoneando un poco por mi compañía.

– Cuando la gente se encuentra con un policía inesperadamente, a menudo se sienten culpables: crímenes innombrables aparecen para enfrentarse a ellos. Cuando se encuentran con un investigador privado, suelen ponerse a la defensiva: no venga a meter las narices en mis asuntos. Estoy acostumbrada -dije.

Grafalk echó la cabeza hacia atrás y dejó oír un estallido de risa. Sheridan me echó una sonrisa sardónica, pero Phillips parecía tan tenso como siempre.

– Si tiene usted un minuto libre después de comer, acompáñeme de vuelta a la oficina. Pediré a Percy que investigue las andanzas del Bertha para usted.

El camarero vino a tomar nota. Pedí una alcachofa rellena de gambas. Grafalk pidió trucha del lago a la plancha, igual que Phillips. Sheridan pidió un filete.

– Cuando te pasas nueve meses del año en el agua, la carne tiene un atractivo sólido y terrenal.

– Así que dígame: ¿Qué hace una joven como usted metida a detective? ¿Trabaja para una compañía o para usted misma?

– Llevo unos seis años trabajando por mi cuenta. Antes era abogado en la oficina del fiscal del Estado en Cook County. Me cansé de ver a pobres tipos inocentes yendo a parar a Stateville porque la policía no iba a continuar sus investigaciones y encontrar a los verdaderos responsables. Y me cansé aún más de ver a listos culpables sinvergüenzas salir libres porque podían permitirse pagar a abogados que sabían cómo saltarse las leyes a la torera. Así que pensé, quizá a la Doña Quijote, que iba a ver lo que podía hacer yo por mejorar la situación.

Grafalk sonreía divertido por encima de un vaso de Niersteiner gutes Domthal.

– ¿Quién suele contratarla?

– Hago bastante trabajo de investigación sobre delitos financieros. Es mi especialidad. La Compañía Transicon; ese asunto del año pasado con Seguros Ajax y los afiladores… Acabo de terminar un trabajo que tenía que ver con un fraude por ordenador en transferencias telegráficas en un pequeño banco en Peoría. Relleno los huecos buscando a testigos desaparecidos y entregando citaciones a gente que no quiere perder un día en el juzgado.

Grafalk seguía mirándome con la misma sonrisa divertida: un hombre rico disfrutando de las debilidades de la gente de clase media. ¿Qué hace la gente normal cuando no posee una compañía naviera? La sonrisa se volvió rígida. Estaba mirando a alguien que estaba detrás de mí al que aparentemente no quería ver. Me volví cuando un hombre sólido con un serio traje gris se acercó a la mesa.

– Hola, Martin.

– Hola, Niels… Qué hay, Sheridan. ¿Niels está intentando conseguir que le ayudes con el Ericsson?

– Qué hay, Martin. Esta es V. I. Warshawski. Es la prima de Boom Boom Warshawski. Anda por aquí haciéndonos algunas preguntas acerca de la muerte de su primo -dijo Sheridan.

– Encantado, señorita Warshawski. Sentí mucho el accidente de su primo. Ninguno de nosotros le conocía bien, pero todos le admirábamos como jugador de hockey.

– Gracias -dije.

Me lo presentaron como Martin Bledsoe, propietario de la Pole Start Line, que poseía el Lucelia Wieser. Cogió una silla libre que había entre Sheridan y Phillips, preguntando a Grafalk si no le importaba que se sentase con nosotros.

– Encantado de tenerte aquí, Martin -dijo el vikingo con calor. Me debía haber imaginado la tensión en su sonrisa unos minutos antes.

– Siento lo del Ericsson, Niels. Vaya jaleo que hay allí. ¿Sabéis lo que pasó?

– Parece que se estrelló contra el muelle, Martin. Pero lo sabremos con seguridad cuando se haga una investigación completa.

Me pregunté de pronto qué estaba haciendo allí Grafalk, comiendo tranquilamente, cuando fuera le esperaban unos daños por valor de unos cuantos cientos de miles de dólares.

– ¿Qué ocurre en un caso así? -pregunté-. ¿Tienen un seguro que cubra los daños del casco?

– Sí -Grafalk hizo una mueca-. Tenemos cobertura para todo. Pero esto va a aumentar un montón mi prima… Prefiero no pensar en ello ahora, si no le importa.

Cambié de tema haciéndole algunas preguntas generales acerca del transporte por barco. Su familia poseía la compañía más antigua que aún trabajaba en los Grandes Lagos. Era también la más importante. Un antepasado noruego la había fundado en 1838 con un clíper que llevaba pieles y mineral de hierro de Chicago a Buffalo. Grafalk se entusiasmó bastante, recordando algunos de los barcos más grandes y de los hundimientos de la flota familiar, y luego se disculpó:

– Perdone, soy un fanático de la historia naval… Hace tanto tiempo que mi familia está metida en ello… Bueno, pues mi yate se llama Brynulf Nordemark en memoria del capitán que se hundió tan galantemente en 1857.

– Grafalk es un marino fantástico por derecho propio -apuntó Phillips-. Maneja dos barcos: el viejo yate de su abuelo y un barco de carreras. Corres la Mackinac todos los años, ¿verdad, Niels?

– Sólo me he perdido dos desde que me gradué en la universidad. Cosa que seguramente sucedió antes de que usted naciera, señorita Warshawski.

Había ido a Northwestern, otra tradición familiar. Yo recordaba vagamente un Edificio Grafalk en el campus de Northwestern y el Museo Marítimo Grafalk junto al acuario Shedd.

– ¿Y la Pole Star Line? -pregunté a Bledsoe-. ¿Es también una vieja compañía familiar?

– Martin es un recién llegado -dijo Grafalk alegremente-. ¿Cuántos años tiene la PSL actualmente? ¿Ocho?

– Antes tenía el trabajo de Percy MacKelvy -dijo Bledsoe-. Así que Niels recuerda cada uno de los días que pasaron desde mi deserción.

– Bueno, Martin, tú eras el mejor expedidor del negocio. Me sentí abandonado cuando quisiste hacerte de la competencia… Por cierto, he oído algo acerca de un sabotaje en el Lucelia. Eso tiene mala pinta. ¿Fue uno de los miembros de tu tripulación?

Los camareros nos trajeron la comida. Aunque deslizaban los platos frente a nosotros sin apenas mover el aire, fue distracción suficiente para que me perdiera la expresión de Bledsoe.

– Bueno, los daños fueron cosa de poco, al final -dijo. -En el momento me puse furioso, pero al menos el barco está intacto; habría sido una putada tener que pasarse la mayor parte de la temporada arreglando el casco del Lucelia.

– Es verdad -admitió Grafalk-. Tienes dos barcos más pequeños además, ¿verdad? -me sonrió amablemente-. Nosotros tenemos sesenta y tres navíos más para solucionar cualquier trastorno que el accidente del Ericsson haya podido causar.

Yo me preguntaba qué demonios estaba pasando allí. Phillips estaba sentado muy rígido, sin hacer la menor intención de comer nada, mientras que Sheridan parecía pensar para encontrar algo que decir. Grafalk comió unas verduras picadas y Bledsoe atacó su pez espada a la plancha con apetito.

– Y aunque mi jefe de máquinas la jodíese allí, estoy convencido de que el chaval debía estar demasiado nervioso y de que cometió un error. No es lo mismo que tener vandalismo deliberado entre la tripulación.

– Tienes razón -dijo Bledsoe-. Me preguntaba si esto era parte de tu programa para desechar tus barcos de 360 pies.

Grafalk dejó caer el tenedor. Un camarero se acercó y colocó uno nuevo en la mesa.

– Estamos satisfechos con lo que hemos conseguido -dijo Grafalk-. Pero espero que tú hayas podido localizar tu problema, sin embargo, Martin.

– Yo también lo espero -dijo Bledsoe educado, cogiendo su vaso de vino.

– Es tan molesto que no te puedas fiar de alguien de tu propia empresa… -insistió Grafalk.

– Yo no iría tan lejos -respondió Bledsoe-, pero es que nunca he compartido tu visión hobbesiana del contrato social.

Grafalk sonrió.

– Tienes que explicarme eso, Martin. -Se volvió hacia mí de nuevo-. En el colegio de Martin se aprendían muchas cosas de memoria. A mí me fue más fácil, ya que era un caballero: no se esperaba de nosotros que lo supiésemos todo.

Empezaba a reírme cuando oí un ruido de un vaso al romperse. Me volví con los demás para mirar a Bledsoe. Había aplastado el vaso de vino con la mano y los fragmentos transparentes que salían de su palma se estaban volviendo rojos rápidamente. Mientras me ponía de pie de un salto para llamar a un médico, me pregunté qué sería lo que había pasado allí. De todos los comentarios de Grafalk, el último había sido el menos ofensivo. ¿Por qué habría producido tan extraordinaria reacción?

Mandé al preocupadísimo maitre d'hótel a llamar a una ambulancia. Me confesó en un momento de pánico muy poco profesional que no debía haber permitido nunca que el señor Bledsoe se uniese al señor Grafalk. Es que… el señor Bledsoe no era un caballero, no tenía sensibilidad, no se podía impedir que anduviese metiéndose en lugares a los que no pertenecía.

Un pánico silencioso dominaba nuestra mesa. Los hombres miraban impotentes el charco rojo que iba creciendo sobre el mantel, sobre el puño de la camisa de Bledsoe, sobre su regazo. Le dije que una ambulancia estaba al llegar y que mientras tanto deberíamos ir sacando todos los cristales posibles de su mano. Mandé a los camareros por otro cubo de hielo y empecé a envolver la mano de Bledsoe con hielo y unas cuantas servilletas.

A Bledsoe le dolía, pero no corría peligro de desvanecerse. Se maldecía a sí mismo por su estupidez.

– Tiene razón -le dije-. Ha sido una solemne estupidez. De hecho, no sé si he visto alguna vez algo igual. Pero lamentarse no va a arreglar nada, así que ¿por qué no se concentra en el presente?

Sonrió un poco y me dio las gracias por mi ayuda.

Eché una rápida mirada a Grafalk. Nos miraba con una expresión extraña. No era piedad ni era satisfacción. Era una expresión especulativa. Pero, ¿sobre qué?

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