La noche siguiente me encontró huyendo de su frío cortante con indicios de nieve, aunque el calendario indicaba algo menos inclemente, para meterme en la cálida, lujuriosa y viciada atmósfera del Casino Oriental, con los bolsillos repletos de fajos de billetes, el dinero fácil de Emil Becker.
Compré un montón de fichas del valor más alto y luego fui hasta el bar para esperar la llegada de Lotte a una de las mesas de juego. Después de pedir una copa, lo único que tenía que hacer era alejar a las animadoras y chocolateras que zumbaban a mi alrededor, decididas a hacerme compañía, a mí y a mi cartera, lo que me hizo apreciar con más precisión qué debe significar ser el culo de un caballo en pleno verano. Ya habían dado las diez cuando apareció Lotte en una de las mesas y para entonces las pulsaciones de mi verga estaban empezando a ser más desganadas. Esperé unos cuantos minutos más, por guardar las apariencias, antes de llevarme el vaso hasta el tapete verde de Lotte y sentarme directamente frente a ella.
Lotte midió la pila de fichas que yo había ordenado pulcramente delante de mí y frunció los labios en un gesto igualmente pulcro.
– No creía que fuera un tipo extravagante -dijo, queriendo decir un jugador-. Pensaba que tenía más sentido común.
– Quizá sus dedos me traigan suerte -dije alegremente.
– Yo no contaría con ello.
– Bien, de acuerdo, lo tendré presente.
No soy nada especial como jugador de cartas. Ni siquiera podría decir cómo se llamaba el juego en el que participaba. Así que fue con una considerable sorpresa como, al cabo de veinte minutos de juego, descubrí que casi había doblado mi fondo original de fichas. Me parecía de una lógica perversa que tratar de perder dinero a las cartas fuera igual de difícil que tratar de ganarlo.
Lotte me dio cartas del mazo y volví a ganar. Al levantar la vista de la mesa observé a Traudl sentada frente a mí, jugando con una pequeña pila de fichas. No la había visto entrar en el club, pero a esas alturas había tanta gente que podía no haber visto a Rita Hayworth.
– Supongo que es mi noche de suerte -comenté para nadie en particular cuando Lotte empujó mis ganancias haciamí. Traudl se limitó a sonreír como si fuera un extraño para ella y se preparó para hacer su modesta apuesta.
Pedí otra bebida y, concentrándome al máximo, traté de hacer un intento para ser un auténtico perdedor, cogiendo carta cuando tenía que haberme plantado, apostando cuando tendría que haberlo dejado y tratando de soslayar la suerte en todas las oportunidades posibles. De vez en cuando, procuraba jugar de forma sensata para que lo que estaba haciendo fuera menos evidente. Pero al cabo de otros cuarenta minutos había conseguido perder todo lo que había ganado, así como la mitad de mi capital original. Cuando Traudl dejó la mesa, después de verme perder el suficiente dinero de su novio como para quedar satisfecha de que había sido usado para el propósito que le había dicho, apuré la copa y suspiré con exasperación.
– Parece que, después de todo, no es mi noche de suerte -dije sombrío.
– La suerte no tiene nada que ver con la forma en que juega -murmuró Lotte-. Solo espero que fuera más hábil en el acuerdo que hizo con aquel capitán ruso.
– No se preocupe por él, eso ya está resuelto. No tendrá ningún otro problema por ese lado.
– Me alegro.
Me jugué la última ficha, la perdí y luego me levanté de la mesa diciendo que quizá tendría que agradecerle a König su oferta de trabajo, después de todo. Con una sonrisa compungida, volví a la barra, donde pedí una copa y observé, durante un rato, a una chica en topless que danzaba una parodia de baile latinoamericano en la pista, al sonido metálico y espasmódico de la banda de jazz del Oriental.
No vi que Lotte dejara la mesa para hacer una llamada, pero al cabo de un rato König bajó por las escaleras del club. Iba acompañado por un pequeño terrier, que se mantenía pegado a sus talones, y por un hombre más alto y de aspecto más distinguido, que llevaba una chaqueta Schiller y la corbata de un club. El segundo hombre desapareció detrás de una cortina al fondo del club mientras König se dedicaba a la farsa de fingir que acababa de verme.
Vino hasta la barra, saludando con un gesto a Lotte y sacando un puro del bolsillo de arriba de su traje de tweed verde mientras se acercaba.
– Herr Gunther -dijo, sonriendo-, qué placer verlo de nuevo.
– Hola, König -dije-. ¿Cómo están los dientes?
– ¿Los dientes? -Su sonrisa se desvaneció como si le hubiera preguntado qué tal iba su chancro.
– ¿No se acuerda? -explicó-. El otro día me habló de las placas dentales.
La cara se le relajó.
– Es verdad. Están mucho mejor, gracias.
Volviendo a colocarse la sonrisa, añadió:
– Me han dicho que ha tenido mala suerte en las mesas.
– No, si hacemos caso a Fräulein Hartmann. Me ha dicho que la suerte no tenía nada que ver con mi modo de jugar a las cartas.
König acabó de encender su puro de cuatro schillings y soltó una risita.
– Entonces tiene que permitirme que lo invite a tomar algo. -Llamó al barman con un gesto y pidió un escocés para él y lo que yo estuviera bebiendo-. ¿Ha perdido mucho?
– Más de lo que puedo permitirme -dije tristemente-, unos cuatro mil schillings. -Vacié el vaso y lo empujé a través de la barra para que me lo volvieran a llenar-. Una estupidez, en realidad. No tendría que jugar nunca. No tengo ninguna aptitud para las cartas. Así que ahora estoy limpio. -Brindé por König en silencio y bebí otro trago de vodka-. Gracias a Dios, tuve el buen sentido de pagar la cuenta del hotel hace días. Aparte de eso, hay poco por lo que sentirme contento.
– Entonces tiene que permitirme que le enseñe algo -dijo.
Dio una fuerte calada al puro, soltó un gran anillo de humo por encima de la cabeza de su terrier y añadió:
– Es hora de fumar, Lingo. -Y a continuación y con gran diversión de su dueño, el animal empezó a dar saltos, husmeando entusiasmado el aire enriquecido por el humo como si fuera el más ansioso de los adictos a la nicotina.
– Es un buen truco -dije sonriendo.
– Oh, no es ningún truco -respondió König-. A Lingo le gusta un buen puro casi tanto como a mí. -Se inclinó ypalmeó la cabeza del perro-. ¿No es verdad muchacho?
El perro ladró en contestación.
– Bueno, comoquiera que lo llame, es dinero, no risas, lo que necesito en este preciso momento. Por lo menos, hasta que pueda volver a Berlín. ¿Sabe?, es una suerte que haya aparecido usted por aquí. Aquí estaba yo, sentado preguntándome cómo podría volver a abordar el tema de aquel trabajo que me ofreció.
– Mi querido amigo, cada cosa a su tiempo. Primero hay alguien a quien quiero que conozca. Es el barón Von Bolschwing y dirige una sección de la Liga Austríaca para las Naciones Unidas, aquí en Viena. Es una editorial llamada Österreichischer Verlag. Además es un viejo camarada y sé que le interesaría conocer a un hombre como usted.
Sabía que König se refería a las SS.
– No estará asociado con esa empresa de investigación suya, ¿verdad?
– ¿Asociado? Sí, asociado -admitió-. Una información precisa es esencial para un hombre como el barón.
Sonreí y meneé la cabeza, irónico.
– ¡Qué gran ciudad es esta para decir «una fiesta de despedida» cuando lo que de verdad se quiere decir es «una misa de réquiem»!. Su «investigación» suena muy parecido a mi «importación y exportación», Herr König: una elegante cinta alrededor de un pastel bastante corriente.
– No puedo creer que a alguien que sirvió en el Abwehr le resulten tan extraños estos necesarios eufemismos, Herr Gunther. No obstante, si así lo desea, pondré, como suele decirse, mis cartas sobre la mesa. Pero antes apartémonos de la barra.
Me llevó hasta una mesa tranquila y nos sentamos.
– La organización de la que soy miembro es, fundamentalmente, una asociación de oficiales alemanes, cuyo primer objetivo y propósito es reunir investigación… perdón, información secreta… sobre la amenaza que el Ejército Rojo representa para una Europa libre. Aunque pocas veces usamos el rango militar, funcionamos, no obstante, bajo una disciplina militar y seguimos siendo oficiales y caballeros. La lucha contra el comunismo es una lucha desesperada y hay veces en que tenemos que hacer cosas que quizá nos parezcan desagradables. Pero para muchos antiguoscamaradas que se esfuerzan por adaptarse a la vida civil, la satisfacción de continuar sirviendo a la creación de una nueva Alemania libre compensa tales consideraciones. Y, por supuesto, hay muchas y generosas recompensas.
Sonaba como si König hubiera dicho esas u otras palabras equivalentes en múltiples ocasiones. Empezaba a pensar que había más viejos camaradas de lo que yo podía imaginar cuyo esfuerzo por adaptarse a la vida civil quedaba solucionado por el sencillo expediente de seguir bajo cierta forma de disciplina militar. Dijo muchas más cosas, la mayoría de las cuales me entró por una oreja y me salió por la otra, y al cabo de un rato se acabó de un trago el resto de su bebida y dijo que si me interesaba su propuesta, entonces tendría que conocer al barón. Cuando le respondí que estaba muy interesado, asintió satisfecho y me condujo hacia una cortina de abalorios. Recorrimos un pasillo y luego subimos un tramo de escaleras.
– Estamos en el local de la sombrerería de al lado -explicó König-. El propietario es miembro de nuestra organización y nos lo presta para los reclutamientos.
Se detuvo ante una puerta y llamó suavemente con los nudillos. Después de oír un grito, me hizo entrar en una sala que solo estaba iluminada por la farola de la calle. Pero era suficiente para vislumbrar la cara del hombre sentado al lado de la ventana. Alto, delgado, bien rasurado, con el pelo oscuro que raleaba; le eché unos cuarenta años.
– Siéntese, Herr Gunther -dijo, y me señaló una silla al otro lado del escritorio.
Retiré la pila de sombrereras que había encima mientras König iba a sentarse en el ancho alféizar de la ventana.
– Herr König cree que podría ser usted adecuado como representante de nuestra compañía -dijo el barón.
– Quiere decir un agente, ¿verdad? -dije, y encendí un cigarrillo.
– Como prefiera. -Vi cómo sonreía-. Pero antes de que eso pueda suceder, tengo que averiguar algo más de su personalidad y sus circunstancias. Interrogarlo a fin de que podamos decidir el mejor uso que podemos darle.
– ¿Una especie de Fragebogen? Sí, lo comprendo.
– Empecemos con su pertenencia a las SS -dijo el barón.
Le conté todo sobre mi servicio con la Kripo y la RSHA y cómo me había convertido automáticamente en oficial de las SS. Le expliqué que había ido a Minsk como miembro del grupo de combate de Arthur Nebe pero que, como no tenía estómago para el asesinato de mujeres y niños, había pedido que me trasladaran al frente y cómo, en lugar de eso, me habían enviado a la Oficina de Crímenes de Guerra de la Wehrmacht. El barón me interrogó a fondo, pero con amabilidad; parecía el perfecto caballero austríaco. Salvo que había en él un aire de falsa modestia, un aspecto furtivo en sus gestos y un modo de hablar que parecía indicar algo de lo cual cualquier auténtico caballero no se habría sentido tan orgulloso.
– Hábleme de su servicio con la Oficina de Crímenes de Guerra.
– Eso fue entre enero de 1942 y febrero de 1944 -expliqué-. Tenía el rango de Oberleutnant y llevé a cabo investigaciones sobre las atrocidades tanto alemanas como rusas.
– ¿Y dónde era eso exactamente?
– Tenía la base en Berlín, en Blumeshof, frente al Ministerio de la Guerra. De vez en cuando me ordenaban que hiciera algún trabajo de campo. Específicamente en Crimea y Ucrania. Más tarde la OKW trasladó sus oficinas a Torgau debido a los bombardeos.
El barón exhibió una sonrisa desdeñosa y meneó la cabeza.
– Perdóneme -dijo-, es solo que no tenía ni idea de que existiera una institución así dentro de la Wehrmacht.
– No fue diferente de lo que había en el ejército prusiano durante la Gran Guerra -le expliqué-. Tienen que existir algunos valores humanitarios aceptados, incluso en tiempo de guerra.
– Supongo que sí -suspiró el barón, pero no parecía muy convencido-. De acuerdo, ¿qué pasó entonces?
– Con la escalada bélica, se hizo necesario enviar a todos los hombres hábiles al frente ruso. Me incorporé al cuerpo de ejército del general Schorner en el norte, en la Rusia blanca en febrero de 1944, ascendido a Hauptmann.Era oficial de Inteligencia.
– ¿En la Abwehr?
– Sí, hablaba bastante bien el ruso para entonces y también algo de polaco. El trabajo era sobre todo de interpretación.
– Y finalmente lo capturaron, ¿dónde?
– En Königsberg, en el este de Prusia, en abril de 1945. Me enviaron a las minas de cobre de los Urales.
– ¿Dónde exactamente de los Urales, si no le importa?
– En las afueras de Sverdlovsk. Allí es donde perfeccioné mi ruso.
– ¿Le interrogó la NKVD?
– Claro, muchas veces. Estaban muy interesados en cualquiera que hubiera sido oficial de Inteligencia.
– ¿Y qué les dijo?
– Sinceramente, todo lo que sabía. La guerra había acabado para entonces, así que no parecía tener mucha importancia. Naturalmente, les oculté mi anterior servicio en las SS y mi trabajo en la OKW. A los SS los llevaban a un campo separado donde los fusilaban o los convencían para que trabajaran para los soviéticos en el Comité de la Alemania Libre. Parece que es así como reclutaron a la mayoría de los policías de su zona. Y me atrevería a decir que de la Staatspolizei, aquí en Viena.
– Ciertamente. -Su tono sonaba irritado-. Siga, por favor, Herr Gunther.
– Un día nos dijeron a un grupo que íbamos a ser trasladados a Frankfurt del Oder. Eso debió ser en diciembre de 1946. Dijeron que nos iban a enviar a un campamento de reposo allí. Bueno, en el tren de transporte oí que un par de guardias decían que nos llevaban a una mina de uranio de Sajonia. Supongo que ninguno de los dos se dio cuenta de que yo hablaba ruso.
– ¿Recuerda el nombre de ese lugar?
– Johannesgeorgenstadt, en el Erzebirge, junto a la frontera checa.
– Gracias -dijo el barón secamente-. Sé donde está.
– Salté del tren en cuanto tuve una oportunidad, poco después de cruzar la frontera germano-polaca, y finalmente conseguí llegar a Berlín.
– ¿Estuvo en alguno de los campos para los prisioneros de guerra que regresaban?
– Sí, en Staaken. No estuve mucho tiempo, gracias a Dios. Las enfermeras no tenían muy buena opinión de nosotros, los ex prisioneros. En los únicos en que estaban interesadas era en los soldados estadounidenses. Por suerte,la Oficina de Bienestar Social del Ayuntamiento encontró a mi esposa en mi antigua dirección casi inmediatamente.
– Tuvo mucha suerte, Herr Gunther -dijo el barón-. En muchos aspectos. ¿No dirías lo mismo, Helmut?
– Como le he dicho, barón, Herr Gunther es un hombre de recursos -dijo König, acariciando a su perro distraídamente.
– Sí que lo es. Pero, dígame, Herr Gunther, ¿nadie le pidió informes sobre sus experiencias en la Unión Soviética?
– ¿Quién, por ejemplo?
Fue König quien respondió.
– Los miembros de nuestra organización han interrogado a muchos ex prisioneros a su vuelta -dijo-. Nuestra gente se presenta como asistentes sociales, historiadores, ese tipo de cosas.
Negué con la cabeza.
– Puede que si me hubieran soltado de forma oficial, en lugar de escaparme…
– Sí -dijo el barón-. Esa debe de ser la razón, en cuyo caso tiene que considerarse doblemente afortunado, Herr Gunther. Porque si hubiera sido liberado oficialmente, casi con toda certeza nos habríamos visto obligados a tomar la precaución de matarlo, a fin de proteger la seguridad de nuestro grupo. Verá, lo que dijo sobre los alemanes a los que se convencía para que trabajaran para el Comité para una Alemania Libre es absolutamente cierto. Eran esos traidores los primeros en ser liberados. Enviado a una mina de uranio en el Erzebirge como usted lo fue, ocho semanas es lo máximo que podía esperar vivir. Habría sido más fácil que los rusos lo mataran de un tiro. Así que, como ve, ahora podemos confiar en usted, sabiendo que a los rusos no les importó enviarle a la muerte.
El barón se levantó. Era evidente que el interrogatorio había concluido. Vi que era más alto de lo que yo había supuesto. König se bajó del alféizar y se puso a su lado.
Me levanté de la silla y estreché en silencio la mano que me ofrecía el barón y luego la de König. Entonces, König sonrió y me dio uno de sus puros.
– Amigo mío -me dijo-, bienvenido a la organización.