Había un mensaje esperándome. Estaba escrito en letras mayúsculas, como para subrayar su importancia. Me esforcé en enfocar la mirada, pero el mensaje no paraba de moverse. Borrosamente, fui descifrando las letras una a una. Era laborioso, pero no tenía otra opción. Finalmente, uní las letras. El mensaje decía: «CARE USA». De alguna manera, me parecía importante, aunque no acertaba a comprender por qué. Pero luego vi que esta era solo una parte del mensaje, la segunda parte, además. Controlé las náuseas y me esforcé por leer la primera parte, que estaba codificada: «GR.WT 26 lbs.CU.FT.O'IO». ¿Qué querría decir? Seguía tratando de descifrar el código cuando oí pasos y luego el sonido de la llave girando en la cerradura.
La cabeza se me aclaró dolorosamente cuando me levantaron dos pares de fuertes manos. Uno de los hombres le dio una patada al paquete vacío de CARE para quitarlo de en medio cuando me sacaron casi en volandas por la puerta.
Me dolía tanto el cuello y el hombro que se me puso la piel de gallina en cuanto me cogieron por debajo de los brazos, que ahora me daba cuenta que estaban esposados delante de mí. Me retorcí con desesperación y traté de volver al suelo, donde me había sentido cómodo en comparación. Pero siguieron cogiéndome y resistirme sólo hacía que el dolor fuera más intenso, así que los dejé que me arrastraran por un pasillo corto y húmedo, por delante de un par de toneles rotos, y me subieran unos cuantos peldaños hasta una enorme cuba de roble. Los dos hombres me sentaron bruscamente en una silla.
Una voz, la voz de Müller, les ordenó que me dieran un poco de vino.
– Quiero que esté totalmente consciente cuando lo interroguemos.
Alguien me llevó un vaso a los labios y me inclinó la cabeza. Cuando el vaso estuvo vacío noté sabor de sangre en la boca. Escupí hacia adelante, sin importarme dónde.
– Material barato -me oí graznar-. Vino para cocinar.
Müller se rió y yo volví la cabeza hacia el sonido. Las bombillas desnudas solo daban una luz tenue, pero incluso así me hicieron daño en los ojos. Apreté los párpados con fuerza y luego los volví a abrir.
– Bien -dijo Müller-, todavía le queda algo dentro. Lo necesitará para contestar a mis preguntas, Herr Gunther, selo aseguro.
Müller estaba sentado en una silla con las piernas y los brazos cruzados. Parecía alguien a punto de presenciar una audición. Sentado a su lado, y con un aspecto bastante menos relajado que el del antiguo jefe de la Gestapo, estaba Nebe. Y a su lado se sentaba König, con una camisa limpia y sosteniendo un pañuelo contra la nariz y la boca, como si tuviera un fuerte ataque de fiebre del heno. En el suelo, a sus pies, estaba Veronika. Estaba inconsciente y, salvo por el vendaje de la rodilla, completamente desnuda. Igual que yo, también estaba esposada, aunque su palidez indicaba que eso era una precaución completamente innecesaria.
Volví la cabeza a la izquierda. A unos pocos metros estaba el letón y otro matón a quien no había visto antes. El letón sonreía, entusiasmado sin duda ante la expectativa de mi mayor humillación posterior.
Estábamos en el más grande de los edificios anexos. A través de las ventanas, la noche contemplaba lo que sucedía con oscura indiferencia. Desde algún lugar me llegaba el lento latido de un generador. Me dolía mover la cabeza o el cuello y, en realidad, era más cómodo volver a mirar a Müller.
– Pregunte todo lo que quiera -dije-, no me sacará nada.
Pero incluso en el momento de hablar, sabía que entre las expertas manos de Müller tenía tantas posibilidades de no decírselo todo como de nombrar al próximo papa.
Encontró mi bravata lo bastante absurda como para reírse y negar con la cabeza.
– Hace ya unos cuantos años que no me encargo de un interrogatorio -dijo con un tono que sonaba a nostalgia-. No obstante, creo que descubrirá que no he perdido mi toque.
Müller miró a Nebe y a König como buscando su aprobación y ambos asintieron sombríamente.
– Apuesto a que ganó premios por ese toque, bastardo de medio pelo.
Al oírme, el letón se animó a pegarme fuerte en la cara. La súbita sacudida de la cabeza me envió un dolor atroz hasta las uñas de los pies y me hizo chillar.
– No, no, Rainis -dijo Müller como si hablara con un niño-, tenemos que dejar hablar a Herr Gunther. Puede queahora nos insulte, pero finalmente nos dirá todo lo que queremos saber. Por favor, no le pegues si yo no te lo ordeno.
Nebe habló.
– No sirve de nada, Bernie. Fräulein Zartl nos lo ha contado todo sobre cómo tú y ese norteamericano os deshicisteis del cuerpo del pobre Heim. Me preguntaba el porqué de tu curiosidad por ella. Ahora lo sabemos.
– De hecho, ahora sabemos mucho -dijo Müller-. Mientras estaba durmiendo la siesta, Arthur se hizo pasar por policía a fin de tener acceso a sus habitaciones. -Sonrió con petulancia-. No le resultó muy difícil. ¡Los austríacos son una gente tan dócil, tan respetuosa de la ley! Arthur, cuéntale a Herr Gunther lo que has descubierto.
– Tus fotografías, Heinrich. Supongo que el norteamericano se las debió de dar. ¿Qué me dices, Bernie?
– Vete al diablo.
Nebe continuó, impertérrito.
– También había un boceto de la lápida de la tumba de Martin Albers. ¿Recuerda aquel desgraciado asunto, Herr Doktor?
– Sí -dijo Müller-, fue un descuido imperdonable por parte de Max.
– Me atrevería a decir que ya habrás adivinado que Max Abs y Martín Albers eran una y la misma persona, Bernie. Era un hombre anticuado y muy sentimental. No podía fingir que estaba muerto, como el resto de nosotros. No, tenía que tener una lápida para conmemorar su fallecimiento, para hacer que pareciera respetable. Realmente, muy vienés, ¿no te parece? Supongo que fuiste tú quien les diste el aviso a los PM de que Max iba a llegar a Munich. Por supuesto, tú no podías saber que Max llevaba varios juegos de papeles y permisos de viaje. Verás, los documentos eran la especialidad de Max. Era un maestro falsificador. Como antiguo jefe de la sección clandestina de Budapest, era uno de los mejores en su especialidad.
– Supongo que fue otro de los conspiradores fallidos contra Hitler -dije-. Otra anotación falsa en la lista de los que fueron ejecutados. Igual que tú, Arthur. Tengo que reconocértelo, has sido muy listo.
– Eso fue idea de Max -dijo Nebe-. Ingenioso, sí, pero con la ayuda de König no muy difícil de organizar. Verás, König mandaba el escuadrón de ejecuciones de Plotzensee y colgaba a conspiradores a cientos. Él nos proporcionótodos los detalles.
– Así como los ganchos de carnicero y los cables de piano, sin duda.
– Herr Gunther -dijo de forma ininteligible a través del pañuelo apretado contra la nariz-, espero poder hacer lo mismo por usted.
Müller frunció el ceño.
– Estamos malgastando el tiempo -dijo con tono de eficiencia-. Nebe le dijo a su casera que la policía austríaca creía que lo habían raptado los rusos. Después de eso, fue de la máxima ayuda. Por lo que parece, sus habitaciones las paga Ernst Liebl. Ahora sabemos que ese hombre es el abogado de Emil Becker. Nebe es de la opinión de que lo contrataron a usted para que viniera a Viena y tratara de exculpar a Becker del asesinato del capitán Linden. Yo también comparto esa opinión. Todo encaja, por así decir.
Müller asintió con la cabeza en dirección a uno de los dos matones, que avanzó y cogió a Veronika entre sus brazos, del tamaño de torres eléctricas. Ella no hizo ningún movimiento y, salvo porque su respiración se volvió más ruidosa y más difícil cuando la cabeza se le inclinó hacia atrás, uno podría haber pensado que estaba muerta. Parecía como si la hubieran drogado.
– ¿Por qué no la deja fuera de esto, Müller? -dije-. Le diré todo lo que quiere saber.
Müller fingió estar desconcertado.
– Eso, seguramente, es lo que está por ver. -Se levantó, al igual que Nebe y König-. Trae aquí a Herr Gunther, Rainis.
El letón me puso de pie de un tirón. El esfuerzo de verme obligado a ponerme de pie hizo que me sintiera mareado. Me arrastró unos metros hasta colocarme al lado de una gran cuba circular de roble, con las dimensiones de un estanque para peces de grandes dimensiones, que estaba hundida en el suelo. La cuba estaba unida a una placa rectangular de acero que tenía dos alas semicirculares de madera, como las alas de una gran mesa de comedor, por una gruesa columna de acero que se alzaba hacia el techo. El matón que llevaba a Veronika bajó al fondo de la cuba y la depositó allí. Luego salió y tiró de las dos hojas de roble de la placa hasta hacer que formaran un perfecto círculo mortal.
– Es una prensa para vino -dijo Müller con total naturalidad.
Me debatí débilmente entre los enormes brazos del letón, pero no podía hacer nada. Me pareció que tenía el hombro o la clavícula rotos. Les dediqué varios insultos y Müller asintió, aprobador.
– Su interés por esta joven es estimulante -dijo.
– Era a ella a quien buscabas esta mañana -dijo Nebe-, cuando te tropezaste con Rainis, ¿verdad?
– Sí, es verdad, era a ella. Ahora, déjala ir, por amor de Dios. Te doy mi palabra, Arthur, ella no sabe absolutamente nada.
– Sí, eso es verdad -admitió Müller-. O por lo menos, no mucho. En cualquier caso, eso es lo que me dice König, y es una persona muy persuasiva. Pero le halagará saber que, a pesar de todo, consiguió ocultar durante bastante rato el papel que usted tuvo en la desaparición de Heim, ¿no es así Helmut?
– Sí, general.
– Pero al final nos lo contó todo -continuó Müller-. Incluso antes de su increíblemente heroica entrada en escena. Nos contó que usted y ella habían tenido relaciones sexuales y que usted había sido bueno con ella, razón por la cual le había pedido que la ayudara cuando trató de librarse del cuerpo de Heim. Y que es también la razón por la que usted vino a buscarla cuando König se la llevó. Por cierto, tengo que felicitarle. Mató a uno de los hombres de Nebe de una forma muy experta. Es una enorme lástima que un hombre con unas habilidades tan formidables no llegue nunca a trabajar para la organización. Pero hay una serie de cosas que aún son un rompecabezas y espero que usted, Herr Gunther, nos las aclare.
Miró alrededor y vio que el hombre que había colocado a Veronika en la cuba ahora estaba de pie al lado de un pequeño panel de interruptores eléctricos que había en la pared.
– ¿Sabe algo de la elaboración del vino? -preguntó mientras caminaba alrededor de la cuba-. El prensado, como la palabra indica, es el proceso mediante el cual la uva es aplastada, rompiéndole la piel y dejando salir el zumo. Como sin duda sabrá, en otros tiempos se hacía pisando las uvas en enormes toneles. Pero la mayoría de las prensas modernas son máquinas neumáticas o eléctricas. El prensado se repite varias veces y es una indicación de la calidaddel vino; el del primer prensado es el de mejor calidad. Cuando cada gota de zumo ha sido exprimida, el residuo (me parece que Nebe lo llama «la pasta») se envía a una destilería o, como en el caso de esta pequeña propiedad, se convierte en fertilizante. -Müller miró a Nebe-. Dime, Nebe, ¿lo he explicado bien?
Nebe sonrió con indulgencia.
– Perfectamente bien, Herr General.
– Detesto inducir a alguien a error -dijo Müller con buen humor-. Incluso a un hombre que va a morir. -Hizo una pausa y miró al fondo de la cuba-. Claro que, en este preciso momento, la máxima presión no recae sobre su vida, si se me puede permitir este pequeño chiste de mal gusto.
El enorme letón me soltó una carcajada en la oreja y toda mi cabeza se vio envuelta en su aliento, que apestaba a ajo.
– Así que le aconsejo que sus respuestas sean rápidas y precisas, Herr Gunther. La vida de Fräulein Zartl depende de ello.
Hizo un gesto al hombre del panel, quien apretó un botón que inició un ruido mecánico que fue aumentando en intensidad.
– No nos juzgue demasiado duramente -dijo Müller-. Estos son tiempos difíciles. Hay escasez de todo. Si tuviéramos pentotal sódico, se lo daríamos. Incluso pensaríamos en comprarlo en el mercado negro, pero creo que estará de acuerdo en que este método es igual de eficaz que cualquier droga de la verdad.
– Haga sus malditas preguntas.
– Ah, tiene prisa por contestar. Eso es bueno. Dígame, entonces, ¿quién es el policía estadounidense? El que le ayudó a eliminar el cuerpo de Heim.
– Se llama John Belinsky. Trabaja para el Crowcass.
– ¿Cómo lo conoció?
– Él sabía que yo estaba trabajando para demostrar la inocencia de Becker. Me abordó con una oferta para trabajar en equipo. Al principio dijo que quería descubrir por qué habían asesinado al capitán Linden, pero después me contó que lo que de verdad le interesaba era averiguar algo de ustedes. Si estaban relacionados con la muerte de Linden.
– Así que los estadounidenses no están seguros de tener al hombre acertado.
– No. Sí. La policía militar sí, pero la gente del Crowcass no. Siguieron la pista de la pistola utilizada para matar Linden hasta un homicidio en Berlín. Un cadáver que se suponía que era usted, Müller. Y el arma les llevó a los historiales de las SS en el Centro de Documentación de Berlín. El Crowcass no informó a la policía militar por miedo a que lo espantaran a usted haciéndole abandonar Viena.
– ¿Y se le animó a infiltrarse en la Org para ellos?
– Sí.
– ¿Están tan seguros de que yo estoy aquí?
– Sí.
– Pero hasta esta mañana usted no me había visto nunca. Explíqueme cómo lo saben, por favor.
– La información que le proporcioné sobre el MVD estaba pensada para hacerle salir a la luz. Saben que le gusta considerarse un experto en este terreno. La idea era que con una información de tanta calidad, usted mismo se encargaría de la misión. Si le veía en la reunión de esta mañana tenía que hacerle una señal a Belinsky desde la ventana del baño. Tenía que bajar la persiana tres veces. Él estaría vigilando con unos binoculares.
– ¿Y entonces, qué?
– Se suponía que habría traído agentes para rodear la casa. Se suponía que lo iba a arrestar a usted. El trato era que si conseguían arrestarlo dejarían libre a Becker.
Nebe miró a uno de sus hombres y señaló la puerta con la cabeza.
– Coge algunos hombres y registrad el terreno. Solo por si acaso.
Müller se encogió de hombros.
– Lo que está diciendo es que la única razón de que sepan que yo estoy aquí, en Viena, es porque les hizo una señal desde la ventana del lavabo. ¿Es así? -Asentí-. Pero entonces, ¿por qué ese Belinsky no ha hecho que sus hombres entraran y me arrestaran, como habían planeado?
– Créame, no he dejado de hacerme la misma pregunta.
– Vamos, Herr Gunther. Esto no tiene coherencia, ¿verdad? Le pido que sea justo. ¿Cómo se supone que voy a creerme esto?
– ¿Habría ido a buscar a la chica si no hubiera pensado que iban a llegar otros agentes?
– ¿A qué hora se esperaba que hicieras la señal? -preguntó Nebe.
– Se suponía que tenía que excusarme a los veinte minutos de empezar la reunión.
– A las diez y veinte, entonces; pero tú estabas buscando a Fräulein Zartl antes de las siete de la mañana.
– Decidí que quizá no pudiera esperar hasta que los estadounidenses aparecieran.
– Nos está pidiendo que creamos que habría arriesgado toda una operación por una… -Müller arrugó la nariz con repugnancia- una chocolatera. -Negó con la cabeza-. Me resulta muy difícil de creer. -Asintió en dirección al hombre que controlaba la prensa de vino. El hombre apretó un segundo botón y la máquina se puso en marcha-. Venga, Herr Gunther. Si lo que dice es verdad, ¿por qué no vinieron los norteamericanos cuando les hizo la señal?
– No lo sé -grité.
– Entonces especula -dijo Nebe.
– No tuvieron nunca la intención de arrestaros -dije, expresando en palabras mis propias sospechas-. Lo único que querían era saber que Müller estaba vivo y trabajando para la Org. Me utilizaron, y cuando averiguaron lo que querían me dejaron en la estacada.
Traté de librarme del letón cuando la prensa inició su lento descenso. Veronika estaba inconsciente, su pecho se elevaba suavemente mientras continuaba respirando, ignorante de la placa que descendía.
– Mire, de verdad que no sé por qué no han aparecido.
– Veamos -dijo Müller-, aclaremos esto. La única prueba que tienen de que continúo vivo, aparte de esa bastante insignificante prueba de balística que ha mencionado, es su señal.
– Sí, supongo que sí.
– Una pregunta más. ¿Sabe usted, saben los estadounidenses, por qué mataron al capitán Linden?
– No -dije, y luego, pensando que no eran respuestas negativas lo que él quería, añadí-: pensamos que le estarían dando información sobre los criminales de guerra en la Org y que vino a Viena para investigarlos. Al principio pensamos que König le estaba pasando la información. -Meneé la cabeza, tratando de recordar algunas de las teorías que había ideado para explicar la muerte de Linden-. Luego pensamos que quizá habría sido él quien había proporcionado información a la Org para reclutar nuevos miembros. Pare esa máquina, por amor de Dios.
Veronika desapareció de la vista cuando la prensa se cerró sobre el borde de la cuba. Solo le quedaban dos o tres metros de vida.
– Maldito sea, no sabíamos por qué.
La voz de Müller era lenta y tranquila, como la de un cirujano.
– Tenemos que estar seguros, Herr Gunther. Déjeme que le repita la pregunta…
– No lo sé…
– ¿Por qué era necesario que matáramos a Linden?
Negué con la cabeza, desesperado.
– Dígame la verdad. ¿Qué sabe usted? No está siendo justo con esta joven. Díganos qué averiguó.
El agudo chirrido de la máquina aumentó de intensidad. Me recordó el sonido del ascensor de mi vieja oficina de Berlín. El sitio donde debía haberme quedado.
– Herr Gunther -la voz de Müller tenía un gramo de urgencia-, por el bien de esa pobre chica, se lo ruego.
– Por el amor de Dios…
Miró al matón del panel de control y negó con aquella cabeza suya con un corte de pelo tan perfecto.
– No puedo decirle nada -grité.
La prensa se estremeció al encontrar el obstáculo vivo. El quejido mecánico se elevó brevemente un par de octavas mientras se deshacía la resistencia a la fuerza hidráulica y luego volvió a su tono anterior hasta que, por fin, la prensa llegó al final de su cruel viaje. El ruido se apagó después de otro ademán de Müller.
– ¿No puede o no quiere, Herr Müller?
– Hijo de puta -dije, sintiéndome de repente enfermo de asco-, hijo de puta cruel y sanguinario.
– No creo que haya sentido gran cosa -dijo con estudiada indiferencia-. Estaba drogada. Que es más de lo que usted estará cuando repitamos este pequeño ejercicio dentro de… -miró el reloj- digamos doce horas. Tiene hasta entonces para reflexionar. -Miró por encima del borde de la cuba-. No puedo prometer que lo mataré directamente, claro. No como a la chica. Quizá quiera estrujarlo dos o tres veces antes de esparcirlo por los campos. Justo igual que las uvas. En cambio, si me dice lo que quiero saber, puedo prometerle una muerte menos dolorosa. Una píldora sería mucho menos angustiosa para usted, ¿no cree?
Sentí que en mis labios se formaba una mueca de desprecio. A Müller se le crispó el rostro con irritación cuando empecé a jurar insultándolo.
– Rainis -dijo-, puedes pegar a Herr Gunther solo una vez antes de devolverlo a sus habitaciones.