Capítulo 13

Quántico, Virginia

17:44

Temperatura: 36 grados


Quincy les condujo a un despacho del edificio principal de administración, cuyo rótulo indicaba que pertenecía al supervisor Mark Watson. Watson estaba apoyado en su mesa de trabajo, charlando con dos personas. Mac reconoció a una de ellas, pues era el oficial del NCIS que había visitado la escena del crimen. Había una mujer muy atractiva sentada a su lado, de treinta y muchos años, hermosa melena castaña y rostro sorprendentemente angular. Mac enseguida se dio cuenta de que no pertenecía al FBI pues, por la expresión de su rostro, parecía haber discutido con Watson.

– ¡Kimberly! -exclamó la mujer, incorporándose y dándole un rápido abrazo.

– Rainie. -Kimberly esbozó una débil sonrisa, pero volvió a adoptar una expresión precavida en cuanto Watson se apartó de su escritorio. Era evidente que el supervisor iba a ser el protagonista del espectáculo, pues levantó las manos y esperó a que todos le prestaran atención.

En primer lugar efectuó las presentaciones pertinentes. Rainie resultó ser Lorreine Conner, la socia de Quincy en Investigaciones Quincy amp; Conner, con sede en Nueva York. El oficial del NCIS era el agente especial Thomas Kaplan, que trabajaba en la unidad de Crímenes Generales de Norfolk.

Acto seguido, Watson les anunció que el NCIS había solicitado a Investigaciones Quincy amp; Conner que se encargaran de la investigación, pues, como el cadáver había sido hallado en los terrenos de los marines y cerca de las instalaciones del FBI, consideraban que sería mejor recurrir a especialistas externos. La traducción de esto era la siguiente: todos eran muy conscientes de lo que ocurriría si el malo resultaba ser uno de ellos y alguien consideraba que habían intentado protegerle. De este modo, los políticos se habían cubierto las espaldas.

Mac permaneció junto a la puerta, que había sido cerrada para salvaguardar la privacidad, y Kaplan cedió su silla a Quincy para que se sentara junto a Rainie Conner. Kimberly, que había dejado la máxima distancia posible entre ella y su padre, se encontraba en la esquina más alejada de la sala, con los brazos cruzados sobre el pecho y la barbilla levantada para indicar que estaba dispuesta a pelear.

Ahora que todos sabían quiénes eran sus aliados, podían ponerse a trabajar.

Mark Watson dirigió sus primeras palabras a Kimberly.

– Tengo entendido que hoy ha estado con el agente especial Kaplan, nueva agente Quincy.

– Sí, señor.

– Pensaba que esta mañana le había hablado con claridad. Este caso pertenece al NCIS. No debe inmiscuirse.

– Usted me pidió que cooperara con el NCIS -replicó Kimberly, con voz calmada-. Fui a ver al oficial al mando para darle a conocer mi versión de los hechos. En esos momentos estaba a punto de comenzar la autopsia, así que le pregunté si podía estar presente y tuvo la amabilidad de permitírmelo. -Kimberly esbozó una tensa sonrisa-. Gracias, agente especial Kaplan.

Watson se volvió hacia Kaplan, que encogió sus fornidos hombros de marine.

– Me dijo su nombre y me pidió permiso. ¿Por qué no iba a concedérselo?

– No mentí en ningún momento -se apresuró a decir Kimberly-. Ni tampoco intenté inmiscuirme en la investigación. -Frunció el ceño-. Sin embargo, no pude matar a la serpiente. Pido disculpas por ello.

– Ya veo -replicó Watson-. ¿Y qué me dice de lo que ocurrió horas antes, cuando quebrantó directamente mis órdenes e intentó visitar de nuevo la escena del crimen? ¿También pretendía agilizar la investigación del NCIS?

– Estaba buscando al agente especial Kaplan…

– No me tome por un estúpido.

– Sentía curiosidad. Y al fin y al cabo no importa, pues los marines acataron sus órdenes y me echaron de allí.

– Ya veo. ¿Y qué me dice de lo que ocurrió después de que hostigara a los marines que protegían la escena, nueva agente Quincy? ¿Qué me dice de la hora que pasó conversando con el agente especial McCormack, después de que yo le hubiera dicho explícitamente que no hablara de su hallazgo con ningún miembro de la Academia? ¿Le importaría explicarme eso?

Kimberly se puso rígida y miró de reojo a Mac mientras reprimía una maldición. Por supuesto. Habían estado charlando en la sala Crossroad, delante de todo el mundo. Estúpida, estúpida, estúpida.

Esta vez, Watson no esperó a que Kimberly respondiera. Había puesto la directa… o quizá era consciente de lo tenso que estaba Quincy.

– Imagine mi sorpresa -prosiguió- cuando descubrí que en vez de regresar a su habitación, tal y como le había ordenado, mi estudiante se había dedicado a merodear por el bosque y después había mantenido una animada conversación con un estudiante de la Academia Nacional que resulta que ha trabajado en un caso que guarda un parecido asombroso con el homicidio de esta mañana. ¿Estaba compartiendo información con el agente especial McCormack, Kimberly?

– En realidad, él me la estaba proporcionando a mí.

– Todo esto me resulta extremadamente interesante. Sobre todo desde que hace diez minutos, McCormack se convirtió en el principal sospechoso del agente especial Kaplan.

– ¡Por el amor de Dios! -estalló Mac-. Estoy haciendo todo lo posible por ayudar en un caso que solo es el principio de una larga pesadilla. ¿Tienen alguna idea del terreno que pisan?

– ¿Dónde estuvo anoche? -le interrumpió el agente especial Kaplan.

– Estuve unas horas en el Carlos Kelly, en Stafford. Después regresé a Quántico, donde encontré a la nueva agente Quincy en el campo de tiro. Pero no…

Kaplan había posado sus ojos en Kimberly.

– ¿A qué hora le vio en el campo de tiro?

– Debían de ser las once. No miré el reloj…

– ¿Le vio regresar a los dormitorios?

– No.

– ¿Hacia dónde se dirigió?

– No lo sé. Yo me retiré a mi edificio y no le presté atención.

– Por lo tanto -concluyó Kaplan, mirando a Mac-, nadie sabe dónde estuvo después de las once y media de la noche.

Watson tomó la palabra:

– ¿No le parece demasiada coincidencia que se haya producido un asesinato que guarda tanto parecido con uno de sus casos mientras usted se encuentra en la Academia?

– No es ninguna coincidencia -dijo Mac-. Estaba planeado.

– ¿Qué? -exclamó Watson. Miró a Kaplan, que parecía tan desconcertado como él. Al parecer, ambos eran partidarios de la teoría de que el policía de Georgia era el asesino. ¿Y por qué no? Hallan un cadáver a las ocho de la mañana y cierran el caso antes de las seis. Sería un titular impresionante. Capullos.

– Creo que deberían dejarle hablar -intervino Quincy, con voz calmada-. Por supuesto, solo es el consejo de un especialista externo.

– Sí -le secundó Rainie-. Déjenle hablar. Es posible que averigüemos algo.

– Gracias. -Mac les dedicó una mirada agradecida a la vez que evitaba encontrarse con los ojos de Kimberly. ¿Cómo debía de sentirse en este momento? ¿Herida, confundida, traicionada? No había pretendido causarle ningún problema, pero ahora ya no podía hacer nada.

– Pueden ponerse en contacto con mi supervisor, el agente especial al mando Lee Grogen, de la oficina de Atlanta, para verificar lo que les voy a contar. A partir del año noventa y ocho, en Georgia se produjeron diversos asesinatos similares al que ha tenido lugar hoy aquí. Después del tercero creamos un grupo de operaciones multijurisdiccional encargado de la investigación, pero el Ecoasesino se desvaneció antes de que pudiéramos encontrarle, dejando siete víctimas a sus espaldas. No volvió a matar. Al principio, el grupo especial tenía más de mil pistas que seguir pero, tres años después, apenas nos quedaba nada.

Las cosas volvieron a caldearse hace seis meses, cuando recibimos una carta por correo. Contenía el recorte de una carta al director similar a las que nuestro hombre solía enviar al Atlanta Journal-Constitution. Sin embargo, esta no había sido enviada a ningún periódico de Georgia, sino al Virginia-Pilot. Poco después empecé a recibir llamadas telefónicas…

– ¿Usted o el grupo especial?

– Yo. En mi teléfono móvil. Ignoro la razón, pero de momento he recibido seis llamadas. Mi interlocutor utiliza algún tipo de dispositivo electrónico que distorsiona la voz y siempre me transmite el mismo mensaje: que el Ecoasesino se está poniendo nervioso. Que va a atacar de nuevo. Y que esta vez, ha elegido Virginia como terreno de juego.

– Entonces, su departamento decidió enviarle a Quántico -dijo Watson-. ¿Por qué? ¿Para hacer de perro guardián? ¿Para evitar por arte de magia otro crimen? ¿Por qué no nos comunicó el motivo de su presencia?

Mac le miró con seriedad.

– Me habría encantado explicar el motivo de mí presencia a todo aquel que me hubiese querido escuchar, pero seamos sinceros: aquí, los casos abiertos no valen nada. Todo el mundo habría asumido que estaba obsesionado con una investigación que todavía me quitaba el sueño. Por eso me limité a mantener una reunión preliminar con un lingüista forense de la Unidad de Ciencias de la Conducta, el doctor Ennunzio. Le enseñé las cartas al director, pero debo decirles que desconozco su opinión, pues ha estado eludiendo mis llamadas desde entonces. Y eso es todo. Conseguí una buena pista de una mala forma, pero ustedes están ladrando al árbol equivocado porque son unos inútiles paranoicos.

– Bueno, ha sido un buen resumen de la situación -comentó Rainie.

El rostro de Watson se había sonrojado sobre su corbata roja reglamentaria. Mac siguió mirándole a los ojos. Estaba tan enfadado que había empezado a hacer enemigos cuando lo que necesitaba eran aliados, pero no le importaba. Había muerto otra chica y estaba harto de permanecer encerrado en un despacho, discutiendo sobre un caso que aquellos tipos no lograrían comprender a tiempo.

– No hay ninguna prueba convincente que demuestre que este cadáver está relacionado con los asesinatos de Georgia -dijo por fin Kaplan-. ¿La persona que le llama le dijo que el Ecoasesino iba a atacar esta semana?

– No específicamente.

– ¿Le dijo que lo haría en la Academia del FBI?

– Tampoco.

– ¿Le explicó la razón por la que el asesino se había mantenido inactivo durante tres años?

– No.

– ¿Y por qué decidió atacar en Virginia?

– Tampoco.

– En otras palabras, esa persona no le ha contado nada.

– Exacto, señor. Y ese es el principal problema de nuestra investigación. Han transcurrido cinco años y seguimos sin saber nada. Y como el asesinato de hoy no ha cambiado nada, podríamos dar por zanjado ya este asunto, porque así podría regresar al exterior y, ya sabe, hacer algo.

El ex marine ignoró este comentario y centró su atención en las respuestas que le había dado.

– En resumen, lo único que tiene es una carta al director publicada seis meses antes de que apareciera un cadáver. Me resulta muy poco verosímil. Un asesino en serie de Georgia que ha permanecido inactivo durante tres años decide dejar un cadáver en Quántico y solo se lo notifica a un estudiante de la Academia Nacional. No tiene ningún sentido.

– ¿Acaso debería haberle llamado a usted? -preguntó Rainie, con un tono discretamente sarcástico. Mac sintió un inmenso aprecio por ella.

– No es eso lo que estoy diciendo…

– ¿O acaso debería haberse explicado mejor en sus notas?

– ¡Exacto! Si ese tipo se dedica a dejar notas, ¿dónde está la de este cadáver? Tengo la impresión de queje gusta acreditar sus crímenes, así que, ¿dónde ha dejado constancia de su autoría?

– Han transcurrido tres años -respondió Rainie-. Quizá ha cambiado de táctica.

– Escuchen -interrumpió Mac, con voz tensa. Advirtió la urgencia que transmitía su voz e intentó calmarse, pero le resultó imposible. No tenía tiempo para tonterías. Estos hombres no lo entendían. Y sin el papeleo y los memorandos pertinentes, nunca lo entenderían. Quizá, el Ecoasesino era consciente de ello. La burocracia era lenta, sobre todo cuando se trataba de asuntos legales. Las agencias encargadas del cumplimiento de la ley se movían dolorosamente despacio, puntuando las íes, cruzando las tes y cubriéndose las espaldas en todo momento. Mientras tanto, una muchacha había sido abandonada en algún lugar aislado, vestida con ropa de fiesta. Posiblemente, en estos momentos estaba aferrada a su galón de agua, preguntándose qué iba a ser de ella-. Hay mucho más que una maldita carta. El Ecoasesino tiene reglas. Nosotros las llamamos Las Reglas del Juego y en este asesinato hay muchas… o al menos las suficientes para que esté convencido de que se trata de él. -Mac levantó el dedo índice-. La primera es que solo ataca durante una ola de calor.

– Estamos en julio. Tenemos montones de olas de calor -objetó Watson.

Mac ignoró sus palabras.

– La segunda es que la víctima siempre está vestida y conserva el bolso. Nunca hay señales de robo ni de agresión sexual. El cadáver presenta un cardenal en el muslo o en las nalgas, pero la causa de la muerte siempre es una sobredosis del tranquilizante Ativan, inyectado en la parte superior del brazo izquierdo.

Watson atravesó a Kimberly con la mirada.

– No se le ha olvidado contarle ningún detalle, ¿verdad?

– ¡Lo he visto con mis propios ojos! -replicó Mac, con brusquedad-. Maldita sea, llevo tres años esperando a que llegue este momento. Por supuesto que hice una visita a la escena del crimen. Los nuevos agentes no son los únicos que saben moverse con sigilo por el bosque…

– Usted no tenía ningún derecho…

– ¡Tengo todos los derechos! Conozco a ese hombre. Llevo cinco años estudiándole y de verdad le digo que no tenemos tiempo para tonterías. ¿No lo entiende todavía? Esa muchacha no es la única víctima. La tercera regla del juego es que siempre las secuestra por parejas, pues la primera víctima no es más que un mapa, una herramienta que nos ayuda a determinar el lugar donde se está desarrollando el verdadero juego.

– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Rainie.

– Lo que quiero decir es que en estos momentos hay otra muchacha ahí fuera. Viajaba con la joven que ha aparecido muerta esta mañana. Quizá era su hermana, su compañera de piso o su mejor amiga. Estaba con ella cuando las atacaron y ha sido llevada a algún lugar que el Ecoasesino ha escogido de antemano. Siempre busca terrenos geográficamente únicos y, al mismo tiempo, peligrosos. En nuestro estado escogió una garganta de granito, un inmenso condado dedicado al cultivo del algodón, la ribera del Savannah y, por último, una zona pantanosa próxima a la costa. Le gustan los lugares abiertos donde abundan depredadores naturales tales como las serpientes de cascabel, los osos y los gatos monteses. Le gustan los lugares aislados, para que las chicas no puedan encontrar ayuda por mucho que caminen. Le gustan las zonas de interés ecológico que han quedado relegadas al olvido.

»Escoge uno de esos lugares para abandonar a la segunda muchacha, drogada, aturdida y confundida, y espera a ver qué ocurre. Con este calor, algunas no consiguen sobrevivir más de unas horas… pero otras, las más listas o las más fuertes, resisten varios días. Puede que incluso una semana. Son días largos y tortuosos, sin comida y sin agua, esperando a que alguien las encuentre y las salve.

Rainie le miraba con extasiada fascinación.

– ¿Cuántas veces ha hecho esto antes?

– Cuatro. Secuestró a ocho muchachas y siete de ellas murieron.

– De modo que lograron rescatar a una.

– A Nora Ray Watts. Fue su última víctima. Logramos encontrarla a tiempo.

– ¿Cómo? -preguntó Quincy.

Mac respiró hondo. Sus músculos se habían tensado de nuevo, pero intentó contener su impaciencia.

– El asesino deja pistas en el primer cadáver. Deja una serie de pruebas que, si se interpretan correctamente, delimitan la ubicación de la segunda víctima.

– ¿Qué tipo de pistas?

– Flora y fauna, sedimentos, rocas, insectos, caracoles y todo aquello que se le pueda ocurrir. Al principio no comprendíamos su significado. Guardábamos las pruebas, las etiquetábamos siguiendo los procedimientos estándar, las enviábamos enseguida a los laboratorios… y lo único que rescatábamos eran cadáveres. Con el tiempo descubrimos que eran pistas, así que la cuarta vez que atacó, ya contábamos con la ayuda de un equipo de especialistas experimentados: botánicos, biólogos, geólogos forenses y demás. Nora Ray viajaba en un coche con su hermana. El cadáver de Mary Lynn presentaba un extraño sedimento en la camisa, restos de vegetación en los zapatos y un objeto extraño en la garganta.

– ¿En la garganta? -preguntó Kaplan. Mac asintió con la cabeza. Por primera vez, el agente del NCIS parecía interesado.

– El sedimento de la camisa resultó ser sal, la vegetación de los zapatos fue identificada como Spartina akernilora o espartina y el biólogo concluyó que el objeto extraño era la concha de un bígaro que habita en las marismas. Estos tres elementos juntos solo podían encontrarse en una marisma salada, de modo que enviamos a los equipos de búsqueda y rescate a la costa y, cincuenta y seis horas después, el helicóptero de la Guardia Costera localizó a Nora Ray, que agitaba frenética su camisa roja.

– ¿No pudo ayudarles a identificar al asesino? -preguntó Rainie.

Mac movió la cabeza hacia los lados.

– Lo último que recordaba era que la rueda se había deshinchado. Cuando recuperó la conciencia, estaba sedienta en medio de una maldita marisma.

– ¿Estaba drogada? -preguntó Watson.

– La contusión de su muslo izquierdo había empezado a desvanecerse.

– ¿Las ataca por sorpresa?

– Creemos que localiza a sus víctimas en locales nocturnos. Siempre secuestra a chicas jóvenes, de ningún color de piel concreto, que viajan en pareja. Creemos que las sigue hasta el coche y que, antes de que arranquen, coloca un par de tachuelas detrás de la rueda trasera. Después, solo tiene que seguirlas. Tarde o temprano, la rueda se deshincha y él se detiene para ofrecerles su ayuda…

– ¿Y las ataca con una aguja? -pregunto Watson, escéptico.

– No. Con una pistola de dardos similar a las que se utilizan para la caza mayor.

El silencio que reinaba en el despacho era tal que oyó respirar hondo a todos los presentes. Mac les dedicó una mirada severa.

– ¿Creen que no hemos hecho nuestros deberes? Llevamos cinco años persiguiendo a ese hombre. Puedo describirles su perfil. Puedo decirles cómo caza a sus víctimas. Puedo decirles que no siempre consigue lo que quiere, pues dos parejas distintas nos informaron de que se les habían deshinchado las ruedas del coche y que un hombre se había detenido para ayudarlas. Pero ellas se negaron a bajar las ventanillas y, gracias a eso, consiguieron vivir un día más.

– Puedo decirles que Mary Lynn, la hermana de la joven que logró sobrevivir, dio positivo en una segunda droga, ketamina, un fármaco que utilizan los veterinarios y los oficiales de control animal por su rápido efecto anestésico. La ketamina es una sustancia controlada, pero también es sencillo encontrarla en las calles. De hecho, los jóvenes la consumen en ciertas discotecas y la llaman Kit Kat o Special K. Puedo decirles que el Ativan también está controlado y que es un medicamento que utilizan los veterinarios, pero que investigar a todos los veterinarios no nos llevó a ninguna parte, ni tampoco vigilar a los miembros de diferentes clubes de caza, como el Appalachian Mountain Club o la Sociedad Audubon.

– También puedo decirles que el asesino cada vez está más enfadado. Pasó de atacar una vez al año, lo que requiere una cantidad ingente de autocontrol en un asesino en serie, a atacar dos veces en doce semanas. Y puedo decirles que sus pistas son cada vez más complejas. Si la primera vez que atacó hubiéramos prestado más atención, habríamos sabido que una de las pistas era una extraña hierba que solo crece en un radio de ocho kilómetros en toda Georgia. Si hubiéramos identificado esa hierba, sin duda habríamos podido rescatar a esa muchacha. Sin embargo, la última vez que atacó, las pistas solo nos condujeron a las marismas saladas… y hay unas ciento sesenta mil hectáreas de marismas saladas en Georgia. Francamente, Nora Ray era una aguja en un pajar.

– Pero la encontrasteis -dijo Kimberly.

– Porque ella se las ingenió para mantenerse con vida -replicó Mac.

Quincy le miró con seriedad.

– Ciento sesenta mil hectáreas no es un área de búsqueda factible. Es imposible que un helicóptero que cubra una extensión de terreno semejante consiga localizar a una chica. Tenían que saber algo más.

– Yo tenía una teoría. Consideraba que existía una especie de perfil geográfico.

– ¿Las diversas víctimas mantenían algún tipo de relación entre sí? ¿Tenían áreas geográficas en común?

– No, pero los cadáveres sí. Si los colocabas en el mapa de acuerdo con la dirección en la que miraban…

– Los utilizaba como brújulas -jadeó Quincy.

– Mapas. Ese tipo utilizaba a la primera chica como un simple mapa. Por eso pensé que, quizá, había utilizado el cadáver de Mary Ann para señalar la dirección en la que se encontraba su hermana. Al fin y al cabo, para él solo era una herramienta del juego.

– Jesús -murmuró Rainie.

El silencio se cernió sobre la sala hasta que Kaplan carraspeó.

– La víctima de esta mañana no apuntaba hacia ninguna dirección concreta. De hecho, sus brazos y piernas estaban extendidos en las cuatro direcciones.

– Lo sé.

– Es otra incoherencia.

– Lo sé.

– Sin embargo, tenía una roca en la mano -siguió diciendo Kaplan, cuyos ojos evaluaban a Mac-. Y una serpiente en la boca. No puedo decir que haya visto muchos casos similares.

– También tenía una hoja en el pelo -añadió Mac-. El médico forense se la quitó en la escena y yo la recuperé. Iré a buscarla en cuanto terminemos.

– Ha destruido la cadena de custodia -protestó Watson.

– Pues deme una azotaina. ¿Quieren la hoja o no?

– Simplemente, no tiene sentido -estaba diciendo Kaplan, que todavía parecía desconcertado-. Por una parte, la serpiente sugiere que esa muchacha podría ser el mapa del que usted está hablando. Por otra, lo único que tiene en común este caso con los anteriores es una carta al director publicada hace seis meses. Además, han transcurrido tres años desde la última muerte y su asesino siempre ha atacado en el estado de Georgia. Puede que ambos casos estén relacionados o puede que el hombre que le llama esté jugando con usted y que el cadáver haya aparecido aquí por simple casualidad.

Todos los presentes empezaron a asentir. Watson, Quincy y Rainie. Kimberly fue la única que no lo hizo y Mac se sintió orgulloso de ella.

– Tengo una teoría -dijo de repente. Todos le miraron y él lo consideró una invitación a seguir hablando.

– Cuando ese hombre empezó a matar en 1998, las primeras pistas que dejó fueron evidentes y sencillas. A partir de entonces empezó a incrementar la dificultad: las pistas cada vez eran más complejas, los lugares que escogía cada vez eran más peligrosos y cada vez atacaba con más frecuencia. Siempre lograba anticiparse a nuestra curva de aprendizaje e iba complicando las reglas del juego. Siempre se mantuvo un paso por delante de nosotros. Pero todo terminó en el año 2000 cuando, siete cadáveres después, logramos hacerlo bien y salvamos a una de esas muchachas. Entonces se retiró porque por fin habíamos ganado el juego.

Mac miró a Quincy.

– Los asesinos en serie nunca se retiran -dijo el perfilador psicológico.

– Cierto, pero no siempre lo saben, ¿verdad?

Quincy asintió, pensativo.

– En ocasiones lo intentan. Bundy salió de la cárcel en dos ocasiones y las dos veces juró que no volvería a atacar a ninguna mujer. Se retiró e inició una vida tranquila, pero no duró demasiado. Había infravalorado su necesidad fisiológica y emocional de matar. De hecho, cuanto más se esforzaba en reprimir sus impulsos, más intensos se volvían estos. Finalmente atacó a cinco jóvenes en una noche.

– Creo que este tipo ha intentado parar -dijo Mac, mientras Rainie y Kaplan cerraban los ojos-. Pero sus impulsos asesinos no han hecho más que intensificarse y, al final, se ha visto obligado a empezar de nuevo. Pero no ha regresado con el mismo juego -prosiguió, adoptando un tono sombrío-. Nosotros ganamos la partida anterior, de modo que ahora ha creado uno distinto. Uno en el que las extremidades de la víctima ya no son las agujas de una brújula. Uno en el que el mapa contiene una serpiente de cascabel viva y letal. Uno en el que el cadáver es abandonado en los terrenos de la Academia del FBI porque, ¿de qué sirve inventar un juego si no consigues que los mejores salgan a jugar contigo? En el año 2000, ese tipo mató a tres muchachas en doce semanas. Si se trata del mismo hombre, si se trata de un juego nuevo, no sé qué se le habrá ocurrido, pero les prometo que será mucho peor. Por eso, y disculpen si les ofendo, no puedo permanecer aquí encerrado ni un minuto más. No hay tiempo para hablar de este caso. No hay tiempo para redactar informes de investigación ni para establecer la cronología de los acontecimientos. Desde el mismo instante en que se encuentra el primer cadáver, el reloj empieza a hacer tictac. Si quieren tener alguna posibilidad de encontrar a la segunda víctima con vida, levanten el culo de sus asientos y pónganse a trabajar, porque les aseguro que allí fuera hay otra joven y lo único que deseo es que no sea ya demasiado tarde.

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