Capítulo 33

Richmond, Virginia

08:08

Temperatura: 31 grados


– En mi opinión, se trata de agua.

Kimberly suspiró aliviada y Mac se apoyó en la pared de la diminuta oficina. Ninguno de los dos había sido consciente del nerviosismo con el que habían estado esperando aquella noticia hasta que Brian Knowles, el hidrólogo del Instituto de Cartografía, se la había dado.

– ¿Podría ser agua bendita? -preguntó Kimberly.

Knowles la miró desconcertado.

– La verdad es que no disponemos de ninguna prueba para eso. No soy el Papa, sino un simple empleado del gobierno.

– ¿Pero puedes ayudarles? -le apremió Ray Lee Chee, que había llevado personalmente a Mac y a Kimberly al despacho de Knowles hacía diez minutos y ahora estaba sentado en el borde de un archivador gris de color bronce, oscilando los pies rítmicamente.

– Nos gustaría analizar la muestra -explicó Mac-. Necesitamos identificar su fuente, saber si procede de un estanque, un riachuelo o un pozo de abastecimiento concreto. ¿Podría hacerlo?

Knowles bostezó, movió uno de sus adormecidos hombros y pareció reflexionar su respuesta. Era un tipo atractivo de unos treinta y cinco años, con una espesa mata de cabello marrón y los téjanos más viejos del mundo. Al igual que Ray Lee Chee, parecía estar en forma. Sin embargo, a diferencia del geógrafo, las mañanas no eran lo suyo. Brian Knowles parecía tan cansado como se sentía Kimberly.

– Bueno -dijo entonces-. Se puede analizar el agua para identificar diferentes elementos, como el pH, el oxígeno disuelto, la temperatura, la turbiedad, la salinidad, el nitrógeno, el amoníaco, el arsénico, las bacterias y demás. También se puede analizar la dureza del agua y los diferentes constituyentes inorgánicos tales como hierro, manganeso y sulfatos. Además, existen diversos análisis que identifican los contaminantes del agua. Por lo tanto, sí que se puede analizar.

– Bien, bien -dijo Mac.

– Pero existe un problema -Knowles abrió las manos en un gesto de impotencia-. No estamos junto a la fuente y no se puede hacer demasiado con seis gotas de agua.

Mac arqueó una ceja, sorprendido, y miró a Kimberly, que se encogió de hombros.

– Al menos le hemos traído agua -dijo la mujer-. A Ray solo le dimos la fotografía de una hoja.

– Es cierto. Y lo hice bien -se jactó Ray-. Así que no eches a perder ahora nuestro registro de logros, Knowles. Si perseveramos, es muy posible que consigamos nuestro propio programa de televisión. Ya sabes, «Ley y Orden: Instituto de Geología Americano». Piensa en las chicas, Brian. Piensa en las chicas.

Pero Knowles no parecía demasiado convencido. Se recostó en su asiento y se llevó las manos a la nuca.

– Escuchen, solo intento ser práctico. Para conseguir resultados precisos de cualquier tipo de análisis de agua es necesario encontrarse junto a la fuente y examinar la muestra in situ. En cuanto se embotella el agua, ocurren diversas cosas. En primer lugar, su temperatura varía. En segundo lugar, queda separada de su fuente de oxígeno y, por lo tanto, los análisis de oxígeno dejan de ser válidos. En tercer lugar, al estar en un recipiente cerrado, el pH aumenta. En cuarto lugar, es posible que ese mismo recipiente haya contaminado la prueba. Y en quinto lugar… Bueno, no se me ocurre el quinto en estos momentos, pero me limitaré a decir que tampoco sería bueno. Los resultados de los análisis que pueda efectuar serán tan relevantes como un sexto dedo: te da algo que mirar, pero no sirve para nada.

– Pero no conocemos la fuente -le recordó Mac-. De esto se trata. Esta muestra es lo único que nos han dado para localizarla. Estoy seguro de que habrá algo que pueda hacer.

Mac le miró con ojos suplicantes hasta que Knowles dejó escapar un suspiro.

– Pero los resultados no serán precisos -les advirtió. -Asumimos que serán aproximaciones.

– Ni siquiera sé si deben llamarlo así. -A pesar de sus palabras, Knowles ya tenía entre sus dedos el tubo de cristal que contenía la preciada muestra-. ¿Están seguros de que no hay más? Me las apañaría mucho mejor con unos cuarenta mililitros.

– Lo máximo que podemos conseguir son seis gotas más.

Knowles parpadeó.

– Maldita sea. El tipo que les dio esto debe de ser bastante tacaño.

– Le gustan los retos.

– Hablo en serio… pero supongo que no van a contarme nada más sobre el caso.

– No.

– Lo imaginaba, pero nunca está de más preguntar… -Knowles suspiró de nuevo, se enderezó sobre su silla y contempló la muestra con atención-. Bueno, creo que podré realizar un análisis de salinidad, pues solo se necesita el agua suficiente para cubrir la base de la sonda. También podré hacer el de pH, para el que se utiliza un medidor. Sin embargo, el análisis de pH puede depositar una pequeña cantidad de cloruro de potasio en la muestra, aumentando así su conductividad eléctrica y arruinando el análisis de salinidad… Por lo tanto, primero haré el de salinidad y después analizaré el pH. En cuanto a los minerales, no sé si habrá algún instrumento de medición calibrado para una muestra tan pequeña. Respecto a los análisis bacterianos, es necesario pasar el agua por un tamiz… y no estoy seguro de que eso sirva de mucho en este caso. Y lo mismo ocurre con los análisis de materias vegetales. -Alzó la mirada-. Por lo tanto, salinidad y pH, aunque les recuerdo una vez más que el tamaño de la muestra es demasiado limitado, la metodología deficiente y, por lo tanto, los resultados serán demasiado relativos para poder extraer de ellos alguna conclusión precisa. Por todo lo demás, estoy dispuesto a jugar. Nunca antes había trabajado en un caso de asesinato.

– Cualquier información nos será de gran ayuda -dijo Mac, sombrío.

Knowles abrió el cajón y sacó de su interior una pequeña caja de plástico con una raída etiqueta en la que ponía Equipo de Campo. Abrió el estuche y empezó a sacar medidores portátiles y largas sondas metálicas.

– Primero salinidad -murmuró para sus adentros, insertando el medidor en el agua.

No dijo nada durante un rato, pero gruñó varias veces.

– ¿Qué mide un análisis de salinidad? -preguntó Kimberly-. ¿Si es agua dulce o salada?

– Puede hacerlo -Knowles la miró-, pero en realidad estoy midiendo la cantidad de microsiemens por centímetro cúbico, pues esa cantidad me dará una idea sobre el contenido disuelto. El agua por sí sola no tiene conductividad eléctrica, pero si tiene una gran cantidad de sal u otros minerales disueltos, su nivel de conductividad será más elevado. Tendrá más microsiemens por centímetro cúbico. Así que, de un modo indirecto, lo que intento averiguar es dónde ha estado esta agua.

Observó el medidor y retiró la sonda de la muestra.

– Bueno, según mi medidor de salinidad, esta agua presenta una lectura de quince mil microsiemens por centímetro cúbico. Por lo tanto, y teniendo en cuenta mis anteriores advertencias, ¿saben qué significa eso?

Todos le miraron con expresiones vacías y él tuvo la generosidad de iluminarlos.

– Esta agua tiene una buena conductividad. No la suficiente para ser salada, pero hay una gran cantidad de contenido disuelto en la muestra. "Puede que sean minerales o iones, algo que conduzca la electricidad mejor que el agua por sí sola.

– ¿Está contaminada? -preguntó Mac, vacilante.

– Presenta un elevado contenido disuelto -repitió Knowles, con obstinación-. En estos momentos no podemos extraer ninguna otra conclusión. Ahora, lo lógico sería realizar análisis para los diferentes minerales, pues eso permitiría responder a su pregunta… Pero como no podemos hacerlo, analizaremos el pH. -Dejó a un lado el primer medidor e insertó un segundo. Tras observarlo con el ceño fruncido, extrajo la punta y murmuró-: maldita sonda. Esperen un segundo.

Secó la punta, sopló sobre ella y le dio un palmetazo. Dejando escapar un gruñido de satisfacción, volvió a insertarla en el agua. Este segundo intento tampoco le satisfizo.

– Mierda, esto no va bien.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Kimberly.

– La muestra debe de ser demasiado pequeña para la sonda o el medidor está estropeado. Indica que el pH es de tres con ocho, y eso es imposible.

Esta vez golpeó dos veces la sonda contra la mesa y lo intentó de nuevo.

– ¿Qué significa tres con ocho? -preguntó Mac.

– Acido, muy ácido. Un nivel de acidez capaz de dejar agujeros en la ropa. El pH base es de 7. La mayoría de los peces y algas necesitan al menos un pH de 6,5 para sobrevivir; las serpientes, almejas y mejillones lo necesitan de 7; y los insectos, sanguijuelas y carpas pueden sobrevivir en tuno de 6. Cuando analizamos estanques y corrientes en los que existe vida acuática, el nivel suele rondar los seis. Por otra parte, el agua de lluvia en Virginia tiene un pH de entre cuatro con dos y cuatro con cinco. Podríamos pensar que se trata de agua de lluvia pura, pero el análisis de salinidad nos revela que no es así. Tres con ocho… -Seguía moviendo la cabeza hacia los lados-. Es ridículo.

Observó de nuevo el medidor, dejó escapar un último gruñido contrariado y sacó la sonda.

– ¿Qué indica?-preguntó Mac.

– La misma estupidez que antes: tres con ocho. Lo siento, pero la muestra debe de ser demasiado pequeña. Eso es todo lo que puedo decir.

– Ha realizado tres análisis y ha obtenido en todos ellos resultados idénticos -comentó Kimberly-. Puede que el agua tenga esa acidez.

– No tiene sentido, sobre todo si tenemos en cuenta que las lecturas de pH que obtenemos son superiores al pH original de la fuente. Francamente, no se suelen encontrar lecturas de pH inferiores a cuatro con cinco. No ocurre nunca…, salvo en los casos de drenaje ácido de mina.

Mac se puso tenso.

– Háblenos del drenaje ácido de mina.

– No hay mucho que decir. El agua escapa de la mina o pasa por sus diferentes estratos, contaminándose en su camino y obteniendo un pH extremadamente bajo, de dos con algo.

– ¿Y eso sería extremadamente insólito? ¿Sería inusual en este estado?

Knowles miró a Mac.

– No hay muchos lugares en el mundo que tengan lecturas de pH de dos, y mucho menos en el estado de Virginia.

– ¿Y dónde está esa mina? -apremió Kimberly.

– Querrá decir minas, en plural, como en minas de carbón. Hay muchas.

– ¿Dónde?

– Sobre todo, en el sudoeste de Virginia. Debe de haberlas en unos siete condados, creo. -Knowles miró a Ray en busca de confirmación-. Veamos… Dickenson, Lee, Russell, Scout… Demonios, nunca seré capaz de recitarlos de memoria. Dejen que eche un vistazo. -Retrocedió hacia su archivo, empujó las piernas de Ray y rebuscó entre diversas carpetas de papel manila.

– ¿Qué tamaño tiene esa área? -preguntó Kimberly.

Knowles se encogió de hombros y miró de nuevo a Ray.

– Ocupa la mayor parte de la esquina sudoeste del estado -explicó Ray-. No es pequeña, si eso es lo que quiere saber.

– Pero es probable que el agua proceda de allí -replicó Mac.

– Yo no diría eso -le advirtió Knowles-. La muestra es demasiado pequeña, los resultados demasiado subjetivos y hay demasiadas variables que escapan a mi control.

– Pero es una posibilidad viable.

– Si usted considera que una lectura de tres con ocho puede ser correcta, le digo que sí, que una mina es un buen lugar para buscar este tipo de reserva de agua contaminada. La otra teoría posible… -Se interrumpió y se mordisqueó el labio inferior-. Tiene que tratarse de algún tipo de contaminación -murmuró entonces-. Eso es lo único que podría reducir el nivel de pH de un modo tan drástico. Podría deberse a una mina, pero también a la contaminación producida por residuos orgánicos. El proceso consiste, básicamente, en que una gran dosis de material orgánico biodegradable se filtra en el agua. Las bacterias se alimentan del desecho, la población de bacterias se multiplica y empiezan a consumir el oxígeno más rápido de lo que las algas y las plantas acuáticas pueden producirlo. Entonces, todo aquello que necesita oxígeno para vivir, los peces, los insectos y las plantas, se muere y las bacterias anaeróbicas invaden la fuente acuática, pues son los únicos seres vivos que pueden sobrevivir en un pH tan bajo.

– Pero usted no puede analizar la muestra en busca de bacterias, ¿verdad? -preguntó Kimberly.

– No. Es demasiado pequeña.

– ¿Hay… algo más que pueda hacer?

– Bueno, podría intentar analizar sus minerales. En este centro trabaja un tipo que ha estado estrujando muestras que se remontan a hace miles de años para extraer el agua y analizarla con el equipo. A pesar del reducido tamaño de las muestras, sé que ha conseguido resultados. No sé cuan buenos…

– Nos conformaremos con lo que sea -le interrumpió Mac.

– Es muy importante -insistió Kimberly-. Necesitamos estrechar la búsqueda a una región geográfica lo más reducida posible. Siete condados es un buen comienzo, pero siete kilómetros sería mucho mejor.

– Siete kilómetros, ¿eh? -Knowles le dedicó una mirada dubitativa-. Aunque tuviera suerte y lograra identificar un grupo de minerales… Bueno. -Guardó silencio-. Existen ciertas diferencias fisiográficas clave entre los condados mineros. Hay montones de piedra arenisca y esquisto en algunas áreas, y carsts en otros. Por lo tanto, es posible que los resultados minerales sean de ayuda. No siete kilómetros, por supuesto, pero es posible que pueda centrar la búsqueda en un condado o dos.

– ¿Cuánto tardará? -le apremió Mac.

– Primero tendré que hablar con ese tipo y averiguar cómo utilizar el equipo… Concédanme un par de días.

– Le damos dos horas.

– ¿Qué?

– Escúcheme. Hay dos mujeres desaparecidas. Ya han transcurrido casi cuarenta y ocho horas desde que fueron vistas por última vez y una de ellas se encuentra en algún lugar, cerca de esta agua. O la encontramos pronto o dejará de importar.

Knowles tenía la boca abierta de par en par. Parecía turbado por la noticia, pero entonces miró la diminuta muestra con renovado disgusto.

– De acuerdo -dijo entonces-. Concédanme dos horas.

– Una última pregunta. -Mac centró su atención en Ray Lee Chee. -Tenemos otra muestra que deseamos analizar…, pero el único problema es: que no sabemos qué es.

Les mostró el frasco de cristal que contenía el residuo que habían: encontrado en el cabello de la segunda víctima. Ray fue el primero en examinarlo y después se lo pasó a Knowles. Ninguno de los dos sabía qué era pero decidieron que un palinólogo, un experto en polen, podría ayudarles. Y también les dijeron que estaban de suerte, puesto que uno de los mejores del estado, Lloyd Armitage, estaría ahí al mediodía para una reunión de equipo.

– ¿Algo más? -preguntó Ray.

– Arroz -dijo Kimberly-. Crudo, de grano largo. ¿Significa algo para ustedes?

Esta pregunta provocó un intercambio de miradas divertidas. Knowles confesó que prefería la pasta y Ray Lee Chee dijo que nunca le había gustado cocinar. De todos modos, preguntarían.

La reunión concluyó ahí. Knowles analizaría el agua en busca de muestras minerales, Ray preguntaría sobre el arroz, y Mac y Kimberly volverían a ponerse en marcha.

– Lo de la hoja fue más fácil -dijo ella, mientras avanzaban por el pasillo.

– Supongo que esa es su intención. -Mac empujó las puertas exteriores y fueron recibidos por el muro de calor.

– ¿Es la hora? -le preguntó Kimberly, al ver que miraba su reloj.

– Sí.

Montaron en el coche y se dirigieron hacia el aeropuerto.

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