Quantico, Virginia
14:23
Temperatura: 37 grados
A las dos y media, Kaplan había concertado una entrevista con el doctor Ennunzio para preguntarle sobre las conversaciones que había mantenido con Mac. Seguramente, Kaplan no creía que el lingüista forense estuviera relacionado con el Ecoasesino de Georgia, pero deseaba interrogar a alguien sobre las diferentes acciones del agente especial McCormack. Al menos, eso era lo que pensaba Rainie.
Quincy y ella habían decidido acompañarle. Kaplan tenía sus preguntas y ellos tenían las suyas. Además, era muy probable que las oficinas de la Unidad de Ciencias de la Conducta estuvieran a siete grados bajo cero o, en caso contrario, a bastante menos temperatura que el resto de lugares en los que habían estado de momento.
Las oficinas estaban ubicadas en el sótano del edificio en el que se realizaban las prácticas de tiro. Rainie solo había estado allí en una ocasión, pero siempre le había parecido un lugar un poco extraño. Y no solo porque había personas disparando dos plantas más arriba, algo que debería incomodar a cualquiera, sino también porque los ascensores que descendían hasta allí estaban escondidos en una aislada esquina, junto a la lavandería, y para llegar a ellos tenías que pasar junto a contenedores llenos a rebosar de ropa blanca sucia y chalecos antibalas usados. Menudo lugar de trabajo.
Al llegar al sótano, la puerta del ascensor se abrió ante un vestíbulo de paredes forradas de madera y pasillos que se alejaban en todas direcciones. Los visitantes podían sentarse en el sofá de cuero mientras admiraban los diversos carteles que anunciaban los proyectos de la Unidad de Ciencias de la Conducta. «La violencia doméstica según los agentes policiales», rezaba el primero, anunciando un seminario que pronto se celebraría. «Suicidio y cumplimiento de la Ley», rezaba otro. «El futuro y el cumplimiento de la Ley: la conferencia del milenio», anunciaba el tercero.
Siete años atrás, cuando Rainie había conocido a Quincy, este investigaba para la Oficina de Ciencias de la Conducta. Su proyecto consistía en desarrollar un programa que estableciera de forma efectiva el perfil de los asesinos en serie menores de edad. La verdad es que no se podía decir que los investigadores de la Unidad de Ciencias de la Conducta fueran un puñado de personas de poco peso.
Una de las paredes estaba decorada con las fotografías de los investigadores que trabajaban en la unidad y, por si alguien pensaba que carecían de sentido del humor, la última que aparecía en la hilera central era el retrato enmarcado de un extraterrestre, con la cabeza en forma de cono y grandes ojos negros. A decir verdad, el alienígena era el más atractivo de todos.
Kaplan accedió al pasillo central, seguido por Rainie y Quincy.
– ¿Lo echas de menos? -preguntó Rainie a Quincy, hablándole al oído.
– En absoluto.
– No es tan lúgubre como imaginaba.
– Espera a haber pasado una semana entera trabajando sin luz natural.
– Quejica.
– Sé buena o te encerraré en el refugio antiaéreo.
– Promesas, promesas -murmuró ella. Quincy le apretó la mano. Aquel era el primer contacto que habían tenido en el día.
Por lo que Rainie pudo determinar, aquel espacio subterráneo era básicamente un gran recuadro dividido por tres hileras de pasillos que conducían a las estrechas oficinas. Kaplan se detuvo ante la última puerta del pasillo central, dio un par de golpecitos y un hombre se apresuró a abrirles. Al parecer, les estaba esperando.
– ¿Agente especial Kaplan? -preguntó.
Rainie se mordió el labio inferior justo a tiempo. Guau, pensó. Un clon de Quincy.
El doctor Ennunzio vestía un traje azul marino de corte elegante, con la corbata reglamentaria de color rojo republicano. Rondaba los cuarenta y cinco años, tenía la complexión delgada de un ávido corredor y la mirada intensa de un académico que cada noche se llevaba trabajo a casa. Su cabello, oscuro y muy corto, empezaba a volverse gris por las sienes. Su actitud era directa y su expresión algo impaciente, de modo que Rainie sospechó que consideraba que aquella reunión iba a ser una pérdida de tiempo.
Kaplan realizó las presentaciones pertinentes. Ennunzio le tendió brevemente la mano a Rainie, pero a Quincy le ofreció un apretón de manos prolongado y genuinamente sincero. Al parecer, conocía el trabajo del antiguo agente.
Rainie los observó largo y tendido. Quizá es uno de los requisitos necesarios para ser agente del FBI, pensó. Para que te admitan, tienes que llevar esos trajes y tener esa mirada tan intensa. Era posible.
Tras mostrarles su diminuto despacho, demasiado pequeño para dar cabida a cuatro adultos, Ennunzio los guió por el pasillo hasta una sala de conferencias que apenas se utilizaba.
– Esto solía ser el despacho del director -explicó, volviendo a centrar su atención en Quincy-. En su época, pues ahora se utiliza como sala de conferencias. Los peces gordos han sido trasladados al otro lado. No es demasiado difícil encontrar sus nuevos despachos. Solo hay que seguir los pósteres del El silencio de los corderos.
– A todo el mundo le gusta Hollywood -murmuró Quincy.
– Bueno -dijo Ennunzio, tomando asiento y dejando una carpeta de papel manila delante de él-. Querían hacerme algunas preguntas sobre el agente especial McCormack, del Servicio de Investigación de Georgia, ¿verdad?
– Sí -respondió Kaplan-. Tenemos entendido que iba a entrevistarse con usted.
– El martes a mediodía. Pero la cita no llegó a producirse, pues tuve que asistir a una conferencia en Washington, patrocinada por el Instituto Lingüístico Forense.
– Una conferencia para lingüistas -musitó Rainie-. Tuvo que ser la bomba.
– La verdad es que fue fascinante -replicó Ennunzio-. Una presentación especial sobre las cartas de ántrax que recibieron los senadores Tom Daschle y Tom Brokaw. Se trataba de determinar si los sobres habían sido escritos por alguien cuya primera lengua era el inglés o el árabe. La verdad es que fue un análisis sumamente interesante.
Muy a su pesar, Rainie estaba intrigada.
– ¿Y a qué conclusión llegaron?
– Nos atrevemos a apostar a que las cartas fueron escritas por un inglés nativo que intentaba hacerse pasar por árabe. Utilizamos la expresión «correo trampa» cuando la persona que envía la misiva utiliza ciertos trucos con la intención de engañar al destinatario. En este caso, la prueba definitiva fue la combinación al parecer aleatoria de letras mayúsculas, minúsculas y versalitas que aparecían en el sobre. Una caligrafía descuidada e infantil parece indicar que esa persona no se siente cómoda con la sintaxis inglesa, pero en realidad refleja que está tan familiarizada con el alfabeto romano que puede manipularlo como quiera. De lo contrario, no habría sido capaz de construirlas frases con semejante combinación de estilos y letras. Y aunque los mensajes de ambas misivas eran breves y estaban repletos de errores ortográficos, tenemos la certeza de que era otro intento de engaño. Las misivas breves requieren un uso muy conciso de la lengua inglesa y suelen ser escritas por personas que poseen un nivel de estudios elevado. Puedo asegurarle que fue una presentación de primera.
– Le creo -dijo Rainie, dedicando una mirada impotente a Kaplan.
– De modo que el martes no vio al agente especial McCormack -apuntó el agente encargado de la investigación.
– No.
– ¿Pero había hablado antes con él?
– Cuando el agente especial McCormack llegó a la Academia Nacional, se acercó a mi despacho para preguntarme si podría hacerle un hueco para consultarme sobre un caso de homicidio. Tenía las copias de algunas cartas al director y deseaba toda la información que pudiera proporcionarle al respecto.
– ¿Le proporcionó copias de las cartas? -preguntó Quincy.
– Me enseñó las que tenía. Por desgracia, el Servicio de Investigación de Georgia solo había podido recuperar el documento original de la última carta y, francamente, con las versiones publicadas no se puede trabajar, pues los periódicos suelen filtrarlas.
– ¿Quería saber si ese tipo también mezclaba las mayúsculas y las minúsculas? -preguntó Rainie.
– Algo así. Escúchenme; voy a decirles lo mismo que le dije al agente McCormack. La lingüística forense es un campo muy amplio. Como experto, he recibido formación para estudiar el lenguaje, la sintaxis, la ortografía y la gramática. No analizo la caligrafía en sí, pues eso debe hacerlo un experto en caligrafía. Yo me fijo en cómo se prepara y presenta un documento, pues esas son las cosas que proporcionan contexto para mis análisis. En este campo, todos tenemos nuestra propia especialidad. Algunos lingüistas se enorgullecen de poder ofrecer una especie de perfil forense, pues el análisis de los documentos les permite identificar la raza probable, el sexo, la edad, la educación e incluso la dirección de la persona que los escribió. Yo también puedo hacerlo en cierta medida, pero mi subespecialidad es la autoría. Si me proporcionan un par de textos, puedo decirles si la persona que escribió la carta de amenaza es la misma que dejó una nota a su madre.
– ¿Y cómo lo hace? -preguntó Rainie.
– Examino el formato, pero sobre todo me fijo en la elección de las palabras, la estructura sintáctica y la repetición de errores o frases. Todo el mundo tiene una serie de expresiones predilectas que suelen repetir con cierta frecuencia en sus escritos. ¿Conocen los dibujos animados de los Simpson?
Rainie asintió.
– De acuerdo, si usted fuera la jefa de policía de Springfield y recibiera una nota en la que advirtiera un uso repetido de la expresión «¡Mosquis!», probablemente querría iniciar su investigación por Homer Simpson. En cambio, si la carta contuviera la expresión «Multiplícate por cero», seguramente prefería empezar por Bart. Todo el mundo tiene una serie de frases que le gusta utilizar y, por lo tanto, cuando escriben, es bastante probable que recurran a dichas muletillas. Lo mismo ocurre con los errores gramaticales y las faltas de ortografía.
– ¿Y en el caso del Ecoasesino? -preguntó Quincy.
– No había datos suficientes. El agente especial McCormack me enseñó tres copias y un original. Con solo un original, me resulta imposible comparar la caligrafía, la tinta o la elección de papel. En lo que respecta al contenido, las cuatro cartas contenían el mismo mensaje: «El reloj hace tictac… El planeta agoniza… Los animales lloran… Los ríos gritan. ¿Pueden oírlo? El calor mata…» Francamente, para poder comparar la autoría necesitaría material adicional como, por ejemplo, otra carta o un documento de mayor extensión que, presuntamente, pudiera haber escrito el sospechoso. ¿El nombre de Ted Kaczynski les resulta familiar?
– ¿El Unabomber? Por supuesto.
– Ese caso se centró sobre todo en los escritos del señor Kaczynski. No solo contábamos con las palabras escritas en los paquetes en los que enviaba sus bombas, sino también con diversas notas incluidas en estos, las cartas que dirigió a la prensa y el manifiesto que exigía que se publicara en los periódicos. Sin embargo, no fue un lingüista forense quien estableció las conexiones, sino el hermano de Kaczynski, que reconoció ciertas partes del manifiesto debido a las cartas que le enviaba su hermano. Sin una cantidad de material tan extensa que analizar, ¿quién sabe si hubiéramos sido capaces de identificar al Unabomber?
– En cambio, este tipo no le ha dado a la policía demasiado con lo que trabajar -replicó Rainie-. ¿No le parece extraño? Por lo general, y siguiendo con el ejemplo que usted nos acaba de dar, en cuanto esos tipos empiezan a hablar resulta que tienen mucho que decir. Este hombre nos ha dado a entender que le preocupa el medioambiente, pero no ha comentado nada más sobre el tema.
– La verdad que eso fue lo primero que me desconcertó -dijo Ennunzio, posando la mirada en Quincy-. Creo que esto pertenece más a su especialidad que a la mía, pero resulta inusual encontrar cuatro mensajes breves idénticos. En cuanto un asesino establece contacto, ya sea con la prensa o con alguna figura de autoridad, la comunicación suele volverse más fluida. Por eso me sorprendió tanto que el mensaje de la última carta al editor fuera exactamente igual que los anteriores.
Quincy asintió.
– Cuando un asesino se comunica, ya sea con la prensa o con algún agente al cargo de la investigación, casi siempre lo hace para dejar constancia de su poder. A algunos, enviar cartas y ver cómo sus mensajes son repetidos por los medios de comunicación les proporciona el mismo tipo de emoción que experimentan otros asesinos cuando visitan la escena del crimen o contemplan un recuerdo de alguna de sus víctimas. Los asesinos suelen empezar con algo breve, una nota inicial o una llamada telefónica, pero en cuanto saben que han conseguido la atención de todo el mundo, utilizan dichas comunicaciones para vanagloriarse, jactarse y reafirmar constantemente su sentido del control. Forma parte de su obsesión egoísta. -Quincy frunció él ceño-. Sin embargo, este mensaje es diferente.
– Se distancia de los hechos -dijo Ennunzio-. Fíjense en la frase: «El calor mata». No es él quien mata, sino el calor. Como si él no tuviera nada que ver.
– Sin embargo, el mensaje está repleto de frases breves y usted ha comentado que eso indica que posee un nivel elevado de educación.
– Es inteligente, pero se siente culpable -explicó Ennunzio-. No desea matar, pero se siente impulsado a hacerlo y, por lo tanto, pretende echar la culpa a cualquier otra cosa. Quizá, esa es la razón por la que no ha escrito nada más. Con sus cartas no pretende demostrar su poder, sino buscar la absolución.
– Existe otra posibilidad -se apresuró a decir Quincy-. Berkowitz también escribió largas cartas a la prensa en un intento de explicar sus crímenes, pero él sufría una enfermedad mental y, por lo tanto, entraba en una categoría distinta a la de asesino organizado. Aquellas personas que padecen algún tipo de incapacidad mental, como la paranoia o la esquizofrenia…
– Suelen repetir una frase -dijo Ennunzio-. Eso también se puede observar en aquellos que han sufrido una embolia o tienen un tumor cerebral. Invariablemente, todos ellos repiten una y otra vez una palabra o un mantra.
– ¿Está diciendo que este tipo está loco? -preguntó Rainie.
– Es posible.
– Pero si está chiflado, ¿cómo es posible que haya esquivado a la policía y haya sido capaz de secuestrar y asesinar a ocho mujeres?
– No he dicho que sea estúpido -replicó Quincy-. Es probable que sea competente en diversos aspectos, aunque aquellos que le rodean deben de saber que hay algo en él que no acaba de estar bien. Posiblemente se trata de un tipo solitario que se siente incómodo en compañía de otras personas. Puede que esa sea la razón por la que pasa tanto tiempo al aire libre y por la que utiliza la emboscada como forma de ataque. Un asesino como Ted Bundy confiaría en sus habilidades sociales para abrirse paso hasta la víctima y romper sus defensas; en cambio, este hombre sabe que no puede hacer algo así.
– Sin embargo, es capaz de idear elaborados rompecabezas -dijo Rainie con voz monótona-. Busca víctimas desconocidas, se comunica con la prensa y juega con la policía. En mi opinión, ese tipo es una especie de psicópata de la vieja escuela.
Kaplan levantó una mano.
– Bueno, ya es suficiente. Creo que nos estamos desviando un poco del tema. El Ecoasesino es problema del estado de Georgia. Nosotros hemos venido aquí para hablar del agente especial McCormack.
– ¿Qué ocurre con él? -preguntó Ennunzio, con el ceño fruncido.
– ¿Cree que McCormack podría haber escrito esas notas?
– No lo sé. Tendrían que proporcionarme algún otro documento que hubiera sido escrito por él. ¿Por qué están investigando al agente especial McCormack?
– ¿No se ha enterado?
– ¿De qué? Salí de la ciudad para asistir a una conferencia. Ni siquiera he tenido tiempo de escuchar todos los mensajes.
– Ayer encontraron un cadáver -explicó brevemente Kaplan-. Una joven. En la ruta de entrenamiento físico de los marines. Tenemos razones para pensar que McCormack podría estar implicado.
– Ciertos elementos del caso son similares a los del Ecoasesino -añadió Rainie, ignorando la mirada sombría de Kaplan-. El agente especial McCormack cree que el crimen ha sido obra del Ecoasesino, que ha empezado a atacar aquí en Virginia, mientras que el agente especial Kaplan cree que McCormack podría ser nuestro hombre y que simplemente preparó la escena de forma que encajara con la de un antiguo caso.
– ¿Han encontrado un cadáver aquí? ¿En Quantico? ¿Ayer?-Ennunzio parecía aturdido.
– Debería salir de este refugio antiaéreo de vez en cuando -le dijo Rainie.
– ¡Eso es terrible!
– Yo tampoco creo que la muchacha disfrutara demasiado.
– No, no lo entienden. -Ennunzio observó sus notas con ojos enloquecidos-. Tengo una teoría… y se la hubiera sugerido al agente especial McCormack de haber tenido la oportunidad de hablar con él. No se trata más que de una sospecha, pero…
– ¿Qué? -preguntó Quincy-. Explíquenosla.
– El agente especial McCormack mencionó de pasada que había empezado a recibir llamadas telefónicas sobre el caso. Me dijo que, al parecer, un informador anónimo estaba intentando ayudarles. McCormack creía que podía tratarse de alguien cercano al asesino, un miembro de su familia o su esposa. Sin embargo, mi opinión es bien distinta. Teniendo en cuenta que las cartas al director son tan breves y que, con el tiempo, la mayoría de los asesinos tienden a dilatar sus comunicaciones…
– Oh no -dijo Quincy, cerrando los ojos. Era evidente que había seguido la línea de sus pensamientos-. Si el sujeto no identificado se siente culpable, si intenta desvincularse del acto…
– Quería pedirle al agente especial McCormack que grabara dichas llamadas o transcribiera las conversaciones al pie de la letra en el mismo instante en que colgara -prosiguió Ennunzio, con voz sombría-. De este modo, podría comparar el lenguaje del informante con las palabras de las cartas. Verán, no creo que esté hablando con ningún miembro de la familia. En mi opinión, el agente especial McCormack está hablando con el propio asesino.