TYRION

Al oír ruidos al otro lado de la gruesa puerta de su celda, Tyrion Lannister se dispuso a morir.

«Ya iba siendo hora —pensó—. Venga, venga, acabemos de una vez. —Se puso de pie. Había estado sentado sobre las piernas y se le habían dormido. Se inclinó y se las frotó para calmar los pinchazos—. No pienso llegar ante el verdugo tambaleándome.»

Se preguntó si lo matarían allí abajo, en la oscuridad, o si lo arrastrarían por la ciudad para que Ser Ilyn Payne le pudiera cortar la cabeza. Tras la farsa que había sido el juicio, tal vez su querida hermana y su querido padre preferirían librarse de él discretamente en vez de arriesgarse a una ejecución pública.

«Si me dejaran hablar, podría contar al populacho un par de cositas.» Pero no serían tan estúpidos, claro.

Cuando las llaves tintinearon y la puerta de la celda se empezó a abrir hacia adentro entre crujidos, Tyrion apoyó la espalda en la pared húmeda. Habría dado cualquier cosa por un arma.

«Todavía me queda la posibilidad de morder y dar patadas. Al menos moriré con el sabor de la sangre en la boca.» Le habría gustado tener tiempo para buscar unas buenas últimas palabras. Un «A tomar por culo todos» no le granjearía un lugar interesante en la historia.

La luz de una antorcha le iluminó la cara. Se protegió los ojos con una mano.

—Venga, ¿es que te da miedo un enano? —Demasiados días sin hablar, tenía la voz ronca—. Acaba de una vez, hijo de una puta piojosa.

—Ésa no es manera de hablar de nuestra señora madre. —El hombre se adelantó. Llevaba la antorcha en la mano izquierda—. Esto es aún peor que mi celda en Aguasdulces, aunque no tan húmedo, claro.

Por un momento Tyrion se quedó sin respiración.

—¿Eres tú?

—La mayor parte de mí. —Jaime estaba demacrado y llevaba el pelo corto—. Me dejé una mano en Harrenhal. Fue nuestro padre quien trajo a los Compañeros Audaces desde el otro lado del mar Angosto. Ha tenido ideas mejores.

Alzó el brazo y Tyrion vio el muñón. No pudo controlarse y cedió ante un ataque de risa histérica.

—Ay, dioses —dijo—. Lo siento mucho, Jaime, pero… por los dioses, mira qué pareja hacemos. Manco y Desnarigado, los hermanos Lannister.

—Hubo días en los que mi mano olía tan mal que me habría gustado no tener nariz. —Jaime bajó la antorcha para examinar el rostro de su hermano—. Vaya cicatriz. Impresionante.

—Me obligaron a luchar en una batalla sin la protección de mi hermano mayor. —Tyrion se apartó de la luz.

—He oído que casi quemaste la ciudad.

—Mentira cochina. Sólo quemé el río. —De pronto Tyrion recordó dónde estaba y por qué—. ¿Has venido a matarme?

—Serás ingrato… Si vas a ponerte tan antipático te dejaré aquí para que te pudras.

—No creo que el destino que me reserva Cersei sea la putrefacción.

—La verdad, no. Te quiere decapitar mañana, en donde se celebraban antes los torneos.

—¿Habrá comida? —Tyrion se volvió a reír—. Oye, tienes que ayudarme con lo de las últimas palabras, no se me ocurre nada interesante.

—No te harán falta últimas palabras. He venido a rescatarte. —La voz de Jaime tenía una extraña solemnidad.

—¿Quién te ha dicho que necesito que me rescaten?

—¿Sabes una cosa? Casi se me había olvidado lo insoportable que llegas a ser. Ahora que me lo has recordado, me parece que dejaré que Cersei te corte la cabeza.

—Eso no me lo creo. —Salió de la celda—. ¿Es de día o de noche ahí arriba? No sé cuánto tiempo llevo aquí.

—Hace tres horas que pasó la medianoche. La ciudad duerme.

Jaime volvió a poner la tea en el aplique del muro que separaba dos celdas. El pasadizo estaba tan mal iluminado que Tyrion casi tropezó con el carcelero, que estaba tirado en el duro suelo de piedra. Le dio un golpecito con el pie.

—¿Está muerto?

—No, dormido. Igual que los otros tres. El eunuco les puso sueñodulce en el vino, pero no tanto como para matarlos. Bueno, eso dice él. Te está esperando en la escalera, vestido con una túnica de septon. Vas a ir por las cloacas hasta el río, te aguarda una galera en la bahía. Varys tiene agentes en las Ciudades Libres que se encargarán de que no te falte dinero… Pero intenta no llamar mucho la atención. No me cabe duda de que Cersei enviará hombres a buscarte. Harías bien en adoptar otro nombre.

—¿Otro nombre? Claro, qué buena idea. Y cuando los Hombres sin Rostro vengan a matarme les diré: «No, no, os equivocáis de hombre, soy otro enano con una espantosa cicatriz en la cara».

Los dos Lannister se echaron a reír ante lo absurdo de la situación. Luego Jaime se arrodilló y le dio un rápido beso en cada mejilla, sus labios acariciaron el tejido cicatrizado.

—Gracias, hermano —dijo Tyrion—. Me has salvado la vida.

—Tenía… una deuda contigo. —La voz de Jaime era extraña.

—¿Una deuda? —Inclinó la cabeza a un lado—. No te entiendo.

—Mejor. Hay puertas que están mejor cerradas.

—Cielos —dijo Tyrion—. ¿Por qué, hay algo muy feo al otro lado? ¿Será que alguien hizo alguna vez un comentario cruel sobre mí? Trataré de no llorar. Dime de qué se trata.

—Tyrion…

«Jaime tiene miedo.»

—Dime de qué se trata —insistió.

—Tysha —dijo en voz baja su hermano, apartando la vista.

—¿Tysha? —Sintió un nudo en la boca del estómago—. ¿Qué pasa con ella?

—No era ninguna puta. No le pagué para que se acostara contigo. Nuestro padre me ordenó que te mintiera. Tysha era… lo que aparentaba. La hija de un campesino, nos la tropezamos en el camino por casualidad.

Tyrion oía el sonido quedo de su respiración siseante a medida que el aire le salía por la cicatriz de la nariz. Jaime no le miraba a los ojos. Tysha. Trató de recordar cómo era.

«Una niña, apenas una niña, tendría la edad de Sansa.»

—Era mi esposa —graznó—. Se había casado conmigo.

—Nuestro padre dijo que fue por tu oro. Era una plebeya y tú un Lannister de Roca Casterly. Lo único que quería era tu oro, así que al fin y al cabo era como una puta, de manera que… de manera que en el fondo no era una mentira y… y me dijo que te hacía falta una buena lección. Que así aprenderías y me darías las gracias…

—¿Que te daría las gracias? —dijo Tyrion con voz ahogada—. La entregó a sus guardias. A un barracón entero de guardias. Me obligó a… mirar.

«Sí, y no sólo a mirar. Yo también la tomé… era mi esposa…»

—No sabía que iba a hacer aquello. Tienes que creerme.

—¿De verdad? —rugió Tyrion—. ¿Por qué tengo que creer nada de lo que me digas? ¡Era mi esposa!

—Tyrion…

Lo abofeteó. Fue un simple sopapo de revés, pero puso en él todas sus fuerzas, todo su miedo, toda su rabia, todo su dolor… Jaime estaba en cuclillas, en equilibrio precario, de manera que el golpe lo hizo caer de espaldas.

—Sí… Me imagino que me lo he ganado.

—Te has ganado mucho más que eso, Jaime. Tú, mi querida hermana y nuestro amante padre, sí, no hay manera de sumar todo lo que os habéis ganado. Pero os lo pagaré, podéis estar seguros. Un Lannister siempre paga sus deudas.

Tyrion se alejó con sus andares torpes tan deprisa que a punto estuvo de tropezar con el carcelero otra vez. No recorrió ni una docena de metros antes de darse de bruces con una puerta de hierro que cerraba el camino.

«Dioses.» Tuvo que contenerse para no gritar.

—Tengo las llaves del carcelero —dijo Jaime acercándose a él.

—Pues abre de una puta vez. —Se echó a un lado.

Jaime hizo girar la llave en la cerradura, empujó la puerta y la cruzó. Miró hacia atrás.

—¿Vienes?

—Contigo no, desde luego. —Tyrion cruzó la puerta—. Dame las llaves y vete. Ya encontraré a Varys yo solo. —Inclinó la cabeza y miró a su hermano con aquellos ojos dispares—. ¿Qué tal peleas con la mano izquierda, Jaime?

—Bastante peor que tú —respondió con amargura.

—Mejor. Así, si nos volvemos a encontrar, estaremos igualados. El enano y el tullido.

—Yo te he dicho la verdad. —Jaime le tendió el aro de las llaves—. Me debes otro tanto. ¿Fuiste tú? ¿Lo mataste?

—¿Seguro que quieres saberlo? —preguntó Tyrion. La pregunta había sido como otro cuchillo que le retorcieran en las entrañas—. Joffrey habría sido mucho peor rey que Aerys. Le robó una daga a su padre y se la dio a un gañán para que le cortara el cuello a Brandon Stark, ¿lo sabías?

—Pues… me lo imaginaba.

—Bueno, los hijos salen a sus progenitores. Joff también me habría matado a mí en cuanto llegara al poder. Por el crimen de ser bajo y feo, del cual soy tan obviamente culpable.

—No has respondido a mi pregunta.

—Eres un pobre idiota tullido. ¿Es que te lo tengo que deletrear todo? De acuerdo. Cersei es una zorra mentirosa, ha estado follando con Lancel y con Osmund Kettleblack, y por lo que yo sé, puede que se tire hasta al Chico Luna. Y yo soy el monstruo que todos dicen. Sí, maté al canalla de tu hijo.

Se forzó a sonreír. A la escasa luz de las antorchas debió de ser un espectáculo pavoroso.

Jaime se volvió sin decir palabra y se marchó.

Tyrion se quedó mirando cómo se alejaba a zancadas de sus largas piernas. Una parte de él habría querido llamarlo, decirle que no era verdad, pedirle perdón. Pero luego pensó en Tysha y siguió en silencio. Escuchó las pisadas cada vez más distantes hasta que dejó de oírlas y se puso en marcha para buscar a Varys.

El eunuco aguardaba en la oscuridad de una escalera de caracol. Vestía una túnica apolillada con una capucha que le ocultaba la palidez de la piel de la cara.

—Habéis tardado tanto que empezaba a temerme que hubiera fallado algo —dijo cuando vio a Tyrion.

—No, por los dioses —le aseguró Tyrion en tono venenoso—. ¿Qué podría fallar? —Volvió la cabeza para mirarlo—. Durante el juicio pedí que fuerais a verme.

—Me resultó imposible. La reina me tenía vigilado día y noche. No me habría atrevido a ayudaros.

—Ahora me estáis ayudando.

—¿De verdad? Vaya. —Varys rió entre dientes. En aquel lugar de piedra fría y oscuridad retumbante el sonido parecía fuera de lugar—. Vuestro hermano es muy persuasivo.

—Varys, sois frío y rastrero como una babosa, ¿no os lo ha dicho nadie? Hicisteis todo lo posible por matarme. Tal vez debería devolveros el favor.

—El perro fiel siempre recibe patadas, y por bien que teja la araña nadie la quiere. —El eunuco suspiró—. Pero temo por vuestra vida si me matáis, mi señor. Puede que no encontrarais nunca la salida de aquí. —A la luz cambiante de la antorcha sus ojos brillaban, oscuros y húmedos—. Estos túneles están llenos de trampas en las que caen los confiados.

—¿Confiado? —Tyrion soltó un bufido—. Soy el hombre más desconfiado que hay en el mundo, en parte gracias a vos. —Se frotó la nariz—. En fin, mago, decidme, ¿dónde está mi inocente esposa doncella?

—Me duele reconocer que no he encontrado ni rastro de Lady Sansa en Desembarco del Rey. Tampoco aparece Ser Dontos Hollard, que a estas alturas ya tendría que haber aparecido borracho por cualquier sitio. Los vieron juntos en las escaleras de mármol la noche en que ella desapareció. Después se les perdió la pista. Aquella noche hubo mucha confusión. Mis pajaritos guardan silencio. —Varys dio un tironcito de la manga del enano y lo guió hacia la escalera—. Tenemos que descender, mi señor, no podemos quedarnos aquí.

«Al menos eso es verdad.» Tyrion siguió de cerca al eunuco, con los talones rozando la basta piedra a medida que descendían. En la escalera de caracol hacía un frío que helaba los huesos y enseguida empezó a tiritar.

—¿En qué parte de las mazmorras estamos? —preguntó.

—Maegor el Cruel decretó que en su castillo hubiera cuatro niveles de mazmorras —respondió Varys—. En el nivel superior están las celdas grandes donde se podía encerrar juntos a los criminales vulgares. Hay ventanas estrechas en la parte superior de los muros. En el segundo nivel están unas celdas más pequeñas donde se encerraba a los prisioneros de noble cuna. No hay ventanas, pero las antorchas de los pasillos dejan entrar la luz entre los barrotes. En el tercer nivel las celdas son aún más pequeñas y las puertas de madera maciza. Las llaman «celdas negras». Ahí es donde estabais vos y donde os precedió Eddard Stark. Pero todavía hay un nivel más bajo. Una vez un hombre baja al cuarto nivel no vuelve a ver la luz del sol, ni a oír una voz humana, ni a respirar un segundo sin sufrir un dolor indescriptible. Maegor destinaba estas celdas para la tortura. —Habían llegado al pie de las escaleras. Una puerta daba paso a la oscuridad ante ellos—. Éste es el cuarto nivel. Dadme la mano, mi señor. Aquí es mejor caminar a oscuras. Hay cosas que seguro que no querríais ver.

Tyrion se quedó inmóvil un instante. Varys ya lo había traicionado en una ocasión. ¿Quién sabía a qué jugaba el eunuco? ¿Y qué mejor lugar para matar a alguien que allí, en la oscuridad, en un lugar cuya existencia nadie conocía? Probablemente su cadáver no aparecería jamás. Por otra parte, ¿tenía alguna alternativa? ¿Volver a subir y salir por la puerta principal? Eso sí que era imposible.

«Jaime no tendría miedo», pensó antes de recordar lo que le había hecho su hermano. Cogió la mano que le tendía el eunuco y se dejó guiar en la oscuridad, siempre en pos del suave susurro del cuero contra la piedra. Varys caminaba deprisa, de cuando en cuando le susurraba advertencias como «Cuidado, delante tenemos tres peldaños» o «El túnel desciende un poco en este punto, mi señor».

«Llegué aquí como Mano del Rey y entré a caballo por las puertas al frente de mis hombres —pensó Tyrion—, y me marcho como una rata que se escabulle en la oscuridad de la mano de una araña.»

Ante ellos apareció una luz demasiado tenue como para ser la del sol, que fue aumentando de intensidad a medida que se acercaban a ella. Al cabo de un rato pudo distinguir una puerta en forma de arco cerrada por otra verja de hierro. Varys sacó la llave. Daba a una pequeña estancia redonda en la que había otras cinco puertas, todas con verjas de hierro. También había una abertura en el techo y una serie de asideros clavados en la pared que se perdían en las alturas. A un lado había un brasero muy ornamentado en forma de cabeza de dragón. Los carbones de la boca abierta de la bestia se habían reducido a brasas, pero aún despedían una luz naranja mortecina. Por escasa que fuera, la luz era un agradable cambio tras la negrura del túnel.

Por lo demás la encrucijada estaba vacía, pero en el suelo había un mosaico de un dragón de tres cabezas hecho de baldosines rojos y negros. Tyrion se quedó un instante pensando, luego lo recordó.

«Éste es el lugar del que me habló Shae la primera vez que Varys me la llevó a la cama.»

—Estamos bajo la Torre de la Mano.

—Sí. —Las bisagras congeladas protestaron cuando Varys abrió una puerta que llevaba mucho tiempo cerrada. Fragmentos de metal oxidado cayeron al suelo—. Por aquí llegaremos al río.

Tyrion se dirigió muy despacio hacia la escalera y pasó la mano por el peldaño más bajo.

—Por aquí se llega a mi antiguo dormitorio.

—Ahora es el dormitorio de vuestro señor padre.

—¿Cuánto hay que subir? —Miró hacia arriba.

—Mi señor, estáis muy débil para esas locuras, además, no disponemos de tiempo. Tenemos que irnos.

—He de aclarar un asunto allí arriba. ¿Cuánto hay que subir?

—Doscientos treinta peldaños, pero sea lo que sea lo que pretendéis…

—Doscientos treinta peldaños, ¿y luego?

—El túnel de la izquierda, pero prestadme atención…

—¿Está muy lejos el dormitorio? —Tyrion puso un pie en el peldaño más bajo.

—No serán más de sesenta pasos. Id siempre con una mano pegada a la pared. Así notaréis las puertas. La del dormitorio es la tercera. —Dejó escapar un suspiro—. Esto es una locura, mi señor. Vuestro hermano os ha salvado la vida. ¿La vais a tirar a la basura, junto con la mía?

—Varys, en estos momentos la única cosa que me importa menos que mi vida es la vuestra. Esperadme aquí.

Dio la espalda al eunuco y empezó a subir mientras contaba para sus adentros.

Peldaño a peldaño, ascendió hacia la oscuridad. Al principio aún veía la silueta de cada asidero a medida que lo agarraba, así como la textura basta de la piedra gris en la que se incrustaban, pero a medida que ascendía la oscuridad era cada vez más impenetrable.

«Trece, catorce, quince, dieciséis. —Al llegar a los treinta los brazos le temblaban ya por el esfuerzo. Se detuvo un instante para recuperar el aliento y miró hacia abajo. Muy lejos brillaba un círculo de luz tenue, en parte oscurecida por sus pies. Tyrion prosiguió el ascenso—. Treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno. —A los cincuenta le ardían las piernas. La escalerilla era interminable, agotadora—. Sesenta y ocho, sesenta y nueve, setenta. —A los ochenta le ardía la espalda como un infierno. Pero siguió subiendo. No habría sabido decir por qué—. Ciento trece, ciento catorce, ciento quince.»

Al llegar a los doscientos treinta, el pozo era negro como la noche, pero sintió el aire caliente que surgía del túnel a su izquierda. Era como el aliento de una bestia gigantesca. Asomó el pie con torpeza y tanteó hasta dar con el suelo. El túnel era aún más angosto que el pozo. Cualquier persona de estatura normal habría tenido que ir a cuatro patas, pero Tyrion era suficientemente bajo para caminar erguido.

«Mira, por fin encuentro un lugar diseñado para enanos.» Sus botas rozaban la piedra sin apenas hacer ruido. Caminó despacio y contó los pasos al tiempo que tanteaba las hendiduras en las paredes. Pronto empezó a oír voces, al principio amortiguadas e ininteligibles, luego más claras. Escuchó con atención. Dos de los guardias de su padre hacían chistes sobre la puta del enano, hablaban de cómo disfrutarían cuando se la follaran y de las ganas que tendría de ver una polla de verdad en vez del miembro retorcido y diminuto del Gnomo.

—Seguro que lo tiene ganchudo —dijo Lum. Luego empezaron a hablar de cómo moriría Tyrion al día siguiente—. Ya verás cómo llora como una mujer y pide clemencia —insistía Lum.

Lester aventuró que se enfrentaría al hacha con la valentía de un león porque era un Lannister y estaba dispuesto a apostarse las botas nuevas.

—Anda y vete a cagarte en tus botas nuevas —replicó Lum—. Sabes de sobra que no me caben en este pedazo de pies que tengo. Te cambio la apuesta: si gano yo, me limpias la cota de mallas dos semanas.

Durante un par de metros, Tyrion pudo oír todas y cada una de las palabras de la discusión, pero cuando siguió avanzando, las voces se apagaron enseguida.

«No me extraña que Varys no quisiera que subiera por la escalerilla —pensó Tyrion mientras sonreía en la oscuridad—. Pajaritos. Sí, claro.»

Llegó junto a la tercera puerta y la tanteó bastante, antes de rozar con los dedos un pequeño gancho de hierro clavado entre dos piedras. Cuando lo empujó hacia abajo se oyó un crujido sordo que, en el silencio reinante, sonó como una avalancha, y junto a sus pies se abrió un cuadrado de tenue luz anaranjada.

«¡La chimenea!» Estuvo a punto de echarse a reír. El hogar estaba lleno de cenizas calientes y había un tronco ennegrecido con el centro todavía brillante. Pasó sobre las brasas con paso ligero, deprisa para no quemarse las botas. Los carbones calientes crujieron suavemente bajo sus pies. Cuando se encontró en lo que había sido su dormitorio se detuvo durante un buen rato, mientras recuperaba la respiración con jadeos en el silencio. ¿Lo habría oído su padre? ¿Echaría mano de la espada, daría la voz de alarma?

—¿Mi señor? —dijo una voz de mujer.

«Esto me habría hecho daño hace tiempo, cuando aún sentía dolor.» El primer paso fue el más difícil. Cuando llegó junto a la cama, Tyrion echó las cortinas a un lado y allí estaba, vuelta hacia él con una sonrisa adormilada en los labios. Se esfumó en cuanto lo vio y se subió las mantas hasta la barbilla como si con eso se pudiera proteger.

—¿Esperabas a alguien más alto, querida?

—No quería decir aquellas cosas, la reina me obligó. —Los ojos de la muchacha se anegaron de lágrimas—. Por favor. Vuestro padre me da tanto miedo…

Se incorporó y dejó que la manta se le deslizara hasta el regazo. No llevaba ropa alguna, nada a excepción de la cadena que le rodeaba el cuello. Una cadena de manos entrelazadas, cada una agarrada a la siguiente.

—Mi señora Shae —saludó Tyrion en voz baja—. Todo el tiempo que estuve en la celda negra, a la espera de la muerte, no dejaba de recordar lo hermosa que eres. Vestida con sedas, con lana basta o con nada.

—Mi señor no tardará en volver. Tenéis que marcharos o… ¿habéis venido a llevarme con vos?

—¿Te gustó? ¿Alguna vez te gustó? —Le puso la mano en la mejilla mientras recordaba todas las veces que lo había hecho. Todas las veces que le había rodeado la cintura con las manos, que le había apretado los pechos pequeños y firmes, que le había acariciado la melenita morena, que le había tocado los labios, los pómulos, las orejas… Todas las veces que la había abierto con un dedo para sondear su secreta dulzura y hacerla gemir—. ¿Alguna vez te gustó que te tocara?

—Más que nada en el mundo —respondió ella—, mi gigante de Lannister.

«No podrías haber dicho nada peor, cariño.»

Tyrion deslizó una mano bajo la cadena de su padre y la retorció. Los eslabones se tensaron y se le hincaron en el cuello.

—Las manos de oro siempre están frías, pero las de mujer siempre están tibias —dijo.

Retorció una vez más las manos frías al tiempo que las tibias le borraban a golpes las lágrimas de los ojos.

Más tarde encontró la daga de Lord Tywin en la mesilla de noche y se la colgó del cinturón. De la pared colgaban una maza con cabeza en forma de león, un hacha de guerra y una ballesta. El hacha de guerra sería poco útil dentro de un castillo y la maza estaba demasiado alta, pero justo debajo de la ballesta había un baúl de madera y hierro. Se subió en él y descolgó la ballesta junto con un carcaj lleno de dardos. Puso un pie en la cuerda, la tensó y la cargó con un dardo.

Jaime le había hablado más de una vez de los peligros de las ballestas. Si Lum y Lester acudían de donde fuera que estuvieran enfrascados en su conversación, no tendría tiempo de cargarla de nuevo, pero al menos se llevaría a uno al infierno por delante. A Lum, si lo dejaban elegir.

«Te tendrás que limpiar la cota de mallas tú solito, Lum. Has perdido.»

Fue hasta la puerta, se detuvo a escuchar un instante y la abrió muy despacio. En un nicho de piedra ardía una lamparilla que proyectaba una luz amarillenta en el pasillo desierto. Lo único que se movía era la llama. Tyrion retrocedió con la ballesta pegada a la pierna.

Encontró a su padre donde sabía que estaría, sentado en la penumbra de la habitación del retrete de la torre, con la túnica enroscada en torno a la cintura. Al oír las pisadas, Lord Tywin alzó los ojos. Tyrion le dedicó una reverencia burlona.

—Mi señor.

—Tyrion. —Si tenía miedo, Tywin Lannister no daba muestras de ello—. ¿Quién te ha liberado de la celda?

—Ojalá te lo pudiera decir, pero hice un juramento sagrado.

—El eunuco —decidió su padre—. Haré que le corten la cabeza. ¿Esa ballesta es la mía? Suéltala.

—¿Qué harás si me niego, padre? ¿Castigarme?

—Esta fuga es una estupidez. No te van a matar, si es eso lo que temes. Mi intención sigue siendo enviarte al Muro, pero no podía hacerlo sin el permiso de Lord Tyrell. Deja la ballesta y pasaremos a mis habitaciones a hablar de este asunto.

—También podemos hablar aquí. Puede que no me apetezca ir al Muro, padre. Allí arriba hace un frío de cojones, y para frialdad ya he tenido bastante con la que me has mostrado tú. Así que dime una cosa, sólo una cosa, y me marcharé. Es una pregunta muy sencilla, lo mínimo que me debes.

—Yo no te debo nada.

—Toda mi vida me has dado menos que nada, pero esto me lo darás. ¿Qué hiciste con Tysha?

—¿Tysha?

«Ni siquiera recuerda su nombre.»

—La chica con la que me casé.

—Ah, sí. Tu primera puta.

—La próxima vez que digas esa palabra, te mataré —amenazó Tyrion, apuntando al pecho de su padre.

—No tienes valor para eso.

—¿Quieres que lo averigüemos? Es una palabra muy corta, y por lo visto te sale muy fácilmente. —Tyrion hizo un gesto impaciente con la ballesta—. Tysha. ¿Qué hiciste con ella después de darme la lección?

—No me acuerdo.

—Pues inténtalo. ¿Ordenaste que la mataran?

Su padre frunció los labios.

—No había motivo para semejante cosa, había aprendido cuál era su lugar… y si mal no recuerdo, se le pagó por su trabajo. Supongo que el mayordomo la envió de vuelta, no se me ocurrió preguntar.

—¿De vuelta adónde?

—Al lugar de donde vienen las putas.

Tyrion apretó el dedo. La ballesta se disparó justo mientras Lord Tywin empezaba a levantarse. El dardo se le clavó en la ingle y se volvió a sentar con un gruñido. El dardo se había hincado profundamente, hasta las plumas. La sangre manaba a borbotones en torno al asta y le salpicaba el vello del pubis y los muslos desnudos.

—Me has disparado —dijo con incredulidad y los ojos vidriosos por la conmoción.

—Siempre has sido único a la hora de analizar una situación de crisis, mi señor —dijo Tyrion—. Seguro que por eso eres la Mano del Rey.

—No… No eres… hijo mío.

—En eso te equivocas, padre. De hecho, soy tu viva imagen. Anda, hazme un favor y muérete deprisa. Me está esperando un barco.

Por una vez en su vida, su padre hizo lo que Tyrion le pedía. La prueba fue el hedor repentino cuando se le aflojaron los intestinos en el momento de la muerte.

«Bueno, al menos estaba en el lugar adecuado», pensó Tyrion. Pero la peste que llenó el excusado fue prueba fehaciente de que el chiste acerca de su padre que se repetía tan a menudo era una mentira más.

Obviamente, Lord Tywin Lannister no cagaba oro.

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