CATELYN

Oyeron el Forca Verde antes de verlo, un murmullo constante, como el gruñido de una bestia enorme. El río era un torrente en ebullición, bastante más ancho que el año anterior, cuando Robb había dividido allí su ejército y había jurado tomar como esposa a una Frey como precio por cruzar.

«En aquel momento necesitaba a Lord Walder y su puente, y ahora los necesita todavía más. —Mientras observaba las turbulentas aguas verdosas el corazón de Catelyn se llenó de temores—. No hay manera de vadear esta corriente ni de cruzarla a nado, y podría pasar una luna entera antes de que las aguas bajen.»

Al acercarse a Los Gemelos, Robb se puso la corona y llamó a Catelyn y a Edmure para que cabalgaran a su lado. Ser Raynald Westerling portaba su estandarte, el huargo de los Stark sobre un campo blanco hielo.

Los torreones de la entrada emergieron como fantasmas entre la lluvia, apariciones grises nebulosas que fueron adquiriendo solidez a medida que se acercaban. La fortaleza de los Frey no era un castillo, sino dos; dos imágenes idénticas de piedra húmeda que se alzaban en orillas opuestas de las aguas, unidas por un gran puente en forma de arco. En el centro se encontraba la Torre del Agua, bajo la que discurría rápida la corriente del río. Se habían excavado unos canales que partían de la orilla para crear unos fosos que convertían cada gemela en una isla. Las lluvias habían transformado los fosos en lagos poco profundos.

Al otro lado de las aguas turbulentas, Catelyn divisó un campamento de millares de hombres que se extendía al este del castillo; sus estandartes, como gatos ahogados, pendían inertes de los postes de las tiendas. Era imposible distinguir los colores y los emblemas con la lluvia. Le parecía que la mayoría eran grises, aunque bajo un cielo como aquél, el mundo entero se teñía de gris.

—Tendrás que ir con mucho cuidado, Robb —alertó a su hijo—. Lord Walder es muy susceptible y tiene la lengua afilada, y sin duda algunos de sus hijos habrán salido a él. No dejes que te provoquen.

—Ya conozco a los Frey, madre. Sé bien cuánto los he insultado y cuánto los necesito. Seré tan dulce como un septon.

—Si al llegar nos ofrecen algún refrigerio, no lo rechaces bajo ningún concepto. —Catelyn se movió incómoda en la silla de montar—. Acepta lo que te den, y come y bebe a la vista de todos. Si no te ofrecen nada, pide pan, queso y una copa de vino.

—La verdad es que tengo más frío que hambre…

—Haz caso de lo que te digo, Robb. Una vez hayas comido su pan y su sal serás su huésped, y las leyes de la hospitalidad te protegerán bajo su techo.

—Me protege un ejército entero, madre. —Robb no parecía atemorizado, más bien divertido—. No tengo que confiar en el pan y en la sal. Pero si a Lord Walder le apetece servirme grajo guisado con gusanos, me lo comeré y repetiré.

Cuatro jinetes Frey salieron del torreón de entrada más occidental envueltos en pesadas capas de gruesa lana gris. Catelyn reconoció a Ser Ryman, hijo del difunto Ser Stevron, el primogénito de Lord Walder. La muerte de su padre había convertido a Ryman en heredero de Los Gemelos. El rostro que asomaba bajo la capucha era carnoso, ancho y bobalicón. Probablemente los otros tres fueran sus hijos, los bisnietos de Lord Walder.

Edmure confirmó su suposición.

—El mayor se llama Edwyn, es el larguirucho pálido con cara de estreñido. El nervudo de la barba es Walder el Negro, un mal bicho. El que monta al zaino es Petyr, mira qué rostro tiene ese chico. Sus hermanos lo llaman Petyr Espinilla. Apenas es un poco mayor que Robb, pero Lord Walder lo casó a los diez años con una mujer que le triplicaba la edad. Dioses, espero que Roslin no se parezca a él.

Se detuvieron para dejar que sus anfitriones se acercaran a ellos. El estandarte de Robb pendía del asta, y el sonido constante de la lluvia se mezclaba con el ruido de las aguas crecidas del Forca Verde, que les quedaba a la derecha. Viento Gris avanzó con la cola tiesa y los ojos color oro oscuro entrecerrados. Cuando los Frey estuvieron a media docena de metros, Catelyn lo oyó gruñir, un rugido sordo que casi era como el de las aguas del río. Robb se sobresaltó.

Viento Gris, conmigo. ¡Conmigo!

Lejos de obedecer, el huargo dio un salto hacia delante y volvió a gruñir.

El palafrén de Ser Ryman retrocedió con un relincho de terror, y el de Petyr Espinilla se encabritó y derribó a su jinete. El único que pudo controlar su montura fue Walder el Negro, que echó mano al pomo de su espada.

—¡No! —gritaba Robb—. ¡Viento Gris, aquí! ¡Ven aquí!

Catelyn picó espuelas y se situó entre el lobo huargo y los caballos. Los cascos de su yegua levantaron salpicaduras de barro cuando se detuvo ante Viento Gris. El lobo cambió de dirección y sólo entonces pareció oír la llamada de Robb.

—¿Así se disculpan los Stark? —gritó Walder el Negro con la espada desenvainada—. ¿Queréis congraciaros azuzando al lobo contra nosotros? ¿Para eso habéis venido?

Ser Ryman había desmontado para ayudar a ponerse en pie a Petyr Espinilla. El muchacho estaba cubierto de barro, pero ileso.

—He venido para disculparme por la ofensa que cometí contra vuestra casa y para asistir a la boda de mi tío. —Robb bajó de la montura—. Tomad mi caballo, Petyr. El vuestro ya debe de estar casi en los establos.

Petyr miró a su padre.

—Puedo montar a la grupa con uno de mis hermanos.

Los Frey no se molestaron en hacer ningún gesto respetuoso.

—Llegáis tarde —declaró Ser Ryman.

—Las lluvias nos han demorado —dijo Robb—. Os envié el mensaje con un pájaro.

—No veo a la mujer.

Todos supieron al momento que con «la mujer» Ser Ryman se refería a Jeyne Westerling. Lady Catelyn esbozó una sonrisa de disculpa.

—La reina Jeyne estaba agotada de tanto viaje, mis señores. Sin duda será un placer para ella visitaros cuando corran tiempos menos turbulentos.

—Mi abuelo se va a disgustar. —Walder el Negro había envainado la espada, pero su tono de voz seguía siendo hostil—. Le he hablado mucho de la dama y quería verla en persona.

Edwyn carraspeó para aclararse la garganta.

—Os hemos dispuesto habitaciones en la Torre del Agua, Alteza —le dijo a Robb con cortesía cautelosa—. Y también para Lord Tully y Lady Stark. Vuestros señores banderizos serán bienvenidos bajo nuestro techo y están invitados al banquete de bodas.

—¿Qué hay de mis hombres? —preguntó Robb.

—Mi señor abuelo lamenta no poder albergar ni alimentar a un ejército de tal magnitud. Hemos tenido serias dificultades para conseguir forraje y provisiones para nuestros reclutas. Pero no descuidaremos a vuestros hombres. Si quieren cruzar y montar el campamento junto al nuestro, llevaremos barriles de vino y cerveza para que todos beban a la salud de Lord Edmure y su prometida. Hemos plantado tres grandes tiendas en la otra orilla para que se refugien de la lluvia.

—Vuestro señor padre es muy generoso. Mis hombres se lo agradecerán. Llevan muchos días cabalgando empapados.

—¿Cuándo conoceré a mi prometida? —preguntó Edmure Tully adelantándose con su caballo.

—Os espera dentro —le aseguró Edwyn Frey—. Estoy seguro de que sabréis disculpar su timidez. La pobre doncella ha aguardado este momento muy nerviosa. Pero ¿no sería mejor proseguir esta conversación a cubierto de la lluvia?

—Sin duda. —Ser Ryman volvió a montar y alzó a Petyr Espinilla para sentarlo tras él—. Si tenéis la bondad de seguirme, mi señor padre os aguarda.

Hizo dar la vuelta al palafrén y se dirigió hacia Los Gemelos.

—El Tardío Lord Frey podría haberse molestado en recibirnos en persona —se quejó Edmure poniéndose a la altura de Catelyn—. Soy su señor y pronto seré su yerno. Y Robb es su rey.

—Cuando tengas noventa y un años, hermano, ya veremos si tienes muchas ganas de salir a cabalgar bajo la lluvia.

Pero no estaba segura de que aquello fuera del todo cierto. Por lo general Lord Walder salía en una litera cubierta, que lo habría protegido casi por completo de la lluvia. «¿Un desaire deliberado?» Si era así, seguramente sería el primero de muchos.

Junto al torreón de la entrada hubo más problemas. Viento Gris se detuvo en seco a mitad del puente levadizo, se sacudió la lluvia del pelaje y empezó a aullar al rastrillo. Robb le silbó con impaciencia.

—¿Qué pasa, Viento Gris? Conmigo. Ven conmigo.

Pero el huargo empezó a enseñar los dientes.

«No le gusta este sitio», pensó Catelyn. Robb tuvo que acuclillarse junto al lobo y hablarle en voz baja para que accediera a pasar bajo el rastrillo. Para entonces Lothar el Cojo y Walder Ríos ya estaban a su altura.

—Lo que le da miedo es el ruido del agua —dijo Ríos—. Los animales saben que hay que mantenerse lejos de un río crecido.

—En cuanto esté en una perrera seca con una pierna de carnero se encontrará mejor —comentó Lothar alegremente—. ¿Queréis que mande llamar al encargado de los perros?

—Es un huargo, no un perro —dijo Robb—, y es peligroso para aquellos en los que no confía. Ser Raynald, quedaos con él. No quiero que entre así en los salones de Lord Walder.

«Muy hábil —pensó Catelyn—. Así Robb evita que Lord Walder se encuentre cara a cara con un Westerling.»

La gota y los huesos frágiles habían cobrado un alto precio al anciano Walder Frey. Los recibió apuntalado con cojines en su sillón y con una manta de armiño sobre el regazo. El sillón era de roble negro, tenía el respaldo tallado con la forma de dos gruesas torres unidas por un puente arqueado y era tan enorme que en él el anciano parecía un niño grotesco. El aspecto de Lord Walder era un poco de buitre, y todavía más de comadreja. En la cabeza calva, que brotaba entre los hombros huesudos, se veían manchas de edad. Bajo la escasa barbilla le colgaba la piel flácida de la papada, tenía los ojos nublados y llorosos, y movía sin cesar los labios sobre las encías desdentadas, succionando el aire como un bebé que mamara del pecho de su madre.

Junto a él, de pie, se encontraba la octava Lady Frey. A su lado se sentaba una versión más joven del anciano, un hombre flaco y encorvado de unos cincuenta años cuya lujosa indumentaria de lana azul y seda gris se reforzaba de manera extraña con una corona y un collar adornado con diminutas campanitas de metal. El parecido con su señor era asombroso, a excepción de los ojos; los de Lord Frey eran pequeños, sombríos y desconfiados; los del otro eran grandes, afables y vacíos. Catelyn recordó que uno de los hijos de Lord Walder había engendrado hacía muchos años a un retrasado mental. En anteriores visitas, el señor del Cruce siempre había tenido buen cuidado de que nadie lo viera.

«¿Llevará siempre una corona de bufón, o es otra burla a costa de Robb?» Jamás se habría atrevido a preguntarlo en voz alta.

El resto de la sala estaba abarrotada con los hijos, nietos, esposos, esposas y criados de los Frey, pero el que habló fue el anciano.

—Estoy seguro de que disculparéis que no me arrodille. Las piernas ya no me funcionan como antes, aunque lo que me cuelga entre ellas sigue trabajando bien, je, je. —Su boca se hendió en una sonrisa desdentada al contemplar la corona de Robb—. Hay quien diría que un rey que se corona con bronce no es gran cosa como rey, Alteza.

—El bronce y el hierro son más fuertes que el oro y la plata —respondió Robb—. Los antiguos Reyes del Invierno llevaban una corona de espadas como ésta.

—De mucho les sirvió cuando llegaron los dragones, je, je. —Aquel «je, je» pareció agradar al retrasado, que agitó la cabeza a un lado y a otro haciendo tintinear la corona y el collar—. Perdonad a mi Aegon, siempre hace mucho ruido —siguió Lord Walder—. Tiene menos sesos que un lacustre y no había visto nunca a un rey. Es uno de los hijos de Stevron. Lo llamamos Cascabel.

—Ser Stevron me habló de él, mi señor. —Robb sonrió al retrasado—. Bienhallado, Aegon. Vuestro padre era un hombre valeroso.

Cascabel hizo tintinear las campanillas. Un reguerillo de baba le corrió por la comisura de la boca cuando sonrió.

—Ahorraos vuestra regia saliva. Es como si hablarais con un orinal. —Lord Walder paseó la mirada por el resto de los visitantes—. Vaya, Lady Catelyn, si habéis vuelto con nosotros. ¿Y a quién tenemos aquí? Al joven Ser Edmure, el vencedor del Molino de Piedra. Ah, ahora es Lord Tully, siempre se me olvida. Sois el quinto Lord Tully que he conocido. Sobreviví a los otros cuatro, je, je. Vuestra prometida debe de andar por aquí. Me imagino que querréis echarle un vistazo.

—Así es, mi señor.

—Pues así será. Pero vestida, ¿eh? Es doncella y además muy tímida. No la veréis desnuda hasta que os encamemos. —Lord Walder soltó una risita crepitante—. Je, je. Será pronto, será pronto. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Ve a buscar a tu hermana, Benfrey. Y date prisa, que Lord Tully ha hecho un viaje muy largo desde Aguasdulces. —Un joven caballero ataviado con una sobrevesta cuartelada hizo una reverencia y salió, y el anciano se volvió de nuevo hacia Robb—. ¿Qué hay de vuestra esposa, Alteza? ¿Dónde está la hermosa reina Jeyne? Es una Westerling del Risco, según tengo entendido, je, je.

—La dejé en Aguasdulces, mi señor. Como le dijimos a Ser Ryman, estaba agotada después de tanto viaje.

—No sabéis cuánto me entristece lo que me decís. Quería contemplarla con mis ojos, que cada vez me fallan más. La verdad es que todos queríamos verla, je, je. ¿No es así, mi señora?

Lady Frey, pálida y etérea, pareció sobresaltarse cuando se pidió su opinión.

—S-sí, mi señor. Teníamos grandes deseos de rendir pleitesía a la reina Jeyne. Debe de ser muy bella.

—Es bellísima, mi señora.

En la voz de Robb había una calma gélida que a Catelyn le recordó a la de Ned. El anciano no la oyó o se negó a oírla.

—Más que mis niñas, ¿eh? Je, je. De lo contrario, ¿cómo habrían conseguido su rostro y su cuerpo que el rey olvidara su solemne promesa?

—Sé que no hay palabras suficientes para disculparme —dijo Robb, soportando el reproche con dignidad—, pero he venido a excusarme por la ofensa que cometí contra vuestra Casa y para suplicar vuestro perdón, mi señor.

—Perdón, je, je. Ah, sí, ya me acuerdo, que jurasteis pedir perdón. Soy viejo, pero ciertas cosas no se me olvidan. A diferencia de lo que pasa con algunos reyes, por lo visto. Los jóvenes no se acuerdan de nada en cuanto ven una cara bonita y un buen par de tetas, ¿verdad? Yo era igual. Hay quien dice que todavía lo soy, je, je. Pero se equivocarían, igual que os equivocasteis vos. Bueno, el caso es que ahora habéis venido a enmendar el error. Pero a las que despreciasteis fue a mis niñas. A lo mejor son ellas las que deberían escuchar vuestras disculpas, Alteza. Mis niñas doncellas… Miradlas, miradlas.

Hizo un gesto con la mano, y una bandada de muchachas abandonó su lugar junto a las paredes para ir a alinearse ante el estrado. Cascabel también hizo ademán de levantarse, las campanillas sonaron alegres, pero Lady Frey agarró al retrasado por la manga y lo obligó a sentarse de nuevo.

Lord Walder fue recitando los nombres.

—Mi hija Arwyn. —Señaló a una muchachita de catorce años—. Shirei, la más joven de mis hijas legítimas. Ami y Marianne son mis nietas. Casé a Ami con Ser Pate de Sietecauces, pero la Montaña mató al muy imbécil, así que me la devolvieron. Aquella es Cersei, pero la llamamos Abejita, su madre es una Beesbury. Más nietas. Una se llama Walda y las otras… bueno, todas tendrán nombre, yo qué sé…

—Yo soy Merry, señor abuelo —dijo una niña.

—Lo que eres es una parlanchina. Al lado de Parlanchina podéis ver a mi hija Tyta. Luego hay otra Walda. Alyx, Marissa… ¿Tú eres Marissa? Ya me parecía a mí. No siempre está calva. El maestre le tuvo que afeitar la cabeza, pero dice que el pelo le volverá a crecer. Las gemelas son Serra y Sarra. —Entrecerró los ojos para mirar a una de las niñas más pequeñas—. Je, je, ¿tú eres otra Walda?

—Soy la Walda de Ser Aemon Ríos, señor bisabuelo —dijo con una reverencia la niña; no tendría más de cuatro años.

—¿Cuánto hace que sabes hablar? Qué más da, no dirás nada sensato en tu vida, igual que tu padre. Que encima también es hijo de bastardo, je, je. Lárgate, aquí sólo quiero a las Frey. Al Rey en el Norte no le interesa el ganado sin raza. —Lord Walder miró a Robb; Cascabel sacudió la cabeza y las campanillas tintinearon—. Aquí las tenéis, todas doncellas. Bueno, y una viuda, pero hay hombres que prefieren mujeres ya estrenadas. Podríais haber tenido a cualquiera de ellas.

—Me habría sido imposible elegir, mi señor —dijo Robb con cauta cortesía—. Todas son demasiado hermosas.

—Y dicen que a mí me falla la vista. —Lord Walder soltó un bufido—. Las hay que no están mal, sí, pero otras… En fin, qué más da. No eran suficiente para el Rey en el Norte, je, je. Bueno, venga, hablad de una vez.

—Mis señoras… —La incomodidad de Robb era evidente, pero había sabido desde el principio que aquel momento iba a llegar y se enfrentó a él sin un parpadeo—. Todos los hombres deberían mantener la palabra dada y los reyes más que nadie. Me comprometí a contraer matrimonio con una de vosotras y rompí mi juramento. La culpa no es vuestra. No lo hice para ofenderos, sino porque amaba a otra. No hay palabras que os puedan compensar, lo sé, pero me presento ante vosotras para suplicaros vuestro perdón, de manera que los Frey del Cruce y los Stark de Invernalia vuelvan a ser amigos.

Las niñas más pequeñas se movían nerviosas. Sus hermanas mayores aguardaron a que hablara Lord Walder desde su trono negro de roble. Cascabel se mecía de adelante hacia atrás y las campanitas le tintineaban en el collar y en la corona.

—Muy bien —dijo al final el señor del Cruce—. Habéis estado muy bien, Alteza. «No hay palabras que os puedan compensar», je, je. Bien dicho, bien dicho. Espero que en el banquete de bodas no os neguéis a bailar con mis hijas, dadle gusto a este anciano, je, je. —Movió la cabeza rosada y arrugada de adelante a atrás, con un gesto muy parecido al de su nieto retrasado, aunque Lord Walder no llevaba campanitas—. Aquí la tenéis, Lord Edmure. Mi hija Roslin, mi más precioso capullito, je, je.

Ser Benfrey la acompañaba cuando entró en la estancia. Se parecían mucho, tanto como para ser gemelos. A juzgar por su edad, ambos eran hijos de la sexta Lady Frey; una Rosby, si Catelyn no recordaba mal.

Roslin era menuda para sus años y tenía la piel tan blanca como si acabara de tomar un baño de leche. Su rostro era hermoso, con la barbilla pequeña, la nariz delicada y grandes ojos castaños. Una espesa mata de cabello caoba le caía en ondas hasta una cintura tan fina que Edmure se la podría rodear con las manos. Bajo el corpiño de encaje de la túnica color azul claro, los pechos parecían pequeños, pero bien formados.

—Alteza. —La niña se arrodilló—. Lord Edmure, espero no haberos decepcionado.

«Ni mucho menos», pensó Catelyn. El rostro de su hermano se había iluminado nada más verla.

—Sois un placer para mis ojos, mi señora —dijo Edmure—. Y sé que siempre lo seréis.

Roslin tenía las palas un poco separadas y eso hacía que sonriera con timidez, pero el defecto resultaba casi cautivador.

«Muy bonita —pensó Catelyn—, pero es muy menuda y viene de la familia Rosby.» Los Rosby nunca se habían caracterizado por su robustez. Ella habría preferido a algunas de las chicas mayores de la estancia, hijas o nietas, eso no lo sabía. Tenían un aire de Crakehall, y la tercera esposa de Lord Walder había sido de aquella Casa. «Caderas anchas para parir hijos, pechos grandes para alimentarlos y brazos fuertes para llevarlos. Los Crakehall han sido siempre una familia fuerte, de huesos grandes.»

—Mi señor es muy bondadoso —dijo Lady Roslin a Edmure.

—Mi señora es muy bella. —Edmure la tomó de la mano y la ayudó a ponerse en pie—. Pero ¿por qué lloráis?

—Es de alegría —dijo Roslin—. Lloro de alegría, mi señor.

—Basta ya —interrumpió Lord Walder—. Ya lloriquearéis y os diréis secretitos cuando estéis casados, je, je. Benfrey, acompaña a tu hermana a sus aposentos, tiene que prepararse para la boda. Y para cuando los encamemos, je, je, que es lo mejor. Para todos, para todos. —Movía la boca sin cesar incluso cuando no hablaba—. Habrá música, la música más dulce, y vino, je, je, correrá el tinto, y corregiremos lo que no debió pasar nunca. Pero ahora estáis cansados, y además empapados, me estáis mojando el suelo. Las chimeneas os esperan encendidas, hay vino especiado caliente y baños para quien los quiera. Lothar, acompaña a nuestros invitados a sus habitaciones.

—Antes tengo que supervisar a mis hombres mientras cruzan el río, mi señor —dijo Robb.

—No se perderán —replicó Lord Walder—. No es la primera vez que lo cruzan, ¿verdad? Ya lo pasaron cuando vinisteis del norte. Queríais permiso para cruzar y os lo concedí, y vos también me concedisteis algo aunque se os olvidó, je, je. Pero haced lo que os dé la gana. Si queréis cruzar de la manita a cada uno de vuestros hombres, a mí qué.

—¡Mi señor! —recordó Catelyn de repente—. Os agradeceríamos de corazón que nos dierais algo de comer. Hemos cabalgado muchas leguas bajo la lluvia.

—Queréis comer, je, je. —La boca de Walder Frey se movía como si tuviera vida propia—. Un trozo de pan, un poco de queso, hasta a lo mejor una salchicha.

—Un poco de vino para pasarlo —dijo Robb—. Y sal.

—Pan y sal. Je, je. Claro, claro. —El anciano dio unas palmadas y varios criados entraron en la estancia. Portaban jarras de vino y bandejas con pan, queso y mantequilla. Lord Walder cogió una copa de tinto, la alzó con una mano llena de manchas y dijo—: Sois mis invitados. Mis honorables huéspedes. Os doy la bienvenida a mi mesa, bajo mi techo.

—Os agradecemos vuestra hospitalidad, mi señor —respondió Robb.

Edmure también le dio las gracias, junto con el Gran Jon, Ser Marq Piper y los demás. Bebieron su vino y comieron su pan y su mantequilla. Catelyn probó el vino y mordisqueó un trozo de pan, y se empezó a sentir mucho mejor.

«Ahora todo indica que estamos a salvo», pensó.

Sabiendo lo mezquino que podía llegar a ser el anciano, se había temido que sus habitaciones fueran sombrías y tristes, pero al parecer los Frey habían decidido mostrarse generosos. La cámara nupcial era grande y el mobiliario lujoso, dominado por una gran cama con colchón de plumas cuyos postes estaban tallados con la forma de torreones de castillo. Los cortinajes eran rojos y azules, los colores de los Tully, un detalle cortés. Los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras de grato olor, y la alta ventana con postigos daba hacia el sur. La habitación de Catelyn era más pequeña, pero los muebles eran bonitos y cómodos y la chimenea estaba encendida. Lothar el Cojo les aseguró que a Robb se le había asignado un aposento acorde a su regia persona.

—Si necesitáis cualquier cosa, sólo tenéis que decírselo a uno de los guardias. —Hizo una reverencia y se alejó cojeando escaleras abajo.

—Deberíamos poner guardias nuestros —dijo Catelyn a su hermano.

Sabía que descansaría mucho más tranquila si había ante su puerta hombres de los Stark y de los Tully. La audiencia con Lord Walder no había sido tan mala como había temido, pero pese a todo se alegraría cuando todo aquello terminara.

«Unos días más y Robb partirá hacia la batalla; y yo hacia un cómodo cautiverio en Varamar.» No le cabía duda de que Lord Jason la trataría con toda cortesía, pero la perspectiva le seguía resultando deprimente.

Oyó el sonido de los cascos de los caballos a medida que la larga columna de jinetes avanzaba por el puente que enlazaba los castillos. Las piedras crujían bajo el peso de los cargados carromatos. Catelyn se asomó por la ventana para ver cómo el ejército de Robb salía de la torre oriental.

—Parece que llueve menos.

—Sí, ahora que estamos bajo techo. —Edmure estaba de pie frente a la chimenea para entrar en calor—. ¿Qué te ha parecido Roslin?

«Demasiado menuda y delicada. Sufrirá mucho cuando dé a luz.» Pero su hermano parecía muy contento con la niña, de manera que se mordió la lengua.

—Muy dulce —se limitó a decir.

—Creo que le he gustado. ¿Por qué lloraría?

—Es una doncella la víspera de su boda. Siempre derraman lágrimas.

Lysa había llorado a mares la mañana de su matrimonio, aunque consiguió tener los ojos secos y un aspecto radiante cuando Jon Arryn le puso sobre los hombros la capa color azul y crema.

—Es mucho más bonita de lo que esperaba. —Edmure alzó una mano antes de que Catelyn dijera nada—. Ya lo sé, ya lo sé, hay cosas más importantes, no me vengas con sermones, septa. Pero… ¿te has fijado en algunas de las doncellas que nos ha mostrado Frey? Una tenía un tic. ¿Padecerá la enfermedad de los temblores? Por no mencionar a las gemelas, tenían más granos y erupciones que Petyr Espinilla. Con semejante manada me imaginé que Roslin sería calva y tuerta, que tendría los sesos de Cascabel y el carácter de Walder el Negro. Pero parece encantadora además de bonita. —Edmure estaba desconcertado—. ¿Por qué se negaría el viejo a dejarme elegir si no pretendía encajarme una esposa repulsiva?

—Todo el mundo sabe de tu gusto por las caras bonitas —le recordó Catelyn—. Puede que Lord Walder quiere que seas feliz con tu prometida. —«O más probable, que no quisiera que montaras un escándalo y echaras por tierra sus planes»—. O tal vez Roslin sea su favorita. El señor de Aguasdulces es un partido mucho mejor que el que puedan esperar la mayoría de sus hijas.

—Es verdad. —Pero su hermano seguía sin estar seguro—. Oye, ¿es posible que Roslin sea estéril?

—Lord Walder quiere que su nieto herede Aguasdulces. ¿Qué ganaría dándote una esposa que no puede tener hijos?

—Se libraría de una hija a la que nadie más querría.

—Eso no le serviría de nada. Walder Frey es rencoroso, no idiota.

—Bueno, pero ¿es posible?

—Sí —reconoció Catelyn de mala gana—. Hay enfermedades que una niña puede padecer en la infancia y la dejan incapaz de concebir. Pero no hay nada que indique que es el caso de Lady Roslin. —Contempló la habitación—. La verdad sea dicha, los Frey nos han recibido con más amabilidad de la que esperaba.

—Unas cuantas frases afiladas y un poco de malicia que no venía a cuento. Muy cortés, el viejo. Pensaba que se iba a mear en el vino y luego nos obligaría a hablar maravillas de la cosecha. —Edmure se echó a reír.

Sin saber por qué, aquella broma intranquilizó a Catelyn.

—Si me disculpas voy a cambiarme de ropa, estoy empapada.

—Como quieras. —Edmure bostezó—. Yo voy a echar una siesta.

Catelyn se retiró a su habitación. El baúl de ropa con que había viajado desde Aguasdulces estaba al pie de la cama. Tras desvestirse y colgar la ropa mojada ante la chimenea, se puso un abrigado vestido de lana con los colores rojo y azul de los Tully, se lavó y se cepilló el pelo hasta tenerlo seco, y salió en busca de los Frey.

El trono de roble negro de Lord Walder estaba vacío cuando entró en la estancia, pero junto a la chimenea había varios de sus hijos bebiendo. Lothar el Cojo se levantó con torpeza nada más verla.

—Pensaba que estaríais durmiendo, Lady Catelyn. ¿En qué os puedo ayudar?

—¿Son éstos vuestros hermanos? —preguntó.

—Hermanos, hermanastros, cuñados y sobrinos. Raymund y yo somos hijos de la misma madre. Lord Lucias Vypren es el marido de mi hermanastra Lythene, y Ser Damon es su hijo. A mi hermanastro Ser Hosteen ya lo conocéis. Y éstos son Ser Leslyn Haigh y sus hijos, Ser Harys y Ser Donnel.

—Bienhallados, señores. ¿No está Ser Perwyn? Fue uno de los hombres que me escoltaron hasta Bastión de Tormentas cuando Robb me envió allí a hablar con Lord Renly. Me gustaría volver a verlo.

—Perwyn está ausente —dijo Lothar el Cojo—. Le diré que habéis preguntado por él. Sentirá mucho no haberos visto.

—¿No volverá a tiempo para la boda de Lady Roslin?

—Esa esperanza tenía él —respondió Lothar el Cojo—. Pero, con estas lluvias… ya habéis visto lo crecidos que bajan los ríos, mi señora.

—Desde luego —asintió Catelyn—. ¿Tendríais la amabilidad de llevarme a ver a vuestro maestre?

—¿Os encontráis mal, mi señora? —preguntó Ser Hosteen, un hombre de constitución fuerte y mandíbula cuadrada.

—Problemas femeninos. Nada de importancia, ser.

Lothar, galante como siempre, la acompañó fuera de la estancia. Subieron unas escaleras, cruzaron un puente cubierto y llegaron a otro tramo de peldaños.

—El maestre Brenett debe de estar en el torreón superior, mi señora.

Catelyn no se habría sorprendido si el maestre fuera otro hijo de Walder Frey, pero Brenett no tenía ningún parecido familiar. Era un hombretón gordo, calvo, con papada y no demasiado pulcro a juzgar por las manchas de excrementos de cuervo que tenía en las mangas de la túnica, pero parecía agradable. Cuando le comentó la preocupación de Edmure por la fertilidad de Lady Roslin soltó una risita.

—Vuestro señor hermano no tiene nada que temer, Lady Catelyn. Es menuda, sin duda, y de caderas estrechas, pero su madre era igual, y Lady Bethany dio a Lord Walder un hijo cada año.

—¿Cuántos vivieron más allá de la infancia? —preguntó sin rodeos.

—Cinco. —Alzó otros tantos dedos gruesos como salchichas—. Ser Perwyn. Ser Benfrey. El maestre Willamen, que hizo los votos el año pasado y ahora sirve a Lord Hunter en el Valle. Olyvar, que fue escudero de vuestro hijo. Y Lady Roslin, la más pequeña. Cuatro varones y una chica. Lord Edmure no sabrá qué hacer con tantos hijos.

—Se alegrará de saberlo.

Así que la muchacha, además de bonita, era probablemente fértil. «Eso tranquilizará a Edmure.» En su opinión, Lord Walder no había dado ningún motivo de queja a su hermano.

Tras dejar al maestre Catelyn no regresó a sus habitaciones, sino que fue a ver a Robb. Lo encontró en compañía de Robin Flint y Ser Wendel Manderly, además del Gran Jon y su hijo, a quien todavía seguían llamando Pequeño Jon aunque pronto sería más alto que su padre. Todos estaban empapados. Otro hombre más, aún más calado que ellos, estaba ante la chimenea con una capa color rosa claro ribeteada en piel blanca.

—Lord Bolton —saludó.

—Lady Catelyn —respondió él con voz tenue—, es un placer volver a veros, incluso en estas tristes circunstancias.

—Sois muy amable. —Catelyn percibió la desesperanza que reinaba en la sala. Hasta el Gran Jon parecía sombrío y postrado. Observó los rostros ceñudos de los hombres—. ¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Los Lannister están en el Tridente —respondió Ser Wendel con tristeza—. Han vuelto a tomar prisionero a mi hermano.

—Y Lord Bolton nos trae más noticias de Invernalia —añadió Robb»—. Ser Rodrik no ha sido el único hombre bueno que ha muerto. También mataron a Cley Cerwyn y a Leobald Tallhart.

—Cley Cerwyn no era más que un muchacho —dijo ella entristecida—. Entonces, ¿era verdad? ¿Han muerto todos, Invernalia ha desaparecido?

—Los hombres del hierro quemaron el castillo y la ciudad del invierno. —Bolton la miraba con sus ojos claros—. Mi hijo Ramsay se llevó a algunos de los vuestros a Fuerte Terror.

—Vuestro bastardo ha sido acusado de crímenes horrendos —le recordó Catelyn con tono brusco—. Asesinato, violación y cosas aún peores.

—Sí —dijo Roose Bolton—. No voy a negar que su sangre está mancillada. Pero es un buen luchador, tan astuto como valiente. Cuando los hombres del hierro mataron a Ser Rodrik y después a Leobald Tallhart, recayó sobre Ramsay la responsabilidad de ponerse al frente de la batalla, y así lo hizo. Jura que no envainará la espada mientras quede un Greyjoy en el norte. Puede que eso sirva para que expíe en parte los crímenes que su sangre de bastardo le llevó a cometer. —Se encogió de hombros—. O puede que no. Cuando termine la guerra será Su Alteza quien sopese los hechos y lo juzgue. Espero que para entonces Lady Walda ya me habrá dado un hijo legítimo.

«Qué hombre tan frío», pensó Catelyn, y no era la primera vez.

—¿Ramsay dijo algo de Theon Greyjoy? —quiso saber Robb—. ¿Murió también o consiguió escapar?

Roose Bolton sacó una sucia tira de cuero de la bolsa que llevaba colgada del cinturón.

—Mi hijo envió esto junto con la carta.

Ser Wendel volvió el rostro regordete para apartar la vista. Robin Flint y el Pequeño Jon Umber intercambiaron una mirada, y el Gran Jon bufó como un toro.

—¿Eso es… piel? —preguntó Robb.

—La piel del dedo meñique de la mano izquierda de Theon Greyjoy. Lo reconozco, mi hijo es cruel. Pero… ¿qué es un poco de piel comparado con las vidas de los dos jóvenes príncipes? Vos erais su madre, mi señora. ¿Me permitís que os ofrezca esto como una pequeña muestra de venganza?

Una parte de Catelyn habría querido estrechar contra el pecho el macabro trofeo, pero se forzó a resistir.

—Guardad eso, por favor.

—Despellejando a Theon no recuperaremos a mis hermanos —dijo Robb—. Quiero su cabeza, no su piel.

—Es el único hijo varón de Balon Greyjoy —dijo Lord Bolton con voz suave, como si los demás lo hubieran olvidado—, y por tanto ahora es el legítimo rey de las Islas del Hierro. No puede haber mejor rehén que un rey prisionero.

—¿Rehén? —La sola palabra hizo que a Catelyn se le erizara el vello. Los rehenes servían para intercambiarlos—. Lord Bolton, espero que no estéis sugiriendo que dejemos libre al hombre que mató a mis hijos.

—Sea quien sea el que ocupe el Trono de Piedramar, querrá ver muerto a Theon Greyjoy —señaló Bolton—. Aun prisionero, su derecho al trono supera al de cualquiera de sus tíos. Mi propuesta es que lo retengamos y negociemos con los hijos del hierro el precio de su ejecución.

—Bien —asintió Robb después de sopesar la posibilidad de mala gana—. De acuerdo. Que lo mantenga con vida, al menos de momento. Retenedlo en Fuerte Terror hasta que reconquistemos el norte.

—¿Qué ha dicho Ser Wendel sobre hombres de los Lannister en el Tridente? —preguntó Catelyn volviéndose hacia Roose Bolton.

—Ha sido culpa mía, mi señora. Tardé demasiado en salir de Harrenhal. Aenys Frey partió días antes que yo y cruzó el Tridente por el Vado Rubí, aunque no sin dificultades. Pero cuando llegué, las aguas del río eran torrenciales. No me quedó más remedio que cruzar a mis hombres en botes, y teníamos muy pocos. Dos terceras partes de mi ejército se encontraban ya en la orilla norte cuando los Lannister atacaron a los que no habían cruzado todavía. Eran sobre todo hombres de Norrey, Locke y Burley, con Ser Wendel Manderly y sus caballeros de Puerto Blanco en la retaguardia. Yo estaba al otro lado del Tridente, no pude prestarles ayuda. Ser Wylis concentró nuestras fuerzas lo mejor que pudo, pero Gregor Clegane atacó con la caballería y los empujó hacia el río. Murieron tantos ahogados como por la espada. Muchos huyeron y al resto los tomaron prisioneros.

Catelyn pensó que no había oído nunca el nombre de Gregor Clegane relacionado con nada bueno. ¿Tendría que ir Robb hacia el sur para enfrentarse a él? ¿O sería la Montaña quien iría a ellos?

—Entonces, ¿Clegane ha cruzado el río?

—No. —Bolton seguía hablando en voz baja, pero sin titubeos—. Dejé seiscientos hombres en el vado, lanceros de los riachuelos, las montañas y el Cuchillo Blanco, un centenar de arqueros de Hornwood, unos cuantos jinetes libres y caballeros errantes, y buen número de hombres de Stout y Cerwyn. Ronnel Stout y Ser Kyle Condon están al mando. Como seguramente recordaréis, Ser Kyle era la mano derecha del difunto Lord Cerwyn, mi señora. Los leones no nadan mejor que los lobos, así que, mientras el río baje crecido, Ser Gregor no lo cruzará.

—Lo que menos falta nos hace es tener a la Montaña a la espalda cuando nos pongamos en marcha por el camino alto —dijo Robb—. Hicisteis muy bien, mi señor.

—Su Alteza es demasiado amable. Sufrí terribles pérdidas en el Forca Verde, y a Glover y Tallhart les fue aún peor en el Valle Oscuro.

—El Valle Oscuro. —En labios de Robb el nombre sonaba como una maldición—. Os aseguro que Robett Glover lo pagará muy caro cuando le ponga la mano encima.

—Fue una locura —asintió Lord Bolton—. Pero tened en cuenta que Glover perdió la cabeza cuando se enteró de que Bosquespeso había caído. La pena y el miedo pueden alterar a cualquiera.

El Valle Oscuro era cosa del pasado; la preocupación de Catelyn eran las batallas que aguardaban en el futuro.

—¿Cuántos hombres le habéis traído a mi hijo? —preguntó a Roose Bolton sin rodeos.

Los extraños ojos incoloros le escudriñaron el rostro un momento antes de responder.

—Unos quinientos a caballo y tres mil a pie, mi señora. Son sobre todo de Fuerte Terror y algunos de Bastión Kar. La lealtad de los Karstark es más que dudosa, así que pensé que sería mejor no perderlos de vista. Lamento que no sean más.

—Son suficientes —dijo Robb—. Lord Bolton, estaréis al mando de mi retaguardia. Mi intención es partir hacia el Cuello en cuanto mi tío esté casado, tras la noche de bodas. Señores, volvemos a casa.

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